Estudio bíblico: El amigo del Esposo - Juan 3:22-30
El amigo del esposo - Juan 3:22-30
(Jn 3:22-30) "Después de esto, vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea, y estuvo allí con ellos, y bautizaba. Juan bautizaba también en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas aguas; y venían, y eran bautizados. Porque Juan no había sido aún encarcelado. Entonces hubo discusión entre los discípulos de Juan y los judíos acerca de la purificación. Y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él. Respondió Juan y dijo: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe."
"Jesús vino con sus discípulos a la tierra de Judea"
Juan nos informa del ministerio que Jesús tuvo en Jerusalén y en Judea antes de que comenzara a predicar por toda Galilea. De esta manera complementa una vez más las narraciones de los otros evangelistas que comienzan el ministerio público de Jesús en Galilea después de que Juan el Bautista había sido encarcelado (Mt 4:12-17) (Mr 1:14) (Lc 4:14).
Como sabemos, Jesús había ido a Jerusalén a la fiesta de la pascua, y fue en esa ocasión cuando comenzó a realizar las señales propias de su ministerio mesiánico, algo que inmediatamente llamó la atención de los judíos, de tal manera que "muchos creyeron en su nombre" (Jn 2:23). Pero también hubo algunos incidentes, como la purificación del templo, que le acarrearon la enemistad de las autoridades religiosas.
Es en este contexto donde debemos entender la decisión de Jesús de dejar Jerusalén y buscar lugares más desiertos en las zonas rurales de Judea. Su fama creciente entre las muchedumbres de peregrinos que habían ido a la pascua, ansiosas de que apareciera el Mesías prometido que les trajera la libertad de los romanos, podía precipitar un levantamiento popular de graves consecuencias que nada tenía que ver con su verdadera misión. Y por otro lado, la creciente enemistad de los líderes religiosos, irritados al ver cómo Jesús cuestionaba el uso que hacían del templo, podía llevarles a tomar la decisión de terminar con él antes de que su hora hubiera llegado. Así que Jesús salió de Jerusalén y fue a la tierra de Judea, a una zona próxima a donde Juan el Bautista seguía bautizando.
"Y estuvo allí con ellos y bautizaba"
En esta etapa Jesús desarrolló un ministerio muy similar al de Juan el Bautista, quien seguía bautizando para arrepentimiento a aquellos que venían a él, preparando así el camino al Mesías. De todos modos, parece que Jesús realmente no bautizaba, sino que él llevaba a cabo una labor de supervisión, siendo sus discípulos quienes lo hacían (Jn 4:2).
Por su parte, Juan el Bautista había recibido un llamamiento de parte del Señor y siguió cumpliéndolo hasta el momento en que Herodes lo encarceló. No le importó que Jesús, el auténtico Mesías, ya hubiera sido presentado por él. Todavía quedaba mucho trabajo por hacer, y él siguió predicando incansablemente acerca de la necesidad del arrepentimiento como un requisito imprescindible para recibir al Mesías. Y de hecho, tal vez pensó que su trabajo sería más fácil una vez que Jesús ya había aparecido públicamente como el Mesías. Él no buscaba excusas para terminar su jornada de trabajo, sino que como vemos, se esforzó hasta el fin por dar testimonio de Jesús. Además, suponemos que Jesús no era muy conocido en aquellos primeros días, así que Juan todavía podía ayudar mucho.
Por lo que parece, el Señor decidió apoyar el ministerio de Juan y unir sus fuerzas a las de él. El lugar exacto en el que estuvieron, "en Enón, junto a Salim", no se conoce con exactitud. En cualquier caso, parece que estaban bastante cerca el uno del otro, lo que como veremos a continuación, generó cierto conflicto entre algunos discípulos.
"Hubo discusión entre los discípulos de Juan y los judíos acerca de la purificación"
No sabemos si la discusión tenía que ver con las diferencias en cuanto a los ritos de purificación de los judíos y el bautismo que practicaba Juan, o si se trataba de una discusión por cuál de los dos bautismos tenía mayor valor purificador, el de Juan o el del Señor Jesús. Aunque también es posible que ambas cosas fueran motivo de discusión.
Si bien no tenemos detalles precisos sobre lo que estaba ocurriendo, en el caso de que aceptemos la primera suposición, entonces debemos imaginar que algunos judíos contrarios a Juan el Bautista podrían estar llevando a cabo una campaña de desprestigio contra él, argumentando que su bautismo para arrepentimiento no tenía ningún valor para purificar, algo que por el contrario ellos afirmarían que sí tenían los diferentes rituales que los judíos practicaban. Leyendo este versículo de forma aislada, esta parece ser la interpretación más correcta.
Y no sería de extrañar, puesto que los líderes judíos rehusaron ser bautizados por Juan (Lc 7:30), y con anterioridad ya le habían interrogado acerca de su derecho a bautizar (Jn 1:25). Además, el fuerte impacto que el ministerio de Juan había tenido entre el pueblo, ponía en evidencia que muchos estaban buscando una realidad espiritual que los ritos de purificación que los judíos practicaban no les ofrecían. Se habían dado cuenta de que su religión, a pesar de sus ostentosos rituales, en el fondo estaba vacía y no tenía poder para cambiar sus vidas. Todo se reducía a lavamientos continuos de personas y cosas que nunca llegaban a cambiar el interior del corazón (Mr 7:4). Por el contrario, la predicación del Bautista tenía la frescura y el poder revitalizador que sólo la Palabra de Dios tiene. Así que es muy probable que la discusión surgiera como otro intento más de los líderes judíos por quitar valor al bautismo de Juan.
Sin embargo, leyendo los versículos que siguen, pareciera que la discusión hubiera surgido por un debate sobre cuál de los dos bautismos, el de Juan o el de Jesús, tenía mayor fuerza purificadora. Y también, cuál de los dos líderes era mejor y tenía mayor dignidad.
En todos los casos se trataba de una discusión inútil, porque ningún acto externo puede cambiar el corazón de las personas. Ni los lavamientos judíos, ni el bautismo de Juan o el de los discípulos de Jesús pueden hacerlo. Todo esto sólo eran símbolos y no tenían valor alguno sin la realidad a la que apuntan. Por ejemplo, el bautismo de Juan simbolizaba el arrepentimiento, así que no serviría de nada que un israelita bajara a las aguas del Jordán para ser bautizado si en su corazón no había un arrepentimiento genuino. Del mismo modo, el bautismo que ahora practicamos los cristianos simboliza nuestra identificación con la muerte y resurrección de Cristo, de modo que no tiene valor alguno a menos que previamente nos hayamos convertido. Todas las religiones ponen mucho énfasis en los ritos externos, pero la obra de Cristo tiene que ver con nuestros corazones caídos y esto sólo puede llevarse a cabo por medio del arrepentimiento y la fe, que abren la puerta a la obra regeneradora del Espíritu Santo en nosotros.
"Vinieron a Juan y le dijeron: el que estaba contigo bautiza y todos vienen a él"
Tal como los discípulos de Juan plantearon el asunto a su maestro, se aprecia que tenían una amarga queja. Veamos sus motivos:
En principio veían a Jesús como un rival y un competidor que estaba eclipsando a Juan. Tal era su disgusto con él que evitan en todo momento llamarle por su nombre: "el que estaba contigo al otro lado del Jordán". No podían ocultar sus celos y envidia.
Por otro lado, parece que creían que sólo su maestro tenía el derecho de bautizar, así que, cuando Jesús y sus discípulos comenzaron a hacerlo también, les pareció un atrevimiento inaceptable. Es más, pensaban que ponerse a bautizar a su lado era un acto de ingratitud, sobre todo después de que el mismo Juan hubiera dado testimonio a favor de Jesús. Ellos pensaban que cuanto menos era una falta de cortesía.
Y cuando observaron que la mayoría de las personas iban a ser bautizadas por los discípulos de Jesús, no pudieron esconder su disgusto y llegaron a culpar al mismo Juan por haber sido tan insistente en hablar bien de él a todas las personas. Creían que debía haber sido más precavido y no haber ensalzado tanto a alguien que luego le iba a hacer la competencia y "robarle la clientela".
Seguramente hubo también otros argumentos relacionados con la capacidad de purificación del bautismo de Jesús, o la conveniencia de que hubiera dos grupos practicando el mismo bautismo...
Sin duda, cuando presentaron su queja ante Juan, ellos esperaban que él tuviera la misma reacción que ellos. Pero ¡qué poco conocían a su maestro! Fue como si la llama hubiera caído en medio del océano, porque en el corazón de Juan sólo había amor y admiración hacia Jesús. Así que, lejos de sentirse molesto por la creciente fama de Jesús, él se sentía dichoso y profundamente feliz.
En aquellos momentos, si algo podía entristecer al Bautista era que sus propios discípulos no hubieran llegado a comprender que Jesús era realmente el Mesías que los profetas habían anunciado. Si lo hubieran entendido no habrían tenido envidia por su éxito, ni tampoco habrían manifestado ese espíritu de exclusivismo que siempre es tan dañino. Pero desgraciadamente el hombre carnal siempre está inclinado a formar partidos y grupos. Ninguno estamos libres de este peligro aun dentro de la propia iglesia. Recordemos la reprensión que el apóstol Pablo dirigió a los creyentes en Corinto:
(1 Co 3:1-4) "De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales?"
Los discípulos de Juan se sentían celosos porque la fama de Jesús estaba eclipsando a su maestro y también a ellos mismos. Con la aparición de Jesús todo había empezado a cambiar y al ver cómo la gente se iba tras él, sintieron que pronto se quedarían sin partidarios. Así que no ocultaron su disgusto y dieron rienda suelta a un espíritu sectario. Este afán por tener el monopolio del respeto y del éxito ha sido en todas las épocas un veneno en las iglesias y la vergüenza de muchos de sus ministros. Debemos tener cuidado porque este deseo de protagonismo se encuentra muy arraigado dentro del corazón humano y somos dados a defender con fiereza lo que consideramos nuestro, no dudando para ello en desprestigiar lo que los demás hacen. Por esto es necesario examinarnos constantemente por medio de la oración y la lectura de la Palabra, desconfiando siempre de nuestro engañoso corazón.
"No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo"
Como ya hemos señalado, Juan no apoyó la causa de sus discípulos, sino que se alegró porque la nueva popularidad que Jesús estaba teniendo confirmaba que su obra como precursor suyo se había llevado a cabo satisfactoriamente. Así que con la humildad y sinceridad que le caracterizaban, sólo pudo volver a reconocer la superioridad de Jesús.
Para empezar, el Bautista dejó claro que toda la reputación de la que había gozado en aquellos días se debía al hecho de que había sido enviado por Dios como el precursor del Mesías. Sin Jesús, ni Juan ni su ministerio habrían tenido ningún sentido o valor. Era Juan quien debía todo lo que era a Jesús y no al revés, como equivocadamente pensaban sus discípulos. El Señor mismo afirmó esto:
(Jn 5:33-34) "Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él dio testimonio de la verdad. Pero yo no recibo testimonio de hombre alguno..."
Juan aceptó este hecho sin ningún vestigio de amargura o enfado. De hecho, deploraba que se insinuara siquiera que pudiera existir rivalidad entre él y Jesús. Por el contrario, el Bautista se gozaba al ver que Cristo estaba subiendo en la estima del pueblo y que había llegado a ocupar un lugar mayor que el que él mismo había tenido.
Cuando observamos su contestación nos damos cuenta de su nobleza y grandeza. De hecho, este es el clímax de su ministerio, el momento en que más alto voló. Tal vez podríamos pensar en otras circunstancias en las que manifestó mucho valor y grandeza, como cuando predicaba a todo tipo de personas exhortándoles sin tregua para que se arrepintieran de sus pecados, o cuando denunció al mismo rey Herodes por haberse casado con la mujer de su hermano, o cuando resistía los interrogatorios de los líderes religiosos de la nación sin amedrentarse... Para todo eso era necesario mucho valor, pero si lo pensamos bien, aun es necesaria mayor grandeza para reconocer y no olvidar en ningún momento que todo lo que somos y tenemos se lo debemos a Cristo, porque por nosotros mismos no somos nada.
El corazón humano no está preparado para la fama, y son muy pocos los que consiguen digerirla bien. Juan el Bautista pertenece a esa especie en extinción. Cuando había llegado a lo más alto de su popularidad no perdió el norte, y siguió atribuyendo a Cristo toda la gloria. Nosotros debemos valorar e imitar su ejemplo en nuestras vidas.
Juan nunca dejó de reconocer que su influencia y posición eran dones divinos. Él no se atribuyó su éxito a sí mismo o a su capacidad. Por el contrario, se mostraba agradecido a Dios por la gracia recibida. Tampoco se disgustó cuando Dios consideró que su ministerio estaba terminando y lo relegó a un segundo plano. Sus dones y ministerio le habían sido dados por el Señor, y su única preocupación fue cuidar de hacerlo bien, de tal manera que Dios fuera glorificado. Sabía que había recibido un altísimo honor al ser constituido como precursor del Mesías y no olvidaba que a mayor don, mayor responsabilidad también en el día de rendir cuentas.
Fácilmente muchos de nosotros no hemos recibido dones ni responsabilidades como las de Juan, pero eso no debe ser motivo para estar menos agradecidos o dedicarnos a desarrollarlos con menor interés. También debemos evitar caer en la tentación de tener envidia de otros que han recibido dones más "vistosos" o que tienen más éxito en sus ministerios. Y tampoco pensemos que puesto que nuestros dones o ministerios son tan pequeños, no vale la pena esforzarnos. Es importante servir al Señor en aquello en lo que él nos ha colocado, y hacerlo con excelencia. Nadie es inferior a otro si desempeña con fidelidad el papel que Dios le ha encomendado. Y por supuesto, en nuestro servicio no debemos mirar al hermano como un competidor, sino que nuestra mirada debe estar siempre puesta en el Señor, dándole lo mejor que tengamos.
Juan fue fiel como precursor del Mesías. Le había dado el relevo y ahora llegaba el momento de soltarlo definitivamente. Esta situación tampoco era fácil de llevar. Podemos pensar por ejemplo en aquellas personas que por causa de su edad tienen que jubilarse y pasan a ocupar un segundo plano. Estos cambios generacionales también ocurren en la iglesia. Otras personas más jóvenes toman el relevo y aquellos que por años han desarrollado ciertos ministerios son desplazados. Esta transición puede llegar a ser una situación muy frustrante y generar mucha amargura. En ocasiones los mayores critican y murmuran contra los jóvenes que han llegado a ocupar sus puestos, porque les parece que todo lo que hacen está mal. Y también los jóvenes desacreditan lo que los otros hicieron, creyendo que ellos lo pueden hacer muchísimo mejor. En el caso de Juan el Bautista, parece que sus discípulos en cierto modo estaban entrando en una guerra parecida, aunque su maestro volvió a reconducir la situación una vez más: "No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo". Con la grandeza que le caracterizaba, reconoció que es Dios quien dispone de los tiempos y las personas conforme a su voluntad. Y por nuestra parte debemos alegrarnos de que quiera usar a otros para hacer aquellas cosas de las que en otro tiempo nos pudimos ocupar nosotros. Finalmente, si no queremos caer en esta trampa, la única solución es poner todo nuestro interés en que la obra de Dios avance y Cristo sea glorificado, olvidándonos de cualquier otra motivación personal que nosotros pudiéramos tener.
Dios asigna a cada creyente su don, su servicio y su puesto en este mundo, y es una locura querer atribuirse más de lo que Dios nos ha dado. Él nos ha redimido para algo concreto (Ef 2:10), y nos ha capacitado adecuadamente para ello. Pero en el desarrollo de este servicio debemos evitar competir con otros cristianos o también ser pobres imitadores de otros. Además, debemos ser conscientes de que dentro de sus planes eternos, Dios puede querer asignarnos un lugar diferente en otros momentos y debemos estar dispuestos a aceptar con agrado estos cambios. Dejemos que sea él quien escoja, use y honre a sus propios instrumentos según le plazca. Imitemos a Juan que estaba satisfecho con el lugar y la obra asignada por Dios para él.
"Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él"
Ante las quejas de sus discípulos, Juan demostró ser el de siempre, con un mismo pensamiento acerca de sí mismo y de Jesucristo. Por esta razón pudo apelar a la memoria de todos ellos: "Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él".
Y hay que reconocer que es difícil mantenerse a flote en situaciones tan diversas como las que él atravesó. Pero nada le hizo cambiar. El siguió siendo el mismo cuando las multitudes venían en masa a su bautismo o cuando dejaban de venir, en la fama y en el olvido.
Ahora bien, si él pudo mantener el equilibrio fue porque nunca perdió de vista la suprema autoridad de Aquel a quien servía y de quien no era digno ni aun de desatar la correa de su calzado (Jn 1:27). Juan nunca dejó de considerarse un siervo, y actuar como tal:
(Lc 17:10) "Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos."
"El que tiene la esposa, es el esposo"
Para acabar de explicar a sus discípulos el papel que tenía en relación a Cristo, Juan empleó la metáfora bien conocida del esposo y la esposa. El Señor mismo también la usó:
(Mr 2:18-20) "Y los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunaban; y vinieron, y le dijeron: ¿Por qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan, y tus discípulos no ayunan? Jesús les dijo: ¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras está con ellos el esposo? Entre tanto que tienen consigo al esposo, no pueden ayunar. Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces en aquellos días ayunarán."
Pablo también desarrolló la misma ilustración:
(2 Co 11:1) "Porque os celo con celo de Dios pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo."
Además, esta figura era bien conocida en el Antiguo Testamento, donde Israel fue designado en repetidas ocasiones como la esposa de Jehová (Is 54:5) (Is 62:4-5). Y no cabe duda de que los profetas la usaron con frecuencia porque expresaba de una forma maravillosa la unión íntima que Dios siempre ha deseado tener con su pueblo.
Ahora bien, tal como Juan el Bautista y el mismo Señor la utilizaron, adquiría nuevos matices, porque si bien en el Antiguo Testamento el esposo era Jehová, ahora ese honor lo recibe Cristo. Y tal como fue usada por el apóstol Pablo, la esposa a la que se refiere ya no es el pueblo de Israel sino su iglesia.
Pero en todos los casos es una metáfora que deja claro un concepto fundamental: la esposa le pertenece exclusivamente al esposo. Y esto es exactamente lo que Juan quería transmitir a sus discípulos. Una vez más les dijo que el esposo auténtico era Jesús. Sólo él es digno de recibir la gloria de su pueblo. Por lo tanto, si Juan estuviera llamando la atención de la esposa sobre sí mismo, esto habría sido el acto más deplorable que pudiéramos imaginarnos. Y lo mismo para cualquier siervo de Cristo; buscar atraer la atención de la iglesia hacia sí mismo constituye una forma de deslealtad despreciable.
Ahora bien, ¿cuál era el papel de Juan el Bautista en todo esto? Pues como él mismo señaló, él sólo era "el amigo del esposo". Entre los judíos, al amigo le correspondía actuar como mediador para realizar los arreglos de la boda y reunir al novio con la novia. Su misión terminaba una vez que escuchaba la voz de júbilo del novio al comprobar que le habían presentado una novia virgen. A partir de ese momento, el amigo del novio debía retirarse discretamente.
Y de esta manera había actuado el Bautista. Había trabajado incansablemente para llevar a los hombres a Cristo. Él había sido como los evangelistas en la actualidad que buscan promover la unión de Cristo con las almas perdidas. Pero de ninguna forma pueden pensar que la iglesia les pertenece y está a su servicio para cumplir sus propias expectativas y deseos. La iglesia es de Cristo, ganada por su propia sangre, y sólo él debe recibir el honor y el servicio de su pueblo.
Por lo tanto, cuando sus discípulos vinieron a Juan quejándose de que todos se iban tras Jesús, lejos de molestarse dijo: "este mi gozo está cumplido". Nada le podía hacer más feliz que escuchar que las personas habían dejado de mirarle a él para seguir a Cristo. Su copa estaba llena a rebosar. No le cabía tanta alegría en el corazón al saber que el Novio estaba recibiendo la bienvenida de los suyos. ¡Qué estupendo modelo para todo ministro del Señor!
Y por supuesto, a raíz de la metáfora deducimos también la responsabilidad que tiene la esposa. Ella debe permanecer como una virgen pura que no se debe relacionar con nadie más que con Cristo, que la redimió con su sangre preciosa. No hacerlo así sería un acto de infidelidad.
"Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe"
Juan concluye con estas hermosas palabras. Su misión estaba terminando y ahora le tocaba retirarse lo más discretamente posible. A partir de ese momento lo que convenía era que Cristo continuara creciendo en la estimación de la gente, mientras que él pasaba al anonimato.
Notemos, no obstante, que según las palabras de Juan, parece que está dando a entender que Cristo crecería en la misma medida en la que él menguara. Y realmente esto es un principio bíblico: Cristo crecerá también en nosotros al mismo paso al que nosotros vayamos muriendo a nuestro egoísmo y carnalidad.
Así Juan llegó a la plenitud de su ministerio, y constituye una adecuada clausura a su obra. Sin duda no puede haber un pensamiento más elevado y puro que este.
Preguntas
1. Razone sobre el propósito de los siguientes ritos externos que encontramos en la Biblia y su valor para purificar al hombre: la circuncisión, los lavamientos del Antiguo Testamento, el bautismo de Juan el Bautista, el bautismo cristiano.
2. Explique y valore la actitud de los discípulos de Juan el Bautista. ¿Cree que en nuestro tiempo pueden darse comportamientos similares?
3. ¿Por qué cree que a Juan el Bautista no le influyó ni la fama, ni que su ministerio comenzara a caer en el olvido, o las críticas de sus discípulos? Razone su respuesta.
4. Busque otras partes de la Escritura donde Jesús aparece como el esposo y la iglesia como la esposa. Busque también en el Antiguo Testamento referencias a Jehová como el esposo y al pueblo de Israel como la esposa. Evite las referencias que aparecen en la lección.
5. Encontramos que con frecuencia los evangelios establecen la diferencia entre la persona de Jesús y la de Juan el Bautista. Haga una lista de estos contrastes justificándolos con citas bíblicas adecuadas.
Comentarios
Brenda Hernández (Estados Unidos) (23/11/2015)
Excelente estudio, me sirvió muchísimo. El SEÑOR los continúe usando y puedan seguir compartiendo su palabra con quienes deseamos conocer mas a nuestro DIOS. Bendiciones
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