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Estudio bíblico de Deuteronomio 7:1-8:9

Deuteronomio 7:1-8:9

En nuestro estudio del libro de Deuteronomio, llegamos hoy al capítulo 7. Pero antes de entrar en el estudio de este capítulo, permítanos añadir algo. Decíamos al final de nuestro programa anterior, que Dios nos ha salvado de la muerte, del pecado y del juicio. Nos trajo al cuerpo de Cristo, que es la iglesia, al lugar de bendición, a la comunión con Él mismo, y finalmente nos conducirá al cielo para culminar Su obra de salvación.

El Señor Jesús fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación, como nos dijo el apóstol Pablo en su carta a los Romanos 4:25. Fue resucitado para nuestra justificación, a fin de que estuviéramos completos delante de Él. Hoy en día, entonces, y en primer lugar, cada cristiano puede decir lo siguiente: Me ha salvado. Ya tenemos la vida eterna. Ya estamos ante Dios por la justicia y méritos de nuestro Salvador. El apóstol Juan en su primera carta, 5:11 y 12, dijo: "Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida."

La segunda cosa que el cristiano puede decir hoy es: Estoy siendo salvado. Dios está actuando en mi vida; guiándola y conformándola más y más a la imagen de Su Hijo. El apóstol Pablo dice en su carta a los Filipenses 2:12,13: "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad". Él está desarrollando los resultados de la salvación en nuestras vidas.

En tercer lugar, el cristiano puede decir: Me salvará. Nadie debiera desanimarse al observarse a sí mismo o a los demás, al reflexionar sobre la falta de evolución espiritual propia o de la de otros. Porque Dios aún no ha terminado Su obra en los creyentes. Nos dijo el apóstol Juan en su primera carta 3:2: "Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es". ¡Cuán cierto es eso, estimado oyente! Dios no ha terminado Su obra en ninguno de nosotros. Y cuando Él aparezca con toda Su gloria, seremos semejantes a Él. Y pasamos ahora a

Deuteronomio 7

Encontramos aquí las instrucciones para la conquista de la tierra. En primer lugar, consideremos

La separación de Israel de las demás naciones

Leamos los primeros dos versículos de este capítulo 7 de Deuteronomio:

"Cuando el Señor, tu Dios, te haya introducido en la tierra a la que vas a entrar para tomarla, y haya expulsado de delante de ti a muchas naciones: al heteo, al gergeseo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo; siete naciones mayores y más poderosas que tú, y el Señor, tu Dios, te las haya entregado y las hayas derrotado, las destruirás del todo. No harás con ellas alianza ni tendrás de ellas misericordia."

Ahora, este es un lenguaje muy severo. Recordemos que Dios había dicho, "No matarás". En aquel mandamiento el verbo ratsach se refería al rencor personal; el odio personal que conduce al homicidio. Aquí se trata de una palabra diferente, que es charam y significa dedicar o consagrar (a Dios o a la destrucción). Aquí les mandó directamente que destruyesen a aquellos que vivían en la tierra.

Continuemos leyendo los versículos 3 y 4

"No emparentarás con ellas, no darás tu hija a su hijo ni tomarás a su hija para tu hijo. Porque apartará de mí a tu hijo, que serviría a dioses ajenos. Entonces el furor del Señor se encenderá contra vosotros y os destruirá bien pronto."

Tenemos aquí el motivo del mandamiento de Dios. Esta gente se estaba consumiendo por las enfermedades venéreas. Si los israelitas se hubieran casado con ellos, habrían destruido la raza. Moisés no comprendía mucho en cuanto a los microbios patógenos; pero Dios sí sabe muchísimo en cuanto a ellos. Esta gente estaba contaminándose e infectándose continuamente, debido a un modo de vida carente de los más elementales principios morales y de respeto a los derechos humanos básicos. Y por tanto, Dios les expulsó de la tierra. Y no sólo eso, sino que esta gente era idólatra y habría conducido a Israel a la idolatría. Por tanto, Dios les dijo que debían destruir completamente sus altares y sus imágenes. Toda esta influencia destructiva debía ser totalmente apartada. Nadie como el Creador conoce bien la naturaleza humana. Su obra de salvación comenzó ya en el Antiguo Testamento y Él sabía bien quienes podrían participar de Su propósito de restaurar a la raza humana a su debida dignidad y calidad de vida, y quienes persistirían en su autodestrucción.

Dios pronunció una solemne advertencia. Si se casaban con ellos y si volvían a adorar a otros dioses, Dios les expulsaría a ellos también de la tierra. Y sin embargo, Dios expuso claramente a Israel que Él era el Dios de amor. Les dio estos mandamientos porque les amaba. Continuemos leyendo los versículos 6 al 8 de este capítulo 7 de Deuteronomio:

"Porque tú eres pueblo santo para el Señor, tu Dios; el Señor, tu Dios, te ha escogido para que le seas un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros el más numeroso de todos los pueblos os ha querido el Señor y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos, sino porque el Señor os amó y quiso guardar el juramento que hizo a vuestros padres; por eso os ha sacado el Señor con mano poderosa, y os ha rescatado de la servidumbre, de manos del faraón, rey de Egipto."

Usted recordará que Dios les dijo en el libro de Éxodo, que había oído el clamor de su dolor. Aquel gemido encontró una respuesta en el corazón de Dios porque les amaba y, por tal motivo, les liberó de la esclavitud. Y continuó repitiéndoles que obedeciesen Sus mandamientos. Porque, ¿cuál debía ser la respuesta del ser humano al amor de Dios? Pues, la obediencia. Leamos los versículos 9 al 11:

"Conoce, pues, que el Señor, tu Dios, es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta por mil generaciones, pero que da su merecido, en su propia persona, al que le aborrece, destruyéndolo; a quien le odia, no se demora en darle en su propia persona el pago. Guarda, por tanto, los mandamientos, estatutos y decretos que yo te mando hoy que cumplas."

Dios bendeciría a cualquier pueblo que respondiese a Dios con una actitud de obediencia. Continuemos leyendo los versículos 12 y 13:

"Por haber oído estos decretos, haberlos guardado y puesto por obra, el Señor, tu Dios, guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres. Te amará, te bendecirá y te multiplicará, bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría."

Qué maravilloso habría sido si Israel hubiera creído en Dios. Él les dijo todas estas cosas para animarles. Les prometió victoria. Pasemos ahora a los versículos 17 y 18:

"Si dices en tu corazón: Estas naciones son mucho más numerosas que yo, ¿cómo las podré exterminar?, no les tengas temor. Acuérdate bien de lo que hizo el Señor, tu Dios, con el faraón y con todo Egipto"

La fidelidad de Dios en el pasado, debía servirles de estímulo para el futuro. ¿No ocurre precisamente lo mismo con nosotros, estimado oyente? Pasemos ahora a los versículos 21 y 22 de este capítulo 7 de Deuteronomio:

"No desmayes delante de ellos, porque el Señor, tu Dios, está en medio de ti, Dios grande y temible. El Señor, tu Dios, irá expulsando a estas naciones de delante de ti poco a poco; no podrás acabar con ellas en seguida, para que las fieras del campo no se multipliquen contra ti."

Aquí vemos la sabiduría de Dios. Él estaba pensando en la seguridad de ellos, sabiendo que si aquella población fuera destruida repentinamente, los animales salvajes ocuparían la tierra. Leamos ahora el versículo 23:

"Pero el Señor, tu Dios, las entregará delante de ti, y les causará grandes destrozos hasta que sean destruidas."

Todas estas naciones debían ser expulsadas de la tierra, y completamente destruidas a causa de sus prácticas, que las conducían a su propio exterminio. Ahora, no podemos decir que Dios no había sido paciente con ellas. Aun en Génesis 15:16, Dios había dicho a Abraham que sus descendientes no volverían a la tierra hasta la cuarta generación. "Porque aún no habrá llegado a su colmo la maldad del amorreo". Dios dio a estas naciones 430 años para ver si se convertían de sus pecados a Dios. Estimado oyente, ¿por cuánto tiempo más debiera Dios haber prolongado Su misericordia y paciencia? Dios les dio un tiempo de misericordia que duró unos 430 años. Pero, luego la copa de maldad se llenó, y el juicio de Dios descendió sobre ellos. Por tanto, es mejor no tener una falsa compasión por esas naciones. Más bien, vamos a aprender de estos eventos. Dios es un Dios de misericordia y de amor, tanto en el Antiguo, como en el Nuevo Testamento.

Y así concluimos nuestro estudio del capítulo 7 de Deuteronomio. Llegamos ahora a

Deuteronomio 8:1-9

Tema: el trato pasado de Dios con los seres humanos, da seguridad para el futuro.

En este discurso de repetición de la ley, uno creería que el gran énfasis estaría sobre la ley y la obediencia, pero estamos viendo que el énfasis estuvo sobre el amor y la obediencia.

Usted recordará que en el capítulo 7, aprendimos que el Señor no amaba a los israelitas porque fuesen muchos. En realidad eran pocos. Israel nunca había sido una nación grande, hablando numéricamente. ¿Cuál sería pues, la respuesta a aquel tipo de amor? ¡La respuesta debía ser obediencia! Dios bendeciría a cualquier persona que respondiese a Su amor. Y esa respuesta a Su amor, debía ser la obediencia.

Llegamos ahora a la sección que trata de los reglamentos religiosos y nacionales. Esta sección incluye este capítulo 8 hasta el capítulo 21. Leamos pues, el primer versículo de este capítulo 8 de Deuteronomio, que da comienzo al párrafo titulado,

El recuerdo del pasado debía estimular a la obediencia

"Cuidaréis de poner por obra todo mandamiento que yo os ordeno hoy, para que viváis, seáis multiplicados y entréis a poseer la tierra que el Señor prometió con juramento a vuestros padres."

Aquí estaba la nueva generación, en el lado oriental del río Jordán. Estaban listos para cruzar al otro lado y entrar en la tierra con mucha inquietud y esperanza. A medida que Moisés les estaba preparando para entrar en la tierra, les estimulaba a obedecer a Dios. Continuemos con el versículo 2:

"Te acordarás de todo el camino por donde te ha traído el Señor, tu Dios, estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos."

Dios quería que ellos se acordasen del pasado. Debían ver que en el pasado, Dios había tratado con ellos, probándoles y preparándoles...

Y Dios quiere que nosotros también nos acordemos de nuestro pasado. Pablo lo expresó para el creyente, en su carta a los Filipenses 1:6, de la siguiente manera: ". . .estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo". Debemos recordar que Dios nos ha guiado y que nos ha bendecido. ¿No es esto verdad en cuanto a usted, estimado oyente? No puede usted decir que Dios le ha guiado hasta esta misma hora? Si Él lo ha hecho en el pasado, Él continuará haciéndolo en el futuro. Estos recuerdos son para nuestro estímulo; para darnos seguridad de cara al futuro.

Ahora, ¿Por qué probó Dios a los israelitas en el desierto? Fue para humillarlos y para demostrar lo que verdaderamente había en su corazón. Eso explica el por qué Dios nos prueba a usted y a mi. A veces es como si nos metiera en el horno y lo calentase mucho. ¿Para qué? Dirá usted. Bueno, para probarnos y para humillarnos. Recuerde que el cristiano no está exento de enorgullecerse ni de desarrollar una excesiva confianza en sí mismo. Podemos observar fácilmente la jactancia y el orgullo con el cual el ser humano camina por la tierra en el día de hoy. Por tanto, Dios ha de tomar a Su pueblo y hacer que pase por pruebas para humillarlo.

¿Sabe usted que las pruebas realmente comprueban la calidad del metal? Las pruebas revelarán si una persona en verdad es hijo de Dios, o no. Es por eso que muchas veces es difícil saber si un creyente es genuino o no. Una persona que ha sido probada es alguien en quien se puede tener confianza. Continuemos leyendo el versículo 3 de este capítulo 8 de Deuteronomio:

"Te afligió, te hizo pasar hambre y te sustentó con maná, comida que ni tú ni tus padres habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor vivirá el hombre."

Nuestro Señor citó este versículo cuando fue tentado en el desierto. Encontramos esto en Mateo 4:4 y también en Lucas 4:4. Si el Señor Jesús no hubiera citado este versículo, es probable que nosotros hubiéramos pasado por alto la gran lección espiritual que hay aquí.

Dios ha sido bondadoso con nosotros. Nos ha bendecido con cosas materiales, de muchas maneras. La lección importante es que Dios nos da aquellas cosas, a fin de que veamos que hay una riqueza espiritual, y esa riqueza es la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es la que hoy constituye la verdadera riqueza para el hijo de Dios. Continuemos con el versículo 4:

"El vestido que llevabas puesto nunca envejeció, ni el pie se te ha hinchado en estos cuarenta años."

Luego dice: "Ni el pie se te ha hinchado en estos cuarenta años". Un médico que también era misionero, explicaba una vez que en un país del Oriente donde él vivía; la gente tenía una dieta fija, sin variaciones. No recibían todas las vitaminas que necesitaban, y por tanto muestran los síntomas de una enfermedad llamada beriberi, causada por la carencia en la dieta de la vitamina B1, y uno de cuyos síntomas es la hinchazón de los pies. Ahora, los israelitas sí recibieron todas las vitaminas y el alimento que el cuerpo necesitaba. ¿Qué comieron los israelitas por cuarenta años? Pues, comieron el maná. Dios les dio a comer el maná, que fue una comida maravillosa y milagrosa. Proveyó todo el alimento que necesitaban para la nutrición adecuada y la salud de sus cuerpos.

El maná espiritual es una descripción de la Palabra de Dios. Es un alimento maravilloso que suplirá todas sus necesidades. Aquí en el programa La Fuente de la Vida, nos admiramos de cómo las cartas recibidas prueban esta realidad. Recibimos muchísimas cartas y entre ellas podemos encontrar la carta de aquel oyente que nos contó que estaba pasando por una gran aflicción, y que un día hablamos sobre cierto capítulo que le trajo consuelo al corazón. Otro nos dijo que andaba alejado de Dios, en pecado, y que había llegado a convertirse en una persona fría e indiferente. Pero un pasaje concreto de la Palabra de Dios le permitió restaurar su relación con Dios. Otro escribió para decirnos que escuchó el programa y que Dios le salvó al recibir al Señor Jesucristo como su Salvador personal. Estimado oyente, la Biblia suplirá sus necesidades individuales, sean cuales fueren.

Ahora, Dios prometió bendiciones temporales a la nación de Israel si le servían. Leamos los versículos 5 hasta el 9 de este capítulo 8 de Deuteronomio:

"Reconoce asimismo en tu corazón, que, como castiga el hombre a su hijo, así el Señor, tu Dios, te castiga. Guardarás, pues, los mandamientos del Señor, tu Dios, andando en sus caminos y temiéndolo. Porque el Señor, tu Dios, te introduce en la buena tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que brotan en vegas y montes; tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel; tierra en la cual no comerás el pan con escasez, y donde no te faltará nada; tierra cuyas piedras son de hierro y de cuyos montes sacarás cobre."

Dios no da esta promesa hoy a los cristianos. Y quisiéramos que usted lo note bien. Existe la noción desequilibrada de que si usted es fiel, Dios le prosperará con bienes temporales. Estimado oyente, eso no es verdad. Dios prometió prosperar a Israel en la tierra. Pero, no prometió prosperar al cristiano con los bienes materiales de este mundo.

Hace unos momentos comparábamos el maná que Dios proveyó a aquel pueblo en el desierto, con la Palabra de Dios. Quisiéramos concluir afirmando que la Biblia, la Palabra de Dios, nos presenta a Jesucristo, la Palabra de Dios encarnada, que vivió entre nosotros, nos dejó Sus enseñanzas, murió en una cruz por nosotros y resucitó. Hemos dicho hoy que la respuesta al amor debiera ser la obediencia. La respuesta que Él le pide hoy a usted, estimado oyente, es que crea en el Señor Jesucristo, para ser salvo. Y Jesús mismo, desde las páginas de las Sagradas Escrituras, nos recuerda su invitación, registrada en Juan 6:35, cuando dijo; Yo soy el pan de vida. El que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree no tendrá sed jamás.

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