Estudio bíblico: David censa al pueblo - 2 Samuel 24:1-25
David censa al pueblo (2 Samuel 24:1-25) (1 Crónicas 21:1-30)
El rey convoca a los jefes del ejército para una reunión urgente. Los generales y altos mandos del ejército están presentes. Por supuesto, entre ellos está Joab, el general y comandante en jefe. En el salón principal del palacio real esa mañana se percibe cierta inquietud. Se preguntan entre ellos: "¿Para qué nos habrá hecho llamar el rey?".
De pronto, el rey David aparece. Ya no es más el joven impetuoso que venció a Goliat, ni tampoco es el hombre maduro, buen mozo y elegante que sedujo a la esposa de Urías. Los años han pasado, y ahora el rey ha encanecido. Su rostro muestra las arrugas de los años y los problemas que la vida le ha deparado.
El rey se dispone a hablar y dice:
— Señores capitanes y generales. La razón de esta reunión es para comunicarles que tenemos un problema muy grande. En realidad se trata de que ignoramos nuestro "poderío militar". Nos han visitado embajadores y aun reyes de nuestros vecinos cercanos. Una y otra vez, ellos me han dicho con exactitud cuál es el poderío militar que tienen. Me dicen cuántos carros de guerra tienen. Me informan cuántos soldados tienen en la caballería, me dicen cuántos soldados tienen en la infantería. Yo sé que muchas veces exageran con los números. Lo que no entiendo es cómo países tan pequeños pueden tener ejércitos tan grandes. Sin embargo, lo que más me abochorna y humilla es que cuando me preguntan acerca de mi ejército les tengo que decir que no sé cuántos soldados tengo. En cierta ocasión uno de los reyes no supo disimular ni pudo contener una sonrisa burlona.
El rey prosigue:
— Claro que a nadie se le puede ocurrir que un país como el nuestro no sepa cuántos soldados tiene. Dada estas circunstancias creo que es de interés nacional saber precisamente cuál es nuestro poderío castrense. Por lo tanto, doy la orden de que se haga un conteo para determinar exactamente nuestro poderío militar.
— Majestad — dice Joab, el comandante en jefe —, permítame la palabra.
— Proceda — responde el monarca.
— Alteza, con el debido respeto que usted merece de todos nosotros, quiero decirle lo siguiente: "¡Qué el Señor tu Dios añada al pueblo cien veces más, y que mi Señor el rey lo vea! Sin embargo, ¿para qué quiere esto mi Señor el rey?" (2 S 24:3).
Se hace un silencio. Otro de los altos militares también de mucha experiencia se levanta y pide la palabra:
— Mi rey — dice otro de los presentes —, yo estoy de acuerdo con lo que dice el general Joab. Usted sabe bien que el Señor le prometió a Abraham multiplicarnos hasta que lleguemos a ser un pueblo tan grande "como la arena del mar". Si hacemos un inventario es como si estuviéramos desconfiando de la promesa del Señor. Usted no ignora que nunca se ha hecho un censo desde que estamos en la "tierra prometida".
El rey David se enoja. Su rostro se ruboriza. Sus ojos adquieren ese aspecto de uno que está realmente encolerizado. Con voz fuerte pero a la vez controlada dice:
— Señores capitanes y generales les agradezco mucho su opinión. Lo que ustedes me expresan lo sé muy bien. Pero sucede que aquí soy yo el que manda — su voz se pone aún más grave cuando agrega —: Y el que no cumpla enseguida mis órdenes será removido de inmediato de su cargo y ...
Los militares retroceden cuidadosamente y se disculpan: "Pero la palabra del rey prevaleció contra Joab y contra los jefes del ejército" (2 S 24:4).
Los militares salen y recorren el país y hacen un censo militar determinando cuántas personas pueden ser enlistadas para la guerra.
Han pasado nueve meses y veinte días desde el día cuando el rey dio la orden de que se hiciera el censo. Las cosas no andan bien en el país. El rey David se da cuenta de que esto que sucede no es sin razón.
Finalmente le dan el informe oficial con números que han sido redondeados y no contando docenas de miles. "Los hombres de guerra de Israel que sacaban espada eran 800.000, y los hombres de Judá eran 500.000" (2 S 24:9). Sin embargo, en la nación de Israel se han empezado a sentir los efectos del pecado (1 Cr 21:7).
El rey David no se siente bien. Sabe que ha hecho mal en ordenar ese censo. Ha descuidado ordenar que se pague esa mínima cantidad por cada persona que la ley de Moisés obligaba en esos casos. El incumplimiento de esa ley traía consecuencias como la de que una plaga afectara al pueblo (Ex 30:12).
Al pasar los días sus síntomas empeoran. Empieza a sentir que "su corazón le golpeaba". No puede más y se acerca en oración al Señor y dice: "He pecado gravemente al haber hecho esto. Pero ahora, oh Señor, quita, por favor, el pecado de tu siervo porque he actuado muy neciamente" (2 S 24:10).
Pasa toda la tarde y la noche y no hay respuesta. David siente como si Dios no lo hubiera escuchado.
A la mañana siguiente, uno de los asistentes le informa a David que el profeta Gad está en el palacio y quiere hablar con él.
El hombre de Dios entra y saluda al rey con respeto pero sin halagos indebidos. Su rostro muestra una gravedad y cierta tristeza que hace que la situación sea aún más dramática.
— Mi rey — empieza el profeta —, tengo un mensaje de Dios para usted.
El rey David empalidece. Su voz es temblorosa al responder:
— ¿Cuál es el mensaje?
El rostro del profeta Gad se pone aun más sombrío mientras habla:
— El Señor ha determinado una sentencia por tu pecado: "Así ha dicho el Señor: Tres cosas te propongo; escoge para ti una de ellas, y yo le la haré" (2 S 24:12).
Se hace un silencio sepulcral. David siente nuevamente que su corazón palpita con toda su fuerza.
— ¿Cuáles son las opciones? — pregunta el monarca con voz trémula.
El profeta Gad habla ahora con voz firme. Cada palabra parece como el golpe de un enorme martillo. El Señor quiere que tú elijas de entre tres opciones. La primera es que vengan siete años de hambre en tu país.
David se pone mucho más pálido. Esa nación que sus militares han recorrido para contar su fuerza ahora tiene la opción de pasar por siete años de hambre. Los soldados sin alimentos pierden sus fuerzas y no sirven para mucho. El rey sabe lo que significa el hambre. Le han contado las historias espantosas de las cosas inhumanas que la gente ha llegado a hacer en su desesperación cuando el hambre es brutal en una ciudad sitiada. Se imagina a los niños que no juegan en las calles porque apenas pueden caminar por la falta de comida. Ve en su imaginación a poblaciones enteras arrastrándose por los caminos desesperadas en busca de alimento. El rostro de David muestra un profundo abatimiento. Mueve su cabeza como diciendo: "¡No, No... !".
Suena el segundo martillazo como cuando el juez dicta sentencia.
La segunda opción — continua el profeta — es que huyas durante tres meses de tus enemigos.
El tiempo se ha acortado de siete años a tres meses. Pero tener tres meses de derrotas consecutivas en las contiendas y tener que huir vencido es muy triste. De nuevo el rostro del rey se ensombrece. Él conoce muy bien lo que esto indica. Él ha visto esos campos de batallas sembrados de cuerpos de soldados muertos y soldados malamente heridos. El monarca nuevamente hace un gesto negativo con la cabeza.
El tercer martillazo se escucha.
— La tercera opción es que haya una epidemia en tu país durante tres días.
Después de haberle presentado las opciones, el profeta Gad hace una pausa y dice con voz grave y firme:
— "Ahora pues, piensa y mira qué he de responder al que me ha enviado".
La cara de David muestra el dolor que hay en su corazón. Está realmente arrepentido. Sabe que su pecado va a traer un castigo muy serio sobre el pueblo.
— Estoy muy angustiado — responde el rey —, por favor, caigamos en mano del Señor, porque grande es su misericordia. Y no caiga yo e mano de los hombres.
El profeta Gad saluda y se retira.
"Así que el Señor envió una epidemia a Israel, desde aquella mañana hasta el tiempo señalado, y murieron 70.000 hombres del pueblo, desde Dan hasta Beerseba" (2 S 24:15).
En todos los pueblos y ciudades hay enfermos. El pecado a nivel nacional ha traído dolor a todo el país. Aun en los pueblos pequeños hay docenas de muertos. Cientos de miles de familias están de luto. Pero esto no es todo. La epidemia que ha comenzado simultáneamente fuera de la capital se va aproximando a Jerusalén. Sin duda hay miles orando a Dios y sinceramente arrepentidos porque se dan cuenta de que sus iniquidades han subido a los ojos de Dios.
Es probable que David subiera a la azotea del palacio (la misma que fue testigo de su primera derrota moral). Desde allí él ha de haber visto al ángel que hería al pueblo. Está desesperado porque se da cuenta de que la ciudad de Jerusalén va a ser destruida. Allí están su familia y sus amigos. En un estado de zozobra y aflicción le dice al Señor con gran clamor: "He aquí, yo he pecado; yo he actuado perversamente. Pero estas ovejas, ¿qué han hecho? Por favor, sea tu mano contra mí y contra mi casa paterna" (2 S 24:17).
Algo interesante es que Dios decide suspender el castigo contra Jerusalén aun antes de que David reconociera su pecado. "Cuando el ángel extendía su mano hacia Jerusalén para destruirla, el Señor cambió de parecer acerca de aquel mal. Y dijo al ángel que destruía al pueblo: ¡Basta ya! ¡Detén tu mano!" (2 S 24:16).
El ángel envaina su espada y se pierde en el firmamento. Ese mismo día aparece nuevamente el profeta Gad quien le dice que levante un altar exactamente en el mismo lugar donde el ángel había estado.
La historia bíblica y nosotros
Nos acercamos a estas páginas sagradas con reverencia. Lo que ha comenzado como un pecado ha engendrado una serie de problemas como en una cascada. El Señor está enfurecido contra su pueblo. Él permite que Satanás incite a David a pecar. Como resultado de esto sucede una catástrofe nacional con 70 mil muertos por una plaga. Lo lindo es que la historia no termina ahí. David recibe la orden, de parte de Dios, de que edifique un altar en el mismo lugar ("entre el cielo y la tierra") donde el ángel del juicio estuvo parado "con una espada desenvainada en su mano" (1 Cr 21:16). Ese lugar es exactamente el mismo sitio donde Abraham, muchos siglos atrás, fue impedido para que no ofreciera a su hijo Isaac en sacrificio: "El ángel del Señor... dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho..." (Gn 22:11-12).
Podemos ver que Dios demuestra su gracia en dos hechos. En primer lugar, el Señor le ordena al ángel que interrumpa el castigo. En segundo lugar, en ese mismo sitio el rey Salomón edificará el templo. Y es en las dependencias de ese santuario donde miles y miles de fieles van a adorar, por cientos de años, en espíritu y verdad a Jehová de los Ejércitos.
Surgen tres preguntas en relación con el castigo: ¿Qué significa que Satanás incitó a David a pecar? ¿Por qué sufre toda la nación si sólo pecó un hombre? ¿Fue el castigo demasiado severo?
1) ¿Qué significa que Satanás incitó a David a pecar? "Satanás se levantó contra Israel e incitó a David a que hiciese un censo de Israel" (1 Cr 21:1). El Maligno siempre está atacando al pueblo de Dios. Al parecer David se ha puesto en una posición espiritual muy vulnerable. Satanás le insinúa que haga algo contrario a la voluntad de Dios. Cuando el Señor deja de protegernos el resultado es siempre catastrófico. El Señor Jesucristo le dijo a Pedro: "Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo. Pero yo he rogado por ti, que tu fe no falle" (Lc 22:31-32). Luego de su ascensión, nuestro Salvador desarrolla un ministerio de abogado defensor que demanda intercesión constante: "puesto que vive para siempre para interceder por ellos" (He 7:25). Este abogado defensor nunca ha perdido un juicio. No tenemos ninguna Escritura que nos indique que este ministerio constante de intercesión fue ejercido por Jesucristo antes de su encarnación. De ser así entendemos que David no tuviera esa protección maravillosa que hoy tiene el creyente. La palabra incitó entonces se podría entender como instigar al monarca a hacer algo muy grave. El rey debido al estado espiritual en el que se encuentra, está más propenso a hacer lo que no hubiera hecho cuando andaba cerca de Dios. David es un hombre que ha subido a los lugares más altos de comunión con el Señor y servicio a él. Lo que estamos considerando ahora es uno de los momentos más bajos de su vida. Por eso, el apóstol nos advierte y dice: "Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quién devorar" (1 P 5:8).
2) ¿Por qué si un hombre pecó toda la nación sufre las consecuencias y mueren setenta mil personas?
En primer lugar tenemos que decir que David pecó al hacer el censo. El antiguo historiador Josefo (nacido en el año 37 d. de J.C.) plantea ya en ese momento el hecho de que no se pagó la pequeña ofrenda (medio siclo) determinada por la ley: "Cuando hagáis el censo para obtener el número de los hijos de Israel, según los que sean contados de ellos, cada uno dará al Señor el rescate por su persona. Así no habrá mortandad entre ellos cuando hayan sido contados" (Ex 30:12).
El efectuar el censo demuestra una falta de confianza en la promesa que Dios le hiciera a Abraham: "te multiplicaré... como las estrellas del cielo y como la arena que está en la orilla del mar" (Gn 22:17). También demuestra el orgullo que David tenía como rey, que lo llevó a querer mostrar su poderío militar. Sin embargo, hay otras causas que considerar.
Observamos que la Escritura dice que el Señor se enojó contra Israel y no contra David. Las razones del enojo del Señor suponemos que son el descontento del pueblo contra la autoridad que Dios había colocado en la persona del rey.
John Gill, citando a Kimchi, propone dos razones en las que se ve el pecado del pueblo: En primer lugar menciona la rebelión de Absalón. Muchos habían seguido el bando de ese joven soberbio y mundano: "La conspiración se hizo poderosa, y el pueblo que estaba de parte de Absalón seguía aumentando" (2 S 15:12). En segundo lugar, menciona la sublevación de Seba: "¡Nosotros no tenemos parte en David ni heredad en el hijo de Isaí! Así todos los hombres de Israel abandonaron a David y siguieron a Seba..." (2 S 20:1-2).
No queremos de ningún modo diluir la culpabilidad de David. Sin embargo, el castigo no cae sobre un pueblo inocente, sino sobre aquellos que han pecado. Dios sentenció solo a una persona absolutamente inocente, y esa persona es su Santo Hijo (2 Co 5:21). David dice: "Yo he pecado, yo he actuado perversamente. Pero estas ovejas, ¿qué han hecho? Por favor, sea tu mano contra mí y contra mi casa paterna" (2 S 24:17) (En el Antiguo Testamento los líderes siempre tomaban plena responsabilidad de lo que el pueblo hacía aunque no necesariamente ellos eran los culpables principales).
3) ¿Fue Dios demasiado severo? Tenemos que enfatizar que Dios es absolutamente justo. Al determinar un castigo por un pecado nunca se extralimita o sobrepasa sino que su justicia y su gracia van juntas. Ignoramos los detalles específicos de qué fue lo que hizo mal el pueblo de Israel para que la ira del Señor se encendiera. Este episodio tendría que haber quedado grabado en los corazones de los israelitas. Se esperaría que hubieran aprendido la lección sobre la importancia de tener temor reverencial del Señor. Es muy consolador para nosotros el saber que tenemos un Dios justo: "el Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?" (Gn 18:25). "¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!" (Ro 11:33).
Parecería que ha habido en todo el país un deterioro espiritual muy grande. El castigo no es consecuencia de una reacción emocional y caprichosa del Señor. Nuestro Dios es siempre absolutamente perfecto y santo en sus caminos. La sentencia es el resultado de una ofensa a nivel nacional: "El Señor... de ninguna manera dará por inocente al culpable" (Nah 1:3).
A través de los años Joab demostró, con su conducta, que no era una persona "espiritual". El hecho de que Joab (que no era un hombre muy piadoso) se opusiera a la realización del censo muestra que era evidente que el hacerlo traería graves consecuencias.
Dios le da al rey la opción de elegir entre tres castigos distintos. Esta oportunidad es algo muy inusual.
La primera opción, el hambre por siete años, es muy dolorosa pero sobre todo muy prolongada. La segunda alternativa que recibe David es la de "huir delante de sus enemigos". Aquí no se habla de que él mismo iba a ser herido o muerto. En las dos primeras disyuntivas las posibilidades de que David mismo o su familia sean afectados son muy bajas. La tercera opción es el castigo que David escoge. El mismo rey y los suyos también pueden ser afectados. El confía en la misericordia del Señor. Mathew Henry comenta: "El hambre y la espada van a devorar de la misma manera a unos como a otros, pero se podía pensar que el ángel destructor usaría su espada contra aquellos que son conocidos por Dios como los más culpables'".
El ángel que extiende su mano para destruir a Jerusalén no es una figura poética del lenguaje. Las Escrituras nos dicen que David lo vio (2 S 24:17).
Quizá nos preguntamos: "¿En qué consistió el pecado tan grande que cometió David?". Varios comentaristas han planteado que el pecado primario que origina todo fue cometido por Israel: "Volvió a encenderse el furor del Señor contra Israel..." (2 S 24:1).
Ahora, David se responsabiliza completamente por lo que ha ocurrido, Él nos dice que tuvo parte de la negligencia. David no se justifica diciendo que no sabía. El toma toda la culpa.
Qué tristeza que, con el paso de los años, David se haya olvidado de por lo menos dos cosas importantes: 1) que la razón por la que él pudo vencer a Goliat no fue por su poderío militar, y 2) que la razón por la que Saúl no lo pudo matar cuando lo buscaba, aun cuando este tenía un ejército cinco veces más grande que el de él, fue porque el Señor lo protegía (1 S 24).
¡Qué provechoso es cuando nuestra conciencia nos toca y resolvemos seguir sus dictados! En nuestros días hay una tendencia a pensar que podemos pecar sin problema y sin que existan ramificaciones. Luego, solo le pedimos perdón al Señor y pensamos que todo estará bien y que podemos empezar el ciclo de nuevo.
Dios en su gracia nos perdona de nuestros pecados cuando estamos realmente arrepentidos así como lo hizo con David. Aquel que está profundamente compungido con su pecado no va a reiterarlo amparándose en la gracia de Dios: "El que encubre sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y los abandona alcanzará misericordia" (Pr 28:13).
Bendito sea nuestro Dios que en su gracia nos perdona de todos nuestros pecados cuando clamamos a él. Sin embargo, la desobediencia a Dios no queda sin consecuencia. Tenemos que recordar siempre que aunque Dios perdona el pecado las consecuencias de ese pecado dejan cicatrices muy profundas y dolorosas.
En un sentido espiritual nuestro Señor fue el que recibió los golpes de la espada. En las palabras de la profecía: "¡Levántate, oh espada, contra mi pastor y contra el hombre compañero mío, dice el Señor de los Ejércitos!" (Zac 13:7).
Es en ese mismo lugar donde el ángel está parado "entre el cielo y la tierra con una espada desenvainada" (1 Cr 21:16), que el hijo de David (Salomón) va a edificar el templo de Jerusalén. Es en ese mismo templo que "en el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó su voz diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su interior. Esto dijo acerca del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él" (Jn 7:37-38).
El segundo libro de Samuel termina con un tono de ¡liberación y bendición! Hertzberg compara este capítulo con el diluvio en la historia de Génesis y dice: "Nuevas bendiciones vienen como consecuencia del castigo y la destrucción".
Esta historia tiene una advertencia muy solemne para nosotros. Es muy importante que no dudemos de la fidelidad de Dios y que sigamos estrictamente sus mandamientos. Dejarnos llevar por la obsesión de los números para demostrar carnalmente nuestra habilidad y éxito es algo muy peligroso para nosotros. No nos cabe duda de que el Señor conoce exactamente quiénes son los verdaderos creyentes en una congregación o quiénes verdaderamente se han convertido durante una campaña de predicación del Evangelio.
Notas al margen
Hay una diferencia entre los números que se mencionan en el segundo libro de Samuel con los del primer libro de Crónicas. Algunos consideran que en Samuel no están contados el ejército regular de 280.000 soldados (1 Cr 27:1-15) y que los números están redondeados.
Otros han simplificado el tema insistiendo que en Samuel se menciona a los "valientes u hombres de guerra que sacaban espada"; mientras que en Crónicas solo se mencionan que son "hombres que sacan espada".
Los reyes, presidentes y gente en eminencia toma decisiones que nos afectan a todos. Es muy probable que la ambición de emprender una invasión militar a sus vecinos estuviera en la mente de David. Si así hubiera sido el caso, quizá más de 70.000 soldados hubieran muerto en el intento.
El líder que hay en mí
David reconoce su error y busca en oración el rostro del Señor. No trata de justificarse a sí mismo sino que se hace responsable del pecado de Israel. El líder se responsabiliza de sus acciones y errores y tiene que estar dispuesto a confesar y aceptar la disciplina de Dios.
Temas para el estudio en grupo
La importancia de cumplir los mandamientos del Señor.
Las consecuencias del pecado y la desobediencia.
La gracia de Dios cuando detiene al ángel que iba a destruir a Jerusalén.
La obra de intercesión del Señor Jesús a nuestro favor.
Preguntas para reflexionar
1. ¿Qué significa un verdadero arrepentimiento?
2. ¿Por qué David quiere hacer un censo?
3. ¿Cuáles son las razones que Joab presenta para oponerse al censo?
4. ¿Cuáles son las tres opciones de castigo que se le presentan a David?
5. ¿Qué significa que el "Señor cambió de parecer"? (2 S 24:16).
6. ¿Qué sucedió en el mismo lugar donde David vio al ángel del Señor con la espada desenvainada? (1 Cr 21:15,26).
Comentarios
Rossana Vique (Uruguay) (25/07/2022)
Muchísimas gracias por este material, por los comentarios de cada versículo de cada libro y por los anexos, esas historias que nos ubican en la situación, como espectadores de una obra de teatro,. Gracias por que me han permitido entender más, conocer más y amar más a Jehova.. Bendiciones.
Rossana Vique (Uruguay) (25/07/2022)
Muchísimas gracias por este material, por los comentarios de cada versículo de cada libro y por los anexos, esas historias que nos ubican en la situación, como espectadores de una obra de teatro,. Gracias por que me han permitido entender más, conocer más y amar más a Jehova.. Bendiciones.
Omar Enrique Narváez Sánchez (Venezuela) (18/06/2022)
Dios siga bendiciendo este ministerio de la enseñanza de la palabra de Dios.
Este estudio en particular ha sido para mí de una gran bendición, mientras lo leía no pude contener las lágrimas, viendo lo triste de fallarle a Dios, pero a la vez su gran misericordia.
Sigan adelante mis amados hermanos con este precioso ministerio.
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