Estudio bíblico de Salmos 137
Salmo 137
Éste es considerado un Salmo imprecatorio. Esto quiere decir que es un salmo que pronunció una maldición. Contiene una oración de venganza, que examinaremos al llegar al versículo 9. Algunos expositores han preferido dar un rodeo evitando así dicho versículo. Pero nosotros hemos decidido considerarlo de manera directa.
Algunos, en el sector crítico han optado por rechazar este Salmo como si no perteneciera a la Biblia, alegando que expresa un sentimiento contrario a lo que ellos creen o sienten. Su método es escoger de la Biblia lo que a ellos les agrada y rechazar lo que no les agrada.
Otros profesan creer en la totalidad de la Biblia, porque se consideran conservadores, pero ignoran una gran parte de su contenido. Por ello, nosotros colocamos un gran énfasis en la enseñanza de las Sagradas Escrituras.
Nosotros creemos en la veracidad de la totalidad del texto de la Biblia e intentamos comprenderla con la ayuda del Espíritu Santo. El objetivo es determinar el significado que Dios asignó a este libro, y el propósito que Él tuvo al registrar ciertos acontecimientos de la historia. Queremos saber en quién, y qué estamos creyendo, para poder explicar a otros el origen y la naturaleza de la esperanza que tenemos. Es con esta actitud que llegamos a este Salmo 137. Aunque este poema expresa pensamientos que a primera vista parecen muy duros, los consideraremos en el contexto histórico y social en el que fueron pronunciados.
Este Salmo trató sobre un determinado período de la historia del pueblo de Dios. Se trata de un Salmo histórico, lo cual no es muy corriente. Los libros históricos del Antiguo Testamento no registraron la historia de la nación de Israel durante los setenta años de su cautiverio en Babilonia. Así es que no tenemos un relato de ese cautiverio. Es cierto que Jeremías profetizó sobre él, pero él no fue con los cautivos a Babilonia. Ezequiel estuvo en Babilonia, pero profetizó a los cautivos que allí se encontraban. Sólo podemos imaginar por deducción las condiciones del pueblo. Este profeta estaba más preocupado por sus visiones que con la historia. También Daniel estuvo en Babilonia durante ese período; pero se encontraba en la corte real, profetizando a los gobernantes no judíos. De él no tenemos ningún relato relacionado con los cautivos. Así que los setenta años del cautiverio babilónico constituyen un período de silencio. Dicho período es como un espacio vacío, en lo que concierne a los libros históricos. Los dos libros de los Reyes, y los dos libros de Crónicas nos conducen hasta la destrucción de Jerusalén y el cautiverio. Los siguientes libros históricos, Esdras, Nehemías y Esther retomaron la historia una vez terminado el período de setenta años del cautiverio, y cuando el pueblo israelita se encontraba en su tierra. Y así, el cautiverio fue pasado por alto, porque en el plan de Dios Su reloj se detiene cuando Su pueblo está fuera de su tierra. Por tal motivo, no tenemos un registro histórico de ese período. Este hecho le da énfasis e importancia al Salmo 137, porque éste es como un puente que cruza por encima de un espacio de silencio. Es también como un mirador en el que uno puede detenerse en una autopista para contemplar un paisaje que nunca ha visto antes. No podemos ver mucho, pero sí algo de este período silencioso.
Diremos entonces que el Salmo 137 registra la trágica pero tierna experiencia de este pueblo durante los setenta años de su cautiverio. En este Salmo encontraremos un odio amargo y un amor profundo. Veremos a un pueblo agobiado y superado por sus emociones. Aquellos cautivos vivieron intensamente los eventos registrados en este poema.
Echemos pues, una mirada a este Salmo ya que eso es lo importante. Leamos el versículo 1 para comenzar a examinar:
La experiencia central
"Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos y llorábamos acordándonos de Sion".
La situación geográfica de esta gente era importante. Se encontraba junto a los ríos de Babilonia. Habían tenido una experiencia única, que ningún otro pueblo había tenido. Desde la tierra de Gosén en Egipto hasta los guetos de Europa han aprendido lo que significaba vivir en una tierra extraña. Sabían lo que implicaba recorrer todo el camino desde las fábricas de ladrillo de Egipto hasta el cautiverio en Babilonia. Supieron lo que era pasar tiempo en los campos de trabajo para esclavos. Junto a los ríos de Babilonia se encontraba el lugar donde eran perseguidos, donde realizaban su trabajo y donde sufrían.
Pero surgía la pregunta: ¿Qué estaban haciendo allí? Aparentemente no tenía sentido que estuvieran allí. Dios les había colocado en la tierra prometida y les había prometido mantenerles allí como Sus testigos, mientras fueran fieles a Él. ¿Qué estaban haciendo entonces junto a los ríos de Babilonia?
Los ríos de Babilonia eran, por supuesto, canales. Es un hecho aceptado que el pueblo de aquella región cavó los canales que salían de los ríos Tigris y Éufrates. Por los canales el agua se deslizaba por aquella zona para regar la tierra. Aquella era la gente que salía hasta que se ponía el sol excavaban trabajosamente aquel terreno desértico seco. Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos. ¡Qué imagen de profundo abatimiento! ¡Qué cuadro de desesperación! Decían que se sentaban allí. ¿Qué otra cosa podían hacer? Lloraban al recordar a Sion. ¡Qué desolado y desconsolado puede llegar a sentirse uno!
Los salmos son canciones de alabanza. Expresan alegría, una fe sólida, esperanza y confianza. Pero no este salmo. Éste es el salmo en el que ellos se dieron por vencidos. Dice que lloraban al recordar a Sion. En este Salmo no hay alabanza. La situación no se podía ver más oscura.
¡Qué gran contraste entre Jerusalén y Babilonia! Jerusalén más allá de los montes, hermosa en su pintoresca ubicación, y Babilona, situada en una tierra seca. La gente no se encontraba allí por su propia voluntad, sino porque su ciudad había sido destruida. Porque un pueblo más poderoso que ellos había invadido su ciudad y los había tomado prisioneros, les habían agrupado como animales y les hacían trabajar como esclavos. Y en aquellos años sentían nostalgia y lloraban al recordar su tierra.
¿Por qué se encontraban allí? Fueron llevados allí porque habían pecado contra Dios. Escuchemos el testimonio de alguien que lloraba con frecuencia, el profeta Jeremías. No debemos culparle por ello porque cuando Dios tuvo que elegir a un hombre para que anunciase Su juicio sobre los israelitas, escogió a alguien que tenía un corazón sensible. Fue Jeremías quien les anunció que serían llevados al cautiverio. Dios no usó a una persona brutal para anunciar un mensaje severo. Eligió a un hombre que tenía una gran sensibilidad. Y dijo Jeremías en Lamentaciones 1:8, "Gravemente ha pecado Jerusalén, por lo cual ha sido removida de su lugar". Aquí tenemos el motivo por el cual se encontraban a las orillas de los canales de Babilonia. Habían pecado gravemente. Ahora escuchémosles en el versículo 2 de este Salmo 137:
"Sobre los sauces, en medio de ella, colgamos nuestras arpas".
Ellos ya no tenían deseos de cantar y dejaron de hacerlo. Y estaban lamentándose en vez de cantar, así que dejaron de usar las arpas y las colgaron de los álamos y sauces. No podían cantar las canciones de Sion junto a los ríos de Babilonia. Las canciones pertenecían ya al pasado, cuando alababan a Dios en Sion.
En la actualidad hay multitudes de cristianos que, figurativamente hablando, han colgado sus arpas en los sauces llorones. Han perdido sus canciones y están repitiendo siempre la misma historia con sus lamentos.
Hermano cristiano: ¿Ha perdido usted su canción? Quizás usted puede recordar le alegría que usted experimentó cuando vino a Cristo. Leamos ahora el versículo 3, que comienza a hablarnos de:
La experiencia crítica
"Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían cánticos, los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos algunos de los cánticos de Sion".
La gente de Babilonia había oído hablar del canto en Israel. Como veremos en unos instantes, los israelitas eran mundialmente famosos por una razón determinada. Y cuando se supo que serían llevados a los canales que se encontraban fuera de Babilonia, porque habían sido colonizados y tendrían que trabajar como esclavos en los campos de trabajo la gente quiso ir a verles. Eran conocidos en muchos países porque en Jerusalén había un templo dedicado al único y verdadero Dios. Cuando los visitantes extranjeros llegaban a Jerusalén encontraban que la gente no adoraba a una imagen sino que servían al Dios vivo, acercándose a Él a través de la redención y el perdón de los pecados, y que le cantaban alabanzas. Nunca habían visto ni oído nada semejante. Y las noticias se fueron esparciendo por todo el mundo de aquella época. Recordemos que al enterarse de ello, la reina de Saba vino desde los confines de la tierra. Pensó que los informes que había recibido no eran ciertos. Y así, ante la mirada de muchos extranjeros, durante las fiestas el pueblo se reunía en Jerusalén y cantaban estos salmos. Probablemente todos los salmos fueron preparados para la música. David organizó un coro y una orquesta con centenares de músicos. Se cree que en algunas ocasiones llegaron a reunirse cien mil personas alrededor del templo para cantar alabanzas a Dios. El ver y escuchar aquellas ceremonias debe haber sido una experiencia muy impactante. Pero en el momento de la escritura de este Salmo, el templo estaba quemado, la ciudad de Jerusalén se encontraba en ruinas y el pueblo trabajaba como esclavo en Babilonia. Muchos viajeros habrán llegado a Babilonia recordando cuando estaban en Jerusalén durante las fiestas, en medio de una multitud de miles de personas procedentes de todo el mundo, y entonces revivían aquel momento en que el humo del sacrificio se elevaba, y de las gargantas de aquel pueblo surgía un salmo que les elevaba y hacía sentir fuera de esta tierra. ¡Nunca habían pasado por una experiencia semejante! Ese pueblo israelita siempre ha producido grandes músicos, desde el rey David, el dulce cantor de Israel, y luego pasando por Meyerbeer, Offenbach, Félix Mendelsohn, George Gershwin, Paul Whiteman, Irving Berlin, Yehudi Menuhim, Daniel Baremboin y otros.
Así que cuando los israelitas se reunieron para cantar alabanzas a Dios, el mundo se enteró. Dios tenía la intención que el mundo lo supiera. Y en este momento histórico en que permanecían cautivos en Babilonia, los habitantes de esta ciudad quisieron escucharles cantar. Y cuando llegaron a cierto lugar, vieron las arpas colgadas de los sauces llorones y a los cautivos sentados y hundidos en el desaliento. Porque en vez de cantar estaban llorando. Y aun así, quizás con desprecio, para burlarse de ellos les dijeron: "Cantadnos algunos de los cánticos de Sion". Escuchemos entonces la reacción de los cautivos, en el versículo 4:
"¿Cómo cantaremos un cántico del Señor en tierra de extraños?"
Y con un sollozo de su alma decían: "Hemos perdido nuestras canciones. Ustedes se están burlando de nosotros al pedirnos que cantemos una canción de Sion. Nuestra ciudad está lejos y ha quedado reducida a cenizas, ruinas y escombros. ¿Cómo podremos cantar en una tierra extraña?"
Lo interesante es que el cristiano ha de cantar en una tierra extraña. Los israelitas tenían razón al negarse a cantar. Tampoco Dios les hubiera pedido que cantaran donde se encontraban. Las canciones de Sion tenían que cantarlas en Sion. El hijo de Dios es en la actualidad un peregrino y un extraño en este mundo. Siglos antes a este tiempo, los israelitas estaban viajando por el desierto, habiendo dejado atrás la esclavitud en Egipto, en su camino hacia la tierra prometida. Encabezaban la marcha los Levitas llevando el arca, cantando. Inmediatamente detrás de ellos iba la tribu de Judá, cuyo nombre significaba "alabanza". Cruzaron el desierto con una alabanza en sus labios. En la actualidad, éste es el camino que el hijo de Dios tiene que recorrer a través del desierto de este mundo. Cada cristiano debería tener hoy una canción en el corazón. Y no digo en sus labios, aunque David dijo muy claro que teníamos que cantar con alegría. Porque Dios nos ha dado una canción, la canción de la redención.
Ahora hay razones para que la gente pierda su canción. En primer lugar, hay una tendencia natural; es decir, el factor psicológico. Algunos psicólogos nos dicen que hay personas sanguíneas por naturaleza. Están sonriendo alegremente, indiferentemente de las circunstancias. Otras personas son el polo opuesto. Están llenas de melancolía. Algunas razas manifiestan esta tendencia, mostrando una actitud pesimista hacia la vida.
El segundo factor es el desánimo y la desilusión que embarga a muchos cristianos. La vida zarandea a algunos más que a otros. Todos conocemos a algunos creyentes que parecen tener más preocupaciones que todos los demás. Y entonces, pierden de vista su canción.
Hay una tercera razón. A veces la gente pierde su canción a causa del pecado. Recordemos que David, en su gran confesión, registrada en el Salmo 51, clamó en el versículo 12: "Devuélveme el gozo de tu salvación". David nunca perdió su salvación, pero sí, con seguridad, perdió la alegría de una persona salva. Y esto fue lo que pidió a Dios que restaurara. Y en el Salmo 32 habló del período terrible y opresivo en el cual su pecado no fue confesado. Decía que le dolían los huesos y no podía dormir. ¡Qué cuadro!
Se dijo del Señor Jesucristo que fue un varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Pero antes de que le consideremos una persona triste, porque no lo era, recordemos que Isaías dejó claro que Él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores (Isaías 53:4). Cuando todas las penas y dolor de nuestro pecado fueron puestos sobre Él, fue el Varón de Dolores. Pero Jesús no tenía dolores ni penas propias, porque no había pecado en Su vida. Él fue tratado como un pecador, y se convirtió en nuestra ofrenda por el pecado, completamente identificado con nuestro pecado.
Volviendo a nuestro salmo, y a la pregunta ¿por qué se encontraban ellos en Babilonia? Recordemos que habían pecado. ¿Y por qué habían perdido su canción? Porque habían pecado y el pecado nos puede robar a usted y a mí nuestra canción. Leamos ahora los versículos 5 y 6 de este Salmo 137, que comienzan a hablarnos de:
La experiencia suprema
"Si me olvido de ti, Jerusalén, pierda mi mano derecha su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acuerdo; si no enaltezco a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría".
Después de las burlas de la turba en Babilonia, y después de negarse a cantar le hicieron a Dios una promesa: Que nunca se olvidarían de Jerusalén.
Pero había ahí un rayo de esperanza. Y era el arrepentimiento. Éste era un compromiso de lealtad. Fue como si hubieran dicho: "Ahora seremos obedientes a Dios, y queremos volver a cumplir Su voluntad, Queremos regresar a Jerusalén". Y dice el versículo 7:
"Señor, recuerda a los hijos de Edom cuando el día de Jerusalén decían: ¡Arrasadla, arrasadla hasta los cimientos!"
Edom, el eterno enemigo, estaba allí en os días en que cayó Jerusalén, y en medio de burlas y gritos de venganza alentaban a los de Babilonia para que éstos destruyeran a Jerusalén. Entonces los israelitas recordaron aquello, y los sobrevivientes a aquella destrucción clamaron pidiendo justicia. Era un verdadero clamor por justicia.
Alguien dirá que ese no es el espíritu cristiano. Es cierto. No lo es. Pero aquella gente vivía bajo la ley de Moisés y no sabían lo que era la gracia de Dios. Estaban sujetos a una ley que proporcionaba justicia. Quizás algunos hayan interpretado mal las palabras del Señor en la cruz (Lucas 23:34) "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Él no estaba absolviendo todos los pecados de aquella gente, sino pidiéndole al Padre que les perdonara de aquel pecado concreto de crucificarle, porque no sabían lo que estaban haciendo. La responsabilidad de ese crimen no les sería imputada. Pero ellos eran aun pecadores como los demás, y tendrían que venir a Él como pecadores, como uno de ellos así lo hizo, y nos referimos a Saulo de Tarso, que probablemente estaba allí en aquella ocasión. Saulo tuvo que venir a Cristo para recibir el perdón de sus pecados.
Y alguien podría destacar que el mártir Esteban, antes de morir dijo, como vemos en los Hechos 7:60, "Señor, no les tomes en cuenta este pecado". Y allí Esteban estaba exponiendo cual es la actitud que el cristiano debe adoptar. El apóstol Pablo la expresó en Romanos 12:19: "19No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor". ¿Cuál es, entonces, el espíritu cristiano? Pues, es la actitud de no vengarse. ¿Quiere decir que no se hará nada al respecto? No. Lo que dice el pasaje que hemos leído es que si uno ha sido perjudicado, o de alguna manera herido, no debe devolver el golpe o la ofensa, tomándose la justicia por su propia mano. Hay que dejar el castigo en manos del Señor. Él se hará cargo del asunto. El Señor no permitirá que nadie que haya obrado injustamente se salga con la suya. Es que cuando tomamos el asunto en nuestras propias manos, estamos abandonando el camino de la fe. Es como si no confiáramos en que Dios pueda tratar ese problema. Así que recordemos que Él es un Dios justo, y la justicia prevalecerá.
Y alguien podría decir que la actitud de pedir justicia no es propia del Nuevo Testamento. Pero en Apocalipsis 6:9 y 10 leemos: "9Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían muerto por causa de la palabra de Dios y del testimonio que tenían. 10Clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo Señor, santo y verdadero, vas a tardar en juzgar y vengar nuestra sangre de los que habitan sobre la tierra?" Como vemos, un clamor por venganza no es contrario al espíritu del Nuevo Testamento. Porque la justicia debe prevalecer, y Dios es justo.
Mucho depende, estimado oyente, de qué piensa uno sobre el mal. Si alguien causa mal a sus hijos, ¿no deseará usted que la justicia castigue al culpable?
Se ha dicho del Señor, cuando venga la próxima vez, lo que leemos en el Salmo 45:7, "Tú amas la justicia y odias la maldad". Usted no puede amar a la justicia, sin detestar la maldad. Usted no puede amar a Dios sin detestar al máximo enemigo de Dios, al diablo. Usted no puede amar lo que es justo y bueno, sin detestar lo que es injusto y malo. ¿Cuan profundamente siente usted aversión hacia el mal?
Estos cautivos, junto a los canales de Babilonia, sintieron ese problema profundamente, y todo lo que estaban pidiendo era que prevaleciera la justicia. Continuemos ahora leyendo el versículo 8 de este Salmo 137:
"Hija de Babilonia, la desolada, bienaventurado el que te dé el pago de lo que tú nos hiciste".
Ésta era le ley de la retribución. Y es aún un principio que el hijo de Dios no debe olvidar. Fue expresado por San Pablo en Gálatas 6:7, y dice: "No os engañéis; Dios no puede ser burlado, pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará". No cosechará nada más, recogerá exactamente lo que haya sembrado.
Lo que aquella gente estaba diciendo, era: "Dios, que les ocurra a ellos lo que nos ha ocurrido a nosotros", o sea, la ley de la retribución. Y recordemos que nuestro Señor dijo en Mateo 26:52: "Todos los que tomen espada, a espada perecerán". Y ahora llegamos a un versículo fuerte y difícil. Leamos el versículo 9:
"¡Dichoso el que tome tus niños y los estrelle contra la peña!"
Imaginemos por un momento al israelita allá junto a los canales de Babilonia, abatido, descorazonado, presionado para que cantara en medio de insultos y burlas, y protestando porque no tiene deseos de cantar. Recordaba la destrucción de su amada ciudad y del templo de Dios. Y pensaba en la tragedia que allí ocurrió. Podía ver a los edomitas aclamando a los enemigos, instando a los babilonios a continuar el saqueo. Podía ver como los babilonios destruían la ciudad y se producían escenas espantosas. Las madres trataban de proteger a sus hijos con su cuerpo, pero había soldados que arrebataban los niños a la fuerza y tomándolos por los talones, los golpeaban contra las rocas, despedazándolos. Y recordando aquellas escenas dijeron: "Como hay un Dios justo en los cielos, alguien les hará lo mismo a los babilonios".
Nos guste o no, el caso fue que el rey Ciro el Grande, por medio de su general, hizo a los babilonios exactamente lo que los babilonios les habían hecho a los habitantes de Jerusalén.
¿Es este Salmo para la Edad Media? ¿Ha pasado de moda en esta época progresista? ¿Se ha civilizado el hombre de nuestro tiempo y se ha hecho más cariñoso y respetuoso con los derechos humanos, de manera que este Salmo ya no resulta relevante?
En el día de hoy hay conflictos en cada continente. Y los más perjudicados, las víctimas más trágicas de esta situación y de la explotación que unas personas ejercen sobre los más débiles, son los niños. La inhumanidad del ser humano ha hecho que este Salmo sea actual y refleje una realidad contemporánea. Y llegará un día en que la maldad imperará sin restricciones. Pero sabemos que hay un Dios en el cielo, que es un Dios de justicia, y que pondrá fin al pecado. También le damos gracias a Dios porque es un Dios de compasión y misericordia, que no se parece a los seres humanos. La cruz en que murió Cristo revela Su amor; revela Su santidad. Mi Salvador cargó con mi pecado. Y Dios amó al mundo de tal manera que entregó a Su Hijo a morir en lugar mío, porque Él tiene que juzgar el pecado.
Y en el día de hoy, en la época de la gracia de Dios, Él es compasivo y misericordioso. Pero no digamos la verdad a medias, Dios es también santo y justo. Aquellos que no reciban al Salvador, aquellos que desdeñen y rechacen Su gracia, aquellos que le den la espalda a Su misericordia, serán juzgados. Y Él no tiene por qué pedirnos disculpas a nosotros, en el siglo veintiuno, por hacerlo así. Porque ha sido paciente con el género humano, con nosotros. Ha esperado y mostrado Su gracia por mucho tiempo. Estimado oyente, ¿es consciente de que Dios le ama? ¿Ha buscado usted el refugio de Su gracia?
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