Estudio bíblico de Zacarías 7:4-7
Zacarías 7:4 - 7
Continuamos hoy, amigo oyente, transitando por el libro del profeta Zacarías. En nuestro anterior programa, llegamos hasta el capítulo 7, versículo 6. Pero hoy retomaremos nuestra andadura desde el versículo 4, para poder contextualizar mejor nuestro estudio.
Recordemos que gracias a las profecías de Zacarías y Hageo, contemporáneo suyo, el pueblo recibió gran consuelo y ánimo al conocer la voluntad del Señor de subyugar a sus enemigos, reagruparles definitivamente en la tierra prometida, su limpieza y restauración hasta la venida del Mesías y de Su reino.
Habían pasado dos años desde las diez visiones del profeta y desde que la localidad de Betel, cercana a Jerusalén, enviara una delegación para realizar una importante pregunta al Señor Jesucristo y a los sacerdotes. Esta pregunta tenía que ver con la continuación o no del ayuno nacional que lamentaba la caída de Jerusalén y la destrucción del Templo. Y aunque Jerusalén no tenía por aquel entonces muros y quedaban muchas ruinas, ahora que el templo estaba casi listo, se envió una delegación para preguntar al Señor y a los sacerdotes si necesitaban continuar el ayuno.
Recordemos que el ayuno judío era un periodo de abstinencia voluntaria en la ingesta de alimentos, normalmente, para demostrar aflicción por desgracias personales o nacionales. Como mencionábamos, debido a que el templo fue incendiado en el quinto mes (entre julio y agosto), ese ayuno era el considerado como el más serio e importante de todos.
El pueblo había mantenido este lloro y ayuno durante "ya algunos años", pero en vista de la naciente y creciente prosperidad presente, les pareció ya un ritual agobiante e innecesario. El objetivo de la abstinencia era afligir el alma y dar más fuerza a la oración. Implicaba una humillación ante Dios.
Cuando Israel fue literalmente "partida en dos" a causa de sus enemigos, se crearon dos reinos: El reino del Norte y el reino del Sur. Desafortunadamente, el reino del norte, bajo el rey Jeroboam, cayó rápidamente en idolatría, ordenando al pueblo adorar a la figura pagana de un becerro de oro. Uno de estos becerros de oro fue colocado precisamente en la citada localidad, Betel, que, paradójicamente, significa "Casa de Dios."
Ahora, esta delegación llegó hasta Jerusalén con una pregunta, una pregunta muy sencilla, en apariencia, pero de un enorme impacto espiritual, como veremos a continuación.
Posiblemente, al formularla, en la mente de aquellos israelitas resonaban aún los cánticos del salmista del Salmo 137 que dice así: "Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aún llorábamos, acordándonos de Sión, sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas".
Estos israelitas, al igual que el resto de sus hermanos de sangre, habían estado muchos años ayunando como señal de duelo y lamento por la pérdida de su ciudad y su sagrado templo.
Sin embargo, Dios no les había ordenado realizar dicho ayuno, sino que la iniciativa del mismo salió de los propios israelitas, que llegaron a convertir esta costumbre en un hábito vacío de contenido y de valor espiritual, a los ojos del Señor. Y aunque ayunaban, no lo hacían para el Señor "sino para ellos mismos", tal y como Zacarías les hizo ver. El profeta les llevó a darse cuenta de que ellos no habían ayunado movidos por el arrepentimiento genuino, o por la tristeza de su pecado, sino porque sentían lástima de sí mismos.
Ante tan delicada cuestión, Dios respondió de la siguiente manera, tal y como podemos leer a partir del versículo 4 de este capítulo 7 de Zacarías, y podríamos resumirla con la sencilla frase que sigue: "Cuando el corazón está bien, el rito está bien, pero cuando el corazón está mal, el rito también está mal". En cualquier caso, Dios les mostró que su propósito en cuanto a Jerusalén no iba a variar por influencia de ningún rito.
Leamos los versículos 4 y 5 de este capítulo 7 de Zacarías:
"Vino, pues, a mí palabra del Señor de los ejércitos, diciendo: Habla a todo el pueblo del país, y a los sacerdotes, diciendo: Cuando ayunasteis y llorasteis en el quinto y en el séptimo mes estos setenta años, ¿habéis ayunado para mí?"
Aquí vemos que se refería a los meses de agosto y octubre, y cuando mencionó a los 70 años, se indicaban los 70 años que estuvieron en cautividad en Babilonia. Dios les habló claramente: "¿Ayunasteis verdaderamente? ¿Ayunasteis para Dios? ¿Lo hicisteis en realidad para Él?" Dios les preguntó en cuanto a la motivación que ellos tenían para hacerlo. Dios respondió a su pregunta mediante otra pregunta. Ellos habían dicho: "Como hemos hecho ya algunos años", lo cual indica ya, si leemos entre líneas, un sentimiento de hastía y aburrimiento. Dios les estaba diciendo a esta gente: "Ustedes no hicieron esto para mí"; y les dio una evidencia, tal y como podemos leer en el versículo 6:
"Y cuando coméis y bebéis, ¿no coméis y bebéis para vosotros mismos?"
El apóstol Pablo, muchos años después, escribió a sus amigos y hermanos en la fe de la Iglesia de Corinto: "Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios (1Corintios 10:31). Si usted desea ayunar para la gloria de Dios, entonces ayune. Pero si usted lo está haciendo por cualquier otra razón, entonces no lo haga. Eso es exactamente lo que Dios estaba diciendo a estas personas, a Su pueblo.
Estimados amigos, nuestra fe cristiana no es simplemente un asunto de los domingos. No podemos ser "cristianos domingueros", y olvidar nuestro compromiso de fe de lunes a sábado. No podemos escuchar un mensaje de amor, el domingo por la mañana, y al regresar a casa, en el coche, con nuestra familia, perder la calma e insultar al vehículo que nos ha cortado el paso. No podemos entonar melodiosos coros celestiales en nuestras reuniones del domingo para, a continuación, el lunes por la mañana, ser trabajadores indolentes e ineficientes, dando así un mal testimonio a nuestro jefe y a nuestros compañeros de trabajo.
El verdadero cristianismo, amigo oyente, no se vive el domingo por la mañana sino de lunes a lunes, de sol a sol, durante las veinticuatro horas al día.
Continuando con nuestro estudio, podemos leer en el versículo 7 de este capítulo 7 de Zacarías:
"¿No son estas las palabras que proclamó el Señor por medio de los profetas primeros, cuando Jerusalén estaba habitada y tranquila, y sus ciudades en sus alrededores y el Neguev y la Sefela estaban también habitados?"
El Neguev y la Sefela eran zonas, al sur de Beerseba y las planicies costeras del Mar Mediterráneo. El ritual no importaba tanto como la obediencia a Dios. Y lo que había traído gozo, paz y prosperidad a Israel en el pasado había sido, precisamente, la obediencia a la palabra de Dios. Por eso, en el pasado, estas abundantes bendiciones cubrieron la tierra entera durante los reinados de David y su hijo, Salomón. Si la generación de Zacarías reemplazaba la obediencia por los rituales, también ellos perderían el gozo, la paz y la prosperidad que disfrutaban en ese momento.
De esta manera, Dios les estaba diciendo: "Vosotros llevasteis a cabo todos estos ritos anteriormente, cuando estabais aquí en esta tierra. Y, ¿qué sucedió? Fuisteis a la cautividad. ¿Por qué? Porque me desobedecisteis". Y Él les demostró a partir del versículo 8, que un rito es algo inútil e incorrecto, si la actitud del corazón es incorrecta también.
Por ello, Dios colocó en sus vidas mandamientos específicos que tenían que ver con Su relación con el hombre, con el ser humano, pero también, entre éste y los demás hombres.
Amigo oyente, ¿Cómo está hoy su relación con Dios? ¿Cómo es su actitud para con Él? Hay quienes tienen la idea de que podemos servir a Cristo y participar en cuantos ritos religiosos queramos, aun sin estar en buena relación con Él.
Recordamos lo que el Señor Jesucristo le dijo a Simón Pedro después de Su resurrección. En lugar de reprenderle duramente por haberle negado, lo cual habría sido una lógica reacción humana, el Señor tan solo le preguntó. "Pedro, ¿Me amas?" Porque, para Dios es -y siempre lo ha sido-, más importante la actitud del corazón que las obras por muy buenas que éstas fuesen.
Dios, amigo oyente, ve los corazones, y no las apariencias. Dios, valora más su actitud que el resultado de sus esfuerzos. Por supuesto que Dios también valorará tanto sus obras como sus esfuerzos. Pero para Él, lo más importante es que éstas sean ejercitadas con un buen corazón, con un corazón limpio y recto, que es la actitud que agrada a Dios.
Permítanos ahora compartir con usted un pensamiento del autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee, producto de una experiencia en la cual él se encontraba en un hospital recuperándose de un problema de salud. El Sr. McGee escribió lo siguiente: "Para algunos miembros de la iglesia la religión es un rito o una forma legalista sin vida, un sistema litúrgico lleno de vanas palabras carentes de significado que producen cansancio y hastío. Seamos honestos, estimados amigos, y reconozcamos que muchos, hoy día, afirman con vehemencia: "Nosotros queremos compartir nuestra fe". Pero lo cierto es que bastantes cristianos, a juzgar por los resultados, pareciera que no poseen suficiente fe y amor para compartirla. Y aún así, reconozcamos también que no es sólo la fe lo que compartimos, o nuestras proezas, o las maravillas que Dios ha hecho en nuestras propias vidas.
Estimado amigo cristiano que me escucha: Usted tiene que testificar de Jesucristo; de quién es Él, y lo que Él ha hecho por usted. Si usted no hace eso, creemos, honestamente, que usted no está compartiendo el gran plan de salvación de Dios como debería hacerlo. Por eso, cuando hablamos a una persona sobre la salvación de su alma y que tiene que entregar su vida a Jesucristo, esta persona se preguntará: "¿Entregar mi vida? ¿Qué quiere eso decir?."
Reconozcámoslo, estimados oyentes: en más de una ocasión hemos caído en el hábito de usar palabras que le restan valor y profundidad al verdadero significado del Evangelio.
Veamos, por ejemplo, la palabra "amor", está hoy en día absolutamente desgastada y manoseada. En las Escrituras, en la Palabra de Dios, en cambio, es una palabra de profundo significado.
Si uno verdaderamente ama a Jesucristo, va a vivir una vida de obediencia a Cristo, y su conducta hacia los demás será cortés y amable. De esta manera, su comportamiento dará honra y gloria a Su nombre, al nombre de Jesucristo". Hasta aquí el pensamiento que escribió el Dr. McGee.
Estimados amigos: los cristianos somos seres "imperfectos", limitados por nuestras propias carencias y defectos. Y esto, trasladado a la iglesia, a una congregación, podría denominarse algo así como "iglesismo", esto es, una vida de un cierto compañerismo caracterizada por la obligación de mantener unas relaciones con apenas sentimiento y calor. Y ésta no es la idea de Dios de lo que debería ser Su iglesia.
Nosotros los cristianos debemos esforzarnos, día a día, por tener una relación personal con Cristo, que tenga significado y que sea productiva, es decir, que se refleje hacia los demás en forma de expresiones de cariño, respeto, aprecio, de apoyo.
Y no hay rito o liturgia que pueda reemplazar o compensar esta relación personal con Cristo. Por eso, solemos decir que la religión es el intento del hombre por alcanzar a Dios, y el Evangelio de Jesucristo es el intento de Dios por alcanzar al hombre. Los cristianos no debemos tener una religión sino una relación personal con Dios por medio de Jesucristo, nuestro Señor.
Si no existe un profundo deseo por una vida que complazca a Dios, si no existe un verdadero estudio de Su Palabra, si uno no se entusiasma al leer la Biblia, la Palabra de Dios, la actitud es muy parecida a la diferencia que hay entre "ser miembro" de una iglesia, y "asistir" a una iglesia. En el primer caso, estamos comprometidos. En el segundo, sólo somos "consumidores" de los recursos de la iglesia.
Se cuenta la historia de una solterona a la que se le preguntó la razón por la cual aún no se había casado, ante lo cual ella respondió: "Bueno, tengo una estufa que echa humo, un perro que gruñe, un loro que dice malas palabras, y un gato perezoso que no hace nada durante todo el día y que se lo pasa en la calle casi toda la noche. ¿Para qué necesito un marido?"
Amigo oyente, esa es la clase de relación que muchas personas tienen con Dios y con Jesucristo. Y aun así tienen el hábito o la costumbre en el cual se levantan los domingos, y se acercan a una iglesia. Debemos dejar de jugar a las iglesias y comenzar a amar a Cristo y a vivir por Él.
Hace algún tiempo contamos la historia de una niñita y los tres ositos. La mamá de esta niña tenía invitados para cenar por lo cual la envió a dormir temprano. Se le había dado instrucciones de lo que debía hacer, y esta niñita sabía como desvestirse y ponerse su pijama y arrodillarse y hacer sus oraciones antes de dormir. A la mañana siguiente, su mamá la preguntó cómo le había ido la noche anterior, y la niña respondió: "Muy bien". "¿Hiciste tus oraciones?" Y la niña respondió: "Bueno, más o menos". Y la madre le preguntó: "¿Qué es lo que quieres decir?" Y la niñita respondió: "Bueno, me arrodillé y comencé a recitar esa oración que había aprendido de memoria y de pronto se me ocurrió que quizá Dios ya se había cansado de escucharme decir siempre la misma oración. Así es que me metí en la cama y le conté la historia de los tres ositos."
Esta niña, a diferencia de muchos adultos, se había dado perfecta cuenta de que la mera repetición de una oración, por buena que ésta sea, no conducía a nada. Era un ritual vacío y exento de significado. Una mera repetición. Por eso la Biblia dice: "Y orando, no uséis vanas repeticiones". ¿Cuántas veces no habremos provocado el bostezo de Dios con nuestras "vanas repeticiones"? Dios no busca oraciones "interesantes" o "innovadoras" o "teológicamente bien construidas". Dios busca oraciones sencillas, fíjese, por ejemplo, en el Padre Nuestro, que salen directamente del corazón, más que de la boca.
Los ritos y la liturgia, estimado oyente, son simples costumbres o hábitos creados por el hombre a base de repeticiones incesantes, que han llegado a sustituir su verdadero propósito: agradar y obedecer a Dios.
Quizá por este motivo, estimado amigo, existen iglesias y cristianos en dificultades: Porque se aferran a ritos litúrgicos en lugar de aferrarse al Señor mismo. Y reconozcamos, en muchas de las iglesias, hoy en día, a base de repeticiones hemos creado ritos que ocupan el verdadero centro del culto, desplazando así al Espíritu Santo.
¿Se siente usted atraído por la persona de Cristo? ¿Puede usted afirmar, sin duda alguna, que le conoce? ¿Le ama de veras? ¿Tiene usted una relación personal con Él?
Si su respuesta ha sido afirmativa en todas estas cuestiones, estimado amigo, en nuestra opinión, realice o no el ritual religioso que le plazca, su actitud será lo que determine el valor de sus actos a los ojos de Dios. Y no nos cansamos de insistir en la idea mencionada anteriormente: Dios mira los corazones, no los rituales.
Bien, Dios mediante, en nuestro próximo programa, vamos a estudiar el resto de este capítulo 7 de Zacarías. Le invitamos a que nos sintonice nuevamente para que, juntos, podamos seguir descubriendo los tesoros que la Biblia tiene para nosotros.
Hasta entonces, le sugerimos que lea el resto del capítulo. Hasta nuestro próximo encuentro, le pedimos que recuerde este ministerio de radio en oración para que Dios continúe utilizándolo para Su honra y Su gloria, y para el beneficio espiritual de tantos que necesitan escuchar el valioso mensaje de la Palabra de Dios.
Hasta nuestro próximo programa, amigo oyente, ¡que Dios le bendiga es nuestra constante y firme oración!
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