Estudio bíblico: ¿Por qué el mundo odia a los cristianos? - Juan 15:19-21
¿Por qué el mundo odia a los cristianos? (Juan 15:19-21)
El mundo y los creyentes
(Jn 15:19) "Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece."
Hay una diferencia esencial entre el mundo y la iglesia, lo que produce antagonismo y conflictos permanentes.
La iglesia ha sido enviada al mundo para comunicarle el amor de Dios. Este anuncio del Evangelio implica que Dios está dispuesto a perdonar a los hombres sus pecados y a recibirlos como hijos en su Reino. En contraste con esto, encontramos la respuesta del mundo que constantemente muestra su odio hacia Dios y su pueblo.
1. El odio del mundo
La Biblia atribuye el odio del mundo a la enajenación entre el hombre y Dios que comenzó en el huerto del Edén, cuando Satanás convenció a Adán y Eva de que Dios estaba contra ellos y de que la única manera de disfrutar plenamente de la vida era rebelándose contra él y su Palabra, apropiándose de todas las cosas buenas de la vida en un estado de independencia de Dios. Desde ese momento, Satanás se convirtió en el "príncipe de este mundo" (Jn 12:31) (Jn 14:30) (Jn 16:11). En ese estado, Dios es considerado como una gran amenaza para el hombre, y por eso, al igual que hiciera Adán después de pecar, el hombre sigue huyendo y escondiéndose de Dios. Se esconden detrás de la ciencia, diciendo que está probado que no hay un Dios fuera del universo; se esconden detrás de la religión, en un intento infructuoso de sobornar a Dios haciéndole creer que están dispuestos a seguirle, cuando en realidad crean sistemas bajo sus propios deseos y conveniencias. Algunos piensan ingenuamente que si no hacen caso a Dios, desaparecerá. Pero en otros casos, en lugar de huida, hay un claro ataque que se manifiesta en una persecución organizada por gobiernos y grupos de poder empeñados en desarraigar la idea de Dios de esta sociedad, y están dispuestos a usar todos los medios a su alcance para conseguirlo, desde las campañas de desacreditación en los medios de comunicación, la imposición de leyes contrarias a los principios bíblicos, o directamente, la persecución física (encarcelamientos, programas de reeducación, torturas y muerte) de los creyentes.
2. Un conflicto de lealtades
En esta situación es imposible que una persona esté en ambos bandos al mismo tiempo. Por supuesto, el creyente no puede hacerlo. Además, recordemos la advertencia bíblica:
(1 Jn 2:15) "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él."
(Stg 4:4) "¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios."
Según esto, cualquiera que se hace amigo de Dios, se constituye inmediatamente en enemigo del mundo.
Fijémonos también en la afirmación del Señor aquí: "Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo". Es evidente que el mundo no ve a los creyentes como parte de él, y esto es lo que ocasiona que nos aborrezcan: "pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece".
El principio expresado aquí por el Señor es que "el mundo ama lo suyo", es decir, aprecia a aquellos que viven como ellos, usan su mismo lenguaje, tienen los mismos valores...
Lo que se aprecia es un profundo conflicto de lealtades fundamentales entre el mundo y los cristianos. Si los discípulos estuvieran aliados con los que se oponen a Jesús, serían abrazados por ellos, pero como no es así, el mundo los odia. Y aunque no siempre lo manifiesta de una manera abierta, el mundo se siente incómodo en la presencia de los seguidores de Cristo. Y sobre todo les molesta que un cristiano comparta con ellos el Evangelio. No les gusta que Dios los considere pecadores en bancarrota moral y espiritual, necesitados de la gracia y misericordia divinas para ser perdonados y aceptados por él. Tampoco les gusta su estilo de vida santo, porque eso señala sus pecados, lo que también les incomoda.
Esto coloca a los cristianos en una situación de mucha tensión, porque fueron llamados a amar al mundo y buscar su salvación, pero al mismo tiempo, el mundo los rechaza y persigue.
Pero la persecución del mundo por causa del Evangelio es una prueba inequívoca de que somos auténticos hijos de Dios, una clara evidencia de que realmente somos nacidos de nuevo. Y por el contrario, el amor y aprecio del mundo por los creyentes podrían ser interpretados como una muestra de infidelidad a Cristo. ¡Qué extraño sería que el mundo que crucificó a Cristo nos aplaudiera a nosotros! ¿Somos acaso mejores que nuestro Maestro para que el mundo nos trate a nosotros mejor de lo que le trató a él?
Constantemente debemos examinar la actitud que el mundo tiene hacia nosotros. ¿Nos aplauden como si fuéramos grandes personas? ¿Nos alaban por ser buenas personas? Si lo hacen, probablemente nos hemos apartado de la auténtica fidelidad a Cristo, al que aborrecieron hasta la muerte.
3. "El mundo ama lo suyo"
Ahora bien, en este conflicto de lealtades, alguien podría querer evitarse el odio del mundo y con ese fin razonar de este modo: al fin y al cabo "el mundo ama lo suyo", como dijo el Señor, así que, si estoy en el mundo, tampoco me faltará amor.
Pero debemos pensar bien a lo que se refería el Señor cuando dijo esto. No quería decir que las naciones no cristianas se aman entre sí, porque de hecho, hay un sinfín de conflictos de todo tipo por todas las partes del mundo. No se puede esperar auténtico amor en un mundo que ha rechazado a la única fuente de amor.
Mas que amor, a lo que el Señor se estaba refiriendo es la afinidad que el mundo manifiesta hacia los suyos. El mundo fomenta sus valores egoístas que exaltan al hombre y permiten el pecado, por lo tanto, sentirá cierta sintonía con aquellos que se identifican con los mismos valores.
Y tristemente, el mundo también se siente unido en su odio por la causa de Cristo. Pilato y Herodes se hicieron amigos después de juzgar a Jesús (Lc 23:12), las autoridades judías se unieron a las gentiles para crucificar al Señor (Hch 4:27) (Sal 2:2). Sectas judías que se odiaban entre sí, como los fariseos y herodianos, se unieron para atacar a Jesús (Mr 3:6) (Mr 12:13).
Por lo tanto, el favor del mundo depende de la aceptación de sus valores. Exige que los individuos se integren en él, acomodándose a sus principios y aceptando su modo de actuar perverso. Este es un precio demasiado alto de pagar y tendrá muchas consecuencias, tanto presentes como eternas. Mejor no buscar el amor del mundo.
4. El creyente es un desertor del mundo
El asunto es más completo de lo que parece, porque los que ahora son creyentes, antes formaban parte del mundo, lo que implica que son vistos por ellos como desertores. El Señor les dijo: "Antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece".
Los cristianos antes tenían las mismas ambiciones, actitudes, valores, formas de hablar y metas que el mundo, pero ahora se han cambiado de bando, y han abandonado todo eso para vivir de acuerdo a unos principios diferentes. Esto es considerado por el mundo como una deslealtad.
En cuanto a la cuestión de ser "elegidos del mundo" debemos entenderla en conexión con lo que el Señor había dicho antes: "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca" (Jn 15:16). Esto implica que fueron separados del mundo con el fin de llevar a cabo una misión.
No podemos estar de acuerdo con algunos calvinistas que interpretan este texto pensando en los elegidos como algunas personas que en la eternidad pasada fueron predestinadas para ser salvadas, mientras que otras fueron predestinadas a ser condenadas para la gloria de Dios. Según estos calvinistas, el odio del mundo proviene del hecho de que Dios en su soberanía ha decidido tenerlos a ellos como sus favoritos, y esto despierta las reacciones furiosas del mundo. Por supuesto, esta actitud de orgullo molestará al mundo, pero también nos molesta a muchos que somos cristianos, porque es una desvirtuación del claro mensaje de la Palabra que nos dice que Dios ama a todo el mundo sin hacer acepción de personas.
El ejemplo de Cristo
(Jn 15:20) "Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra."
El Señor les exhorta a recordar las cosas que les había dicho antes, cuando los envió por primera vez a predicar: "Acordaos de la palabra que yo os he dicho". En aquellos momentos les había advertido que no debían esperar ser tratados mejor que él mismo había sido (Mt 10:24) (Lc 6:40).
En una ocasión anterior en este evangelio (Jn 13:16) el Señor también había usado este mismo principio con la finalidad de exhortarles a la humildad en el servicio mutuo. Esto se lo dijo después de lavarles los pies, por lo tanto, sería impropio que si el Maestro había desempeñando una tarea tan humilde con ellos, se pelearan por alcanzar puestos de honor o privilegios. Pero ahora el mismo principio es aplicado a la persecución: si a mí me han perseguido, a vosotros también os perseguirán. La conclusión es que Cristo debe ser siempre nuestro modelo a seguir y por el que debemos orientarnos en la diversas coyunturas de la vida.
Un cristiano fiel no debe esperar ser tratado de un modo diferente que lo fue su Señor. Si a él le persiguieron, también perseguirán a sus discípulos. Ya hemos encontrado ejemplos de este mismo principio en este evangelio: El ciego sanado por el Señor fue expulsado por los judíos debido a su testimonio valiente a favor de Cristo (Jn 9:34); y de igual manera, los líderes religiosos que decidieron que Jesús debía morir (Jn 11:47-50) fueron los mismos que después acordaron que también Lázaro debía morir (Jn 12:10-11).
La lealtad a Cristo tiene un alto precio que él no ocultó en ningún momento. En su análisis de los términos griegos usados en este pasaje, A.T. Robertson explica que el verbo "perseguir" es el que se emplearía para "cazar como a una fiera". Por lo tanto, la imagen es muy vívida: del mismo modo que los cazadores persiguen sin descanso a su presa hasta que finalmente consiguen abatirla, así hicieron con el Señor Jesucristo, y del mismo modo harán también con los creyentes.
Ahora bien, a continuación el Señor añadió la siguiente reflexión: "si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra". Esto establece un punto de equilibrio que nos libra de hundirnos en un pesimismo paranoico. No todos rechazaron la palabra de Jesús durante su ministerio, los mismos discípulos eran una prueba viviente de eso, y del mismo modo, aquellos que le habían escuchado, o que habrían estado dispuestos a escucharle si hubieran vivido en su época, también escucharían la palabra de sus apóstoles y discípulos.
"No conocen al que me ha enviado"
(Jn 15:21) "Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado."
1. Sufriendo por causa de su nombre
El Señor sigue hablando del odio del mundo hacia los discípulos "por causa de su nombre". Con esta afirmación él se refiere a un tipo de persecución concreta, la que viene por causa de su nombre, es decir, por seguirle a él, por predicar lo que él predicó, por vivir como él vivió. Y en ese caso, el Señor reconoce que ese sufrimiento es provocado por su causa.
Tenemos abundantes ejemplos de esto en el libro de los Hechos de los Apóstoles. El Sanedrín judío apresó a los apóstoles y "les intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús" (Hch 4:18). Por supuesto, los apóstoles no obedecieron esa orden, y los líderes religiosos volvieron a detenerles, diciéndoles: "¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre?" (Hch 5:28). Saulo de Tarso, antes de llegar a ser un cristiano, "había creído su deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret" (Hch 26:9). Como vemos a partir de estos versículos, lo que el mundo no soporta es que los cristianos prediquemos y anunciemos el nombre de Jesús.
Por supuesto, es posible que un cristiano sufra molestias de parte del mundo por otras razones. El apóstol Pedro consideró esta posibilidad e hizo la siguiente exhortación:
(1 P 4:15) "Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno."
Es un hecho que a veces los creyentes sufren dificultades por causa de sus pecados, estupidez, grosería, hipocresía, personalidad irritante u otras cosas similares. En ese caso, no hay virtud alguna en ese tipo de persecución, y el creyente tampoco recibirá ningún galardón por ella. Como dijo uno de esos predicadores a los que no les gustaba endulzar sus sermones: "No te coloques la aureola del santo cuando deberías llevar el gorro del payaso".
Pero si estamos sufriendo por causa de "su nombre", entonces somos bienaventurados.
(1 P 4:12-14) "Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado."
Aquí hay un hecho consolador: el mundo maldice a los creyentes, pero Dios los bendice. Él está de su parte y los vindicará. El mundo los puede tratar como culpables, pero Dios afirmará su inocencia:
(Sal 37:32-33) "Acecha el impío al justo, y procura matarlo. Jehová no lo dejará en sus manos, ni lo condenará cuando le juzgaren."
2. Es necesario soportar el odio del mundo
Ahora bien, tal como el Señor explicó, sufrir por causa de su nombre no iba a ser algo opcional. Ya hemos considerado que los apóstoles y todos los discípulos desde entonces tuvieron que enfrentar diferentes formas de persecución. Pero el apóstol Pablo enfoca este tema aportando otro matiz importante. Veamos lo que les escribió a los Colosenses:
(Col 1:24) "Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia."
Pablo se distinguió por su celo en llevar el Evangelio de Jesucristo a todas las partes de este mundo. Escuchando sus palabras podemos darnos cuenta de que alcanzar este objetivo no resultó sencillo. Había mucha oposición, pero él estaba dispuesto a soportar todas las dificultades que se presentaran en el camino. Cuando escribió estas palabras, su mismo cuerpo estaba lleno de las señales de las veces que había sido apedreado y azotado, a lo que se podrían añadir otras muchas experiencias dolorosas, como los peligros en sus muchos viajes, los naufragios, el hostigamiento de los judíos en todas las partes a donde iba, la soledad con la que enfrentó los momentos más difíciles de su ministerio, y los años pasados en prisión...
Pablo dice que todo esto lo soportaba para cumplir así en su carne "lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia". Esta afirmación nos sorprende y es importante aclararla.
En primer lugar, Pablo no estaba diciendo que Cristo podría haber sufrido en la cruz más de lo que sufrió, pero puesto que no lo hizo, entonces le tocaba sufrirlo a él. Por supuesto que no está diciendo nada parecido a esto.
Lo que estaba queriendo decir es que había sufrimientos que Cristo todavía no ha sufrido y que tiene que sufrir. Claro está que no se refiere a sufrimientos relacionados con nuestra salvación. El autor a los Hebreos deja claro que los sufrimientos de Cristo en la Cruz para conseguir nuestra salvación se han cumplido una vez y para siempre, siendo una obra perfecta y completamente acabada:
(He 9:24-26) "Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado."
Ninguna cosa que nosotros pudiéramos sufrir puede añadir nada a la perfección de los sufrimientos de Cristo en nuestra salvación. Ahora bien, de lo que se trata aquí es de las aflicciones de Cristo relacionadas con el establecimiento y desarrollo de su iglesia en este mundo.
Pero ¿cómo puede el Señor Jesucristo sufrir todavía?
A veces sufre junto a su cuerpo, que es la Iglesia. Por ejemplo, cuando el Señor se apareció a Saulo en el camino de Damasco, le dijo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hch 9:4). Esto quiere decir que cuando Saulo perseguía a los creyentes, los encarcelaba y los torturaba para hacerles blasfemar, esto llenaba de dolor el corazón de Cristo. Como diría el profeta Isaías: "En toda angustia de ellos él fue angustiado" (Is 63:9).
Todo esto nos lleva a pensar que nosotros también podemos y debemos participar de estos sufrimientos para cumplir lo que todavía "falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia". No nos equivoquemos; nunca podremos ser predicadores del evangelio, maestros de escuela dominical, ni diáconos o ancianos en la iglesia sin tener que sufrir y soportar algún tipo de persecución. En muchas ocasiones la persecución vendrá de los de afuera, pero en otras muchas de los propios creyentes, que comienzan a herirse los unos a los otros mutuamente.
A nosotros el Señor nos está llamando a esta categoría de servicio. Por su parte, Pablo nos dice que él ya lo estaba haciendo con gozo.
3. Los judíos perseguían a Cristo porque no conocían al Padre
Ahora bien, analizando las causas profundas de este odio hacia los creyente, el Señor afirma que se debe a que "no conocen al que me ha enviado". Volverá a repetirlo en (Jn 16:3) "Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí".
Mucha de la persecución que el Señor sufrió, y que anticipó a sus discípulos que iban a sufrir también, provenía directamente de los judíos, el pueblo escogido de Dios. Ellos se decían creyentes, pero a lo largo de todo el Evangelio el Señor les ha hecho notar que si realmente lo fueran, también habrían creído en él. Esta era una labor que estaba realizando el Padre y en la que no podía fallar. Veamos una de las muchas discusiones que el Señor tuvo con los judíos respecto a este asunto.
(Jn 10:25-29) "Jesús les respondió: Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre."
No deja de sorprendernos que personas que se muestran tan religiosas puedan esconder un corazón profundamente incrédulo, pero el hecho revelado por el Señor era precisamente ese. No lo olvidemos, la religión es un "buen lugar" para esconder la incredulidad, pero al Señor no es posible engañarle.
Comentarios
Enith Lucía Taborda Cuadrado (Colombia) (18/10/2023)
Me encanta el estudio bíblico.
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