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Estudio bíblico de Génesis 22:18-23:20

Génesis 22:19-23:20

En este capítulo y en nuestro programa anterior hemos considerado como Dios le había pedido a Abraham que le ofreciese a su hijo Isaac en sacrificio. Fue ésta una prueba tremenda, no solamente por lo mucho que amaba a su hijo sino también porque él sabía que los sacrificios humanos estaban prohibidos. A pesar de ello, Abraham obedeció, impulsado por su fe en Dios, creyendo que El podía resucitar a Isaac de entre los muertos. Cuando estaba a punto de ejecutar el sacrificio, Dios mismo detuvo su mano, porque había demostrado su fe, por medio de su obediente conducta. Y surgió la pregunta, ¿ por qué exigió Dios de Abraham semejante cosa ? Dios sabía la fe que había en su corazón y su predisposición a obedecerle, pero quiso probarle y demostrar a todos la fe de aquel que sería ejemplo para todos los creyentes, aquel a quien había escogido para bendecir a su pueblo y a todos los pueblos de la tierra. Además, Dios quiso mostrar en Isaac, en aquel hijo llevado y colocado en el altar del sacrificio, un tipo de Jesucristo, anticipándose en la historia al momento en que el Hijo de Dios iría obedientemente a la cruz, donde sería ofrecido en sacrificio. Hemos visto que Dios proveyó un carnero, para el sacrificio, un sustituto para Isaac. Pero Jesucristo, el cordero enviado por Dios, murió por nosotros, por todos los pecadores. Porque él sería "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".

El relato continúa en el versículo 19, que dice:

"Entonces Abraham volvió a sus mozos, y se levantaron y fueron juntos a Beerseba. Y habitó Abraham en Beerseba."

El resto del capítulo incluye información incidental sobre la familia de Abraham. Este había dejado a su hermano Nacor allá en la tierra de Harán. La línea de descendencia de Nacor no se sigue en la Biblia, aunque se cruzará con la descendencia de Abraham un poco más tarde, como comentaremos oportunamente.

Llegamos así al

Capítulo 23

donde el relato nos lleva a la muerte de Sara y a la compra, por parte de Abraham, de la cueva de Macpela, donde le dio sepultura. En cuanto a la

Muerte de Sara

Leamos los versículos 1 y 2;

"Y vivió Sara ciento veintisiete años; éstos fueron los años de la vida de Sara. Y murió Sara en Quiriat-arba, que es Hebrón, en la tierra de Canaán; y Abraham fue a hacer duelo por Sara y a llorar por ella."

Observa la edad de Sara: 127 años. Tenía 90 años cuando Isaac nació. O sea que, en el momento de su muerte, que aparentemente tuvo lugar algunos años después del ofrecimiento de Isaac, éste tenía 37 años.

Se nos dice que Sara murió en Quiriat-arba, que era Hebrón. Y Abraham, hasta tuvo que comprar una cueva para enterrarla, en la misma tierra que Dios le había dado. ¿ Por qué no la habrá llevado a otro lugar ? Porque su esperanza para el futuro estaba unida a aquella tierra. Al avanzar en la lectura del capítulo conviene destacar que, aunque tenemos aquí los arreglos para un funeral, lo cual no es necesariamente interesante, hay en este pasaje una gran verdad que sería importante examinar. Al continuar leyendo, vemos que

Abraham compró un campo en Macpela

Dicen los versículos 3 al 9;

"Después Abraham se levantó de delante de la difunta, y habló a los hijos de Het, diciendo: Extranjero y peregrino soy entre vosotros; Dadme en propiedad una sepultura entre vosotros, para que pueda sepultar a mi difunta y apartarla de delante de mí. Y los hijos de Het respondieron a Abraham diciéndole: Oyenos, señor nuestro; eres un príncipe poderoso entre nosotros; sepulta a tu difunta en el mejor de nuestros sepulcros, pues ninguno de nosotros te negará su sepulcro para que sepultes a tu difunta. Abraham se levantó e hizo una reverencia al pueblo de aquella tierra, los hijos de Het, y habló con ellos, diciendo: Si es vuestra voluntad que yo sepulte a mi difunta apartándola de delante de mí, oídme e interceded por mí con Efrón, hijo de Zohar, para que me de la cueva de Macpela que le pertenece, que está al extremo de su campo. Que en presencia de vosotros me la dé por justo precio en posesión para una sepultura."

Vemos que Abraham se consideraba extranjero y peregrino incluso en la tierra que Dios había prometido darle. Por otra parte, los hijos de Heth, habitantes de esa tierra, le hicieron una oferta generosa, porque prácticamente le ofrecieron elegir el mejor lugar para una sepultura. Se ve que Abraham se había ganado el respeto de todos y tenía gran influencia en aquella comunidad. Y, habiendo elegido la cueva de Macpela prefirió comprarla antes que se le facilitase como un regalo. Hasta que Dios le entregase la tierra, pagaría por todo lo que necesitase. Habría podido acogerse a las normas que regulaban los sepulcros de los extranjeros. Pero el hecho de adquirir una propiedad, de tener una posesión en aquella tierra, era como un signo profético por el cual Abraham quería testimoniar su fe en que las promesas de Dios se cumplirían.

Es interesante ver que los hijos de Het llamaron a Abraham, " príncipe de Dios." Se ve que era un hecho conocido que la comunidad de Abraham era considerada como un grupo numeroso, con un dirigente rico; como un protectorado de Dios. Recordemos el pasaje ya leído de Génesis, capítulo 21:22, en el que el rey Abimelec había dicho a Abraham: "Dios está contigo en todo lo que haces".

Surge la pregunta sobre por qué Abraham no llevó a Sara a otro lugar para enterrarla. Seguramente quiso sepultarla allí porque era la tierra que Dios le había prometido y porque allí se centraba su esperanza para el futuro. A medida que recorremos la Biblia encontraremos que Dios tiene dos grandes esperanzas, dos grandes propósitos. Un propósito terrenal y un propósito celestial. El propósito terrenal, el orientado hacia esta tierra en que vivimos, que se proyectará a la eternidad, transformada en un nuevo modelo. Habrá un nuevo cielo y una nueva tierra. Habrá una futura tierra, que estará habitada por toda la eternidad. Esta es la promesa que Dios le hizo a Abraham y a los que vinieron después de él. Y esta era la esperanza que Abraham tenía. Por eso quería ser enterrado en aquella tierra para que, cuando llegase el día de la resurrección, Sara y él pudiesen resucitar en ese lugar. Esa esperanza terrenal que ellos tenían, se hará realidad algún día.

Demos ahora un salto en el tiempo, a los tiempos del Nuevo Testamento, concretamente a los días de la vida de Jesús y vayamos al aposento alto. Allí el Señor se encontraba con sus discípulos, quienes estaban familiarizados con el Antiguo Testamento, cuya esperanza compartían. En aquella ocasión, registrada en el Evangelio según Juan, capítulo 14:1-3, Jesús les dijo:

"No se turbe vuestro corazón; creed en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para vosotros. Y si me voy y preparo un lugar para vosotros, vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, allí estéis también vosotros."

El les estaba hablando de lo que la Biblia llama la Nueva Jerusalén, que El está actualmente preparando para ser morada eterna de la iglesia. Esta enseñanza era nueva para sus discípulos y constituye la esperanza de los creyentes del Nuevo Testamento, no ya enfocada hacia esta tierra. En este caso se trata de una esperanza celestial.

Para ver los términos en que se cerró el trato para la adquisición de la sepultura, leamos los versículos 10 al 18:

"Efrón estaba sentado entre los hijos de Het; y Efrón heteo respondió a Abraham a oídos de los hijos de Het y de todos los que entraban por la puerta de su ciudad, diciendo; No, señor mío, escúchame; te doy el campo y te doy la cueva que está en él. A la vista de los hijos de mi pueblo te la doy; sepulta a tu difunta. Entonces Abraham se inclinó delante del pueblo de aquella tierra, y habló a Efrón a oídos del pueblo de aquella tierra, diciendo: Te ruego que me oigas; te dará el precio del campo; acéptalo de mí, para que pueda sepultar allí a mi difunta. Éfrón respondió a Abraham, diciendole: Señor mío, óyeme; una tierra que vale cuatrocientos ciclos de plata, ¿qué es entre tú y yo ? Sepulta, pues, a tu difunta. Y oyó Abraham a Efrón; y Abraham pesó a Efrón la plata que éste había mencionado a oídos de los hijos de Het: cuatrocientos ciclos de plata, medida comercial. Así el campo de Efrón que está en Macpela, frente a Mamre, el campo y la cueva que hay en él, y todos los árboles en el campo dentro de sus confines, fueron cedidos a Abraham en propiedad a la vista de los hijos de Het, delante de todos los que entraban por la puerta de su ciudad."

Destacaremos algún detalle histórico, relacionado con esta negociación entre Abraham y Efrón. De acuerdo con el código de leyes de los Hititas, generalmente respetado en aquella zona, un propietario debía continuar pagando un impuesto sobre su propiedad, hasta que no se deshiciese totalmente de ella. Abraham habría intentado evitar vincularse a esta obligación, comprando solamente la cueva. Pero Efrón, para librarse de continuar pagando el impuesto sobre su propiedad, estaba dispuesto, incluso, a regalarla. Al final la negociación se cerró, y Abraham fue constreñido a comprar no solo la gruta sino también el campo con sus árboles y todo lo que allí se encontraba. El hecho de convertirse, a todos los efectos, en un propietario legal de una finca en la tierra de Canaán, implicaba no solo el pago del impuesto correspondiente, sino además, el reconocimiento de la legalidad vigente sobre aquella tierra que Dios le había prometido como heredad. En conclusión, Abraham compró la cueva de Macpela y el terreno de Efrón, para sepultar a Sara. En los últimos versículos del capítulo encontramos la última mención al

Entierro de Sara

"Después de esto, Abraham sepultó a Sara su mujer en la cueva del campo de Macpela frente a Mamre, esto es, Hebrón, en la tierra de Canaán. Y el campo y la cueva que hay en él fueron cedidos a Abraham en posesión para una sepultura, por los hijos de Het."

Aparentemente, este lugar se encuentra actualmente debajo de la mezquita que se edificó en Hebrón, que está considerada como la segunda o la tercera en orden de importancia en el mundo islámico. Esta preponderancia se explica porque los árabes remontan su ascendencia a Abraham. A partir del año 1.268 de nuestra era, se ha impedido a los cristianos, salvo raras excepciones, el acceso a la mezquita y a la cueva donde, además de Sara, estarían sepultados Abraham, Isaac y otros importantes personajes como Rebeca, Lea y Jacob, acerca de quienes leeremos más adelante en nuestro estudio Bíblico.

Podríamos pensar, como muchos hoy en día, que para aquellos personajes tan significativos, todo terminó en aquella sepultura. Pero no es así. Ni para ellos, ni para nosotros ni para ningún ser humano, de cualquier época que sea. En un día futuro, aquellos personajes se levantarán del polvo para unirse a la iglesia de Cristo, a los creyentes verdaderos de todos los tiempos. Todos aquellos que tuvieron, y que tenemos, la misma fe de Abraham, de Sara y de tantos otros, resucitarán de entre los muertos. El Señor Jesucristo mismo dijo, según el Evangelio según Mateo, en al capítulo 8:14:

". . . vendrán muchos del oriente y del occidente y se sentarán a la mesa de Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos."

Cuando el ser humano muere, el espíritu vuelve a Dios y aquí en esta tierra queda el cuerpo, que es una morada temporal, que se deshace. Pero queda esperando el momento de la resurrección. Los creyentes en Cristo Jesús que hayan muerto, tendrán un cuerpo transformado y recibirán nuevamente a su espíritu. Esta es la esperanza del pueblo de Dios, que ha consolado y conforta a los creyentes de todos los tiempos, que esperan el día de la Segunda Venida de Jesucristo, cuando el primer gran acontecimiento será la resurrección de los muertos. El apóstol Pablo nos lo explicó muy bien en su primera carta a los Tesalonicenses, describiendo también la experiencia de los que no hayan pasado por la muerte, en el capítulo 4:16-18:

"Pues el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel, y con la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo se levantarán primero. Entonces nosotros, los que estemos vivos y que permanezcamos, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes al encuentro del Señor en el aire, y así estaremos con el Señor siempre. Por tanto, confortaos unos a otros con estas palabras."

Estimado oyente. Seguramente habrás experimentado los instantes dolorosos que todos vivimos cuando la muerte pasa cerca nuestro, arrebatándonos a un ser querido. El tiempo transcurre y suaviza el impacto y el desgarramiento que sentimos, aunque queda el vacío, que nada ni nadie puede llenar. Por otra parte, las enfermedades o dolencias graves que podamos sufrir, crean en nosotros un sentimiento de inseguridad, al demostrarnos nuestra fragilidad frente a la vida. E incluso el desgaste natural de nuestro cuerpo nos recuerda nuestra transitoriedad, y el fugaz paso del tiempo. Esta fugacidad, esta rapidez en el transcurso del tiempo, que suele pasar inadvertida, ha quedado bien reflejada en las palabras de la oración de Moisés a Dios, registradas en su Salmo, el Salmo 90:4-6:

"Porque mil años ante tus ojos son como el día de ayer, que ya pasó, y como una de las vigilias de la noche, Tú los has barrido como un torrente, son como un sueño; son como la hierba que por la mañana reverdece; por la mañana florece y reverdece; al atardecer se marchita y se seca."

Finalizamos nuestro programa de hoy recordando que el relato de los últimos pasajes Bíblicos del libro del Génesis, nos ha llevado en los últimos programas, a considerar la vida de Abraham y de Sara, destacando su relación con Dios y su fe en El, en los momentos críticos de la vida. Y un libro del Nuevo Testamento, la carta a los Hebreos, les incluyó en la lista de los héroes de la fe de la historia Bíblica. Y, en el capítulo 23, considerado hoy, es evidente que el relato de la búsqueda de una sepultura para Sara y su entierro por parte del patriarca Abraham han llevado nuestros pensamientos a la realidad de la muerte y, inevitablemente, a lo que sucede después de esta vida.

Pero también recordamos que hemos leído aquellas palabras del apóstol Pablo, que nos hablaban de la resurrección de los creyentes en Cristo que han muerto, y de la transformación de los que vivan en Su Venida. Palabras llenas de consuelo y de esperanza. Palabras que muchos de nosotros hemos convertido en una realidad personal, y que forman parte de nuestra vida. Esa fe en la salvación por la obra de Cristo en la cruz, esa esperanza en la resurrección nos motiva a vivir más significativamente a través de las cambiantes experiencias de nuestra existencia, con mayor ánimo e ilusión. De la misma manera, nos preparan para afrontar el paso de esta vida a la otra, a la vida eterna, fortalecidos por esa fe, animados por esa esperanza. Es por ello que quisiera preguntarte ahora, al despedirnos; ¿tienes tú esta fe? ¿Es ésta tu esperanza?

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