Estudio bíblico de Apocalipsis 1:10-18
Apocalipsis 1
Versículos 10-18
Continuamos hoy, estimado amigo oyente, nuestro viaje por el libro profético de Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento. Estamos en el capítulo primero y en el programa anterior habíamos llegado hasta el versículo 9.
El apóstol Juan, autor de este libro, comenzó diciendo que la visión le fue dada en la isla de Patmos. Domiciano, uno de los emperadores romanos más brutales, le había enviado al exilio en esa isla, el lugar al cual eran llevados los prisioneros del gobierno romano. Allí, en ese lugar inhóspito estuvo Juan desde cerca del año 86 al 96, pero lo que parecía ser la experiencia más dura y difícil, se convirtió para Juan en una antesala del mismo Cielo. La impactante y magnífica visión que Juan tuvo en la isla de Patmos fue una visión del Cristo glorificado, Cristo en un cuerpo glorificado y como el Sumo Sacerdote en el lugar Santísimo.
Proseguiremos entonces con los versículos siguientes, los versículos 10 y 11 de este primer capítulo de Apocalipsis, leemos:
10 Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, 11que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. (Ap. 1:10-11)
El Espíritu Santo está aquí desempeñando Su función, como parte de la Trinidad. Esa es la razón por la cual oramos para que Él, el Espíritu de Dios, tome las cosas de Cristo y nos las revele. Eso es exactamente, como probablemente usted recordará cuando estudiamos este tema hace algún tiempo atrás, lo que el Señor Jesucristo dijo con respecto al ministerio o trabajo que el Espíritu de Dios iba a realizar en la Tierra. Jesucristo prometió que el Espíritu Santo iba a tomar las cosas de Cristo y nos las iba a revelar. Él lo expresó de la siguiente manera, en el capítulo 16, del evangelio de Juan, versículos 13 y 14: Pero cuando venga el Espíritu de Verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber".
Ahora, estamos comenzando a vislumbrar esta visión de Jesucristo glorificado. Sinceramente, nos sentimos incompetentes para explicar todo lo que implican esos tremendos versículos. Sólo el Espíritu de Dios puede revelar y mostrarnos la grandiosidad de esta visión, para que sea real para nosotros. Sin embargo el autor de la carta a los Hebreos escribió en el capítulo 3, versículo 1 de esta carta: Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús.
Así es que, le estamos considerando a Él en Su profesión como el Sumo Sacerdote. Ahora, Juan escribió que él estaba en el Espíritu; es decir, que el Espíritu Santo estaba actuando sobre Juan, y le estaba mostrando a él este cuadro panorámico, que nos va a describir en detalle, con colores y sonidos. Juan escribió que él escuchó un sonido como de trompeta. ¿Qué era? Él dice en los versículos 12 y 13:
12 Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, 13 y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. (Ap. 1:12-13)
Esta es la descripción del cuadro que Juan vio y escuchó. Él dijo: Oí detrás de mí una gran voz como de trompeta. Y podemos agregar, una trompeta de guerra. Cuando el Señor Jesucristo descienda del cielo a buscar a Su iglesia, lo hará de la siguiente manera, y leemos en la Iª carta a los Tesalonicenses 4:16): Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo. Su voz será como la de un arcángel, y Su voz será como la de una trompeta.
Juan continúa y menciona a estas siete iglesias; no vamos a desarrollar los detalles acerca de estas diferentes iglesias, ya que lo haremos cuando lleguemos a los capítulos 2 y 3. Cada iglesia será presentada individualmente en los siguientes capítulos.
Juan tiene ante sí un cuadro emocionante del Señor Jesucristo. Él ve a uno semejante al Hijo del Hombre, que está vestido con ropaje que le llega a los pies, y ceñido el pecho con un cinto de oro. Los mencionados siete candeleros de oro nos recuerdan a los elementos sagrados y santos del Tabernáculo; aquí, en lugar de ser un solo candelabro con siete brazos, Juan ve siete candeleros. Estos candeleros representan a siete iglesias distintas, y la función de todos y cada uno será explicado más adelante. El Señor Jesucristo dijo: "Yo soy la luz del mundo, pero cuando yo me vaya, ustedes serán la luz en el mundo". La Iglesia de Jesucristo, Su iglesia, debe ser una luz potente, un faro, en el mundo. Es decir, que usted, amigo oyente, si es creyente, es, o debería ser, una luz en el mundo.
Juan nos describe la escena, el cuadro que estaba contemplando: el Señor Jesucristo, espléndido, asombroso, majestuoso, como el Gran Sumo Sacerdote, en medio de los candeleros, vestido con un ropaje especial. Por la descripción de Juan sabemos que Él está vestido como sólo puede ir vestido el Sumo Sacerdote. Podemos leer acerca de los exigentes y rigurosos requisitos del ropaje sacerdotal en el libro de Éxodo, capítulo 28, versículos 2 al 4. Allí se describe con detalle cómo debía ser la vestimenta, estas ropas especiales, que representan la justicia inherente de Cristo. El cinto que se menciona aquí, le cruza el pecho. Según los escritos del famoso historiador Josefo, los sacerdotes se ceñían el cinto sacerdotal a la altura del pecho, aunque la costumbre popular era ceñírselo por la cintura.
El significado de esta escena nos habla acerca de Jesucristo como nuestro Gran Sumo Sacerdote. Él está, en esta visión, en medio de las iglesias. ¿Qué es lo que está haciendo? Está juzgando, evaluando y observando a las iglesias. Él está juzgando a los creyentes, para que la luz, Su luz, siga brillando. Este capítulo es muy importante, porque, estimado amigo oyente, la Escritura no nos deja en la oscuridad en cuanto a lo que Él está haciendo en el presente. Se nos ha indicado de una manera muy clara que está ocupado con tres ministerios diferentes. En primer lugar; "Intercede"; tenemos la "intercesión" de Cristo. Él es nuestro Gran Sumo Sacerdote. Él está ante ese altar de oro en el cielo, en el presente, y hace intercesión por nosotros. ¡Qué alentador es saber que tenemos un intercesor permanente, que a pesar de todo, a pesar de nosotros mismos, nos escucha, nos comprende, ama, y perdona!
El segundo ministerio: "Interviene"; es la "intervención" de Cristo. No sólo tenemos la intercesión, sino la intervención de Cristo; porque Él salió del lugar Santísimo al lavacro. Recordemos las lecciones que estudiamos sobre el Templo y sus diferentes secciones. Recordemos que al lugar Santísimo sólo podía entrar el Sumo Sacerdote, una vez al año. Pero Jesucristo aceptó por puro amor y obediencia a Su Padre Dios, salir de presencia santa de Dios, para venir a este mundo. No sólo habló, en lenguaje humano, del gran Plan de Salvación, sino también lo ejecutó hasta las últimas consecuencias, su muerte en la cruz. Y una de sus ocupaciones en la actualidad, hoy, es lavar los pies de aquellos que Le pertenecen. ¿A quiénes está lavando? A aquellos que traen sus pies, sus manos, sus ojos, todo su ser, ante Él, y han confesado sus pecados. El Apóstol Juan en su primera carta, capítulo 1, versículo 9, nos dice recuerda que: Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Nosotros, los creyentes, si queremos mantener una fluida comunión con Él, también tenemos que confesar nuestros pecados, errores y omisiones.
Ahora, Jesucristo interviene constante y fielmente a nuestro favor. Juan nos dice en su primera epístola: Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis. Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. (1 Jn. 2:1). Él es nuestro abogado. Él está de nuestro lado para defendernos de las acusaciones de Satanás, quien acusa y señala a los hijos de Dios.
Jesucristo ejerce también un tercer ministerio: Inspecciona; es la "inspección" de Cristo. Amigo oyente, lo que Jesucristo está haciendo en el presente, hoy, está claramente indicado en la Escritura. Él ha ascendido al cielo, se sentó a la diestra de Dios, pero no está allí sentado, inactivo, contemplando a este mundo. Cuando en este libro que estamos estudiando, el Apocalipsis, se nos dice que Él se sentó, eso nos indica que Él ha terminado, completado, la tarea de la redención aquí en la Tierra. Él murió aquí para salvarnos, pero Él vive allí en los Cielos, para interceder, limpiarnos una y otra vez, y mantenernos salvos.
De modo que, hemos reseñado las actividades o el ministerio de "la intercesión" de Cristo y de "la intervención" de Cristo. Ahora tenemos "la inspección" de Cristo. En la visión Juan vio a Jesucristo en medio de los siete candeleros. Estos candeleros representan a la nación de Israel. En el libro de Éxodo, se nos describe el candelabro de oro, como el objeto más hermoso que había en el Tabernáculo. El simbolismo y su significado también resultan muy hermosos. El candelabro estaba labrado de oro macizo, y del tronco principal salían tres brazos a cada lado; la copa de cada brazo tenía forma de una flor de almendro abierta en las que se colocaban las lámparas.
Ahora, las lámparas representan al Espíritu Santo. El candelero de oro representa a Cristo, a Cristo glorificado, a Cristo, la deidad. El candelabro de oro sostiene las lámparas, y las lámparas, a su vez, revelan la belleza y la gloria del candelabro. Este es el cuadro que Juan nos describe en este capítulo 1 de Apocalipsis. Cristo envió al Espíritu Santo al mundo. El Espíritu Santo aún, en este momento, desea revelarnos a Cristo y toda Su gloria, el Espíritu Santo desea fervientemente descubrirnos toda Su maravilla y hermosura. Pero, la actividad del Espíritu de Dios también nos ayuda a vernos a nosotros mismos en la luz de Su presencia, para Jesucristo pueda "inspeccionarnos".
El Sumo Sacerdote, en el Templo, llevaba a cabo varias tareas. Sólo él podía cuidar del candelabro. Los demás sacerdotes tenían otras responsabilidades, pero sólo el Sumo Sacerdote encendía las luces de las lámparas; era quien las llenaba de aceite; Él era el único que limpiaba y cortaba la mecha de cada lámpara para que ésta diera su máxima luz. Él era el único que podía apagar una lámpara que comenzaban a humear. Ahora, en la visión, el Señor Jesucristo camina en medio de los siete candelabros, es decir, en medio de Su iglesia, inspeccionando individualmente a los creyentes que la componen. Esto nos recuerda el texto en el evangelio de Juan, capítulo 15, en el que Jesucristo explica la necesaria poda y limpieza de los pámpanos de la vid. Esta es una de las razones por las que Él permite que pasemos por ciertas pruebas, amigo oyente, porque quiere sacar un bueno fruto de nosotros, los pámpanos.
Pero, Jesucristo hace algo más, para obtener una luz más brillante en nosotros, Sus seguidores, sus discípulos, Él derrama el Espíritu Santo. El Señor Jesucristo es la Cabeza de la Iglesia. Él es quien envía el Espíritu Santo al mundo. Él prometió, antes de ascender a los Cielos, que cuando el Espíritu Santo viniera, iba a ejecutar ciertas cosas. Él está haciendo aquello que el Señor Jesucristo le envió a hacer en el mundo. El Espíritu Santo está hoy en el mundo; y el Señor Jesucristo quiere comunicarse en el presente. Él quiere luz, y Él es quien derrama el Espíritu Santo en los corazones de Sus hijos. Cualquier luz que salga de este programa, es obra del Espíritu Santo.
Pero Jesucristo hace algo más, y esto nos hace temblar, por su seriedad. Él, en ocasiones usa un "apagavelas". Si la lámpara no da luz, y solamente llena el lugar de humo, el Señor Jesucristo actúa, y la apaga. Eso es lo que Juan dijo: Hay pecado de muerte. (1 Juan 5:16) Uno puede ser puesto a un lado, puede ser "archivado". Hay una gran cantidad de personas que han sido puestas a un lado, han sido apartados. ¿Por qué? Porque Él quiere y espera luz, amigo oyente. Sigamos adelante y leamos los versículos 14 y 15 de este capítulo 1 de Apocalipsis:
14 Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; 15 y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. (Ap. 1:14-15)
Sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve. Esta figura nos habla de la eternidad, Él es el Anciano de Días (Dn. 7,9), y nos habla de Su dignidad. Sus ojos como llama de fuego. Su vista es penetrante, tiene conocimiento perfecto, discernimiento infalible, y escrutinio ineludible. Él sabe todo en cuanto a usted, y Él sabe todo sobre mí, amigo oyente. Él ve lo que le ofrecemos como ofrenda, nuestro tiempo, talentos, bienes materiales. Recordemos la mirada de Señor Jesucristo a Simón Pedro, después de que éste le había negado. Pedro salió y lloró amargamente. Amigo oyente, Él nos está observando, mirando. A continuación Juan observó que: Y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno. Esto habla de juicio. El bronce se asocia a ese altar de bronce que había en el Templo, que nos habla de Su obra en esta tierra, Su muerte por nuestros pecados. Él está juzgando a aquellos que son Suyos.
Continúa el versículo Su voz como estruendo de muchas aguas. Esa es la voz de la autoridad, la voz que llamó a este universo a la existencia, la voz que va a resucitar a los Suyos de la tumba, la voz que llamará a Su Iglesia a reunirse con Él. Todas estas figuras añaden riqueza al cuadro para describir a Cristo como nuestro Gran Sumo Sacerdote. El Espíritu de Dios desea ayudarnos para verle en toda Su hermosura, en toda Su gloria. Leemos el versículo 16 de este capítulo 1 de Apocalipsis:
16 Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. (Ap. 1:16)
Tenía en Su diestra siete estrellas. Esto significa Su control sobre todo el universo. Nos habla de posesión, poder, control y honra. De Su boca salía una espada aguda de dos filos. La espada es la Palabra de Dios, que es más aguda y penetrante que una espada de dos filos.
y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. (Ap. 1:16)
Es imposible mirar directamente al sol. Amigo oyente, ¿piensa que podrá mirar directamente al Creador que hizo el sol? ¿A Aquel que hoy es Cristo glorificado? Leamos los versículos 17 y 18 que dicen:
17 Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; 18 y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. (Ap. 1:17-18)
Juan, el apóstol y autor de este libro es el joven discípulo que se reclinaba sobre Su pecho en el Aposento Alto. Pero, cuando él vio al Cristo glorificado en la isla de Patmos, había una gran distancia entre él y Jesucristo. Juan nos relata que cuando le vio, cayó como muerto a Sus pies. Amigo oyente, el Señor Jesucristo está hoy sentado a la diestra, a lado de Dios, y si pudiéramos contemplarle a Él en toda Su gloria y esplendor no nos acercaríamos con familiaridad, sino que también caeríamos ante Él, como muertos. Volvamos a leer estos versículos 17 y 18:
17 Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; 18y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. (Ap. 1:17-18)
Los detalles de estos grandes versículos los vamos a analizar detenidamente en nuestro próximo programa. Como reflexión final tenemos que admitir que la naturaleza humana se rebela contra cualquier control, contra reglas y normas; no nos agrada ser enjuiciados, observados, y analizados. Esa actitud también la podemos observar en la iglesia, en la vida de los cristianos. No queremos que nos incomoden y que nos confronten con la verdad misma. Queremos una vida sin mayores complicaciones, y la tendencia general es la de conformarse con el cumplimiento de unas cuantas reglas mínimas, de ética y moral, y así creernos que somos suficientemente "cristianos". Esa es la razón por la cual Cristo se ocupa a inspeccionar a Su Iglesia. Él es Juez de la Iglesia, y en la iglesia. Él no ignora, ni cierra sus ojos al pecado, y a aquello que está mal. Su mandamiento a la iglesia es, como lo veremos un poco más adelante: Arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar. (Ap. 2:5).
Le animamos a leer todo el capítulo 1 de Apocalipsis y así familiarizarse con el texto bíblico. Pedimos a Dios que envíe Su Espíritu para que todo lo que se ha comentado en el programa sea comprensible, y se haga luz, Su luz, en el corazón de cada estimado amigo oyente que nos ha acompañado. Hasta el próximo programa.
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