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Estudio bíblico: La persona digna de seguir: Nehemías como anticipo de Jesucristo -

Serie:   Nehemías
Autor: Esteban Rodemann
España
Resultado:
Votos:
7
Visitas:
20010

La persona digna de seguir: Nehemías como anticipo de Jesucristo

Introducción

El llamado "proceso de Bolonia" -el esfuerzo político por homologar los distintos sistemas universitarios europeos- nació a partir de una declaración de los ministros de educación de la Unión Europea en 1999, firmada en la ciudad italiana de Bolonia. La idea era facilitar el intercambio de titulados, adaptar los contenidos a las demandas reales de la sociedad, posibilitar una mayor movilidad de estudiantes, profesores, e investigadores, y potenciar la financiación de la universidad pública. Ha habido mucha polémica, y habrá que ver en qué queda toda la propuesta de reforma.
Uno de los objetivos de Bolonia es permitir que los estudiantes elijan con quién quieren estudiar. A veces es más importante escoger el profesor que la asignatura. Todos hemos tenido en algún momento de la vida algún maestro que nos ha inspirado de forma especial. Dices en tus adentros que le seguirías hasta el fin del mundo para continuar escuchando, aprendiendo de él o de ella. Porque cuando das con una persona que destaca en su campo y también sabe transmitir sus conocimientos, eso inspira, motiva, abre apetito, despierta la curiosidad intelectual. Da ganas de aprender.
Es lo que vemos en el evangelio. Jesús constantemente llamaba a las personas a seguirle: "ven, sígueme", "venid en pos de mí". En su día abundaban ideas raras en materia religiosa y conceptos equivocados acerca de Dios, y estos errores se pasaban de maestros a alumnos. Por el cacao doctrinal que reinaba, Jesús sabía que su palabra tendría que ser escuchada una y otra vez para hacer mella en los corazones. Su invitación muchas veces se limitaba a un "sígueme", como para decir "acompáñanos, presta atención, y poco a poco te irás enterando de las cosas". Seguirlo abría la puerta a la comprensión, no sólo por escucharlo decir las mismas cosas repetidamente en las sinagogas, sino también porque la cercanía permitía conocerlo en su carácter, su forma de ser.
El carácter y la palabra van de la mano. Lo que uno es respalda lo que uno dice. Así fue en el caso de Jesucristo. Dice "llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón". La motivación de someterse (llevar el yugo) brota del convencimiento de que es bueno en su carácter (manso y humilde de corazón). Es decir, no hará daño. Además, él se ha sometido primero al Padre. Habiendo dado ejemplo y siendo bueno de corazón, Cristo nos invita a dejar que él mande en nuestras vidas, para nuestro propio bien.
Contemplar la persona de Jesucristo no sólo nos convence a ceder ante sus exigencias, sino también nos transforma en lo más profundo de nuestro ser. El apóstol afirma que cuando miramos a Cristo en el espejo de las Escrituras, este hecho produce cambios en nuestro interior, como también en nuestro comportamiento. Somos transformados progresivamente en su imagen, "de gloria en gloria" (2 Co 3:18). Cuando nos acercamos a él como piedra viva (la piedra desechada, pero convertida ahora en cabeza del ángulo), los creyentes realizamos nuestra condición de piedras vivas (1 P 2:4-5). La intención de Dios consiste precisamente en esto, en reproducir en nosotros todas las perfecciones del Hijo de Dios (Ro 8:29). Su meta no es sólo que marchemos al cielo al final, sino que lleguemos a ser como Jesucristo durante nuestra estancia aquí en la tierra.
El cambio personal efectuado por la asociación con Cristo llamaba la atención de la gente. Jesús llamó a los doce a estar con él primero, y luego (siendo cambiados por estar cerca de él, (Mr 3:14) a salir a predicar. Los adversarios reconocen en Pedro y Juan el hecho de haber estado con Jesús (Hch 4:13). El apodo "cristiano", dado por primera vez en Antioquía (Hch 11:26), destacaba la semejanza. Los seguidores eran "pequeños Cristos", es decir, se veía en ellos la cualidad de "Cristo-en- uno".
Este principio -transformación personal por asociación con otro- ya se anticipaba en el Antiguo Testamento. Los profetas anuncian que las personas llegamos a parecernos a aquello que amamos (Os 9:10). Así había sido el caso de Moisés, que después de estar cuarenta días en el monte de Sinaí, descubría que su rostro brillaba con la gloria de Dios. Estar con Dios había imprimido el resplandor divino en él (Ex 34:29). De la misma manera, Josué recibe el espíritu de Moisés por haberlo seguido hasta el final (Dt 34:9), y Eliseo recibe el espíritu de Elías, también por seguir hasta el final (2 R 2:15). Estar con otro, contemplarlo y seguirlo, todo esto obra cambios reales en la persona.
Lo más importante era contemplar por fe al Mesías venidero, el Redentor prometido desde el huerto de Edén (Gn 3:15). La visión de fe se hacía cada vez más nítida con las sucesivas ampliaciones de la promesa dadas por profetas autorizados, y esto avivaba la expectación del pueblo. Además de la revelación verbal progresiva, Dios iba levantando a personas en el devenir del tiempo que encarnaban las cualidades que algún día serían características del Salvador. Unos y otros se parecían a Cristo en varios aspectos, y estos ejemplos vivos aumentaban el deseo de todos, de que el Ungido apareciera en escena.
Como Adán, Cristo sería cabeza de una nueva humanidad. Como Abel, daría testimonio muriendo injustamente. Como Noé, daría descanso protegiendo del juicio de Dios. Como Abram, tendría la mirada puesta en el reino (la ciudad con fundamentos, cuyo arquitecto y constructor era Dios). Como Isaac, sería ofrecido en sacrificio por su padre (cargando la leña, como la cruz, sobre su espalda). Como Jacob, lucharía con Dios hasta conseguir la bendición (en Getsemaní). Como Raquel, "daría a luz" muriendo. Como José, sería rechazado por sus hermanos y luego glorificado entre los gentiles.
Los jueces, los reyes, y otros personajes en Israel también dan pinceladas de lo que sería el futuro Redentor. Aod mata al rey de Moab con la mano izquierda, como Cristo acabaría con Satanás con una maniobra sorprendente (la cruz). Jael clava la estaca en las sienes de Sísara, como Cristo da el golpe de gracia en la cabeza de la serpiente con la "estaca" de la cruz. Gedeón derrota a los madianitas rompiendo vasijas de barro y dejando ver las teas ardiendo; así Cristo dejaría ver su gloria a través de la "vasija rota" de su cuerpo en la cruz. Sansón mata a más filisteos muriendo que durante su vida. El rey David llega a reinar en virtud de sus combates contra Goliat y otros enemigos. El rey Salomón destaca por su sabiduría y su reinado de paz. Todos anuncian distintas facetas de la persona del Redentor.

Viendo a Jesucristo a través de Nehemías

Muchos personajes en Israel aparecen como "tipos" de Cristo. Es decir, son profecías vivientes de algunas de las cualidades que luego serían propias del Hombre-Dios. Es el caso de Nehemías. Tanto su nombre ("consuelo de Jehová") como su obra (construir la nueva "ciudad de luz" sobre las ruinas de la Jerusalén antigua) aluden a Otro que iba a dar el cumplimiento final a todo ello. Si miramos a Nehemías para discernir la persona de Jesucristo, veremos que el proyecto del gobernador sólo era posible en virtud de la clase de persona que era. Otros le seguían para levantar la muralla de Jerusalén, diciendo "levantémonos y edifiquemos" (Neh 2:18), porque sus cualidades personales inspiraban confianza y lealtad. Al mismo tiempo, la persona de Nehemías anunciaba cómo sería el Redentor futuro, para que los habitantes de Jerusalén pusieran toda su esperanza en Otro mayor que Nehemías. También, las cualidades de Nehemías son las que deben caracterizar a todos los hombres; son los atributos que Jesucristo quiere formar en nosotros ("hechos conformes a la imagen de su Hijo", (Ro 8:29) a través de su Espíritu.
Nehemías nos dirige a Cristo, para que esperemos en él, y Nehemías nos demuestra el carácter que Cristo forma en todos aquellos que le han conocido por la fe. Se podría apuntar algunas cualidades específicas que anticipan al Salvador:

Preocupación por las personas

Preocupación por las personas, como también por el testimonio de Dios en el mundo. Nehemías recibe la noticia de la desastrosa situación de Jerusalén y la calamidad lo quebranta: se sienta, llora, hace duelo, ayuna, y luego ora a Dios (Neh 1:4). Se duele del testimonio devastado: sin la "visión de paz" (significado de "Jerusalén"), no hay confirmación visible de la promesa de Dios de dar dirección, provisión, renovación, y protección a los hombres.
El gemido, como el de Nehemías al recibir la noticia de la devastación de Jerusalén, es fruto de la angustia; es la expresión corporal del dolor extremo. Dios oye el gemido de los hijos de Israel en Egipto (Ex 2:24), y promete responder al gemido de todos los menesterosos (Sal 12:5). Los profetas hablan de un día futuro cuando la inauguración de su reino hará que huya toda tristeza y todo gemido (Is 35:10) (Is 51:11).
Pero Dios no permanece ajeno a los gemidos de los hombres. No contempla -imperturbable y distanciado- el sufrimiento humano, sino entra en ello y lo comparte. Dice que "fue angustiado a causa de la aflicción de Israel" (Jue 10:16), en un momento cuando Israel sufría de la opresión de los amonitas. Sufrían por su propia culpa, por haber servido a los baales, pero aun así (y sobre todo cuando se arrepienten de ello), el Señor se angustia con, y al lado de, ellos. (Is 63:9) dice, "En toda angustia de ellos, él fue angustiado...". La idea es que él asume sobre sí la angustia que el pecado provoca -justamente- en los hombres. En vez de congratularse ("se lo merecen"), se lamenta de las malas elecciones humanas que desembocan en tan terribles consecuencias. "Porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres" (Lm 3:33).
La angustia divina se iba a manifestar plenamente en el Mesías, que sería "varón de dolores, experimentado en quebranto" (Is 53:3). Estaría angustiado y afligido por llevar sobre sí, como sustituto, el pecado de los hombres (Is 53:7). Cuando vemos a Jesucristo gimiendo al sanar al sordomudo (Mr 7:34) o encajando la dureza de los fariseos (Mr 8:12), el gemido vislumbra lo que luego sería el dolor de la cruz. Jesús contempla a las multitudes desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor, y tiene compasión de ellas (Mt 9:38). Literalmente, el texto dice "se le conmovieron las entrañas". Se angustia con la angustia de ellos. Algo parecido ocurre cuando se estremece y llora al lado de la tumba de Lázaro (Jn 11:33,35,38). No se trata solamente de la tristeza por haber perdido a su amigo, sino por el hecho de asumir personalmente la calamidad impuesta por el pecado, que ha provocado tales estragos entre los hombres. De la misma manera, Jesús llora al llegar a Jerusalén en su entrada triunfal; se angustia por la ceguera de pecadores que rechazan la solución que Dios ha enviado a su tiempo, y que luego sufrirán terriblemente por ello (Lc 19:41).
La angustia de Nehemías apunta a la preocupación de Jesucristo por las personas. No permanece ajeno a su situación, ni aun cuando ellos han incurrido en la falta y sufren por ello. Se acerca, se interesa, como cuando pregunta al padre del muchacho poseído cuánto tiempo éste había sufrido (Mr 9:21) o cuando se inclina sobre la suegra de Pedro en un gesto de identificación (Lc 4:39). La profunda preocupación de Jesús también revela sus móviles: no ha venido para deslumbrar, para impresionar, para ganar adeptos. Lo suyo no es un proyecto de autorealización, sino siente en su alma la urgente necesidad de los "tristes hijos de Adán". Es consciente de que la única manera de librar a los hombres de las consecuencias del pecado es asumir sobre sí la culpa de ello. Su angustia no es sólo identificación, es también sustitución. Porque Dios está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias para liberar a los pecadores, y lo único que mueve al Hijo es cumplir la voluntad del Padre: "porque he descendido del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Jn 6:38).
Esta cualidad de Jesucristo nos atrae hacia él. Es también lo que él reproduce en nosotros, de modo que ya no contemplamos el dolor ajeno con frialdad (como el hermano mayor del hijo pródigo, (Lc 15:11-32), sino lo sentimos con verdadera empatía. Compartimos, llevamos sobre nosotros, la desesperación del otro, como el apóstol Pablo, que por su amor a sus paisanos sentía "gran tristeza y continuo dolor" en su corazón (Ro 9:2). Trata el pecado de los corintios con "mucha tribulación y angustia del corazón" (2 Co 2:4), y afirma que todos los días se agolpa sobre él la preocupación por todas las iglesias (2 Co 11:28).

Dependencia de Dios

Nehemías empieza y termina su obra con oración (Neh 1:4) (Neh 13:31). En esto se parece al Hijo de Dios, que comienza su ministerio terrenal orando cuando se bautiza (Lc 3:21) y también lo termina orando en la cruz: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23:46). El libro de Nehemías registra doce oraciones del gobernador (Neh 1:4-11) (Neh 2:4) (Neh 4:4) (Neh 4:9) (Neh 5:19) (Neh 6:9) (Neh 6:14) (Neh 9:6-37) (Neh 13:14) (Neh 13:22) (Neh 13:29) (Neh 13:31). Las hay cortas y largas; hay oraciones espontáneas y otras cuidadosamente meditadas. De la misma manera, los evangelistas apuntan doce ocasiones cuando Jesucristo se dedica a la oración de distintas maneras (Lc 3:21) (Lc 4:1-2) (Lc 4:42) (Lc 5:16) (Lc 6:12) (Lc 9:18) (Lc 9:28) (Lc 10:21) (Lc 11:1) (Lc 22:41) (Lc 23:34) (Lc 23:46). El ejemplo de Nehemías en su oración provoca que otros también oren (Neh 4:4,9), y lo mismo ocurre con Jesucristo. Al verlo teniendo comunión con el Padre, sus discípulos vienen y le piden, "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11:1).
La visión de una persona consciente de su propia necesidad atrae a otros. Las personas normalmente no siguen a gusto a un líder prepotente, altivo, autosuficiente; lo harán para recibir algo a cambio (como cuando esperan que un político reparta cargos si gana las elecciones) o porque someten sus propios deseos a una causa superior (para crear un mundo mejor). Es muy diferente cuando las personas caminan convencidas en pos de uno que reconoce sus limitaciones y sólo busca cumplir el encargo que se le ha encomendado. Con la perspectiva espiritual, diríamos que se trata de uno que busca ayuda en Dios. La gente seguirá a una persona que depende de lo Alto en todo. Uno que encarna el espíritu de "orad sin cesar", porque sabe que si el Padre no suple lo necesario, no hay nada que hacer. Uno que sabe que sólo Dios puede hacer la obra entre los hombres, sólo Dios puede cambiar los corazones, sólo Dios puede formar un pueblo caracterizado por justicia y amor.
Nehemías entiende perfectamente cuánto necesita el beneplácito del rey para reconstruir las murallas de Jerusalén. Por eso dedica cuatro meses a la oración (desde el noveno mes del calendario hebreo, Quisleu, hasta el primer mes, Nisán, (Neh 1:1) (Neh 2:1). El rey da su permiso y promete suplir todo lo necesario ("agradó al rey enviarme", (Neh 2:6). Así era el caso de Mesías. Frente a la necesidad de un rescate para los hombres, el Hijo le dice al Padre, "He aquí vengo...el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado" (Sal 40:7-8). El Padre, por su parte, promete el sustento necesario: "yo le sostendré...te sostendré por la mano, te guardaré..." (Is 42:1,6). Los profetas habían anunciado que Mesías, ante la inmensa dificultad de la obra de la redención, diría "por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas" (Is 49:4). Pero confiaría en la promesa del Padre, que había dicho, "en tiempo aceptable te oí, y en el día de salvación te ayudé" (Is 49:8). Jesucristo dice, "mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo" (Jn 16:32).
Una persona que rezuma un espíritu de oración anuncia su sintonía con Dios. Tiene la autorización de Dios, recibe apoyo de Dios, y vive para agradar a Dios. La oración brota de un espíritu de dependencia. El apóstol Pablo, siguiendo esta linea, dice "sed imitadores de mí, así como yo de Cristo" (1 Co 11:1). Pablo era consciente de que el Señor tenía que hacer la obra: "Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?" (2 Co 2:16). Se había imbuido del espíritu de Jesucristo, que decía "separados de mí nada podéis hacer" (Jn 15:5). Estaba convencido de que Dios hacía las cosas con ellos (Hch 14:27), que la gracia de Dios daba el fruto de todos sus esfuerzos (1 Co 15:10), que Dios era el que producía el crecimiento en las personas (1 Co 3:7).
El espíritu de dependencia, visto en Nehemías, nos atrae hacia Jesucristo. El produce la misma actitud en nosotros, y eso hace que otros quieran acercarse al Cristo que ven en el creyente.

Sintonía con la Palabra

Nehemías es un hombre lleno de la Palabra de Dios. Su oración en el capítulo uno demuestra que se ha empapado del Pentateuco. Se refiere a Dios como "fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos", haciendo eco de las palabras del Señor a Moisés (Ex 34:6-7). El hecho de incluirse en la oración de confesión ("en extremo nos hemos corrompido contra ti", (Neh 1:7) demuestra que ha asumido plenamente el retrato del pueblo de Israel que las Escrituras dan, desde el becerro de oro hasta la rebelión en Cades-Barnea, y luego pasando por la apostasía en el tiempo de los jueces, la división del reino, y el deterioro de Judá que culmina en la derrota ante los babilonios. Nehemías se siente partícipe de todo ello, sabe que Israel es como un hombre que ha nacido cojo o ciego, que las Escrituras pintan al ser humano como absolutamente fracasado ante Dios: "no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno" (Sal 14:3).
Cuando Nehemías dice, "Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo" (Neh 1:8-9), se refiere a la promesa de que Dios restauraría al pueblo y les daría un nuevo corazón (la circuncisión espiritual) cuando viera un arrepentimiento auténtico en el pueblo (Dt 30:1-10). Después de reunir al pueblo para la lectura de la ley, y al ver su quebrantamiento ante las manifiestas pruebas de su desobediencia, Nehemías los anima en base a la misma promesa. Si ha habido un verdadero arrepentimiento, entonces seguramente habrá una restauración. Dios lo había prometido así en su Palabra. Por eso, Nehemías les dice "Id, comed grosuras... porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza" (Neh 8:9-10).
La visión de edificar la ciudad nace de múltiples promesas de las Escrituras, de que Jerusalén habría de ser levantada de nuevo. La insistencia de Nehemías en llevar adelante el proyecto pone de manifiesto que él está plenamente familiarizado con las palabras de los profetas pre y pos exílicos (Is 44:28) (Is 58:12) (Jer 24:6) (Jer 30:18) (Jer 31:4) (Jer 31:28) (Ez 36:10) (Hag 2:7-9) (Zac 1:16) (Zac 6:12-13) (Zac 8:3-5). Está tan lleno de las promesas del Señor, que se entrega en cuerpo y alma a la obra.
Las decisiones de Nehemías también confirman que sus criterios se basan en la Palabra de Dios. Cuando dice "Dios peleará por nosotros" (Neh 4:20), Nehemías tendrá en mente muchas otras ocasiones cuando las Escrituras dicen algo parecido (Ex 14:14) (Jos 6:16) (Jos 10:14) (Jue 7:20) (2 Cr 20:15). Cuando insta al pueblo a ser generosos con sus hermanos necesitados (Neh 5:15), refleja lo que dice el mandamiento de "abrir la mano" al menesteroso (Dt 15:7-8,11). Visita al profeta falso Semaías en su casa porque parece estar enfermo (Neh 6:10); "amarás a tu prójimo como a ti mismo", (Lv 19:18), pero cuando se niega a reunirse en el templo con él, es porque sabe que debe tener en reverencia el santuario de Jehová (Lv 19:30). Sólo los sacerdotes y levitas podían entrar allí (Nm 18:1-7), y por no respetar este principio, el rey Uzías había sufrido el azote de la lepra (2 Cr 26:18). El llamamiento de Semaías se aparta de lo que Dios había revelado claramente en su Palabra, y por eso Nehemías entiende que Dios no lo ha enviado (Neh 6:12).
De la misma manera, la insistencia de Nehemías en que el pueblo guarde el día de reposo, que traigan las primicias y los diezmos, o que se separen de los cananeos, responde a su conocimiento minucioso de la ley del Señor (Ex 31:12-17) (Ex 34:11-17) (Dt 14:22-29) (Dt 18:1-8). El detalle de que los levitas entreguen el diezmo de los diezmos que reciben de sus hermanos, esto confirma el dominio que Nehemías tiene de los estatutos de la ley (Neh 10:38) (Nm 18:26).
Pero Nehemías no sólo conoce la ley y exige su cumplimiento. También manda la lectura de ella para que el pueblo adquiera el conocimiento necesario para mantener su relación con Dios. El profeta Oseas había dicho, "Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento" (Os 4:6), y Nehemías está resuelto a que esa situación no se vuelva a producir. Parece que Nehemías es el primero en convocar al pueblo a la plaza de la Puerta de las Aguas (Neh 8:9), en pedir la ayuda de Esdras y los levitas para la lectura y la interpretación de la ley (Neh 8:2-3), y en organizar a los hombres principales para que firmen un pacto solemne de guardar la ley en todos sus particulares (Neh 9:38-10:1). Nehemías está lleno de la Palabra de Dios, la guarda, y promueve su difusión entre todo el pueblo.
Las cualidades de Nehemías respecto a la Palabra de Dios son precisamente las que observamos en el Señor Jesucristo. El lema de Esdras -inquirir la ley de Jehová, cumplirla, y enseñarla en Israel (Esd 7:10)- que se ve en Nehemías, llega a su apogeo en la persona de Jesucristo. El Hijo de Dios abandona el cielo diciendo "vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí" (He 10:5), y el Hijo demuestra que efectivamente "tu ley está en medio de mi corazón" (Sal 40:8). Con doce años, Jesús se encuentra en el templo discutiendo cuestiones de la ley con los doctores de Israel. Cuando sale al desierto para ser tentado, responde a Satanás cada vez con un "escrito está" (Mt 4:4,6,7). Jesús muestra el más absoluto convencimiento de que el hombre vive de toda palabra que sale de la boca de Dios, y que esto importa mucho más que el alimento material (Mt 4:4).
El compromiso de Jesucristo no consiste sólo en conocer la Palabra de Dios, sino en ponerla en práctica. Por eso insiste repetidamente en el hecho de que no ha venido para hacer su propia voluntad, sino la del Padre (Jn 5:30) (Jn 6:38). Su alimento consiste en hacer la voluntad del Padre y acabar su obra (Jn 4:34). Afirma que ha hecho muchas buenas obras de parte del Padre (Jn 10:32) y desafía a sus oyentes: "¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?" (Jn 8:46). Su comportamiento refleja la más completa sintonía con la voluntad de Dios: lo que Dios hace, eso también lo hace el Hijo (Jn 5:19).
Después de conocer y vivir la Palabra, el afán de Jesucristo consiste en enseñarla en las sinagogas de Galilea (Mt 4:23) (Mt 5:2) (Mt 7:29) (Mt 9:35) (Mt 11:1) (Mt 13:54) (Mt 21:23) (Mt 22:16) (Mt 26:55). En el Sermón del Monte, Jesús demuestra que su misión es recuperar el sentido verdadero de la Palabra de Dios en todo su alcance y su profundidad (Mt 5-7). Por eso arremete contra los fariseos, por haber invalidado la esencia de la Palabra con sus tradiciones (Mr 7:13). Al haber eliminado la promesa de Mesías como clave hermenéutica de las Escrituras, ellos han quitado la llave de la ciencia del pueblo (Lc 11:52). En sus disputas con los adversarios y en sus exhortaciones a los discípulos, Jesús siempre los remite a la palabra dada ya: "escrito está" y "¿no habéis leído?" son frases que emplea constantemente.
El compromiso de Jesucristo con la Palabra de Dios -estando lleno de ella, sometiendo todo lo que hace a sus dictados, y planteando como labor principal el difundir el verdadero significado de ella- lo hacía intensamente atractivo a los oyentes de su día. Sus amigos le dicen, "¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6:68). Sus enemigos expresan admiración: "¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!" (Jn 7:46). El pueblo llano se queda maravillado: "la gente se admiraba de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas" (Mt 7:28-29). Por eso las multitudes crecían de manera sorprendente, por su manera de enseñar y el contenido de su exposición: "el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios" (Lc 5:1).
Jesucristo sigue dando la Palabra de Dios, haciendo que ésta llegue a través de las Escrituras leídas o predicadas. Su Espíritu destapa el mensaje de Dios a cada persona, la aplicación precisa del texto escrito a la situación personal del hombre de hoy. Esto nos atrae. Descubrimos que su Palabra es más preciosa que el oro, más rica que la miel, de mayor valor que los despojos de guerra, y que alumbra nuestro camino en un mundo complejo y difícil (Sal 19:10) (Sal 119:103,105,162). Su Palabra sana al ser humano (Sal 107:20).
Cuando leemos los evangelios para captar la interpretación de Jesucristo acerca del sentido verdadero de la Palabra de Dios, y con el resto del Nuevo Testamento que amplía las doctrinas del nuevo pacto (porque el Espíritu iba a tomar las cosas de Cristo y hacérselas saber a los apóstoles, (Jn 16:14), recordamos que el Dios que ha hablado es un Dios bueno y tiene propósitos buenos para los que confían en él. Hay una revelación segura y fidedigna que nos transmite la información que necesitamos para sobrevivir en este mundo y luego llegar al mundo venidero con esperanza en el corazón. Nehemías anticipa la íntima relación del Hijo con la Palabra de Dios, y las cualidades que vemos en Nehemías nos invitan a acercarnos a Jesucristo para escuchar y aprender todo lo que nos conviene de verdad: "subamos al monte de Jehová...y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas" (Is 2:3). Porque sus caminos son deleitosos y todas sus veredas paz.

Amor activo

El amor es un sentimiento que te mueve a desear que otra persona alcance su bien verdadero, y luego procurar que ese deseo se cumpla. El Hijo de Dios desea el bien de los hombres desde la eternidad: "Mis delicias son con los hijos de los hombres" (Pr 8:31). En el huerto de Edén busca la compañía de Adán y Eva, y una vez sucedido el drama de la caída, el Hijo anuncia la promesa de redención a nuestros primeros padres (Gn 3:15). En el cumplimiento del tiempo, el Hijo se ofrece para ir en persona y llevar a cabo la misión de rescate: "Por lo cual, entrando en el mundo dice... He aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad" (He 10:5,7).
Jesucristo rezuma amor, un amor activo, en todo lo que hace. El Nuevo Testamento vuelve repetidamente al amor de Dios que le mueve a poner en marcha el plan de la redención: "de tal manera amó Dios al mundo..." (Jn 3:16), "somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Ro 8:37). Ese amor se manifiesta al máximo en la Persona que se ofrece a venir y llevar a cabo la tarea, el Hijo de Dios que realiza su obra por amor: "aquel que nos amó" (Ro 8:37), "el que me amó" (Ga 2:20), "como Cristo nos amó" (Ef 5:2), "como Cristo amó a la iglesia" (Ef 5:25).
Jesús pone de manifiesto su amor de varias maneras, y en todas ellas el lector del Antiguo Testamento percibirá un anticipo en la persona y la obra de Nehemías. Algunas facetas del amor de Jesucristo hacia las personas:
a. Asume privaciones para lograr el bien de otros. Cuando Jesús se dedica a un ministerio itinerante, con el fin de predicar en las sinagogas de Galilea, esto supone dormir a raso y comer mal muchas veces. Pero no importa, porque es la única manera de acercar el mensaje de la salvación a las personas. "El Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza" (Mt 8:20). El espíritu de Cristo lo movía a servir, no a ser servido. Esto se aprecia cuando lava los pies de los discípulos, porque los amó hasta el fin (Jn 13:1). El momento cumbre llega en la cruz, cuando en medio de sus propios sufrimientos, Jesús se preocupa por las hijas de Jerusalén, por el ladrón que muere a su lado, por su madre, hasta por los verdugos que lo han clavado a la cruz.
Todo esto se anticipa en Nehemías. Su motivación fundamental es procurar el bien de los hijos de Israel (Neh 2:10), y no le importa asumir sacrificios para conseguirlo. Presta dinero a los judíos necesitados (Neh 5:10). Renuncia al sueldo de gobernador que le correspondía (Neh 5:14-15), y se niega a especular en tierras (Neh 5:16). Se esfuerza sobremanera por trabajar en la construcción del muro como uno más, no se quita la ropa ni para dormir, y monta guardia como todos (Neh 4:21-23). En todos estos detalles, Nehemías retrata cómo sería el Redentor que algún día llegaría, no para ser servido sino para servir.
b. Responde a las peticiones de ayuda. Cada vez que alguien pide algún favor de Jesucristo, él responde con presteza: el centurión (Mt 8:7), Jairo (Mt 9:19), Bartimeo el ciego (Mr 10:51-52), la mujer cananea (Mt 15:28). Los evangelistas destacan el hecho de que Jesús atienda a todos los que piden sanidad, aunque tenga que seguir en ello hasta altas horas de la noche (Mt 12:15) (Mt 14:36) (Mt 15:30). También acepta las invitaciones a comer, de discípulos recién convertidos (Mt 9:10) o de fariseos escépticos (Lc 7:36).
Nehemías encarna el mismo espíritu cuando hace caso del clamor de los oprimidos (Neh 5:1) y cuando da de comer a ciento cincuenta personas todos los días a su mesa (Neh 5:17-18). Atiende, responde a los casos de necesidad. Así sería Cristo: "porque él librará al menesteroso que clamare..." (Sal 72:12).
c. Anticipa necesidades antes que le pidan. En muchas ocasiones, Jesús se adelanta a la petición del necesitado. Discierne el asunto de fondo, y actúa antes que la persona pronuncie palabra alguna. Cuando él y los discípulos se cruzan con la comitiva fúnebre que sale de Naín, Jesús se compadece de la viuda. Manda parar la procesión y resucita al muchacho, sin que a su madre se le ocurre pedir el milagro (Lc 7:13). Cuando la multitud lleva tres días con él escuchando sus enseñanzas, comparte con los discípulos su preocupación porque la gente tenga algo que comer (Mt 15:32). Cristo se acerca al paralítico de Betesda y le pregunta "¿quieres ser sano?" antes que el enfermo diga nada (Jn 5:6). De la misma manera, prepara el desayuno para los discípulos después de que ellos han pasado una noche sin pescar nada (Jn 21:9).
Toda la misión de Nehemías se basa en la previsión de necesidades. Nehemías discierne antes que nadie lo que hace falta, y por eso pide tiempo, madera, y un salvoconducto al rey (Neh 2). Inspecciona las ruinas de noche, organiza a la gente, y una vez levantado el muro, Nehemías nombra porteros para vigilar las puertas (Neh 7:1). También designa cantores y levitas para el mantenimiento de la vida espiritual del pueblo, a través de la alabanza y la enseñanza (Neh 7:1). Nehemías insiste repetidamente en que se guarde el día de reposo, porque es consciente de que la reunión semanal será un medio imprescindible para avivar la fe en el Salvador.
d. Se identifica con el sufrimiento del otro. Jesús se compadece de la viuda de Naín. Siente la soledad y la desolación de ella y decide actuar. Se inclina sobre la suegra de Pedro (Lc 4:39), y pregunta al padre del muchacho lunático cuánto tiempo lleva sufriendo (Mr 9:21). Toca al leproso, sabiendo que los muchos años de exclusión social habrían incidido profundamente en su ánimo (Mr 1:41). Se estremece y llora al lado de la tumba de Lázaro (Jn 11:33,35). Con este espíritu, invita constantemente a los niños a acercarse (Mt 19:14).
Nehemías llora y ayuna antes de abandonar la capital persa porque se identifica con la vergüenza y el dolor de los exiliados. Pero una vez en Jerusalén, Nehemías sigue ejerciendo esta compasión práctica. Visita al falso profeta Semaías "porque estaba encerrado" (Neh 6:10); parece que estaba enfermo en su casa. En todo momento, Nehemías trabaja consciente de que "la servidumbre de este pueblo era grande" (Neh 5:18). Asume como propio el sufrimiento de los demás. Es la verdadera empatía.
e. Discierne lo que hay detrás del pecado. Cuando Jesús conversa con el joven rico, se da cuenta en seguida de la codicia de este hombre. Teniendo en cuenta su pecado específico, Cristo le dice que venda todo lo que tiene, que reparta las ganancias entre los pobres y que lo siga, junto con la compañía de los discípulos (Mr 10:21). A pesar de la avaricia de este hombre principal, el texto dice "mirándolo, lo amó". Jesús toma nota de la inquietud espiritual del hombre, de su búsqueda de algo mejor, de su insatisfacción con la enseñanza corriente. Y lo amó. Hace algo parecido cuando razona con Marta: "Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas..." (Lc 10:41). No niega su deseo de servir, sólo la invita a dar prioridad en ese momento a la conversación en torno a la Palabra de Dios.
Nehemías hace algo parecido cuando se enfrenta con el hecho de que los levitas han abandonado sus puestos en Jerusalén para volver a sus tierras en los pueblos de Judea. En vez de acusarlos de dejadez en el ejercicio de sus funciones, Nehemías reconoce que están pasando hambre. Tienen que dar de comer a sus familias, y las ofrendas no entran para cubrir sus gastos. Discierne lo que hay detrás de su elección, y soluciona el problema exhortando a los oficiales a traer todos los diezmos al templo (Neh 13:10-12).
f. Se enfrenta a los malos para ayudar a los que sufren. Jesús se enfrenta repetidamente a los fariseos cuando éstos se preocupan más por el cumplimiento ritual que por las necesidades de las personas, como el hombre de la mano seca (Mr 3:1-6), o la mujer que llevaba dieciocho años encorvada (Lc 13:10-17). Defiende a María cuando ella lo unge con perfume en Betania (Mr 14:6). Jesús echa a los cambistas del templo porque el mercadillo (en el patio de los gentiles) impedía que los extranjeros pudieran orar a Dios (Mt 21:12-13). Denuncia a los fariseos que devoraban las casas de las viudas (apropiándose de sus bienes), y luego hacían largas oraciones para disimular (Mt 23:14).
De la misma manera, Nehemías se enfrenta a Sanbalat y Tobías, con Gesem el árabe, porque estos querían torpedear toda la obra de la reconstrucción de las murallas de Jerusalén. Nehemías a veces los contesta, a veces los ignora. Organiza la defensa, se niega a reunirse con ellos, y sigue adelante con las obras. En todo esto, Nehemías retrata lo que sería el Salvador: uno que tendría el carácter suficiente para pelear con los lobos, a fin de salvar a los corderos del Señor.
g. Enseña a otros que lo más importante es el amor. Cuando Dios sacó a su pueblo de Egipto, los había enseñado que la respuesta que buscaba de ellos era su amor, y no un cumplimiento ritualista: "Porque no hablé yo con vuestros padres, ni nada les mandé acerca de holocaustos... mas esto les mandé, diciendo: Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo..." (Jer 7:22-23). El apóstol Pablo luego diría lo mismo: "pues el propósito de este mandamiento es el amor..." (1 Ti 1:5). Cuando preguntan a Jesús acerca del mandamiento principal de la ley, él lo reduce todo al amor a Dios y amor al prójimo (Mt 22:37-39). Todos los detalles de la ley sólo amplían estos dos preceptos fundamentales.
Jesús expone el significado del mandamiento del amor, indicando que también abarca a los enemigos (Mt 5:43-38). El discípulo está llamado a ser tan perfecto como Dios en este aspecto del amor. Por este motivo, Jesús se niega a pedir fuego del cielo sobre los samaritanos que lo rechazan, porque su misión es salvar las almas, no perderlas (Lc 9:51-56). Cita (Os 6:6) repetidamente frente a la indiferencia de los fariseos para con las personas necesitadas: "Misericordia quiero, no sacrificio" (Mt 9:13) (Mt 12:7). Enseña a los discípulos que el amor, no la rivalidad, ha de controlar su trato los unos con los otros (Mt 18:1-5), los manda perdonar hasta setenta veces siete (Mt 18:21-22), y recomienda su propio ejemplo al lavarles los pies -por amor- en el aposento alto (Jn 13:1-17). El mandamiento con que se despide de ellos antes de ir a la cruz, como si fuera lo único que importaba, era que hubiera amor entre ellos: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos..." (Jn 13:34-35).
Nehemías anticipa la enseñanza de Jesucristo respecto al amor cuando trata el tema de la usura entre el pueblo. Los ricos cobraban intereses desorbitados a los pobres y se apoderaban de sus tierras cuando no eran capaces de pagar. Nehemías se enfada ("me enojé en gran manera" (Neh 5:6), justo como Jesús luego miraría a los fariseos con enojo cuando se niegan a preocuparse por el hombre con la mano seca (Mr 3:5). Nehemías los obliga a restituir lo que habían tomado, y cita su propio ejemplo de generosidad (Neh 5:10-11). Más adelante diría Jesús: "que os améis, como yo os he amado" (Jn 15:12). Cuando Nehemías renuncia a su sueldo de gobernador e invita a ciento cincuenta judíos a su mesa todos los días, es para dar ejemplo. Su conducta sirve de lección para los grandes del pueblo. A su manera, Nehemías dice lo mismo que Jesús: "Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis" (Jn 13:15).

Búsqueda del perdido

La disposición de Nehemías, de ir en persona a Jerusalén para supervisar la construcción del muro, responde al convencimiento de que hay cosas que sólo se pueden hacer estando en el lugar. La convicción crece durante los cuatro meses de oración, y da forma a su petición formal al rey de Persia, de tiempo, material, y una escolta militar. Nehemías sabe que no es suficiente angustiarse y quedarse orando. Alguien tiene que ir. Alguien se tiene que mover. La bendición de Dios se acerca a las personas cuando otras personas toman la iniciativa de desplazarse. Isaías capta bien este sentido cuando responde al Señor, "heme aquí, envíame a mí" (Is 6:8). Así había dicho el Hijo de Dios en el cielo: "he aquí vengo" (Sal 40:7). "Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás" (Is 50:5).
La disposición de ir retrata un amor práctico, realista. Hay que pasar del sentimiento a la acción. "¡Cuán hermosos son los pies del que trae alegres nuevas...!" (Is 52:7). Es un amor que no se queda esperando que el otro resuelva su problema, sino va en busca del descarriado. Dios había prometido que él iría en persona a buscar a los suyos -"He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas..." (Ez 34:11)- y también que enviaría a otros en la misma misión: "He aquí que yo envío muchos pescadores... y después enviaré muchos cazadores... porque mis ojos están sobre todos sus caminos..." (Jer 16:16-17).
Cuando aparece en escena Jesucristo, recorre los pueblos de Galilea enseñando en todas las sinagogas (Mt 4:23) (Mr 1:39) porque siente intensamente la misión de buscar y salvar lo que se había perdido (Lc 19:10). Envía a los doce a buscar a las ovejas perdidas de Israel (Mt 10:6), luego envía a los setenta (Lc 10:1-2), y después de la resurrección envía a sus seguidores a ir y hacer discípulos a todas las naciones (Mt 28:19). Siempre hay una preocupación por llegar más lejos, buscar a más personas, acercar la bendición de Dios de forma personal a los que están perdidos.
La búsqueda que se aprecia en el ánimo de Jesucristo viene reflejada en el doble afán de Nehemías: primero, de viajar a Jerusalén para supervisar la reconstrucción del muro y segundo, de poblar la ciudad de Jerusalén, detrás de las murallas recién levantadas. Nehemías empadrona al pueblo, aprovechando la lista de los que volvieron con Zorobabel (Neh 7:5), con el fin de promover el traslado de algunos a vivir permanentemente en Jerusalén (Neh 11:1-2).
La promesa antigua había sido que Dios volvería a reunir a su pueblo en su tierra ancestral, una vez que se hubieran arrepentido de su pecado. Dentro de esa tierra repoblada estaría Jerusalén, la nueva Jerusalén, como centro de un mundo nuevo restaurado: "seréis reunidos uno a uno...y vendrán los que habían sido esparcidos... y adorarán a Jehová en el monte santo, en Jerusalén" (Is 12-13). "Y los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sion con alegría" (Is 35:10). Dios iba a recoger un pueblo para su nombre, para que de los redimidos se dijera algún día: "este nació en Sion" (Sal 87:5-6). Serían los ciudadanos empadronados, con su nombre en el libro de la vida, perteneciendo ya a la ciudad de Dios por derecho. En el día final habría un gran pueblo de Dios, que se ofrecerían voluntariamente al Señor (Sal 110:3), pero ahora hacía falta ir a buscarlos uno por uno.
Cuando Jesús predica en la sinagoga de Nazaret, abre el rollo en el capítulo 61 de Isaías y anuncia que él es aquel que sería ungido con el Espíritu, enviado a sanar a los quebrantados de corazón y pregonar libertad a los cautivos (Lc 4:18). La profecía de Isaías sigue con las palabras, "ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, y... reedificarán las ruinas antiguas..." (Is 61:3-4). Nehemías desencadena una historia de reconstrucción y repoblación que había de ser el prototipo del reino de Dios. Nehemías busca a personas que serán pobladores de Jerusalén, como Jesús luego buscaría a personas que serían ciudadanos del reino de Dios. El afán de buscar al perdido caracteriza tanto al uno como al otro.

Sabiduría en el trato con personas

Jesucristo iba a demostrar lo que es un hombre lleno del Espíritu de Dios: un espíritu de sabiduría y de inteligencia, un espíritu de consejo y de poder, un espíritu de conocimiento y de temor de Jehová (Is 11:2). Siendo Aquel en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col 2:3), y siendo él la misma sabiduría de Dios (1 Co 1:24), Cristo iba a actuar sabiamente en todos los frentes. Por un lado, sería sabio con los que seguían, para instruirlos y capacitarlos para edificar la obra del Señor. Por otro, sería sabio con los adversarios, frustrando sus malos designios a cada paso, de modo que brillaba su dominio de las situaciones, algo así como afirma Job: "[Dios] prende a los sabios en la astucia de ellos, y frustra los designios de los perversos" (Job 5:13).
Tanto Nehemías como Jesucristo pone de manifiesto que toda obra espiritual mana de cierto ejemplo de vida, de confianza en Dios y amor a su Palabra. Las pruebas a la vista, de cómo la mano de Dios había sido buena sobre él, motivan a los demás a responder con entusiasmo: "levantémonos y edifiquemos" (Neh 2:18). Cobran ánimo al ver que Dios respalda a Nehemías en el proyecto. De la misma manera, muchos de los primeros discípulos creen en Jesucristo cuando ven las señales que hace, como prueba de la buena mano de Dios sobre él (Jn 2:23).
Luego Nehemías se centra en unos pocos hombres, los de su confianza, con quienes inspecciona las ruinas de noche (Neh 2:12). Delega en su hermano Hanani y en Hananías (temeroso de Dios más que muchos, (Neh 7:2), y luego cuenta con sus hermanos, sus jóvenes (criados), y la gente de la guardia que lo sigue (Neh 4.23) (Neh 5:10). En todo esto, se aprecia que Nehemías busca la bendición de todo el pueblo, como también moviliza a gran número de ellos para la obra, aun cuando trabaja más de cerca con un grupo pequeño. En esto anticipa lo que haría Jesucristo quinientos años después, que viajaría de pueblo en pueblo enseñando a las multitudes, pero también preparando al grupo más íntimo de los discípulos. La sabiduría de este método -atender a todos pero formar más intensamente a pocos- queda evidente cuando Jesús afirma, "he acabado la obra que me diste que hiciese" (Jn 17:4).
Nehemías también demuestra sabiduría en su trato con los adversarios de la obra, los enemigos del plan de Dios. Sus distintas respuestas a Sanbalat, Tobías, y Gesem el árabe son presagios de la actitud de Jesucristo frente a los fariseos, los saduceos, y los herodianos. Varios detalles llaman la atención:
a. Rebate las pretensiones de los adversarios. Nehemías afirma, "El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén" (Neh 2:20). De igual modo, Jesús responde a las críticas de los fariseos: "¿Por qué caviláis así en vuestros corazones?" (Mr 2:8); "Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos..." (Mr 2:17); "¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras está con ellos el esposo?" (Mr 2:19); "¿Nunca leísteis lo que hizo David...?" (Mr 2:25); "¿Es lícito en los días de reposo hacer bien o hacer mal...?" (Mr 3:4). En todos estos casos, Jesús encarna el espíritu de la sabiduría: "Responde al necio como merece su necedad" (Pr 26:5).
b. Responde al enemigo enfadado orando y edificando. Frente al desprecio de Sanbalat y Tobías, Nehemías simplemente encomienda la causa a Dios y sigue adelante con la obra (Neh 4:4-5). Jesús hace algo parecido: cuando los fariseos lo acusan de echar fuera los demonios por el príncipe de los demonios, Jesús sigue recorriendo los pueblos y aldeas (Mt 9:34-38). Cuando los escribas y fariseos se llenan de furor, Jesús dedica toda una noche a la oración y a la mañana llama a los doce (Lc 6:11-13). Como Nehemías, encomienda la situación al Señor y sigue adelante, edificando el reino de Dios.
c. Toma medidas frente a las intrigas de los enemigos. Nehemías toma medidas cuando Sanbalat y los suyos conspiran para atacar a Jerusalén (Neh 4:7-8). Ora con los suyos, pone una guardia en los lugares del muro más expuestos al peligro, y exhorta a los oficiales: "no temáis...acordaos del Señor..." (Neh 4:13-14). Después pone centinelas permanentemente, día y noche, y todo el mundo lleva la espada a la cintura (Neh 4:15-23). Las medidas de Jesucristo son diferentes, pero igualmente encaminadas a la edificación de la obra: nombra a los doce, y luego los envía a predicar en todas las aldeas. Es una respuesta a la oposición cada vez más endurecida de parte de las autoridades en Israel. Por eso Jesús dice a los suyos que sean prudentes como serpientes (tomando las medidas adecuadas, como ovejas en medio de lobos) y sencillos como palomas (Mt 10:16). Una y otra vez los exhorta, como Nehemías había hecho con los oficiales: "no temáis..." (Mt 10:26,28,31).
d. Se aleja de las trampas. Cuando Sanbalat y Gesem piden una reunión con Nehemías para analizar la situación, el gobernador se niega a acudir. Huele una emboscada, y renuncia a abandonar su trabajo prioritario: "yo hago una gran obra, y no puedo ir [a la reunión]" (Neh 6:1-3). Luego, cuando difunden una carta abierta en que lo acusan de maniobrar para ser rey, Nehemías lo niega públicamente y se dedica otra vez a la oración, para poner el asunto en las manos de Dios (Neh 6:5-9). Como Nehemías, Jesucristo evita las trampas de los enemigos. Se aleja de Judea en varias ocasiones, cuando los fariseos parecen prepararle una emboscada (Jn 4:1-3) (Jn 7:1). Cuando el pueblo trata de apoderarse de él para hacerlo rey, Jesús sube al monte para orar a solas con Dios (Jn 6:15).
e. Se niega a desobedecer a Dios para salvarse la vida. El falso profeta Semaías, a quien Nehemías había visitado en su enfermedad ("estaba encerrado", (Neh 6:10) propone que se escondan juntos dentro del templo. "Vienen esta noche a matarte", le dice. Nehemías, sin embargo, sabe perfectamente que sólo se permite a los levitas entrar en el templo (Nm 18:1-7), y -viendo la hipocresía del supuesto profeta- decide no hacerle caso: "entendí que Dios no lo había enviado" (Neh 6:12). Cristo responde de una manera parecida cuando le dicen que Herodes lo quiere matar, y por tanto debe abandonar su misión. Se niega a dejar a tantas personas que necesitan su ayuda: "He aquí, echo fuera demonios y hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día termino mi obra" (Lc 13:32). En otras palabras: "no voy a pecar, dejando la obra que el Padre me ha enviado a cumplir".
f. Practica una vigilancia permanente. Aun cuando termina la obra del muro de Jerusalén, Nehemías es plenamente consciente de los enemigos alrededor. La guerra no ha concluido. Por eso, nombra porteros y manda a Hanani y a Hananías que no abran las puertas de la ciudad durante la hora de la siesta (la frase "hasta que caliente el sol" podría traducirse "mientras se caliente el sol", (Neh 7:1-3). Corrían el riesgo de un ataque a mediodía, cuando los centinelas estarían distraídos. Jesucristo también insiste con sus discípulos en la necesidad de velar sin cesar: porque él podría volver en cualquier momento (Mt 24:42), porque la profesión de fe podría ser superficial (sentido de las vírgenes sin aceite, (Mt 25:13), y porque, en general, la carne es débil (Mt 26:41). Hay que andar sobrios, preparados, siempre alertas a los peligros espirituales. Un poco como Nehemías después de levantada la muralla.

Perseverancia para terminar la obra

El apóstol Pablo afirma cuando deja el campo misionero e intuye el fin de esta etapa de su ministerio, "pero de ninguna cosa hago caso... con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús..." (Hch 20:24). Su anhelo era terminar bien. Como diría Salomón: "mejor es el fin del negocio que su principio" (Ec 7:8). Así habla Jesús en su oración al Padre: "he acabado la obra que me diste que hiciese" (Jn 17:4). Nehemías rebosa de este espíritu. Dedica doce años al proyecto de levantar las murallas de Jerusalén y renovar la vida espiritual del pueblo, luego vuelve al rey de Persia, y después regresa otra vez a Jerusalén para apuntalar las medidas tomadas anteriormente (Neh 13:6-31). Termina su obra con energía, confiando en Dios, aunque el libro de Nehemías desprende una nota de tristeza al final. Uno percibe que la vida espiritual del pueblo no se mantendrá. Hace falta que venga alguien capaz de cambiar el corazón de las personas, para que sigan leales al pacto con Dios. Ese alguien sería el Hijo de Dios, que llegaría en la persona de Jesucristo.

Forjando la semejanza

Si Nehemías anuncia en su forma de ser lo que sería el Redentor, y si Jesucristo mismo encarna el ideal de Dios para el ser humano, entonces el cristiano ha de preguntarse cómo alcanzar tan sublime objetivo. Por un lado, el carácter de Jesucristo atrae poderosamente, para que las personas se le acerquen constantemente con fe. Acercarse a Cristo pone en marcha todo un proceso de transformación personal. Lo amamos sin haberlo visto (1 P 1:8) pero contemplarlo en la Palabra, esa mirada de fe -dirigida hacia la gloria de Cristo- acaba obrando efectos poderosos en el creyente. Somos transformados progresivamente "de gloria en gloria", como dice el apóstol (2 Co 3:18).
En otro pasaje, el apóstol Pablo describe esa contemplación de la gloria de Cristo como un "asirse de la Cabeza", algo que produce un crecimiento en semejanza a su bendita persona (Col 2:19). "Asirse" se refiere a un "echar mano de", una apropiación consciente de varios aspectos de Jesucristo en su persona y su obra: 1) como objeto de adoración, siendo Jesucristo el Dios-Hombre perfecto, lleno de toda la plenitud de Dios (Col 2:9); 2) como sustituto, siendo él quien cumple toda justicia en lugar del pecador, y quien lleva sobre sí todo el juicio que merece la culpa del pecador (1 P 3:18); 3) como representante, que en su muerte y resurrección efectúa una muerte y resurrección experimental en la vida del pecador (Ro 6:6); 4) como ejemplo, Jesucristo demuestra lo que un ser humano debe ser, hacer, y decir (1 Jn 2:6); 5) como sustento, él mantiene salvo al creyente y le suministra gracia constante, como la vid con los pámpanos (Jn 15:5).
La vida de Nehemías -sus cualidades personales, sus decisiones, sus obras- ayuda al creyente de hoy a echar mano de Cristo como sustituto, como representante, y como ejemplo. A través de Nehemías, vemos la justicia de Cristo que él ha presentado a Dios en nuestro lugar. Agradecemos el hecho de ser "aceptados en el Amado" (Ef 1:6) por la vida perfecta de Jesucristo. Confiamos en eso, que Dios mira el cumplimiento de Jesús -en todos los detalles de la voluntad divina- en vez de nuestros tropiezos y fracasos. Nuestra vida está "escondida con Cristo en Dios" (Col 3:3). A través de Nehemías también contemplamos la vida nueva a que el Señor nos ha llamado, siendo muertos y resucitados con Cristo. Nehemías nos recuerda que somos criaturas nuevas. Dios nos ha cambiado para plantear las cosas de otra manera. A través de Nehemías también comprendemos el ejemplo que estamos llamados a seguir: de trato justo, de trabajo duro, de amor sin acepción de personas, de compromiso en las cosas que importan, de perseverancia hasta el final. Miramos al gobernador de Judá y oramos, "Señor, hazme como Nehemías, que a fin de cuentas es un reflejo de tu propio Hijo".
La obra de Dios se realiza a través de personas. Personas que atraen por lo que son, por la gracia de Dios. Hace falta ser antes de hacer, parecernos a Cristo antes de trabajar para Cristo. En todo esto, Nehemías aporta el punto de referencia que necesitamos.

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