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Estudio bíblico: Rahab: Del fango al oro - Josué 2:1-24

Autor: Roberto Estévez
Uruguay
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Rahab: Del fango al oro (Josué 2)

Los dos desconocidos se dirigen a la casa que está sobre la muralla. Tratando de hacer el menor ruido posible golpean en la puerta. En la otra esquina varios hombres que los han seguido sigilosamente se tratan de ocultar entre los arbustos.
En el interior de la vivienda todo parecía de rutina. Rahab estaba vestida con un ropaje que mostraba su inusual belleza. Aros de plata colgaban de sus orejas. Sus ojos eran grandes y negros, y tenía una boca prominente con labios rojizos y sensuales.
Mira por la ventanita que le permite ver el umbral y observa a dos individuos. "¡Qué raro!", dice para sí. "Normalmente vienen de a uno pero esta vez son dos". Abre la puerta y, con una gran sonrisa, les dice a los dos desconocidos:
— ¿En qué puedo "servirlos"?
— ¿Podemos pasar? — replican ellos.
— ¿Traen suficiente dinero? — inquiere ella.
— ¡Por supuesto! — contesta uno de ellos enseñándole unas monedas de plata.
— ¡Pasen! — invita la dueña de casa.
Los forasteros entran en la habitación. Cortinas y hermosas alfombras se ven aquí y allí. El ambiente está fuertemente perfumado con un aroma barato que nos evoca una peluquería de barrio.
La mujer está acostumbrada a la visita de extranjeros que visten ropas diferentes y tienen acentos singulares. Pero estos dos hombres son distintos. Sus vestiduras son muy rústicas y le cuesta entender el dialecto que hablan.
— Señora — dice uno de ellos—, nosotros no vinimos aquí por la razón que usted supone.
Rahab abre grandemente sus hermosos ojos oscuros, se ruboriza y con ingenuidad pregunta:
— Entonces, ¿qué quieren?
Antes de recibir la respuesta empalidece, da un paso atrás y dice:
— iYa lo sé, ustedes son hebreos!
Los dos hombres hacen una seña afirmativa.
— ¿Qué desean? — reitera la mujer.
El mayor de ellos responde:
— El Señor nos ha guiado a este lugar y específicamente a esta casa.
La mujer hace un gesto con su rostro denotando dudas.
— ¿Alguien los ha visto cuando entraron?
— Sí — responde el más joven —, varios hombres nos observaban en actitud sospechosa y empezaron a seguirnos. Nos hemos puesto unas ropas que conseguimos, pues nos dijeron que son las que la gente usa aquí, pero igual no pasamos desapercibidos.
Rahab observa a estos dos hombres. De alguna manera, su forma de hablar y su porte son diferentes de aquellos otros individuos con los que ella está acostumbrada a relacionarse. Estos hombres la tratan con respeto.
La mujer, más lívida todavía, levanta su mano y su dedo índice, señala a los dos visitantes y dice temblando:
— ¡Ustedes son espías!
El mayor es alto y delgado. El menor es bajo y fornido.
Con toda calma el mayor responde:
— Nuestro Señor nos ha enviado a reconocer la tierra que él nos ha prometido.
La mujer comienza a estremecerse ahora más intensamente, y piensa: Seguramente que están armados. ¿Qué puedo hacer? Me están bloqueando la entrada. Imposible escapar.
Mientras tanto, los hombres exhiben una perfecta calma. El más delgado dice:
— Jericó va a ser destruida y nadie va escapar.
La mujer comienza a llorar amargamente, y dice:
— ¡Sí, lo sé, sí, lo sé! ¿Y mi familia y yo?
Luego levanta su cabeza y con sinceridad pregunta:
— ¿Qué clase de dios es el Dios de ustedes? Yo sé que la divinidad de ustedes es un dios destructor.
El rostro del más joven se ilumina:
— Nuestro Dios es el Creador, es omnipotente, santo y muy misericordioso. El mayor responde:
— Si tú nos ayudas "cuando el Señor nos haya dado la tierra, mostraremos para contigo misericordia y verdad" (Jos 2:14).
El rostro de la mujer indica una lucha interior intensa. Por un lado piensa en su propia raza, en esa sociedad que la "utiliza" de vez en cuando y que la desprecia siempre.
— iUstedes están en grave peligro! Sin duda que nuestras autoridades ya saben que unos extranjeros sospechosos han venido aquí. Pronto van a cerrar las puertas de la ciudad y estarán completamente perdidos.
Con firmeza el joven le propone:
— Si tú nos ayudas nosotros te protegeremos.
Los ojos penetrantes de la mujer se abren ahora aún más.
— ¿Qué quieren decir con esto?
— Nosotros garantizamos tu vida con la nuestra si mantienes nuestro secreto — contesta el mayor.
La mujer, con su rostro cubierto de lágrimas, consiente:
— ¡Muchas gracias, acepto la propuesta!
La noche ahora es profunda. Rahab rápidamente los hace subir al entretecho donde guarda grandes manojos de lino. Allí los esconde. Justo a tiempo. Apenas había terminado de ocultar la escalera cuando fuertes golpes sonaban en la puerta.
Ella sabía exactamente quiénes eran. No ignoraba que en ese momento lo más fácil que podría hacer era denunciar a las autoridades dónde estaban escondidos. Si los encontraban ocultos en su vivienda ella sería ejecutada.
Pero Rahab no tiene dudas. Piensa en estos dos hombres y advierte en su corazón un sentimiento de compasión como nunca experimentó por ninguno de sus "clientes". La Escritura lo describe simplemente diciendo: "Recibió en paz a los espías" (He 11:31).
Los golpes fuertes parece que van a derribar la puerta:
— ¡Abre la puerta o la rompemos! — grita el jefe de un grupo de guerreros fuertemente armados.
Rahab responde:
— Enseguida abro.
Brutalmente el jefe y seis soldados empujan la puerta e irrumpen en la casa.
— ¿Dónde están esos hebreos que vinieron a ti?
Una vez más surge la pregunta de qué curso tomar. Pero con firmeza ella responde:
— Es verdad que vinieron a mí unos hombres, pero yo no sabía de dónde eran (Jos 2:4).
— ¿Qué hicieron?
Rahab, con una sonrisa maliciosa, les responde:
— Lo que todos... pero me pagaron bien — sonriendo y guiñando con sus ojos les muestra unas cuantas monedas de plata.
— iMujer! — dice el jefe —, esos hombres son nuestros enemigos, son hebreos.
Rahab, afectando una ingenua sorpresa, les responde:
— Cuando iba a ser cerrada la puerta de la ciudad, siendo ya oscuro, esos hombres salieron y no sé a dónde se han ido. Persíganlos aprisa y los alcanzarán (Jos 2:5).
El sargento, mostrando su enojo, golpea con el extremo de su lanza el piso y da la orden a su batallón de salir de inmediato a perseguirlos.
En las horas de la noche que transcurren, los visitantes, cansados por el largo viaje, duermen profundamente. Rahab trata de atar todos los cabos sueltos. Recuerda cómo se enteró de que el país estaba siendo invadido por una nación que había salido de Egipto. Al principio no le prestó mucha atención. Pero los rumores crecieron. Se decía que eran guerreros tremendos. Que ganaban todas las batallas y que nada los paraba. ¡Ni aun el faraón de Egipto los pudo detener!
Pero lo que más le preocupaba era que la divinidad de los hebreos tenía poderes realmente increíbles. Todos decían que ese dios peleaba a favor de ese pueblo y que era imposible vencerlo. Comentaban los mercaderes que el Dios de los hebreos era muy poderoso y que cuando su pueblo oraba, él respondía a las plegarias.
Rahab pensó más de una vez qué bueno sería tener un Dios con quien uno pudiera hablar y que le respondiera. Ella tenía muchos ídolos pero ninguno de ellos tenía tiempo para escucharla y, especialmente, para responderle.
Los viajeros contaban muchas cosas distintas de ese Dios de los hebreos. Algunos llegaron a decir que esa divinidad les había dado la tierra de Jericó. Otros daban testimonio de que había secado las aguas del mar Rojo. Parecía increíble, pero muchos afirmaban eso. También se corría la voz de que los hebreos habían vencido a dos reyes de los amorreos. Se rumoreaba que éste era Dios tanto en los cielos como también en la tierra. La mujer vuelve en sí y comienza a llorar amargamente.
Cuando todavía no ha amanecido los espías descienden del escondite. Ante el asombro de ellos Rahab les dice:
— Sé que el Señor les ha dado esta tierra, porque el miedo a ustedes ha caído sobre nosotros. Todos los habitantes de esta tierra se han desmoralizado a causa de ustedes (Jos 2:9).
El de mayor edad le da un codazo a su compañero:
— Esta información es más importante que saber dónde está la parte más débil de la muralla.
Los hombres le aseguran una vez más que si ella guarda silencio salvará su vida y la de su familia.
Los espías descienden con una cuerda roja por la ventana. Antes de despedirse, Rahab les aconseja que huyan hacia las montañas; es decir, en sentido opuesto al que han ido los soldados. Ellos le reiteran:
— Nosotros quedaremos libres de nuestro juramento... a menos que... ates este cordón rojo a la ventana... Reunirás junto a ti en la casa a tu padre, a tu madre... y a toda la familia de tu padre (Jos 2:18).
Ha pasado un tiempo. La gente corre despavorida y fuera de control por las calles de Jericó. En el horizonte distante se observa una gran nube de polvo que lentamente va creciendo. Es el pueblo de Israel que se aproxima.
Rahab se apresura a ir a la casa de sus padres y hermanos, y les explica la situación. Al leer la convicción en sus ojos ellos se dan cuenta que el fin está muy cerca. Los familiares saben también que la muerte es segura y ven esta oportunidad como su última posibilidad de salvarse. Ella se ha preparado de antemano para esta circunstancia y ha estado almacenando ropa, agua y comestibles.
Por fin llega la hora del asalto final. Desde el interior de la casa han observado al ejército rodeando la ciudad diariamente en forma consecutiva. Ese día, el séptimo, escuchan un tremendo ruido como si fuera un terremoto.
La muralla de Jericó ha caído casi en su totalidad. Se ha derrumbado como si fuera un castillo construido con fichas de dominó. La familia de Rahab está aterrorizada. Han escuchado los gritos de desesperación de los hombres de Jericó que van cayendo uno a uno. De súbito oyen fuertes golpes en la puerta. Todos en la casa están espantados menos Rahab.
— ¿Quién es? — pregunta la dueña de la casa.
— Somos nosotros, tus amigos, los que escondiste debajo del techo.
Rahab abre la puerta y ve a los dos "exploradores" rodeados de un grupo de soldados subalternos que siguen rápidamente sus órdenes.
La familia entera sale de la casa. Rahab va al frente, los suyos la siguen. Caminan por las calles sembradas de cuerpos muertos mientras que los dos oficiales van diciendo: "Estos son nuestros aliados; ella nos salvó la vida".
El tiempo ha pasado y luego de un riguroso proceso de instrucción en la ley de Moisés, Rahab y su familia han sido finalmente integrados a la comunidad.
Un día, el príncipe Salmón se le acerca y le propone matrimonio; Rahab acepta. Las bodas se realizan con toda la alegría y los festejos a la usanza israelita.
Con el paso de los años, Rahab camina frecuentemente por las calles de un pueblo de Judá llevando a sus niños de la mano. Lo hace con dignidad. Aquella que antes, siendo una ramera, se cubría el rostro por el desprecio que le tenían, ahora camina con dignidad. No es más una mujer de la calle, menospreciada. Ahora es una de las madres de Israel, esposa de un príncipe.
Por la fe Rahab ha dejado el sendero del fango y ahora camina por las calles que para ella son de oro (Ap 21:21).

La historia bíblica y nosotros

La historia de Rahab tiene un mensaje para las mujeres y los hombres del siglo veintiuno. Es posible dejar el vicio y el mal, y empezar de nuevo. Hay que tener una fe real en el Dios viviente. El Señor nos da una segunda oportunidad y si somos fieles puede hacernos de gran bendición. La belleza "fatal" de Rahab contribuyó sin duda a su caída; pero todo esto fue vencido ampliamente por la gracia de Dios y la fe profunda y sincera de ella.
Es maravilloso ver cómo esta mujer, que se conoce en la Escrituras como una prostituta, va a tener un cambio tan radical en su vida. Luego de convertirse al Dios de Israel ella se integra al pueblo del Señor. No solamente se va a casar con un príncipe, sino que va a aparecer en la genealogía de Jesucristo.
Rahab no se queda en el pantano de la amarga condición de una "mujer de la calle"; su conversión al Dios vivo y verdadero le permite una metamorfosis extraordinaria. Ella no permanece lamentándose de su triste suerte: cómo fue seducida a dedicarse a esa vida miserable; cómo la sociedad la desprecia, y mil y otras razones. Esta mujer que era una Venus, aunque embarrada por el fango de su conducta, va a cambiar su vida y su destino de una manera sorprendente. Nunca jamás una prostituta fue puesta por ejemplo y modelo de una fe extraordinaria. Sin embargo, la convertida Rahab es colocada en un alto pedestal al lado del patriarca Abraham, como un modelo de la fe.
El apóstol Santiago la menciona como ejemplo de una fe que obra; es decir, que es activa y no se queda estancada en palabras huecas. Es significativo que el otro gran personaje que el mismo autor alude es nada menos que el patriarca Abraham.
El libro de Hebreos, en esa famosa galería de la fe del capítulo 11, cita a Rahab.
Observamos que las menciones en Santiago y en Hebreos no se centran en los fracasos de su vida sino en la victoria de su fe.
Esta mujer aprendió que su cuerpo no había sido creado para la inmoralidad sexual (1 Co 6:13).
Rahab se enfrenta a un dilema similar al del ser humano actual. Cuando escucha que el juicio del Dios de los hebreos va a caer sobre Jericó ella lo toma muy en serio. Podría haberlo ignorado o confiar en que sus divinidades la pudieran ayudar. Sus conciudadanos prefirieron rechazar la verdad que este pueblo que se aproximaba tenía a su favor al Dios de los cielos y de la tierra. Por eso la Escritura dice que ella "no pereció... junto a los incrédulos" (He 11:31).
Hay dos Rahab y las dos son muy diferentes. La primera es la prostituta que todo el mundo conocía. Esto fue antes que vinieran esos dos hebreos a su casa. La otra es aquella mujer que germina o brota alrededor de la visita de los espías. Si bien a ella siempre se la recuerda como "la ramera" es muy distinta porque no vive más en el pecado.
En la vida de Rahab se cumplen las palabras que el Apóstol va a pronunciar muchos siglos después: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Co 5:17).
¿Cómo fue posible que esta mujer que estaba tan perdida y apartada se convirtiera? ¿Qué le hizo cambiar de parecer y desechar todas sus divinidades paganas para aceptar al Dios de los hebreos?
Keil y Delitzsch comentan: "Rahab estaba convencida de la veracidad de los milagros que Dios había hecho por su pueblo, y actuó con una firme fe en que Dios le iba a dar la tierra de Canaán a los israelitas. Creyó que toda oposición hecha en contra de ellos iba a ser en vano, con el efecto de una rebelión contra el mismo Dios Todopoderoso".
Nos impacta y aflige que hay muchos creyentes revolviendo el basurero inmundo del pasado en vez de regocijarse en la afirmación del Hijo de Dios: "...sus muchos pecados son perdonados puesto que amó mucho" (Lc 7:47).
Nos imaginamos a la familia de Rahab. Afuera se oyen los gritos brutales que la guerra produce. Pero cuando los temerosos miran a esa ventana con el cordón rojo, esto les trae tranquilidad.
Nosotros no fijamos nuestra mirada en una ventana con un cordón rojo, pero sí miramos a una cruz donde el Hijo de Dios fue colgado y derramó su sangre por nosotros (He 12:2). Es esa sangre vertida la que nos da la paz porque sabemos que hemos "sido rescatados... no con cosas corruptibles... sino con la sangre preciosa de Cristo" (1 P 1:18-19).

Apuntes

Suponemos que estos espías eran hombres que buscaron la guía divina en su empresa. Es aparente que fueron dirigidos por el Señor a la única casa donde podrían obtener la información que necesitaban, donde los estaba esperando un alma en la cual Dios había estado ya obrando en su gracia.
Algunos comentaristas han señalado que Rahab mintió varias veces para salvar a los espías. Sin duda que los hombres utilizamos las técnicas a las que estamos acostumbrados. En su triste ocupación ella manipulaba y practicaba la mentira todos los días. Era parte de su vida.
Algunos han argumentado que para los hebreos "el concepto de verdad no es solo conformidad con los hechos pero también incluye fidelidad. Rahab elige ser fiel a los israelitas y a su Dios".
Otros estudiosos opinan que la conversión se produce antes del encuentro con los espías y esta posición se basaría en la declaración de Rahab: "...porque el Señor su Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra" (Jos 2:11).
El lugar, la ubicación, el color y la firmeza de la cuerda
1. No servía como refugio la morada del vecino de al lado; tenía que ser esa casa. Esto hoy se aplica al evangelio y a la salvación. La multitud repite: "Todos los caminos conducen a Roma". Pero el Señor Jesús dijo: "Yo soy el camino" (Jn 14:6).
2. Había salvación en la casa de Rahab si se cumplían perfectamente todos los requisitos. Lo mismo ocurrió durante la Pascua en Egipto (Ex 12:13,22).
3. No era lo mismo utilizar cualquiera ventana; tenía que ser aquella por la cual los espías huyeron.
4. La ubicación de la cuerda estaba claramente establecida, tenía que estar atada. Era un lugar claramente visible: "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado" (Jn 3:14).
5. El color de la cuerda no era electivo, tenía que ser rojo (Is 1:18).
6. Era una cuerda de una firmeza comprobada, tenía que ser la misma que se usó para escapar.
7. Los invitados eran solamente los que pertenecían a la familia de Rahab. Las bendiciones abundantes son solamente para aquellos que son de la familia de Dios. El Señor otorga salvación a los que pertenecen a su familia (Ro 8:17).
8. La referencia a Salmón como hijo de un príncipe está en (1 Cr 2:10-11). En (Nm 2:3) vemos que su padre era el jefe de un ejército de 74.600 hombres (Nm 10:14).

Temas para análisis y comentario

1. ¿Hizo mal Rahab en mentirles a las autoridades cuando vinieron a buscar a los espías?
2. ¿Necesita el creyente refugiarse en la mentira?
3. ¿Se justifica mentir para salvar la vida?
4. ¿Por qué se considera a Rahab en la lista de los héroes de la fe?
5. ¿Por qué relaciona Santiago a Rahab con la justificación por la fe?

Comentarios

México
  Fredi Méndez Morales  (México)  (07/03/2024)

Hasta ahora me he identificado con los estudios que he encontrando en esta página y por eso hago esté comentario me parecen muy buenas enseñanzas. Dios los bendiga

Honduras
  Lizzy Ramos  (Honduras)  (24/06/2022)

Excelentes enseñanzas !

Perú
  César Cerrón Salazar  (Perú)  (05/09/2021)

Excelente comentario, ayuda bastante a considerar el contexto emocional, sentimental y experimental del personaje de esta narrativa, permitiendo ver la misericordia del Dios de Israel, en verdad no era necesario que los espías fueran a Jericó, ya la promesa había sido dada, pero era Rahab el objetivo de Dios, el tenia una cita con ella cual mujer samaritana quien encontró a Jesús en el pozo esperándola y sabiendo que no le era necesario pasar por Samaria para llegar a Galilea pues mas aun era este lugar rodeado por ser considerado tierra inmunda para el Judío pero Jesucristo tenía una cita con la Samaritana ...

México
  Ivan Ponce  (México)  (09/10/2019)

Encuentro de provecho sus estudios .Gracias y Bendiciones para todos.

Colombia
  Blanca Rosa Jiménez Vega  (Colombia)  (03/10/2019)

Hermoso y sabio estudio de reflexión de este pasaje biblico. Siempre he creído que en el oficio que Rahab desempeñaba escucho de la fuerza y el poder de nuestro SEÑOR, en su corazón atesoro todo lo escuchado y se produjo ese milagro de fe que le transformó su vida y la constituye en una mujer valiente que le creyó y amo al DIOS tres veces SANTO.

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