Estudio bíblico: La fe puesta a prueba - 2 Reyes 4:18-32
La fe puesta a prueba (2 Reyes 4:18-32)
(2 R 4:18-32) "Y el niño creció. Pero aconteció un día, que vino a su padre, que estaba con los segadores; y dijo a su padre: ¡Ay, mi cabeza, mi cabeza! Y el padre dijo a un criado: Llévalo a su madre. Y habiéndole él tomado y traído a su madre, estuvo sentado en sus rodillas hasta el mediodía, y murió. Ella entonces subió, y lo puso sobre la cama del varón de Dios, y cerrando la puerta, se salió. Llamando luego a su marido, le dijo: Te ruego que envíes conmigo a alguno de los criados y una de las asnas, para que yo vaya corriendo al varón de Dios, y regrese. El dijo: ¿Para qué vas a verle hoy? No es nueva luna, ni día de reposo. Y ella respondió: Paz. Después hizo enalbardar el asna, y dijo al criado: Guía y anda; y no me hagas detener en el camino, sino cuando yo te lo dijere. Partió, pues, y vino al varón de Dios, al monte Carmelo. Y cuando el varón de Dios la vio de lejos, dijo a su criado Giezi: He aquí la sunamita. Te ruego que vayas ahora corriendo a recibirla, y le digas: ¿Te va bien a ti? ¿Le va bien a tu marido, y a tu hijo? Y ella dijo: Bien. Luego que llegó a donde estaba el varón de Dios en el monte, se asió de sus pies. Y se acercó Giezi para quitarla; pero el varón de Dios le dijo: Déjala, porque su alma está en amargura, y Jehová me ha encubierto el motivo, y no me lo ha revelado. Y ella dijo: ¿Pedí yo hijo a mi señor? ¿No dije yo que no te burlases de mí? Entonces dijo él a Giezi: Ciñe tus lomos, y toma mi báculo en tu mano, y ve; si alguno te encontrare, no lo saludes, y si alguno te saludare, no le respondas; y pondrás mi báculo sobre el rostro del niño. Y dijo la madre del niño: Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré. El entonces se levantó y la siguió. Y Giezi había ido delante de ellos, y había puesto el báculo sobre el rostro del niño; pero no tenía voz ni sentido, y así se había vuelto para encontrar a Eliseo, y se lo declaró, diciendo: El niño no despierta. Y venido Eliseo a la casa, he aquí que el niño estaba muerto tendido sobre su cama."
Dios había cumplido el deseo abrigado en lo profundo del corazón de la sunamita y había hecho realidad su promesa pronunciada por Eliseo: "... y dio a luz un hijo el año siguiente, en el tiempo que Eliseo le había dicho" (versículo 17).
De esto hacía ya varios años, acerca de los cuales la Biblia guarda silencio. El niño había crecido, al menos hasta la edad en que podía ir al campo con su padre para ayudarle en alguna cosa de la cosecha, o simplemente para verle trabajar.
De pronto le sobrevinieron fuertes dolores y fue corriendo a su padre gritando: "¡Ay, mi cabeza, mi cabeza!". El padre estaba tan ocupado con su trabajo que no tenía tiempo para su hijo, así que llamó al criado para que llevara el niño a su madre. Y es aquí donde la fe de esta mujer es puesta a prueba duramente.
La manera de reaccionar del padre frente al problema de su hijo, y el breve mandato que dio a su criado, nos dan material para reflexionar un poco sobre el marido de la sunamita y también sobre nuestro deber como esposos y padres.
¿Una vida solamente para trabajar?
Lo poco que nos dice el texto bíblico sobre este hombre es bastante triste. Se ve que era un hombre de pocas palabras, pues la comunicación con su mujer era muy escasa. Cuando ésta le pidió preparar un pequeño aposento para huéspedes, no vemos ninguna reacción en él. Y cuando su hijito acude a él con fuertes dolores no vemos gran interés ni cuidado en este hombre tan ocupado. Manda a su criado que lo lleve a su madre. Su responsabilidad como padre la carga sobre su mujer. ¡Que se ocupe ella del problema!
¿Le interesaban sólo las buenas ganancias y cómo aumentarlas? ¿Le habían cegado el "engaño de las riquezas" para que no viera el valor incalculable de un matrimonio en armonía y una sana relación con su hijo?
¿Cómo podía su corazón permanecer frío mientras la cabeza de su hijo ardía? No lo sabemos. Pero nosotros, como padres, debemos preguntarnos cómo manejamos las preguntas y los problemas de nuestros hijos e hijas cuando pidiendo socorro esperan que nuestro oído esté abierto para los problemas de su corazón y de su cabeza.
¿Tiene razón el autor del libro "El corazón de los padres", cuando hace el siguiente diagnóstico: "Todo depende del corazón de los padres. Todo depende de una generación que ha fallado, que ha vivido sólo para sí misma, sacrificando a menudo a sus hijos sobre el altar de su egoísmo y de la propia búsqueda de satisfacción y realización"? (Klaus Güntzschel).
Recuerdo bien algunos ejemplos de mi propia vida:
"Papá, hoy hemos estudiado en la clase de biología algo sobre el caldo primitivo y la hipótesis para la creación de la vida. ¿Puedes ayudarme para saber cómo reaccionar como cristiano frente a esto?". "Nunca me he ocupado en ese tema, tengo que cortar el césped, pregúntale a mamá".
"Papá, algo extraño está ocurriendo con mi cuerpo, hace varias semanas que me está preocupando. Me da un poco vergüenza, pero ¿podemos hablar de esto?". "Ay, mira, ahora mismo no tengo tiempo... tengo que contestar unas cartas importantes, ve y mira en la enciclopedia de medicina o pregunta a mamá".
Preguntas y respuestas como estas habría muchísimas más. Las oportunidades perdidas y los momentos únicos que como padres nos hemos perdido y donde hubiéramos podido ser una ayuda decisiva y un apoyo en importantes épocas de la vida de nuestros hijos y no lo fuimos; esa espina probablemente no nos la podremos quitar jamás.
¡Qué daría yo por corregir las negligencias pasadas y las faltas de entonces!
En el recomendable libro de Byron Forrest Yawn: "Lo que todo hombre desea que su padre le hubiera dicho", escribe algunas observaciones que todo padre debería tomar muy en serio: "Se nota cuando un padre tan solo soporta a su hijo. Nadie mejor que el niño lo sabe. Pero, por otra parte, no hay cosa que más enriquezca la vida de un niño como un padre que se preocupa. Cuando un padre escucha, cuando está pendiente de su hijo y se preocupa por su alma, entonces el mundo es un lugar seguro. No es natural que un padre no haga caso de su hijo. Eso es cruel. Es una manera sutil de abandonarlo. Los hijos se conforman con la menor migaja que caiga casualmente de la mesa del padre. Puesto que la mayoría de los hijos ven poco a su padre, se conforman con todo lo que reciban de él. Los padres pueden hacer las más mínimas cosas y con ello dar una inmensa alegría a sus hijos. El mero hecho de venir a casa después del trabajo, ya es un gran acontecimiento. Los padres no llegan a casa simplemente, sino que es como un barco que llega al puerto."
Creyente, ¿pero sólo los domingos?
Pocas horas después, el niño enfermo muere sobre las rodillas de su madre. Los temores, las dudas, el dolor indecible que supone tener que vivir tan de cerca la muerte del propio hijo, eso no lo ve el padre.
La madre lleva al niño al aposento de arriba, lo pone en la cama del hombre de Dios y cierra la puerta. Seguramente lo hizo clamando a Dios y recordándole su promesa. Confía su hijo a aquel que hace años se lo había prometido. Después hizo llamar a su marido del campo y le pidió que le enalbardara una asna y enviara un acompañante con ella ya que tenía que llegar a Eliseo por el camino más rápido.
El marido, asombrado, le pregunta, por qué tiene tanta prisa, no siendo día religioso festivo. Ella esquiva la pregunta y sólo le contesta: "Paz" o "Está bien" (versículo 23). ¡Qué escena más trágica! No puede contarle a su marido su angustia y tribulación. Tiene que cargar sola con todo ese dolor, probablemente porque no podía esperar ninguna ayuda ni socorro de él. Parece ser que su corazón nunca estuvo sensible para las experiencias espirituales de su mujer, de modo que ella quedó sola con su pena una vez más. ¿Es posible que nuestras mujeres también hayan ya desistido con nosotros llenas de resignación, porque vez tras vez no nos hemos preocupado de ellas y de sus anhelos y penas? ¿Dirán de nosotros: "¡Es inútil! ¡No puede ni quiere comprenderme!", "no le interesan mis preocupaciones espirituales", "su trabajo, sus aficiones y sus pasatiempos en sus ratos de ocio significan más para él que su matrimonio y su familia", "su coche recibe más atención que yo".
¡Cuánta desilusión, resignación y soledad resuenan en estas palabras: "Paz" o "Está bien". Cuando nada estaba bien en ese momento.
"Luna nueva y día de reposo", en esto consistía la piedad tradicional de este hombre. Más religiosidad le parecía cosa superflua. Hoy diríamos: El culto de los domingos y de vez en cuando la hoja del calendario de taco "La buena semilla" eso es suficiente.
El tiempo devocional delante del Señor, la oración fervorosa a favor de la familia, los amigos, vecinos etc., eso es para mujeres, jubilados o los "creyentes a pleno tiempo". No es bueno exagerar...
El criado de Eliseo, ¿tan sólo un inútil?
Es extraño, pero es bien sabido que los hombres en esta historia, todos menos Eliseo, quedan en mal lugar.
Pero comencemos primero con la mujer: Su anhelo es ir a la presencia de Eliseo. Manda al criado a que urgentemente dé espuela al asno y no se detenga hasta llegar al Carmelo, donde estaba el hombre de Dios. Es interesante que la mujer sabía dónde se encontraba Eliseo. Parece ser que el Monte Carmelo era para Eliseo lo que siglos más tarde sería para nuestro Señor Jesucristo el Monte de los Olivos: un lugar para retirarse y estar a solas con Dios.
Eliseo reconoce a la mujer de lejos (versículo 25) y manda a Giezi a que salga a su encuentro y le pregunte por su bienestar y el de su marido e hijo. La sunamita reacciona nuevamente de manera esquiva y responde meramente "Bien", de lo que podemos deducir que no le infundía mucha confianza el criado de Eliseo. Quizá veía en él algo como un impedimento que la estorbaría para encontrarse con Eliseo. ¡Es muy lamentable si nosotros, siendo también pequeños criados de nuestro gran Señor entorpecemos el camino y estorbamos a las almas que buscan encontrar al Señor, impidiendo que le vean a Él!
En el momento en que la mujer se encuentra con Eliseo se echa a sus pies. Algo indignado, Giezi intenta quitarla de allí. Exteriormente defiende la dignidad y los buenos modales, mientras su corazón ya está lleno de otras cosas, como veremos en el capítulo siguiente. (Es obvia la analogía con el comportamiento hipócrita e indignado de Judas frente a María).
Conocimientos y talento no son suficientes
Antes de reflexionar sobre Eliseo y el comportamiento de la sunamita, echemos otra mirada a Giezi: Mientras que la madre en primer lugar abraza los pies de Eliseo, el profeta envía a su criado con un claro mandato: ir lo más rápidamente posible al aposento en Sunem y poner su báculo sobre el rostro del niño. En ningún caso debía permitir que algo le estorbase en ese cometido (versículo 19).
Después de que Giezi se pusiera en camino, Eliseo y la sunamita le siguieron con bastante distancia entre ellos. Su relación con Dios y con el profeta se revela extraordinariamente en su confesión: "Vive el Señor, y vive tu alma, que no te dejaré". Estas palabras nos recuerdan a Jacob, quien también había pasado una noche difícil y decisiva para toda su vida. Él también se aferró al Señor y exclamó: No te dejaré, si no me bendices (Gn 32:26).
Después de varias horas de camino a pie, Giezi, humillado, se vuelve para encontrarse con ellos. Había cumplido la orden de Eliseo, no se había detenido y había puesto sobre el rostro del niño el báculo de Eliseo (símbolo de la autoridad y dignidad del profeta). Pero había sido en vano. El niño permaneció muerto.
Aquí aprendemos una seria lección: Es posible vivir durante años en la comunión de un hombre de Dios, siendo testigos oculares de numerosos milagros divinos, es posible dominar el lenguaje religioso, tener la cabeza llena del dogmatismo de la Biblia e imitar sin problema el comportamiento de un profeta, sin tener una relación genuina con Dios.
El evangelista alemán Wolfgang Dyck (1939-1970) solía decir: "La solemnidad es el último vestido de Satanás". Así se puede decir que fue el comportamiento impecable y digno de Giezi, pero que al mismo tiempo era falto de espíritu y fuerza. Paul Humburg (1878-1945) lo comenta así: "Ni el báculo, ni los aires de profeta, ni el comportarse como uno era lo principal. Tampoco el celo juvenil. Todo depende de la entrega genuina y total a Dios. Lo principal no es la forma, sino el poder del profeta". Hans Dannenbaum dice al respecto: "En el capítulo siguiente veremos cómo este hombre queda desenmascarado y deja ya la palabrería devota. Hermanos, hermanas, guardaros mucho de imitar el lenguaje de los profetas de Dios; si vuestro corazón está lejos de Dios... El lenguaje piadoso puede aprenderlo un papagayo".
Un contraste agradable
¡Qué diferente es la conducta de Eliseo! Su vida nos enseña que la madurez espiritual siempre va ligada a la sinceridad y a una valoración propia humilde. Cuando Giezi intenta quitar a la sunamita de los pies de Eliseo, pensando que ese comportamiento no era correcto, Eliseo se lo impide con las palabras: "Déjala, porque su alma está en amargura, y Jehová me ha encubierto el motivo, y no me lo ha revelado".
¡Qué poco frecuentes son los hombres y mujeres que reconocen que no tienen una respuesta para todo, que admiten modestamente su impotencia, su ignorancia y su dependencia de Dios. La conducta de Eliseo ilustra bien lo que Pablo escribió a los Corintios que, al parecer, tenían la tendencia de endiosar a ciertas personas: "¿qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías como si no hubieras recibido?" (1 Co 4:7). También la sunamita, con su actitud humilde, libre de toda amargura, muestra una disposición de corazón ejemplar en medio de esta dura prueba de su fe. Ella no le dice al profeta lo que tiene que hacer o lo que ella espera de él, sino que meramente le recuerda su promesa que le dio cuando aún no tenía hijo. Ella no había pedido un hijo, sino que Eliseo le había prometido uno. Ella había contestado a esta inesperada y sobrecogedora promesa con unas palabras muy serias: "No, señor mío, varón de Dios, no hagas burla de tu sierva" (2 R 4:16). De la misma manera también nosotros podemos "derramar nuestro corazón delante de Dios" (Sal 62:8) en situaciones de gran angustia y duda, y echar toda nuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de nosotros (1 P 5:7).
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