Estudio bíblico de Zacarías 3:3-10
Zacarías 3:3 - 10
Bienvenidos queridos oyentes al programa de hoy, donde juntos, seguiremos recorriendo y explorando la Biblia y, en concreto, el libro del profeta Zacarías. En nuestro programa anterior, en el capítulo 3 de Zacarías, estuvimos analizando con detenimiento la visión que el profeta tuvo de Josué, el Sumo Sacerdote.
En esta visión, Josué se encontraba delante del ángel de Jehová, y Satanás, situado a su mano derecha, le acusaba. Normalmente, en los juicios, el abogado defensor se sitúa a la derecha de su cliente, el acusado, para representar su defensa ante el juez y el jurado. No es este el caso, dado que Satanás, el Hijo de la Luz, el Ángel caído por rebelarse y oponerse a Dios, tuvo aquí otra misión bien diferente: presentar acusación tras acusación contra el Sumo Sacerdote.
Ante esta situación, fue el propio Juez, es decir, Jehová o Yahvé, el mismo Dios, quien le reprendió y quien le mandó callar diciendo: "Oh Satanás, el Señor Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda".
Las Escrituras nos dan aquí un dato curioso: que Josué estaba vestido con vestiduras viles, sucias, y que, por ello, necesitaba ser limpiado. Quizá no sólo de forma externa, sino también internamente. Nadie, ningún ser humano, puede decir que está completamente limpio, ni siquiera este Sumo Sacerdote, que aparece aquí en representación de una Nación, Israel, que tampoco lo estaba ante los ojos de su Dios. Israel había sido escogido por Dios entre todos los pueblos de la tierra. Pero Israel había abandonado a Dios, dándole la espalda y adorando otros dioses paganos.
Pero Dios, en su misericordia, confrontó a Satanás: "Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda". No es difícil imaginar la peculiar escena de este juicio, ¿verdad? A nadie, en este juicio, se le escapó que la acusación que el mismísimo Satanás lanzó contra Josué representaba un ataque en toda regla contra la nación de Israel.
Querido amigo; la Biblia es muy clara a este respecto. Usted y yo, tenemos un acusador llamado Satanás, que como león rugiente anda alrededor de nosotros esperando devorarnos. Por eso, el apóstol Juan aconsejó, en una de sus cartas, a sus amigos y hermanos: "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis". Y aunque la palabra "pecado" puede sonarnos extraña y ajena a este siglo 21, para nosotros, los cristianos, sólo significa una cosa: "El pecado es fallar y no dar en el blanco". Fallar en tus compromisos, en tu vida, en tu familia, fallar como amigo de tus amigos, fallar como padre, o como esposa. Fallar en tu matrimonio. Pero sobre todo, fallarle a Dios. Darle la espalda, para vivir una vida totalmente independiente de Él. Y así le va al mundo, ¿verdad? Fue el escritor, actor y comediante estadounidense Groucho Marx quien dijo: "Por favor, que paren el mundo, que yo me bajo". ¿Quién de nosotros no ha deseado, alguna vez, apearse de este mundo? Guerras, crisis económicas, aumento del paro, hambre en el mundo, corrupción e ineficiencia política y millones de hogares destrozados por la pobreza, matrimonios rotos, el maltrato, el abuso infantil, el alcohol y otras drogas, los genocidios, lo desastres naturales y un largo etcétera. Y aun así, el hombre y la mujer del siglo XXI siguen viviendo una vida ajena a Dios y, por ende, culpabilizándole de todos los males habidos y por haber.
A pesar de todo, la Biblia, que es la Palabra de Dios, sigue insistiendo y llamando a su puerta. Y sigue siendo actual lo que escribió en la primera carta el apóstol Juan: "Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo".
¿Quién es nuestro abogado? Es Jesús, el Hijo de Dios, quien ante su propio Padre nos defiende de las acusaciones de Satanás. Claro está, querido amigo, que Jesús sólo defiende a sus hijos. Recordemos que todos somos criaturas de Dios, pero no todos somos sus hijos. ¿Quiénes son entonces sus hijos? Los que han aceptado a Jesús como su Señor y Salvador personal, los que han decidido no vivir de espaldas a Dios, sino mirándole cara a cara, obedeciéndole e intentando, día a día, y durante toda su vida, "no fallar y apuntar hacia ese blanco o diana" del que antes hablábamos. Somos hijos de Dios los que intentamos, en definitiva, vivir una vida alejados de lo que la Biblia llama "pecado."
Por eso, aquí Zacarías mencionó lo siguiente: "Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda. ¿No es este un tizón arrebatado del incendio?" ¿Qué quiere decir con esto? ¿Por qué comparó a Jerusalén con "un tizón arrebatado de un incendio"? Pareciera que esta ciudad nunca sería reedificada después de la cautividad en Babilonia, después de haber sido destruida por Nabucodonosor, tras lo cual habría de permanecer 70 años en escombros y polvo. Pero tras ello, sabemos lo que sucedería: Del polvo y de las cenizas sería nuevamente reedificada, como "un tizón arrebatado de un incendio."
Fue el famoso predicador cristiano, inglés, del siglo XVIII, Juan Wesley quien se comparó a sí mismo con "un tizón arrebatado de un incendio". Si reflexionamos sobre esta imagen, ¿Quién no se ha sentido así, querido amigo, en alguna ocasión? Somos como tizones arrebatados de un incendio, salvados de las llamas, de la destrucción y de la muerte eterna.
Continúa Zacarías, describiendo su visión, en el versículo 3
"Y Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del ángel."
Esta descripción resulta curiosa y muy chocante dado que el Sumo sacerdote, que era la máxima autoridad espiritual en Israel, debía estar vestido con unas vestiduras muy especiales. Cada prenda que llevaba tenía un significado religioso. Su vertido, incluida su ropa interior, estaba confeccionada con fino y caro lino egipcio. Las prendas no estaban cosidas, como otra ropa. Cada una de ellas estaba tejida, sin costura, de una sola pieza. La túnica estaba hecha de lino tejido, sin costuras, de una sola pieza, que iba desde el cuello a los pies. El sumo sacerdote llevaba un pectoral sobre el cual había piedras brillantes de diferentes colores, representando a cada una de las tribus de Israel. La corona se hallaba unida al turbante y estaba hecha de oro. Inscrita en la parte de delante estaba la frase "Santo para el Señor".
Por otro lado, los rituales de limpieza del Sumo sacerdote podían durar horas, dado que, al entrar en el Tempo, la pureza debía ser absoluta.
¿Cómo puede ser, de esta manera, que Zacarías haya visualizado a la máxima autoridad religiosa de Israel vestida, nada menos, que con ropas o vestiduras "viles"? Fijémonos por un instante cómo describe el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española esta palabra: "Bajo, despreciable, indigno, torpe, infame, propio de una persona que falta o corresponde mal a la confianza que en ella se pone."
Son estas unas palabras duras de oír pero, ¿acaso no había sido así? ¿Acaso no había Israel traicionado, en más de una ocasión, la confianza de Dios, dándole la espalda para desobedecerle y, llegando incluso, a adorar a otros dioses paganos? Es por esta razón por la que Zacarías describió a un Sumo Sacerdote vestido con unas ropas sucias, inmundas y con mal olor.
Pero intentemos ahora adentrarnos en la mente y el corazón de este Sumo Sacerdote, acostumbrado a la gloria y pureza del Templo, a los ritos de limpieza, al inmenso poder de su cargo: ¿Qué estaría pensando y sintiendo en semejante situación; sucio, mal oliente y constantemente humillado por las acusaciones de Satanás? La Palabra no lo menciona, pero podemos imaginar su profundo malestar al tener que presentarse en este estado ante el mismísimo Dios de Israel.
Ahora bien, seamos objetivos: ¿Acaso no tenía Satanás sobrados argumentos y pruebas para acusar a Israel y a su Sumo Sacerdote de haber traicionado a su Dios Todopoderoso? ¿Acaso no podía plantear la mejor acusación jamás presentada por un fiscal acusador? ¿No tendría Jehová otra opción, ante sus incuestionables pruebas, que guardar silencio, apartar la mirada y emitir un veredicto de culpabilidad hacia su propio pueblo y hacia su Sumo Sacerdote, que indigno, débil y sucio, esperaba ante Él una sentencia?
¿Cuál sería el veredicto de Dios?
"Y habló el ángel, y mandó a los que estaban delante de él, diciendo: Quitadle esas vestiduras viles. Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala."
Aquí tenemos, sin duda alguna, uno de los cuadros más hermosos y fascinantes del Antiguo Testamento. Este hombre, un hombre importante, el Sumo Sacerdote de Israel, manchado por los pecados de su pueblo, acababa de ser absuelto por Dios. Dios había vuelto a perdonar a su Pueblo. Dios había decidido dar una nueva oportunidad a Israel y a este Sumo Sacerdote. Dios estaba borrando los pecados de su pueblo. Y no sólo eso, ante su acusador, Satanás, Dios le dio un nuevo vestido, unas nuevas ropas, unas ropas exquisitas, unas ropas de "gala", unas ropas para una fiesta de celebración.
Hoy, querido amigo, Dios puede darle a usted un nuevo vestido, una nueva oportunidad, una auténtica ropa de gala para celebrar su nueva vida, una vida basada en la Palabra y enfocada hacia Jesús, nuestro defensor antes las acusaciones de Satanás.
Si usted ya es cristiano, estimado amigo, no olvide que, en esta visión de Zacarías, era el Sumo Sacerdote, y no un pagano, el que estaba manchado de pecados. Y usted, como él, si es cristiano, también es un representante, un embajador de Cristo en la tierra. Y a pesar de eso, muchas veces nos presentamos ante Dios con manchas, con pecados que "el acusador" aprovecha para sacar a la luz y dañar así la causa de Cristo. Cuando usted peca, por supuesto que no pierde la salvación de Cristo, pero sí pierde la comunión, la comunicación y la intimidad con Él. Usted podrá siempre volver a presentarse ante Él y ser limpiado por el sacrificio y la sangre vertida por Jesús en la cruz. Sin embargo, usted no vivirá, de esta manera, una vida plena y gozosa, una vida llena de confianza y tranquilidad, a pesar de las dificultades diarias. Sólo si usted cuida y mantiene su comunicación e intimidad con Dios, es decir, su "comunión" con Él, podrá vivir tranquilo y confiado, disfrutando de sus múltiples bendiciones.
Así pues, esta escena descrita por Zacarías representa también su salvación y la mía. Esto es lo que hace de este texto, un pasaje precioso en las Escrituras. Fíjese lo que dice la Biblia en otro de sus libros llamado Carta o epístola a los Romanos. Su autor, el apóstol Pablo, acaba de describir a sus hermanos en la fe en la ciudad de Roma, el hecho incuestionable de que el ser humano, ante Dios, es pecador y está sucio, debido a desobediencia.
Ante Dios, queridos amigos, no nos encontramos en una situación mucho mejor que la de ese Sumo Sacerdote. La Biblia menciona que Dios es tan sumamente Santo y puro que hasta nuestras mejores obras son vistas como "trapos de inmundicias" y que "justo no hay ni uno sólo",
¿Qué solución puede haber para nosotros? ¿Existe alguna salida que podamos escoger? El Apóstol Pablo afirmó en su epístola a los Romanos, en el capítulo 3, versículo 21: "Pero ahora, sin la mediación de la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios, de la que dan testimonio la Ley y los profetas. Esta justicia de Dios llega mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción, pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó."
¿Por qué tenemos una segunda oportunidad? Porque Jesús, el Hijo de Dios, murió por usted, estimado amigo. Él derramó Su sangre para que usted y yo pudiéramos presentarnos limpios y sin vestiduras viles ante Dios. De esta manera, gracias a Jesús, Dios nos ve limpios y somos aceptados en su presencia. Dios nos ve ahora a través de los ojos y de la sangre de Cristo. Por eso podemos presentarnos ante Él. Y de esta manera nadie, ninguna cosa creada, puede presentar ninguna acusación contra nosotros. Ni siquiera Satanás.
Escuche usted lo que el apóstol Pablo mencionó más adelante, en el capítulo 8 de su epístola a los Romanos, en los versículos 31 al 34: "¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros". Amigo oyente, tenemos un Salvador y se llama Cristo. Y cuando nosotros confiamos en Él como nuestro Salvador personal, Él no solamente borra nuestros pecados y nos quita esas vestiduras viles, sino que coloca sobre nosotros un vestido de justicia, de tal manera que Dios nos ve como justos y ya nadie, absolutamente nadie, puede acusarnos ante Él.
Alguien puede estar ahora preguntándose: ¿Qué sucede entonces cuando peco, cuando fallo en "dar en el blanco"? Bueno, el apóstol Juan nos recuerda que: "Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad". (1Juan 1:9). Él nos limpia de toda suciedad y restaura la comunión interrumpida por el pecado, restableciéndose así una relación de intimidad, de Padre a hijo, que trae gozo y poder a nuestras vidas. Nos devuelve la seguridad de que Dios nos ha perdonado y de que podemos reemprender la carrera hacia la meta, hacia el blanco.
Ahora bien, estimado oyente, Dios es fiel y justo para perdonarle, pero Él no va a quitar las consecuencias de sus pecados en la tierra. Cada vez que peca, no sólo daña la relación con su Padre Celestial, sino que hiere a quienes le rodean, especialmente a quiénes más se ama y aprecia. Es por esta razón que un cristiano no puede permitirse el lujo de "jugar con el pecado", pues, como dice un viejo refrán español, "quien juega con fuego, acaba quemado". Apliquemos esta verdad a nuestras vidas, tanto por nuestro bien como por el de los que nos rodean.
Sigamos adelante en nuestro estudio del capítulo 3 de Zacarías, versículo 5:
"Después dijo: Pongan mitra limpia sobre su cabeza. Y pusieron una mitra limpia sobre su cabeza, y le vistieron las ropas. Y el ángel del Señor Jehová estaba en pie."
Anteriormente hemos mencionado que las vestiduras del sumo sacerdote incluían una mitra o turbante. En la parte frontal de la mitra, había una placa de oro que tenía grabada en hebreo las palabras: "Santo para el Señor".
El Sumo Sacerdote de Israel tenía ahora una nueva identidad y una nueva misión: "Ser Santo, porque Yo soy Santo", dice la Palabra en otro pasaje. ¿Y quién mejor que la máxima autoridad religiosa de Israel para representar en sí mismo esta renovada santidad? Sigamos leyendo ahora los versículos 6 y 7 de este capítulo 3 de Zacarías:
"Y el ángel del Señor amonestó a Josué, diciendo: Así dice el Señor de los ejércitos: Si anduvieres por mis caminos, y si guardares mi ordenanza, también tú gobernarás mi casa, también guardarás mis atrios, y entre éstos que aquí están te daré lugar."
Como Sumo Sacerdote, Josué tenía acceso directo al templo. La promesa que hay aquí es que si Josué y los sacerdotes que lo acompañaban eran fieles, entonces podrían tener acceso a Dios, como los ángeles de la corte celestial. Además, como también los ángeles, serían usados por el Señor para llevar a cabo su propósito en Israel.
En el capítulo 14 del evangelio según Juan, versículo 15, el Señor Jesucristo dijo: "Si me amáis, guardad mis mandamientos". Si queremos disfrutar y regocijarnos en el amor de Dios en el presente, querido amigo, debemos ser obedientes a Cristo. No hay ningún otro camino.
Dado que la salvación es gratuita para el hombre, debido a que Jesús ya pagó con su sacrificio en la cruz el precio por nuestros pecados, algunas personas creen tener carta blanca para actuar según sus propios deseos, al margen de Dios. Pero no olvidemos que, si bien Dios es un Dios de amor, perdón y misericordia, también es un Dios justo, que ama la justicia, y que algún día impartirá justicia en el Tribunal de Cristo, ante el cual todos y cada uno de nosotros seremos juzgados.
Continúa en versículo 8, de este capítulo 3 de Zacarías:
"Escucha pues, ahora, Josué sumo sacerdote, tú y tus amigos que se sientan delante de ti, porque son varones simbólicos. He aquí, yo traigo a mi siervo el Renuevo."
Los "amigos" de Josué no eran otros que los sacerdotes que lo acompañaban en el Templo y, al referirse a ellos como "varones simbólicos" aludía a la futura llegada del Mesías, el Salvador. Apareció nuevamente aquí la figura del Renuevo, que es un título mesiánico que relaciona al Mesías con un descendiente del Rey David.
En el libro de Isaías, en el versículo 1 dice así: "Saldrá una vara del tronco de Isaí, un vástago retoñará de sus raíces". Y ése era el renuevo. Y Él será el Rey, quien gobernará.
Continúa relatando el libro de Zacarías, en el versículo 9:
"Porque he aquí aquella piedra que puse delante de Josué; sobre esta única piedra hay siete ojos; he aquí yo grabaré su escultura, dice el Señor de los ejércitos, y quitaré el pecado de la tierra en un día."
Aquí "la piedra" se refirió, muy probablemente, al propio Templo o al Mesías, que con la figura de los "siete ojos" simbolizaba la omnisciencia y presencia de Dios, que desde el Templo, o mediante el Mesías, contemplaba todas las actividades.
Y al mencionarnos: "Porque he aquí aquella piedra que puse delante de Josué" es muy posible que se refería a la segunda venida de Cristo.
Ahora, leamos para finalizar el versículo 10:
"En aquel día, dice el Señor de los ejércitos, cada uno de vosotros convidará a su compañero, debajo de su vid y debajo de su higuera."
Mediante esta promesa aparecen representadas las bendiciones mesiánicas de paz, seguridad y gozo, tal y como ya sucedió en tiempos de Salomón.
Muy bien, queridos amigos, con esta idea de "paz y seguridad" que sólo Dios puede dar, concluimos el programa de hoy. Esperamos volver a encontrarle de nuevo en nuestro próximo programa, para seguir analizando este apasionante libro del profeta Zacarías. Hasta entonces, seguiremos orando por usted, para que Dios le de sed y hambre por su Palabra.
Recuerde, estimado amigo, que la Biblia es Fuente de Vida eterna, y que en ella podrá encontrar el consuelo, fuerzas y paz que sólo Dios puede ofrecerte. ¡Que el Señor le bendiga y le guarde!
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