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Estudio bíblico: El odio del mundo - Juan 15:18

Autor: Luis de Miguel
España
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El odio del mundo (Juan 15:18)

Introducción

Los capítulos 13 al 17 del Evangelio de Juan contienen diferentes enseñanzas del Señor a sus discípulos en un ambiente privado. Todo se originó por la tristeza que produjo en los discípulos el anuncio de la partida del Señor. En vista de ello él comenzó a prepararles para la dolorosa separación que la cruz iba a producir. Hasta ahora, a lo largo de los primeros capítulos de esta sección, hemos considerado las grandes bendiciones y promesas que el Señor dio a sus angustiados discípulos, de las que, por supuesto, nosotros también somos partícipes si tenemos la misma fe que ellos.
Al final de nuestro último estudio comenzamos a considerar que el Señor también les encargó una obra que deberían cumplir en este mundo, y ahora les va a hablar con toda claridad de las dificultades que encontrarían al llevarla a cabo. Por lo tanto, el énfasis cambia, y en lugar de privilegios, el Señor les hablará de persecución; en lugar de su amistad, tratará el odio del mundo; si antes les había exhortado a amar, ahora los preparará para recibir el odio.
Podemos decir que las enseñanzas que ahora vamos a encontrar no tienen que ver principalmente con la relación de los discípulos con él, sino de sus relaciones con el mundo. Por ejemplo, anteriormente el Señor les prometió que les enviaría el Espíritu Santo para consolarlos, guiarlos y darles poder, en cambio, en esta sección veremos la labor que el Espíritu habría de realizar en las personas del mundo (Jn 16:8-11).
Pero antes de ninguna otra consideración el Señor quería prepararles para recibir el odio del mundo. Y esto era muy necesario, porque hasta este momento los apóstoles habían sufrido muy poca persecución. A lo largo de los evangelios vemos que cada vez que surgía algún problema, siempre era el Señor el objeto de las críticas y la persecución, aunque fuera la actitud o el comportamiento de los discípulos las que ofendían a los judíos. El Señor siempre los protegió contra estos ataques hasta el final. Recordamos sus palabras en el momento en que fueron a prenderle: "si me buscáis a mí, dejad ir a éstos" (Jn 18:8).
Pero todo esto iba a cambiar drásticamente una vez que el Señor resucitara y ascendiera al cielo. A partir de ese momento ellos iban a ser el centro de todo el odio del que antes el Señor había sido el centro. Así que, les advierte seriamente de que no deberían esperar un trato diferente del que él mismo había recibido durante su ministerio.
Una vez más el Señor estaba siendo completamente honesto con ellos (Mt 10:17-25) (Lc 21:12). Él no iba a incentivar a los discípulos a realizar una labor evangelística presentándosela a través de la óptica de un triunfalismo total. Por supuesto, no hay duda alguna de que los creyentes somos llamados a predicar el triunfo de Jesús sobre los poderes antagónicos, pero el conocer los obstáculos que podemos encontrar en este servicio al Señor impedirá posibles desilusiones y nos dará la fortaleza para confiar más plenamente en él.
En nuestro tiempo no es difícil encontrar predicadores que anuncian fielmente las ventajas del cristianismo, pero que nunca confiesan las dificultades que hay desde un punto de vista humano. En concreto, no se enfatiza el costo del discipulado, ni que el que sigue fielmente al Señor será perseguido. Gran parte de la religiosidad evangélica popular en aquellos países donde la persecución ha sido en su mayoría leve, es totalmente superficial y egoísta. Promete mucho y exige poco. Ofrece éxito, felicidad personal, paz mental, prosperidad material, pero rara vez habla de arrepentimiento, sacrificio, abnegación, estilo de vida santo y disposición a morir por Cristo. Sin embargo, notemos que el Señor fue muy honesto, y les habló claramente de ambas cosas: las bendiciones y las dificultades.
Todo esto merece nuestra consideración. La sociedad en la que vivimos está marcada por el interés propio y un egocentrismo que reduce todo a la pregunta: ¿Qué voy a obtener yo de esto? Lo triste es que esa actitud ha penetrado con fuerza en la iglesia. Muchos creen que el cristianismo existe sólo para hacernos saludables, ricos, y que nuestras vidas fluyan sin problemas. Desde esta perspectiva, el camino que el Señor trazó para sus discípulos tendrá muy poco atractivo para este tipo de "cristianos". Pensemos en lo que el Señor dijo que experimentarían los discípulos: "Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios" (Jn 16:2). Esto arroja una perspectiva muy sombría. ¿Quién quiere enfrentar una vida tan desprovista de todo lo que los hombres anhelan de manera natural? Perseguir grandes metas y sueños siempre es estimulante, pero verse obligado al hacerlo a abandonar toda expectativa de reconocimiento y tener que enfrentar abusos, pobreza y persecución, exige grandes dosis de heroísmo. Sin lugar a dudas, sólo los verdaderos cristianos seguirán esta senda marcada por el Señor.
No lo olvidemos, si el cristiano quiere seguir fielmente en las pisadas del Maestro, encontrará que está inmerso en una auténtica batalla espiritual. Incluso los tiempos de aparente paz, sólo son una guerra disfrazada. No hay ninguna razón por la que debamos esperar que vamos a ser tratados mejor de lo que lo fue el propio Señor.
Ahora bien, muchas veces nos preguntamos por qué el mundo odia tanto el cristianismo y a los cristianos.
Para comprender este fenómeno nos ayudará observar que el odio del mundo hacia aquellos que profesan la fe en Dios nunca ha sido un fenómeno pasajero o aislado. Lo encontramos anunciado ya en las primeras páginas de la Biblia: "Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar" (Gn 3:15). Las palabras de Dios a la serpiente nos muestran la clave de este conflicto que se perpetúa en el tiempo. Hay una lucha constante entre la luz y las tinieblas, y que llegaría a su clímax con la venida de la simiente prometida a la mujer, el Señor Jesucristo. En cada página de la Biblia observamos este conflicto que ha caracterizado todas las edades. Abel fue muerto por Caín, que era del maligno. José fue puesto en un pozo por sus hermanos, y en una cárcel por la mujer de su amo. David fue perseguido por Saúl como quien persigue una perdiz por los montes. Micaías fue aborrecido por Acab porque siempre testificaba contra él. Jeremías sufrió continuamente la oposición de su pueblo porque se oponía a la política mundana de su época. Y en el Nuevo Testamento encontramos lo mismo: Esteban fue muerto por los judíos incrédulos, mientras que Jacobo, uno de los apóstoles, lo fue por el rey Herodes. Y hasta nuestros días la sangre de los santos ha corrido como ríos.
Los hechos dolorosos de todas las épocas proporcionan sobradas pruebas de que la advertencia de nuestro Señor era correcta. La persecución fue la suerte de los apóstoles y de todos los discípulos del Señor allí dondequiera que fueron. Los persiguieron los judíos, luego los emperadores romanos, la inquisición española y en nuestros días siguen sufriendo la misma persecución airada en países musulmanes, comunistas o bajo dictaduras de diferentes tipos.
¿Por qué aborrece el mundo a los cristianos? La respuesta es múltiple, y la encontramos en estos versículos.
Porque primeramente aborreció a Cristo y ahora nosotros le pertenecemos a él (Jn 15:18).
Porque ya no pertenecemos al mundo (Jn 15:19).
Porque el mundo ha rechazado su Palabra (Jn 15:20).
Porque el mundo no conoce al Padre (Jn 15:21).
Porque el pecado del mundo ha sido revelado por Cristo (Jn 15:22).
El mundo al cual los creyentes somos enviados a dar testimonio está caracterizado por un odio subyacente hacia Dios y hacia su Cristo, y por supuesto, odiará también a todo aquel que continúe su misión. La oposición es inevitable.
Ahora bien, ¿cuál iba a ser la respuesta de Dios frente al odio del mundo que crucificó a su propio Hijo? Aquí es donde encontramos la asombrosa gracia de Dios. Frente al odio del mundo Dios ofrece una vez más su amor. Dios no iba a abandonar este mundo, ni tampoco lo iba a destruir, lo que sin duda habría sido totalmente justo después del crimen cometido contra su propio Hijo, pero en lugar de eso él iba a enviar su Espíritu Santo y a sus discípulos para llevarles el testimonio del verdadero carácter de Dios, a fin de que las personas abrieran los ojos y se reconciliaran con él.

El origen del odio del mundo

(Jn 15:18) "Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros."
Cuando una persona descubre el Evangelio y se convierte, inmediatamente tiene el deseo de compartirlo con los demás. Piensa que si otros no son cristianos debe ser porque desconocen el maravilloso Evangelio de Jesucristo, así que comienzan a compartirlo con ellos. Pero en ese momento pueden llevarse una sorpresa muy desagradable: las personas, lejos de aceptar el Evangelio, se burlan de ellos y los rechazan con odio o indiferencia. Si esto le ocurre a una persona recién convertida es fácil que se culpe a sí misma por no saber explicarlo correctamente. En otros casos el rechazo del mundo puede llevar a un joven creyente a preguntarse si lo que él ha creído es realmente la verdad, puesto que la mayoría de las personas se ríen de lo que les predica.
Bueno, es posible que un creyente recién convertido no sepa explicar bien cada detalle del Evangelio, o incluso que su forma de vida todavía se esté adaptando plenamente a los principios de la nueva vida que ahora tiene en Cristo, y por supuesto, todo esto deberá mejorar, no obstante, el odio del mundo hacia el Evangelio no tiene que ver con esos detalles; tal como el Señor nos enseña aquí, es anterior a todo esto. El mundo aborrece a los cristianos porque antes había aborrecido a Cristo mismo.
Es importante que todos los cristianos sepan estas cosas para que no les sobrevengan dudas sobre su fe. De hecho, en este pasaje el Señor se esfuerza en explicar las auténticas razones de este odio a fin de que estén prevenidos contra él.
Pero no sólo eso, la comprensión de las causas de este odio ha de llevar a los creyentes a tener compasión por el mundo, y junto a esto, un deseo cada vez más apremiante de testificar de la verdad acerca de Dios y de su Hijo, para que de ese modo puedan ser salvados. Este tipo de compasión de la que hablamos es la que manifestó Esteban cuando el odio de los judíos les llevó a apedrearle después de escucharle predicar el evangelio. Recordemos sus últimas palabras: "Señor, no les tomes en cuenta este pecado" (Hch 7:60), que se corresponde con la misma actitud del Señor ante los que le crucificaban: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23:34).
La razón de la enemistad del mundo contra los creyentes tiene que ver con el hecho de que se parecen a Cristo, por eso, cuanto más se parezcan a él, mayor rechazo experimentarán. Así que el origen del odio del mundo contra los creyentes se encuentra en su enemistad contra Dios y su Cristo. Tal como el profeta anunció acerca del Mesías, sería "despreciado y desechado entre los hombres" (Is 53:3), y del mismo modo lo serán también todos aquellos que le sigan.
Ahora bien, uno debe preguntarse qué motivos podría tener una persona para odiar al Señor Jesucristo hasta el punto de crucificarlo. Que alguien odiara a un genocida como Hitler podría ser comprensible, pero, ¿a Jesucristo?
Cuando el Señor anunció "que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto", a los discípulos esta idea les pareció absurda: "en ninguna manera esto te acontezca", le dijeron (Mt 16:21-22).
¿Por qué harían algo así a su Señor? Sus enseñanzas cautivaban a cuantos le escuchaban por la vida que había en ellas, y en cuanto a sus obras, restauraba y devolvía la paz a todos cuantos sufrían. En él no había ningún fanatismo desequilibrado, ninguna religiosidad hipócrita, ninguna falta de empatía hacia los sufrimientos de los demás. Aun así lo aborrecieron con una virulencia inexplicable. ¿Cómo es posible que el mejor hombre que ha vivido en este mundo fuese crucificado por sus semejantes?
El apóstol Pedro habló de todo esto en la casa de Cornelio el centurión, y con profundo asombro describe la inexplicable reacción de la nación y sus gobernantes al matarlo:
(Hch 10:37-39) "Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén; a quien mataron colgándole en un madero."
¿Por qué tanto odio contra él? El Sanedrín judío que le condenó a muerte le acusó de blasfemia, porque él afirmaba ser el Hijo de Dios y ellos lo negaban. Pero esta acusación no se habría sostenido si ellos hubieran analizado las evidencias de una manera imparcial. Toda su vida y obras manifestaban su carácter único. Además, si hubieran comparado su vida con lo que las Escrituras habían anunciado del Mesías, habrían visto en él su perfecto cumplimiento.
La verdadera razón por la que le crucificaron fue porque él, siendo la Luz del mundo, exponía la maldad de sus obras. Esto es lo que el Señor les había dicho a sus hermanos incrédulos: "No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas" (Jn 7:7). Y por esa razón los líderes judíos no querían ir a él: "Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas" (Jn 3:20).
El Sanedrín se llenaba de ira cada vez que el Señor exponía su falsedad, hipocresía y orgullo. Y así es el mundo en general. En este sentido no hay diferencia entre judíos y gentiles, de hecho vemos que los judíos se unieron al poder gentil de Roma para condenar al Señor a la cruz.
El mundo no tiene problemas en aceptar dioses falsos con tal que legitimen su maldad, pero rechazan al verdadero Hijo de Dios que quiere librarlos de su maldad. Es incomprensible, pero es lo que ocurre una y otra vez a nuestro alrededor.
Es difícil entender que la respuesta del mundo al amor de Dios fuera el odio mortal. Y podemos estar seguros que el mundo que crucificó a Jesús no va a tratar mejor a sus discípulos.
Cuando el Señor comienza diciendo: "Si el mundo os aborrece", no debemos entender estas palabras como si estuviera exponiendo un supuesto hipotético, sino por el contrario esta presentando un hecho seguro: el mundo os aborrecerá.
Así que, si los discípulos esperaban la bondad y gratitud de los hombres cuando fueran a llevarles el mensaje del evangelio, se sentirían dolorosamente decepcionados. Lo único que iban a encontrar sería el ridículo, la burla, las calumnias, tergiversaciones, y en muchos casos, la violencia física y la muerte. En público y en privado, en la escuela y la universidad, en el hogar y con los extraños. Persecución declarada o solapada.
Según el Señor, un cristianismo fácil y libre de persecuciones está lejos de ser normal. Esto lo sabía muy bien el apóstol Pablo. Veamos lo que dijo:
(2 Ti 3:12) "Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución"
(1 Ts 3:3-4) "Que nadie se inquiete por estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que para esto estamos puestos. Porque también estando con vosotros, os predecíamos que íbamos a pasar tribulaciones, como ha acontecido y sabéis."
Y lo mismo afirmaba el apóstol Pedro:
(1 P 4:12-13) "Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría."
Por lo tanto, un cristianismo que no produce la oposición del mundo, según el Nuevo Testamento, difícilmente puede ser un cristianismo verdadero. Hagámonos la siguiente reflexión: si el mundo ya no nos aborrece como iglesia de Cristo, ¿a qué es debido? ¿Se ha hecho el mundo más cristiano, o los cristianos más mundanos?
En todo caso, el apóstol Pablo, que había sufrido mucho por la causa del Evangelio, no consideraba esto como una tragedia, sino como un enorme privilegio.
(Fil 1:29) "Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él."
Y lo mismo dijo el Señor Jesucristo:
(Mt 5:11-12) "Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros."
Evidentemente el problema está en "el mundo", un término que el Señor usa varias veces en estos versículos. El mundo, en la terminología de Juan, es aquel lugar en los corazones humanos donde se niega la fe y se resiste a Dios. Es el mundo de los hombres cuyos valores, placeres, motivaciones y aspiraciones están en rebelión contra los valores de Dios. Es el mundo que no conoce a Dios (1 Jn 3:1). Y es el mundo que lógicamente también odia a los seguidores de Cristo.
No olvidemos que el gran objetivo del odio del mundo es terminar con Dios, con su Palabra y con su pueblo. Esta es la lucha constante entre el amor de Dios y el odio del mundo, entre el reino de la luz y el de las tinieblas, entre los valores divinos y los del diablo.
Ahora bien, aunque el camino trazado por el Señor para el creyente incluye sufrimiento, es importante notar sus palabras: "sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros". Esto quiere decir que el difícil camino por el que nosotros debemos andar ya ha sido transitado antes por el Señor, de tal manera que ha sido allanado por él, y además, nos entiende y se presenta como nuestro compañero en las persecuciones, como nuestra luz y guía en medio de la oscuridad. ¡Qué importante es sabernos comprendidos y acompañados por el Señor en las dificultades!
Después de haber considerado el odio del mundo hacia el pueblo de Dios, cabe reflexionar cuál debe ser la relación de la iglesia con el mundo. Hay varias opciones que pueden ser adoptadas.
Aceptación. Hay iglesias que ven el mundo de un modo más o menos benigno, y por lo tanto, sus creyentes se sienten en la libertad de participar en su vida.
Sospecha. Son iglesias que ven el estado caído del mundo y se acercan a él con mucha prudencia y recelos. Pueden llegar a participar en la política secular o la vida social (como la educación pública), pero siempre con el temor de que por este acercamiento se vean forzados a transigir en puntos que comprometan su fe.
Rechazo. Son iglesias que después de haber sufrido el odio del mundo se desvinculan por completo de la vida pública. Se sienten impotentes ante el mundo y se apartan de él para protegerse.
¿Cuál es la actitud correcta frente al mundo? Esto se deberá decidir sin olvidar la misión encomendada por el Señor de ir al mundo a predicarles el evangelio. En este sentido, una actitud de aceptación plena del mundo, nos convierte en parte de él y nos impide ofrecerles algo diferente. Una actitud de rechazo, nos aísla de las personas a las que deberíamos acercarnos para evangelizarles. Tal vez lo más sensato sea una actitud de prudencia que nos permita acercarnos al mundo sin comprometer nuestra fe, pero que nos coloque lo suficientemente cerca para que puedan escucharnos y ver la diferencia de lo que el evangelio puede producir en ellos.

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