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Estudio bíblico: La revelación del plan al apóstol de los gentiles - Efesios 3:1-21

Autor: Ernestro Trenchard
Reino Unido
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La revelación del plan al apóstol de los gentiles (Efesios 3:1-21)

Introducción (Ef 3:1-2)

La repetición de la frase de (Ef 1:15): "Por esta causa... yo...", que también comenzó una nueva sección de la carta después de una descripción sublime de las bendiciones con que Dios ha colmado a su Iglesia, apunta a un renovado deseo del apóstol de prorrumpir en alabanza y en intercesión ante el Padre a favor de sus lectores. Quería que cada uno disfrutase de todo lo que Dios tenía reservado para ellos, y como vemos a partir del versículo 14, eso fue lo que hizo por fin. Pero, al iniciar su intención y mencionar su calidad de "prisionero de Cristo Jesús por amor de vosotros los gentiles", creyó necesario interpolar unas palabras acerca de su relación con ellos, a modo de recordatorio, ampliando la información anterior que habían recibido.
El apóstol nunca podía olvidar la grandeza de la misericordia divina para con él, quien antes había sido enemigo acérrimo del Evangelio y de los creyentes, y este sentimiento se refleja en las palabras "Yo, Pablo..." con las que abre el capítulo. Véanse otras frases parecidas en (2 Co 10:1) (Ga 5:2) (Col 1:23). La descripción de sí mismo como "prisionero de Cristo Jesús" subraya la realidad de su apostolado entre los gentiles, porque fue en el curso de su servicio entre ellos que había sido apresado y llevado a Roma. Pero tenía consciencia de que no era realmente un preso más de la Roma imperial; su situación obedecía a la voluntad de su Señor, y servía, no para entristecerse, sino para que ellos se gloriasen en Aquel que había determinado usar así a uno de sus siervos (Ef 3:13). Habían de gozarse los lectores en el hecho de que Pablo les podía servir mejor en su calidad de preso —donde escribió algunas de las enseñanzas más sublimes que encontramos en todo el Nuevo Testamento, en las llamadas "epístolas del cautiverio"—, que no estando libre para visitarles personalmente.
La forma gramatical de la frase "Si es que habéis oído..." no pone en tela de duda el conocimiento que tuviesen de él los lectores; el "Si..." que parece condicional, no es más que una palabra retórica, muy conocida entre los griegos, por la que se suscita una respuesta única: "¡Claro que habéis oído de mi apostolado!", es decir, que es algo que se da por sentado.
"La dispensación de la gracia de Dios" (Ef 3:2). La palabra "dispensación" ("oikonomía"), se entiende mejor como "administración" o "mayordomía"; es un determinado servicio que Dios había encomendado a su siervo (véanse notas sobre versículos 8-13) por medio de una revelación, como enfatiza en (Ga 1:1,11,12). No sólo recibió la revelación del misterio, sino el encargo de proclamarlo entre los gentiles, que implicaba tanto la salvación de ellos como su incorporación como miembros de pleno derecho en el nuevo pueblo de Dios (véase versículo 6).
Tres veces Pablo menciona en este pasaje "La gracia que le fue dada" por el Señor (Ef 3:2,7,8), algo imprescindible para la "administración" recibida. A cada don o carisma (facultad espiritual) que Dios da a sus siervos en su soberanía le corresponde la gracia o ayuda divina para su realización, llevándose a cabo todo (Ef 3:7) "según la operación de su poder" (ver versículo 20). Cuando Dios llama, capacita y luego usa a sus siervos, "todo proviene de (él)", desde principio a fin, para que ninguno "se gloríe en su presencia" (2 Co 5:18) (1 Co 1:30). De ahí que Pablo, consciente de su indignidad, puede autocalificarse como "menos que el más pequeño de todos los santos" (Ef 3:8), en medio de un pasaje en el que se destaca la importancia de su llamamiento como apóstol de los gentiles. Quizá tenía en mente el dicho de Jesús acerca de Juan el Bautista (Mt 11:11), reconociendo que su único "título" de privilegio y dignidad sólo lo había recibido de la pura gracia y misericordia de Dios para con él, que no merecía nada. Como había escrito años antes, citando del Antiguo Testamento, "El que se gloría, gloríese en el Señor" (2 Co 10:17).

El misterio de Cristo (Ef 3:3-7)

Ya notamos arriba que Pablo recibió tanto su llamamiento al apostolado como su "programa" (administración) por revelación, y no podía ser menos en cuanto al contenido de su mensaje. Esta idea se correlaciona con la identificación del "misterio" que examinamos antes (Ef 1:9-11). Llegado el momento Dios toma la iniciativa y "descorre el velo" para descubrir secretos que antes guardaba en los arcanos divinos. Aquí, el "misterio de Cristo" es una parte o fase del que vimos en (Ef 1:9).
Pero, ¿qué hemos de entender por la frase "como antes lo he escrito brevemente, leyendo lo cual podéis entender...", etcétera? Ha habido cierta controversia sobre el particular; algunos especulan con la posibilidad de que Pablo había escrito antes una epístola corta que se ha perdido, pero estas ideas no pasan de ser meras conjeturas. Lo más probable, según el Prof. F. F. Bruce, es que se trata de lo que había escrito antes en esta misma epístola en los primeros dos capítulos.
El misterio referido aquí se describe claramente en los versículos 5 y 6, tanto en cuanto a quienes lo recibieron primero como a sus beneficiarios. Consideramos estos dos aspectos a continuación.
Los receptores del misterio: "los santos apóstoles y profetas" (Ef 3:5). El adverbio "ahora" delimita claramente la identificación de los primeros receptores del misterio: fueron los apóstoles y profetas de la Iglesia (Ef 2:20) (Ef 4:11), no de la dispensación anterior. La revelación no fue exclusiva a Pablo, sino a sus colegas los Doce; la encomienda especial al de Tarso tuvo que ver más bien con el área de su proclamación: los gentiles. Quizá choca un poco a los oídos modernos el adjetivo "santos" que Pablo aplica a sí mismo y a sus colegas, pero hemos de tener en cuenta que el significado primordial de la palabra es "apartado exclusivamente (o separado) para el servicio de Dios", no reflejando una especial aureola de beatitud que muchos asocian con los "Santos", especialmente en países de mayoría católicorromana.
Los beneficiarios del misterio: los gentiles (Ef 3:6). En este punto es legítimo preguntar: ¿En qué consiste el misterio acerca de los gentiles? Porque es evidente que desde el mismo llamamiento de Abraham, Dios había anunciado bendición para ellos (Gn 12:1-3) y en (Ro 15:9-12), Pablo cita pasajes de las tres divisiones del Antiguo Testamento (la Ley, los Profetas y los Escritos) en los que hallaba claros indicios de los propósitos de Dios en orden a los gentiles, como vemos asimismo en (Hch 13:47) y (Hch 15:15-18). Pero lo que ningún miembro del pueblo escogido jamás había podido entrever, es que un día los despreciados gentiles podrían acercarse directamente a Dios, sin pasar por la "puerta" de Israel, a través de la Obra del Mesías, y formar parte juntamente con los judíos convertidos de un nuevo pueblo (Ef 2:15), en igualdad de condiciones. Esto fue precisamente el punto tan disputado por los judaizantes en la crisis que tuvo su fallo decisivo en Hechos 15, e ilustra la dificultad que tuvieron muchos judíos sinceros cuando se trataba de la evangelización de los gentiles, como bien podemos observar en la epístola a los Gálatas y las reacciones de los más estrictos en (Hch 11:1-18), y (Hch 15:1-35).
El contenido del misterio (Ef 3:6). Éste se resume en tres frases, que ya han sido comentadas en los capítulos 1 y 2. En primer lugar, los gentiles son "coherederos" con los judíos de algo que sólo por adopción, no por nacionalidad, tenían derecho. Luego, son "miembros del mismo cuerpo" (una sola palabra, "sunsómos", en el original que parece que Pablo inventó para esta situación, pudiendo traducirse "concorporados"), y en tercer lugar "copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio". Tomadas conjuntamente, subrayan la perfecta unión que ahora existe entre elementos tan diversos, y magnifican la gracia divina que hizo posible tan maravillosa bendición. La última frase hace eco de enseñanzas anteriores de Pablo acerca de las promesas divinas a Abraham y sus descendientes espirituales (Ga 3:29) (Ga 4:28) (Ro 4:15), frase que hemos visto caracteriza toda la epístola.
Como ya comentamos en (Ef 1:9), los misterios paganos tuvieron su auge en los tiempos de Cristo y los apóstoles, y en realidad Pablo no hace más que echar mano del vocabulario religioso de su tiempo para elucidar el mensaje cristiano. Pero el "misterio de Cristo" difería radicalmente de aquellos secretos ocultos y exclusivistas, porque no se había de revelar sólo a unos "iniciados", sino proclamarse "desde las azoteas", como dijo el Señor (Mt 10:27), a todo aquel que los quisiera recibir. Los creyentes, lejos de guardar el secreto celosamente, han de publicarlo a todos. Asimismo, las condiciones para su disfrute eran radicalmente distintas a las que habían de reunir los "clientes" de los misterios griegos. El "encuentro" de éstos con el dios de turno era algo esotérico, divorciado de la vida normal, que no afectaba para nada la conducta del iniciado, debido al dualismo del pensamiento griego que separaba cuerpo y alma en compartimientos estancos que apenas se comunicaban. En el cristianismo, la reconciliación que Dios otorga a los que aceptan a Cristo se hace extensiva, se comunica, a todos los hombres que entran en contacto con ellos; es decir, la transformación que experimenta el creyente ha de ser de dominio público en el sentido más positivo de la palabra, y en todos los órdenes de la vida.

La mayordomía de Pablo en relación con el Plan (Ef 3:7-13)

Notamos antes la dependencia del apóstol sobre la gracia y el poder de Dios para llevar a cabo su cometido tan especial (Col 1:23) y (Ro 11:13), y su asombro continuo porque Dios le había escogido a él precisamente, a pesar de lo que había sido antes (1 Ti 1:12-17) (1 Co 15:9). A algunos expositores les ha parecido que Pablo emplea aquí un tono artificial de falsa modestia que no es muy auténtico, pero por otros pasajes similares sabemos que él así llamaba la atención, no a sí mismo, sino a la magnitud de la misericordia divina que le pudo salvar aun a él, que tanto mal había causado antaño a la Iglesia de Dios. Puede que Pablo haga aquí un juego de palabras con su propio nombre latino, (Paulus = pequeño), llamándose "menos que el más pequeño"; lo que sí es cierto es su consciencia de la propia indignidad para llevar tan excelso mensaje, "el Evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo".
Aquí encontramos otra de las paradojas del cristianismo: no sólo es un misterio que ha sido revelado y comunicado a todos, sino es una revelación de algo que no se puede escrutar o examinar. Pablo empleó el mismo adjetivo en (Ro 11:33) para designar los caminos de Dios en su trato tanto con judíos como con gentiles, y "su aplicación aquí a las riquezas de la gracia redentora de Cristo, que sobreabundan en el Evangelio... es especialmente apropiada" (Bruce, p. 64).
Sigue la nota universal en el versículo 9. Pablo se siente deudor a "todos los hombres" (Ro 1:13-14); su cometido es de "iluminarles...", "hacerles ver por medio del Evangelio" (así literalmente el griego), a fin de que comprendan los propósitos salvíficos de Dios para con ellos, ideados y preparados desde antes de la creación del mundo. Por eso se refiere específicamente al Dios Creador, remontando el origen del misterio de Cristo al beneplácito del Trino Dios, de reunir todas las cosas en Cristo. Y esto nos lleva a...
La finalidad del Plan (Ef 3:10-12). En (Ef 2:7,10) vimos otros aspectos de la finalidad del magno Plan de la redención, en los que se daba a conocer "las extraordinarias riquezas de su gracia en su benignidad hacia nosotros", pero aquí el énfasis recae sobre el presente testimonio de la Iglesia ante las jerarquías de la creación angelical, que de una manera misteriosa e incomprensible para los hombres, contemplan nuestra actuación en el escenario de este mundo (1 Co 11:10) y así aprenden la maravillosa sabiduría de su Creador. La Creación toda, por supuesto, constituye un canto hermoso y variado a su poder e infinita sabiduría, pero la Iglesia, que forma parte de la Nueva Creación, es su obra maestra, su "poema" (Ef 2:10).
Por eso, es singularmente apropiado el uso del adjetivo "multiforme" o multicolor ("polupoikilos") para calificar tal sabiduría divina. Es la única vez que se emplea en las Escrituras, pero se utilizaba en el griego clásico para describir o la hermosura variada de un jardín lleno de flores, o el colorido rico de una tela o un tapiz, etc. Nos recuerda cómo la infinita sabiduría de Dios, actuando a través de sus muchas y diversas providencias, va tejiendo la historia de su Iglesia, compuesta de la vida de cada uno de sus hijos y cada una de las comunidades, grandes y pequeñas, de las que forman parte, en medio de la inmensa variedad de sus circunstancias y experiencias en diferentes épocas. Lo que a nuestra visión limitada parece una confusión indescifrable, resulta ser todo un drama representado ante el auditorio más distinguido de los siglos: las huestes espirituales con todos sus rangos y jerarquías, "principados y potestades en lugares celestiales". Observan nuestras luchas, triunfos y fracasos; contemplan nuestros momentos de obediencia o vacilación, nuestras diversas reacciones frente a la Palabra de Dios aplicada a las circunstancias variopintas de nuestro medio, y por todo ello aprenden en nosotros cómo el Altísimo despliega sus poderosos recursos de sabiduría para llevar a cabo "el eterno propósito que formó en Cristo Jesús, Señor nuestro".
Notemos que se juntan aquí tres títulos del Hijo de Dios: el que habla de su mesianidad, siendo el Ungido y Escogido por antonomasia para llevar a feliz término todos los propósitos de Dios; el que hace referencia a su Encarnación y su ministerio en la tierra, y aquel que significa su posición de dominio absoluto en relación con todo el universo.
El libre acceso al Padre (Ef 3:12). Incluido en el "propósito eterno" que acabamos de notar está la relación tan íntima y estrecha que ahora existe entre "los colaboradores de Dios" y el Padre, por medio del Hijo, recordándonos que no hay ángel ni criatura alguno que pueda interponerse entre nosotros y nuestro Dios (Ro 8:31-39). Este "denuedo y acceso con confianza" que disfrutamos como sus escogidos, es un arma poderosa que se nos ha dado para el adelanto de su Plan, aunque a menudo hacemos mal o ningún uso de ella, para vergüenza nuestra.
Implica dos aspectos: 1) libertad para hablar con confianza (o denuedo) (2 Co 3:12), a fin de exponer ante Él toda nuestra necesidad (He 4:16); y 2) entrada, o acceso franco, y ambas cosas en cualquier momento (He 10:19-22). Todo es "en Cristo" y "en el Espíritu" (Ef 2:18), pero hemos de recordar a la vez que es "por la fe", que subraya ese principio constante de relación consciente y deliberada entre el creyente y su Dios. Cuando pensamos en la gran dificultad que supone el tratar de conseguir audiencia ante las personas importantes de la tierra, no deja de ser una maravilla de la gracia de Dios y de su amor el que podamos disfrutar esta comunión tan íntima en todo tiempo con el Padre celestial.
Los padecimientos del "administrador" (Ef 3:13). ¿Por qué tenía Pablo tanto interés en que sus lectores no desmayasen al recibir noticias de sus sufrimientos? Como buen conocedor de la sicología humana, sabía que la intensidad de sus tribulaciones podría parecerles un indicio de que no estaba del todo en el centro de la voluntad de Dios, y hacer tambalear la fe de ellos en un Dios que ha prometido nunca desamparar a sus siervos. Por eso, se apresura a asegurarles, de nuevo (Ef 3:1), que sus sufrimientos son a favor, o en beneficio, de ellos, viendo cómo los propósitos divinos se realizaban por su medio. Pablo había aprendido por primera vez en el camino a Damasco que los padecimientos del pueblo de Dios eran los de Cristo mismo, y como expresó en (Col 1:24) (Fil 3:10), su deseo era "participar" plenamente de estas "aflicciones de Cristo a favor de su Cuerpo", tal como el Señor le había indicado por medio de Ananías (Hch 9:16). Por supuesto, estos sufrimientos no tienen nada que ver con los vicarios que Cristo padeció en la Cruz, sino que son la consecuencia lógica de un ministerio fiel y esforzado en la tierra frente a las huestes de maldad que hacen todo lo posible, valiéndose del pecado de los hombres, para desbaratar la Obra de Dios y el avance de su Reino.

La segunda oración del apóstol (Ef 3:14-21)

Hemos notado arriba cómo esta oración estaba en la mente del apóstol cuando comenzó el capítulo 3, pero que interpoló el paréntesis de (Ef 3:2-13) al referirse a su apostolado. Ahora, después de haber hablado de la sublime finalidad del Plan en el que desempeñaba un papel tan destacado, vuelve a su propósito original con el alma aun más llena de adoración y gratitud, anhelando confiadamente para sus amados lectores nada menos que "toda la plenitud de Dios", o sea, todo lo que Dios ha provisto para el hombre en la Persona y la Obra de su Hijo Jesucristo, mediado por el Espíritu Santo, la cual viene a ser la meta principal de la maravillosa oración que sigue.
La expresión "doblo mis rodillas..." indica la intensidad y el fervor de sus anhelos por ellos en aquellos momentos, ya que la actitud normal de los judíos en oración era estar de pie. Pero en el Nuevo Testamento, aleccionado sin duda por los ejemplos del Señor, de Esteban, de Pedro y del mismo Pablo (Lc 22:41) (Hch 7:60) (Hch 9:40) (Hch 20:36) (Hch 21:5), el ponerse de rodillas ha venido a ser la postura típica del creyente ante su Dios, y como tal tiene su importancia, bien que, en último término, es obvio que la eficacia de una oración no depende de la postura física que se adopta, sino del sentir del corazón, los móviles y la disposición de la voluntad de aquel que la ofrece.
1. El Padre, ante quien se presenta el apóstol (Ef 3:14-16)
El Padre pone su Nombre sobre "toda familia" (o "parentela", V. H. A.) en los cielos y la tierra, ya que proceden de Él como Fuente y Origen de todo; se refleja, pues, la paternidad del Creador. Pero el original de "familia" es algo especial, subrayando al parecer la diversidad de las distintas "familias" del universo que de una forma u otra reconocen esa paternidad, dentro del gran "plan de conjunto" que venimos considerando. Se ha de tomar, pues, en el sentido más amplio, incluyendo a todos los "hijos de Dios" de todas las edades: los ángeles, Israel, la Iglesia, las naciones, etc. Expresada de otra manera, la idea es "la comunidad universal derivada del único Padre Creador". Es muy posible que Pablo tenía en mente el concepto rabínico de "la familia superior" (los ángeles) y "la familia inferior" (los judíos), aplicándolo a esferas más amplias según las dimensiones inmensas del Plan que iba desplegándose ante su visión extasiada. En cuanto a la Iglesia, se compone de "hijos adoptivos", tanto judíos como gentiles, lo cual aumenta para el "apóstol de los gentiles" su asombro y admiración ante tamaña misericordia y sabiduría (Ro 11:30-36).
Las contestaciones a su oración serán de acuerdo con "las riquezas de la gloria" del Padre eterno (Ef 1:17); esta es la medida del "oportuno socorro" que sobreabundará "según el poder que obra en nosotros" (Ef 3:20). Habiendo visto una completa redención y perdón "según las riquezas de su gracia" (Ef 1:7), "las riquezas de la gloria de su herencia en los santos" (Ef 1:18), su "rica misericordia" (Ef 2:4) con que nos salvó, "las extraordinarias riquezas de su gracia en su benignidad hacia nosotros en Cristo Jesús" que manifestará a través de su Iglesia en los siglos venideros (Ef 2:7), amén de "las inescrutables riquezas de Cristo" (Ef 3:8) anunciadas a los gentiles, hallamos esta frase que recoge todos los demás aspectos de los tesoros divinos como la manifestación de todo lo que Él es, revelado y puesto a la disposición de los hijos suyos en Cristo y por el Espíritu, para que sean llenos de su plenitud. Así la oración comienza y termina con la garantía de poder sobreabundante para todo cuanto necesite cada miembro del Cuerpo (Fil 4:19) (1 P 5:10) y (2 Co 4:7).
2. Las peticiones específicas del apóstol (Ef 3:16-19)
Notemos que estas súplicas van estrechamente entrelazadas, arrancando cada una de la anterior y apuntando todas hacia la sublime meta mencionada arriba, de "ser llenos de toda la plenitud de Dios". La vida cristiana es un progreso, un crecer constante en gracia y conocimiento, una continua renovación a la imagen y semejanza de Cristo por el Espíritu Santo, como vemos en (2 P 1:2-11) (2 P 3:18) (2 Co 3:18), etc., y no se pueden "quemar etapas". He aquí la importancia del estudio detallado de esta oración, sin duda la más sublime que jamás elevara siervo de Dios alguno, por lo menos en lo que a la revelación escrita se refiere.
1. Poder en el hombre interior (Ef 3:16). La primera necesidad del creyente es que tenga la capacitación divina (corroboración o establecimiento espiritual) para fortalecer, robustecer, la nueva naturaleza que le ha sido injertada por la acción regeneradora del Espíritu de Dios, de la misma manera que un niño requiere una alimentación cada vez un poco más fuerte y abundante, a fin de fortalecer todas las células de su cuerpo que se van desarrollando. Pero el crecimiento cristiano no es "desde afuera hacia adentro", un mejorarse en lo externo para ir poco a poco dominando el hombre interior, a modo de la filosofía estoica (o la budista), sino, al contrario, va "desde dentro hacia afuera". De ahí que, en el capítulo 4, se habla de renovarse en el espíritu de la mente según el modelo del hombre nuevo, Cristo mismo. Es el Espíritu de Dios quien, morando en nosotros, efectúa esta corroboración poderosa en la medida que nos dejemos guiar e influenciar por sus impulsos. La esfera de su operación es "el hombre interior", que en el griego quiere decir literalmente "el hombre dentro del hombre", el que, habiendo sido regenerado, "se deleita en la Ley de Dios" (Ro 7:22). Es la sede profunda de la personalidad redimida, y en (2 Co 4:16) se usa en contraposición al "hombre exterior" que se va desgastando de día en día y está llamado a desaparecer.
Todo este resultado de la operación del Espíritu de Dios en el creyente nos recuerda los términos del Nuevo Pacto en (Jer 31:31-34) (He 8:10) (He 10:16), y el inspirado comentario que Pablo hace de él en (2 Co 3:3-18).
2. La morada de Cristo en el corazón, apropiada por la fe (Ef 3:17). La corroboración que acabamos de comentar ha de dar por resultado una "obra de fe", echando mano de la presencia del Espíritu de Cristo, especialmente en lo que a la voluntad del creyente se refiere ("corazón" es aquí sinónimo de "voluntad"). El verbo "habitar" en el original significa "establecer residencia" o "hacer su hogar en"; denota una morada permanente de Uno que es Amo o Dueño absoluto, no un mero huésped. Pero al Señor hay que invitarle y darle entrada por un acto de la voluntad rendida —se emplea el tiempo pretérito del verbo—, el cual luego vendrá a ser toda una actitud consciente y costumbre constante. Es la misma idea que tenemos en (Ap 3:20) y (Jn 14:23), cuyo significado primario tiene que ver con los creyentes, aunque se le puede aplicar —con las debidas explicaciones y salvedades— a los que todavía no conocen a Cristo. Sólo así se podrá gozar de una verdadera comunión con Cristo y crecer hasta la madurez y plenitud deseadas por el apóstol a favor de todos los santos.
Cristo morando en el corazón equivale a su morada en nuestra voluntad, fortaleciendo y corroborándola de tal forma que responda con prontitud a los impulsos del Espíritu cuyo fruto es amor, gozo, paz, etc. (Ga 5:22-23). Así se ve cómo cada frase de esta sublime súplica se relaciona con la próxima.
3. La comprensión y el conocimiento de las dimensiones infinitas del amor de Dios (Ef 3:17-19). Hemos de notar dos aspectos que comprende este punto: a) la base de esta comprensión, su origen; y b) su disfrute, y lo que implica.
a) Notemos que tal comprensión del amor de Dios sólo puede venir mediante un arraigo y una cimentación en el amor, producidos por la práctica de la comunión con Cristo.
Aquí vemos de nuevo cómo la mente de Pablo estaba saturada de las figuras gráficas utilizadas por los profetas para expresar verdades espirituales (Jer 1:10) (Ef 2:20-22) (Col 1:23) (Col 2:7). La raíz, los cimientos o fundamento, el fruto, los adornos del edificio (1 Ti 3:15), todo nos recuerda que el pueblo de Dios ha de hallar su fundamento sólo en su Dios, en esa relación vital entre el Padre de amor y la confianza absoluta del hijo dependiente. Es en Él, su carácter (imagen), su manera de ser, en los que ha de crecer y desarrollarse a fin de glorificarle entre los hombres. Así, morando Cristo en el corazón, habrá un arraigo en amor, y la experiencia viva de este amor hará que sea el amor lo que caracterice toda la conducta del creyente hacia el Señor y sus hermanos. Como dice el apóstol Juan, "le amamos a Él, porque Él nos amó primero". Es en la medida que vivamos este amor suyo que habrá tal afianzamiento de nuestro amor. Pero lo sorprendente del caso es que Pablo afirme que sólo por el amor puede haber aumento de comprensión espiritual. En esto se echa de ver el reconocimiento apostólico del peligro perenne, especialmente entre las iglesias de los gentiles, de ensalzar demasiado el conocimiento intelectual a expensas de la obediencia del corazón (1 Co 1:22) (Col 2:8,23) (1 Ti 1:4) (1 Ti 6:4). El apóstol sabía que el verdadero conocimiento de Dios era imposible sin el amor, ya que la comprensión viene por la obediencia, que siempre es fruto del amor (Jn 7:17) y (Jn 15:9-10). Uno de los grandes temas de las epístolas de Juan es la imposibilidad de ejercer una fe verdadera sin el amor.
La experiencia que Pablo desea a favor de sus lectores no es algo personal e individual; nada más lejos de su pensamiento. Tiene en mente todo el Cuerpo de Cristo; le interesa la interrelación y comunión de todos los miembros, puesto que la esencia del amor es un impulso hacia fuera, hacia los demás.
La experiencia creciente de comprensión del amor inmenso de Dios es para "todos los santos" y se disfruta con y entre todos ellos. No podemos tener una comunión íntima con Cristo y al mismo tiempo mantener relaciones distantes o frías con nuestros hermanos, lo cual sería una contradicción rotunda de nuestra unión en Él (Ef 4:13).
Así, por la práctica del amor entre los miembros y la Cabeza del Cuerpo se recibe fuerza (capacidad o poder) para comprender cada vez más las infinitas dimensiones del amor de Dios, a fin de que seamos equipados para...
b) Conocer o disfrutar del amor de Dios (Ef 3:19). La palabra "conocer" aquí significa "experimentar" o "conocer por experiencia", no intelectual o académicamente. Por eso se puede contrastar con la frase adjunta "que excede a todo conocimiento", que parece ser a primera vista una contradicción, porque habla de un amor que no se puede conocer. De acuerdo con lo comentado arriba, podemos ver en este contraste el hecho de que el amor divino no puede comprenderse con la mente, sino sólo por el corazón (la voluntad) a través de la obediencia de fe. Con todo, también admite la interpretación que de forma inmediata salta a la vista: que nunca podemos llegar a sondear en su totalidad el amor de Dios, que por la infinitud de sus dimensiones escapa a la facultad comprensiva del hombre. Puesto que Dios ES amor, es la esencia de su ser infinito, no le será nunca posible a la criatura llegar a las profundidades del amor de su Creador y Redentor. Por ello, todos los siglos sin fin de la eternidad serán insuficientes para poder conocer y gloriamos de todo lo que Él quiera revelamos de sí mismo. Como muy bien escribió un poeta cristiano: "Oh, Señor, toda una eternidad será demasiado corta para poder pronunciar toda la alabanza que Tú mereces."
4. Llenos de toda la plenitud de Dios (Ef 3:19). Esta es la meta, la cúspide de la inspirada plegaria del apóstol. No se halla mayor aspiración en toda la literatura humana: que todo lo que Dios es y ha provisto para el hombre llegue a llenarle por completo, cual esponja que se sumerge sedienta en el agua y se empapa de ella hasta la saciedad, de tal modo que parezca parte del líquido elemento. Es un concepto verdaderamente sublime, de acuerdo en todo con la perfección celestial y divina del enfoque de esta epístola (Col 1:19) (Col 2:9-10). F. F. Bruce, comentando esta frase, observa: "... el uso de la preposición (eis), "hasta...", sugiere más bien una plenitud progresiva", de forma parecida a lo que vemos en (Ef 4:13). El sublime ideal sólo puede realizarse en Cristo, por supuesto, pero potencialmente ya es nuestro, y por el Espíritu —como vemos a continuación— puede ser una gloriosa realidad, aquí y ahora.

La doxología (Ef 3:20-21)

El sublime final de la oración nos lleva a un terreno que parece tan lejos del alcance humano que no sería de extrañar que nos sintiéramos completamente anonadados e incapacitados para lograr tal realización, conociendo tan bien la fragilidad traicionera de nuestros propios corazones. Pero la doxología que brota del corazón extasiado del inspirado escritor nos enfrenta con algo más maravilloso aún: ¡que Dios está dispuesto y puede hacer mucho más de lo que se piensa (o se imagina) —aun cuando se trate de la visión inmensa de un Pablo—, o que se pide: o sea, más aun que los más profundos anhelos del creyente que ni siquiera hallan adecuada expresión, sino que están latentes en los "gemidos indecibles" interpretados por el Espíritu (Ro 8:27). Ni la comprensión iluminada del santo más sabio, ni la imaginación despierta del más sensible, ni la agonía de deseo del suplicante más fervoroso, ni la percepción espiritual del visionario o soñador más agudo, puede captar siquiera la inmensidad del poder amoroso de Dios. No hay "radar" espiritual que lo alcance. Este poder obra en nosotros (se sobreentiende que es por el Espíritu), y su único límite será el que nosotros pongamos. La potencia y el amor divinos no conocen medidas, pero hemos de dejarlos fluir a través de nuestras vidas sumisas.
En vista de todo lo expuesto, el contenido del gran Plan de Dios en Cristo y en su Iglesia, Pablo no puede por menos que atribuirle gloria al Padre, o sea, resaltar la manifestación de lo que Él es, y su correspondiente reconocimiento por todo lo creado. Nótese que esta gloria se manifiesta en la Iglesia y en Cristo, como Centro y Vehículo principal del Plan, no sólo ahora y en la próxima etapa del porvenir, sino "por todas las generaciones del siglo de los siglos", la infinita procesión de "edades" o "dispensaciones" que llamamos "la eternidad".

Temas para recapacitar y meditar

1. Discurra sobre el misterio del cual habla Pablo en (Ef 3:6) y contexto, notando su naturaleza, su contenido y su finalidad. Haga referencia también a otras porciones análogas en la Epístola.
2. Haga un análisis detallado de la oración de (Ef 3:14-19), destacando sus varias peticiones específicas y la relación que existe entre ellas y con la meta final.
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

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