Estudio bíblico: Opresión y esperanza - Exodo 1:1-2:25
Opresión y esperanza (Exodo 1:1-2:25)
El enlace con Génesis
1. El recuento de los padres de las tribus (Ex 1:1-6)
El núcleo original del pueblo (Ex 1:1-5). El Pentateuco no consiste en una serie de biografías de ciertos destacados líderes de la nación de Israel, sino en la historia del desarrollo del "pueblo-siervo" que Dios había escogido para avanzar el plan de la redención, de modo que el recuento de las tribus es más importante aún que la muerte de José. Los versículos 1 al 5 nos ofrecen un resumen de las genealogías que se detallan más en (Gn 46:5-27), relacionadas allí con el momento crucial cuando Jacob, según el mandato divino y las necesidades de su clan, decidió bajar a Egipto con todos los suyos. No habrá más genealogías ni censos hasta después del éxodo, al iniciarse el período de la formación de Israel en el desierto.
El número de setenta almas (Ex 1:5). Los hebreos solían redondear los números, según el propósito del escritor o redactor, de modo que no interesa mucho hacer análisis para ver si el número exacto de almas llegaba a "setenta" o en algunas más o menos. Hay aquí un claro reflejo de (Gn 46:27), bien que consta que se trata de los hijos que entraron en Egipto con Jacob, hallándose José y sus dos hijos en el país de antemano. Lo que interesa es contemplar el núcleo original de la nación al iniciarse la larga estancia en Egipto: se colocan en primer lugar los hijos de las esposas de Jacob con plenos derechos, Lea y Raquel, y después los de las esposas secundarias, que no debieran llamarse "concubinas" ya que, según las costumbres de Harán, se enlazaban con Jacob por medio de las esposas legítimas.
La frase del versículo 1 "cada uno entró con su familia (casa o establecimiento)", se reviste de bastante importancia, pues ya sabernos por el caso de Abraham (Gn 14:14) que los siervos de los patriarcas podía formar un cuerpo considerable, y lo más probable es que los varones de entre ellos hubiesen aceptado ya la circuncisión, pasando a ser israelitas en cuanto a su lealtad tribal y su religión. Ya había bastante fuerza cohesiva en el conjunto de las tribus como para absorber estos elementos extraños sin que peligrara la misión esencial de la nación. Acordémonos de que el siervo de Abraham que buscó a Rebeca como esposa para Isaac se hallaba completamente compenetrado de la creencia y fe de su amo (Gn 24). Doce "establecimientos" podrían suponer una suma de almas que llegara a centenares, o más, cifra inicial de la comunidad total que echa luz sobre los grandes números que se mencionan en la época del Éxodo.
La muerte de José (Ex 1:6). Como suceso personal, la muerte de José se mencionó ya al final del libro de Génesis (Gn 50:24-26), pero, en el versículo 6 de nuestro pasaje se nota su fallecimiento como el fin de una época, relacionado con el de todos sus hermanos y los hombres de aquella generación. Eran los "padres fundadores de la raza" que habían consolidado la vida de Israel en la tierra de Gosén, siendo reemplazados por los líderes que vieron el gran aumento de la nación que se nota en el versículo 7.
2. La multiplicación y potencia del pueblo (Ex 1:7)
La duración de la bonanza. Pese a su brevedad, este versículo merece mención especial porque nos ofrece los únicos datos que tenemos sobre el período de prosperidad que disfrutó el pueblo, seguramente bajo la égida de la dinastía de los faraones hiksos, antes de fundarse el "reino nuevo" que había de trocar la protección en opresión. ¿Cuánto tiempo duraría este período de bonanza y de aumento? Si la fecha dada para la fundación del nuevo imperio nacionalista es correcta (siempre se trata de aproximaciones) y también la del descenso de Jacob a Egipto, hemos de restar 1570 de 1710, que nos da 140 años, tiempo muy suficiente para que los israelitas fuesen multiplicados, aumentados, "fortalecidos en extremo" hasta tal punto que se notaba su presencia en todas partes de Egipto.
La duración de la opresión. Anticipando el tema de la opresión, ya que de cálculos se trata, hemos de deducir que los años malos duraron casi tres siglos. Sin embargo, no es necesario suponer que los israelitas llevasen una vida de penosa esclavitud durante todo este período tan extendido, que seguramente debiera dividirse en etapas según las indicaciones de los párrafos siguientes.
El periodo de la opresión (Ex 1:8-22)
1. El cambio de dinastía (Ex 1:8)
"El nuevo rey que no conocía a José" (Ex 1:8). Ya hemos notado en el capítulo introductor que el "nuevo rey" corresponde casi seguramente al primero del reino nuevo, o Imperio, que logró expulsar a los hiksos en el año 1570 a.C. Los hiksos respetarían el recuerdo de José como el de una gran figura histórica, quien no sólo salvó el país del hambre, sino que lo sujetó como nunca antes a la potencia real. Los faraones de la nueva dinastía 18 borraron todo recuerdo del odiado régimen anterior de extranjeros quitando las inscripciones monumentales, de modo que la memoria de José desapareció por completo, y con ella toda base de consideración especial frente a su pueblo, los israelitas. Los primeros faraones del reino nuevo se contentaron con expulsar a los hiksos, volviendo, en lo posible, a las costumbres anteriores. Después de la muerte de la reina Hatseput, sin embargo, sucedió al trono el faraón Tutmosis III, quien emprendió las vastas campañas que caracterizaban ciertas épocas del imperio. No podemos dogmatizar, pero parece razonable pensar que los primeros años del Imperio varían el principio de una política de relativa opresión frente a Israel, que llegaría a agravarse en las épocas de pasión bélica, a través de oleadas de nacionalismo y a causa del auge de las grandes construcciones iniciadas por Tutmosis III.
2. Etapas y grados de opresión (Ex 1:9-22)
Los israelitas no fueron expulsados de Gosén. Hasta el momento mismo del éxodo, los israelitas permanecen en la tierra de Gosén, habitando sus casas, hecho que no hemos de olvidar al pensar en la "esclavitud" del pueblo. Si nos podemos fiar de los recuerdos de los rebeldes en el desierto, los israelitas habían sido bien alimentados aun en las etapas más penosas de su servidumbre, ya que hablaban de "las ollas de carne", de "pan hasta saciarnos", del "pescado que comíamos de balde", de los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos que habían deleitado su paladar en Egipto (Ex 16:3) (Nm 11:5). Es probable que las mujeres, jóvenes y niños pastoreaban el ganado, puesto que les fue posible a este pueblo de pastores llevar consigo sus rebaños de ovejas y manadas de bueyes al salir de Egipto.
La primera etapa (Ex 1:9-12). En algún momento no determinado, algún rey de la dinastía 18 se dio cuenta del peligro que suponía para su país la presencia de un pueblo extraño, ya tan numeroso, que ocupaba "la puerta" oriental de Egipto hallándose bien establecido en la tierra de Gosén. La importancia numérica de Israel se indica por la frase "el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros" (Ex 1:9). Pudo haber algo de hipérbole en este dicho del faraón, o quizá la comparación se hacía con referencia a las partes de Egipto colindantes con Gosén, pero de todas formas, destaca claramente la impresión de un pueblo que había crecido de forma alarmante. El peligro que percibió el faraón tenía dos vertientes: 1) los israelitas podrían unirse con cualquier enemigo asiático, procedente del Oriente; y 2) que gracias al poderío adquirido por acciones bélicas en un momento de crisis se alejasen de Egipto, lo que supondría la pérdida de tanta "mano de obra" barata. Aún no habían sido esclavizados, pero como el faraón de la época de José había utilizado a los hijos de Jacob como mayorales para cuidar de su ganado —tarea que los nacionales no querían cumplir— es posible que los trabajos de los israelitas, aun en condiciones de plena libertad, tuvieran importancia económica para Egipto.
El faraón del día (no es posible identificarle) no quiso que el pueblo extraño se multiplicase más, y, a la vez, quería aprovechar sus trabajos con el fin de levantar las ciudades de almacenaje, Pitón y Ramesés (Ex 1:11). Ya hemos visto en la Introducción que esta política de reforzar la frontera noroeste de Egipto corresponde a la época de las guerras de conquista. Ramesés corresponde, probablemente, a Tanis (Zoan) que ocupaba el lugar de la ciudad capital de Avarís de la época de los hiksos. La mayoría de los arqueólogos creen que Pitón se halla en la parte oriental del "wadi" Tumilat, pero las identificaciones no pueden ser hechas con absoluta seguridad.
A la luz de (Ex 5:6-14) podemos deducir que los comisarios de faraón fijaban ciertas tareas que los israelitas habían de cumplir bajo el mando inmediato de sus propios capataces. Sobre todo, se trataba de entregar cierto número de ladrillos que luego se empleaban en las vastas obras de las ciudades, y, aparentemente, cuadrillas de hebreos habían de trabajar directamente en la labor de edificación. La "dureza" podía variar según el carácter del monarca, quien fijaría las líneas generales del servicio a cumplir, y según los comisarios del día, que podían ser más o menos exigentes y crueles. Es de suponer que faraón y sus consejeros pensaban que la ausencia prolongada de tantos varones de sus hogares, y el desánimo general que prevalecía tendría el efecto de reducir el pueblo, pero lejos de disminuirse, se multiplicaba aún más (Ex 1:12).
La segunda etapa (Ex 1:13-14). La primera reacción de la corte frente a este problema agudo fue la de agravar la dureza de la servidumbre, y se notan dos facetas: los trabajos de hacer ladrillos y también "toda labor del campo", que supone no sólo la ganadería sino también el cultivo de los sembrados regados por las aguas del Nilo, y siempre en circunstancias adversas de vigilancia, de esfuerzos excesivos y de frecuentes castigos. Así la vida de los israelitas fue amargada, pero aún existía la gran colonia hebrea de la tierra de Gosén. Quizá José había establecido a los suyos allí con tales garantías que luego fue muy difícil —en un país de tanto protocolo como lo era Egipto— que perdiesen sus derechos como colonos.
La tercera etapa (Ex 1:15-21). Faraón y sus consejeros veían crecer sus ciudades fronterizas y se aprovechaban bien de la mano de obra de sus esclavos, pero no habían dado solución al problema de la multiplicación del pueblo que entrañaba el de su posible alianza con el enemigo en tiempos de guerra. Muy al contrario, un pueblo que crecía constantemente y que se sentía ya amargado buscaría la primera ocasión para rebelarse, librándose del yugo de su dura servidumbre. Alguien propuso que sería posible valerse de las comadronas oficiales para terminar la vida de los varones hebreos al momento de nacer. Parece extraño que no se nombren más de dos, Sifra y Fúa, para una comunidad que se describe como muy numerosa, pero podría tratarse de las dirigentes, que contaban con la ayuda de asistentes. Mucho depende de las costumbres, "tabúes", etc., tanto de las egipcias como de las hebreas, que desconocemos. Fuese como fuese, las comadronas no se prestaban a esta obra criminal, tan contraria al sentido esencial de su misión: la de facilitar los principios de la vida en las familias. Sus excusas ante Faraón (Ex 1:19) podrían tener bastante base, pues mujeres que trabajan en el campo, con un régimen saludable de ejercicio y de aire sano, no suelen tener alumbramientos tan difíciles como las madres que llevan la vida sofisticada y antinatural de las sociedades urbanas, y se han dado casos aun en los campos de España en los que las madres salieron a sus trabajos en el campo por la mañana volviendo con el nuevo vástago en brazos por la noche. Es completamente inútil enjuiciar a las comadronas condenándolas por "mentir". Como hemos subrayado en varias porciones de Génesis, la luz de la revelación iba penetrando lentamente en las costumbres de aquellos órdenes de la vida.
El intento de aplicar las normas éticas de la Iglesia del Señor, después de recibir la plena revelación de Dios en Cristo, a aquellos tiempos, es perder toda perspectiva histórica, y desconocer las largas etapas del desarrollo del plan de la redención. El hecho es que Dios aprobó su valor —porque sin duda arriesgaban sus propias vidas— y "prosperó sus familias". Es decir, fueron bendecidas en la misma esfera en la cual ellas mismas habían sido hechas bendición en muchos de los hogares de los hebreos.
La cuarta etapa (Ex 1:22). Fracasado el plan de reducir el número de varones hebreos por medio de las comadronas, Faraón echó la responsabilidad sobre la totalidad de sus súbditos, promulgando el bando general: "Echad al río a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad la vida". Ramales del río Nilo se hallaban en todas partes de Gosén, y la "vida" de Egipto había de convertirse en la "muerte" de una nación. Pero aquella nación fue el pueblo escogido de Dios, quien velaba por su "siervo". No hay datos que nos ayuden a formar una idea de la extensión de la matanza de los varoncitos hebreos, pero es evidente el fracaso final del nefasto plan, ya que hallamos después una gran multitud de israelitas varones de la generación de Moisés. Es de suponer que muchos niños fuesen sacrificados en los primeros meses de terror, pero que una orden tan contraria a los instintos naturales de seres humanos normales iría perdiendo vigencia con el tiempo. Esta culminación de opresión prepara el escenario para la historia del nacimiento y salvamento de Moisés, que constituye la primera fase de la historia del éxodo. Mas tarde tendrían que morir los primogénitos de los egipcios, no por ser de esta nación o de la otra, sino como consecuencia de una rebeldía pertinaz de parte de sus gobernantes, que oponían su orgullo carnal a la obra de Dios anunciada por su palabra, reiteradamente confirmada y acreditada.
Dios prepara a su siervo Moisés (Ex 2:1-25)
1. El nacimiento y salvamento de Moisés (Ex 2:1-10)
Los padres de Moisés (Ex 2:1) con (Ex 6:16-20). Los padres de Moisés, Amram y Jocabed, eran descendientes de Leví por la familia de Coat. La tribu había de adquirir su distinción posterior precisamente por la obra de los hijos de este matrimonio, Aarón y Moisés. Si no tuviéramos delante más que el primer versículo del capítulo 2, creeríamos que Amram se casó con Jocabed, y que Moisés nació en su debido tiempo como hijo primogénito. Resulta, sin embargo, que el verbo hebreo es pobre en recursos para expresar tiempos como nuestro pluscuamperfecto, de modo que hemos de entender la primera frase de (Ex 2:1) como sigue: "un varón de la familia de Leví había tomado por mujer a una hija [descendiente] de Leví". De este matrimonio había nacido María como catorce o quince años antes, y Aarón hacía tres años. El momento que se señala es el nacimiento del nuevo vástago en medio de la peligrosa crisis producida por el cruel edicto del faraón, que estaba en pleno vigor. El nombre de María volverá a ponerse de relieve más tarde como profetisa, y el de Aarón como el del sumo sacerdote que inauguró los servicios levíticos de Israel. Moisés había de ser caudillo y legislador del pueblo por excelencia.
El nacimiento de Moisés (Ex 2:1-2). Es típico de los caminos de Dios en el Antiguo Testamento que anula toda esperanza humana antes de intervenir en gracia con el propósito de salvar o bendecir a su pueblo. La nación de Israel empezó su existencia cuando Isaac nació de padres "ya muertos" (Ro 4:18-21), y había de ser rescatada también por medio de un "redentor" que empezara su vida bajo sentencia de muerte. El niño nació hermoso, pero podemos suponer que Jocabed habría hecho lo posible para salvarle aun si hubiese sido enfermizo y feo. El hecho de poder esconder a un varoncito recién nacido en las habitaciones interiores de una casa en Gosén durante tres meses viene a confirmar lo que hicimos ver anteriormente: que los israelitas aún podían mantener su vida de hogar en condiciones de relativo bienestar en la tierra de Gosén, sin demasiado miedo a los egipcios. Sin duda las posibilidades de los cabezas de familia variaban, y podría ser que la familia de Amram gozara de cierta categoría y que no fuese pobre. Cabe la posibilidad de que tales personas pudiesen prestar servicios al estado, o hacer entregas en metálico en lugar de servir personalmente en las cuadrillas. De todas formas, los lloros de un niñito sano de tres meses delatarían su presencia, y pronto se sabría que se trataba de un varón, que, según el edicto, había de ser echado al Nilo.
El recurso del arca (Ex 2:3-4). En todos los detalles de este hermoso y conocidísimo relato hemos de entender que Dios obraba por su providencia, inspirando a la madre a tomar precisamente las medidas que se detallan, que habían de servir no sólo para salvar la vida al pequeño, sino también para colocarle donde podría ser preparado frente a ciertos aspectos de su gran obra futura. Parece posible que Jocabed hubiera estudiado las costumbres de la princesa egipcia, y que su comprensión y fe llegaron a comprender que su niño podría ser guardado precisamente bajo los techos del autor del edicto de su muerte: quizá el único sitio seguro en toda la tierra. Jocabed propuso obedecer el cruel mandato del rey echando —o por lo menos colocando— a su hijo en el río, pero dentro del arca. Los juncos son los tallos de la planta acuática "papiro", cuya corteza interior había de servir como papel durante muchos siglos en tiempos posteriores. Los monumentos egipcios ilustran la construcción de ligeras embarcaciones por medio de estos fuertes tallos, que, efectivamente, se cubrían con brea vegetal con el fin de impermeabilizarlos. Todo el ambiente aquí es puramente egipcio, y el medio que escogió Jocabed se encaja perfectamente dentro de la vida, costumbres y posibilidades del lugar y de la época, cosa que habría sido muy difícil que un novelista inventara siglos después. El arca sería una pequeña caja flotante, con su tapa correspondiente, colocada en el carrizal para que no fuese llevada por las corrientes del río. Suponiendo que Jocabed esperaba la intervención de la princesa, pensaría también que el carrizal sujetaría el arca hasta la hora del baño de la princesa. El hecho de la vigilia de la hermana, María, dispuesta ya a hacer la sugerencia de (Ex 2:7), parece confirmar la "inspiración" que Jocabed había tenido al colocar a su niño precisamente allí. Las palabras traducidas por "arquilla" y "juncos" son de origen egipcio, y "teba" ("arca") es igual que el término empleado para el arca de Noé.
El paseo de la princesa (Ex 2:5). La frase "la hija de Faraón" no indica en sí la categoría de la princesa, a no ser que sea por el uso del artículo definido. Los faraones de la época tenían una esposa oficial —muchas veces una hermana— que compartía hasta cierto punto su supuesta "divinidad"; tenía, además, un número de esposas y concubinas que residían en los harenes de los pabellones de placer que hacían construir los faraones en distintos lugares, pero sin que las mujeres fuesen recluidas según las costumbres árabes de tiempos más recientes. Había distritos en el delta muy conocidos y apreciados por la caza que abundaba en ellos —particularmente de aves acuáticas— y se construían palacetes en tales sitios para el uso del rey, cada uno con su harén. Todo ello halla abundante ilustración en los monumentos egipcios ya muy conocidos. La princesa, pues, habría podido ser hija de cualquiera de las esposas del rey, pero parece ser que disfrutaba de libertad y que tenía la autoridad suficiente para obrar por su cuenta aun en contra del edicto de su padre. Bastaba su palabra para que el niño no fuese molestado en la casa de sus padres en Gosén hasta que fuese destetado.
Baños como el que pensaba tomar la princesa se ilustran en los monumentos, como también la asistencia de varias doncellas que rodeasen a un personaje real.
La decisión de la princesa (Ex 2:5-6). La curiosidad de la princesa al ver la arquilla anclada entre los papiros fue muy natural, pero, ¡cuánto dependía de sus reacciones después de haber mandado sacar y abrir el barquito con su pequeño ocupante! Ya hemos postulado la obra de la providencia divina, y los lloros del hermoso varoncito conmovieron el corazón de la mujer. Se la supone soltera, pero el instinto materno es muy fuerte en toda mujer normal, e, instintivamente, desearía derramar su cariño sobre este pequeño. Desde luego, comprendió en seguida la situación y el porqué de hallarse el varoncito en el río pero protegido del peligro de las aguas, exclamando: "¡De los niños de los hebreos es éste!".
La intervención de María (Ex 2:7-9). Si Dios había concedido visión e inspiración a Jocabed, ésta se hallaba bien secundada por su hija, quien, al observar la reacción compasiva de la princesa, no perdió un momento en estar a su lado con la proposición de buscar una nodriza para el niño; de nuevo la princesa comprendió en seguida que se trataba de la misma madre, que procuraba, desesperadamente, salvar a su precioso vástago de la muerte. La madre se halló pronto en la ribera del río, donde la princesa, aceptando ya toda responsabilidad por el niño, mandó a su madre criarlo, asegurando sus propios derechos pactando el salario acostumbrado. Dios había obrado, y el futuro siervo suyo había sido salvado por la mano de la hija de quien había pronunciado la sentencia de muerte.
El niño en el palacio del faraón (Ex 2:10). "Cuando el niño creció" quiere decir "cuando fue destetado", y así independiente de la madre-nodriza. En el Oriente los niños no solían ser destetados hasta los dos años de edad, lo que implica un principio de influencia hebrea para el niño que había de ser criado después a la usanza egipcia. Sin duda la relación entre madre e hijo no se rompió totalmente, ya que, por fin, Moisés llegó a su gran determinación de unirse con el pueblo de su nacimiento y no con el de su crianza y cultura.
Pese al fuerte nacionalismo del reino nuevo, no fue nada extraño que un semita se criara en los palacios del faraón. Los eruditos han hallado relaciones de varios personajes de origen semita que no sólo se educaba entre los príncipes y nobles de Egipto, sino que llegaban a ocupar puestos de gran importancia en el gobierno y administración del país y de sus provincias.
El nombre "Moisés" (Ex 2:10). No es seguro, por el texto de este versículo, si fue la princesa o Jocabed quien dio el nombre de Moisés al niño. A primera vista parece ser que fue la princesa, al prohijarle formalmente y como recuerdo del momento en que le había sacado de las aguas, y quizá esto sea lo más probable. Pero algunos eruditos han hecho ver que era costumbre hebrea hacer un juego de palabras del nombre que se ponía a una criatura, alusivo a algún rasgo o acontecimiento, cosa extraña a los egipcios, y que la construcción gramatical admite la posibilidad de que el nombre fuese dado por la madre que dijo: "Porque de las aguas lo saqué". El nombre puede referirse igual al alumbramiento del niño como al hecho de ser sacado del Nilo. Si la forma del nombre es hebrea, asimilada al egipcio, o egipcia adaptada al hebreo, es algo que no nos preocupa en este libro.
Moisés entrenado en la sabiduría egipcia (Ex 2:10). Cuando Esteban afirmó que Moisés había sido enseñado en toda la sabiduría de los egipcios (Hch 7:22) siguió el texto de los "tárgumes" (traducciones o paráfrasis) de los judíos más bien que el del relato bíblico que tenemos delante, pero la adición del tárgum fue una deducción natural o ineludible. Los príncipes de la casa real —con otros extranjeros que se educaban en Egipto— se colocaban bajo el cuidado de directores de estudios, aprendiendo, según su edad, la escritura jeroglífica y la hierática, pasando a la redacción de cartas, al estudio de la literatura en los distintos géneros que ya mencionamos en la Introducción, a las matemáticas, a las cuentas y a la administración. Unos siglos antes, en Fenicia, algún genio había descubierto la manera de escribir alfabéticamente en lugar de representar cosas e ideas por medio de signos especiales. Se han hallado algunas sencillas inscripciones, compuestas de letras y sílabas, precisamente en las minas de turquesa en Sinaí, de modo que, en años posteriores, Moisés no estaría limitado al laborioso proceso de emplear jeroglíficos para la redacción de sus escritos, sino que dispondría ya de una forma de escritura alfabetizada.
2. Moisés se identifica con su pueblo (Ex 2:11-15)
Los años en Egipto (Ex 2:11). Esteban comprendía que Moisés, durante los cuarenta años que pasó en las altas esferas de la sociedad egipcia, había sido "poderoso en sus palabras y obras" (Hch 7:22). De nuevo, el relato del éxodo carece de detalles, pero es cierto que los príncipes de la casa real, una vez entrenados, se destinaban a ocupar cargos importantes en el país y en el imperio. Un joven príncipe, de la talla de Moisés en cuanto a la inteligencia y al esfuerzo, no pudo por menos que hallar amplias esferas para el desempeño de sus talentos y energías, fuese en empresas bélicas o en el gobierno y administración de cualquier región del dilatado imperio de los faraones del reino nuevo. Así desarrollaba las dotes de mando, la experiencia administrativa y judicial que luego habrían de serle tan útiles al constituir a los israelitas en nación, llevándoles por el peligroso y difícil camino del desierto hasta Canaán. Cuando volvió a pisar el suelo de los palacios egipcios como embajador de Dios, después de los cuarenta años en Madián, hallaría diferentes personas, pero estaría perfectamente familiarizado con el protocolo de la corte y con las características de la administración egipcia.
La gran decisión de Moisés (Ex 2:11). El antiguo relato inspirado resume muchos años de acontecimientos, experiencias, obras y actitudes que quisiéramos conocer en mayor detalle. Por ello hemos de acudir una vez más al Nuevo Testamento para hallar luz sobre lo que más nos importa en este momento de la historia de Moisés; sobre todo, cómo llegaría a identificarse con su pueblo dejando las brillantes perspectivas que le ofreció su servicio en la corte del faraón del día. El escritor de la Epístola a los Hebreos comenta las decisiones de fe de los "héroes" de tiempos antiguos, escribiendo en cuanto a Moisés: "Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón" (He 11:24-26).
Podemos suponer que Moisés nunca había perdido contacto con la familia de su madre, y que, gracias a este eslabón, llegó a conocer las crónicas de sus antepasados y el significado del pacto que Jehová había hecho con Abraham. En algún lugar fue guardado el ataúd de José, que conservaba la muda promesa de que, un día, los israelitas habían de volver a Canaán, llevando consigo este precioso recuerdo de la vida antigua de la raza y del salvamento de Israel por medio del gran visir de Egipto (Gn 50:24-26) (Ex 13:19) (Jos 24:32). Al hablar del "vituperio de Cristo" el inspirado autor de Hebreos hace referencia a la esperanza mesiánica, ya que Cristo es la traducción griega de Mesías. Moisés no pudo conocer personalmente al Señor Jesucristo, pero sí podía valorar mucho la esperanza del Mesías, asociada con su raza, a pesar de que sus colegas egipcios lo considerarían algo ridículo. Esta apreciación, por la fe, influyó en su gran renuncia al dejar su posición en la familia real para unirse con un pueblo de esclavos. Hemos de suponer algún momento de visión y de decisión en el fuero interno de Moisés que le llevaran a una determinación tan contraria a sus aparentes intereses personales. De hecho, si hubiera escogido según criterios mundanos, su nombre, como príncipe egipcio, sería ya olvidado; o, en el mejor de los casos, hallarían los egiptólogos alguna referencia a sus hazañas en un monumento de piedra. Por renunciar a todo, según la voluntad divina, llegó a ser el instrumento de Dios para avanzar el plan de la redención, y su nombre figura entre los protagonistas que más han influido en el curso de la historia y en el desarrollo del pensamiento de los hombres.
Moisés quería ser campeón del pueblo afligido (Ex 2:11-15) con (Hch 7:20-29). Según el método de los capítulos 1 al 11 del Génesis, esta breve introducción al libro de Éxodo nota algunos incidentes que, a primera vista, parecen ser de limitado alcance, pero al volver a estudiarlos con atención los apreciamos como boyas flotantes que indican la dirección de las corrientes marítimas. Así lo entendió Esteban en el ya referido discurso ante el sanedrín (Hch 7), pues presenta a Moisés como uno de los típicos casos por los que los israelitas rechazaban una y otra vez a los líderes que Dios les preparaba, llegando por fin a rechazar al Mesías mismo. Moisés —según Esteban— "pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya, pero ellos no lo habían entendido así" (Hch 7:25). Psicológicamente parece muy acertada la interpretación de Esteban —basada seguramente en los tárgumes— ya que Moisés, con su preparación tan especial y ya dispuesto a identificarse con Israel, no podía por menos que meditar en algún plan que diera libertad a su pueblo. En el relato se nota sólo un caso de justa indignación y de violenta intervención a favor de un israelita maltratado, quizá por algún capataz egipcio; sin embargo, es evidente que los israelitas ya le conocían, y el "malvado" del día siguiente que golpeaba a un "hermano" suyo reaccionó con sorna ante Moisés: "¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros?". Esto supone contactos anteriores entre Moisés y los ancianos del pueblo, y quizá Moisés se había ofrecido a empeñar su influencia frente a personajes egipcios, o en consulta con distinguidos personajes extranjeros residentes en Egipto, empleando a fondo sus notables conocimientos de todo cuanto podría ser útil en un intento de sublevación o de evasión. Pero el entusiasmo y buenos deseos de Moisés fracasaron al chocar con las reacciones del pueblo contumaz y suspicaz, una primera experiencia que quizá influyó en su ánimo cuando se mostró tan poco dispuesto a obedecer el llamamiento de Dios cuando por fin había llegado el momento de liberación.
Si intentáramos hacer un "psicoanálisis" de Moisés, sobre la base de estos versículos tendríamos que notar lo siguiente: 1) "Salió a sus hermanos", frase que señala la voluntad de identificarse con ellos y que fue el resultado de la tremenda experiencia interior y espiritual que se comenta en Hebreos. 2) "Observó a un egipcio que golpeaba a uno de los hebreos", indicio de la mirada compasiva que había echado sobre su pueblo al estudiar su condición. 3) "Mató al egipcio". Aun iría vestido a la usanza de un príncipe y no le faltarían armas. La violencia había sido aprendida en el ejercicio de las armas, y en aquel momento de ira él se arrogaba el derecho de juzgar el crimen y castigarlo con la máxima pena, sin consultar con nadie; he aquí el indicio de un temperamento justiciero pero orgulloso. Quizá lo conceptuaba como un primer "acto de guerra", pero es evidente que había de aprender mucho antes de poder capitanear al pueblo de Dios, estableciendo normas —por revelación divina— que habían de incluir el mandamiento: "No matarás". 4) "Miró a todas partes". No mató al enemigo de su raza sin el intento de comprobar antes que no había testigo delante. Hubo elemento de prudencia, que agrava el crimen de la violencia calculada. Recordemos que Moisés estaba acostumbrado al ejercicio despótico del poder, y que su acción sería "normal" en los ambientes en los cuales había sido criado. 5) No todos los israelitas habían aprendido la necesidad de unirse en fraternal esfuerzo frente al opresor, y el caso del hebreo que golpeaba a su prójimo nos recuerda que la violencia engendra más violencia, exacerbando los padecimientos prolongados, el egoísmo que, a su vez, cauteriza la conciencia. Moisés se indigna, pero, tratándose de un hebreo que hace el mal quiere despertar su conciencia: "¿Por qué golpeas a tu prójimo?". Hablaría con tono de autoridad, acostumbrado al mando y sabiendo que tenía razón. 6) La despectiva contestación del hebreo malhechor hizo saber a Moisés que su precipitada acción del día anterior, al vengar por su mano la maldad de un supervisor egipcio, era ya conocida y comentada. Las breves palabras de (Ex 2:14-15) pueden encerrar todo un proceso de meditación, discusión y decisión. El fin del asunto fue que sus hermanos no estaban dispuestos a aceptar proyectos arriesgados para la liberación bajo su caudillaje, y comprendió que su misma vida peligraba, ya que su acto de violenta rebeldía se había dado a conocer en la corte.
Tal fue el hombre que huyó a Madián, donde había de ser disciplinado y enseñado por métodos muy diferentes antes de que pudiese ser el caudillo que llevara a cabo los propósitos de Dios en orden al pueblo de Israel.
3. Moisés en Madián (Ex 2:16-22)
La tierra de Madián (Ex 2:15). No es fácil localizar la "tierra de Madián", ya que este pueblo, descendiente de Abraham por medio de Cetura (Gn 25:1-6) y muy relacionado con los israelitas, consistía más bien de nómadas que llevaban sus rebaños y sus camellos a distintos lugares de las regiones semidesérticas alrededor de Moab y de Edom, en tierras al oriente del valle Aqaba, pero pasando a menudo a la península de Sinaí. Al recibir su llamamiento, Moisés había llevado los rebaños de su suegro a Horeb, o sea, Sinaí, en el sur de esta península. Regían el pueblo cinco príncipes que se hallan muy relacionados con el rey y nobles de Moab en los incidentes de Números 22-25 y 31.
Moisés, Jetro (Reuel) y las hijas de éste (Ex 2:16-22). Quizá los madianitas conservaban el culto de Jehová, Dios de su antecesor Abraham, pero mezclándole con el de los dioses falsos de los moabitas y otros pueblos vecinos. Jetro —nombre alternativo de Reuel y más conocido— se expresa como monoteísta y creyente en ocasiones posteriores (Ex 18), pero, según los referidos capítulos de Números, los madianitas llegaron a inducir a un sector de los israelitas a incurrir en unas de las peores desviaciones espirituales de las normas del pacto. El término "sacerdote de Madián" (Ex 2:16) no se entiende bien, pero, conforme a sus profesiones en el capítulo 18, podría haber sido uno de los fieles que mantenían el culto a Jehová.
Que Moisés huyera de Egipto por el camino del oriente y hacia las tierras semidesérticas al este del valle de Aqaba corresponde exactamente a las costumbres de entonces; el refugiado se hallaría bien seguro, pues ningún faraón había de enviar expediciones a través de la península de Sinaí en busca de una sola persona. Es evidente que los madianitas del clan de Jetro se habían establecido en algún pueblo cuya vida dependería del pozo en las afueras. Dentro del sencillo cuadro de la vida de un pueblo seminómada no debiera extrañarnos que las hijas de Jetro —personaje de alguna importancia local— tuviesen que pastorear las ovejas de su padre. Recordemos los trabajos parecidos de Raquel, hija de Labán, en Harán (Gn 29:1-12). Los pastores varones, que quisieron impedir los trabajos de las hijas de Jetro al abrevar las ovejas, podrían pertenecer a otro clan, y de todos modos desconocerían "motivos caballerescos", pues los orientales de entonces consideraban a las mujeres como seres de categoría inferior.
Quizá Moisés ya había fijado su residencia en este pueblo, pues no hay nada que indique que acababa de llegar y sentarse en el pretil del pozo al lanzarse a la protección y ayuda de las hijas de Jetro. El incidente le muestra una vez más como valiente y decidido, y seguramente guardaba aún el aire de autoridad que le conferían sus años de mando. Al contar las hijas de Jetro a su padre la ayuda que habían recibido —que había aligerado sus pasos aquel día— éste se apresura a ofrecer la hospitalidad oriental, extrañándole, al parecer que sus hijas no lo hubiesen hecho en el acto. Notemos que Moisés, frente a las mujeres madianitas, parece ser "un egipcio", pues seguramente su indumentaria les impresionaría más que sus facciones semitas (Ex 2:19).
La estancia de Moisés en Madián (Ex 2:21-22). Hemos de hacer un esfuerzo de imaginación para poder comprender que se resumen las características de cuarenta años de la vida de Moisés en estos dos versículos. El trato con Jetro determinó que el huésped le ayudara en el pastoreo de sus ovejas. Poco sabría el ex príncipe egipcio de esta ruda labor, pero el instinto de su raza —pastores por excelencia— y su viva inteligencia, le ayudaría a desempeñar pronto y bien los trabajos del pastoreo, buscando pastos y agua para las ovejas en aquellas inhóspitas tierras. Dios sabía que su siervo necesitaba aprender la paciencia por este medio, además de la compasión, la resistencia a la fatiga, la entereza del alma, con el fin de graduarse en el difícil arte de cuidar de "rebaños" de hombres y mujeres, más voluntariosos que las ovejas y con la misma tendencia a extraviarse. Además, las largas horas de tranquilidad en los solitarios parajes de Madián y de Sinaí habían de proporcionar a Moisés la oportunidad de meditar en los caminos de Dios, cosa harto difícil en medio del bullicio y la intriga de la corte egipcia. Sin duda pasaría mucho tiempo precisamente en la península de Sinaí, que llegaría a conocer de palmo a palmo sin saber aún que allí había de cuidar del pueblo de Dios durante otro aciago período de cuarenta años.
Hebreo por nacimiento, egipcio por crianza y cultura, Moisés había de ser madianita por casamiento y por su larga estancia en la tierra. No se veía fin a su destierro, de modo que se estableció en Madián casándose con Séfora, una de las siete hijas de Jetro, y de ella nació su hijo Gersón, cuyo nombre recuerda que era forastero en tierra ajena. Poco sabemos de esta esposa de Moisés, pero, por alguna razón, no quiso circuncidar a su hijo, según las exigencias del pacto hebreo, hasta que una crisis posterior le obligó a ser obediente. Después nació otro hijo, Eliezer, y aparentemente Jetro protegió a Séfora por lo menos durante una parte de los acontecimientos del Éxodo (Ex 18:1-7).
4. El principio de la liberación (Ex 2:23-25)
La muerte del faraón (Ex 2:23). El versículo 23 parece darnos la idea del fin de un reinado muy largo, y que el rey era el que procuraba la muerte de Moisés. Ramesés II reinó —conjuntamente con su padre o solo— por el larguísimo período de sesenta y siete años, y fue sucedido por Neremptah, que parece indicar que este fuese el faraón del éxodo. Sin embargo, la fecha que se ha dado para el éxodo por otras razones sitúa el acontecimiento en el reinado de Ramesés II. Enfatizamos lo provisional de estas fechas y los problemas que aún necesitan solucionarse antes de llegar a conclusiones fijas. No podemos afirmar que el faraón que murió, según este versículo, fuese el enemigo de Moisés, pues durante cuarenta años pasan muchas cosas. Lo cierto es que el nuevo rey siguió la misma política con Israel que con sus predecesores, y frente a él —y en vista de su obstinada resistencia a la Palabra— Dios había de desplegar las maravillas de su poder y exhibir sus juicios.
El clamor de Israel (Ex 2:23-25). Estos versículos no declaran terminantemente que los israelitas clamaron al Dios de sus padres a causa de gran aflicción, sino sólo que gemían y clamaban, pero quizá es admisible pensar en un avivamiento espiritual motivado por sus sufrimientos y el recuerdo de las promesas hechas a sus padres. La "respuesta" de Dios se expresa en términos antropomórficos, o sea, como si Dios reaccionara como hombre al "oír" el clamor de su pueblo afligido, "recordando" el pacto hecho a su favor con Abraham, Isaac y Jacob; pero el lector que medita en las dificultades que encierra la comunicación del mensaje divino a tantas personas tan diferentes, a través de tan largos siglos, no hallará dificultad al leer tales expresiones, que se entienden por todos interpretándose bien a la luz de la totalidad de las Escrituras. Desde luego, no limitan para nada la omnisciencia de Dios y el hecho de que sus propósitos arrancan de su beneplácito eterno. Solamente pareció, según lo que veían ojos humanos en determinada época, que Dios volviera a entrar en acción después de un período de silencio, y de aparente olvido. De hecho, había llegado el momento para que se manifestara de nuevo mediante señalados actos redentores que se enlazan firmemente con la historia. Al comunicarse Jehová con Abraham, después de asegurarle sus promesas por medio de un pacto solemne, predijo la servidumbre de Israel "en tierra ajena", anunciando que en la "cuarta generación" su pueblo había de volver a Canaán con el fin de posesionarse de toda la tierra desde el río de Egipto hasta el río Éufrates (Gn 15:12-21). Las expresiones de los versículos 23 al 25 significan que el momento del éxodo se acercaba, y que nada podía oponerse a la voluntad de Dios para con su pueblo.
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