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Estudio bíblico de Génesis 43:16-44:28

Génesis 43:16-44:28

Nuestro programa anterior finalizaba con el viaje de los hermanos de José de regreso a Egipto, donde Simeón había quedado como rehén. Después de escuchar el informe de sus hijos y, ante las exigencias de José, el anciano Jacob no había tenido más remedio que permitir que Benjamín viajase con ellos en este nuevo viaje para buscar alimentos. Así que, cuando llegaron a Egipto,

Los hermanos fueron recibidos en casa de José

Leamos los versículos 16 al 18;

"Cuando José vio a Benjamín con ellos, dijo al mayordomo de su casa: Haz entrar a estos hombres a casa, y mata un animal y prepáralo, porque estos hombres comerán conmigo al mediodía. El hombre hizo como José le dijo, y llevó a los hombres a casa de José. Y los hombres tenían miedo porque eran llevados a casa de José y dijeron: Por causa del dinero que fue devuelto en nuestros costales la primera vez hemos sido traídos aquí, para tener pretexto contra nosotros y caer sobre nosotros y tomarnos por esclavos con nuestros asnos."

Había un motivo evidente para que José les hubiese invitado a su casa, en vez de haberles recibido en una residencia oficial. Quería hablar con ellos en la privacidad de su propia casa. Y el temor de los hermanos era comprensible. En su viaje anterior les había tratado con dureza y ahora, esa invitación a su casa no presagiaba nada bueno. Claro que, en circunstancias normales, semejante invitación hubiera sido un motivo de jactancia. ¿No es cierto que nos sentiríamos halagados si un jefe del gobierno nos invitase a comer en su residencia privada? Sin embargo, a aquellos hombres aquel privilegio no les trajo ninguna satisfacción. Tenían un complejo de culpa y cada cosa que les sucedía les hacía sentir la realidad de esa culpabilidad por haber vendido a su hermano. El sentimiento de culpa impide que las personas puedan disfrutar de una sana alegría, haciéndoles sentir miserables. En medio de sus temores, empezaron a hacerse preguntas y a especular. ¿Estaría aquel gobernador de Egipto tramando de hacerles sus esclavos, a causa del dinero que había aparecido en sus costales cuando regresaban a Canaán? ¡Pensar que ellos no habían vacilado en convertir a su hermano José en un esclavo, cuando le vendieron a los Ismaelitas para el mercado de esclavos de Egipto!

Continuemos con el relato, leyendo los versículos 19 al 24:

"Entonces se acercaron al mayordomo de la casa de José, y le hablaron a la entrada de la casa, y dijeron: Oh señor mío, ciertamente descendimos la primera vez para comprar alimentos; y sucedió que cuando llegamos a la posada, abrimos nuestros costales, y he aquí, el dinero de cada uno estaba en la boca de su costal, todo nuestro dinero. Así que lo hemos vuelto a traer en nuestra mano. También hemos traído otro dinero en nuestra mano para comprar alimentos; no sabemos quién puso nuestro dinero en nuestros costales. Y él dijo: No os preocupéis, no temáis. Vuestro Dios y el Dios de vuestro padre os ha dado ese tesoro en vuestros costales; yo recibí vuestro dinero. Entonces les sacó a Simeón. Después el hombre llevó a los hombres a casa de José, y les dio agua y se lavaron los pies; y dio forraje a sus asnos."

Como vemos, comenzaron a disculparse, explicar y suplicar, apelando a aquel hombre. El era seguramente un funcionario que, aparentemente y a través del testimonio de José, había llegado a conocer a Dios. Por José, el mayordomo estaba también enterado, al menos en parte, de lo que estaba ocurriendo. Cuando les dijo: "Yo recibí vuestro dinero", me imagino que los hermanos se habrán asustado aun más. Aunque en esta ocasión fueron tratados como huéspedes. Observemos, una vez más, la costumbre del lavamiento de los pies, que comentamos anteriormente en la vida de Abraham y luego, en la ciudad de Sodoma, en casa de Lot.

Leamos los versículos 25 y 26;

"Entonces prepararon el presente para la venida de José al mediodía; pues habían oído que iban a comer allí. Cuando José regresó a casa, le trajeron el presente que tenían en su mano a la casa y se postraron ante él en tierra."

Recordemos que el anciano Jacob les había pedido a sus hijos que le llevasen un regalo a quien llamó "aquel hombre". Y al ver que, como en el viaje anterior, se postraron ante él en tierra, recordamos cómo se estaban cumpliendo aquellos sueños infantiles de José.

Leamos el versículo 27:

"Entonces él les preguntó cómo se encontraban, y dijo: ¿Cómo está vuestro anciano padre de quien me hablasteis? ¿Vive todavía?"

Este fue un momento dramático. José estaba probablemente sentado, no necesariamente en un trono, pero sí en un lugar elevado cuando sus hermanos se postraron ante él. En el momento en que se pusieron en pie, José les miró directamente a los ojos y ellos también le miraron. Después de todo, aquel anciano era también su padre y se interesó vivamente por él.

Leamos los versículos 28 y 29

"Y ellos dijeron: Tu siervo nuestro padre está bien; todavía vive. Y ellos se inclinaron en reverencia. Al alzar él sus ojos y ver a su hermano Benjamín, hijo de su madre, dijo: ¿Es éste vuestro hermano menor de quien me hablasteis? Y dijo: Dios te imparta su favor, hijo mío."

Vemos que se inclinaron nuevamente ante él. ¡Quién hubiera podido contemplar una fotografía de esta escena! ¿Verdad? Benjamín también se inclinó y José pudo verle bien. Era el hijo de su madre. Los otros eran sus hermanastros, pero éste era su hermano carnal. En aquel instante, después de bendecirle, José no pudo reprimir por más tiempo sus emociones y se vio obligado a retirarse.

Leamos el versículo 30:

"Y José se apresuró a salir, pues se sintió profundamente conmovido a causa de su hermano y buscó donde llorar; y entró en su aposento y lloró allí."

O sea que buscó un lugar en sus habitaciones privadas, donde poder dar rienda suelta a sus emociones y llorar. Acababa de ver a su hermano Benjamín después de unos 22 años. José tendría alrededor de 40 años y su hermano menor era un hombre joven. Al fin, logró reponerse.

Leamos el versículo 31:

"Después se lavó la cara y salió, y controlándose, dijo: Servid la comida."

Aquí tenemos una imagen maravillosa de una escena que aún no se ha cumplido. El profeta Zacarías nos cuenta en su libro, que Jesucristo que algún día, se dará a conocer a sus hermanos (el pueblo de Israel). Ellos le preguntarán sobre la heridas visibles en su cuerpo y que le fueron infligidas en la cruz; la herida de la lanza en su costado y las heridas de los clavos en sus manos. Entonces él les responderá: son las que me han hecho en casa de mis amigos. Y ellos le reconocerán y llorarán. El les ha provisto la salvación, porque ha dado la vida por su redención. Este evento tendrá lugar cuando el Señor Jesús regrese a la tierra. En ese momento se revelará a Sus hermanos, la nación de Israel. Habrá un remanente que le conocerá. Pero muchos de Sus hermanos no creyeron el Él cuando vino al mundo por primera vez. Sin embargo, en aquel tiempo, le conocerán.

De la misma manera, los hermanos de José fueron los que le habían enviado a la esclavitud. Le vendieron, se libraron de él. Pero, como vemos ahora en nuestro relato, él iba a presentarse ante ellos, dándose a conocer. Eso es precisamente lo que el Señor Jesucristo hará en un día futuro.

Una vez que José se hubo desahogado a solas, recuperó el control de sus emociones, volvió junto a sus hermanos y les dijo: ¡Comamos!

Dice el versículo 32

"Y le sirvieron a él aparte, y a ellos aparte, y a los egipcios que comían con él, también aparte; porque los egipcios no podían comer con los hebreos, pues esto es abominación para los egipcios."

Hubo varios detalles en aquella comida que los hermanos habrían advertido si no hubiesen estado tan asustados. El primero fue que José no comió con los egipcios, que comieron por su cuenta; es decir que José estuvo separado de ellos. Sus hermanos debieron pensar que esto se debía a que, en aquel lugar, él era el jefe. También hubo otro detalle que observamos en el versículo 33, que dice:

"Y los sentaron delante de él, el primogénito conforme a su primogenitura, y el más joven conforme a su juventud, y los hombres se miraban unos a otros con asombro."

José había dispuesto apropiadamente la colocación de cada uno a la mesa. Asignó a Rubén su debido lugar, a Benjamín el suyo, y a los demás hermanos, cada uno su lugar, de acuerdo con sus respectivas edades. Es lógico que se hubiesen mirado entre sí asombrados de que él conociese tales detalles. Continuemos leyendo el versículo 34:

"El les llevó porciones de su propia mesa, pero la porción de Benjamín era cinco veces mayor que la de cualquiera de ellos. Bebieron, pues, y se alegraron con él."

Prestemos también atención al hecho de que él mismo sirvió sus platos. Y, una vez más, no pudo evitar demostrar su afecto por su hermano Benjamín, a quién sirvió una porción cinco veces mayor que la de los otros. Este muchacho había pasado por una época de hambre y ésa era su primera comida decente después de mucho tiempo.

En fin, que aquella fue una alegre comida. Y que maravilloso será aquel día en que Aquel, de quien José es figura, venga, se presente y se revele ante sus hermanos.

Génesis 44

Nos encontramos nuevamente con un capítulo maravilloso y dramático. José tenía una intención oculta cuando envió a sus hermanos con los alimentos. El quería comprobar cuál era la relación y el afecto que sus hermanos tenían por Benjamín y por su padre. Recordemos que sus propios hermanos le habían vendido a él como a un esclavo. ¿Habrían cambiado? ¿Estarían dispuestos a permitir que Benjamín se convirtiese en un esclavo para salvarse ellos? Necesitaba esclarecer estas dudas antes de darse a conocer. La prueba que él iba a utilizar le daría la certeza absoluta de que sus hermanos no repetirían el episodio que él había sufrido por causa de ellos.

En nuestro próximo programa veremos que Judá actuaría como el portavoz del grupo y en ese gesto, nos quedó una hermosa imagen. El estuvo dispuesto a ocupar el lugar de Benjamín y su elocuente defensa de éste joven constituye uno de los pasajes más emocionantes de la Biblia.

Leamos los primeros 5 versículos de este capítulo 44, en los que se nos cuenta cómo

José envió a sus hermanos de regreso a su casa

"Entonces José ordenó al mayordomo de su casa, diciendo: Llena de alimento los costales de los hombres, todo lo que puedan llevar, y pon el dinero de cada uno de ellos en la boca de su costal. Y mi copa, la copa de plata, ponla en la boca del costal del menor, con el dinero de su grano. Y él hizo conforme a lo que había dicho José. Al rayar el alba, fueron despedidos los hombres con sus asnos. Cuando habían salido ellos de la ciudad, y no estaban muy lejos, José dijo al mayordomo de su casa: Levántate, sigue a esos hombres; y cuando los alcances, diles: ¿Por qué habéis pagado mal por bien? ¿No es esta la copa en que bebe mi señor, y que de hecho usa para adivinar? Obrasteis mal en lo que hicisteis."

En resumen, José les despidió y sus hermanos partieron, pensando que todo iba a ir bien. ¿Quién se iba a imaginar que había una copa en el costal de Benjamín? Pero el mayordomo de José, oportunamente instruido, les siguió y cuando el grupo aun no se había alejado mucho, les alcanzó y acusó de haberse llevado la copa que pertenecía a José.

Leamos los versículos 6 y 7:

"Así que los alcanzó, les dijo estas palabras. Y ellos le dijeron: ¿Por qué habla mi señor de esta manera? Lejos esté de tus siervos hacer tal cosa."

Observemos que el mayordomo les dijo que José usaba esa copa para beber y adivinar. Recordemos que José era un profeta, y que era capaz de predecir el futuro. Sabemos que, en efecto, así era porque interpretó los sueños del panadero y el copero de Faraón. Puede que hubiese utilizado la copa o, quizás, eso era parte de la treta que había planeado. Tenemos que entender que su don de profecía fue una capacidad que Dios le había dado a él, y que así sucedía en la época en que aun no existía una revelación divina escrita. No se trataba de un método de adivinación ni de predicción como, por ejemplo, el horóscopo. El recurrir a tales sisTemas, y la confianza que se deposita en ellos en la actualidad, revela la triste condición de muchas personas, su desorientación e inseguridad. En cualquier caso, no había ningún mérito en aquella copa. José tenía un don que provenía de Dios.

Veamos la reacción de los hermanos de José, leamos los versículos 8 y 9:

"He aquí, el dinero que encontramos en la boca de nuestros costales, te lo volvimos a traer de la tierra de Canaán. ¿Cómo, pues, habíamos de robar de la casa de tu señor plata u oro? Aquel de tus siervos que sea hallado con ella, que muera, y también nosotros entonces seremos esclavos de mi señor."

O sea que todos tenían la absoluta seguridad de que ninguno de ellos tenía la copa. Y entonces surgieron las complicaciones, porque al fin,

La copa fue hallada en el costal de Benjamín

Leamos los versículos 10 al 13;

"Y él dijo: Sea ahora también conforme a vuestras palabras; aquel que sea hallado con ella será mi esclavo, y los demás de vosotros seréis inocentes. Ellos se dieron prisa; cada uno bajó su costal a tierra, y cada cual abrió su costal. Y él registró, comenzando con el mayor y acabando con el menor; y la copa fue hallada en el costal de Benjamín Entonces ellos rasgaron sus vestidos, y después de cargar cada uno su asno, regresaron a la ciudad."

Como hemos leído en el versículo 2, José había pedido al mayordomo que colocase la copa en el costal de Benjamín. Imaginemos la desesperación de los hermanos, que habiendo supuestamente perdido a José, ahora no quisieron arriesgarse a perder a Benjamín y regresaron con él, después de haber rasgado sus vestidos, gesto común en aquellos tiempos para expresar intenso dolor y angustia.

Recordemos el pasaje de Génesis 37:34. Porque esa misma reacción de rasgar sus vestidos, la habían provocado ellos mismos cuando engañaron a su padre Jacob, en el momento en que le mostraron la túnica ensangrentada de José y él, al reconocerla, llegó a la conclusión de que su amado hijo José había muerto despedazado por una fiera.

Terminamos, pues, nuestro programa de hoy. En nuestro próximo encuentro veremos el desenlace de esta apasionante historia. Solo nos resta considerar que, así como Jacob tuvo que enfrentarse a las consecuencias de sus acciones, así también sus hijos, como hemos visto en el relato de sus experiencias desde que llegaron a Egipto en busca de alimentos y culminando en esta última escena de tanto desconcierto y desesperación. Porque el Dios que ama, es aquel que también ejerce la disciplina y castiga, como el padre a sus hijos. Y como es un Dios de amor, completa su obra, perdonando y restaurando.

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