Estudio bíblico: Rut: Cuando el emigrante vuelve con la manos vacías - Rut 1:1-22
Rut: Cuando el emigrante vuelve con la manos vacías (Rut 1)
Era una tarde plomiza y fría; lloviznaba. Las tres transitaban lentamente por el camino polvoriento tantas veces humedecido por las lágrimas. Un grupo bastante grande de hombres y mujeres las seguían en silencio.
Era la tercera vez que recorrían ese sendero, el del cementerio, en los últimos dos años. La primera vez fue para enterrar a Elimelec, el esposo de Noemí. La segunda ocasión fue para darle sepultura a Quelión, el hijo mayor, casado con Orfa. Ahora le había llegado a Rut la desdicha de perder a Mahlón, su esposo.
Las tres viudas caminan con esos pasos pausados que tienen aquellos cuya alma lleva una carga muy pesada. Han cambiado una vez más sus atavíos de colores por los blancos, expresando el duelo del corazón. Las tres avanzan con su rostro inclinado, la mirada de cada una se fija en el monótono y lánguido camino.
Orfa le pregunta a Noemí:
— ¿Por qué tu Dios permite que nos pase esto? Tú eres una fiel creyente y siempre lo sirves.
Noemí, con sus ojos cubiertos de lágrimas, responde:
— El Señor está en el cielo y es perfecto. Él nunca se equivoca.
Noemí mira hacia atrás en su memoria. Hacía un poco más de diez años que el hambre había llegado a todo Judá y parecía que en Belén era peor. Primero fueron los ataques continuos de los enemigos que hacían difícil el cultivo y, en tiempo de cosecha, las robaban. Luego vino aquella sequía. Oraron a Dios que mandara lluvia pero por largos meses no cayó ni una gota de agua. Al final toda la familia decidió emigrar temporalmente a Moab. Allí había más comida, la sequía no era tan intensa y también había trabajo.
Les fue penoso dejar la tierra de los antepasados. En ella habían sido enterrados sus padres y abuelos. Hicieron el largo viaje con muchas dificultades.
Al principio, parecía que la situación de la familia iba a mejorar. Los dos hijos se casaron con mujeres moabitas. Las dos eran paganas. Adoraban a esos ídolos que el mismo Dios había mandado que los israelitas destruyeran.
Con mucha paciencia Noemí les habló del Señor de los Ejércitos. Les contó que Dios había sacado al pueblo hebreo de Egipto, que había abierto las aguas del mar Rojo para que ellos pasaran en seco, cerrándolas luego sobre sus perseguidores que se ahogaron. Les habló del amor que el Señor tenía hacia su pueblo Israel y como él contestaba sus oraciones. Las dos escuchaban con atención y respeto. Orfa no se mostraba convencida; Rut, sin embargo, bebía sus palabras.
Por fin llegan a la casa modesta que las está esperando con el silencio profundo que dejan los muertos recientes. La vivienda con las ventanas cubiertas daba la sensación de que hasta los pocos muebles estaban apenados. Faltaba solo una persona, pero parecía inmensamente vacía. Noemí, con tristeza, aparta la silla del hijo de junto a la mesa. Su querido Mahlón nunca más se va a sentar allí.
Unos días después Noemí llamó a sus nueras:
— Yo me vuelvo a la tierra de Judá. Las quiero mucho. Las voy a extrañar.
— iNosotras te acompañamos! — responden al unísono y sin vacilar.
Comienzan el duro camino del regreso de aquellos que tienen que dejar enterrado lejos de la patria a un ser querido. Atrás queda la casa vacía, donde por algún tiempo seis personas fueron una familia feliz.
A poco de andar, Noemí se dirige nuevamente a sus nueras: "Vayan y regresen cada una a la casa de su madre. Que el Señor haga misericordia con ustedes, como la han hecho ustedes con los difuntos y conmigo" (Rut 1:8).
Noemí las ha visto acompañando a sus hijos a través de la dura enfermedad. Las ha oído levantarse a toda hora de la noche para asistirlos en lo necesario. Las ha observado estrechando las manos sudorosas y frías de ellos. Las ha visto allí junto al enfermo cuanto estos dieron el último suspiro. Por eso es que, con todo su corazón les dice: "El Señor os conceda hallar descanso, cada una en la casa de su marido" (Rut 1:9).
Noemí abraza y besa a sus nueras mientras que ellas prorrumpen en un incontenible llanto. Juntas habían pasado tantos momentos felices como familia y ahora llegaba la separación. Noemí desea que ellas regresen a su tierra natal, al cuidado de sus propias familias. Quizás puedan encontrar otro esposo y comenzar de nuevo.
Al principio las dos insisten en acompañarla. Noemí les da el argumento final: "De mí no pueden esperar nada más. Yo les he dado lo más preciado que tenía, mis queridos hijos".
Ella tiene ahora más de cuarenta años. Hace un recuento de su vida y sus posibilidades: "Yo ya estoy vieja" dice masajeándose suavemente el abdomen con las dos manos. "Nos costó bastante tener dos hijos, y aunque hoy yo quedara embarazada ustedes no van a esperar hasta que crezcan mis hijos para casarse con ellos. Pero esto es muy difícil a mi edad. Y dado que no tengo marido es imposible".
Espesas lágrimas manan de los oscuros y grandes ojos de Noemí: "No, hijas mías, mi amargura es mayor que la de ustedes, porque la mano del Señor se ha levantado contra mí" (Rut 1:13). Agrega: "Yo ya estoy acabada, en mí no hay esperanza".
Luego, con una triste sonrisa, Noemí mira a sus nueras y les dice: "Ustedes son jóvenes y bonitas. Deben rehacer sus vidas. No les será difícil conseguir un buen esposo".
Orfa abraza estrechamente a su suegra, besándola muchas veces con intensa emoción, y luego con profundas expresiones de amor se despide de Rut. Lentamente toma el camino de regreso hacia su pueblo. Las dos la ven alejarse en la distancia. Noemí entonces se vuelve a Rut y le dice:
— He aquí, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a sus dioses. Vuélvete tú tras ella (Rut 1:15).
La moabita queda en silencio por unos minutos. Está sollozando. Su hermoso rostro está humedecido por el rocío salado que surge de sus ojos. La mira fijamente y exclama:
— Tú eres todo lo que yo tengo. "No me ruegues que te deje y que me aparte de ti; porque a dondequiera que tú vayas, yo iré" (Rut 1:16).
Rut apuesta su futuro en forma incondicional en manos de su suegra. Luego agrega con su voz firme y pausada como midiendo cada palabra: "y dondequiera que tú vivas, yo viviré".
Rut ha encontrado en esa suegra una madre. Ha crecido espiritualmente. La bondad y fe sinceras de Noemí la convencieron de que esta mujer tiene algo que ella necesita. Está anclada a la vida de su suegra con una cadena de oro por su propia voluntad; no la quiere romper. Han pasado muchas cosas juntas. Han llorado abrazadas, han caminado tomadas de la mano. Han comido juntas sin otra compañía. Han orado y alabado al Señor Dios de Israel juntas.
Rut ha encontrado en Noemí una dimensión que nunca se dio con su familia en Moab. ¡Su suegro era una persona tan distinta de las que había conocido! Era un hombre serio pero amable. Un siervo del Dios Eterno. Su esposo y su cuñado ¡eran también tan diferentes a los moabitas que ellas habían tratado!
Noemí clava en Rut sus ojos y le pregunta:
— ¿Estás dispuesta a olvidar a tu pueblo y renunciar a tus dioses?
Mucho aprendió Rut durante el tiempo vivido junto a Noemí. Esta, reiteradas veces le habló del Dios de Israel. Le enseñó que es un Dios omnipotente y que es el Creador de los cielos y de la tierra. Le ha instruido que es un Dios lleno de misericordia y perdonador cuando la persona se acerca a él quebrantada e implorando su perdón.
Rut recuerda todos esos ídolos que conocía tan bien y que la atormentaban en sus pesadillas. Esas imágenes diabólicas que, por miedo, antes adoraba. Quemós era la gran divinidad y había que ofrecerle sacrificios humanos. Pero, ¡qué distinto era este Señor de los Ejércitos!
El rostro de Rut expresa tristeza y, a la vez, determinación. Se aferra a los pies de Noemí y exclama:
— Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios (Rut 1:16). Yo quiero ser parte de ese pueblo. Yo me quiero integrar, y empezar allí una nueva vida si fuera posible. De ahora en adelante quiero solo adorar al Dios de Abraham, Isaac y Jacob.
Noemí regresa como el emigrante que ha dejado el país y sus sueños nunca pasaron de quimeras. Quien regresa unos cuantos años después lo hace con la cabeza baja, los cabellos encanecidos, la piel del rostro arrugada, las fuerzas disminuidas y la billetera vacía. Todo lo que le queda es una nuera a quien quiere con todo su corazón, como si fuera su propia hija.
Finalmente llegan a Belén. Entran por una de las callejuelas tortuosas de la ciudad. Caminan lentamente recordando las casas que todavía se levantan, aunque los años que las deterioran también causan estragos en los seres humanos. La gente, al reconocerla, la saluda:
— ¡Pero si es Noemí!
— ¿Te acuerdas de Noemí, la esposa de Elimelec?
El paso de los años y las desgracias han marcado sus huellas en el semblante de Noemí.
— Noemí, ¿cómo estás? ¿Te acuerdas de mí?
— Yo soy la hija del panadero.
— Y yo la hermana de tu vecina Raquel, la que vivía enfrente de tu casa — dice otra.
Noemí, con una sonrisa forzada, responde:
— No me llamen Noemí; llámenme Mara, porque el Todopoderoso ha hecho muy amarga mi vida (Rut 1:20).
— ¿Qué te pasó? ¿Y tu esposo, y tus hijos?
Ella cuenta una vez más su historia como si lo hiciera por primera vez.
— Yo me fui llena, pero el Señor me ha hecho volver vacía. ¿Por qué, pues, me llaman Noemí, ya que el Señor me ha afligido y el Todopoderoso me ha abatido? (Rut 1:21).
Ha pasado el tiempo. Al volver a Belén, Rut ha seguido fielmente los consejos de su suegra. Su pariente lejano de parte de la familia del esposo decidió ejercer el derecho de rescate. Booz hace rato que dejó de ser joven pero todavía conserva energías y ganas de trabajar fuerte al frente de los segadores en su campo. Está en una posición económica favorable. Luego de una inusual solicitud de Rut, le ofrece matrimonio.
Sé celebran las bodas. Rut entra en la vida de Israel. No es conocida más como la moabita sino como la esposa del pudiente hacendado Booz. De esa unión nace un niño que es llamado Obed.
Pasan los años. Rut camina por las calles de Belén con un hermoso niño de su mano. Aquel niño llegará a ser el abuelo del valiente rey David. Noemí tendrá a su cargo la crianza de este niño. Para las mujeres de Belén este hijo que le ha nacido a Rut es como si fuera propiamente de Noemí. Así se lo hacen saber: "¡Alabado sea el Señor, que hizo que no te faltara hoy un pariente redentor! ¡Que su nombre sea celebrado en Israel! Él restaurará tu vida y sustentará tu vejez" (Rut 4:14-15). Las dos mujeres que anduvieron por el camino desolado desde Moab hasta Belén tienen su vida cambiada. Ya no transitan más mirando el suelo y con el rostro triste. Ahora caminan con su cara sonriente y mirando con esperanza al horizonte sin fin.
La historia bíblica y nosotros
¡Qué difícil es para nosotros entender por qué el Dios Todopoderoso permite que las desgracias sucedan en nuestra vida!
Noemí interpreta la tragedia de su vida diciendo: "...la mano del Señor se ha levantado contra mí... el Señor me ha afligido y el Todopoderoso me ha abatido" (Rut 1:13,21). Sin embargo, ella no está enojada ni argumenta con el Señor. Pero mantiene la idea errónea de que el mal acontecido prueba que Dios está en su contra. La realidad es que el Eterno va a continuar estando con ella.
Es cuando llegamos a Rut 4 que nos damos cuenta de que, al final de todo, el Señor la bendice más allá de cuanto ella podría sospechar (Ro 8:28).
Es en todo ese proceso de sufrimiento y prueba que una mujer pagana (Rut) se da cuenta de lo distinto que es la desventura cuando se tiene fe en el Dios vivo y verdadero.
Noemí, como Job, se pregunta: ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Qué hice yo para merecer tanto sufrimiento en mi vida? Es así que adopta la posición equivocada de ver a Dios como adversario. Si así lo fuera, el Señor se la hubiera llevado a ella y no a su esposo e hijos. Razona, probablemente, que inconscientemente ha cometido alguna afrenta muy grave contra Dios. Que esto no es así lo va a expresar el bisnieto de Rut, al decir: "Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias... No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados" (Sal 103:3,10). Noemí no ha captado aún la profundidad que va a expresar el mismo autor, al decir: "Espera en el Señor. Esfuérzate y aliéntese tu corazón. ¡Sí, espera en el Señor!" (Sal 27:14).
Muchos siglos después el apóstol Pablo va a responder a aquellas preguntas. Al hacerlo nos damos cuenta de que la mayoría de las veces, no es que Dios esté en forma activa actuando en contra del creyente. En una manera maravillosa en Romanos 8 vemos que el sufrimiento del creyente no es sin propósito, fortuito o casual: "Porque considero que los padecimientos del tiempo presente no son dignos de comparar con la gloria que pronto nos ha de ser revelada" (Ro 8:18).
Luego se menciona una gran lista de dificultades tales como tribulación, angustia, persecución, hambre (Ro 8:35), mas no como evidencias de que Dios esté en nuestra contra, sino que "en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Ro 8:35-37).
Pedro, escribiendo a los cristianos que son perseguidos, les dice: "Amados, no se sorprendan por el fuego que arde entre ustedes para ponerlos a prueba, como si les aconteciera cosa extraña" (1 P 4:12).
¿Qué tiene que hacer en un libro como la Biblia una pequeña historia que, en definitiva, es la tragedia de tres mujeres? De una manera simplista podríamos decir que Dios se interesa por la vida de los seres humanos y, específicamente, de las mujeres. En aquella época nadie escribiría un libro centrado en las dificultades de tres mujeres y, por supuesto, menos todavía incluirlo en el canon de las Escrituras.
Dios va a utilizar a un pariente de Elimelec para ejercer el antiguo derecho de "redención". De acuerdo a éste, un hermano o un familiar podían casarse con la viuda a los efectos de permitir, por la procreación, el mantenimiento del nombre del muerto. Lo que de otra manera hubiera constituido un incesto se permite en la ley de Moisés. Automáticamente, al ejercer este derecho las tierras del difunto pasan a ser propiedad del "redentor".
En ningún momento tenemos un ángel o el mismo Señor haciendo una revelación. Son sencillamente relatos y conversaciones de los cuatro personajes principales. Sin embargo, al leer la historia nos damos cuenta de que la soberanía de Dios se manifiesta. Rut, quien es una mujer pagana que vive en una sociedad hebrea que desprecia y aborrece a los gentiles, por su genuina conversión se integra al pueblo de Israel.
Los grandes temas de este pequeño libro son fidelidad, amistad, familia, lealtad, sumisión y bendición.
Rut se nos presenta corno una persona cuya fidelidad es ejemplar. La demuestra primero en su matrimonio; luego al quedar viuda, permaneciendo con su suegra y acompañándola en su retorno. El sentido de lealtad está profundamente grabado en el corazón de esta mujer. Ella no puede concebir la posibilidad de abandonar a su suegra bajo ninguna circunstancia.
Unida a esta cualidad tenemos la sumisión. Ella sigue exactamente las insólitas instrucciones de su suegra en relación con Booz, que sin duda le habrán levantado muchas interrogantes. Pero debemos tener claro que no es una fidelidad fría y mecánica, sino que es el producto de una amistad y amor que Noemí, mujer excepcional, se ha sabido ganar.
Pero dentro de estas cualidades de fidelidad, sumisión, amistad y amor se destaca el vínculo y el concepto de familia como algo integral y dinámico. Así Noemí va a ser considerada la madre de Obed, si bien ha sido Rut quien lo dio a luz.
Sugerimos tres vestidos distintos de Rut. El primero, el del luto, que a diferencia de la tradición occidental, era de color blanco. Luego, el que se pone cuando va al lugar donde descansa Booz. El último, el de bodas, que sin duda viste cuando se casa con Booz. El otro familiar que no ejerce el derecho de la redención es posiblemente por causa de sus hijos. Sin duda, estos no van a querer que la herencia paterna se tenga que dividir si el padre se casa con una mujer joven con la cual pueda tener muchos hijos.
La razón por la cual Rut quiere un esposo es primordialmente para tener hijos que prolonguen la dinastía familiar. En el Antiguo Testamento vemos claramente que la esterilidad para la mujer hebrea se veía como una condición desgraciada (1 S 1:11-16).
Las vecinas, como si de alguna manera fueran intérpretes de la voluntad divina, exclaman: "¡Un hijo le ha nacido a Noemí!" (Rut 4:17). Eran las mismas mujeres que alabaron al Señor, diciéndole a Noemí: "tu nuera, que te ama y te es mejor que siete hijos, lo ha dado a luz" (Rut 4:15).
Apuntes
Es probable que la enfermedad que mató al padre y a los hijos fuera tuberculosis. El nombre de Mahlón significa "enfermizo" y el de su hermano Quelión, "exterminio".
En (Rut 1:9) leemos: "en la casa de su marido". La idea está bien expresada en la Biblia Latinoamericana: "... y les permita que encuentren cada una un esposo con quien puedan vivir en paz"; o en la NVI: "Que el Señor les conceda hallar seguridad en un nuevo hogar, al lado de un nuevo esposo".
El procedimiento que Noemí le aconseja a Rut para dialogar con Booz y hacer valer el derecho de redención del pariente es para nosotros un poco extraño. Sin duda no es lo usual, dado que va a la medianoche y se cubre con el manto de Booz. Es importante destacar que en esta escena no hay contacto sexual. Booz la reconoce como una mujer virtuosa. Booz también es piadoso y él nunca haría nada inapropiado con una mujer que es la viuda de un pariente alejado, y que otro más cercano que él estaría en condiciones de redimir. En esa sociedad los parentescos eran muy respetados por distantes que fueran. Lo que hace Rut es difícil de entender para nosotros. Quizás sería como si una señorita que tiene cierto interés en un joven, "por casualidad" se sentara al lado de él en un ómnibus con varios asientos vacíos, o que durante el canto congregacional se le acercara para compartir el himnario. Sin duda que es Rut quien empieza la aproximación pero, por otra parte, cada detalle de lo que Booz dice ("todos en mi ciudad saben", (Rut 3:11) muestra estar bien informado, por lo que en forma progresiva va tomando más interés en esta joven extranjera.
Los elementos de carácter de Noemí y de Rut son interesantes. Rut muestra una fidelidad a toda costa. Ella respeta y obedece a su suegra. Se siente completamente ligada como cuando estaba casada con su hijo. No es una atadura solo por el sentido del deber sino que un profundo amor se ha despertado entre ambas y la relación es verdaderamente de madre a hija y viceversa. En ningún momento vemos en Rut una queja a Dios por su condición de viuda. Ella lo ha aceptado como la voluntad del Todopoderoso.
Temas para análisis y comentario
1. ¿Está Noemí enojada contra Dios por las desgracias que le han sucedido?
2. ¿Por qué cree Noemí que Dios está en su contra?
3. ¿Por qué Rut quiere quedarse con su suegra en vez de volver con su familia?
4. ¿Cómo se conecta esta historia con (Ro 8:28)?
5. ¿En qué genealogía del Nuevo Testamento se menciona a Rut?
6. ¿Qué atributos de Dios se ven en esta historia?
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