Estudio bíblico de Romanos 9:32-10:10
Romanos 9:32 - 10:10
Estamos ya al final del capítulo 9 de esta epístola a los Romanos, y al concluir nuestro programa anterior, estábamos por finalizar la sección titulada "La elección de los no judíos en las profecías bíblicas", y decíamos que la Biblia dice claramente que Dios ha hecho Su parte al proveer una salvación para todo el mundo. Las puertas están abiertas para que todo aquel que quiera, pueda venir. Y el Señor mismo dijo en el evangelio según San Juan, capítulo 6, versículo 37, que "Al que a Mi viene, no le echo fuera". De modo que no se ponga usted a un lado para decir: "Yo no soy uno de los elegidos". Si usted quiere ser salvo, estimado oyente, usted está entre los elegidos. Ahora, si no quiere ser salvado, no está; es así de sencillo. Ahora, dijimos que éste es el universo de Dios. Y hemos llegado a la conclusión que Dios es soberano. Él obrará según Su voluntad y Su voluntad es justa; no hay posibilidad alguna de injusticia con Él. Dios no se equivoca, como los seres humanos. Y pasamos ahora a los versos finales de este capítulo 9 de la epístola a los Romanos, los versículos 32 y 33 que preguntan, por qué Israel no pudo alcanzar la justicia; leamos:
"¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino dependiendo de las obras de la Ley, de modo que tropezaron en la piedra de tropiezo, como está escrito: He aquí pongo en Sión piedra de tropiezo y roca de caída; y el que crea en él, no será defraudado".
En estos dos versículos finales, el apóstol Pablo volvió a considerar a la mayoría, o sea a los no elegidos de Israel. Y su fracaso no se debió a que no eran elegidos. Alguien ha dicho que "los salvados pueden atribuir su salvación a la elección; pero los perdidos no pueden atribuir su perdición a la falta de elección". No podemos leer algo aquí que Dios no ha dicho. El libre albedrío en verdad tiene su lugar, y Dios por cierto manda a todos en todo lugar que se arrepientan; pero ése no es el tema que se está discutiendo aquí. De modo que vamos a dejar esta sección así como Dios declaró la situación, ni más, ni menos.
Ahora, el texto citado aquí en el versículo 33, procede del libro del profeta Isaías, capítulo 8, versículo 14, y también del capítulo 28 del mismo libro, versículo 16. El judío tropezó. Para el no judío la cruz era una locura. Pero el que crea, sea judío o no lo sea, será salvado por aquella cruz. La mente humilde llegará con una fe sencilla. El hombre natural todavía tratará de producir, o de obtener la salvación mediante algún proceso natural. Tratará de reconciliar la soberanía de Dios con la responsabilidad de los hombres, como si la mente débil del hombre fuera capaz, infinita e infalible.
Y así, pues, concluimos nuestro estudio del capítulo 9 de esta epístola a los Romanos. Llegamos ahora, a
Romanos 10:1-10
El tema de este capítulo abarca los siguientes apartados. El estado presente de Israel y su posición actual. La salvación presente tanto para judíos como para no judíos. Hemos visto que el estado actual de Israel les presenta como perdidos, y ésa es su condición espiritual. Están perdidos, así como los no judíos lo están. La razón es que Cristo es el final de la ley de la justicia propia.
Entonces, Pablo volvió del tema de la soberanía de Dios a la responsabilidad del hombre. Comenzó esta línea de pensamiento en los versículos finales del capítulo 9. En este capítulo tenemos el propósito actual de Dios para Israel. La situación presente de Israel no se debe a que Dios haya limitado Su misericordia hacia ellos, sino a su celo de Dios sin conocimiento. Dios les ofreció Su propia justicia libremente, pero ellos procuraban establecer su propia justicia al tratar de cumplir la ley.
Leamos pues el versículo 1 de Romanos 10, donde comienza el párrafo sobre
La condición de Israel
"Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios es por la salvación de Israel"
En el capítulo 9, versículo 30, el apóstol Pablo volvió del tema de la soberanía de Dios a la responsabilidad de los hombres. Continuó esta discusión aquí en el capítulo 10. Estableció que su fracaso no se debió a que Dios hubiera limitado Su misericordia hacia Israel. Ellos eran responsables de su situación porque estaban cegados por su propio fariseísmo. Dios les hizo responsables. El Señor les había dicho en Lucas, capítulo 19, versículos 43 y 44, leemos: "Porque vendrán días sobre ti cuando tus enemigos te rodearán con cerca, te sitiarán, y por todas partes te estrecharán; te derribarán a tierra y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación".
El pueblo de Israel tiene muchos enemigos hoy en día. Están rodeados por las naciones árabes que quieren empujarlos al mar. Se hallan en apuros porque no conocieron el tiempo en que Dios vino a salvarles. Por tanto, dice el apóstol Pablo: ". . . el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación". Hay tres rasgos o distintivos obvios en su declaración, y son los siguientes:
Primero, Israel con todo lo que poseía en el aspecto religioso, como vimos allá en el capítulo 9, versículos 4 y 5, no fue salvado.
Permítanos decir estimado oyente, que probablemente, un alto porcentaje de personas que formalmente parecen ser miembros de una iglesia, no son salvados. Simplemente actúan como miembros de un club religioso. Están en rebelión en el sentido en que no aceptan la justicia que Dios les ofrece en Cristo. Usted puede aparentar ser muy religioso y sin embargo estar perdido. Israel tenía una religión, la cual les había sido dada por Dios mismo, pero con todo eso, aun así necesitaban ser salvados. Tenían religión, pero no tenían justicia. Tenían más que lo que tenía cualquier otra nación, pero aun así estaban perdidos. El deseo de Pablo, pues, era que Israel fuera salvado.
En segundo lugar, Israel se podía salvar, era salvable. Alguien ha dicho que Pablo no habría orado, si ellos hubieran sido del todo réprobos.
Y en tercer lugar, hoy están en el mismo nivel ante Dios como los que no son judíos, y deben ser evangelizados como cualquier otra gente que está sin Cristo. No hay diferencia alguna hoy en día. Como dijo Pablo en esta carta, en 3:23, "Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios". Esta idea de que una raza sea superior o inferior resulta ridícula. La tierra, al pie de la cruz está nivelada. Quienquiera que sea usted, no importa cuál sea su posición social, la iglesia a la que asista, sus buenas obras, o el color de su piel; esos factores no le salvarán. Si usted está sin Cristo, estimado oyente, usted está destinado al infierno. Y Dios es justo cuando le dice eso. Quizá usted piense que utilizamos una expresión dura, pero en realidad se trata de lo que Dios mismo ha declarado. Dios ha hablado con toda claridad y Él quiere que le comprenda bien.
Ahora, hay quienes creen que hoy en día, el evangelio también debe ser predicado primeramente al judío. No creemos que Pablo quiso decir que el evangelio debía ir cronológicamente al judío primero y luego a los que no eran judíos, como vimos en el capítulo 1 de esta epístola, versículo 16. Durante los primeros años en la ciudad de Jerusalén y en el resto de Israel no hubo creyentes no judíos. La iglesia estaba totalmente formada por creyentes judíos. Pero permítanos añadir que el judío tampoco debe ser excluido. El judío está incluido en el plan y propósito de Dios, y necesita el evangelio. No estamos de acuerdo con aquel teólogo que según la revista Time del 21 de Abril de 1958, dijo: "No traten de convertir a los judíos . . . los judíos pueden encontrar a Dios con más facilidad en su propia fe, que en el cristianismo". Este teólogo mantiene este punto de vista, según él dice, debido "especialmente a la culpa que puedan sentir si llegan a ser cristianos". Pero la realidad es que cuando llegan a ser cristianos, son librados de todo sentimiento de culpa. De modo que ellos deben tener el evangelio, como el resto de los seres humanos. Porque Dios está dispuesto a mostrar hoy su gracia y misericordia. Continuemos ahora nuestro estudio de este capítulo 10 de la epístola a los Romanos, y leamos el versículo 2:
"Porque yo soy testigo de que tienen celo o deseo de servir a Dios, pero no conforme al verdadero conocimiento".
Conocemos a algunos cristianos hiperactivos que parecen tener un deseo tan ferviente de servir a Dios y que, incluso, proclaman hacer todo en el nombre del Señor Jesús. Sin embargo, todo lo que tienen es solamente un activismo religioso en el cual la persona de Cristo no parece ocupar más que un lugar formal u oficial. En estos casos conviene recordar cuál es la pregunta clave que enfrenta a cada persona con su propia realidad espiritual, y es la siguiente: ¿Tiene usted a Cristo Jesús? ¿Ha aceptado usted la justicia que Dios le ofrece en Cristo Jesús? Usted no puede ser salvado de ninguna otra manera.
Habría que ser perfecto para poder ir al cielo y usted no es perfecto, ni yo tampoco, pero voy al cielo porque Jesús murió por mí. Él fue sepultado y resucitó de los muertos. Fue entregado por mis transgresiones y resucitó para que yo pudiera ser declarado justo. Cristo es perfecto y Él es mi justicia. Y algún día iré al cielo porque Jesús tomó mi lugar en la cruz.
Estimado oyente, ¿Es Jesucristo su Salvador? Olvídese por un momento de su apariencia social, de sus amistades, y no queremos menospreciar esa membresía oficial o vinculación respetable que usted pueda mantener con alguna iglesia o comunidad cristiana. Pero no vaya usted confiando en ella para la salvación. ¿Tiene usted una relación personal con Cristo Jesús? Debería tenerla. Ahora, Pablo sabía todo esto por experiencia ya que él había sido un fariseo celoso en cuanto a su afán por servir a Dios. Alguien ha traducido esto de esta manera: "Yo sé algo en cuanto a eso, en cuanto a ese celo. No fue debido a la ignorancia de la ley, porque prácticamente hicieron de ella un ídolo. Lo que pasó fue que no percibieron que todo el Antiguo Testamento señalaba a Cristo. Tenían los hechos, pero no la interpretación ni la aplicación de los hechos". Leamos ahora el versículo 3 de Romanos 10:
"Ignorando la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios"
El comentarista, Dr. Griffith Thomas habló sobre la falta de discernimiento del día presente y dijo: "¿No es increíble cómo las personas pueden leer la Biblia sin ver nunca la enseñanza esencial y su aplicación personal para ellos mismos? Casi no hay nada que sea más sorprendente, ni que entristezca más, que la presencia de un conocimiento intelectual de la Palabra de Dios, que no alcanza a apreciar su significado y poder espiritual. Israel era desconocedor de la justicia de Dios, según se describe en el capítulo 3 de esta epístola a los Romanos, versículo 21, donde vimos que se había manifestado entonces, aparte de la ley, pero testificada por la ley y los profetas; justicia que podía ser recibida por fe en Cristo. En contraste con ésta, ellos procuraban establecer su propia justicia. Así les sucede incluso a algunos lectores de la Biblia, que no han percibido en ella lo que realmente significa ser salvo. Pasemos ahora al versículo 4 de este capítulo 10 de la epístola de Pablo a los Romanos:
"Pues el fin de la Ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree".
En la Biblia de Jerusalén, este versículo se lee: "Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo creyente". Y la versión Dios habla hoy lo traduce así: "Porque la ley se cumple en Cristo para que sean hechos justos todos los que tienen fe". El Señor Jesucristo es el fin, la meta y Él mismo dejó esto bien en claro. Vino, según Sus propias palabras, para proveer una nueva vestidura de justicia, y no para remendar la vieja vestidura legal y raída de la ley. En el evangelio según san Mateo, capítulo 9, versículo 16, el Señor Jesucristo dijo: "Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura". Ahora, consideremos este asunto bajo los aspectos siguientes:
La ley fue dada para conducir a las personas a Cristo. No fue dada para salvar a los hombres, el apóstol Pablo, en su epístola a los Gálatas, capítulo 3, versículo 24 les dijo a los creyentes: "De manera que la ley ha sido nuestro guía para llevarnos a Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe". O sea, que no fue dada para salvarnos, sino para mostrarnos que necesitábamos ser salvos. Nos toma de la mano, nos lleva hasta la cruz de Cristo, donde podemos ver que necesitamos a ese Salvador que está allí ocupando nuestro lugar.
En segundo lugar, La ley llegó a su cumplimiento y a su fin en Cristo. Y en su carta a los Efesios, capítulo 2, versículo 15, dijo Pablo: "Cristo ha puesto fin a la ley consistente en mandatos y reglamentaciones, y de ambos pueblos (judíos y no judíos) ha formado uno solo, nuevo y unido en él". Y en su carta a los Colosenses, capítulo 2, versículo 14, expresó lo que hizo Cristo en la cruz, cuando "anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, y la quitó de en medio clavándola en la cruz".
La última parte de este versículo 4 dice: "...a todo aquel (lo cual recalca su carácter universal) que cree (lo cual enfatiza su carácter gratuito, pero tiene que ser recibida)"
Continuemos ahora con el versículo 5, que comienza a considerar
La posición presente de Israel
"Moisés escribe así de la justicia que se basa en cumplir la Ley: El hombre que haga estas cosas vivirá por ellas".
Pablo citó aquí del Antiguo Testamento para demostrar que la justicia de la ley y la justicia de la fe están en contraste y que se excluían mutuamente (La cita es del libro de Levítico 18:5 en la versión griega de los setenta).
Es un hecho que el hombre puede obtener cierta justicia en el cumplimiento de la ley, pero está claro que sería su propia justicia, y no la justicia de Dios. La verdad es que el hombre es incapaz de estar a la altura de la justicia de Dios. En su carta a los Gálatas, capítulo 3, versículo 2, dice el apóstol Pablo: "Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el escuchar con fe?" La ley ejerció un ministerio de condenación y de muerte. Leamos ahora los versículos 6 al 8 de este capítulo 10 de la epístola a los Romanos:
"Pero de la justicia que es por la fe, dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Pero ¿qué dice?: Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos"
El texto citado en esta sección procede del libro de Deuteronomio, capítulo 30, versículos 11 al 14. Ese pasaje era parte de la tarea encomendada por Moisés a la generación que estaba por entrar en la tierra de Canaán. La fe y obediencia resultarían en bendición. Por otra parte, el rechazo y la desobediencia a Dios resultarían en castigo, porque serían afligidos y dispersados. El punto importante de esa enseñanza de Moisés era que esa generación tenía el mensaje (cerca, en su boca, v. 8) y podía responder a él con fe (en su corazón), y podrían vivir ante Dios con obediencia. Ya que tenían el mensaje tan cerca, no tenían que pedir que fuera traído del cielo ni descender al abismo para obtenerlo. La "palabra", o sea las instrucciones de Moisés, estaban cerca de ellos. Al citar a Moisés, Pablo quiso indicar que la misma verdad se aplicaba a su generación, con el hecho añadido que Cristo se había encarnado en esta tierra, había vivido entre ellos y, después de muerto, había resucitado. Nadie tendría necesidad de subir al cielo para hacer descender a Cristo, ni de descender al abismo para que Cristo fuera levantado de los muertos. O sea que, también en el tiempo de Pablo, el mensaje de la justicia por la fe estaba cerca y a disposición de sus lectores, pues era el mensaje que el apóstol estaba proclamando. Leamos ahora los versículos 9 y 10:
"Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo, porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación".
Lo que Pablo estaba diciendo era que la persona debía poner de acuerdo su confesión de fe y su vida. Su boca y su corazón deben de estar en completa armonía, expresando lo mismo. Es con el corazón que se cree. El corazón implica la personalidad total, la totalidad del ser. Algunas personas hoy dicen algo con sus bocas, incluso utilizan un vocabulario piadoso de devoción a Dios, pero sus corazones están lejos de Él. Cuando usted exprese una confesión de su fe, es decir lo que usted cree, asegúrese de que su corazón exprese lo mismo, para que no esté usted pronunciando palabras que no significan realmente nada para usted personalmente. Una confesión expresada sin fe, se debe a que alguien se está engañando a sí mismo, o está cayendo en la hipocresía. Por otra parte, si hay fe sin confesión, puede deberse a cobardía. Y nos parece que el apóstol Pablo estaba diciendo que el apóstol Santiago tiene toda la razón cuando dijo en el capítulo 2 de su carta, versículo 20 que: "La fe sin obras es muerta". Es decir, que si la fe no va acompañada de hechos, es una fe inútil. Estimado oyente, aquí tenemos las más grandes verdades de la fe cristiana, tales como que Jesús es el Señor (lo cual es admitir que Dios se encarnó en Jesucristo y por lo tanto Jesucristo es Dios) y que Dios le resucitó de los muertos, que es la verdad esencial del Evangelio. Si usted expresa esta confesión con fe en su corazón, la promesa de Dios va dirigida personalmente para usted, y se resume en las siguientes palabras: "Si cree . . . será salvo".
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