Estudio bíblico de 1 Samuel 21:9-22:23
1 Samuel 21:9-22:23
Continuamos hoy nuestro estudio del capítulo 21 del primer libro de Samuel. En nuestro programa anterior, nos detuvimos cuando David le preguntó al sacerdote Ahimelec, en el versículo 8, si tenía lanza o espada, porque él no había llevado su espada ni sus armas porque, según dijo él, la orden del rey era apremiante. Y señalamos el hecho de que en muchas ocasiones las Escrituras pueden ser citadas incorrectamente. Muchos, por ejemplo, en base a esa frase, dicen que hay ciertas cosas en la obra del Señor que tienen que hacerse rápidamente porque la orden o los asuntos del rey son apremiantes o urgentes. Pero dijimos, que en primer lugar, David no tenía ni espada ni lanza, debido a que había tenido que huir de prisa. Además, tampoco se encontraba allí en una misión del rey. Por otra parte, mostramos la paciencia con que obra Dios. Y dijimos que Dios obraría de esa manera en la vida de David. Veremos que David pasaría por un proceso de formación en su huída y cuando se tuvo que refugiar en las cuevas. Ése es el método de Dios. Dios, estimado oyente, no tiene prisa y se toma Su tiempo para preparar a sus siervos. Moisés tenía prisa porque quería liberar a los hijos de Israel unos 40 años antes de lo que Dios había planeado. Pero la verdad era que Moisés no estaba preparado para su misión. Dios tuvo que colocarle en el desierto y educarle por 40 años, hasta que estuviera listo. Dios obra lenta y pacientemente, tal como le vemos desde un punto de vista humano, porque en el cumplimiento de Sus propósitos abarca factores que, con frecuencia desconocemos. Pero, cuán impacientes nos ponemos. La paciencia pues, es algo que todos necesitamos aprender, y David también necesitaba aprenderla. Dios ha tenido que educar así a Sus hijos. Dios ha tenido que enseñar paciencia a cada uno de las personas que ha usado. Destacamos también que Dios envió a Su Hijo al mundo 33 años antes de Su victoria en la cruz. David pues, estaba diciendo algo en este capítulo que bajo las circunstancias reveladas, no es aplicable a la obra del Señor. David no estaba cumpliendo ninguna misión para el rey. Continuemos hoy leyendo el versículo 9 de este capítulo 21 del primer libro de Samuel:
"El sacerdote respondió: La espada de Goliat el filisteo, al que tú venciste en el valle de Ela, está aquí envuelta en un velo detrás del efod; si quieres tomarla, tómala; porque aquí no hay otra sino esa. David respondió: Ninguna como ella; dámela."
Es interesante notar aquí que unos años antes, a David le fue posible usar solamente una honda para matar a Goliat; pero había estado en el palacio del rey por mucho tiempo y parece que había perdido su habilidad con la honda. Ahora necesitaba una espada, y entonces usaría la espada de Goliat ya que estaba disponible. Leamos ahora el versículo 10:
"Se levantó David aquel día, y huyendo de la presencia de Saúl, se fue a Aquis, rey de Gat."
David se alejó de Saúl tanto como pudo, y fue a Aquis. Cuando llegó allí, entre aquellos extranjeros, descubrió que estaba en peligro. Eran enemigos de Israel; así que David tuvo que fingir que era un loco, como nos relatan los versículos 11 al 15. La simulación de David, pues, tuvo éxito, porque el rey de Aquis se la creyó. Y en esa forma pudo escapar al peligro que le acechaba.
Y así concluimos nuestro estudio de este capítulo 21 del primer libro de Samuel. Y entramos ahora a
1 Samuel 22:1-23
Este capítulo comienza un período de la vida de David en el cual él tuvo que esconderse en cuevas. Estaba aprendiendo que los asuntos del reino no requerían un proceder apresurado. Dios le estaba preparando así como había también entrenado a otros. Durante esos años en que tuvo vivir escondido de la presencia de Saúl, que procuraba matarle, fue perseguido y acosado de un lugar a otro. Se vio obligado a refugiarse en bosques y cavernas para escapar a la ira del rey. Durante ese período, David se describió a sí mismo de las siguientes maneras. Dijo en el capítulo 26 de este primer libro de Samuel, en el versículo 20: "me persiguen cual perdiz". En el Salmo 102, versículo 6 dijo: "soy semejante al pelícano del desierto". En el mismo versículo dijo, "Soy como el búho de las soledades". También en el Salmo 57, versículo 4 dijo: "Mi vida está entre leones". Y más adelante, en el versículo 6 del mismo Salmo 57, dijo: "red han armado a mis pasos."
En este capítulo, considerado en su totalidad, ocurrieron los siguientes eventos: David reunió a sus valientes. Encomendó a sus padres al rey de Moab. Doeg, acusó a Ahimelec. Saúl mandó matar a Ahimelec y a los otros sacerdotes, por haber ayudado a David y Doeg, ejecutó la orden. Pero Abiatar escapó y trajo las noticias a David.
Al comenzar a considerar este capítulo, diremos que tanto tiempo de huir constantemente de Saúl, había convertido a David en un hombre fatigado y desanimado. Cuando el cerco de Saúl se estrechó y la presión fue muy grande, se retiró a la cueva de Adulam, formación rocosa al suroeste de Jerusalén, situada en un valle entre Filistea y Hebrón. Leamos los versículos 1 y 2, que dan comienzo a un párrafo titulado
David reunió a sus valientes
"Partió David de allí y se refugió en la cueva de Adulam; cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, fueron allí a reunirse con él. Además se le unieron todos los afligidos, todos los que estaban endeudados y todos los que se hallaban en amargura de espíritu, y llegó a ser su jefe. Había con él como cuatrocientos hombres."
Podemos hacer aquí una maravillosa comparación entre David y el descendiente más importante de David, el Señor Jesucristo, durante estos diez años del período de su rechazo. Podemos comparar este tiempo en la vida de David con el estado presente de nuestro Señor. Usted y yo, estimado oyente, vivimos en tiempos de rechazo a Jesucristo. El mundo ha rechazado a Cristo así como David fue rechazado y perseguido como si fuera animal. Su enemigo Saúl andaba buscándole y hoy, nuestro enemigo Satanás anda buscándonos a nosotros. El apóstol Pedro en su primera carta, capítulo 5, versículo 8, nos advirtió diciendo: "Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar". David pudo decir que su vida estaba entre leones, y nosotros hoy podemos decir lo mismo. Es durante nuestra época cuando el Señor Jesucristo está llamando del mundo a un pueblo que invoque Su nombre. Está invitando a aquellos que se hallan en apuros, a los que pasan por momentos de acoso y presión a causa de sus deudas, y a aquellos que se encuentran descontentos.
Estas tres clases de personas existían en los tiempos de David. En cuanto al primer grupo de personas, diremos que había quienes se hallaban en apuros. Saúl les perseguía y les oprimía. Pasó mucho tiempo antes que David rompiera con Saúl, y había muchos que por un tiempo siguieron fieles a Saúl. Pero, por último, ellos también se vieron obligados a huir porque sus vidas estaban en peligro. Muchos huyeron hacia donde David estaba y se unieron a su grupo.
En cuanto a los tiempos en que vivimos, si usted, estimado oyente, ha sentido el azote del látigo de la injusticia en el mundo; si ha sufrido por la falta de equidad y se halla oprimido no sabiendo a dónde ir, le aconsejamos entonces que acuda al Señor Jesucristo. Muchos hoy tratan de encontrar una salida a sus dificultades y recurren a toda clase de supuestas panaceas. Algunos acuden a las drogas, otros al alcohol, y algunos al suicidio. Hay Uno que hoy mismo nos está llamando a todos. Él dijo en el evangelio según San Lucas capítulo 19, versículo 10: "Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido". Dios, estimado oyente, quiere ayudarle. Él puede ayudarle. El escritor a los Hebreos nos dijo en el capítulo 2 de su carta, versículo 18: "Y como él mismo sufrió y fue puesto a prueba, ahora puede ayudar a quienes igualmente son puestos a prueba". Estimado oyente, ¿está usted siendo tentado y probado? ¿Se halla usted en apuros? Usted necesita entonces un Salvador, y Él está hoy llamando a todos aquellos que están dispuestos a ir a Él en estos tiempos difíciles.
En cuanto al segundo grupo de personas, diremos que hubo otros que vinieron a David durante este tiempo de su rechazo y que se hallaban en la situación de deudores. La deuda es un cáncer que destruye, no importan las circunstancias. En aquel entonces, si un hombre era declarado deudor, podría perder su propiedad e incluso ser vendido a la esclavitud. Las personas necesitaban ser protegidos, pero no lo eran. Este rey, Saúl permitió que los hombres se convirtieran en esclavos. Es que no estaba aplicando la ley de Moisés. Puede ser que en su afán por cobrar impuestos, hasta hubiera contribuido a esta triste situación.
El pecado nos ha hecho deudores a Dios. ¿Recuerda usted la oración que Jesús enseñó a Sus discípulos, que comúnmente llamamos "El Padre Nuestro"? Hay una frase en ella que dice así: "Y perdónanos nuestras deudas". Estimado oyente, sólo Dios nos puede perdonar. El perdón siempre se basa en el pago de una deuda, y en aquellos tiempos, aquellos que se hallaban en esta situación de deudores, tuvieron que huir. Ahora, David en verdad no pagó las deudas, pero Cristo sí las pagó. Pagó la deuda del pecado al morir en la cruz. Y así nos libró. Eso es lo que el Señor Jesucristo ha hecho por usted y por mi, estimado oyente. Si usted es consciente que se halla hoy como deudor ante Dios y cree que no tiene medios para pagar, venga entonces a Él, al Señor Jesucristo, quien ya pagó la deuda por usted. En aquellos tiempos, las personas huían buscando un refugio en David. Pero hoy, usted puede huir y buscar un refugio en Jesucristo. ¡Qué maravilloso privilegio es ése!
Ahora, un tercer grupo, es decir, los descontentos también vinieron a David. Y esto quiere decir que estaban en amargura de espíritu. Las circunstancias y las experiencias de la vida los habían amargado. Permítanos decirle estimado oyente, que en los últimos años, hemos notado en todas partes sentimientos de inquietud. Parece que hay una tendencia evidente de descontento e insatisfacción, que se manifiesta de diversas maneras, dependiendo del país y las circunstancias específicas de cada nación. Estimado oyente, hay experiencias de la vida que, con toda seguridad, le producirán amargura, a menos que usted vea la mano de un Dios actuando que tiene las circunstancias bajo Su control, así como José la vio, tal como vimos en los últimos capítulos del Génesis. Hay Alguien a quien usted puede acudir hoy. Él es el Señor Jesucristo, el rey rechazado. Jesús dijo en el evangelio según San Mateo, capítulo 11, versículo 28: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar". Y también dijo en el evangelio según San Juan, capítulo 7, versículo 37: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba."
Y así como en aquellos lejanos tiempos, David en el exilio recibió a aquellos cuatrocientos hombres que se encontraban oprimidos y en apuros, deudores, y descontentos, ¡qué imagen elocuente fue él de el Señor Jesucristo quien, en esta época de rechazo está llamando en el mundo a personas que encuentren refugio en Él! Permítanos preguntarle, ¿ha respondido usted a Su llamamiento?
Continuemos pues con nuestro relato leyendo los versículos 3 y 4 de este capítulo 22 del primer libro de Samuel:
"De allí se fue David a Mizpa de Moab, y dijo al rey de Moab: Te ruego que mi padre y mi madre se queden con vosotros, hasta que sepa lo que Dios hará de mí. Los trajo, pues, a la presencia del rey de Moab, y habitaron con él todo el tiempo que David estuvo en el lugar fuerte."
Los padres de David también salieron de Belén de Judá y fueron a Moab. Otra familia había hecho lo mismo. ¿Recuerda usted cuál familia fue esa? Un hombre llamado Elimelec llevó a su esposa Noemí, y sus dos hijos de su hogar en Belén de Judá, a Moab debido al hambre que había en la tierra de Israel. Así fue como Rut tuvo su entrada en la historia bíblica. El padre de David fue el nieto de Rut, la moabita, la cual fue indudablemente la razón por la que el rey de Moab concedió asilo a la pareja en la tierra de Moab. El simple hecho de que David salió de las tierras de Israel y se fue a Moab, significó que estaba realmente asustado. Creemos que no debería haber salido de Israel, porque Dios le habría protegido si se hubiese quedado allí. Parece que su fe titubeó un poco, como sucedió con la fe de de Abraham cuando, en tiempos también difíciles, se dirigió a Egipto. Pero continuemos con los versículos 5 hasta el 8 de este capítulo 22 del primer libro de Samuel, que preceden a un grave incidente en el cual
Saúl mató a los sacerdotes de Dios
Parecía que Saúl estaba desarrollando algunas tendencias paranoicas y tenía un complejo de persecución. Quizás era comprensible que tuviera este complejo porque había descubierto que su propio hijo no le había sido fiel. Y se preguntaba por qué estos hombres a su servicio no le habían revelado este hecho. Porque, al parecer, no se lo habían revelado. Sin embargo, había un hombre que sabía hacia dónde había huido David, y le dijo a Saúl lo que sabía. Ya le habíamos conocido antes. Estaba en el tabernáculo, cuando David y sus hombres comieron el pan sagrado. Pues, bien, escuchemos lo que dijo aquí en los versículos 9 y 10 de este capítulo 22 del primer libro de Samuel:
"Entonces Doeg, el edomita, que era el principal de los siervos de Saúl, respondió: Yo vi al hijo de Isaí venir a Nob, adonde estaba Ahimelec hijo de Ahitob. Éste consultó al Señor por él, le dio provisiones y también la espada de Goliat, el filisteo."
Después de que Doeg le facilitó a Saúl esta información, Saúl decidió entonces castigar al sacerdote Ahimelec. Y veamos lo que ocurrió aquí en los versículos 11 hasta el 14 de este capítulo 22 del primer libro de Samuel:
"Mandó el rey a llamar al sacerdote Ahimelec hijo de Ahitob, y a toda la casa de su padre, los sacerdotes que estaban en Nob, y todos vinieron ante el rey. Y Saúl dijo: Oye ahora, hijo de Ahitob. Heme aquí, señor mío?respondió él. Saúl añadió: ¿Por qué habéis conspirado contra mí, tú y el hijo de Isaí? Le diste pan y una espada, y consultaste a Dios por él, para que se subleve contra mí y me aceche, como lo hace en el día de hoy. Ahimelec respondió al rey: ¿Y quién entre todos tus siervos es tan fiel como David, que además es yerno del rey, sirve a tus órdenes y todos lo honran en tu propia casa?"
Saúl envió a buscar al sacerdote Ahimelec y a los otros sacerdotes que estaban en Nob. Y le preguntó a Ahimelec por qué había ayudado a escapar a David, y el sacerdote le dio al rey una contestación veraz. Había tenido los motivos más elevados para actuar así y no fue consciente de que David no había sido honesto con él. Más tarde, creemos que David sintió gran tristeza por haber engañado a Ahimelec cuando le había hecho creer que estaba cumpliendo una misión para Saúl. Continuemos leyendo los versículos 15 hasta el 17:
"¿Acaso he comenzado hoy a consultar a Dios por él? ¡No, lejos de mí! Que el rey no culpe de cosa alguna a su siervo, ni a toda la casa de mi padre; porque tu siervo ninguna cosa, grande ni pequeña, sabe de este asunto. Pero el rey respondió: Sin duda morirás, Ahimelec, tú y toda la casa de tu padre. Luego dijo el rey a la gente de su guardia que estaba a su lado: Volveos y matad a los sacerdotes del Señor; porque también la mano de ellos está con David, pues sabiendo ellos que huía, no me lo hicieron saber."
Pero los siervos del rey no quisieron extender sus manos para matar a los sacerdotes del Señor.
Ahimelec fue muy sincero con el rey. Le dijo toda la verdad. Pero en su ira, Saúl no escuchó sus razones sino que ordenó a sus siervos que mataran a todos los sacerdotes; pero vemos que ellos no quisieron cumplir su orden. Pero el rey había llegado tan lejos en su rebelión y pecado que no se detendría ante nada. Entonces, le encargó a Doeg que le hiciera el trabajo sucio. Leamos el versículo 18:
"Entonces dijo el rey a Doeg: Vuélvete y arremete contra los sacerdotes. Y se volvió Doeg, el edomita, atacó a los sacerdotes y mató en aquel día a ochenta y cinco hombres que vestían efod de lino."
Éste fue un crimen gravísimo y terrible que Saúl cometió. Si Dios no le hubiera ya rechazado anteriormente, lo hubiera hecho en aquel mismo momento. Continuemos leyendo el versículo 19 de este capítulo 22 de 1 Samuel:
"Y a Nob, ciudad de los sacerdotes, la pasó Saúl a filo de espada: a hombres, mujeres y niños, hasta los de pecho, y bueyes, asnos y ovejas, todo lo hirió a filo de espada."
La amargura y la venganza de este hombre Saúl fue terrible. La amargura es algo de la cual debemos tener mucho cuidado. El escritor a los Hebreos en el capítulo 12 de su carta, versículo 15, nos advirtió al respecto diciendo: "Mirad bien, para que ninguno deje de alcanzar la gracia de Dios, y para que no brote ninguna raíz de amargura que os perturbe, y contamine a muchos". Cuando la amargura entra en los corazones de los hijos de Dios y toma posesión de la personalidad de alguien es algo feroz y terrible. Y eso es lo que sucedió aquí en el caso de Saúl. Él era definitivamente un hombre de Satanás. Es por eso que uno no puede estar demasiado seguro en cuanto a la salvación de personas, aunque incluso profesen ser creyentes y parezcan estar activas en la obra del Señor, cuando las vemos motivadas por un amargo rencor arraigado en su espíritu. En verdad, es difícil arrancar la cizaña, distinguiéndola del trigo en un tiempo como éste. Tal fue el caso aquí con Saúl. Leamos ahora los versículos finales, versículos 20 al 23 de este capítulo 22 del primer libro de Samuel:
"Pero uno de los hijos de Ahimelec hijo de Ahitob, que se llamaba Abiatar, pudo escapar, y huyó tras David. Abiatar dio aviso a David de cómo Saúl había dado muerte a los sacerdotes del Señor. Y David le dijo: Ya sabía yo aquel día que estando allí Doeg, el edomita, él se lo haría saber a Saúl. He ocasionado la muerte a todas las personas de la casa de tu padre. Quédate conmigo, no temas; quien busque mi vida, buscará también la tuya; pero conmigo estarás a salvo."
David se sintió aquí culpable de la muerte de los sacerdotes, y decidió entonces concederle refugio a Abiatar, hijo de Ahimelec, el sacerdote que le había ayudado.
Otra vez el relato nos ha llevado a contemplar la tragedia de la vida de Saúl. Era un prisionero de esas pasiones que consumían su vida. Los celos, la envidia, el rencor le empujaban por una pendiente, por la cual se precipitaba, cada vez más velozmente, hacia un abismo. Y su odio nos deja con una sensación de impotencia y no solo por el sufrimiento que provocó en otros, sino por el daño que sufría él mismo. Es la misma sensación de impotencia, que sentimos hoy al ver la agresividad de muchos que se revuelven ferozmente, encadenados por sentimientos que no pueden controlar. Solo Jesucristo, que llevó sobre lo cruz nuestros pecados y resucitó en victoria sobre la muerte y las fuerzas esclavizadoras del mal, puede poner remedio a esa situación sin salida. Recordemos que Jesucristo, en uno de Sus primeros mensajes, pronunciado precisamente en un centro religioso dijo que el Espíritu le había enviado a sanar a los quebrantados de corazón, y a pregonar libertad para los cautivos. Estimado oyente, cualquiera sea su situación, el mensaje de Jesucristo es para usted, y el poder de Su Evangelio puede ser una realidad ahora mismo, si usted le deja entrar en su vida, y sanar toda herida, quebrantar todas las cadenas, y transformarle en un ser libre para amar a Dios y a sus semejantes.
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