Estudio bíblico: Eliseo hace flotar el hacha - 2 Reyes 6:1-7

Serie:   Eliseo   

Autor: Wolfgang Bühne
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Alemania
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Eliseo hace flotar el hacha (2 Reyes 6:1-7)

(2 R 6:1-7) "Los hijos de los profetas dijeron a Eliseo: He aquí, el lugar en que moramos contigo nos es estrecho. Vamos ahora al Jordán, y tomemos de allí cada uno una viga, y hagamos allí lugar en que habitemos. Y él dijo: Andad. Y dijo uno: Te rogamos que vengas con tus siervos. Y él respondió: Yo iré. Se fue, pues, con ellos; y cuando llegaron al Jordán, cortaron la madera. Y aconteció que mientras uno derribaba un árbol, se le cayó el hacha en el agua; y gritó diciendo: ¡Ah, señor mío, era prestada! El varón de Dios preguntó: ¿Dónde cayó? Y él le mostró el lugar. Entonces cortó él un palo, y lo echó allí; e hizo flotar el hierro. Y dijo: Tómalo. Y él extendió la mano, y lo tomó."
En la vida de Eliseo nos encontramos a menudo con episodios notablemente raros. Recordemos el problema del agua mortífera que originaba abortos e infecundidad. El remedio de Eliseo fue entonces la sal. Echó sal al agua del manantial y el agua "sanó" (2 R 2:19-22).
En Gilgal, durante la hambruna se encontró que había "muerte en la olla" por causa de una hortaliza salvaje no comestible. En esa situación Eliseo echó harina en la "gran olla" y "no hubo más mal en la olla" (2 R 4:38-41).
En la historia que consideraremos ahora uno de los "hijos de los profetas" perdió su herramienta de hierro durante el trabajo. Se le cayó al río Jordán y se hundió. En esta ocasión Eliseo echó nada menos que un trozo de madera al agua, el cual normalmente debería flotar sobre el agua, pero leamos bien lo que ocurrió a continuación y maravillémonos: parece que la madera se hundió, mientras que el hierro, venciendo la fuerza de la gravedad, flotó sobre el agua, de tal manera que el hombre la pudo tomar y continuar nuevamente con su trabajo.
Son historias maravillosas con lecciones espirituales de gran valor para todos aquellos que siguen al Señor y aman su Palabra.

¿Sólo un trozo de hierro?

En el capítulo anterior consideramos el extraordinario relato de la curación del general del ejército sirio durante una situación política muy delicada para Israel. Un hecho así parece digno de ser documentado por su importancia, pero una herramienta perdida que por poco dinero se podía comprar y sustituir, ¿es eso digno de quedar escrito en las Sagradas Escrituras?
Queda claro que Eliseo se preocupaba de ambas cosas: tanto de la lepra de Naamán como del hacha de uno de los "hijos de los profetas" anónimo. En esto es un ejemplo conmovedor de nuestro Salvador y Dios, del cual leemos en el (Sal 147:4) que "cuenta el número de las estrellas y a todas ellas llama por sus nombres" y un versículo antes dice que "sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas".
Es el Señor que alimentó a cinco hombres con sus mujeres y niños con tan solo 5 panes y 2 peces, pero que al mismo tiempo, después de su resurrección se preocupó de sus siete discípulos con frío, cansados, hambrientos y derrotados. A orillas del lago de Genesaret los fortaleció y animó con un fuego para calentarlos, y con pan y pescado para recobraran las fuerzas. ¡Y este maravilloso Señor se preocupa también por nuestros grandes y pequeños problemas personales!
En los versículos que ahora vamos a considerar encontramos multitud de escenas y temas que nos transmitirán importantes lecciones. Por una parte veremos en Eliseo un espejo de nuestro Señor Jesús, pero también un ejemplo de un padre espiritual en su trato con la generación más joven.

Falta de espacio

A pesar de la decadencia e idolatría en el pueblo de Israel, en un tiempo donde hacía pocos años Elías se había quejado diciendo: "Yo solo he quedado" (1 R 19:10), nos encontramos aquí con tantos hombres jóvenes temerosos de Dios reunidos que hubo problemas de espacio. Hoy dirían que era un enorme "iglecrecimiento".
Si hubieran hecho una entrevista a estos jóvenes preguntándoles por el secreto de este feliz desarrollo, probablemente la respuesta hubiese sido muy breve y clara: "El varón de Dios, Eliseo, está aquí!". Él era el imán que los atraía y al rededor del cual todos estos hombres se reunían de forma que el lugar se les hacía estrecho.
Hoy se cree que el crecimiento en las iglesias se puede lograr mediante diversas atracciones: música adecuada, show, teatro y a veces incluso cerveza y salchichas para atraer a la gente y llenar las salas. Se esmeran mucho en entretener a la gente de forma excelente y ofrecer un ambiente agradable, gastándose grandes cantidades para conseguir una buena ventilación y comodidades de toda clase. Pero tarde o temprano estos edificios se ponen en venta o en subasta porque el éxito (si es que lo hay) es de poca duración.
A. W. Tozer escribió con sarcasmo: "Enseñadme una iglesia cuyo único atractivo sea Cristo". Y en otro lugar: "Cuando creyentes de verdad se reúnen alrededor del Cristo que está presente, allí es casi imposible vivir una reunión mezquina y deplorable".
Cuando leemos que hace más de 60 años en el centro de Alemania, en Essen, se reunían cada domingo 700 jóvenes entre 13 y 18 años, sólo para escuchar las historias de la Biblia, nos asombramos. Pero si preguntásemos al pastor Wilhelm Busch, que dirigía esas reuniones, él nos contestaría, si aún viviera: "Pues lo hacen, porque se habla de Jesucristo y porque cada domingo por la mañana después del culto 120 jóvenes colaboradores se ponen a orar sobre sus rodillas para que Dios dé su bendición".
Allí donde Cristo está verdaderamente en el centro, siendo "el único atractivo", allí habrá problemas de espacio, incluso en estos últimos tiempos donde hay tanta decadencia. Allí donde hay vida, hay crecimiento. No solo en China, donde desde nuestro punto de vista observamos ahora el mayor avivamiento mundial, sino también aquí en nuestras latitudes.
No esperamos un avivamiento global, pero allí donde haya localmente corazones ardiendo para nuestro Señor, donde se practique la oración y donde la Palabra de Dios sea la norma y autoridad, allí se abrirán puertas y corazones, y también se llenarán los salones de reunión.
Por supuesto que hay excepciones. El apóstol Pablo al final de su vida se encontró bastante solo. Pero ese dicho, que "lo pequeño es hermoso", ¡que no sea como un calmante para nuestra poca fe, pereza e indiferencia!

El plano de construcción

En el relato vemos que los "hijos de los profetas" estaban activos y motivados. No se conformaban con el encanto de las salas repletas. No buscaban conservar lo que tenían o fomentar sus queridas tradiciones, sino que miraban hacia adelante y se atrevían a dar nuevos pasos.
Ese es precisamente el punto fuerte de la generación joven: tienen valentía, energía y no temen arriesgarse. Notemos también que aquellos hijos de los profetas no actuaban en contraposición a lo que hicieron los que les habían precedido, sino que buscaban su consejo y experiencia, por lo que fueron a Eliseo.
Del hijo de Salomón, el joven rey Roboam, leemos que en una situación de crisis nacional dejó a un lado el consejo de los ancianos, causando con ello la separación y división del reino en el pueblo de Dios. Este ejemplo lamentablemente encuentra hoy muchos imitadores.

El solar para la construcción

No escogieron una finca cercana, sino que le sugirieron a Eliseo ir al Jordán, un lugar muy evocador por su historia, y comenzar allí una nueva obra. En ese río había sido bautizado Naamán el general sirio. Por allí había pasado el arca del Señor hacía muchos siglos, abriendo el camino a la tierra prometida, y después de pasar, quedaron sepultadas en su lecho doce piedras como símbolo para el pueblo de Dios. Y era precisamente a orillas de ese río donde querían trabajar, edificar y vivir.
Los lectores de la Biblia que estén un poco familiarizados con su tipología, verán en esta escena un bello ejemplo de lo que es trabajar para el Señor con una actitud espiritual y conscientes de haber "muerto con Cristo" (Ga 2:20).

El permiso de construcción

La reacción de Eliseo a las propuestas de estos hombres activos es notable: "Andad". No frenó su celo, no menguó su valor, ni les avisó de los posibles peligros, sino que parece que se alegró de su celo y confianza.
Si nosotros como iglesia en el pasado y en el presente hubiéramos tomado en serio el mandato del Señor a sus discípulos: "Pedid al Señor de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9:38), no se hubiera impedido ni frenado a tantos y tantos jóvenes dispuestos y talentosos que tenían la intención de servir a Dios como misioneros.
La historia de la iglesia de Herrnhut del Siglo XVIII, por el contrario, nos da un ejemplo muy alentador, porque en una sola generación salieron 300 hermanos (casi todos jóvenes) a todo el mundo, con las oraciones y el cuidado de la iglesia, sembrando una simiente que ha dado muchísimo fruto.

Una petición poco vista

"Te rogamos que vengas con tus siervos". Casi nos dan ganas de decir que suena demasiado bien para ser verdad: que jóvenes activos no quieran trabajar solos, sino unidos con la generación de los mayores. Y el varón de Dios mayor y lleno de experiencia no los frenó ni les reprochó su poca experiencia en la edificación del local. Estaba dispuesto no sólo a dejarles ir, sino también a ir con ellos. Qué ilustración más hermosa del (Sal 133:1) "¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! ... Porque allí envía el Señor bendición."

Un trágico accidente de trabajo

Pero el trabajo unido y feliz quedó interrumpido por un grito. Uno de los hijos de los profetas había perdido su herramienta. Mientras trabajaba diligente talando un árbol, el hierro de repente se soltó del mango y cayó al Jordán con gran chapoteo. ¿Cómo pudo ocurrir tal cosa? ¿Fue casualidad? ¿Había dado demasiado fuerte con el hacha por jactarse y hacer exhibición de su fuerza? ¿O había sido imprudente al no preocuparse del mantenimiento y cuido de la herramienta? No lo sabemos. Pero lo que está claro es que había perdido la capacidad de seguir con su trabajo. En este punto la historia es de gran actualidad para nosotros: es cierto que se puede descuidar el don y la capacidad para el servicio. Con solo el mango hubiera podido seguir haciendo algo de ruido y mostrar o aparentar cierta actividad, pero no tendría contundencia y fuerza de combate. La lección se entiende fácilmente: Cada hermano y hermana han recibido de Dios por lo menos un don del Espíritu comparable con el hacha prestada. Y allí hay al menos tres grandes peligros:
1. Un "hacha" puede oxidarse
Eso ocurre cuando uno deja de trabajar con ella. Algunos entierran el "talento" que les ha sido encomendado. Por eso Pablo exhorta al joven Timoteo: "No descuides el don que hay en ti" (1 Ti 4:14). Aquel que no entrena y utiliza sus músculos en la vida normal, poco a poco perderá su vigor y su efectividad. Esto mismo puede ocurrir en la vida espiritual.
2. Un "hacha" puede embotarse
Este sería el problema contrario, pues ocurre cuando se trabaja con la herramienta, pero sin cuidarla y sin afilarla con regularidad. Entonces el trabajo se hace pesado e inefectivo. Trabajar con hachas, hoces o machetes embotados cansa más y significa más esfuerzo.
Si descuidamos el tiempo devocional personal con la oración y estudio de la Palabra, por estar involucrados en infinidad de ministerios para el Señor, entonces perderemos la fuerza y la autoridad para el servicio. Así como el arco de un violín o de cualquier otro instrumento de cuerdas tiene que ser aflojado después de su uso, para que después vuelva a adquirir una buena tensión, así nosotros también necesitamos este tiempo de relajamiento.
La grandeza y urgencia del cometido no debe causar que el tiempo de la comunión con el Señor sea acortado. Si en los evangelios leemos muchas veces que el Señor iba a lugares desiertos para estar solo, ¡cuánto más necesitaremos nosotros esos momentos para recibir la fuerza necesaria para nuestro servicio!
3. Un "hacha" puede perderse
Eso justamente es lo que ocurrió. La Biblia y la historia de la iglesia están llenas de ejemplos de hermanos y hermanas dotados que se hicieron inútiles para el servicio en la obra del Señor por culpa de imprudencia, altivez, orgullo, confianza en sí mismos y otros pecados morales.
"Los siervos de Dios tienen que caminar y vivir cuidadosamente delante del Señor, haciendo regularmente el inventario de sus herramientas para no perder nada de lo que tanta falta les hace" (Warren W. Wiersbe en su libro "Sei anders", "Sé diferente").

Un grito de angustia

Ya vimos en los relatos anteriores que Eliseo era un hombre con el cual uno podía derramar su corazón sinceramente, sin tener que fingir nada ni esconderse.
Cuántas penas y males psicosomáticos nos evitaríamos en nuestras iglesias si reinara en nuestras reuniones semejante ambiente de honestidad. Entonces no habría esas reuniones de oración tan pesadas y agotadoras.
Este joven no sólo llama la atención sobre sí mismo dando voces, sino que sin rodeos explica cuál era su problema y lo que le había pasado: "¡Ah, señor mío, era prestada!". El hacha no era suya, sino prestada. Tenía que dar cuentas al dador. Nosotros tampoco somos los propietarios de los dones espirituales recibidos, sino sólo administradores, y también tendremos que dar cuenta ante el Tribunal de Cristo de lo que hemos hecho con los talentos que nos han sido encomendados (1 Co 5:10). "Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 P 4:10).
Se lo gritó a Eliseo, y qué bien que el varón de Dios estaba allí presente y tenía sensibilidad. Probablemente no estaría muy ejercitado como para talar árboles, eso dejó que lo hicieran los más jóvenes, pero Eliseo estaba dotado y tenía experiencia en cuanto a encontrar lo que estaba perdido. Y esta es una tarea especialmente importante y urgente de los pastores.

Un buen modelo de consejería bíblica

Después de esa triste confesión Eliseo no hizo flotar inmediatamente el hierro, sino que le hizo una pregunta concreta: "¿Dónde cayó?". El joven tuvo que enseñarle exactamente el lugar donde ocurrió el accidente.
¡Qué lección más importante para la consejería mutua entre creyentes! Las preguntas concretas son importantes para poder hacer el diagnóstico preciso y para después poder ofrecer la ayuda: "¿Dónde lo perdiste?", "¿Cuál es la causa de tu problema?", "¿Con qué comenzó tu adicción a la pornografía?", "¿Cuándo y por qué dejaste de orar?" etc.
Estas preguntas directas son importantes para el afectado, para descubrir y reconocer la razón de su pérdida de vigor, de su falta de rendición al Señor o de su amor.
Nuestro Señor le preguntó tres veces a Pedro, incluso en presencia de sus discípulos: "¿Me amas más que éstos?", "¿me amas?", "¿me amas?" (Jn 21:15-17). Estas preguntas eran necesarias para que Pedro, que había negado tres veces al Señor, reconociera la causa de su pecado: su altivez y la confianza en sí mismo.
El joven reaccionó con sinceridad a la pregunta directa de Eliseo. Seguro que fue doloroso para él ir al lugar del accidente. Pero no se defendió ni buscó excusas. "Le mostró el lugar".

La solución

Después de haber puesto en claro la cuestión de la responsabilidad, Eliseo pudo echar mano del "remedio" y usarlo: un palo o un trozo de madera que echó al agua.
Moisés en su día echó también un trozo de madera en las aguas amargas de Mara. El agua se hizo dulce y el pueblo pudo beber (Ex 15:25).
Aquí, sin embargo, se echó un trozo madera en el Jordán para volver a traer algo perdido. Y en el Monte Calvario, en una vieja cruz, fue donde el crucificado tomó sobre sí la amargura de la muerte, para volver a traer al Padre lo perdido. Pero también para volver a dar nuevas fuerzas, gozo, pureza y autoridad para el servicio que se había perdido por el pecado.

Estímulo

"Tómalo". Seguro que el joven sacaría el hacha del agua con un corazón avergonzado y lleno de gratitud. Pero seguramente también con una nueva conciencia de responsabilidad por esta valiosa herramienta. Muy probablemente jurando no tratarla nunca más a la ligera.
William MacDonald dijo una vez que "nuestro Dios es un Dios que da una segunda oportunidad" recordando a David, Elías, Pedro y Juan Marcos.
Si esto no fuera así, ninguno de nosotros estaría entre los que siguen al Señor. Esta gracia de Dios debería hacernos agradecidos, humildes y modestos, para servirle con nueva alegría.
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