Estudio bíblico de Hageo 1:9-15
Hageo 1:9 - 12
Continuamos hoy, estimado amigo oyente, nuestro viaje por este breve libro del profeta Hageo, que se encuentra en el Antiguo Testamento de Las Sagradas Escrituras, la Biblia. Es un libro que incita y empuja a la acción, más que a la contemplación. Podemos observar que las circunstancias que el profeta relató en estas páginas, nos demuestran que nuestra vida muchas veces se complica, porque no enfrentamos los problemas como deberíamos. Este pequeño libro, que sólo consta de dos capítulos, es muy realista y eminentemente práctico, y nos pone los pies sobre la tierra. El profeta Hageo, por orden de Dios, y guiado por el Espíritu Santo, analizó los problemas que el pueblo israelita estaba padeciendo. Con la ayuda de Dios habían regresado de una larga cautividad, pero no estaban aprovechando su recién estrenada libertad, cumpliendo sus promesas hechas a Dios, sino que estaban actuando en provecho propio. Ésta es la situación que el profeta estaba denunciando, pero al mismo tiempo, también le comunicaba al pueblo que Dios no era indiferente, sino que esperaba que cambiaran su actitud, y recapacitaran.
Finalizábamos nuestro último programa preguntándonos si estábamos seguros de encontrarnos en el camino correcto, en el camino que Dios había diseñado para nuestra vida. También hablamos de que Dios está siempre "en acción", y que Dios espera que Sus hijos no sean perezosos, buscando sólo su propio bienestar. Dios trabaja, y espera que Sus hijos hagan lo mismo.
Ahora, hemos visto en primer lugar que en este libro de Hageo se presentó un desafío, un reto de parte de Dios para su pueblo; eso lo encontramos en los primeros 11 versículos. Ellos, el pueblo israelita, recién liberado, habían regresado a su tierra, que estaba devastada y sus casas destruidas. El pueblo disfrutaba de su libertad y el comienzo de una vida estable, y ese bienestar llevó a la gente a edificar y embellecer sus casas. El pueblo se estaba auto-engañando pensando que esa era la voluntad de Dios para sus vidas. Pero, la verdadera razón por la cual no habían comenzado a construir el templo era en realidad que esa tarea implicaba un esfuerzo añadido, que iba a costarles trabajo y tiempo. Su gran excusa se resumió en las siguientes palabras no ha llegado aún el tiempo para reedificar la casa del Señor. No es aún la voluntad del Señor hacer eso".
Dios, por medio de Hageo les dijo que dejaran de ser tan perezosos, que se levantaran y comenzaran a trabajar. Hageo les hizo saber que Dios los estaba juzgando; que sus quejas sobre las malas cosechas y las nefastas consecuencias de hambre y escasez no eran una casualidad; les dijo claramente que se habían apartado de la voluntad de Dios y que Dios estaba molesto y contristado por su comportamiento egoísta. Dios deseaba despertarles de su letargo, de su pereza e indolencia, y esa era la verdadera causa de los males que estaban padeciendo.
Hageo, como tantos otros profetas, fue un instrumento que Dios usó para mover y conmover a Su pueblo. Ese tipo de mensaje no podía ser del agrado de todos, pero era necesario que alguien los inquietara y les hiciera reflexionar. Por ello, con mucha paciencia Dios les dijo, a través de Hageo: "meditad muy bien vuestros caminos, es hora de levantarse del sueño complaciente; es hora de poner manos a la obra y comenzar a edificar mi casa, el templo que me habéis prometido".
En nuestro programa anterior estudiamos las tres acciones que Dios esperaba que comenzaran a realizar, y que se detallan en el versículo 4: Subid al monte y traed madera. Como los troncos de los árboles no iban a rodar por la ladera de la montaña por si solos, monte abajo; ellos tenían que hacer el esfuerzo de subir a la montaña, cortar los trancos, preparar las maderas, y bajarlas al lugar donde se iba a construir el templo de Dios.
Es cierto que Dios es el mismo hoy, como lo fue hace siglos, en el principio de los tiempos, y lo será mañana y en los tiempos venideros. Su poder no ha variado, ni menguado, Él es el mismo. Él tiene poder para obrar milagros, pero no es la manera más frecuente en la que Dios se manifiesta a las personas. Aquí, en este caso, como en muchos otros, Dios podría haberles facilitado la labor, pero no lo hizo. Dios les dijo: Subid al monte, y traed madera. No hay ninguna clase de atajos que podamos tomar para eludir la responsabilidad que como hijos de Dios tenemos.
Uno de los motivos por el cual los cristianos no tienen mayor victoria en su vida personal, y fracasan en su crecimiento espiritual, es la pereza. La pereza y la indolencia nos paralizan, nos vuelve cómodos, conformistas y perezosos. No creemos que el Espíritu Santo pueda bendecir a un creyente perezoso.
En cierta ocasión, un estudiante le comentó a su profesor: "Doctor, este libro que usted me dio para leer es un verdadero fuego". El profesor le miró fijamente y le respondió: "Bueno, lo que usted tiene que hacer es apagarlo con el sudor de su frente". Y así es como hay que hacer las cosas. No podemos esperar que la vida cristiana nos la ofrezcan en una bandeja. Hay que trabajarla todos los días, para no quedarnos estancados en nuestra experiencia espiritual. Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa. Ese era el motivo, la razón, y el sentir de Dios. El pueblo vivía en un conflicto de intereses, al invertir las prioridades, es decir, al construir sus propias casas, en primer lugar, y cuando estuvieran listas, quizá habrían pensado en cumplir con su promesa a Dios en edificarle también a Él, Su casa, el Templo soñado en la cautividad. Ahora, alguien pudiera quizá pensar: " Bueno, si la casa de Dios, la obra de Dios, debe ser lo primero, ¿acaso no es también importante considerar la casa de un hombre?" Sí, amigo oyente, claro que así es, pero todo se reduce a las prioridades que tenemos en nuestra vida.
De modo que, Dios les llamó la atención para que meditaran. Luego le dio al pueblo un mandamiento; les dijo que quería que fueran a trabajar. Y aquí tenemos lo que el Doctor Frank Morgan ha calificado, primeramente, como un "llamado a la mente". El profeta les hizo una observación muy concreta: "¿Decís que no ha llegado el tiempo de edificar la casa del Señor? Quiero que penséis en este argumento, porque todos vosotros estáis viviendo en casas muy buenas". Es un pensamiento que la mente puede evaluar, por eso se le calificó como "un llamado a la mente". En segundo lugar, fue un llamado para "meditar". Este era un llamado al corazón. Cuando les dijo: Meditad bien sobre vuestros caminos. Este era el reto, el desafío que Dios puso delante de Su pueblo.
A continuación les dio un mandamiento, y un mandamiento es un llamado a "la voluntad". Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa. Tan sencillo, y tan importante. Simplemente hay que arremangarse y ponerse a trabajar por Dios en el presente. Hay tantas personas que están sentadas en las gradas observando la acción que ocurre en el campo del juego. A eso se le llama "el deporte de los espectadores". Si usted es miembro de alguna iglesia, no se conforme con mirar desde fuera la acción que desde dentro se desarrolla. Involúcrese, colabore, arrime el hombro, póngase a disposición de los responsables en el ministerio.
El autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee relató que cuando él comenzó su tarea ministerial como pastor, por primera vez, al animar a los miembros de su iglesia a involucrarse en una tarea nueva, se le acercó un diácono de la iglesia. Este hombre le dijo: "Vernon, yo no puedo orar en público. No sé por qué, pero no puedo hacerlo. En realidad ni siquiera puedo hablar en público. Así es que nunca me pidas a mí que yo me levante a hablar o a orar. Eso me causaría mucha vergüenza y te crearía a ti una situación embarazosa. Sencillamente no puedo hacerlo. No puedo superar ese problema de timidez". Con lágrimas continuó: "En cualquier oportunidad que haya necesidad de hacer algo aquí en la iglesia, ya sea el cambiar una bombilla fundida, o colocar un techo nuevo, en general, cualquier cosa que sea necesaria, yo la haré con mucho gusto". Este hombre era el capataz en una empresa muy grande, y estaba a cargo del mantenimiento del equipo de la misma. A partir de ese momento, si fallaba alguna cosa, se le llamaba a este hombre para que lo arreglara. El Dr. McGee decía, que él aprendió que este hombre era una persona muy valiosa para la iglesia. Era como el profeta Hageo, alguien que sencillamente realizaba la tarea, la labor que era necesaria. Cuando llegaban visitas a esa iglesia y se admiraban de lo hermoso y cuidado que estaba todo, el Dr. McGee les comentaba que todo se encontraba en perfecto estado, porque entre la membresía había un hombre que no podía orar en público, pero que tenía otros dones importantes. Es que se necesitan menos espectadores y más colaboradores; la obra de Dios necesita personas que se arremanguen, y se pongan a trabajar.
En realidad, estimado oyente, el libro del profeta Hageo es sumamente sencillo. Continuamos con el siguiente versículo. Leamos entonces el versículo 9 de este capítulo 1 de Hageo:
"Buscáis mucho, y halláis poco; y encerráis en casa, y yo lo disiparé en un soplo. ¿Por qué? dice el Señor de los ejércitos. Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre a su propia casa."
El pueblo recibió esta amonestación, esta reprimenda de Dios a través de su portavoz, el profeta Hageo. Dios les reprochó que todos habían estado tan ocupados construyendo su propia casa, cuidando de su propiedad, que habían dejado a un lado todos los temas relacionados con Dios. El pueblo se preguntaba por qué le estaba sucediendo tantos contratiempos, y muchas calamidades. Ellos estaban convencidos que sólo eran "circunstancias adversas". Habían tenido un año malo para la cosecha. Después sufrieron una severa sequía. Pero, Dios les informó que era Él quien estaba causándoles esos problemas. ¿Pero por qué quería Dios que sufrieran hambre, sed y todo tipo de necesidades? Dios les respondió esa pregunta, cuando dijo: Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno de vosotros corre hacia su propia casa. Esa era la razón; ese era el motivo.
El Señor Jesucristo declaró este gran principio, que es un principio para todas las personas de cualquier época, de cualquier lugar, de cualquier edad. Y es sencillamente este: que cuando Dios es colocado en el primer lugar, que es Su lugar, entonces todas las demás cosas se cuidarán a sí mismas. El Señor Jesucristo dijo: Buscad primeramente el reino de Dios, y su justicia, (o sea, la justicia que está en Cristo), y todas estas cosas os serán añadidas. (Mateo 6:33). ¡Qué mensaje profundo y esperanzador! El versículo 10 de este primer capítulo de Hageo continúa diciendo:
"Por eso se detuvo de los cielos sobre vosotros la lluvia, y la tierra detuvo sus frutos."
Era una cadena de consecuencias: cuando no había lluvia, no podía haber cosecha. El trigo y la cebada no crecían, y las viñas tampoco producían su fruto. Dios decidió que iba a detener las lluvias, y no les dio el agua necesaria para las esperadas cosechas.
En el día de hoy, en el siglo 21, no interpretamos la vida de esa manera, porque vivimos en una sociedad mecanizada, vivimos en la era electrónica. El clima ya no es un factor tan determinante. Y el problema en el presente tiene que ver más con el correcto funcionamiento de una máquina, ya sea un satélite, un ordenador o un microchip, y aun así, muchos problemas surgen por un fallo humano, y no de un artilugio mecánico. Hoy en día, como antaño, también se invierten las prioridades, y muchas cosas ocupan el sitio que solamente le pertenece a Dios. Pero sí nos acordamos de Dios cuando necesitamos acusar o echarle la culpa a alguien de nuestros problemas. Creemos que Dios muchas veces quisiera atravesar esa barrera que existe para decirnos: "¿Se os ha ocurrido alguna vez que detrás de todos estos problemas que estáis teniendo en el presente, estoy Yo? ¿No sabéis que Yo soy Aquel que está tratando de llamarlos la atención, para que quitéis las cosas que ocupan Mi lugar en vuestro corazón y mente?" Tener las prioridades claras es de suma importancia. Dios no se conforma con el segundo o tercer lugar, Él es el Primero y el Único. Continuamos con el versículo 11 en donde el Señor asumió todas las circunstancias como provocadas por Él mismo. Hageo, como portavoz de Dios escribió:
"Y llamé la sequía sobre esta tierra, y sobre los montes, sobre el trigo, sobre el vino, sobre el aceite, sobre todo lo que la tierra produce, sobre los hombres y sobre las bestias, y sobre todo trabajo de manos."
Dios les informó que todas esas cosas les habían sucedido, por Su voluntad; que todas las bendiciones materiales habían sido detenidas, porque Él determinó que se detuvieran. Dios se hizo responsable. Él fue el causante de sus males, y así se lo confirmó al profeta. Nosotros, los humanos, tenemos la tendencia de echarle la culpa siempre a otras personas, a las que están a cargo de la economía, la banca, la política, o a las leyes injustas y obsoletas. Estimado amigo oyente, creemos que todos pudieran ser culpables, pero ¿se le ha ocurrido alguna vez, que quizá usted también es culpable? Estamos acusando a los hombres, y a las máquinas, por las condiciones que prevalecen en el mundo actual. ¿Sabe usted por qué existen estas condiciones en el mundo? Sencillamente porque Dios quiso y permitió que sucedieran. Usted puede acusar a Dios, si quiere, y podría estar acertado. ¿Quiere acusarle a Él? Dios mismo dice que Él es el responsable último. Le vamos a decir a usted por qué. Él dice que nosotros somos culpables de negligencia hacía Él. Amigo oyente, la solución de nuestros problemas es bastante sencilla, pero a la vez también es muy complicada. Nosotros pensamos que si implantamos algún método nuevo, o alguna máquina nueva, o algún hombre nuevo, las cosas van a mejorar. Y entonces, seremos capaces para poder resolver todos nuestros problemas. Amigo oyente, ¿por qué no reconocemos que este es nuestro problema? ¿Qué es lo que lo ha causado, y cómo puede ser resuelto? La respuesta es muy sencilla, y muy común.
Leamos primero el versículo 12, y cuando veamos lo que se nos quiere decir en este versículo, sabremos la respuesta al desafío que Dios le había dado a esta gente. Este versículo 12 nos habla sobre la construcción del templo. La gente, el pueblo, aceptó las amonestaciones, y obedeció; más tarde, en los versículos 13 y 14, leeremos la confirmación de parte de Dios. Veamos este versículo 12:
"Y oyó Zorobabel hijo de Salatiel, y Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, y todo el resto del pueblo, la voz del Señor su Dios, y las palabras del profeta Hageo, como le había enviado el Señor su Dios; y temió el pueblo delante del Señor."
Lo que aquí se explicó en este versículo 12 es que oyeron la voz de Dios los líderes del pueblo. Es cierto que la mayoría de las naciones no han tenido ni tienen personas en las altas esferas gubernamentales que conozcan realmente a Dios, que le consulten en las grandes decisiones que deban tomar, y que sean guiadas por Dios. Sería tan beneficioso para toda nación y país que tuvieran a un mandatario temeroso de Dios, que buscara la sabiduría necesaria de lo Alto, desde el Trono del Dios. Aquí, en nuestro pasaje leemos que Zorobabel, el gobernador, y Josué, el sumo sacerdote, y todo el pueblo escuchó lo que Hageo les comunicaba de parte de Dios. Todo el pueblo se arrepintió, regresó a Dios, y todos obedecieron a Dios. ¡Qué emocionante debe haber sido para el profeta Hageo, y sobre todo, para Dios mismo, ver que las amonestaciones, habían tocado el corazón y el espíritu de todo el pueblo! Y cuando todo el pueblo regresó, arrepentido y en disposición de obedecer a Dios, entonces vino sobre ellos la bendición de Dios. Se abrieron las puertas de los Cielos y las bendiciones se derramaron sobre ellos en gran abundancia. Notemos lo que dijo Hageo en la segunda parte de este versículo 12:
"La voz del Señor su Dios, y las palabras del profeta Hageo, como le había enviado el Señor su Dios; y temió el pueblo delante del Señor."
Ahora, este mensaje fue dado después del primer mensaje que vimos en un programa anterior; así que, en realidad, encontramos aquí el segundo mensaje del profeta Hageo. Como ya hemos mencionado anteriormente, hay cinco mensajes en este libro que tienen fechas muy exactas. Si observamos lo que dice el versículo 15, o sea, el último versículo de este capítulo 1, podemos descubrir la fecha precisa. Dice el versículo 15:
"En el día veinticuatro del mes sexto, en el segundo año del rey Darío."
Así es que aquí tenemos un mensaje que fue dado el 24 de septiembre del año 520 A.C. El primer mensaje fue proclamado el primero de septiembre. Tan sólo 24 días más tarde, el pueblo escuchó el segundo mensaje. En ese corto lapso de tiempo, el pueblo respondió, meditó, se arrepintió y comenzó a actuar en consecuencia. Ahora todo el pueblo cambió de actitud y decidieron, en un acto de voluntad, obedecer a Dios. Comenzaron los planes, organizaron un programa para bajar la madera del monte, y se prepararon para edificar el templo, la casa de Dios. Todo este relato ocurrió en sólo 24 días. Hageo fue un hombre práctico, y de acción. Fue un hombre que pudo inspirar y convencer a la gente. Fue un líder, un instrumento muy útil en las manos de Dios. Hageo fue obediente en dar el mensaje de Dios, aunque ese no fuese muy popular. Y Dios pudo usar a Hageo.
El libro del profeta es un gran libro, pero a causa de lo limitado de nuestro tiempo, vamos a detenernos aquí.
Amigo oyente, recuerde que puede ponerse en contacto con nosotros, como se lo indicamos al final del programa. Le animamos a que lea todo el siguiente y último capítulo de Hageo. Le ayudará a comprender las siguientes lecciones. Y como siempre le recordamos que estamos orando por usted, para que la luz y la verdad de Dios iluminen su vida y corazón.
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