Estudio bíblico: Pecado, justicia y juicio - Juan 16:9-11
"Pecado, justicia y juicio" (Juan 16:9-11)
Después de haber considerado que el Espíritu Santo convence al hombre caído de su estado, ahora vamos a ver cómo lo hace exactamente.
El Espíritu Santo convence de pecado
(Jn 16:9) "De pecado, por cuanto no creen en mí;"
La obra del Espíritu Santo en los incrédulos comienza por convencerlos de su rebelión contra Dios. Esto lo hace sacando a la luz su pecado y despertando la conciencia del pecador respecto a la maldad del pecado. Todo esto lo hará con miras a la salvación del pecador, que es el pensamiento principal en todo este pasaje.
No es fácil corregir las ideas erróneas que el mundo tiene en cuanto al pecado, de hecho, si no fuera porque el Espíritu Santo convence a cada pecador de forma individual, las personas nunca llegarían a verse como pecadoras, y tampoco se convertirían. Ningún cristiano, ni tan siquiera los apóstoles, tienen la capacidad de llevar a los pecadores a esta convicción a través de su erudición, elocuencia o persuasión.
¿Por qué es tan difícil que una persona llegue a esta convicción? El problema radica en que el pecado produce en nosotros un efecto engañoso que nos hace creer que somos básicamente buenos, y que Dios tiene que estar complacido con nosotros. Pero la Palabra de Dios nos revela que la realidad es exactamente la contraria. Aun así, los pecadores siguen creyendo que eso debe referirse a otras personas mucho peores que ellos. Por esta razón es imprescindible la labor de convicción del Espíritu Santo en las conciencias y mentes de cada persona, mostrándoles la situación real en la que se encuentran delante de Dios.
Por lo tanto, este convencimiento debe ser previo a que el pecador llegue al arrepentimiento, que a su vez es uno de los requisitos, junto con la fe, para que se produzca una auténtica conversión.
Aunque esta labor de convicción le corresponde al Espíritu Santo, también cada predicador del Evangelio debe comenzar mostrando bíblicamente a los incrédulos su culpabilidad por medio de la Palabra. Esto no será fácil en una cultura como la nuestra, en la que por todos los medios se trata de destruir cualquier sentido de culpabilidad en el hombre. Sin lugar a dudas, aquellos que traten de hacer entender a las personas que son pecadoras y les muestren los terribles efectos que tiene estar bajo la justa ira de Dios, serán considerados como personas dañinas. Pero aquellos que se acercan al evangelio sin haber entendido la gravedad de sus pecados, difícilmente llegarán a apreciar tampoco la grandeza de la gracia de Dios. Aquellos predicadores que hablan superficialmente del pecado, no podrán servir fielmente como agentes del Espíritu Santo en la tarea de conducir a otros al convencimiento del pecado.
Notemos también que entre todos los pecados de los cuales el Espíritu Santo podría convencer al pecador, sólo menciona uno: el de no creer en el Señor Jesucristo.
Claro está que habría una lista interminable de otros muchos pecados que el Espíritu Santo podría usar para convencer a las personas de su maldad, pero aquí se subraya el más grave de todos: no creer en Cristo.
¿Por qué es tan grave este pecado? La razón es que cualquier otro pecado puede ser perdonado por medio del sacrificio que el Hijo de Dios realizó en la Cruz, pero si la persona se niega a creer en Cristo, entonces ya ha sido condenada por sus propios pecados. El Señor Jesucristo lo explicó claramente:
(Jn 3:36) "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él."
No creer en Cristo es el peor pecado que una persona puede comentar, porque este le aleja de la gracia salvadora de Dios.
Fijémonos que la convicción de pecado, aunque necesaria para la salvación, por sí sola no salva; es necesario que haya auténtico arrepentimiento y fe en Cristo.
¡Qué triste la nota que el evangelista introdujo al final del ministerio público del Señor!
(Jn 12:37) "Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él."
Cuando observamos el testimonio que los apóstoles dieron en el día de Pentecostés, resulta evidente que el único pecado al que hicieron referencia cuando predicaron a los judíos y prosélitos allí reunidos fue el de su incredulidad en Jesús, la que les llevó a crucificarle.
(Hch 2:22-24) "Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella."
Cuando ellos crucificaron a Jesús pensaron que estaban sirviendo a Dios, pero cuando después de su muerte Jesús resucitó de los muertos, tuvieron la evidencia de que habían cometido el crimen más horrible de toda la Historia de la humanidad: habían matado al mismo Hijo de Dios enviado para salvarles de sus pecados. En ese punto el Espíritu Santo produjo en ellos una íntima convicción de pecado:
(Hch 2:37-38) "Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo."
Llegar a esta convicción de pecado puede ser una de las experiencias más abrumadoras por las que un ser humano pueda pasar, pero al mismo tiempo es de las más esperanzadoras. Cuando el hombre se enfrenta cara a cara con la realidad de su estado espiritual y lo comprende, puede clamar como aquellos judíos del primer siglo buscando una solución, y Dios siempre les va a guiar a ella por medio de la fe en Cristo. Es verdad que la persona también puede negarse a esta realidad, tal como hicieron la mayoría de los gobernantes religiosos del judaísmo, trayendo sobre ellos la condenación, y también un estado de endurecimiento que iba a empeorar rápidamente.
La crucifixión de Cristo, tal como la entendieron los primeros cristianos, fue el colmo de la incredulidad, la rabia y la furia humanas contra Dios. Ellos vieron claramente confirmado este hecho por medio de las Escrituras.
(Hch 4:24-28) "Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; que por boca de David tu siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra su Cristo. Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera."
David había profetizado un esfuerzo concertado por parte de los judíos y de los gentiles para deshacerse del Mesías prometido cuando viniera a este mundo. Esto se cumplió con total exactitud cuando Cristo fue crucificado. La cruz sirvió para que temporalmente los hombres olvidaran sus diferencias y mostraran la hostilidad que les une hacia Dios. Por esto decimos que la Cruz sirve para diagnosticar con precisión el principal problema del mundo entero a través de los siglos: El odio de la humanidad hacia Dios. La Cruz fue el cráter del volcán por donde estallaron con toda su furia y rebeldía la hostilidad que cada corazón humano había acumulado en el interior de su corazón. Fue la más abrumadora demostración de la incredulidad humana.
El Espíritu Santo convence de justicia
(Jn 16:10) "de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más;"
La segunda cosa sobre la que el Espíritu Santo convencerá al mundo es de "justicia". El "pecado" y la "justicia" son dos conceptos que frecuentemente aparecen relacionados en las Escrituras. Ahora bien, este término puede ser interpretado de dos maneras diferentes.
1. Jesús era un hombre justo
En primer lugar podría estar refiriéndose al hecho de que el Espíritu Santo convencería al mundo de que Jesús era justo.
Él había condenado a los fariseos y otros moralistas por sus hipócritas expresiones de justicia, razón por la que le odiaron a muerte. ¿Sería el Señor igual que ellos? De ningún modo. Cristo siempre manifestó un carácter moral perfecto, tanto en sus móviles como en sus actos. Siempre actuó de acuerdo con la voluntad del Padre: "yo hago siempre lo que le agrada" (Jn 8:29). Esto quedó plenamente acreditado por aquellos apóstoles que convivieron con él durante más de tres años. Por ejemplo, Pedro dice de él: "el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca" (1 P 2:22), y Juan se refiere a él como: "Jesucristo el justo" (1 Jn 2:1).
Es verdad que fue crucificado como si fuera un impostor y un blasfemo, pero Dios no aprobó la sentencia condenatoria de los hombres, razón por la que lo resucitó de entre los muertos, y después de haber ascendido al cielo, le invitó a sentarse a su diestra donde fue glorificado por encima de todo poder y señorío (Ef 1:20-21).
Ahora bien, el hecho de que Jesús muriera en una cruz como si fuera un criminal culpable, hizo que muchos en aquel tiempo, y también en el nuestro, encuentren en este hecho una "piedra de tropiezo".
(1 Co 1:23-24) "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios."
Jesús había sido crucificado como un criminal. Los judíos le habían acusado durante su ministerio de ser un transgresor de la ley y un blasfemo (Jn 5:18) (Jn 10:33), un peligroso engañador (Jn 7:12), un hombre pecador (Jn 9:24) y endemoniado (Jn 8:48). Más tarde, cuando lo presentaron delante de Pilato, comenzaron acusándole de blasfemo, por cuanto se hacía a sí mismo Hijo de Dios, y cuando eso no obtuvo el efecto que ellos esperaban, fue presentado como un elemento peligroso para la seguridad del Estado. Finalmente fue crucificado, marcándole de este modo como un enemigo de la humanidad y de Dios. ¿Cómo conseguiría el Espíritu Santo que millones de personas llegaran a poner su confianza eterna en un "criminal" judío que murió ajusticiado en una cruz con la aprobación de los principales líderes religiosos del judaísmo, y de los representantes del gobierno de Roma? ¿Cómo llevarles al convencimiento de que él es el Justo y el Salvador del mundo?
No hay duda de que esto sólo puede ser realizado por el Espíritu Santo. Y como estamos notando, para conseguirlo él se basa principalmente en el hecho de que el Padre lo resucitó de entre los muertos y le invitó a sentarse a su diestra en la Majestad en las alturas. El apóstol Pablo hablando acerca del Evangelio de Dios dice que trata:
(Ro 1:3-4) "acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos."
La gloriosa resurrección de Cristo fue el medio por el cual el Padre puso su sello de aprobación sobre la vida y obra del Señor Jesucristo, y esto es lo que ahora se encarga de subrayar el Espíritu Santo.
(Hch 5:30-31) "El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados."
Así que, para contrarrestar cualquier duda, el Espíritu Santo imprime con fuerza en el corazón de cada persona que Cristo fue resucitado por el Padre, anulando así los malvados decretos humanos sobre su Hijo.
El mismo Señor también se refirió a este hecho cuando dijo: "Por cuanto voy al Padre y no me veréis más". Su resurrección y regreso al Padre probaría que el mundo estaba equivocado en cuanto a su justicia. Y en cuanto al hecho de que no le "verían más", parece claro que en este contexto debemos interpretarlo como una referencia a su resurrección y ascensión al cielo. La desaparición corporal de Jesús fue la consecuencia necesaria de su partida junto al Padre.
2. Sólo la obra de Cristo puede justificar al pecador
Una segunda forma de interpretar este versículo no se centraría principalmente en Cristo como alguien que es completamente justo, sino como aquel en donde se puede encontrar la auténtica justicia.
La historia de los hombres nos ha mostrado una y otra vez que éstos siempre han buscado su propia forma de justificarse ante Dios. Ya hemos considerado que muchas personas se engañan en cuanto a la gravedad de su estado espiritual, creyendo que no son pecadores, o que sus pecados no son tan graves como para condenarles eternamente, pero ya vimos que eso es falso. Otras personas buscan la religión que mejor se adapte a sus intereses y se involucran en ella, en la falsa confianza de que Dios finalmente los salvará si han sido sinceros con sus creencias. Pero la Biblia condena por igual cualquiera de estas alternativas de invención humana (Ro 10:3).
Durante la Segunda Guerra Mundial, a un grupo de prisioneros se les permitió recibir algunos paquetes entre los que se incluía un juego de Monopoly. Los soldados usaron el juego para pasar el tiempo durante su cautiverio, pero después de algún tiempo empezaron a emplear los billetes del juego como la moneda de cambio en su cautiverio. Al terminar la guerra, alguno de los prisioneros regresó a su casa llevando consigo aquellos falsos billetes del Monopoly que durante mucho tiempo había considerado como dinero real. El problema llegó cuando intentó depositarlo en su cuenta bancaria. Por supuesto, fue rechazado como fraudulento. Y del mismo modo, la humanidad ha desarrollado un falso sistema de justicia que no tiene ninguna vigencia en los tribunales del cielo. La justicia humana es como el dinero del Monopoly; no funciona en el mundo real.
La verdadera justicia de Dios nos es revelada por el Espíritu Santo y se encuentra en Cristo y su obra en la Cruz. Por lo tanto, en este sentido, su obra es doble: por un lado, convence al pecador de su falsa justicia, y por otro, le lleva a la verdadera justicia que se encuentra en Cristo.
Y dicho sea de paso, nuestro testimonio cristiano debe seguir estas mismas directrices. Ya hemos considerado que debe comenzar con la convicción de pecado, pero siempre con la finalidad de conducir a las personas a la justicia que es por la gracia de Dios a través de la fe en Cristo. Aquí ya no se trata de mostrar la ira de Dios sobre el pecador, sino de llevarles a la solución gratuita que él mismo ofrece a todos los hombres por igual.
El Espíritu Santo convence de juicio
(Jn 16:11) "y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado."
El mundo también tiene un criterio falso sobre lo que es el juicio de Dios, y en esto el Espíritu Santo también tiene una importante labor que realizar.
Nadie quiere creer que habrá un juicio final en el que cada persona tendrá que comparecer ante Dios. La humanidad pecadora prefiere pensar que puede hacer lo que quiera con total impunidad sin tener que dar cuentas a nadie. Se niegan a pensar en un juicio final. Creen que el hecho de que Dios no les juzgue inmediatamente implica que finalmente quedarán impunes. Pero este planteamiento es falso. No se debe interpretar la paciencia de Dios frente al pecador como si fuera indiferente a sus pecados. Dios es paciente en sus juicios, pero estos finalmente vienen. Recordemos el planteamiento que hizo Pedro:
(2 P 2:4-9) "Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio; y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos; y si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente, y libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados (porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos), sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio."
Aquí el Señor aporta una prueba más de que el juicio sobre los hombres tendrá lugar con seguridad: Satanás, el promotor del mal en este mundo, ya ha sido juzgado. Tal como anunció el mismo Señor:
(Jn 12:31) "Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera."
El Diablo está luchando una batalla perdida, lo que es una seria advertencia para aquellos que se alían con él, porque tendrán el mismo destino.
¿Cómo fue juzgado el diablo cuando Cristo moría en la cruz?
Aunque el hecho de que Cristo muriera clavado a una cruz podría ser interpretado como una victoria para el diablo, en realidad fue allí donde éste sufrió su derrota definitiva, porque a raíz del sacrificio de Cristo perdió todo su poder para acusar a los pecadores, de tal modo que ahora cualquiera que acuda a Cristo con fe se verá liberado de sus pecados y de la condenación que ellos merecen. Veamos cómo lo expresó el apóstol Pablo:
(Col 2:13-15) "Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz."
El Espíritu Santo convence al mundo de que la sangre que Jesús derramó en la cruz ha quebrantado el poder de Satanás y le asegura su derrota eterna. Por esta razón los ángeles, junto con los mártires que ya están en el cielo, pueden exclamar a gran voz lo siguiente:
(Ap 12:10-11) "Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte."
Por otro lado, la entrega de Cristo en la cruz a favor de los pecadores sirvió para exponer la falsedad del diablo más allá de toda duda. Su estrategia había fracasado. Desde el Edén Satanás había argumentado que Dios está en contra del hombre, pero cuando entregó a su único Hijo por amor a los pecadores enemigos de Dios, quedó claro que el diablo es un mentiroso que busca sin razón que el hombre esté enfrentado con Dios.
Además de esto, la muerte de Cristo demuestra también la realidad del juicio sobre el pecado, y que este juicio es grave. La Cruz fue la manifestación del juicio de Dios sobre el pecado, de tal modo que aquellos que deseen acogerse a la oferta de gracia de parte de Dios puedan ser librados, pero del mismo modo, quienes la rechacen tendrán que sufrir ellos mismos el juicio del que el Señor quiso librarles.
Llegados a este punto, quizá algunos, viendo la dureza creciente de este mundo frente a cualquier concepto espiritual, puedan pensar que el Espíritu Santo ha dejado esta labor de convencer de pecado, justicia y juicio, pero podemos estar seguros de que él sigue haciéndolo, y nosotros debemos descansar en este hecho cuando proclamamos el Evangelio.
Comentarios
Yuri Mayarino (Colombia) (23/05/2024)
Muchas gracias por este estudio ha sido grandioso para mi y para compartir a otros, trabajo en una comunidad indígena y estamos en el proceso de ayudarles a entender que es pecado ya que en su idioma no existe la palabra pecado y por ende no hay el significado y mucho menos se consideran pecadores. Mil gracias .
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