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Estudio bíblico: El epílogo - Hebreos 13:1-25

Autor: Ernestro Trenchard
Reino Unido
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El epílogo - Hebreos 13:1-25

Si no tuviéramos más que este epílogo, los defensores de la paternidad literaria de Pablo en cuanto a Hebreos hallarían cierto apoyo, pues hay bastantes puntos aquí que nos recuerdan los métodos y los pensamientos del gran Apóstol a los gentiles. Desde luego, estos puntos de analogía no pueden decidir la cuestión, que necesita el examen de toda la epístola según las normas señaladas en la lección introductoria, pero bien podrían indicar la influencia de Pablo sobre el escritor, que andaba en el mismo "círculo" según se puede deducir de la referencia familiar a Timoteo en el versículo 23. Era costumbre de Pablo terminar sus epístolas con una serie de exhortaciones prácticas, basadas sobre la doctrina que se había adelantado anteriormente, y algunas de las que hallamos en esta porción se parecen mucho a otras del Apóstol (compárese He 13:9 con Ef 4:14, por ejemplo). También solía pronunciar elocuentes "bendiciones", de mucha sustancia doctrinal, al llegar cerca del fin de sus cartas, de la manera en que el escritor lo hace en los versículos 20 y 21. Con todo, no hay nada en absoluto en el epílogo que no cuadre perfectamente con el tratado que hemos venido estudiando, y siguen hasta el fin los símbolos levíticos, tan propios de este autor como ajenos al pensamiento normal de Pablo, hallándose aquí también términos que Pablo expresa de otra manera, como, por ejemplo, la voz "egoumenoi", que describe a los "guías" de las iglesias.
Más importante es notar que no se trata aquí de una mera serie de exhortaciones prácticas, sino de la continuación hasta el fin del gran esfuerzo espiritual del autor por apartar a los hebreos de sus errores y llevarles al terreno propio del creyente que se goza en la plenitud de la obra de Cristo. Esta "carga" pesa sobre él como las "cargas" de los profetas del Antiguo Testamento, y bien que deja atrás las amonestaciones más solemnes, no cesa de exhortar a los creyentes hasta el fin, aduciendo ejemplos e ilustraciones para "rematar" los poderosos argumentos anteriores.

La conducta del peregrino (He 13:1-9)

1. El amor fraternal que reina entre los peregrinos (He 13:1)
Recuerde el estudiante el fin del capítulo 12, donde la contemplación del "reino inmovible" ayudaba al caminante espiritual a ver los acontecimientos y las circunstancias en su debida perspectiva.
Tal caminante tendría que mirar a sus hermanos de la forma en que Dios les miraba: como miembros de Cristo y ciudadanos de su reino, siendo el objeto especial de su amor, ya que se habían separado del mundo para colocarse al lado del Amado. "¡Permanezca el amor fraternal!", exclama el autor, como si dijera: Este amor caracterizaba vuestros buenos comienzos en la vida cristiana, pero peligra ahora a causa de vuestras fluctuaciones. ¡Que permanezca la "filadelfia", el amor de hermanos, pues es la manifestación obligada de la vida que profesáis tener! Comparemos con esta exhortación las enfáticas palabras del apóstol Juan en (1 Jn 3:15-18) (1 Jn 4:7-12), quien no admite que puede existir el amor para con Dios si no se da prueba de él en un amor de sacrificio frente al hermano.
2. La hospitalidad entre los peregrinos (He 13:2)
La hospitalidad, como expresión del amor fraternal, era de gran importancia en los primeros años de la Iglesia. Por fortuna, el oriental solía practicar la hospitalidad como una de las más estimadas virtudes, y tal costumbre adquiría mayor profundidad y sentido espiritual entre los miembros de la familia cristiana. Gracias a ella la puerta de la casa se abría con agrado para la recepción de los hermanos, y de este modo los siervos del Señor podían realizar una labor muy extensa con pocos fondos y sin salarios; gracias a la misma virtud, los perseguidos por la causa de Cristo hallaban refugio, consuelo y ayuda para la próxima etapa de sus azarosos viajes. El interesante libro Didaché, que circulaba entre las iglesias a principios del siglo segundo, muestra que algunos falsos pastores y profetas abusaban de estos privilegios; pero la mala conducta de algunos no había de perjudicar a la mayoría de hermanos fieles.
La referencia a algunos que hospedaron ángeles sin saberlo, nos trae a la memoria la escena que se describe en (Gn 18:1-8), cuando Jehová se manifestó a Abraham en la puerta de su tienda con dos ángeles, siendo atendidos con gran esmero por el patriarca. ¡Qué pérdida si el Señor se presentara algún día a nuestra puerta en la persona de un hijo suyo y, por "lo inconveniente", le negáramos la entrada! La "hospitalidad" no es aquello de proveer un "banquete" para cierto hermano destacado en una ocasión especial —que puede tener más de ostentación que de otra cosa—, sino la inclinación a compartir lo nuestro con el hermano, de una forma sencilla y dentro de las posibilidades que el Señor nos ha dado, y conforme a la necesidad de aquél. Es una preciosa virtud, muy agradable a los ojos del Señor. Quizá los hebreos estaban en peligro de descuidarla a causa de la dificultad de sus circunstancias. ¡No lo olvidemos nosotros por la razón inversa: el exceso de comodidades en nuestra civilización occidental!
Los "presos" a quienes se refiere en el versículo 3 serían aquellos que padecían por Cristo, como también los "maltratados" que se mencionan, bien que el corazón del cristiano debiera arder en simpatía y en amor ante todo hombre que sufre en manos de sus semejantes. No somos llamados a buscar remedios políticos, pero sí a manifestar una caridad sencilla, sin "miramientos", cuando se nos ofrece la ocasión. Los historiadores de la Iglesia nos hacen saber que las congregaciones de los "santos" crecían mucho más en número y en influencia por el efecto de las "buenas obras" y el espíritu de sacrificio de los cristianos que no por las predicaciones de los guías. ¿Cómo "hablan" nuestras obras ante nuestros hermanos y ante el mundo? ¿Hemos dejado de visitar a un "preso" por miedo de perder "categoría" ante el mundo? ¿Hemos dejado de visitar a los enfermos y a los necesitados por el pequeño elemento de sacrificio personal que ello implica? Si es así, nuestra conducta se aleja mucho de la que conviene al caminante que dirige sus pasos a la ciudad celestial.
Se cuenta la historia de cierto hermano que sentía muchos deseos de hablar en público, a pesar de que su testimonio distaba mucho de lo que debiera haber sido. En una ocasión, después de haber conseguido su deseo de predicar, preguntó a un fiel siervo de Dios cómo le había parecido el sermón. Contestó éste secamente: "Las obras de usted chillan tanto que no pude oír lo que decía".
3. La pureza del peregrino en sus relaciones sexuales
La antigua versión Reina-Valera traducía la primera parte del versículo 4 como la declaración de un hecho: "el matrimonio es honroso en todos y el lecho conyugal sin mancilla", mientras que la actual revisión de 1960 la convierte en exhortación: "Téngase en alta estima... el matrimonio, etc.". El original carece de verbo, de modo que los dos sentidos son posibles y ambos expresan una gran verdad. Dios el creador ordenó el matrimonio para el bien del hombre y para la continuación de la raza hasta cuando determinase otra cosa su providencia, y ha de ser puro necesariamente lo que Dios ha dispuesto como base fundamental de la sociedad humana. Pero el pecado se ha cebado en la parte física de la unión de los sexos de una forma preferente y abominable, y, precisamente por la alta dignidad y necesidad de tal unión en el matrimonio, su perversión fuera de él llega a ser un horrendo crimen contra el Creador y contra la sociedad. El creyente ha de deshacerse de los conceptos ligeros y viciosos de los hombres en este importante terreno, para renovar el significado primordial del matrimonio según las instrucciones del Maestro en (Mr 10:1-12), etc., y la frase viene muy bien como exhortación: "Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla". El juicio de Dios obra tajantemente contra los que destruyen la base social que Dios ha ordenado, sea por personas ya casadas, que se hacen adúlteros, o por quienes pecan sin ser casados, es decir, los fornicarios (He 13:4).
4. El contentamiento del peregrino (He 13:5)
Menos horrendo nos parece el amor al dinero, pero puede producir resultados igualmente funestos en la vida y el testimonio del creyente. La frase en el original es muy breve: "Sin amor al dinero la inclinación". El peregrino que percibe ya el brillo de la ciudad celestial, como el "Peregrino" de Bunyan cuando ascendió los Montes Deleitosos, no puede fijar su atención en los pedruscos de color amarillo que bordean el camino, sino que, según la exhortación del Maestro, se ha de ocupar la atención en aquello que le dará tesoro permanente en el cielo. Pero muchos llamados "peregrinos" se dejan ofuscar, y Pablo y otros completan las exhortaciones y las amonestaciones que el autor apunta aquí de paso (1 Ti 6:6-10,17-19). Los hebreos, moderados en sus placeres y diligentes en sus negocios, se han inclinado tanto al aprecio de las riquezas materiales que la raza toda se ha tildado de "avara". Por eso costaría más a los creyentes de origen judaico que llegasen a no sentir inclinación al dinero, aparte de aquello que es preciso por las necesidades materiales del momento. "Contentos con lo que tenéis" significa una santa "autarquía" o "suficiencia propia" en lo material por la gracia de Dios, que nos salvará de las angustias de toda codicia.
5. La confianza del peregrino (He 13:5-6)
En relación con la última exhortación el autor cita versículos del Antiguo Testamento que seguramente le habían sido medio de bendición en aquellos mismos días, aprendiendo por ellos que el apoyo y la bendición de Jehová valían infinitamente más que todos los tesoros del mundo, que tradicionalmente tienen "alas" y vuelan. Pensaba el autor en la gran lección que había quedado grabada en la memoria de Moisés en el curso de su larga vida de servicio según se halla en (Dt 31:6), y que Dios reiteró a Josué en el momento en que éste tenía que dar principio a su gran tarea de conquistar la tierra prometida (Jos 1:5). Al pasar esta lección a los hebreos, quiso enfatizarla de forma muy especial, que podemos traducir de esta manera: "Nunca te dejaré, nunca jamás te desampararé". Frente a tales seguridades dadas por el Eterno, el siervo de Dios coloca en la boca del creyente fiel una respuesta de fe que es una combinación del (Sal 56:4) y del (Sal 118:6): "El Señor es mi ayudador; no temeré. ¿Qué me hará el hombre?". De nuevo quiere enseñarnos a mirar lo temporal conforme a la perspectiva del cielo, origen de la fe que desprecia todo lo que no es de Dios, o que se ordena por Dios. De los "costados de hierro" de Cromwell alguien dijo: "Por temer tanto a Dios, han desechado todo otro temor."
6. El ejemplo delante del peregrino (He 13:7-8)
Es característico del método del autor enseñar por medio de ejemplos. En el capítulo 11 hizo desfilar delante de nosotros aquellas grandes figuras del Antiguo Testamento que habían seguido el camino de la fe en las más variadas circunstancias, pero aquí los hebreos han de acordarse de siervos de Dios que ellos mismos habían conocido, algunos de los cuales, quizá, habían dado su vida en el servicio de Dios y de la Iglesia. La palabra traducida "pastores" es un participio procedente del verbo "egeomai", con el significado de "guiar", "señalar el camino" o "gobernar". El término es distinto de aquellos que emplean Pablo y Pedro —"anciano", "obispos" y "pastores"— para señalar a los guías que han sido puestos por el Espíritu Santo en las iglesias locales para cuidar del rebaño cristiano y llevarlo adelante en los caminos del Señor, pero su significado esencial es igual. Véanse (Hch 14:23) (Hch 20:17-35) (1 Ti 3:1-7) (Ef 4:11) (1 P 5:1-4); etc. Podemos pensar que "egumenoi" aquí incluye también a los enseñadores de la Palabra, cuya esfera de ministerio era más amplia que la de la iglesia local, y, de todas formas, el "guía" ha de ser portavoz de la Palabra misma, como se indica por la frase explicativa: "aquellos que os hablaron la Palabra de Dios". Aquellos siervos del Señor habían dado hermoso ejemplo de fidelidad a la palabra del nuevo pacto, recibida por medio de los Apóstoles, como también de fidelidad hasta la muerte en su testimonio y servicio, de modo que el "recuerdo" de ellos y de su obra sería poderoso aliciente para los hebreos en su crisis de circunstancia y de persecución. Huelga decir que esta exhortación no justifica en absoluto que se dé demasiada importancia al hombre como tal, ni mucho menos que se haga de los antiguos siervos del Señor "santos" de categoría especial cuyos "méritos" puedan valer después de muertos ellos. Se trata de la conveniencia de recordar lo que Dios hizo por medio de débiles instrumentos que habían aprendido el secreto de la sumisión y la fe.
Por esta causa el recuerdo de las personas ha de unirse a la consideración del éxito de su conducta, y lo que hay que imitar es su fe. La palabra "resultado" traduce "ekbasis", una "salida", muy relacionado con "éxodo", "el camino fuera". Una u otra de estas palabras se emplea: para indicar la "partida", la cual Jesús había de cumplir en Jerusalén, que era el tema de la conversación en el monte de la transfiguración, según (Lc 9:31), para la "partida" de Pedro (2 P 1:15), y también para la "salida" del cerco de la tentación del cual se habla en (1 Co 10:13); en cada caso se suscita el recuerdo de la gloriosa ilustración del "éxodo" de Egipto, el paso del Mar Rojo y la bendita libertad de los israelitas como consecuencia de esta maravillosa obra de Dios. Las condiciones de la vida en un mundo de pecado tienden a "cercar" al creyente, restando valor a su testimonio y servicio, pero en el poder del Señor halla la "salida", librándose de los impedimentos para poder servir al Señor con eficacia. La forma latina del término es "éxito", que cae aquí muy bien, pues indica el triunfo sobre las circunstancias.
Intimamente relacionado con el ejemplo de los "guías" y el éxito espiritual de su manera de vivir se halla la persona inmutable del Señor: "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos". El autor combina el testimonio de los siervos de Dios y del gran siervo de Dios de la forma en que lo hizo al principio del capítulo 12, pero es el mismo Señor quien inspiró las hazañas de los antiguos, quien dio eficacia a la obra de los "guías" que ya habían pasado a su presencia, y quien había de auxiliar a los hebreos en su testimonio. Esta declaración lapidaria de la inmutabilidad del Señor ha servido de gran consuelo a millones de los suyos a través de los vaivenes de las condiciones temporales de los siglos. Todo pasa, pero él permanece. Como interpretación, sin embargo, debiéramos notar que se trata de Jesucristo. Es una bendita verdad que el Hijo Eterno tomó naturaleza humana por medio de María, y que la esencia de su ser divino es la misma antes y después de la encarnación y permanecerá por los siglos de los siglos. Aquí, sin embargo, el énfasis recae sobre el Dios-Hombre, el Ungido por Dios para efectuar la obra de la redención: Jesús, el Cristo. Como tal enlaza los hombres con Dios, y como tal efectuó la bendita obra de la reconciliación que se ha descrito tan magistralmente en los capítulos anteriores. Es esta condición de Jesucristo el mediador que permanece y no conocerá cambio jamás. "Ayer" se manifestó por el triple misterio de la encarnación, la muerte de expiación y la resurrección; "hoy" Jesucristo ministra a la Diestra para proveer perfectamente para todas las necesidades de los santos; "por los siglos" será el gran instrumento de llevar a la consumación todo pensamiento de Dios en orden a los suyos. He aquí nuestro consuelo y el secreto de nuestra manera de vivir, como la había sido de los "guías" anteriores.
7. La firmeza del peregrino (He 13:9)
Ya hemos notado que el autor de esta epístola, igual que el apóstol Pablo, se preocupa por la firmeza y la estabilidad de los creyentes en lo que se refiere a la sana doctrina. ¡Cuánto ha sufrido el testimonio de la Iglesia por "doctrinas diversas y extrañas" que influyen en la mente y el ánimo de hermanos poco fundados en la palabra! En el caso de estos hebreos los peligros provenían, probablemente, de ideas judaizantes, que concedían importancia a "viandas", y con ellas a otras formas externas y simbólicas de la religión, que habían cesado de tener validez en el nuevo régimen del Evangelio. Los peligros de hoy pueden ser distintos, pero, desde luego, vivimos en días cuando abundan doctrinas "diversas y extrañas" como en ninguna época del testimonio de la Iglesia. ¿Cómo puede discernir el error el creyente sencillo cuando los Adventistas, Testigos de Jehová, etc., se acercan a él, Biblia en mano, apoyando aquellos plausibles argumentos con textos que tapan sus enseñanzas heréticas? En primer término, ha de empaparse de la Palabra misma, pidiendo a Dios la "unción" del Espíritu Santo que le puede enseñar la diferencia entre la verdad y el error. En segundo lugar, ha de seguir y obedecer a los guías cuya vida y testimonio durante los años les acreditan como verdaderos siervos del Señor. Ya hemos visto la importancia del ejemplo de quienes enseñaron la Palabra, y más adelante (He 13:17) se subraya la necesaria sumisión. Las "ovejas" que no saben reconocer y seguir a sus propios pastores se extraviarán tras los "extraños", quienes las llevarán a lugares de peligro y de muerte.

La posición del peregrino (He 13:10-19)

Resumiendo el sentido de estos versículos, podemos decir que señalan la posición de los santos, capacitados para ofrecer sacrificios espirituales en la presencia de Dios no sólo en el Santuario, sino también frente al mundo y a la religión carnal. La parte interna se garantiza por el hecho de que la sangre del sacrificio se presenta "velo adentro", según las detalladas enseñanzas de los capítulos 9 y 10, y la parte externa se determina por nuestra asociación con el Señor, que fue crucificado fuera de las puertas de Jerusalén, pues como él fue en el mundo, en su vida y muerte, así hemos de ser nosotros.
1. El ejemplo de la ofrenda por el pecado (He 13:10-14)
La interpretación que se ha de dar a la frase: "Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al tabernáculo" depende del sentido general del pasaje que hemos notado en el párrafo anterior. La mayoría de los expositores colocan mucho énfasis en "tenemos un altar", pasando luego a espiritualizar este "altar" como si fuera la cruz, o la nueva adoración de la Iglesia en contraste con la del antiguo régimen, no teniendo derecho los sacerdotes aarónicos a participar en este nuevo "altar". Pero en este caso el versículo 11, que es explicativo del 10, no tiene sentido y hay que hacer un alto en la interpretación. Hace muchos años el que escribe escuchó una exégesis de este pasaje de los labios del expositor C. F. Hogg (ahora con el Señor) que le satisfizo plenamente, a pesar de tener poco apoyo entre las "autoridades", y es la siguiente:
La frase "tenemos un altar" no es enfática en el original, como tendría que ser si señalara la gran diferencia entre lo antiguo y lo nuevo. Al mismo tiempo, "altar" puede representar la clase de sacrificio que se ofrecía sobre él, por la figura retórica, tan conocida, de la metonimia. Por ejemplo, cuando decimos que cierto señor pone "buena mesa", hacemos referencia, no a la mesa de madera, sino a los alimentos que se colocan sobre ella. De igual forma, "altar" puede significar "sacrificio". "Tenemos un altar" quiere decir sencillamente que "nosotros los hebreos, según el sistema levítico, tenemos un tipo de sacrificio que se reviste de ciertas características: en el caso en que la sangre de la víctima se mete dentro del tabernáculo, entonces los sacerdotes no pueden comer la carne como en otros casos, sino que el cuerpo es quemado fuera del campamento". Obviamente, la referencia es a ciertos tipos de la ofrenda por el pecado cuyos reglamentos se detallan en (Lv 4:5-7,16-21), resumiéndose el principio de (Lv 6:30): "Mas no se comerá ninguna ofrenda de cuya sangre se metiere en el tabernáculo de reunión para hacer expiación en el santuario; al fuego será quemada".
Tenemos aquí, pues, un ejemplo más de las muchas grandes ilustraciones del Antiguo Testamento que se adelantan en esta epístola para aclarar la posición de los santos en el nuevo régimen. En el sacrificio de referencia, la sangre se presentaba en el santuario —normalmente delante del velo, pero en el día de expiaciones se salpicaba sobre el propiciatorio mismo velo adentro— y, en este caso, el cuerpo de la víctima había de quemarse en lugar limpio fuera del campamento. Todo eso se cumplió en Cristo —dice el autor inspirado—, y, a la vez que la sangre habla a favor de los santos velo adentro, los hombres (y especialmente los representantes del judaísmo) quitaron la persona del Señor del centro de la nación para clavarle en una Cruz fuera de las puertas. Se determinó así una separación total entre toda la verdad que Dios les había encomendado y aquella "religión" externa y estéril que había llegado a ser el judaísmo. Así que se cumplió el tipo del sacrificio en sus dos partes.
La posición de los santos en lo interno y externo se determina por su asociación con el Salvador. Ya se ha explicado largamente que "tienen entrada" para adorar como sacerdotes en el santuario, puesto que la sangre del perfecto sacrificio habla a su favor allí, y, como consecuencia lógica, han de situarse fuera del "campamento" del judaísmo donde los príncipes del pueblo echaron al Señor. El Señor salió "llevando su Cruz", y los santos han de salir "llevando su vituperio", gloriándose en el privilegio de asociarse con el Señor rechazado por los hombres, pero levantado por Dios a la Diestra del trono de Dios.
Algunos de los cristianos hebreos querían guardar "un pie" dentro del judaísmo, pero reciben esta poderosa exhortación sobre la base de la ilustración que sería bien entendida por ellos: "¡Salgamos, pues, a él fuera del campamento, llevando su vituperio!".
Como siempre, hemos de entender la exhortación, en primer término, en relación con la situación de los receptores de la carta, pero permanece como elocuente amonestación para todos los peregrinos hasta que el Señor venga. Somos "santos" en nuestra relación con el santuario, y "peregrinos" en cuanto al mundo, con todos sus sistemas civiles y religiosos. Allí donde excluyen al Cristo de Dios, nosotros no hemos de buscar lugar permanente. Hemos de cumplir con nuestros deberes según la vocación que tengamos en la vida, testificando por Cristo donde él nos ha colocado, pero en manera alguna hemos de aceptar yugos de "compromisos" donde él no es honrado y glorificado. Si el sistema religioso al que hemos pertenecido llega a pervertir la verdad de Dios, como hizo el judaísmo, por los errores del sacramentalismo o del modernismo, entonces: "Salgamos a él, fuera del campamento, llevando su vituperio". Nuestra honra y nuestro bien consisten en colocarnos al lado del bendito Hijo de Dios, con desprecio absoluto de todo aquello que le desprecia a él.
La frase final del versículo 14 enlaza las lecciones de la tipología levítica con aquellas otras del camino de la fe que se subrayaron en el capítulo 11. El que se sitúa al lado de la Cruz de Cristo, fuera del campamento, es el mismo "peregrino de la fe" que comprende que no puede hallar su "ciudad" en este mundo pecaminoso y rebelde, por ser éste incapaz de crear una sociedad permanente y feliz. Sus pies sienten la dureza del camino, pero sus ojos se fijan en la meta y ya percibe destellos de la gloria que procede de la "ciudad que tiene los fundamentos".
2. Los sacrificios del peregrino-sacerdote (He 13:15-16)
Los "hilos" de los dos conceptos se unen aquí, pues el que atraviesa el mundo enemigo ejerce a la vez su privilegio de "sacerdote", ya que no hay barreras entre él y su Dios y ha de elevar aquel perfume de adoración que agrade al Señor. Desde luego, el sacrificio de expiación no ha de repetirse en forma alguna, ya que la "sangre" habla eternamente, delante del Trono, de un "solo sacrificio por los pecados"; pero quedan sacrificios que agradan a Dios y que El puede aceptar sobre la base de la obra consumada de la Cruz. Estos son:
La alabanza, que se define más detalladamente como "el fruto de labios que confiesan su nombre". Si el creyente está lleno de la persona de Dios y de las sublimes maravillas de su obra en Cristo, entonces su corazón ha de rebosar a la manera del salmista que exclamó: "Rebosa mi corazón palabra buena; dirijo al Rey mi canto..." (Sal 45:1). Si no sube el incienso de la alabanza delante de Dios, entonces habrá que preguntarse si no se ha apagado la llama del amor en el altar del corazón.
La beneficencia o el bien hacer. En el curso de esta misma lección hemos señalado la enorme importancia de las buenas obras como testimonio ante el mundo, pero aquí hallamos el precioso y alentador concepto de que también son "sacrificios" al agrado de nuestro Dios: un aroma de grato olor ante aquel que dio su unigénito Hijo por amor a nosotros. Se reitera aquí la combinación de servicio y de culto en el curso de nuestra alta vocación.
La comunión. La palabra traduce "koinonia", o sea, "comunión", pero, sin duda, el contexto indica que esta "comunión" se ha de manifestar en forma práctica, y, guiados por otras escrituras, podemos pensar, en primer término, en la ayuda material de los creyentes frente a las necesidades de los siervos del Señor, quienes dejan sus medios normales de vida para extender el Reino y ministrar a los santos (Ga 6:6) (1 Co 9:4-14) (1 Ti 5:17-18). De nuevo este servicio se eleva al rango de un culto que el creyente-sacerdote ofrenda a Dios por medio del Sumo Sacerdote. Cabe la pregunta: Si eres sacerdote, ¿cuáles son las ofrendas que colocas sobre el altar para el agrado de tu Dios?
3. La sumisión de los santos (He 13:17)
Podemos colocar esta exhortación a la obediencia al lado de los "sacrificios" del versículo 15, como algo que se debe a los guías, pero que constituye también un acto de culto frente a Dios, ya que es algo que él ha ordenado. Existe un espíritu anárquico entre algunos creyentes que se podría expresar algo así: "A Dios todo, pero a los hombres poco o nada, pues todos somos iguales, y de los hombres no hay que fiarse". La verdad bíblica, que ya hemos tenido ocasión de notar, subraya el hecho de que aquel que no ama y sirve a sus hermanos no puede presentar nada que agrade a Dios, pues servimos al Señor en la persona de sus santos. Aquel principio general se aplica de forma especial a los "guías", y si bien era necesario seguir el ejemplo de los líderes espirituales de antaño, con mucha más razón hemos de someternos a los pastores que el Señor ha colocado en las iglesias en nuestros días. "Todos somos iguales" es el hecho básico de nuestra posición como miembros del cuerpo de Cristo, y salvos igualmente por su gracia, pero las Escrituras insisten una y otra vez en la gran diversidad de dones, de discernimiento espiritual y de formas de servicio en la Iglesia, que han de reconocerse para el provecho y el adelanto del cuerpo todo. La palabra "obedecer" no es la que se emplearía en el caso de una orden militar, pero más bien quiere decir: "Dejaos persuadir por vuestros pastores", o sea, escuchad lo que os dan de la Palabra de Dios con deseos de aprender y poned por obra lo aprendido. Igualmente, "sujetos", indica en el original la actitud que accede fácilmente a lo que se indica, o sea, un espíritu todo lo contrario de la rebeldía y de la terquedad (1 Ts 5:12-13).
El "porqué" de la necesidad de someterse a los guías es muy interesante: "porque ellos velan por vuestras almas como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose; porque esto no os es provechoso". Aquí, de paso, aprendemos mucho de la labor del verdadero pastoreo, y el autor abunda más en las enseñanzas de los apóstoles Pablo y Pedro sobre el particular que se hallan en las secciones señaladas arriba. El verdadero pastor "vela sobre las almas", preocupándose hondamente por el bien espiritual de los cristianos de la iglesia donde ministra la Palabra y sirve al Señor. Considera la vida, el testimonio y el servicio de todos y, a la vez, levanta la mirada al Trono con referencia a las ovejas que pastorea, intercediendo por ellas y dando cuenta de su cometido y su ministerio delante del Príncipe de los pastores. Creemos que la referencia es a la preocupación actual, más bien que a la cuenta "escatológica" que habrá de rendir el siervo de Dios ante el Tribunal de Cristo, bien que esto no queda excluido. ¡Qué triste es cuando los siervos del Señor han de lamentar en la presencia de Dios sobre los fallos, el mal espíritu, el progreso lento o nulo de los miembros de la iglesia! ¡Cuánta alegría cuando pueden discernir las contestaciones a las oraciones, viendo como los "niños" de ayer van creciendo hasta alcanzar una plena madurez espiritual!
Buena, santa e imprescindible es la obra de la evangelización, que saca a las almas del mundo para colocarlas, salvas para la eternidad, en el redil de la iglesia local, pero esta labor fundamental pierde gran parte de su eficacia si no se sigue por la de la edificación y el cuidadoso pastoreo de los "corderos". La comisión del Maestro incluye no sólo el mandato de ir por todo el mundo para predicar el Evangelio, sino también el que dio a Pedro en representación de los demás siervos: "Apacentad mis corderos..., mis ovejas". ¡Que el Señor levante a muchos siervos suyos con corazón de pastor que velen, lamenten y se alegren sobre el rebaño! ¡Y que éstos hallen "ovejas" que se dejen alimentar y guiar! "¡Qué buen vasallo, si hubiera buen señor!", decían los ciudadanos de Burgos acerca del Cid Campeador cuando salió al destierro; pero en la Iglesia del siglo xx cabría invertir los términos muchas veces para decir: "¡Qué buenos pastores, si las ovejas supieran ser ovejas, y no animales contumaces, que no quieren recibir ni la corrección de la vara ni la buena ayuda del cayado!" "¡Obedeced..., sujetaos a vuestros pastores!", se dice a las ovejas. "Velad", "llorad", "alegraos", es lo que se manda a los guías. ¡Escuchemos todos según nuestra vocación y labor!
4. Los intercesores (He 13:18-19)
Acabamos de contemplar al "pastor" intercediendo con lágrimas por las ovejas, pero la labor y el privilegio de la intercesión es general para todos, y los siervos del Señor sienten profundamente la necesidad que tienen de ser apoyados por las oraciones de los santos. Como tantas veces Pablo, así el autor de esta epístola ruega a los santos: "Orad por nosotros", y basa su ruego en varias consideraciones que tienen que ver con su persona y sus circunstancias. a) "pues confiamos en que tenemos buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo". La "buena conciencia" se explica por la última frase, pues tiene que ver tanto con la conducta como con el servicio del autor de la epístola. Difícilmente habría podido pedir las intercesiones de los santos en cuanto a su ministerio si no hubiera tenido buena conciencia, que indica que había querido comprender lo más exactamente posible la voluntad de Dios para su vida y su obra, procurando luego ajustar su actitud y su acción a lo que Dios le había revelado. No excluye la posibilidad de una equivocación en una decisión de detalle, pero si la determinación de librarse de todo móvil egoísta y carnal. A la luz de la Palabra deseaba y procuraba, hasta el límite de su comprensión, ordenar su vida y servicio santamente. Una "buena conciencia" en la presencia de Dios da valor frente a los hombres, y una cierta "santa independencia" en cuanto a sus opiniones, sean de los mundanos o de los creyentes, sin que ello signifique que no hemos de estar dispuestos a tomar en consideración cualquier consejo que hermanos espirituales pueden darnos. Véase el ejemplo de Pablo en (Hch 23:1) (Hch 24:16) (Ro 9:1) (1 Co 4:1-4) (2 Co 1:12) (2 Ti 1:3), y, con sus exhortaciones sobre lo mismo, en (1 Ti 1:5-19) (1 Ti 3:9). b) Los siervos de Dios, dotados por El, y que laboran según esta buena conciencia, son acreedores de las oraciones de los santos en todas sus circunstancias, y mayormente cuando éstas son de peligro y de dificultad. Obviamente este hombre de Dios hubiera querido acudir personalmente al auxilio de sus amados hermanos hebreos, pero mediaban circunstancias que lo impedían: posiblemente la falta de libertad. Hemos de interesarnos, pues, en las circunstancias de los siervos de Dios que han sido medios de traernos la Palabra, para orar por ellos con insistencia especial cuando se hallan en circunstancias de apuro, pidiendo lo que parece convenirles en lo material, pero sobre todo rogando que todo redunde para el provecho y el adelanto del Evangelio.

La bendición (He 13:20-21)

Es muy hermosa la última oración del siervo de Dios a favor de los hebreos, y en ella concreta aquellos hondos anhelos para el bien espiritual de estos creyentes que se han evidenciado tan elocuentemente en todo el curso del escrito.
El anhelo. "El Dios de paz... os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad". El verbo traducido por "perfeccionar" o "hacer aptos" es "katartizo", preparar, equipar para formar un conjunto armonioso y eficaz. Los hebreos habían empezado bien, pero llegó el momento en que muchos flaquearon bajo la influencia de los apóstatas. A la vista de las maravillosas enseñanzas adelantadas, habían de dejar que Dios perfeccionase lo que él había empezado en sus vidas y testimonio. No sólo se refiere a la gran consumación de la ciudad eterna, sino también al detalle práctico de todos los días, que ha de incluirse en el plan de Dios; la perfección ha de manifestarse en "toda buena obra", pues no puede haber un conjunto armonioso, por fin, si no se cuida del detalle del servicio cotidiano. Cada hora ha de llenarse de "buenas obras" que son agradables en la presencia de Dios por Jesucristo.
Los medios. Para que se logre la finalidad de la "perfección" de los creyentes en sus buenas obras con referencia al plan final, se despliegan ante sus ojos los infinitos recursos que la gracia de Dios provee. Primeramente es el Dios de paz quien ha de obrar. Es notable que no se le llame aquí "el Dios de potencia", como habríamos podido esperar, tratándose de una obra a realizar, pero el Espíritu penetra mucho más allá de nuestros pobres pensamientos y nos hace ver que la calma de la eternidad, tan alejada de la pobre agitación ineficaz de nuestros devaneos, es factor imprescindible, sin el cual no hay potencia para la armoniosa perfección que se ha señalado.
Dios obra por Jesucristo, el hombre que ha ordenado para llevar a cabo sus planes eternos, y el título que se le da aquí es: "el Señor nuestro Jesús, el gran pastor de las ovejas". El señorío se une con la humanidad de Jesús, y se añade un título que es nuevo en esta epístola, bien que usado frecuentemente por Juan y Pedro: el de Pastor. Seguramente se emplea aquí por resumir en sí los conceptos que tanto han sonado a través de la epístola: de "guía" y de "sacrificio", sin olvidar la parte tan importante del tierno cuidado de las "ovejas" dispuestas a extraviarse. El calificativo de "gran pastor" es nuevo, y destaca la dignidad del Hijo-Siervo, ensalzado hasta lo sumo después de haber triunfado en la Cruz y la resurrección.
Además de las divinas "personas" que coadyuvan en la "perfección" de los santos, se adelantan importantísimos aspectos de la obra que lleva a cabo.
La resurrección del "gran pastor". El Dios de paz volvió a traer de los muertos al Señor, es la traducción más literal. Es la primera referencia directa al glorioso hecho de la resurrección que se halla en esta epístola, pero presta mucha fuerza a esta "bendición". La perfección de los santos se basa en la victoria sobre la muerte del pastor que dio su vida por las ovejas, y la resurrección es la "obra de poder" por excelencia, según la elocuente descripción de ella que nos da Pablo en (Ef 1:17-21); también parte de una oración a favor de los santos. Toda la tragedia del pecado, juntamente con sus funestas consecuencias, se concentró en el sacrificio de la Cruz, pero todo ello quedó en el sepulcro, y Cristo salió triunfante, hecho centro y manantial de toda la luz, gloria y poder de la nueva creación. El creyente que mantiene su contacto de fe con el Resucitado podrá ser "equipado" para el conjunto armonioso de la obra de Dios en él.
La sangre de un pacto eterno. La resurrección se enlaza estrechamente con la sangre del nuevo pacto, según la construcción gramatical siguiente: "el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno". Es decir, el derramamiento de la preciosa sangre de Cristo, según las consideraciones que adelantamos en estudios anteriores, satisfizo completamente lo que exigía la justicia de Dios en orden a nosotros, y así selló un pacto de gracia de alcance eterno. Consumada esta obra por el sacrificio de la Cruz, el reinado de la muerte llegó a su fin a los ojos de Dios y el gran campeón de la obra pudo ser sacado de tan lúgubre terreno y exaltado a lo sumo para terminar desde la Diestra su gloriosa obra de redención y de restauración. Hay un pensamiento análogo en la traducción literal de (Ro 4:25): "Aquel que levantó de entre los muertos a Jesús, nuestro Señor, el cual fue entregado a causa de nuestras ofensas y resucitado a causa de nuestra justificación". Es decir, la causa que le llevó a la Cruz fueron nuestras ofensas, que tenían que ser expiadas. Hecha esta obra y conseguida la justificación, no había necesidad de más, y a causa de nuestra justificación ya realizada, el Señor victorioso fue levantado de entre los muertos.
Es el único lugar en el Nuevo Testamento donde el "pacto" se llama "eterno", bien que Dios aseguraba frecuentemente a su pueblo por los profetas que su pacto con él había de tener este carácter (Is 55:3) (Is 61:8), a pesar del fracaso preliminar de Israel. El pacto con Abraham era de inmutabilidad y, por tanto, "eterno", ya que Dios garantizaba las bendiciones por su sola persona (Gn 17:13), y, como vimos al estudiar el capítulo 8, las promesas incondicionales hechas a Abraham se recogieron en el nuevo pacto basado sobre la Cruz, al par que el pacto parentético de la ley se "envejeció" y desvaneció, al haber cumplido su finalidad de exponer la naturaleza del pecado. El "pacto eterno" se basa sobre el hecho eterno de la Cruz (Ap 13:8) y, recogiendo en sí todos los pactos anteriores de gracia, es la "carta magna" que dirigirá las relaciones entre Dios y los hombres redimidos por "los siglos de los siglos".
La doxología. Es muy apropiado que la oración que suplica la perfección de los santos sobre la base de la excelsa obra de Cristo, termine con una adscripción de gloria al gran autor de todo este bien, y esta "alabanza de la gloria de su gracia" seguirá por todos los siglos de los siglos. El es, y será, aquel que es digno de tomar toda autoridad y a quien los ojos agradecidos de los santos se han de dirigir para bendecir su santo nombre en todo momento y para siempre.

La despedida (He 13:22-25)

La despedida es breve, limitándose el autor a pedir a los hermanos que reciban con gracia la "breve" palabra de exhortación, que es como modestamente describe el magnífico tratado que acaba de darles en el nombre del Señor, pasando luego a la mención de Timoteo que hemos tenido razón para notar anteriormente, y termina con un saludo para los guías, y la bendición final.
Timoteo. La asociación entre Pablo y Timoteo, tal como se ve en los Hechos y las epístolas paulinas, es tan íntima que a algunos les ha parecido que esta mención de la "liberación" de Timoteo, con el proyecto de acompañarle en una visita a los cristianos hebreos, basta para afirmar que Pablo ha de ser el autor de la epístola; pero tal argumento carece de base real. Acordémonos del caso análogo de Juan Marcos, quien era hijo en la fe de Pedro, colaborando tan estrechamente con él que Pedro le utilizó como instrumento para plasmar por escrito su visión del ministerio terrenal del Señor en el "Evangelio según San Marcos"; pero, al mismo tiempo, Pablo le reclamó para que estuviera con él en Roma (2 Ti 4:11). El Señor ordenaba los movimientos de sus siervos en el círculo apostólico según su plan, y, dentro de una hermosa colaboración y respeto por los dones que el Señor había concedido (especialmente del don apostólico), había plena libertad de movimiento. La referencia, pues, a la asociación del autor de la epístola con Timoteo no hace sino situar esta epístola dentro de la esfera de la autoridad apostólica, sin determinar la personalidad del autor mismo; pero eso ya es un dato de gran significación.
El verbo traducido "Timoteo está en libertad" es de carácter muy general; podría ser que hubiese estado en la cárcel y luego libertado, o meramente "libre" de otra sujeción cualquiera.
Saludos. Como estos pocos versículos contienen las únicas referencias directas de carácter personal en toda la carta, es natural que los eruditos hayan querido "exprimir" todo su sentido con el afán de determinar algo más acerca del autor, el lugar desde donde escribió y el punto donde radicaba el grupo que había de recibir la carta. Pero de hecho hay poco que se pueda sacar en claro en este sentido; Timoteo podría hallarse en cualquier sitio entre Jerusalén y Roma en el curso de su dilatado ministerio, y en cualquier centro importante habría podido estar preso o detenido por otras causas. El hecho de que el autor transmite los saludos de "los de Italia" tampoco determina nada, como vimos en la Introducción. Italia era un territorio extenso, y, al haber escrito desde algún punto de dicho país, no es muy probable que empleara una frase tan general y poco determinada como "los de Italia", con referencia a los creyentes que tenía a su lado. Parece más probable que un grupo de creyentes que antes residieran en Italia, conocidos por los receptores de la carta, se hallasen en otro punto, fuera de su patria; pero no hay nada que determine el lugar geográfico.
Las condiciones del grupo mismo parecen indicar un punto en Israel donde la influencia del antiguo ritual se sentiría con más fuerza, como también la presión de los jefes del judaísmo, pero aquello no pasa de ser una suposición con visos de probabilidad. La providencia de Dios ha determinado que este gran mensaje quedara anónimo en cuanto al autor humano, para que se destaque más su inspiración divina y, desligado de asociaciones de carácter geográfico, se aloje en el corazón de los creyentes de todos los lugares, razas y tiempos.
Los saludos se dirigen a los guías y a todos los santos. No hace falta reiterar más sobre el significado de estos términos; la distinción hecha entre creyentes en general y los guías en particular halla una estrecha analogía en (Fil 1:1), donde Pablo y Timoteo dirigen su mensaje a "todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos (sobreveedores) y diáconos". Los guías tendrían la obligación de considerar detenidamente el mensaje de la carta, para que nada de provecho fuese perdido al transmitirlo a los cristianos en general. Al mismo tiempo, los díscolos tendrían un recuerdo más del principio de autoridad que había de regir en la iglesia local y de la necesidad de someterse a sus "pastores".
La gracia. La epístola empieza con Dios y termina con la gracia. Estamos tan acostumbrados a los saludos de las epístolas que no paramos para meditar en lo que significa la gracia, que tantas veces desean los siervos del Señor que se derrame sobre los santos. Pero de hecho la gracia de Dios es el poderoso impulso que produce y sostiene toda la obra de Dios a favor de los suyos. Dios no queda estático e inmóvil en la lejanía de lo infinito, como imaginaban los filósofos griegos, sino que se mueve y actúa, y sus benditas y potentes actividades se dirigen hacia los santos que están donde únicamente pueden ser bendecidos: en Cristo. La bendición familiar, pues, resume en sus breves palabras la grandiosa obra que el Espíritu de Dios nos ha traído delante en el curso de nuestras meditaciones. Podemos suponer que las poderosas razones de la epístola hicieran mella en el ánimo de los hebreos, salvándoles de los peligros y llevándoles adelante en el camino de bendición. A su vez, es de gran importancia que "no recibamos en vano la gracia de Dios". Dios nos ha hablado... ¿Cómo responderemos?

Temas para recapacitar y meditar

1. El "árbol" de la doctrina y de la fe debiera producir el "fruto" de las buenas obras. ¿Cómo se ve en operación este principio en el pasaje que hemos estudiado?
2. Dése una clara explicación del símbolo de la "ofrenda por el pecado" que hallamos en (He 13:10-14). ¿Qué nos enseña sobre la posición celestial y terrenal del creyente?
3. Se menciona a los "pastores" o "guías" tres veces en esta porción. Señálese el significado del término que se emplea aquí, con referencia también a pasajes análogos en las epístolas de Pablo y de Pedro. ¿Qué nos enseñan estas referencias sobre la cuestión del orden y la disciplina en las iglesias en la época apostólica?
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

Comentarios

Argentina
  Luis Espíndola  (Argentina)  (21/08/2019)

Es una bendición. Todo lo que hacen .

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