Estudio bíblico de Gálatas 3:17-23
Gálatas 3:17-23
Continuamos hoy nuestro estudio en el capítulo 3 de esta Epístola a los Gálatas y regresamos al versículo 17. En estos versículos estamos avanzando con cierta lentitud, con la intención de explicar bien algunos conceptos a partir de su contexto histórico, acudiendo a hechos e incidentes del Antiguo Testamento. Consideramos que es una de las partes más destacadas de la Palabra de Dios, y si usted puede comprender perfectamente bien lo que es el evangelio, teniendo la certeza de que va a enderezar el camino de su vida. Antes de comenzar hoy con el versículo 17 vamos a recordar algo de lo que dijimos en los versículos precedentes.
En el versículo 13 dijimos que el Señor Jesucristo llevó nuestra maldición. ¿Y cuándo la llevó? ¿Fue acaso en Su encarnación? No, cuando Él nació, fue llamado un Ser Santo, en Lucas 1:35. ¿Acaso se convirtió en una maldición durante los años silenciosos de Su vida, de los cuales tenemos tan poca información? No, porque en Lucas 1:52 se dice que "Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres". ¿Y no se convirtió en una maldición durante Su ministerio público en la tierra? Ciertamente tampoco, porque fue durante ese ministerio que Su Padre dijo, en Mateo 3:17 "Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". Entonces tiene que haber sido mientras estaba colgado de la cruz, cuando se convirtió en una maldición. Si, pero no durante las primeras tres horas en la cruz, porque cuando Jesús se ofreció en sacrificio, no había mancha ni imperfección en Él. Fue durante las tres últimas horas en la cruz cuando Jesucristo se convirtió en una maldición por nosotros. Fue entonces cuando, como dijo Isaías 53:10, Dios quiso quebrantarlo, oprimirle con el sufrimiento. Él convirtió su alma en una ofrenda por el pecado. Fue objeto de la maldición de Dios. Fue rechazado, abandonado y desamparado por Dios.
En la frase "maldito todo el que es colgado en un madero" destacamos que la palabra griega para madero es "xulon", que significa también árbol. ¡Qué contraste tenemos aquí! Cristo fue a la cruz, fue colgado de un madero que para Él fue como un árbol de la muerte, para que él pudiera convertirlo para usted y para mí en un árbol de la vida. Israel tuvo la ley por 1.500 años y fracasó en vivir de acuerdo con sus preceptos. En los Hechos 15, Pedro de hecho dijo que ellos y sus antepasados no habían sido capaces de cumplir la ley y por lo tanto, era absurdo pretender imponérsela a los no judíos. Si ellos no habían podido obedecerla, los otros pueblos no judíos tampoco podrían. Así que Cristo ocupó nuestro lugar para que nosotros pudiéramos recibir lo que la Ley nunca podría lograr. Por ello, el Espíritu de Dios ha sido un don peculiar a esta época de la gracia y misericordia de Dios, época inaugurada por la muerte y resurrección de Cristo.
Pablo puso un ejemplo sobre los métodos de ratificar compromisos solemnes. Aun en el caso de un pacto humano, cuando un hombre hace un trato y lo respalda con su firma, nadie puede anularlo ni agregarle nada. Lo que el apóstol quería explicar era que si aun los seres humanos se sienten obligados a respetar esas reglas, guiados por un sentimiento de justicia, mucho más puede esperarse de Dios. Quizás el apóstol quiso enfrentarse a la falsa suposición de los judaizantes de que la Ley de Moisés habría condicionado el pacto de Dios con Abraham, limitando sus beneficios a las personas que estuvieran ceremonialmente puras.
Dios llamó a Abraham y le prometió convertirlo en una bendición para el mundo. Y lo hizo por medio de Jesucristo, un descendiente de Abraham. Cristo fue entonces el que trajo la salvación para el mundo.
La palabra "descendencia" se refiere específicamente a Cristo (véase Génesis 22:18). Aquí es oportuno recordar las palabras de Cristo mismo en Juan 8:56, cuando dijo: "Abraham, vuestro padre, se regocijó al pensar que vería mi día; y lo vio, y se alegró".
Vamos a comentar entonces el pasaje Bíblico correspondiente al día de hoy, dirigiéndonos al versículo 17 de este capítulo 3 de Gálatas, donde leemos lo siguiente:
"Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios en Cristo no puede ser anulado por la Ley, la cual vino cuatrocientos treinta años después; eso habría invalidado la promesa"
Dios hizo una promesa, un pacto con Abraham. Cuando al avanzar la historia llegó la Ley cuatrocientos treinta años después, no cambió nada relacionado con las promesas hechas a Abraham. En realidad, Dios nunca falta a Su palabra, nunca incumple sus promesas. Le había prometido al patriarca que le iba a dar una tierra, un hijo, y un pueblo formado por multitudes que resultarían imposibles de contar. Dios cumplió esa promesa y de Abraham provino la nación de Israel y otras naciones, pero las promesas fueron transmitidas por medio de Isaac, cuya línea de descendencia condujo al Señor Jesucristo, llamado "la descendencia" en el versículo 16. Dios también le prometió a Abraham que le convertiría en una bendición para todos los pueblos de la tierra. Estimado oyente, la única bendición que el mundo puede recibir está en Cristo. No creemos que el mundo esté en condiciones de ofrecerle un trato beneficioso. Pero el Señor Jesucristo ha sido provisto para usted como el don supremo que Dios ha concedido. Y Dios ha prometido que salvará a aquellos que confíen en Cristo.
Leamos ahora lo que dice el versículo 18, de este capítulo 3, de la epístola a los Gálatas:
"Porque si la herencia depende de la Ley, ya no depende de una promesa; pero Dios se la concedió a Abraham por medio la promesa".
La promesa relacionada con Cristo fue hecha antes de que la Ley de Moisés fuera entregada, y esa promesa fue tan válida como si no se hubiera dado la Ley. La promesa fue hecha independientemente de la Ley. Entonces surge una pregunta: ¿por qué fue dada la Ley? ¿Cuál es su valor? Ahora, no hay que pensar que Pablo estaba quitándole importancia a la Ley. Más bien, estaba tratando de ayudar a la gente para que entendiese el propósito de la Ley. Pablo presentó a la Ley en toda su majestad, en su plenitud y en su perfección. Pero también mostró que esa misma perfección de la Ley revelaba la razón por la cual creaba un obstáculo que usted y yo no podíamos superar para ser aceptados por Dios.
Escuchemos ahora lo que dijo Pablo al explicar el propósito de la ley, comenzando aquí en el versículo 19, de este capítulo 3:
"Entonces, ¿para qué fue dada la Ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniera la descendencia a quien fue hecha la promesa; y fue dada por medio de ángeles en manos de un mediador".
Tomemos nota de la pregunta que se hizo al principio, ¿para qué sirve la ley, cuál es su valor? Él estaba aclarando que fue algo añadido. Fue añadido por causa de las transgresiones, es decir, para poner de manifiesto la desobediencia de los seres humanos.
El versículo continúa diciendo hasta que viniera la descendencia. Esta pequeña palabra "Hasta" es importante por sus implicaciones temporales. Indica que la Ley era temporal. La ley fue dada simplemente para el intervalo de tiempo comprendido entre Moisés y la época de Cristo. Como bien declaró Juan en su Evangelio 1:17, "porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo". Así que es importante destacar que la Ley era temporal hasta que llegara esa descendencia que era Cristo.
La ley fue añadida, como dice el texto Bíblico, a causa de las transgresiones. Fue dada para revelar y no para remover el pecado. No fue dada para preservar al hombre del pecado, porque el pecado ya había llegado, ya estaba presente en la humanidad. Le ley vino para mostrar la realidad del ser humano como un perverso pecador por naturaleza ante Dios. Cualquier persona que sea sincera podrá contemplarse a sí misma a la luz de la Ley y verse culpable. No fue dada como una norma por medio de la cual el ser humano puede alcanzar la santidad. Estimado oyente, por ese medio usted nunca logrará vivir una vida santa porque, en primer lugar, usted no puede cumplir los principios de la Ley por sus propias fuerzas.
Muchos piensan que un individuo se convierte en pecador cuando comete un acto pecaminoso, o sea, que es una buena persona hasta que se malogra, hasta que fracasa, y cometa un pecado. Esto no es cierto. Precisamente es por ser ya un pecador, que comete un pecado.
En realidad el pecado forma parte de nuestra naturaleza, de nuestra manera normal de ser en nuestros pensamientos, en nuestra conducta y en nuestras palabras. Incluso podemos comprobarlo en la vida cotidiana, por ejemplo, en el asunto de la mentira. El ser humano miente porque es mentiroso por naturaleza. La mentira se introduce en nuestro lenguaje de forma natural, a veces incluso inconscientemente, parece que hay una tendencia a mentir en detalles irrelevantes como, por ejemplo, al saludar a alguien, al expresar la forma en que nos sentimos, sobre nuestro estado de ánimo, en opiniones y, a veces, nos justificamos a nosotros mismos cuando debemos mentir en asuntos de mayor importancia, pretendiendo evitar un mal mayor. Y todo ello porque tenemos una naturaleza caída. Por ello, la Ley fue dada para mostrar que somos pecadores y que necesitamos un mediador, es decir, alguien que se coloque entre nosotros y Dios para poder ser aceptados por Él. Luego el apóstol Pablo continuó hablando en esta sección y dijo en el versículo 21, de este capítulo 3:
"Entonces, ¿la Ley contradice las promesas de Dios? ¡De ninguna manera! Porque si la Ley dada pudiera impartir vida, la justicia verdaderamente hubiera dependido de la Ley".
¿Está la ley en contra de las promesas de Dios? La expresión "de ninguna manera" es enfáticamente negativa. ¿Por qué? Si hubiera habido otra manera de salvar a los pecadores Dios habría utilizado esa forma. Si Él hubiera podido promulgar una ley por medio de la cual los pecadores pudieran salvarse, lo habría hecho. Y en el versículo 22, continuamos leyendo:
"Pero la Escritura declara que todo el mundo es prisionero del pecado, para que mediante la fe en Jesucristo lo prometido se les conceda a los que creen".
Hemos leído que la ley trajo la muerte. Dice en Ezequiel 18:20; "porque el alma que pecare ésa morirá". Y como el versículo que acabamos de leer dice que la Escritura dice que todos son prisioneros del pecado; por lo tanto, todos murieron. En consecuencia, lo que se necesita es la vida. Hemos visto que la ley trae la muerte, y eso es todo lo que puede hacer. No se trata en realidad del grado de pecado sino que el mero hecho del pecado nos trae la muerte. De ahí que todos estamos igualmente muertos, y padeciendo la misma necesidad. Puede que usted no haya cometido un pecado muy grande, pero usted y yo tenemos la misma naturaleza que aquellos que han cometido graves pecados. Fue Goethe, ese gran filósofo poeta alemán, considerado como una de las figuras más destacadas de la literatura mundial, quien dijo: "Yo nunca he visto cometer algún crimen que yo también no hubiera sido capaz de cometer". O sea que, él reconocía que tenía esa misma clase de naturaleza. Por tanto no es simplemente el grado del pecado, sino el mismo hecho de que somos pecadores lo que nos trae muerte.
Permítanos ilustrar lo que queremos decir, de que es el hecho de la existencia del pecado, y no el grado, lo que cuenta. Supongamos que estamos en un edificio muy alto, digamos de 24 pisos de altura. Arriba, en la azotea de ese edificio se encuentran tres hombres. Y llega el capataz y les dice: "Tengan cuidado, no trabajen cerca del borde de la azotea porque podrían resbalar, caer al vacío y matarse. Uno de los hombres, pensando que el capataz está tratando de asustarles, hace caso omiso de la advertencia y al hacer un esfuerzo resbala, cae al vacío y se mata al golpearse contra el pavimento. Ahora, supongamos que ante ese grave accidente uno de los otros dos hombres que quedaron allá arriba pierde el control y al inclinarse por el mismo borde para mirar pierde el equilibrio y cae también al vacío, hallando la muerte al llegar abajo. Ahora, tenemos al tercer hombre; digamos que estaba siendo buscado por alguien que le perseguía por una venganza y sabiendo que trabajaba allí sube a la azotea, después de vigilarle se acerca y aprovechando su confusión le empuja haciéndole caer al vacío, causándole así la muerte. El resultado fue que los tres alcanzaron la muerte, habiendo caído al vacío por diversos motivos y circunstancias. Los tres fueron víctimas de la ley de la gravedad e inevitablemente encontraron la muerte, porque por su propia naturaleza humana limitada y débil, no podían superar la ley física de la gravedad. Es que se trata del hecho de haber caído al vacío quebrantando una ley física inexorable que afectaría a todas las personas que cayeran al vacío, independientemente del grado de las circunstancias que, en cada caso, provocaron los accidentes.
Ahora, la cuestión que puede surgir aquí es, si la ley de gravedad que los arrastró a la muerte, ¿puede acaso, darles vida ahora? Claro que no. No, no les puede dar vida. La ley, estimado oyente, no le puede dar vida a usted, así como ninguna ley natural puede darle a usted vida después de que usted la haya quebrantado. Así como en nuestra ilustración, nadie puede dar marcha atrás en el orden de los eventos y restaurar la primitiva situación de vida en la que se encontraban los tres hombres antes de caer al vacío, como puede hacerse al hacer retroceder los fotogramas de una película. En el ámbito espiritual sucede lo mismo, porque la muerte es el resultado final del pecado. La ley del pecado no contempla las circunstancias atenuantes. No contempla la posibilidad de ejercer misericordia ni de mostrar flexibilidad suavizando las circunstancias de la infracción. Es inexorable, inflexible e inmutable. Como dijimos antes mencionando el testimonio de la Palabra de Dios en Ezequiel 18:20; "el alma que peque, ésa morirá". Recordemos el episodio relatado en Génesis 2:17, cuando Dios les dijo a Adán y Eva: "pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás". Y en el libro de Éxodo, capítulo 34, versículo 7, dice: "de ningún modo tendrá por inocente al malvado". De modo que, todos, estimado oyente, todos los seres humanos hemos pecado, y de acuerdo con la ley, estamos condenados a muerte, estamos como muertos. Estamos viviendo una muerte anticipada. La ley nos ha dado muerte. El apóstol Pablo, en 2 Corintios 3:7 la llamó "el ministerio de muerte", es decir, el ministerio que causaba la muerte. Porque en el ámbito espiritual, la ley nos condena a todos a la muerte, al no poder alcanzar el nivel de vida que sus preceptos demandan.
¿Puede entonces dar vida la ley? Estimado oyente, eso es imposible. La ley no puede dar más vida que la que aquella caída al vacío por la ley de la gravedad podía dar al que había muerto como consecuencia de esa caída. El propósito de la ley no fue el de dar vida, porque fue dada para mostrarnos que delante de Dios, todos somos pecadores culpables.
Concluimos este párrafo citando nuevamente la declaración del versículo 22, que establecía que todos somos prisioneros, cautivos del pecado, para que quienes crean en Jesucristo puedan recibir lo que Dios ha prometido. Estamos examinando esta sección más detalladamente, como si fuera casi por un microscopio, porque explica un aspecto esencial del verdadero significado del Evangelio. Ahora, en el versículo 23, de este capítulo 3, de la epístola a los Gálatas, el autor dijo:
"Pero antes que llegara la fe, estábamos confinados bajo la Ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada".
La frase antes que llegara la fe se refiere, por supuesto, a la fe en el Señor Jesucristo, quien murió por nosotros.
O sea, que hasta que vino el Señor Jesucristo, la ley incluía a la misericordia porque establecía la existencia de un propiciatorio, que era la tapa del arca de la alianza, del pacto. Allí se encontraba el lugar donde Dios entraba en contacto con su pueblo para perdonarlo. La ley preveía que habría un altar donde se podrían ofrecer sacrificios por el pecado para obtener perdón, hallar la misericordia de Dios. Y todos aquellos sacrificios de la época de la ley señalaban a Cristo. Por ello el apóstol Pablo dijo que antes que llegara la época de la fe, estábamos guardados bajo la ley, encerrados en ella y bajo su custodia hasta que viniese esa fe que iba a ser revelada.
La fe que justifica estaba operativa en el Antiguo Testamento. Pero la fe en la persona y la obra de Cristo no vino hasta el momento en que fue específicamente revelada. Antes de ese momento histórico, los israelitas se encontraban bajo la custodia protectora de la Ley. De esa manera, Dios protegía a Su pueblo de los degradantes y malvados ritos paganos que practicaban los pueblos paganos que les rodeaban.
Estimado oyente, le invitamos a dar ese paso de fe, fe en la persona de Jesucristo como el Hijo de Dios, y en Su obra en la cruz ocupando el lugar de todos los pecadores y recibiendo el castigo que, de acuerdo con la Ley y la santidad de Dios les correspondía. Y al constatar históricamente que el ser humano era incapaz de agradar a Dios al no poder cumplir los preceptos o el nivel de vida que Dios requiere de sus hijos, podemos decir que al mirar por la fe a la obra de Cristo en la cruz, el pecador reconoce su impotencia y la inutilidad de sus esfuerzos humanos para convertirse en un hijo de Dios y, en consecuencia, se refugia en los méritos del sacrificio de Cristo, aceptando la gracia y la misericordia de Dios. Ése es el paso de fe, que usted mismo puede dar ahora, orando, hablando con Él, expresándose en sus propias palabras, para darle las gracias por haber sido alcanzado por el amor y la gracia de Dios.
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