Estudio bíblico de Romanos 6:5-16
Romanos 6:5-16
Continuamos nuestro estudio en el capítulo 6 de esta epístola a los Romanos, y en nuestro programa anterior, estuvimos hablando acerca de nuestra identificación con Cristo. Y decíamos que somos identificados con Cristo en su muerte, porque Él murió por nosotros. Si esto no fuera verdad, entonces la ordenanza del bautismo no tendría significado. Lo esencial es que todo hijo de Dios, debe ser bautizado porque esto da testimonio de que está unido al Cristo viviente. El apóstol Pedro nos dijo que ocho almas se salvaron en el arca de Noé. Pasaron por las aguas de juicio dentro del arca. Nosotros, estimado oyente, experimentamos la pena de muerte de Cristo en la cruz, en Cristo. Y en su primera carta, capítulo 3, versículos 20 al 22, el apóstol Pedro dijo: "...los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua. El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias del cuerpo, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) mediante la resurrección de Jesucristo". Ahora, ¿Qué quiere decir con que el bautismo nos salva? Aquellas 8 personas pasaron por las aguas del juicio, dentro del arca. Los que perecieron en las aguas fueron aquellos que se encontraban fuera del arca. Las ocho personas del arca ni siquiera se mojaron, sin embargo Pedro dijo que fueron salvadas por el bautismo. Obviamente, la palabra "bautismo" aquí significa más bien identificación. Los que se salvaron se identificaron con el arca. Es que habían creído en Dios y después, se introdujeron en el arca. Y Dios vio a aquel barco flotando en la superficie de las aguas. De la misma manera Dios nos ve hoy a través de Su Hijo Jesucristo. Y si usted, estimado oyente, ha confiado en Cristo, Él le ve unido, identificado con Cristo. Él es nuestra arca. Cristo fue sumergido en las aguas de la muerte y nosotros estamos unidos a Él. El bautismo representa una ruptura completa con nuestra vida pasada. Así como el diluvio borró al antiguo mundo corrompido por el pecado, ilustra nuestra ruptura con la vieja vida controlada por las pasiones de nuestra naturaleza y nuestra entrada a una nueva vida.
Porque así como somos identificados con Cristo en Su muerte, así también somos identificados con Cristo en Su resurrección y podemos vivir y actuar impulsados por Su poder. El apóstol Pablo, oró que los creyentes en Éfeso pudieran conocer este poder y vivir como dijo en su carta a los Efesios, capítulo 1, versículos 19 y 20: "...según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales".
El vivir una "vida nueva" es el objetivo y el fin del proceso de la santificación. En su carta a los Gálatas, capítulo 5, versículo 25, dijo el apóstol Pablo: "Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu". La vida cristiana, estimado oyente, sólo puede transformarse en una realidad por medio del poder del Espíritu Santo. Continuamos ahora con el versículo 5 de este capítulo 6 de la epístola a los Romanos:
"Si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección"
Evidentemente Pablo miró hacia atrás hacia el versículo 2 de este capítulo que ya había escrito, y hacia nuestra identificación con Cristo en Su muerte y resurrección. El bautismo de agua de por si, no podía lograr esta gran realidad espiritual. El pensamiento aquí es inmenso. En realidad, compartimos la vida de Jesucristo, así como una rama que es injertada al árbol comparte la vida del árbol. La vida de Cristo ahora es la vida nuestra. Y dijo el apóstol Pablo aquí en el versículo 6 de este capítulo 6 de la epístola a los Romanos:
"sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado".
Permítanos, estimado oyente, parafrasear este versículo de esta manera: "Llegando a saber esto, que nuestro viejo hombre (es decir, la naturaleza de Adán, la naturaleza vieja) fue crucificada juntamente con Cristo, para que el cuerpo (el cadáver) del pecado fuera paralizado, cancelado, anulado, y dejáramos de ser esclavos del pecado".
Cuando Pablo dijo: "nuestro viejo hombre" dijo que éramos en Adán culpables y pecadores perdidos, poseídos de una naturaleza que se rebela contra Dios. "El viejo hombre" se contrastó con "el nuevo hombre". En su carta a los Efesios, capítulo 4, versículos 22 al 24, el apóstol Pablo nos dijo lo siguiente: "En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está corrompido conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad".
Ahora, la expresión "Para que el cuerpo del pecado fuera paralizado" se refiere al hecho de que las actividades de la vida se llevan a cabo por medio del cuerpo. Éste no ha sido destruido, porque todavía estamos en el cuerpo. Siendo que "el viejo hombre" fue crucificado; el cuerpo de pecado ha sido puesto fuera de combate. Nosotros no podemos lograr esto, porque solamente el Espíritu Santo lo puede hacer, como veremos en nuestro estudio del capítulo 8 de esta epístola a los Romanos. Hay un conflicto entre los malos deseos de la naturaleza física y el Espíritu, por el control del creyente en Cristo. No podemos crucificar "el viejo hombre". No tenemos ningún poder. Lo que tenemos que hacer es creer que esto ya ha sido logrado por nosotros. Y en verdad esto es un hecho, Dios lo ha dicho. Nuestro problema es creer a Dios. El Espíritu Santo puede y nos ayudará a vivir para Dios. Ahora, en el versículo 7, dijo el apóstol Pablo:
"Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado".
"Porque el que ha muerto, ha sido justificado (o absuelto) del pecado". Cristo no solamente murió para pagar la pena de nuestros pecados, como vimos en nuestro estudio del capítulo 3 de esta epístola. Sino que también murió una muerte de juicio, por nuestra naturaleza pecaminosa. Hay una diferencia, por tanto, entre el ser justificado de la pena de los pecados y el ser justificado del pecado. Y a menos que esto fuera cierto, el Espíritu Santo no podría morar en el creyente ni obrar allí, como lo veremos en nuestro estudio del capítulo 8 de esta epístola a los Romanos. Él es santo y nosotros somos impíos. La naturaleza de Adán, todavía está muy viva en el creyente. Aun parece que está más activa que en el no creyente. Entonces el creyente es consciente del pecado en su vida y de su debilidad. Pero debe ser consciente de que ha sido justificado del pecado mismo, y que ha sido declarado digno para el cielo en Cristo. Puesto que nos identificamos con Cristo en Su muerte, entonces ni la ley, ni ninguna cosa más tiene una demanda sobre nosotros. Es imposible ejecutar a un muerto. Ahora, el versículo 8 dice:
"Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él"
En vista del hecho de que morimos con Cristo; sigue lógicamente que fuimos resucitados con Él. Compartimos Su vida de resurrección. Ahora, esto no quiere decir que tendremos que esperar hasta que estemos con Él en el cielo. Quiere decir que ahora mismo, en nuestra existencia diaria compartimos Su vida. Y afrontamos la muerte física con la certeza de que algún día seremos resucitados. Y el versículo 9 dice:
"Y sabemos que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él".
En el libro de Apocalipsis, capítulo 1, versículo 18, el Señor reveló este hecho y dijo: "...yo soy...el que vivo. Estuve muerto, pero vivo por lo siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves del reino de la muerte". Estas fueron las palabras de Cristo. Es un pensamiento solemne que la muerte una vez tuvo cautivo al Príncipe de la vida. Ahora todo ha cambiado. La muerte nunca más le tendrá cautivo. En el capítulo 8 de esta misma epístola a los Romanos, versículo 39, Pablo nos dijo que nada nos puede separar del amor de Cristo. La resurrección le abrió a Cristo la puerta de la eternidad, y hará lo mismo para aquellos que confíen en Él. Leamos ahora el versículo 10 de este capítulo 6 de la epístola a los Romanos:
"En cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; pero en cuanto vive, para Dios vive".
Pablo no está declarando aquí en este versículo que Cristo murió por el pecado. Ya ha tratado ese tema. Está discutiendo en esta sección el hecho de que Cristo murió respecto al pecado. Murió una muerte de juicio por la naturaleza pecaminosa del hombre. Cristo llegó a ser en la cruz lo que nosotros somos, a fin de que nosotros pudiéramos ser en Él, lo que Él es. Cristo murió una sola vez, pero vive hoy, y vive siempre para interceder por aquellos que le pertenecen. Es debido a ese hecho que Él le puede salvar perpetuamente. Ahora, el versículo 11 dice:
"Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en unión con Cristo Jesús, Señor nuestro".
Debemos considerar, o contar con que hace más de dos mil años, nuestra vieja naturaleza se quedó en la tumba en que Jesús fue sepultado. Pero cuando Cristo resucitó de los muertos, nosotros resucitamos en Él. La moralidad natural del mundo enseña al hombre a esforzarse para ser lo que debe ser. El método de Dios, en cambio, consiste en lograr, por la obra del Espíritu, que el creyente llegue a ser en la práctica lo que ya es espiritualmente en Cristo Jesús. Veamos ahora el versículo 12 de este capítulo 6 de la epístola a los Romanos:
"No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus deseos"
Estamos en el cuerpo, aunque no debemos vivir según sus inclinaciones. Estamos muertos al pecado, pero el pecado no está muerto en nosotros. No estamos completamente emancipados, pues, aquí tenemos una amonestación contra el permitir que el pecado gobierne en nuestros cuerpos mortales. Ahora, nuestros cuerpos son mortales porque están sujetos a la muerte física. El pecado es como un dictador que está listo para tomar asumir el mando en cualquier momento. Ahora, no todos los deseos del cuerpo son, en principio, malos o perjudiciales, pero una vez que la naturaleza viciada por el pecado toma el control de nuestra vida, esos deseos que en un principio eran legítimos, o necesidades normales, se transforman en apetitos desordenados de placeres deshonestos, viles o malos. El apóstol Pablo dijo en su primera carta a los Corintios, capítulo 6, versículo 12: "todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna". Por ejemplo, el comer no es malo en sí mismo, pero el comer con exceso sí es perjudicial para la salud y, lo mismo que otros excesos, puede llegar a impedir que seamos instrumentos útiles para Dios.
Llegamos ahora a un párrafo que desarrolla el tema de
La santificación en la vida práctica
En la sección anterior vimos la santificación como una posición del creyente. Ahora, debemos saber el método de Dios para convertir a un pecador en ese tipo de persona que Dios quiere que sea. Mientras que la justificación simplemente le declara justo, habiendo sido removida la culpa de su pecado, ello no le cambia en su vida en este mundo. La justificación le da una nueva naturaleza. Ahora el pecador tiene que ser consciente que se identifica con Cristo, muriendo con Él y resucitando con Él. Es que Dios quiere que viva bajo el poder del Espíritu Santo. Porque el creyente está vitalmente unido al Cristo que vive y debe considerar ese hecho y contar con esa realidad. Es que Dios nos ha salvado por la fe, y entonces tenemos que vivir por la fe. Muchos de nosotros hemos confiado en Cristo para la salvación de nuestra alma pero, ¿estamos confiando en Él en nuestra vida diaria? Tenemos, pues, que vivir por la fe.
Así es que llegamos a un aspecto muy práctico. Debemos entregarnos o presentarnos ante Dios. Leamos entonces el versículo 13 de Romanos 6:
"ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos para hacer el mal, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia".
La palabra presentar aquí, se encuentra también en el capítulo 12:1 de esta carta, exhortándonos a una entrega a Dios para servirle. La idea de una vida entregada de rendirse y, al mismo tiempo, de una vida de victoria Dios podría parecer poco atractiva para algunas personas. Estamos hablando de Dios haciendo un llamamiento a la voluntad del hombre. Debemos "presentar" los miembros de nuestros cuerpos a Cristo. La lengua mentirá, a menos que le sea presentada a Él. Ahora, alguien dirá: "Y, ¿qué si no sentimos que estamos muertos al pecado?" Bueno, debemos creerle a Dios que esto es un hecho, y luego debemos actuar sobre ese hecho. Es un acto de la voluntad.
La idea de la vida rendida o entregada a Dios, no excita a muchos. Hablamos de rendirnos y, al mismo tiempo, de vivir una vida victoriosa, y estos parecen términos contradictorios, aunque no lo son. El motivo por el cual la mayoría de nosotros nos encontramos con problemas, es que nos presentamos a la vieja naturaleza en lugar de presentarnos a Dios. Pero por un acto de la voluntad podemos presentarnos ante Dios para hacer Su voluntad, a través de la nueva naturaleza espiritual.
En lugar de avanzar en el camino a la santidad, nos contentamos en quedarnos muy cerca de la condición que teníamos cuando creímos en Cristo. No hemos crecido espiritualmente y entonces nos presentamos a la naturaleza vieja, y por eso nos hallamos en dificultades. Continuamos siguiendo los dictados de esa antigua naturaleza y ello nos causa dificultades.
Aunque no nos libremos de esa vieja naturaleza mientras vivamos, se nos dice ahora que nos presentemos a Dios. Así como en un tiempo nos entregamos al pecado, ahora se nos pide que nos entreguemos a Dios, como dice aquí, "como vivos de entre los muertos". Ahora estamos vivos espiritualmente en Cristo; tenemos también una nueva naturaleza y hemos sido renacidos espiritualmente.
Veamos la frase que nos invita a "presentar nuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia". Aquí se refiere a aquello que es específico y particular. Estimado oyente, yo se cuál es mi problema, el área sensible o problemática de mi vida; ¿cuál es su problema personal? Sea cual fuere, ese problema específico, preséntelo a Dios. ¿Se trata, por ejemplo, de un temperamento agresivo o irascible? Háblele de él a Dios en oración. Podría tratarse de una tendencia a hacer daño a otros con lo que decimos a sus espaldas, a una inclinación a alguna forma de inmoralidad, o un egoísmo excesivo. En este versículo se nos pide que presentemos estas facetas específicas de nuestra vieja naturaleza para que nuestro cuerpo sea un instrumento para hacer el bien, es decir, lo que le agrada a Dios. Alguien dirá, con razón, que no es capaz de hacerlo por sí mismo. Pero usted, sí puede hacerlo por medio del poder del Espíritu Santo.
Veamos ahora este asunto de la santificación práctica. ¿Cuál es nuestra respuesta a la posición gloriosa que tenemos en Cristo? Leamos aquí el versículo 14:
"El pecado no tendrá poder sobre vosotros, pues no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia".
Este versículo simplemente quiere decir que la ley fue dada para dominar su vieja naturaleza. Como creyente, usted no debe vivir de acuerdo a esa vieja naturaleza. Usted tiene una nueva naturaleza y debe presentarse o entregarse a Dios, lo cual entraña un verdadero privilegio. No es la intención de Dios, que el pecado gobierne al creyente. Esto no se logra poniendo nuevamente bajo algún principio legal o de la ley al creyente. Es el principio de la gracia. La ley conduce a servidumbre, inclusive para el creyente. Pero ahora estamos unidos a Cristo. Leamos el versículo 15:
"¿Qué, pues? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera!"
La forma de la pregunta aquí está expresada de una manera diferente a la del versículo 1. El apóstol Pablo ha demostrado en los pasados 14 versículos que el método de Dios para lograr la santificación se apoya en la misma base que la justificación; es por medio de la fe, en que Dios pueda hacerla realidad. Usted y yo no podemos hacerlo. Cuando aprendemos que, por nosotros mismos, no podemos vivir la vida cristiana, hemos asimilado una gran lección. Es entonces que estamos preparados para permitirle a Él que la viva por medio de nosotros.
La pregunta aquí más bien es si se debe dar una ayuda a la gracia para lograr su alto y santo fin. En otras palabras, según el razonamiento del hombre natural, es necesaria alguna ley o reglas o reglamentos. Y el caso es que en el transcurso de la historia de la iglesia, han surgido grupos que determinaron reglas para vivir la vida cristiana. Hasta han llegado a creer que si un creyente hace algunas cosas y se abstiene de hacer otras, entonces está viviendo la vida cristiana.
Sin embargo, estimado oyente, la vida cristiana no consiste en vivir según una larga lista de reglas y reglamentos. Usted puede seguir todas las reglas y reglamentos que quiera, y aún así no estar viviendo la vida cristiana. ¿Cómo se vive entonces la vida cristiana? Pues siendo obedientes al Señor Jesucristo. Implica tener una comunicación efectiva con Cristo. Una pregunta básica es: ¿Ama usted al Señor Jesucristo? Esto es lo importante. El Señor mismo dijo en Juan 14:15, "Si me amáis, guardad mis mandamientos". La identificación con Cristo es la santificación posicional, como hemos visto en la sección anterior. Pero la obediencia a Cristo, es la experiencia de la santificación, y esa es la santificación práctica. Es así de simple, estimado oyente. No se trata de cómo uno anda sino dónde uno anda. En el camino de la vida, ¿está usted caminando en la luz, en una relación de compañerismo con Cristo? El pecado puede romper nuestra comunión con Él, pero cuando ese es el caso, tenemos que confesar nuestro pecado. Según vemos en Juan 13:8, el Señor Jesús le dijo al apóstol Pedro allí en el aposento alto, "si no te lavo, no tendrás parte conmigo". Y como dijo el apóstol Juan en su primera carta, capítulo 1, versículo 9, no tenemos comunión o una relación de compañerismo con Él a menos que confesemos nuestros pecados mientras transitamos por este mundo. La parte nuestra es la confesión; Su parte es la limpieza. Por ello, lo realmente importante para usted y para mí es tener esa relación cercana con el Señor Jesucristo y obedecerle. Sólo entonces estaremos viviendo la vida cristiana.
Muchos cristianos tienen la idea de que porque son salvos por la gracia, pueden hacer lo que les apetezca. Y estimado oyente, si usted ha sido salvado por la gracia, no puede hacer lo que quiere, como veremos en el capítulo 8 de esta epístola a los Romanos.
Pablo dejó en claro en su Epístola a los Gálatas, que hay tres maneras en que un cristiano puede vivir y son las siguientes. Primero, bajo la ley; Segundo, en una vida desenfrenada de libertinaje y tercero, en libertad. Todo el mundo tiene algún principio por el cual vive. No importa quien sea usted, estimado oyente, si usted está intentando vivir por alguna ley o norma, está viviendo apoyado en su naturaleza vieja. El vivir por alguna ley es un extremo. Ahora, otro extremo contra el cual Pablo advirtió es el libertinaje. Si usted es hijo de Dios no puede hacer lo que le venga en gana, sino que tiene que hacer lo que le agrada al Señor. Debe presentarse a Él y serle obediente. Este es el aspecto práctico de la santidad. Esta es una manera práctica de vivir la vida cristiana. Y en el versículo 16 escribió Pablo:
"¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerlo, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado, lo cual lleva a la muerte, o sea de la obediencia a Dios, lo cual lleva a una vida de justicia?"
Toda persona está en una relación de servidumbre o de sujeción con respecto a alguien, o con respecto a algo. Y Pablo dijo que nuestro amo y señor es aquel a quien obedecemos. Si usted obedece a su tendencia al pecado, entonces ese es su señor y usted deja que su vida esté controlada por el pecado. Y entonces, usted no puede decir que Cristo es su Señor, cuando, en realidad no lo es. Porque el Señor le trae a usted a una vida de libertad. Recordemos que Él dijo, en Juan 8:36, "Si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres". Sí, libres, ¿pero para hacer qué? Usted será libre para vivir para Él, libre para obedecerle. Nuevamente, en el mismo incidente, en Juan 8:34, el Señor dijo: "Todo aquel que practica el pecado, esclavo es del pecado".
Habiendo sido liberado de la culpa del pecado mediante la justificación por la fe, ahora el creyente ha de ser liberado del poder del pecado por medio de la santificación por la fe.
Ahora, este pasaje nos ha conducido a una pregunta personal. ¿Es Cristo verdaderamente su señor, su dueño? El hecho de que su conducta sea aparentemente correcta porque no quebranta exteriormente ninguno de los principios de la ley, no implica necesariamente que usted esté viviendo la vida cristiana. Su vieja naturaleza es una realidad presente y viva que usted no puede dominar por sí mismo y, tarde o temprano usted se dará cuenta de que está sirviendo al pecado, al dejarse controlar por sus propias tendencias. En cambio, la vida cristiana es una vida en la cual usted, voluntaria y libremente, y con la ayuda del poder del Espíritu Santo, se presenta, se entrega a Cristo para obedecerle. Y entonces, al obedecerle, Él será realmente su Señor.
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