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Estudio bíblico de Zacarías 9:9

Zacarías 9:9

Continuamos hoy, amigo oyente, nuestra interesante travesía a través del libro del Profeta Zacarías y retomamos nuestra lectura en el capítulo 9, versículo 9; un versículo, por cierto, que nos indujo a analizar varias cuestiones en nuestro programa anterior.

Y vamos a leerlo otra vez. Por lo general, se presenta este texto bíblico en el llamado "domingo de ramos", como un mensaje de esperanza, porque tiene que ver con la "entrada triunfal" de Cristo en Jerusalén, a pocos días de ser apresado, juzgado y crucificado.

"Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna."

Recordemos que en nuestro programa anterior vimos que en los versículos que preceden a éste se nos presentaba un oráculo, palabra que proviene del latín oraculum y significa "respuesta que da Dios", con una serie de juicios anunciados a las naciones que rodean Israel, así como la liberación prometida de la nación.

La mayoría de los intérpretes coinciden en que se trata de una profecía sobre las victorias del famoso conquistador griego Alejandro Magno, pronunciada unos doscientos años ante de que él marchara sobre Palestina. Y sus acciones, proveen a este pasaje de una analogía del regreso de Cristo para juzgar a las naciones y salvar a Israel al final de la Gran Tribulación anunciada en el libro de Apocalipsis.

También quisiéramos observar lo que nos dice el Evangelio según Mateo. Aunque todos los escritores de los evangelios señalan una entrada triunfal del Mesías, Mateo es el único que sigue en cierto modo el matiz aportado por el profeta Zacarías. Juan nos presenta, por así decirlo, un comentario sobre la profecía de Zacarías. En lugar de decir "regocijaos", él dice: "No temas". (Juan 12:15). Pero en cuanto a Mateo, en el capítulo 21 de su evangelio, versículos 1 al 5, dice: "Cuando se acercaron a Jerusalén, y vinieron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea que está en frente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadla, y traédmelos. Y si alguien os dijere algo, decid: el Señor los necesita; y luego los enviará. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, Manso, y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga".

Él dice: "Decid a la hija de Sion". Él no dice: "Alégrate mucho, hija de Sion". Usted también puede comprobar que Mateo no menciona: "Justo y Salvador" como lo hace Zacarías. Así es que, tenemos aquí dos omisiones curiosas que merece la pena comentar. La pregunta es, ¿por qué dejó fuera Mateo estas dos palabras? ¿Tal vez no pudo u olvidó citarlas correctamente? ¿Las desconocía, quizá?

En nuestra modesta opinión, amigo oyente, esto no puede haber sucedido así. Los cristianos creemos en que toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, ha sido inspirada totalmente, completamente, por el Espíritu Santo. Creemos que la Biblia, aunque ha sido escrita por manos humanas y por escritores de carne y hueso, sólo tiene, en cambio, un autor, que es Dios.

Así que tanto Zacarías, como Mateo, ambos escribieron con casi 500 años de diferencia, palabras que ya estaban en la mente de Dios, no pudiendo por tanto haber ningún error. Vamos a concentrarnos y considerar este versículo que tenemos ante nosotros en el texto en Zacarías.

El autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee contaba cómo, en una ocasión, él se encontraba de paso en la ciudad de San Francisco, en California, en la época en que concluyó la Segunda Guerra Mundial. En aquella ocasión, llegó a esa ciudad el famoso General militar estadounidense Douglas MacArthur, que acababa de regresar de Japón. Las autoridades le esperaban en el aeropuerto y le llevaron hasta el hotel. Ahora bien, en la zona se había congregado tal aglomeración de gente que ningún vehículo podía transitar. Al Dr. McGee se le había advertido, por medio de un amigo, que era recomendable, para no perder su tren, estar temprano en la estación. De modo que él llevó sus maletas temprano, las facturó y decidió regresar a la ciudad para cenar. Cuando poco después salió del restaurante, observó que la calle estaba completamente atestada de un alegre y bullicioso gentío. Allí había tal cantidad de gente que apenas se podía caminar, y mucho menos coger un taxi para regresar a la estación de tren. Por ello, se resignó a regresar caminando hasta la misma, justo a tiempo para coger su tren. Al día siguiente los periódicos publicaban en portada que ésta había sido la verdadera entrada triunfal para el General MacArthur en su viaje de regreso a los Estados Unidos de América.

Si la entrada triunfal del Señor Jesucristo a Jerusalén, hace más de 2.000 años pudiera compararse con la del viejo militar estadounidense, diríamos que fue bastante más deslucida y pobre. La de Jesús fue una entrada en una ciudad de un hombre muy pobre, con unos seguidores bastante pobres también. Cualquier turista que en aquella época hubiera estado recorriendo Jerusalén hubiera pensado cualquier cosa, menos que estaba asistiendo a una entrada triunfal de una celebridad del momento. Cuando César regresó victorioso después de haber conquistado la terca ciudad de Jerusalén, en el año 70 D.C., su desfile, cuando él entró a la ciudad de Roma, con todo lo que había obtenido en la batalla, con los cautivos, se prolongó durante tres días.

Y amigo oyente, creemos que tal vez la Iglesia se haya exagerado al calificar de "triunfal" la entrada de Cristo en esta ciudad. Cristo nunca tuvo la intención de disfrutar de un baño de multitudes mediante una entrada triunfal. En su anterior visita a Jerusalén, Él había entrado en la ciudad sigilosamente, de manera desapercibida, sin publicidad, ni marketing de ningún tipo. Jesús nunca pretendió ser el centro de atención. Al contrario; muchas veces pedía a sus discípulos, o a las personas a las que Él sanaba, que guardasen un prudente silencio sobre los milagros, los viajes, las visitas a los lugares. Pero tal era el magnetismo, el poder, la autoridad, y la gracia de Jesús, que la gente le seguía, le escuchaba y muchos le creyeron.

Y Mateo toma este versículo que Jesús citó del libro de Zacarías, en que decía que Él era manso y justo: "He aquí tu rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga".

Ahora, en este versículo hay tres cosas destacadas que han sido, por algún motivo, omitidas. Mateo no cita todo lo que dice Zacarías, dado que no cita: "Alégrate mucho, hija de Sion, da voces de júbilo", sino que dice: "Decid a la hija de Sion". Zacarías dice: "He aquí tu rey vendrá a ti, Justo y Salvador". Mateo, por su parte, deja ambas palabras fuera. ¿Por qué? Mateo incluye aquí la palabra "manso". Y hay personas que al leer esto, opinan, que la razón por la cual es llamado "manso" aquí, es porque Jesús entró en la ciudad a lomos de un pollino, sobre un pequeño animal, humilde y utilizado para la carga, lo cual denota, en Jesús, un espíritu de humildad y mansedumbre.

Pero en realidad, querido oyente, la realidad es bien diferente: Este pequeño animal, el pollino, era el que utilizaban los reyes cuando entraban en una ciudad que acababa de ser conquistada. El caballo era, en cambio, un animal de guerra y para la batalla. Pero el pollino era el animal sobre el cual cabalgaban los reyes que estaban proclamando la paz, y no la guerra. Era un animal considerado de condición "real".

Y si usted lee lo que menciona el libro bíblico de los Jueces, en el capítulo 10, versículos 3 y 4, y también en el capítulo 12, versículo 13, encontrará que los jueces daban estos animales, estos asnos, a sus hijos, lo cual era muy notorio en aquellos días. Uno de esos jueces tuvo 20 hijos y consiguió 20 asnos, uno para cada uno de sus hijos. Es como si hoy un padre les comprara a sus hijos automóviles deportivos. El asno, así pues, era un animal real, en el cual cabalgaban los reyes.

Ahora, el pensamiento que se presenta en Zacarías es que, a pesar de que Él está cabalgando como un rey, demostrando paz, Él era manso y era humilde.

Numerosos maestros bíblicos han reconocido en su gran mayoría, que fueron tres las ocasiones en las que Jesús entró triunfalmente en Jerusalén. En el día de reposo, es decir, el día sábado, la primera vez; en domingo, la segunda y en lunes, en la tercera ocasión. Y las Escrituras dan testimonio de esto. Por ejemplo, Él entró la primera ocasión en el día del sábado, y entró como el Rey. Y en el evangelio según Marcos, capítulo 11, versículo 11, leemos: "Y entró Jesús en Jerusalén, y en el Templo; y habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya anochecía, se fue a Betania con los doce". Así es que, la primera ocasión en que Él entró, sencillamente miró a Su alrededor. Los cambistas del Templo no se encontraban allí en el día del sábado. De modo que, Él sencillamente observo el entorno, y miraba el escenario. Eso podríamos llamarlo, la entrada del sábado de ramos.

Poco después, según la historia bíblica, nos encontramos con el llamado "domingo de ramos", en el primer día de la semana. Este día Jesús se enfrentó con los cambistas de moneda del templo y los expulsó, limpiando y purificando de esta manera el templo. Por eso podemos decir que Él entró en la ciudad como Sacerdote. Mateo nos presenta esto de una manera muy clara, en el versículo 12, capítulo 21 de su evangelio: "Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas". Y ésa fue la única acción que Él hizo como sacerdote, cuando Él estuvo aquí sobre la tierra. Y eso, amigo oyente, es algo que merece la pena destacar.

El escritor de la epístola a los Hebreos, nos presenta eso de una forma que no deja ninguna duda de que Él nunca fue o ejerció como sacerdote aquí sobre la tierra. En Hebreos, capítulo 8, versículo 4, leemos: "Así que, si estuviese sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo aún sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley". Pero ningún sacerdote se atrevió a limpiar o a purificar el templo. Y Él hizo eso, y fue Su única actividad en ese día, cuando entró a la ciudad el domingo.

Posteriormente, Él entró nuevamente en Jerusalén el lunes. Yendo de camino a la ciudad, Él maldijo a una higuera estéril, según nos dice el evangelista Marcos en el capítulo 11, versículo 12: "Al día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre". El evangelista Mateo narra en el capítulo 21, versículo 23 de su evangelio, lo que luego sucedió en el Templo: "Cuando vino al templo, los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron a Él mientras enseñaba, y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te dio esta autoridad?" Él entró, en esa tercera ocasión, como el profeta de Dios. Él estaba enseñando quien era Dios. Y Él enfrentó toda objeción que se le presentó en esa ocasión, dejando a sus enemigos boquiabiertos, con su sabiduría, y silenciosos, ante sus acusaciones. Y Su voz era la voz de Dios. Él no solo dijo: "El que me ha visto", sino "el que me ha oído, ha oído al Padre".

Así pues, Él entró tres veces en la ciudad. Y esto resulta ciertamente relevante, dado que su presentación final ante la nación demostró una posición triple, como Profeta, como Sacerdote, y como Rey. Él no estaba haciendo una entrada, sino que, en realidad, estaba realizando una salida. Él no se estaba preparando para residir en la ciudad de Jerusalén, y reinar. Él envió a Sus discípulos a que buscaran y prepararan un lugar para la Pascua. Él nunca les dijo que fueran a buscar y a alquilar un apartamento por tres años. Él no estaba preparándose para entrar, o para ser Rey, sino que Él estaba entrando para preparar Su partida. Él estaba preparándose para Su pasión, Su sufrimiento; para Su muerte; pasando a través de la muerte. Y Su entrada a Jerusalén no era un pasaje de ida solamente. Sino que fue un billete de ida y de vuelta, para cumplir el Plan que le llevó al calvario, a morir, a Su resurrección, Su ascensión, Su intercesión, actualmente, y, en el futuro, Su regreso de nuevo, como Rey.

En realidad, amigo oyente, el camino del triunfo de Jesús no puede ser confinado o limitado a una cabalgata sobre un pequeño asno desde la ciudad de Betania hasta Jerusalén. Ésa es solamente una minúscula parte de un trayecto que comenzó en la Eternidad, cuando Él ya era el Cordero de Dios, inmolado antes de la fundación del mundo, y que se extiende hacia las eternidades futuras.

Y aquel que salió de la eternidad es el Mismo que entró a Jerusalén. "Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo". - dijo el profeta Isaías en el capítulo 57 y versículo 15 de su libro. Y en el Salmo 90, versículo 2, leemos: "Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, Tú eres Dios". Desde un punto en el infinito a otro punto en el infinito, Él es Dios.

Ahora, la Iglesia llama a esto una entrada triunfal en Jerusalén, pero algunos no opinan de la misma manera, dado que piensan que se trataba, más bien, de una salida triunfal. El obispo Rule dice: "Esta multitud que le seguía, que le cantaba ?Hosanna?, nunca pensó que Él era el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Y esa misma multitud que gritaba ?Hosanna?, exclamó ?crucifícale? al día siguiente".

Tal vez no fue una "entrada" triunfal sino una "salida" triunfal. Seis meses antes de eso, afirmó su rostro para ir a Jerusalén a morir. Y Él actuó siguiendo un plan preparado de antemano, por medio de una decisión ya preestablecida, ya definida, y no fue accidental, o por casualidad. Nada fue dejado a la aventura. Ese pollino había sido preparado, el aposento alto había sido reservado. Y Él cumplió todo eso conforme al Plan y la Voluntad del Padre.

Es como el piloto de un avión que parte de una capital europea y se dirige a otro país. Al despegar, informa a sus pasajeros que su destino se encuentra a 12 horas. Ese avión cruza los océanos, países, montañas y ciudades, hasta que finalmente llega a su destino, según el plan de vuelo preestablecido.

Y cuando el Señor Jesucristo fue a Jerusalén, Él había surgido de la Eternidad pasada, e iba hacia la Eternidad futura, así que, más que una entrada triunfal, podemos pensar que estaba haciendo una salida, por medio de la cruz. Pero ése no era Su destino, y la tumba, vacía tras Su resurrección al tercer día, tampoco era Su objetivo.

No, amigo oyente. La ascensión no fue el fin de Su historia. Lo que Él, en realidad, hizo pues, fue una "salida triunfal". Es por esa razón que el apóstol Pablo escribió: "Subiendo a lo Alto, llevó cautiva la cautividad". (Efesios 4:8). Y el Señor le dijo al ladrón crucificado junto a Él: "Hoy estarás conmigo en el paraíso". (Lucas 23:43). Amigo oyente, nosotros podemos hoy mirar hacia el futuro, cuando Él venga, cuando Él regrese como Rey, porque Él tiene un billete de ida y de vuelta. Y podemos cantar ese himno cristiano tradicional que dice: "A Cristo coronad, divino salvador, sentado en alta majestad es digno de loor; al rey de gloria y paz loores tributad, y bendecidle al inmortal por toda eternidad".

Y aquí nos detenemos por hoy, amigo oyente. Retomaremos nuestro estudio en nuestro próximo programa, en el cual esperamos encontrarle nuevamente. Mientras tanto, le sugerimos que lea los versículos siguientes del capítulo 9. Hasta entonces, ¡que el Dios de Paz llene su corazón y vida con el conocimiento de Aquel que nos amó como nadie jamás podría o quisiera hacerlo! Sólo podemos aconsejarle que tenga la misma experiencia que hemos tenido todo los que estamos involucrados en ese programa que se llama "La Fuente de la Vida"; Dios le está esperando con los brazos abiertos, no importa quién es, o qué ha hecho. Hay perdón para todos aquellos que con humildad le confiesan sus pecados, y "la sangre de Jesucristo, nos limpia de todo pecado".

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