Estudio bíblico de Romanos 6:17-7:1
Romanos 6:17-7:1
Continuamos hoy estudiando el capítulo 6 de esta epístola del apóstol Pablo a los Romanos, y en nuestro programa anterior, vimos cómo Pablo se sirvió del terrible sistema de la esclavitud vigente en aquellos días, para ilustrar el dominio completo del pecado o de la ley. Vimos que la vida cristiana no es el vivir según alguna lista de reglas o reglamentos. La vida cristiana, es la obediencia a Jesucristo. La identificación con Cristo es la Santificación Posicional. La obediencia a Cristo, es la experiencia de la santificación y esa es la santificación práctica en la vida cristiana.
Habiendo sido libertado de la culpa del pecado, mediante la justificación por la fe, ahora el creyente debe ser libertado del poder del pecado, por medio de la santificación por la fe. Ahora, la obediencia, de la cual venimos hablando, es la obediencia de la fe y la obediencia de la ley. La fe conduce a la obediencia a Cristo. No podemos librarnos de los lazos del pecado, porque somos débiles. Pero sí podemos presentarnos como esclavos a Jesucristo. Él es quien nos pone en libertad. Recordemos las palabras de Jesús, allá en el evangelio según San Juan, capítulo 8, versículos 34 al 36, cuando dijo: ". . . que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el Hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres".
Ahora, este pasaje nos ha conducido a una pregunta personal. ¿Es Cristo verdaderamente su señor, su dueño? El hecho de que su conducta sea aparentemente correcta porque no quebranta exteriormente ninguno de los principios de la ley, no implica necesariamente que usted esté viviendo la vida cristiana. Su vieja naturaleza es una realidad presenta y viva que usted no puede dominar por sí mismo y, tarde o temprano usted se dará cuenta que está sirviendo al pecado, al dejarse controlar por sus propias tendencias. En cambio, la vida cristiana es una vida en la cual usted, voluntaria y libremente, y con la ayuda y el poder del Espíritu Santo, se presenta, se entrega a Cristo para obedecerle. Y entonces, al obedecerle, Él será realmente su Señor.
Continuemos ahora, leyendo el versículo 17 de este capítulo 6 de la epístola a los Romanos:
"Pero gracias a Dios que, aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina que os transmitieron"
Cuando usted andaba perdido, usted obedecía al pecado. Era natural hacerlo. Un hombre puede vivir una vida ejemplar y aún así, ser esclavo del pecado. Lo importante, estimado oyente, es que usted obedezca a Cristo.
Pablo dio gracias a Dios que los creyentes en Roma, que antes eran esclavos de pecado, se habían entregado a la maravillosa doctrina de la gracia. Pablo había descubierto que cuando fue salvado, le había sido dada una naturaleza nueva que podía obedecer a Cristo. Había pasado por la experiencia de descubrir que no había ningún bien en su vieja naturaleza. Y llegó a la siguiente conclusión, como él lo expresó en el capítulo 7 de esta misma epístola a los Romanos, versículo 18, donde dijo: "Y yo sé que en mí, esto es, en mi débil condición humana, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo". Pablo quiso que los romanos supieran que no había ningún bien en la vieja naturaleza. Muchos creyentes hoy en día parecen no haber descubierto esa verdad.
Otro hecho sorprendente es que no hay ningún poder en la naturaleza nueva. Y aquí es donde la mayoría de nosotros nos equivocamos. Creemos que porque somos cristianos ya podemos dar por sentada la victoria en las luchas de la vida. Pero, no podemos porque todavía somos tan débiles como éramos antes de haber sido salvados. Es por eso que es tan necesario caminar por la fe, en el poder del Espíritu Santo. Sólo el Espíritu de Dios puede producir la vida cristiana victoriosa. Pasemos ahora, al versículo 18 de este capítulo 6 de la epístola a los Romanos:
"y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia".
En otras palabras, hemos sido liberados. El evangelio nos fue entregado a nosotros, y luego nosotros fuimos entregados a este nuevo camino de vida por la gracia. Moisés entregó la ley a Israel, pero los israelitas fueron entregados a la ley como una regla de vivir. Eran esclavos. Ahora los hombres están entregados a una nueva manera de vivir, la cual conduce a la libertad. Dios lo ha hecho posible para que nosotros podamos vivir la vida cristiana. Ahora, eso no quiere decir que el pecado ha sido erradicado o destruido, pero sí quiere decir que ahora podemos vivir para Dios.
En este versículo 18, el apóstol Pablo describió la experiencia de los creyentes romanos. Habían sido liberados de la dictadura del pecado. Ahora, esto no les dio ninguna libertad para vivir como quisieran, sino para agradar a Aquel que los libertó. Habían sido liberados para poder llegar a ser esclavos de Cristo. El pecado no sería erradicado de sus vidas, sino hasta que sus cuerpos fueran redimidos. Y en el versículo 19, dijo Pablo:
"Hablo como humano, por vuestra humana debilidad: así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la impureza y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia".
Otra versión lo expresa de la siguiente manera: "Os estoy hablando en términos humanos para que podáis entender bien estas cosas. De modo que, así como antes entregasteis vuestros cuerpos al servicio de la impureza y la maldad para hacer el mal, entregad también ahora vuestro cuerpo al servicio de una vida de justicia, para vuestra santificación".
Pablo explicó aquí por qué usó estas palabras: esclavos o siervos. El parece como si hubiera pedido disculpas en este último versículo, por usar estas palabras. La esclavitud era común en el Imperio Romano. De entre ciento veinte millones de personas en el Imperio Romano, la mitad eran esclavos. Muchos cristianos eran esclavos. La Epístola a Filemón revela que la libertad era una posesión apreciada y difícil de obtener. Y ahora, Pablo hizo uso de esta metáfora familiar que describió como "términos humanos". No quiso decir que no hablaba por medio de la inspiración divina, sino que estaba hablando en términos que ellos entenderían. Todo el mundo conocía las implicaciones de nuestro estado espiritual de esclavitud.
Los líderes religiosos se sintieron insultados, cuando Jesús sugirió que ellos eran esclavos del pecado. ¿Recuerda usted lo que Jesús les dijo en el evangelio según San Juan, capítulo 8, versículos 31 al 34, a aquellos judíos que creyeron en Él? "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le respondieron: descendientes de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: seréis libres? Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado".
Ahora, ¿Cuántos hombres y mujeres son siervos y esclavos de pecado? Hay millones de personas que son esclavos del pecado. Al pensar en ello, no hay otra alternativa. Somos, o esclavos del pecado, o esclavos de Cristo. Es paradójico, pero como esclavos de Cristo, somos en realidad libres. Pablo pidió a los hermanos en Roma que se presentaran a Cristo mediante un acto de la voluntad. Pasemos ahora al versículo 20 de este capítulo 6 de la epístola a los Romanos:
"Cuando erais esclavos del pecado, erais libres con respecto a la justicia".
Si usted es creyente, recordará cuando no pensaba en agradar a Cristo; ni pensaba en servir a Cristo; vivía para agradarse a sí mismo. Era libre con respecto a Cristo. Y ahora, el versículo 21 nos dice:
"¿Pero qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de ellas es muerte".
Cuando usted era libre de Cristo su vida era inútil, estéril. Hacía lo que le agradaban pero, en realidad, aquella no era una libertad verdadera sino libertinaje. Suponemos que no querría usted volver a aquella clase de vida. Esa es la diferencia entre un hijo de Dios y alguien que vive en la esfera de influencia del enemigo de Dios. Al que está alejado de Dios, le agrada hacer lo que al enemigo de Dios le agrada. Pero esa vida de esclavitud al pecado, le causa angustia al creyente, al hijo de Dios. El hijo de Dios anhela hacer lo que Dios quiere que haga. Y leamos ahora, el versículo 22:
"Pero ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación y, como fin, la vida eterna".
Pablo presentó ante los creyentes la perspectiva feliz que les correspondía como esclavos de Dios. Eran liberados del pecado, el cual conducía a la muerte, y podían producir fruto que permanecería para toda la eternidad. Es conmovedor cuando uno oye contar la historia de misioneros, algunos de ellos muy jóvenes, que en diversos lugares del mundo dieron sus vidas alegre y gozosamente al servicio de Jesucristo. Echaron los cimientos de un auténtico crecimiento de la fe cristiana, donde actualmente existen pujantes comunidades de creyentes. La vida de tantas personas redimidas constituye un fruto que continúa creciendo y permanecerá eternamente. Ahora, en el último versículo, la vida eterna fue contrastada con la muerte. Leamos este versículo 23:
"Porque la paga del pecado es muerte, pero el don de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro".
El diablo es pagador. Si usted trabaja para él, él se ocupará de que usted reciba el pago que le corresponde, que es la muerte. Dios, en cambio, no es pagador. Dios es dador. Su regalo, es contrastado con "la paga del pecado", y es la "vida eterna". Y usted la recibirá por la fe.
Hay dos respuestas a la pregunta: "¿Vale la pena vivir?" Y para el hombre que está sirviendo en la nómina del pecado, vendrá su "día de pago". Recibirá exactamente lo que se le debe, pues, es su sueldo. La única moneda corriente de curso legal como paga del pecado, es la muerte. Para este hombre, no vale la pena vivir.
El pobre pecador perdido que ha venido a Cristo para recibir la salvación, ha recibido el don gratuito de la vida eterna, con todo lo que ella implica. Nuestra justificación está en Cristo, y nuestra santificación, también está en Cristo.
Y permítanos repetir este versículo 23, versículo final de este capítulo 6 de la epístola a los Romanos en una versión actualizada. Escribió el apóstol Pablo: "El pago que da el pecado es la muerte, pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor". Usted, estimado oyente, se salva por medio de la fe. Usted vive la vida cristiana por la fe. La vida cristiana es un andar, cada momento de la vida, con Cristo Jesús.
Y con esto llegamos ahora a
Romanos 7:1
El tema de la santificación comenzó en la última parte del capítulo 5. Concretamente, allí se trató la santificación potencial. Después, en el capítulo 6 vimos la santificación como una posición que recibimos por nuestra identificación con Cristo en Su muerte y resurrección. Pensando en ello, y considerando que no podemos vivir la vida cristiana por nuestras propias fuerzas, debemos presentarnos ante Él y el confiar en Él para que Él viva a través de nosotros la vida cristiana.
Y en este capítulo, hay 2 temas: las trabas del alma salvada y la lucha del alma salvada. Veremos que la ley mosaica del Antiguo Testamento no puede producir santificación en la vida del creyente: simplemente restringe su libertad. Y el creyente tampoco puede producir la santificación en su vida si depende únicamente de los deseos de su naturaleza nueva. El que usted se limite a expresar meramente el deseo de vivir para Cristo no le llevará a ninguna parte. Usted necesita presentarse ante Él reconociendo que está unido al Cristo viviente.
La importancia de este capítulo no permite que sea pasado por alto. El camino que conduce al capítulo 8 pasa necesariamente por este capítulo 7. Si somos realistas reconoceremos que la mayoría de nosotros tomaría esa ruta, porque es la más directa para vivir la experiencia del capítulo 8. La persona que luchaba una batalla perdida aquí en este capítulo 7 de esta epístola, es la misma persona que gana la batalla en el siguiente capítulo. Es el cristiano que lucha, el que está en una posición de oír las nuevas técnicas que Dios ha provisto para vivir la vida cristiana. El capítulo 7 de esta epístola a los Romanos, no trata la vida cristiana ideal, eso es seguro, pero sí abre el camino a la mejor experiencia que Dios ofrece.
Muchas almas salvadas tienden la mano para aferrarse a una esperanza. A veces creen que esa esperanza es la ley. Pero, la ley no es un salvavidas, sino más bien un saco de cemento, un peso que sólo puede agobiarlas más. Las personas no pueden vivir así. El resultado de esta esperanza en la ley es que hay multitudes de creyentes hoy en día, que aceptan la derrota como una experiencia normal de su vida cristiana. Están satisfechos de ser creyentes tristes, que viven una realidad de baja calidad, que depende enteramente de su estado de ánimo. Y Dios, estimado oyente, no quiere que vivamos así.
Esperamos que nuestro estudio de este capítulo 7, pueda guiar a muchos santos del esfuerzo que sólo produce resultados inútiles, a las amplias perspectivas del glorioso triunfo que encontramos en el capítulo 8 de esta epístola, triunfo que es posible por medio del Espíritu Santo. El capítulo 7 de esta epístola a los Romanos, es la historia de una santificación ineficaz. Nos habla de cómo no hacer las cosas; pero lo que generalmente sucede es que la mayoría de los creyentes aprenden esto a través de sus propias y amargas experiencias. La respuesta a la santificación no se encuentra aquí, pero hay una flecha que señala claramente el camino a seguir.
Hace años apareció una caricatura en un periódico, que creemos sirvió para ilustrar con exactitud, el contenido de este capítulo 7 de la epístola a los Romanos. Se veía en esa caricatura a un hombre muy apacible, en una tienda de bricolaje, de esas que venden toda clase de juegos de herramientas para ir armando cosas uno mismo. Las manos, los brazos y la cabeza del hombre estaban envueltos en vendas y el brazo estaba puesto en cabestrillo. Ahora, éste le preguntó al vendedor que estaba detrás del mostrador: "¿No venden algún juego de herramientas para ir desarmando algo uno mismo?" Estimado oyente, necesitamos aprender que no podemos vivir la vida cristiana por nuestro propio poder. Es necesario entregar nuestras vidas al Espíritu Santo de Dios, y permitir que Él haga por nosotros lo que no podemos realizar nosotros mismos.
Todos los creyentes, tanto judíos como los que no lo son coincidirán en que la ley de Moisés es parte de la Palabra inspirada de Dios. Parecería entonces que la ley debiera tener alguna demanda, algún derecho sobre el creyente, aunque no haya sido salvado por ella. Y Pablo ahora demostrará que la ley no tiene ningún derecho, ninguna demanda sobre el creyente. La ley condenó a morir a los hombres, como podremos ver en 2 Corintios 3:9.
Dios ha provisto otro "modo de funcionar" para el vivir cristiano, el cual es muy superior a cualquier recurso que la ley exigiera. Ahora, si no le fue posible guardar la ley al ser humano, entonces, una norma más alta tiene que estar necesariamente fuera del alcance del hombre. Ése es el tema de este capítulo 7 de la epístola a los Romanos. El hombre no puede vivir, por sus propias fuerzas, la vida cristiana, y esto es algo que todo creyente necesita aprender. Leamos, pues, el primer versículo de este capítulo 7, que inicia el párrafo que trata sobre
Las trabas del alma salvada
"¿Acaso ignoráis, hermanos (hablo con los que conocen de leyes), que la ley tiene jurisdicción sobre una persona mientras ella vive?"
"¿Acaso ignoráis . . .?" dijo Pablo y es una expresión que aparece muchas veces en los escritos de Pablo. Alguien ha comentado jocosamente que quizá algunos de los oyentes de Pablo estaban propensos a estar en esa condición de ignorantes.
Pablo estaba hablando a los que conocían la ley. La ley mosaica había experimentado un período de prueba de más de un milenio con el pueblo elegido por Dios, en una tierra que era favorable y adaptable al cumplimiento de esa ley (porque la ley había sido dada no sólo a un pueblo sino también a una tierra). Sin embargo, el pueblo de Israel no cumplió la ley. Recordemos que Esteban, primer mártir de la iglesia cristiana, dijo en su discurso de defensa lo siguiente, registrado en Los Hechos 7:53, "Vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis". Y el apóstol Pedro, como vemos en Los Hechos 15:10, la llamó un yugo, una carga que ni que los judíos ni sus antepasados habían podido llevar. Ahora, esta frase dirigida a los que conocían la ley no debiera quedar restringida a los creyentes judíos de la iglesia de Roma, porque los romanos conocían bastante sobre la autoridad de las leyes, ya que estaban familiarizados con el sistema legal del Imperio Romano.
Estimado oyente. Nuestra reflexión final recuerda que Dios provee al ser humano la posibilidad de vivir una vida de auténtica calidad. Hemos leído acerca de la discusión de Jesús con los judíos acerca de la libertad y la esclavitud. Al final de aquel incidente Jesús pronunció las siguientes palabras: "Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres". Le invitamos a disfrutar de este nivel de vida, por la acción del Espíritu de Dios en todos aquellos que creen en el Señor Jesucristo como su Salvador.
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