Estudio bíblico de Marcos 14:22-72
Marcos 14:22-72
Finalizábamos nuestro programa anterior mencionando que Jesús celebró la Pascua con sus discípulos e iba a instituir una nueva fiesta. La Pascua había sido establecida en el Antiguo testamento, proyectándose hacia el futuro, cuando tendría lugar la llegada del Cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo. Y ahora, la nueva fiesta, es decir la cena del Señor, miraría retrospectivamente hacia su muerte en la cruz a favor nuestro. Comencemos nuestra lectura leyendo los versículos 22 al 25:
"Y mientras comían, tomó pan, y habiéndolo bendecido lo partió, se lo dio a ellos, y dijo: Tomad, esto es mi cuerpo. Y tomando una copa, después de dar gracias, se la dio a ellos, y todos bebieron de ella. Y les dijo: Esto es mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos. En verdad os digo: Ya no beberé más del fruto de la vid hasta aquel día cuando lo beba nuevo en el reino de Dios."
Aquí hay que destacar algunos detalles interesantes e importantes. La copa de la Pascua era pasada varias veces entre los asistentes durante la fiesta. Durante esos momentos cantaban los salmos llamados Hallel, que era un grupo de salmos de alabanza. Aparentemente y si Jesús siguió el ritual establecido de la pascua, la mencionada en el versículo 22 era la tercera de las 4 copas prescritas, que concluía la parte principal de la cena. Probablemente Jesús no bebió de la cuarta copa, la de la consumación. La explicación del significado de ésta quedaba para el futuro, cuando Jesús y los suyos estuviesen juntos una vez más en el reino.
Continuemos leyendo los versículos 26 al 31:
"Después de cantar un himno, salieron para el monte de los Olivos. Y Jesús les dijo: Todos vosotros os apartaréis, porque escrito está: Herire al pastor, y las ovejas se dispersaran. Pero después de que yo haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea. Entonces Pedro le dijo: Aunque todos se aparten, yo, sin embargo, no lo haré. Y Jesús le dijo: En verdad te digo que tú, hoy, esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Pero Pedro con insistencia repetía: Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y todos decían también lo mismo."
Aquí vemos que Simón Pedro prometió su fidelidad al Señor. Por supuesto fue sincero, pero no conocía su propia debilidad. Es el mismo problema que nosotros tenemos hoy en día, que no conocemos hasta dónde pueden llegar nuestras debilidades. Creo que no podríamos averiguarlas por medio de otras disciplinas, más o menos científicas. El único lugar donde uno puede verse a sí mismo es la Palabra de Dios. Allí uno se ve tal como es. Es el único espejo que tenemos. Ninguno de nosotros conoce las profundidades del corazón humano. Solo la palabra de Dios nos permite comprobar lo pecadores que somos.
El Señor les estaba diciendo que iría delante de ellos a Galilea y anunció Su resurrección. También les dijo que las ovejas iban a ser esparcidas pero El iría a Galilea después de Su resurrección, y les prometió que allí le verían. Simón Pedro no dejó pasar aquella oportunidad y declaró que él no se apartaría de El ni perdería su fe ni su confianza, incluso, aunque otros las perdiesen. Aquí, una vez más, vemos que simplemente no sabía lo que estaba diciendo. Así que el Señor le preparó para lo que iba a suceder. Y le aseguró a Pedro que iba a estar cerca de él.
Podemos aplicar esta verdad a nosotros porque el Señor estará junto a ti en tiempos de crisis como éste. Estará muy cerca nuestro en la hora más desesperada y en el momento del temor y la cobardía. Naturalmente, El estuvo con Pedro. Continuemos leyendo los versículos 32 al 34:
"Y llegaron a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí hasta que yo haya orado. Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a afligirse y a angustiarse mucho. Y les dijo: Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quedaos aquí y velad."
El jardín de Getsemaní debió ser un lugar familiar al que debieron ir con bastante frecuencia y que, por lo tanto, Judas también conocía. Nuestro Señor nunca pasó una noche en la ciudad de Jerusalén. Pero sí acudiría a este lugar.
En ese momento solo eran 11 discípulos. El dejó un círculo más amplio de 8 y tomó a 3 discípulos: Pedro, Jacobo y Juan, para que en esa hora estuviesen más cerca de El, porque había ido allí para orar. El lenguaje utilizado nos revela que en aquel jardín El se enfrentó a una gran tristeza, prácticamente indescriptible, comparable con la muerte misma, y a sufrimientos muy dolorosos.
Aquí se enfrentó con una aflicción en su alma tan grande, o mayor que el sufrimiento experimentado por su cuerpo en la cruz. ¿Se enfrentó El con el tentador en este jardín? Pienso que sí. Con toda sinceridad debo decir que ante esta escena de Getsemani, solo podemos aproximarnos a los límites mismos de un área impenetrable. Hubo misterios en aquel jardín que no somos capaces de comprender. Pero podemos llegar hasta el borde de esa área y contemplarle orar. El no solo se lo pidió a aquellos discípulos, sino que a nosotros también nos ha pedido que oremos y velemos en actitud vigilante, para no caer en la tentación. Sigamos mirando a Jesús y su actitud en esta situación extrema, leyendo los versículos 35 y 36:
"Adelantándose un poco, se postró en tierra y oraba que si fuera posible, pasara de El aquella hora. Y decía: ¡Abba, Padre! Para ti todas las cosas son posibles; aparta de mí esta copa, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras."
Marcos dijo que El oraba para que "pasara de El aquella hora", es decir, que, a ser posible, no le llegara aquel momento de dolor. No era la muerte lo que El temía sino más bien los momentos que pasaría en la cruz, cuando el pecado iba a ser colocado sobre El. La segunda carta a los Corintios 5:21, dijo que Al que no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El. Otra versión traduce que "por nosotros, Dios le trató como al propio pecado" recalcando que por medio de El, el ser humano puede experimentar la fuerza salvadora de Dios y, según una última versión, "para así, en Cristo, hacernos a nosotros justicia de Dios". Observemos que el escritor Marcos consideró que la "hora" y la "copa" eran sinónimos.
Escuchemos la lectura del siguiente pasaje de la carta a los Hebreos 5:7 y 8:
"Cristo, en los días de su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía librarle de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente; y aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció;"
Volviendo a nuestro relato en Marcos, vemos que regresó al lugar donde había situado a los 3 discípulos. Leamos los versículos 37 y 38:
"Entonces vino y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No pudiste velar ni por una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil."
Los 3 discípulos no se habían alarmado en absoluto. En efecto, pudieron dormir durante aquellos momentos tan dramáticos. Y Pedro ni siquiera estaba perturbado porque él iba a negar a Cristo. El debería haber estado velando y orando, pero simplemente se quedó dormido. El velar y el orar es el medio para que nosotros evitemos la tentación en la actualidad.
Observemos que Jesús regresó y repitió la primera oración. Leamos el versículo 39:
"Se fue otra vez y oró, diciendo las mismas palabras."
Y, por otra parte, los discípulos se fueron a dormir otra vez. Leamos el versículo 40:
"Y vino de nuevo y los halló durmiendo, porque sus ojos estaban muy cargados de sueño; y no sabían qué responderle."
No encontraron explicación para su fracaso. Indudablemente aquí comprobamos que no se puede confiar en la naturaleza humana. Continúa el relato en los versículos
"Vino por tercera vez, y les dijo: ¿Todavía estáis durmiendo y descansando? Basta ya; ha llegado la hora; he aquí, el Hijo del Hombre es entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vámonos; mirad, está cerca el que me entrega."
Aparentemente hubo un espacio de tiempo en el que pudieron tener un breve descanso y dormir algo, antes de la detención. Leamos los versículos 43 y 44:
"En ese momento, mientras todavía estaba El hablando, llegó Judas, uno de los doce, acompañado de una multitud con espadas y garrotes, de parte de los principales sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. Y el que le entregaba les había dado una señal, diciendo: Al que yo bese, ése es; prendedle y llevadle con seguridad."
Vemos que al fin llevaron a cabo lo que habían dicho que no iban a hacer, que era el detener a Jesús durante los días de fiesta. Aquí tenemos el relato de uno de los más viles actos de traición. Judas conocía el lugar al que el Señor habitualmente se retiraba a orar y descansar y guió a los enemigos hasta allí.
Un beso constituye una señal de amor y afecto y Judas la usó para traicionar a Cristo, lo que convirtió este acto en algo más cobarde y vil. A propósito, aquí vemos que nuestro Señor, en su humanidad, no tenía un aspecto diferente al de otros hombres. Tuvo que ser identificado con un gesto como aquel beso, en un grupo de gente. Observemos los detalles de la detención en el versículo 45:
"Y habiendo llegado, inmediatamente se acercó a El diciendo: ¡Maestro! Y le besó."
Aquí destacamos que Judas le llamó "Maestro", en vez de llamarle "Señor". Nos recuerda lo que dijo la primera carta a los Corintios 12:3, nadie puede decir: Jesús es el Señor, excepto por el Espíritu Santo. Veamos lo que sucedió leyendo los versículos 46 al 49:
"Entonces ellos le echaron mano y le prendieron. Pero uno de los que estaban allí, sacando la espada, hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja. Y dirigiéndose Jesús a ellos, les dijo: ¿Habéis salido con espadas y garrotes para arrestarme como contra un ladrón? Cada día estaba con vosotros en el templo enseñando, y no me prendisteis; pero esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras."
Este punto marca el momento en que Jesús fue entregado en manos de hombres pecadores para ser conducido a la cruz. Simón Pedro intentó intervenir para rescatarle. Y Jesús destacó lo sucedido como un cumplimiento de la profecía. Si aquella gente hubiera creído en sus propias Escrituras, deberían haber dudado o, incluso, cambiado de opinión. Observemos lo que dice escuetamente el versículo 50:
"Y abandonándole, huyeron todos."
Como ya sospechábamos, fue Simón Pedro el que con su espada cortó la oreja de aquel hombre. El Evangelista Juan también nos dijo que el nombre del siervo era Malco. Simón Pedro era un pescador bastante bueno pero un lamentable espadachín. Había intentado darle en el cuello, pero falló y le cortó la oreja. Y este abandono por parte de todos, fue un cumplimiento de la profecía.
A continuación se produjo un incidente. Leamos los versículos 51 y 52:
"Cierto joven le seguía, vestido sólo con una sábana sobre su cuerpo desnudo; y lo prendieron; pero él, dejando la sábana, escapó desnudo"
Siempre ha habido especulaciones sobre la identidad de este joven. Algunos han creído que pudo haber sido el apóstol Pablo. Otros se inclinaron a favor de Juan Marcos. Personalmente creo que fue Juan Marcos. Leamos el versículo 53:
"Y llevaron a Jesús al sumo sacerdote; y se reunieron todos los principales sacerdotes, los ancianos y los escribas."
Jesús fue llevado ante Caifás, el sumo sacerdote aceptado por Roma. Anás, su suegro, era realmente el sumo sacerdote de acuerdo con la ley de Moisés. Jesús fue llevado primero ante Anás, lo cual fue registrado por Juan. Algunos creen que Anás era el personaje que verdaderamente estuvo implicado en la trama para matar a Jesús. Lo que se describe aquí es una reunión del Sanedrín, supremo tribunal religioso de los judíos. Y el versículo 54 continúa diciendo:
"Pedro le siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote; estaba sentado con los alguaciles, calentándose al fuego."
Pedro estaba precipitándose hacia su vergonzoso fracaso. Seguía a Jesús de lejos y después se sentó en compañía de la gente equivocada. Los versículos 55 al 59 continúan con la citada reunión:
"Y los principales sacerdotes y todo el concilio, procuraban obtener testimonio contra Jesús para darle muerte, pero no lo hallaban. Porque muchos daban falso testimonio contra El, pero sus testimonios no coincidían. Y algunos, levantándose, daban falso testimonio contra El, diciendo: Nosotros le oímos decir: Yo destruiré este templo hecho por manos, y en tres días edificaré otro no hecho por manos. Y ni siquiera en esto coincidía el testimonio de ellos."
Había muchos dispuestos a presentar testimonios falsos, pero no había dos que se pusiesen de acuerdo. Para respaldar una acusación se requería la declaración de, por lo menos, dos testigos. Por supuesto, Jesús no había dicho que destruiría el templo y que levantaría otro en 3 días. El dijo: "Destruid este templo", es decir, "destruid vosotros este templo" Y el escritor Juan explicó: "Pero El hablaba del templo de Su cuerpo" (Juan 2:21). La acción continúa en los versículos 60 al 62:
"Entonces el sumo sacerdote levantándose, se puso en medio y preguntó a Jesús, diciendo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti? Mas El callaba y nada respondía. Le volvió a preguntar el sumo sacerdote, diciéndole: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Jesús dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo con las nubes del cielo."
Jesús no se defendió de falsedades tan obvias. Nuevamente estaba cumpliendo la profecía, en este caso la de Isaías 53:7, que decía:
"y como oveja que ante sus trasquiladores permanece muda, no abrió El su boca."
El silencio de Jesús sorprendió e incomodó al sumo sacerdote. El quería una respuesta de Jesús para ver si El mismo se condenaba. Finalmente, el sumo sacerdote le puso bajo juramento y bajo ese juramento, Jesús afirmó ser el Mesías, el Hijo de Dios. No pudo presentar un título mayor. El añadió un derecho que solo podía pertenecer al Hijo de Dios, de acuerdo con las palabras de la profecía de Daniel 7:13 y 14:
"Seguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí, con las nubes del cielo venía uno como un Hijo de Hombre, que se dirigió al Anciano de Días y fue presentado ante El. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio eterno que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido."
El sumo sacerdote entendió lo que El dijo con todas sus implicaciones. Y exhibió su intensa emoción rasgando sus ropas. Al hacer esto, quebrantó la ley de Moisés, ya que las vestiduras del sumo sacerdote no debían ser rasgadas. Veamos su reacción en los versículos 63 al 65:
"Entonces el sumo sacerdote, rasgando sus ropas, dijo: ¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece? Y todos le condenaron, diciendo que era reo de muerte. Y comenzaron algunos a escupirle, a cubrirle el rostro y a darle de puñetazos, y a decirle: ¡Profetiza! Y los alguaciles le recibieron a bofetadas."
Vemos que le condenaron a morir por afirmar que era el Mesías. La acusación fue cambiada cuando le condujeron ante Pilato, según Marcos 15:3. Su trato para con El constituyó la peor indignidad que tuvo que soportar. ¡Imaginemos lo que significó que escupieran en el rostro al Hijo de Dios!
Mientras la farsa del juicio continuaba teniendo lugar, Simón Pedro estaba pasando por una gran tentación. Leamos los versículos 66 al 70:
"Estando Pedro abajo en el patio, llegó una de las sirvientas del sumo sacerdote, y al ver a Pedro calentándose, lo miró y dijo: Tú también estabas con Jesús el Nazareno. Pero él lo negó, diciendo: Ni sé, ni entiendo de qué hablas. Y salió al portal, y un gallo cantó. Cuando la sirvienta lo vio, de nuevo comenzó a decir a los que estaban allí: Este es uno de ellos. Pero él lo negó otra vez. Y poco después los que estaban allí volvieron a decirle a Pedro: Seguro que tú eres uno de ellos, pues también eres galileo."
Una criada insignificante hizo que negara a Su Señor. En esta ocasión, Pedro se avergonzó de ser reconocido como un seguidor de Jesús. ¿Hemos estado alguna vez en una situación semejante? Que Dios perdone nuestra cobardía y debilidad, como lo hizo con Simón Pedro.
En el tercer encuentro observemos que la debilidad de Simón Pedro de querer hablar demasiado, le causó problemas. Su forma de hablar le puso en evidencia. Continuemos leyendo los versículos 71 y 72:
"Pero él comenzó a maldecir y a jurar: ¡Yo no conozco a este hombre de quien habláis! Al instante un gallo cantó por segunda vez. Entonces Pedro recordó lo que Jesús le había dicho: Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Y se echó a llorar."
Este hombre desconocía sus propias debilidades. Simón Pedro amaba a Jesús y había sido sincero cuando había prometido serle fiel. Pero no se conocía a sí mismo. Todavía no había llegado al punto de reconocer que, de ninguna manera, se podía esperar algo bueno de la naturaleza humana.
Sin embargo, Pedro pudo arrepentirse de su pecado y ésa es la verdadera prueba para un creyente genuino. Aquellas fueron lágrimas de un corazón abrumado por el dolor. Años más tarde, escribiría en su primera carta 1:5; sois protegidos por el poder de Dios mediante la fe, para la salvación que está preparada para ser revelada en el último tiempo. Pedro supo que el Señor Jesús le había protegido.
Concluimos este capítulo con Jesús en manos de sus enemigos. Los suyos habían huido. Uno le había traicionado; otro, le había negado. Había sido la noche del miedo, la traición y la deslealtad, que habían dispersado a los discípulos del Señor. Había sido la noche en que el pecado de los seres humanos se puso, una vez más, en evidencia.
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