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Estudio bíblico de Romanos 7:2-10

Romanos 7:2-10

Continuamos hoy estudiando el capítulo 7 de esta epístola a los Romanos, que iniciamos en nuestro programa anterior. En el versículo 1 comenzamos la sección titulada "las trabas del alma salvada".

Pablo estaba hablando a los que conocían la ley. La ley mosaica había experimentado un período de prueba de más de un milenio con el pueblo elegido por Dios, en una tierra que era favorable y adaptable al cumplimiento de esa ley (porque la ley había sido dada no sólo a un pueblo sino también a una tierra). Sin embargo, el pueblo de Israel no cumplió la ley. Recordemos que Esteban, primer mártir de la iglesia cristiana dijo en su discurso de defensa lo siguiente, registrado en Los Hechos 7:53, "Vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis". Y el apóstol Pedro, como vemos en Los Hechos 15:10, la llamó un yugo, una carga que ni que los judíos ni sus antepasados habían podido llevar. Ahora, esta frase dirigida a los que conocían la ley no debiera quedar restringida a los creyentes judíos de la iglesia de Roma, porque los romanos conocían bastante sobre la autoridad de las leyes, ya que estaban familiarizados con el sistema legal del Imperio Romano.

Ahora, Pablo hizo uso de una ilustración sobre el matrimonio aunque no trató sobre ese tema ni el del divorcio; sólo quiso ilustrar el hecho de que, como creyentes, no estamos bajo la ley. Bien, leamos el versículo 2 de este capítulo 7 de la epístola a los Romanos:

"La mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley que la unía a su marido".

Pablo no pretendía darnos instrucciones sobre el matrimonio y el divorcio. Simplemente usó como base una ley bien establecida y conocida de que una mujer estaba ligada a un marido vivo y que la muerte la libraba de la normal legal que la vinculaba a su marido. Éste es un principio universal entre gente civilizada, y el apóstol Pablo lo usó como una ilustración del creyente y su relación con el principio de la ley. Continuemos ahora con el versículo 3 de este capítulo 7 de la epístola a los Romanos:

"sí que, si en vida del marido se une a otro hombre, será llamada adúltera; pero si su marido muere, es libre de esa ley, de tal manera que si se une a otro marido, no será adúltera".

Bajo las provisiones de la ley mosaica, un marido infiel tenía que ser apedreado. Y Pablo no estaba dando instrucciones sobre el divorcio y nuevo casamiento aquí, pues presentaría estas normas en otro pasaje. El énfasis en este pasaje es que cuando el marido de la mujer muriera, ya no sería su esposa sino una mujer soltera nuevamente. Y el apóstol Pablo estaba ampliando la ley para el marido y su mujer, centrándose en la situación legal de la mujer en el caso de que el marido estuviera vivo y otra vez en el caso de que muriese. Aquí hace ver claramente el contraste entre el estado legal de ella, en el caso de que su marido esté vivo, y nuevamente en el caso de que su marido esté muerto. Era la diferencia entre una mujer virtuosa y una mujer adúltera. Todo dependía de que el marido estuviera vivo o muerto. El apóstol Pablo, como ya lo hemos dicho, no está hablando en cuanto al matrimonio y al divorcio, sino en cuanto al creyente y la vida cristiana. Leamos ahora el versículo 4:

"Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la Ley al incorporaros a Cristo, para que seáis de otro esposo, del que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios".

Otra traducción lo expresa así: "Al incorporaros a Cristo, habéis muerto con él a la ley, para pertenecer así a otro esposo: ahora sois de Cristo. De aquel que resucitó. De este modo, nuestra vida será útil para Dios".

La esposa representa al creyente en Cristo. El segundo esposo representa a Cristo. Nosotros estamos unidos a Él. Pero, en esta ilustración, ¿quién era el primer esposo? Veamos lo que han dicho algunos expositores Bíblicos. El Dr. Sanday, interpretó al esposo como el antiguo estado antes de la conversión al Cristianismo. El Dr. Stifler dijo que el primer esposo es Cristo crucificado. Y el Dr. Newell creyó que el primer esposo representaba a Adán y a nuestra posición en él.

Ahora, nos parece que esta última interpretación se corresponde mejor con el sentido de la ilustración que Pablo está usando aquí. Recordemos que por toda esta sección, empezando con el capítulo 5 de esta epístola, el escritor ha presentado dos supremacías: la de Adán y la de Cristo; el primer Adán y el último Adán; el primer hombre y el segundo hombre. Estamos unidos a Adán por medio de la vieja naturaleza. La ley fue dada para controlar a esa vieja naturaleza, pero fracasó a causa de la debilidad de esa condición humana, de esa naturaleza, como veremos al llegar al capítulo 8 de esta epístola a los Romanos.

La ley llegó a ser como una piedra de molino colgada al cuello de los israelitas. No los levantó, sino que los mantuvo en esclavitud por casi mil quinientos años. Las demandas de la ley tenían que ser satisfechas, pero el hombre no podía satisfacerlas. En verdad podríamos decir que la ley desempeñó un ministerio de condenación. Si los no judíos tuviéramos que colocarnos bajo la autoridad de la ley cuando llegamos a ser creyentes, tampoco habría esperanza alguna para nosotros.

Y el apóstol Pablo dijo que Cristo murió en Su cuerpo, que somos identificados con Cristo en Su muerte, y que ahora estamos muertos a la ley, y la ley está muerta para nosotros. Aquel primer esposo era Adán y ya no estamos unidos a él. Habiéndonos identificados con Cristo en Su resurrección, ahora estamos unidos al Cristo viviente. Cristo es el segundo marido que nos ayuda a llevar fruto. Ahora ya no conocemos a Cristo desde un punto de vista humano. Es al Cristo resucitado a quien estamos unidos. La ley no fue dada al hombre nuevo en Cristo como dijo el apóstol Pablo en su segunda carta a los Corintios, capítulo 5, versículo 17: "las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas" El creyente no está bajo la ley, sino bajo la gracia, es la declaración verdadera de la Escritura y por lo tanto, debemos creerla.

Hay muchos creyentes que tratan de vivir cumpliendo la ley, con las fuerzas de su vieja naturaleza heredadas de Adán. Ese principio de vida vinculado al cumplimiento de normas, debe ser sepultado, porque el cristiano está unido al Cristo viviente, y la vida cristiana consiste en agradarle a Él con la fuerza y poder del Espíritu Santo. Y continuó Pablo diciendo aquí en el versículo 5:

"Mientras vivíamos en la carne, en nuestra naturaleza pecadora, las pasiones pecaminosas, estimuladas por la Ley, obraban en nuestros miembros llevando fruto para muerte".

¡Enfrentemos honradamente la realidad! ¿Puede usted cumplir la ley o normas inspiradas en la misma por sus propias fuerzas? ¿Le ha sido a usted posible guardar la ley? Esa ley y esas normas fueron como una camisa de fuerza colocada en la naturaleza humana para controlarla. Esa naturaleza se irritó y rebeló contra las molestas restricciones impuestas por la Ley. Esa naturaleza no tenía capacidad ni deseo de satisfacer los requisitos de la Ley. La naturaleza humana quebrantó esas restricciones de la Ley y sus normas y, en consecuencia, acarreó la pena irrevocable por incumplir dichas normas. Y continuó Pablo diciendo aquí en el versículo 6:

"Pero ahora estamos libres de la Ley, por haber muerto para aquella a la que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra de la ley".

El Dr. Newell dirige nuestra atención a las paradojas en este pasaje. En el versículo 4 vimos que los creyentes, habiendo muerto, llevan fruto. Aquí han sido puestos en libertad, y sin embargo, sirven. Antes, el servicio sólo era prestado por obligación. Era como decir "Debo hacerlo". Ahora el motivo se expresa con la frase "Me complazco en hacerlo porque quiero agradar a Cristo". El creyente ha sido puesto en libertad, pero ahora en amor se entrega voluntariamente al Salvador, como nunca pudo hacerlo bajo la ley.

Debemos servir al Señor porque le amamos. Esto es lo que el Señor quiso decir cuando habló con Simón Pedro, en el siguiente episodio relatado en el capítulo 21 del evangelio según San Juan: "Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Por fin Pedro pudo decir, "Tú sabes, Señor, que te amo, pero tú sabes también que soy un fracasado". Y fue entonces cuando el Señor pudo decirle que a partir de ese momento, su vida sería fructífera. Y por ello le dijo: "Apacienta mis ovejas". Y en verdad produjo mucho fruto, pues, como veremos en el libro de Los hechos de los Apóstoles, en el relato del comienzo de la primera iglesia cristiana, Pedro fue el hombre que predicó el primer sermón de la iglesia cristiana en el día de Pentecostés. Fue el hombre que abriría la puerta a la salvación de los que no eran judíos.

Por lo tanto concluimos que la vida cristiana se define como Cristo viviendo Su vida a través de nosotros. Nosotros no podemos hacerlo por nosotros mismos, tampoco por medio del cumplimiento de ciertas normas inspiradas en la ley. Por supuesto que no hay nada malo en esa ley o en sus normas. El problema somos nosotros.

Esta es una sección dramática, donde podemos escuchar el llanto de un alma que lucha. Es como el triste lamento de un ave herida; al volver Pablo en esta sección al uso de la primera persona. Podemos inferir razonablemente que se trata de su propia experiencia personal.

Hubo tres períodos en la vida del apóstol Pablo: Primero, hubo el tiempo cuando él era un fariseo orgulloso, independiente y satisfecho de sí mismo. Se describió en este período como irreprensible. El guardaba la ley escrupulosamente, observando todas sus ceremonias. El Segundo período comenzó en el camino a Damasco, cuando llegó a conocer a Cristo como su Salvador personal. Entonces empezó la lucha. Trató de vivir la vida cristiana por sus propias fuerzas, pero fracasó miserablemente. Libró una batalla violenta, pero sufrió un gran fracaso. Luego, descubrió que no había ningún bien en su naturaleza humana y que tampoco había poder alguno en su nueva naturaleza. El Tercer período, comenzó con el capítulo 8, cuando salió a la luz de una victoria completa por medio del Espíritu Santo. Y examinaremos este período en el próximo capítulo de esta epístola a los Romanos.

Ésta no es solamente la experiencia personal y patética del apóstol Pablo, sino la experiencia común de todos los creyentes. En el libro escrito por Juan Bunyan que lleva como título "El Progreso del Peregrino", el personaje llamado Cristiano cayó dentro del Pantano del Desaliento. Pablo fue aquí el cristiano que nos representa. Pues, todo creyente conoce bien esta lucha interior y la derrota que le sigue.

Estimado oyente, la pregunta de mayor importancia hoy es ésta: ¿Ama al Señor? ¿Qué hará con Cristo, quien murió por usted? El Señor está diciendo a todo creyente, lo que leemos en el capítulo 14 del evangelio según San Juan, versículo 15: "Si me amáis, guardad mis mandamientos". Ahora, Cristo no solamente murió para quitar la culpa del pecado, sino también para que pudiéramos ser unidos a Él. Él vive la vida cristiana a través de nosotros. Nosotros no podemos vivirla mediante nuestras propias fuerzas. No podemos vivirla tampoco por medio de la ley y las normas. Y continuó Pablo, aquí en los versículos 7 y 8 y escribió:

"¿Qué, pues, diremos? ¿La Ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no conocí el pecado sino por la Ley; y tampoco conocería la codicia, si la Ley no dijera: No codiciarás. Pero el pecado, aprovechándose del mandamiento, produjo en mí toda codicia porque sin la Ley, el pecado está muerto".

Pablo comenzó su argumento en el versículo 1 del capítulo 6 de esta epístola con la expresión: "¿Qué, pues, diremos? y también la expresión, "¿Perseveraremos en el pecado. . .?" Y una vez más encontramos esta pregunta, "¿La ley es pecado?" Ahora, en la primera parte de este capítulo, Pablo pareció decir que la ley y el pecado estaban en un pie de igualdad. Si la liberación del pecado significa la liberación de la ley, entonces, ¿son equiparables? Pablo contestó: "¡De ninguna manera!" Y entonces mostró que la ley en sí era buena; pues revela la voluntad de Dios. El problema no está en la ley, sino en nosotros. Es nuestra condición humana la que tiene la culpa.

Y Pablo asumió aquí un tono muy personal, utilizando en el resto de este capítulo pronombres personales en primera persona, como "yo", "mí", y "mí mismo"; fueron usados unas cuarenta y siete veces. Esta experiencia fue la lucha que Pablo tenía dentro de sí mismo. Trató de vivir para Dios en el poder de su nueva naturaleza. Pero descubrió que era imposible. La ley le reveló a Pablo la maldad excesiva del pecado. La ley fue como una radiografía de su interior, pues, expuso los pensamientos e intenciones del corazón. Ésta es la función de la ley. Le quitó el maquillaje de una buena apariencia exterior, al descubrir la debilidad y la fealdad de la naturaleza carnal. El apóstol Santiago comparó la Palabra de Dios con un espejo que revela lo que somos. La culpa no la tiene el espejo, al revelar suciedad y fealdad, sino la vieja naturaleza heredada de Adán. El espejo revelará una mancha en la cara, pero no puede quitarla. Y Dios ha provisto un lugar donde se puede quitar la mancha. Como dice el himno: "Hay un precioso manantial de sangre de Emmanuel, que purifica a cada cual que se sumerge en él". La ley revela que somos pecadores. La amonestación o prohibición contenida en la ley deja en claro la debilidad de la carne o condición humana.

Antes de que yo supiera que era malo codiciar, no sentía ninguna convicción de pecado. Así que la ley revela lo que es el pecado. El pecado estaba latente hasta que la ley fue dada. La Biblia sí presenta una norma y guía de conducta que es superior a la propia invención del género humano. Para el alma ilustrada, la ley contiene todo el fuego del Sinaí, y el pecado llega a ser sumamente pecaminoso. El pecado tiene más fuerza que el creyente, mediante la ilustración de la ley. Y la ley produce un conflicto entre la licenciosa naturaleza pecaminosa y el dador de esa ley. Ahora, en el versículo 9 de este capítulo 7 de su epístola a los Romanos, escribió Pablo:

"Y yo sin la Ley vivía en un tiempo; pero al venir el mandamiento, el pecado revivió y yo morí".

Debe notarse que Pablo no estaba discutiendo sobre la ley con relación a la pena del pecado, sino más bien, la ley como una manera de vida para el cristiano. La ley no puede salvar, la ley no puede libertar al cristiano de la presencia del pecado. Toda esta sección trata de encontrar un medio y un poder para el vivir que contrarrestará el poder del pecado en la vida del creyente.

Ahora, Pablo murió en el sentido de que debido al pecado estaba separado de Dios. La ley lo ejecutó. Este fue un ataque de sorpresa por la ley, sobre Pablo. Calvino en su comentario bíblico escribió esta expresión algo poética en cuanto a esta sección: "La muerte del pecado es la vida del hombre; y a la inversa, la vida del pecado es la muerte del hombre". Ahora, el versículo 10 dice:

"Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte"

Ésta es la tragedia de cualquier persona que procure vivir según la ley. No conduce a la vida. Ahora, es verdad que Dios dijo en cuanto a la ley en Deuteronomio 8.1: "Cuidaréis de poner por obra todo mandamiento que yo os ordeno hoy, para que viváis. Pero, el guardar las ordenanzas y esos estatutos, resultó difícil. Ahora, la culpa no se encontraba en la ley. La culpa se encontraba en aquel que creía que la ley traería vida y poder. La ley no hizo ninguna de las dos cosas; sino que meramente reveló la debilidad, la incapacidad del hombre y el pecado de la humanidad. Por eso la ley tuvo un ministerio de condenación y muerte. Si hubiera habido una ley que produjera vida, Dios la habría comunicado. Evidentemente, la vida y el modo de vivir cristiano no provienen de la Ley.

Estimado oyente, la vida está personificada en le persona del Hijo de Dios. Si usted es creyente, debiera recordar las palabras de Jesús registradas en el Evangelio de Juan 10:10, ofreciéndole los recursos para disfrutar de una vida de plenitud y de victoria. Dijo Jesús: "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia". Y si usted aún no ha confiado en Jesucristo como su Salvador, recuerde lo que se dice en el Evangelio de Juan 3:36: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que se niega a creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él".

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