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Estudio bíblico: La mano escribiendo en la pared - Daniel 5:1-31

Autor: Roberto Estévez
Uruguay
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Prepárate para venir al encuentro de tu Dios

La mano escribiendo en la pared (Daniel 5:1-31)

La gran sala del palacio de Babilonia luce con todo su esplendor. Las paredes está cubiertas con grabados que muestran las victorias militares que el actual monarca y sus famosos antecesores han alcanzado en el pasado.
Es una fiesta dada por el gobierno del rey de Babilonia. Hay mil nobles invitados con sus esposas y concubinas. En el salón principal se ven los horribles ídolos de los dioses babilónicos. Muchos de ellos tienen rostros de animales. En los amplios salones del palacio real, cientos y cientos de cortesanos conversan en pequeños grupos. El ambiente es de algarabía.
El vino se sirve en grandes copas que los aristócratas vacían rápidamente. Los criados traen más bandejas repletas del mejor licor del imperio. Las risas aturden y las conversaciones en alta voz saturan el ambiente. Delante del trono imperial, los músicos tocan sus instrumentos y las bailarinas danzan exóticos ritmos. De pronto, el maestro de ceremonias se dirige a los presentes y dice:
— ¡Brindemos en honor de nuestro emperador, el más grande, el más ilustre, más poderoso y más inteligente de los gobernantes de todo el mundo!
— ¡Viva el rey! — prorrumpen los cortesanos, levantando sus copas al aire.
El rey se levanta y agradece con una sonrisa artificial, demostrando su falta de modestia.
— ¡Un gran aplauso al rey que vive para siempre! — exclama uno de los ministros.
La ovación es ensordecedora.
— Amigos, dice el emperador, os voy a enseñar algo que nunca habéis visto. Mi antecesor Nabucodonosor trajo unos tesoros de la ciudad de Jerusalén. Esos vasos son una obra de arte. Tienen cientos de años. Proceden del templo de Jerusalén. Dicen que se usaban exclusivamente para el servicio del Dios de los hebreos. Yo quisiera que ustedes no solamente los vieran sino que también los usaran.
Los utensilios del templo son traídos delante del emperador, que ya está medio borracho. Parecería que no se da cuenta que al hacerlo está insultando a todos los judíos que viven en su imperio. Alguno de los sirvientes que ha escuchado acerca del Dios de los hebreos se alarma. ¿Qué pasará si el Dios de los judíos es real y se enojara por este atropello y desprecio que le están haciendo?
— ¡Miren esto! — dice el rey. Nunca se ha puesto en esta fuente de plata un pedazo de carne de cerdo. ¿Verdad que luce bien?
Un gran aplauso obsecuente celebra su ocurrencia.
— Ahora les propongo brindar en honor de nuestros dioses, que nos han otorgado todas las victorias, y les pido que lo hagamos principalmente a Marduk.
Los sirvientes distribuyen los vasos y utensilios del templo entre todos los invitados.
Esas vasijas, que por cientos de años habían sido utilizadas al servicio del Señor, son denigradas y tratadas como algo ordinario y vulgar. Hacía cuarenta y siete años que estaban en Babilonia, y por orden del rey Nabucodonosor nunca se habían empleado.
Los brindis y las libaciones continúan. Las bailarinas siguen sus danzas sensuales. Las risas se hacen más y más fuertes. Los hombres y las mujeres con sus vestidos lujosos parecen payasos que caminan tambaleándose para todos lados. De pronto, algo sucede.
— ¿Qué es eso? — grita el emperador.
— ¿Qué es eso? — repite la multitud de concurrentes como si fuera un coro mal entrenado. Allí en la pared, delante del candelabro, una mano de hombre ha aparecido. Me imagino que esa mano era de gran tamaño. Quizás con un resplandor sorprendente. Pero, de inmediato, esa mano empieza a mover sus dedos.
— ¡No quiero bromas! — exclama el emperador — ¡Basta de trucos!
La mano parece real, llena de vida. Quizá empieza a apuntar con su índice hacia el rey y luego hacia cada uno de sus ministros. Las bailarinas han dejado de danzar. La música ha cesado. ¿Qué es eso?
La multitud de invitados no sale de su asombro. El rey se tambalea. La copa repleta de vino cae de su mano al suelo estrepitosamente. El silencio es sepulcral. Ahora la mano empieza a hacer unos raros movimientos. ¿Qué querrá hacer? Es la pregunta que se hace la concurrencia. Nunca han visto nada igual. ¡Es una mano sin cuerpo!
Las luces de los candelabros que iluminan la gran sala parecen perder intensidad.
La mano resalta nítidamente contra el fondo de la pared. Comienza a moverse y da la impresión de que está escribiendo algo. Se mueve con perfecta seguridad. Sus trazos son firmes.
Todos los ojos se dirigen hacia la pared, que está funcionando como un pizarrón gigante. Pero los caracteres escritos no tienen ningún sentido. El rey tiene el presentimiento de que esto significa algún mal augurio de parte de los dioses.
El rostro que unos minutos atrás estaba enrojecido por el alcohol, ahora se torna blanco. El rey comienza a temblar de cuerpo entero. Sus rodillas chocan una contra otra como una matraca gigante. Los asistentes se apresuran a ayudar al soberano.
El temblor es tan intenso que hace que todo su cuerpo vibre como un diapasón. Sus ayudantes tratan en vano de mantenerlo erguido. Al rey se le "desencajaron las articulaciones de sus caderas" (Dn 5:6). El monarca se desploma.
Aquel que sólo unos minutos atrás se estaba jactando de todo su poder y bebía en los vasos sagrados está ahora tirado en el suelo. La escena se asemeja a lo que sucedió con su antecesor, el rey Nabucodonosor, con la diferencia de que en aquel caso hubo restauración.
Los sirvientes rodean al rey caído tratando de ocultarlo de los ojos de la multitud. Pero es en vano: al desplomarse se le cayó la corona. Los concurrentes también tiemblan; unos más, otros menos.
Alguien musita por lo bajo que había advertido que no había que provocar al Dios de los hebreos.
El Dios de los hijos de Judá ha sido insultado y ¿quién sabe qué hará? Tras el cese de la música, las bailarinas que han quedado como estatuas, paralizadas, ahora desaparecen rápidamente, seguidas por los músicos.
Los ministros quieren tranquilizar al soberano, tratando de dar la impresión de que no ha pasado nada. La multitud se dispersa rápidamente y el cuarto queda casi vacío con esa pared ahora escrita por la mano sin cuerpo.
A duras penas, el rey consigue reincorporarse y comienza a gritar:
— ¡Traigan a los encantadores, a los caldeos y a los adivinos! Cualquier hombre que lea esta escritura y me declare su interpretación será vestido de púrpura, tendrá un collar de oro en su cuello y gobernará como el tercero en el reino (Dn 5:7).
Los llamados vienen prontamente. Parecen niños que están aprendiendo a leer. Deletrean, pero no pueden pronunciar palabra.
— Majestad, dice uno de ellos, lamento comunicarle que no podemos decirle lo que significan estos signos en la pared.
— ¿Será posible que no signifiquen nada?
De pronto aparece la reina madre y dice:
— En tu reino hay un hombre en quien mora el espíritu de los dioses santos. En los días de tu padre, se halló en él luz, entendimiento y sabiduría, como la sabiduría de los mismos dioses. A él tu padre, el rey Nabucodonosor, constituyó como el jefe de los magos, los encantadores, los caldeos y los adivinos (Dn 5:11).
La reina madre habla con autoridad. Luego prosigue:
— Por cuanto fueron hallados en él, es decir, en este Daniel, excelencia de espíritu, conocimiento, entendimiento, interpretación de sueños, revelación de enigmas y solución de problemas (Dn 5:12).
Llama la atención que alguien que ha sido tan prominente en la política del reino haya sido casi olvidado por los gobernantes. Destaquemos las cualidades que la reina madre menciona acerca del profeta. Esta había estado observando el proceder de Daniel por muchos años. Daniel es un hombre que se ha caracterizado no sólo por su sabiduría sino también por una conducta intachable.
Daniel es traído delante del soberano. El profeta se aproxima lentamente y hace un saludo de acuerdo con el protocolo de aquellos tiempos. Tiene más de ochenta años. Su rostro denota la expresión de un hombre santo. Tiene paz y su mirada es tranquila. El emperador lo saluda:
— ¿Eres tú aquel Daniel, uno de los cautivos de Judá, que el rey mi padre trajo de Judá?
Esta pregunta nos revela el cinismo del monarca. Podría haberlo reconocido por los títulos de alto rango que Daniel había alcanzado, pero el orgulloso y malicioso rey comienza la conversación tratando de humillarlo.
Daniel podría haber respondido algo así como: "Yo soy aquel a quien Nabucodonosor le dio domino sobre toda la provincia de Babilonia y lo hizo intendente principal de todos los sabios de Babilonia", pero el hombre de Dios acepta la estocada con paciencia y humildad. Es como si el golpe de espada le rebotara. El emperador ahora cambia su táctica.
— He oído de ti que el espíritu de los dioses santos está en ti, y que en ti se ha hallado luz, entendimiento y mayor sabiduría.
A veces, en nuestra vida, no nos damos cuenta del valor que tiene algunos hombres y mujeres de Dios que viven cerca de nosotros. Somos como el rey Belsasar, que no percibió lo beneficioso que le podría haber sido Daniel, sino cuando ya era demasiado tarde.
El profeta de Dios comienza su discurso rechazando los presentes que el rey le ofrece. Destacamos que Daniel no se entristece por la sentencia que se ha pronunciado, como le sucedió en el caso de Nabucodonosor. No dice "que el sueño sea para tus enemigos y su interpretación para tus adversarios" (Dn 4:19).
Es interesante que antes de interpretar el significado de las palabras escritas en la pared, el profeta hace una síntesis de la historia de los últimos años, comenzando desde el rey Nabucodonosor.
En cierto sentido, Daniel actúa como un fiscal. No le ofrece a Belsasar la posibilidad de evitar el castigo como lo hizo con Nabucodonosor sino que, antes de descifrar la escritura, le recuerda acontecimientos pasados que el rey debería saber, pero ha olvidado.
El Dios de Israel no era una divinidad desconocida en Babilonia. El mismo Nabucodonosor había confesado que el Señor es el Rey de los cielos y "su reino es reino eterno y su señorío de generación en generación" (Dn 4:3). Daniel le recuerda al rey Belsasar que cuando su antecesor "se enalteció y su espíritu se endureció con arrogancia, fue depuesto de su trono real, su majestad fue quitada y su corazón fue hecho semejante al de los animales, hasta que reconoció que el Dios Altísimo es Señor del reino de los hombres y que levanta sobre él a quien quiere" (Dn 5:21). Sin duda, Belsasar conocía esta historia.
La voz de Daniel se hace más fuerte y enérgica. Cada frase que pronuncia crece en intensidad. En la mente del rey suenan como seis martillazos.
Primero Daniel lo acusa de soberbia:
— Pero tú, Belsasar, a pesar de que sabías todo esto, no has humillado tu corazón.
En segundo lugar, lo acusa de rebeldía:
— Te has levantado contra el Señor de los cielos.
Luego, su tercer cargo:
— Has mancillado los instrumentos utilizados en el templo.
Luego, su cuarta reprensión:
— Has cometido sacrilegio, porque en ellos habéis bebido vino tú, y tus nobles, tus mujeres y tus concubinas.
La quinta recriminación se refiere a la idolatría del rey:
— Has alabado a los dioses de plata, de oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra, que no ven, ni oyen ni entienden. Pero no has honrado al Dios en cuya mano está tu vida y a quien pertenecen todos tus caminos.
La sexta acusación es por ultraje y deshonra a Dios. Es por lo que el rey no ha hecho: no le has dado la gloria al Dios vivo.
Daniel se queda en silencio. Su rostro demuestra una completa serenidad. Es la serenidad que sólo los hombres de Dios pueden tener en situaciones como esta.
Han terminado los argumentos de la acusación antes de que se dicte la sentencia.
El rey guarda silencio. Está demacrado y descolorido. No se anima a abrir su boca. No tiene nada que decir en su defensa. En este momento, Belsasar no parece ser el rey sino el niño que ha sido descubierto cometiendo una falta. Está temblando de arriba a abajo. Daniel prosigue con su voz firme y penetrante:
— Entonces de su presencia fue enviada la mano que grabó esta escritura.
Belsasar había visto muchas veces a los artistas cincelando sus hazañas en las paredes. Pero este tallado era distinto. El no lo había solicitado.
El varón de Dios hace que ninguno de los magos, encantadores o adivinos pudieron hacer.
No sabemos exactamente si las personas presentes entienden la escritura o si sólo Daniel la puede interpretar.
La voz de Daniel vuelve a elevarse, ahora no como martillazos, sino como cañonazos:
— MENE, MENE, TEQUEL U PARSIN.
La interpretación es dada de inmediato: MENE significa "Dios ha contado tu reino y le ha puesto fin". Daniel le hacía saber a Belsasar que ese era el último día de su reino. Así también, las Escrituras dicen para cada ser humano: "Prepárate para venir al encuentro de tu Dios" (Am 4:12).
TEQUEL significa "Pesado has sido en balanza y has sido hallado falto". Aquí la imagen es la de un cambista de dinero que pesa monedas. Sabe que si una moneda es muy liviana, no puede ser ni de oro ni de plata y, por lo tanto, debe ser desechada. Belsasar ha sido encontrado sin peso como una moneda falsa.
PARSIN significa "Tu reino ha sido dividido, y será dado a los medos y a los persas". De este modo, Daniel le informa a Belsasar que Dios ha decidido que el reino babilónico desaparecerá en unas pocas horas. Esto me recuerda las palabras que oyó ese hombre rico e insensato de la parábola de Jesús: "¡Necio! Esta noche vienen a pedir tu alma; y lo que has provisto, ¿para quién será?" (Lc 12:20).
Daniel ha terminado su declaración y guarda silencio. No ofrece la oportunidad de arrepentimiento. El veredicto está dado y no hay posibilidad de apelación.
El rey trata de recobrarse. Tiene la opción de mandar matar a Daniel, en cuyo caso sabe que agregará un delito más a su larga lista. La otra posibilidad es darle los honores que le ha prometido. Durante toda su vida ha utilizado la táctica de halagar y adular a las personas para hacerlas cambiar de parecer, y quizás piensa que Dios también puede ser manipulado de esa manera.
El rey da la orden, y sus criados "vistieron a Daniel de púrpura y en su cuello fue puesto un collar de oro. Y proclamaron que él era el tercer señor en el reino" (Dn 5:29). El profeta de Dios deja que hagan lo que ordena el rey, pero sabe muy bien que estos honores durarán apenas unas pocas horas. Belsasar, rey de los caldeos, fue asesinado aquella misma noche.
Dios, en su gracia, le ha dado muchas oportunidades, pero él las ha rechazado. ¡Qué historia tan dramática! El autor del libro a los Hebreos nos dice: "Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones" (He 3:7-8). Belsasar vivió su vida burlándose de Dios y despreciando su gracia. ¿Cuál será el fin de aquellos que no obedecen el evangelio? (1 P 4:17).

Dios hace maravillas ante quienes se burlan de él

Muchas veces nos preguntamos cómo es posible que Dios tolere tantos insultos y atropellos de personas que se burlan de él sin ningún temor. Hay ocasiones en las que el Señor actúa de inmediato frente a un insulto, pero la mayoría de las veces no lo hace. Sin embargo, al final del camino, todos seremos juzgados. Dice el apóstol Pablo: "No os engañéis; Dios no puede ser burlado. Todo lo que el hombre siembre, eso mismo cosechará" (Ga 6:7).
No sabemos exactamente cuál era la dificultad que impedía interpretar el texto que la mano escribió en la pared. En el idioma arameo no se utilizan las vocales; las palabras se escriben sólo con consonantes. Así, la palabra TEQUEL se escribiría solamente TQL.
Esto impedía conocer con certeza su significado. Por ejemplo, si viéramos escritas las consonantes PSR, podríamos interpretar que significa "pesar", "posar", "pasar" o "pisar". A su vez, la palabra podría aparecer en distintos tiempos verbales. Por ejemplo, el verbo "pesar" se podría leer "pesaré" o "pesaría", cambiando el significado de la frase. Ignoramos si los signos escritos eran caracteres de un lenguaje fácilmente reconocible o si sólo Daniel lo pudo entender. Las palabras MENE, TEQUEL U PARSIN tienen una correspondencia en valor monetario. MENE significaría "media mina". En nuestros días, sería algo así como hablar de "una moneda de un peso, de medio y de un cuarto". La moneda dividida, o que vale la mitad del valor unitario, se relaciona con el reino dividido entre los medos y los persas. Respecto de esto, sólo Daniel podía descifrar el mensaje profético respecto al fin del imperio babilónico.
Aunque en las Escrituras se habla de Nabucodonosor como "padre" de Belsasar, en realidad la expresión significa que era su antecesor. Este tipo de expresión es propia de la cultura en la que se desarrolla la historia. El padre de Belsasar era Nabónido, quien estaba casado con la hija de Nabucodonosor. Es interesante notar que Daniel no muestra una simpatía especial hacia Belsasar como lo hizo con Nabucodonosor. No emplea el término "su interpretación sea para tus adversarios". Este rey era un hombre muy impío.
A Belsasar no se le concede otra oportunidad. El ejemplo de lo que le sucedió a su antecesor tendría que haber sido más que suficiente para él.
Daniel acepta las honras que antes ha rechazado. Por supuesto, es por pocas horas. No aceptarlas sería equivalente a declararse en contra del gobierno como traidor.
Es interesante notar que el milagro en sí se relata sólo en el versículo 5. Gran parte del capítulo se utiliza para su explicación. Ignoramos si la mano que escribió en la pared es la mano de Dios o la de uno de sus seres angelicales.
Nos podemos preguntar por qué Dios hizo llegar su mensaje con palabras escritas que no son claramente discernibles. Alguien podría sugerir que esta historia es muy "oscura". Pero creo que hay muchas cosas "luminosas y positivas" en esta narración. Vemos que nuestro Dios está en su trono y es omnipotente. Que cuando él dice basta, todo se acaba. Han pasado 2.500 años desde el tiempo de Daniel, y nuestro Señor sigue teniendo un perfecto y completo control del universo. "Todo fue creado por medio de él y para él" (Col 1:16). "¡Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos!" (He 13:8).
Cuando pensamos en los últimos días de la vida del apóstol Pablo, nos damos cuenta del contraste tremendo con el rey Belsasar. Hay un diferente y opuesto MENE, MENE, TEQUEL U PARSIN de Pablo:
No MENE ("Dios ha contado tu reino"): "Yo ya estoy a punto de ser ofrecido en sacrificio, y el tiempo de mi partida ha llegado" (2 Ti 4:6).
No TEQUEL ("Pesado has sido en balanza"): "He peleado la buena batalla; he guardado la fe" (2 Ti 4:7), y "no estimo que mi vida sea de ningún valor ni preciosa para mí mismo, con tal que acabe mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús" (Hch 20:24).
No U PARSIN ("Tu reino ha sido dividido"): Belsasar perdió el reino y éste fue dividido entre medos y persas. Pablo ganó la competencia: "Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, el Juez justo, en aquel día. Y no sólo a mí, sino también a todos los que han amado su venida" (2 Ti 4:8).

Algunos temas para la predicación y el estudio en grupos

Las consecuencias de tomar en vano el nombre de Dios.
Cuando Dios dice basta. Comparar con el rico a quien se le dijo: "Esta noche vienen a pedir tu alma" (Lc 12:20).
El inevitable juicio de Dios para con todos los hombres.

Preguntas para reflexionar y discutir

¿De qué manera Dios es objeto de burla en nuestra sociedad? Mencione algunas situaciones específicas que haya presenciado.
¿Cómo deberíamos reaccionar individualmente los cristianos en cada una de las situaciones mencionadas en la pregunta anterior?
¿Considera usted que los medios de comunicación masiva participan eventualmente de burlas hacia Dios? ¿De qué maneras?
¿De qué maneras la iglesia debe advertir al mundo acerca de las consecuencias del desprecio de Dios?

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