Estudio bíblico: La prosperidad viene de Jehová - Salmo 127
La prosperidad viene de Jehová - Salmo 127
Un proyecto de vida
Según la mitología griega, Sísifo fue fundador y rey de la antigua ciudad de Corinto. Tenía fama de viajero, pero también de avaro y asesino. Cuenta Homero en La Odisea que Sísifo engaña al dios de la muerte, Tánatos, y se las arregla para salir del Hades y volver a su casa. Como castigo, los dioses lo condenan a empujar una piedra enorme cuesta arriba hasta que, cerca de la cima, la piedra se le escapa y cae rodando hasta el valle. Así sucede una y otra vez, por toda la eternidad.
Albert Camus aprovecha el mito de Sísifo para reflexionar sobre el absurdo en la vida humana. El esfuerzo del hombre es inútil porque la vida no tiene sentido, afirma el filósofo francés, aparte del sentido que la persona misma aporta viviendo todas las experiencias posibles. Hay que rechazar las normas morales impuestas por la sociedad y probar de todo. El hombre rebelde será el hombre satisfecho.
Habría sido fácil que el rey David terminara su vida sacando una conclusión parecida. Pero el mensaje que entrega a su hijo Salomón es otro: merece la pena tener un proyecto de vida en sintonía con Dios. David había sido pastor de ovejas, guerrero, padre de familia, y rey. Había ganado grandes victorias en campañas militares y luego se había visto obligado a huir de su propio hijo Absalón. Se había comprometido con mujeres y después perdido a mujeres. Triunfador en la vida pública y fracaso en la vida privada, David tuvo tiempo para meditar sobre los distintos caminos que las personas eligen para dar sentido a su vida.
David redacta el Salmo 127 para Salomón, y la poesía queda incorporada al cancionero de Israel como "cántico gradual" o mejor, "cántico de ascensos". Era uno de los salmos que los peregrinos cantaban cuando subían a la ciudad de Jerusalén para celebrar las fiestas nacionales tres veces al año. Recoge un hecho difícil pero real: el creyente está llamado a desarrollar su vida en un medio hostil. Hay enemigos. Los cosas se estropean, se oxidan, se echan a perder, se deterioran. La vida misma se extingue con la muerte.
En ese ambiente contrario a la felicidad humana, las personas están llamadas a trabajar para salir adelante. Nadie va a mandar las habichuelas a casa. Hay que ganarse la vida, luchando con el campo, y luego hay que esforzarse para conservar lo que se gana. Porque hay hongos, ratas, ladrones, incendios. Pero todo será inútil si el esfuerzo se lleva a cabo sin contar con Dios. Si Dios no da su ayuda y su bendición, todo el trabajo humano acabará en soledad y oscuridad, tristeza y remordimiento.
(Pr 10:22) "La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella."
El detalle que más llama la atención, sin embargo, es que la mejor arma para vencer en este mundo contradictorio es la familia. Los hijos -engendrados y luego educados- serán como flechas de un guerrero valiente. ¡Son sus armas para el ataque! El creyente no se esconde miedoso en un búnker, pidiendo protección de los males alrededor, sino toma iniciativas para incidir en el mundo y cambiarlo para bien. Cambiarlo por Dios, cambiarlo para Dios, cambiarlo con Dios. Los hijos son flechas que los padres disparan a un mundo en tinieblas. Todos los oficios y profesiones tendrán sus resultados, pero lo que más cuenta es haber influido en otras personas, porque éstas serán eternas. La mayor influencia y el mayor fruto se produce invirtiendo tiempo y esfuerzo en la formación de las personas más cercanas, que son los hijos.
David quiere convencer a su heredero -y a nosotros- de que merece la pena plantear un proyecto de vida. No es suficiente vivir sólo para el momento, inventando salidas y buscando una alegría embotellada, instantánea. Tampoco conviene dejarse llevar por la corriente que te rodea ("sin más"), esperando que otros te solucionen la papeleta. Es mucho mejor, dice el viejo rey -como dando su último consejo- asumir un punto de referencia sólido para labrar una vida con propósito. Una vida anclada en Dios y desarrollada en sintonía con Dios.
Hay que contar con Dios para el proyecto vital
(Sal 127:1-2) "Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia. Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño."
David va llegando al final de su vida. Reflexiona sobre su infancia y juventud en la casa de Isaí, cuidando los rebaños mientras sus hermanos mayores se dedicaban a menesteres más importantes. Se acuerda de la visita del profeta Samuel cuando éste le dijo que iba a reinar algún día, del combate contra el filisteo Goliat, del tiempo de servicio en la corte de Saúl y después de la envidia del rey. Repasa en su mente los años duros de huida en el desierto, de cómo el Señor le guió en cada momento y suplió todas sus necesidades. Después ascendió al trono y fue coronado rey de Israel. Saúl había muerto y el Señor dio a David victorias espectaculares sobre los enemigos alrededor. En un tiempo, su mayor deseo había sido levantar un templo fijo para Dios para sustituir la carpa portátil que había servido de santuario hasta entonces. Pero Dios le había dicho "a mí no me edificarás casa, sino yo te edificaré casa a ti" (2 S 7:11).
Al hacer memoria de su pasado -con todas sus luces y sombras- este mensaje del Señor sobre el asunto de una casa seguramente destacaría. David había soñado desde joven con levantar un edificio fijo para canalizar la adoración a Jehová y había compartido ese deseo con otros (Sal 132:1-6): "he aquí en Efrata lo oímos". El tabernáculo había cumplido su función. Como estructura movible, había transmitido el mensaje de que Dios acompaña a su pueblo en todo su peregrinaje terrenal -a todos los sitios- y que en todos los sitios cualquiera podría acceder a su presencia mediante el sacrificio y el sacerdocio. Ahora era necesario otro mensaje. Ahora se requería un anuncio -pensaba David desde su juventud- de que existe un lugar estable, permanente, donde siempre se puede acceder al Señor. Dios no va a desaparecer en la niebla, sino dejará establecido un lugar donde cualquiera podría buscar su rostro y pedir su bendición. Sería el templo, la casa del Señor, el lugar donde El se manifestaba.
El Señor le había dicho "no me edificarás casa sino yo te edificaré casa". Hay un juego de palabras, donde la estructura y la familia se intercambian. "No me edificarás casa" se refiere a la estructura: un edificio, el templo. La promesa anexa "yo te edificaré casa" se refiere a la familia, los descendientes, el linaje. Dios promete que levantará de la descendencia de David una dinastía regia. Un descendiente suyo reinará sobre toda la tierra. Sería el Ungido.
En el caso del templo, el sueño de David, el Señor le dice que no. No se le permite construir un templo. Sin la aprobación y la ayuda del Señor, ningún proyecto humano seguirá adelante. Es como el suspiro de Moisés: "La obra de nuestras manos confirma sobre nosotros" (Sal 90:17). En cambio, respecto al linaje, el Señor le dice que sí. La unión de David con Betsabé había dado el fruto agrio de un niño que muere, pero luego nace Salomón. El Señor confirma explícitamente su amor a Salomón, dándole un nombre que significa "amado de Jehová", "Jedidías", (2 S 12:24-25). Con ese cambio de nombre, David capta el mensaje: el linaje prometido no llegará a través de sus otros hijos -ni los nacidos en Hebrón, ni los nacidos en Jerusalén- sino a través de Salomón. Por ello asume un pleno compromiso con Betsabé. El frenesí amoroso que le había caracterizado en otros tiempos da lugar a la más estricta fidelidad matrimonial, hasta el punto que cuando traen a una virgen para darle calor en sus últimos días de su vida, David se niega a tocarla (1 R 1:4).
David escribe el salmo 127 para transmitir a su hijo Salomón las conclusiones a que había llegado después de meditar sobre la trayectoria de su vida. La primera reflexión es que hay que contar con Dios para llevar adelante tu proyecto vital (Sal 127:1-2). Esto supone varias cosas:
1) Hay que tener un proyecto vital. No todos entienden que su vida tiene un propósito. Si son jóvenes mantenidos por sus padres, es fácil que sólo vivan para el momento inmediato: estudiar, salir con amigos, disfrutar hasta donde alcance el bolsillo. Si son mayores y tienen que cubrir sus propios gastos, podrían pensar que la vida sólo consiste en buscar empleo con el fin de comprar casa algún día, formar una familia, ir de vacaciones cuando toca, y después jubilarse con una pensión digna. Se trata de conseguir amor, salud, dinero para alcanzar la felicidad y tirar adelante, año tras año.
Sin embargo, la Palabra de Dios asegura que Dios tiene algo en mente para cada persona:
(Job 23:14) "El, pues, acabará lo que ha determinado de mí; y muchas cosas como estas hay en él."
(Sal 138:8) "Jehová cumplirá su propósito en mí..."
(Ef 2:10) "Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas."
(Sal 139:16) "Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas."
En la cita del Salmo 139, figura una palabra en el texto hebreo que no aparece en nuestra versión en español: "los días" ("En tu libro estaban escritas todas aquellas cosas, los días, que fueron luego formadas..."). La idea es que Dios prepara de antemano no sólo el código genético de cada persona, sino también la sucesión de eventos que marcarán su experiencia en esta tierra.
Si Dios tiene un plan para cada persona, si ha preparado buenas obras de antemano, si derrama gracia en los suyos que se materializa a través de capacidades concretas (Ef 4:7) (1 P 4:10), todo esto significa que estamos llamados a descubrir el plan único y especial que el Señor tiene para nuestra vida. Se trata de un proyecto vital.
El proyecto vital cuenta con la participación de la persona. Hay que edificar. Al descubrir las buenas obras que Dios tiene preparadas de antemano, hay que andar en ellas. Contando con Dios, consultando con Dios, confiando en Dios, hay un trabajo que hacer.
El salmo también habla de edificar una casa. Se refiere a la misma "casa" que David tiene en mente cuando dirige este salmo a Salomón: la familia, la descendencia. El individuo plantea la formación de un colectivo de personas, sabiendo que las personas son eternas. Hay muchas actividades necesarias para ganar sustento y abrigo, pero en medio de todo ello están las personas que suben al escenario de tu vida. El mundo material acabará, pero las personas vivirán para siempre. Nuestro proyecto vital gira alrededor de las personas en cuyas vidas ejercemos algún tipo de influencia para bien, a lo largo de nuestros días.
Esta inquietud llevó al Hijo de Dios a encarnarse como Jesucristo. Antes de la encarnación, hablando como la personificación de la sabiduría divina, dice: "Me regocijo en la parte habitable de su tierra, y mis delicias son con los hijos de los hombres" (Pr 8:31). Tocar vidas era lo que dio sentido a toda la carrera de Jesucristo. Crecer en Nazaret y trabajar en la carpintería de José eran medios hacia un fin: bendecir a muchos llevando a cabo el plan de la redención. Todo giraba en torno a este propósito, y el Cristo que vive en nosotros implanta la misma visión.
Si David empieza hablando de edificar una casa, luego pasa a hablar de guardar una ciudad. El ámbito crece de "casa" a "cuidad". Hay una dinámica expansiva. Al principio son pocas personas, luego son muchas. "El fruto del justo es árbol de vida" (Pr 11:30), porque el círculo de bendición se amplía con el paso de los años.
Los verbos "edificar" y "guardar" hablan de un entorno hostil. El mundo material no facilita las cosas. La tierra produce espinos y cardos. Luego surgen enemigos que acechan. Los lobos están pendientes del rebaño, para hurtar, matar y destruir. Esto exige vigilancia y atención. Llevar a cabo un proyecto vital requiere el máximo esfuerzo.
2) Dios tiene que activar el proyecto vital. El salmista dice dos veces "si Jehová no edifica, si Jehová no guarda". El Señor tiene que presidir la actividad. El da los dones, él pone las circunstancias, él abre y cierra puertas, él da fuerzas, y sólo él puede dar un buen resultado. Al reconocer estos hechos, el creyente recuerda que depende profundamente del Señor en todo momento. Como dice Jesucristo: "separados de mí nada podéis hacer" (Jn 15:5). Cada vez que respiramos, cada vez que bombea nuestro corazón para que circule la sangre, es sólo porque Dios está allí sustentando la obra de sus manos.
Contar con el Señor en todas las actividades que configuran el proyecto vital significa consultar con él, buscar su luz, pedir su dirección, reclamar su sabiduría para todas las cosas. Significa confiar en él, llevándole las cargas en oración, todos aquellos obstáculos que dificultan el camino. El hecho de cantar este salmo con los demás salmos de ascenso tres veces al año -subiendo a Jerusalén para las fiestas de la Pascua, Pentecostés, y Tabernáculos- recalcaba la importancia de esta dependencia sentida.
Contar con el Señor también supone escoger las cosas que le agradan, tomar las decisiones en sintonía con su voluntad:
(Pr 3:5-6) "Fíate de Jehová de todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, Y él enderezará tus veredas."
Contar con Dios para llevar a cabo un proyecto vital nos invita a guardar las proporciones y mantener el equilibrio. En la parte nuestra, hay que esforzarnos al máximo, pero siempre con este espíritu de dependencia. Podemos plantar y podemos regar, pero Dios tiene que hacer crecer la planta. Nos equivocamos tanto si sólo dependemos de nuestra inteligencia y nuestra capacidad, como también si nos quedamos orando sin hacer nada:
(Pr 21:31) "El caballo se alista para el día de la batalla; Mas Jehová es el que da la victoria."
3) Los verbos "edificar" y "guardar" aclaran la parte humana en el proyecto vital. Nos dicen que se requiere un esfuerzo, pero que también hace falta sabiduría. Hay que aprender a edificar bien, a velar bien. Nos hablan de un proceso: el proyecto vital se desarrolla a través de un tiempo, no es un milagro instantáneo como por arte de magia. Hace falta constancia en la buena dirección.
Hay lugar para la creatividad en el edificar y el guardar. Si bien los planos vienen dados por el arquitecto y constructor divino (He 11:10), el modo de ejecución puede variar según el ingenio de cada cual. David sirvió a su propia generación según la voluntad de Dios (Hch 13:36), pero cada contexto cultural y cada momento histórico puede exigir respuestas distintas.
El hecho de edificar y de guardar recuerda la finalidad del proyecto vital. Se trata de una familia, de una ciudad. Son personas eternas que se asocian en comunidades: como una aldea o una metrópoli, o como una iglesia local. Tanto la familia como la iglesia cumplen funciones que nos invitan a edificar bien y a guardar con ahínco: son un refugio contra las tempestades de la vida, una escuela para formar -educando y corrigiendo- a los miembros, un granero para suplir las necesidades de otros, una valla publicitaria para anunciar los valores que importan.
La buena noticia es que si el proyecto vital se hace en sintonía con el Señor, habrá satisfacción en el alma y reposo a su tiempo: "pues que a su amado dará Dios el sueño". David está pensando en su hijo, cuyo nombre "Jedidías" significa "amado de Jehová", pero la promesa se hace extensiva a todos.
Un proyecto vital tendrá fruto en personas
(Sal 127:3-5) "He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta."
El proyecto vital tiene que ver con la "casa": con las personas más cercanas, que suelen convivir bajo un mismo techo. Se trata de los hijos o de otros que, por su cercanía, reciben cariño y una formación parecida. David anima a su hijo Salomón a recordar que, además de gobernar la nación -que supone obras públicas y la administración de justicia, con la construcción del templo como casa de Dios- su misión consiste en formar a la próxima generación. Los acontecimientos posteriores demuestran que Salomón quedará corto en la formación de su hijo Roboam. La preocupación de David era un acierto.
La frase "herencia de Jehová son los hijos" recuerda que el mayor legado de la vida son los hijos que uno deja detrás de sí. Merece la pena pensar en esto: que la vida en esta tierra no es una búsqueda de sensaciones, como tampoco se trata de un paseo a ciegas, dando tumbos mientras se avanza de una circunstancia casual a otra. Se trata de un proyecto en sintonía con Dios, en que disciernes el propósito de Dios para tu vida y planteas como máxima prioridad influir en la vida de otros para bien: tocar vidas, ayudar a personas, bendecir a otros. Hay muchos oficios y muchas profesiones, pero la meta final no es llevar a cabo actividades sino invertir en personas, en todos aquellos que por la providencia de Dios han cruzado tu camino.
La relación entre el proyecto vital y las personas que reciben bendición se describe con tres términos:
1) Los hijos son una herencia. Son los propios hijos, pero también pueden ser hijos espirituales, como Timoteo lo fue para el apóstol Pablo: "verdadero hijo en la fe" (1 Ti 1:2). La palabra "herencia" ("najalah" en el hebreo, que describe las tierras que los hijos de Israel reciben en heredad) se puede interpretar de dos maneras: como una herencia que pertenece al Señor (su posesión) o como una herencia que el Señor da (su regalo).
Si pensamos en los hijos como una herencia que pertenece al Señor, son como la nación de Israel: "Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová, el pueblo que él escogió como heredad para sí" (Sal 33:12). A este concepto le acompaña la idea de que los hijos que nacen son propiedad del Señor. Le pertenecen a él: "tus hijos y tus hijas que habías dado a luz para mí..." (Ez 16:20). El padre y la madre reciben una criatura en préstamo para formarla según Dios y luego lanzarla al mundo. El padre de Sansón dice: "Cuando tus palabras su cumplan, ¿cómo debe ser la manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él?" (Jue 13:12).
Ver a tus hijos como la posesión de Dios -mejor dicho, su tesoro- significa que hemos de consultar con él para ver qué quiere que hagamos con ellos. No son meramente un juguete para distraernos (cuando son pequeños), y tampoco una fuente gratuita de cuidados (cuando somos mayores). Tienen su propia dignidad, su propia identidad, y los padres tenemos la solemne tarea de moldear su carácter durante el tiempo que nos vienen prestados. La madre de Moisés pudo imprimir un amor a Dios y a su pueblo en el corazón de su hijo durante el tiempo que lo tuvo bajo su responsabilidad; luego Moisés libremente se identifica con el pueblo de Israel (He 11:24-26). Eunice transmitió la fe a su hijo Timoteo de tal manera que el joven tuvo buen testimonio entre varias iglesias (2 Ti 1:5).
La palabra "herencia" también puede entenderse en el otro sentido: como un tesoro que recibimos de Dios, como un regalo que él nos da. La palabra hebrea sacar ("cosa de estima") significa "salario, recompensa, galardón, paga". Entre todos los bienes que vienen de lo alto, el don más significativo son los hijos. Son el mayor tesoro. Como cualquier herencia tiene que ser administrada (pagando deudas, siendo generoso, y luego invirtiendo para hacerla crecer), así los hijos requieren que asumamos una filosofía acerca de su educación.
Algunos eligen no tener hijos para vivir mejor: comprar más cosas, viajar, adquirir una casa más espaciosa. Pero si los hijos son el mayor tesoro que nos llega de parte de Dios, esta visión es errónea. Otros deciden no tener hijos para no traer prole a este valle de lágrimas. Dicen "el mundo está tan mal que no queremos añadir sufrimiento teniendo hijos". Pero el salmo dice que los hijos son flechas en mano del valiente. Si el mundo está mal, ¡lo que necesita precisamente son hijos formados en la fe y lanzados para bendición!
Otros sacrifican a los hijos que han nacido sobre un altar consumista, dejándolos al cuidado de terceros para que los padres puedan dedicarse a ganar más dinero. Otros se esfuerzan para que sus hijos sean felices -compras, vacaciones, actividades extraescolares- cuando de lo que se trata verdaderamente es que su carácter sea formado en la buena dirección. Otros abusan de sus hijos física o verbalmente, tratándolos con desprecio, cuando una noción de su alto valor ante Dios debería inspirar otras conductas.
2) Los hijos son como flechas. "Como saetas en mano del valiente" dice el salmista. Otra vez se aprecia el trasfondo bélico: el mundo caído es un lugar lleno de adversarios. El que teme al Señor, sin embargo, sabe que ¡la vida de Dios puede más! No hay que meternos temblando en una cueva, sino disponer de una arma poderosa para bien. Son los hijos, preparados durante un tiempo (como guardados en la aljaba) y luego lanzados al mundo.
El tiro con arco supone influir a distancia. Así son los hijos. Los padres los lanzan de casa en el momento oportuno, y llegan mucho más lejos de lo que podrían hacer sus padres. Dar en la diana significa discernir y asumir el llamamiento de Dios para sus vidas, a fin de tocar otras vidas para bien. Esto significa que durante la infancia los estamos preparando para volar del nido algún día, para vivir independientes como personas de provecho. Los padres siempre tendrán esta perspectiva en mente, y por ello les enseñan multitud de cosas: una ética de trabajo, el manejo del dinero, las sutilezas de las relaciones humanas, los modales correctos, una curiosidad intelectual, un espíritu aventurero frente al futuro, un compromiso con el servicio, una espiritualidad libremente asumida e independiente. Para que lleguen a ser independientes de sus padres y dependientes de Dios, porque así lo desean.
La metáfora de la flecha y la importancia de tallarla bien para que vuele derecho, sugieren que la labor de educar a los hijos incluye varios compromisos: 1) el compromiso de dar un ejemplo coherente, sensato, espiritual; 2) el compromiso de crear un entorno edificante en el hogar (sobre todo en la relación entre el padre y la madre); 3) el compromiso de enseñar a los hijos, tanto en capacidades básicas para lidiar con el mundo externo como en el conocimiento del Señor y su Palabra; 4) el compromiso de dar un empuje para que anden solos en su camino vital. Esto podría ser un apoyo económico para que hagan una carrera, compren una casa o monten un negocio. El apóstol Pablo lo dice claramente: "no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos" (2 Co 12:14).
Cuando el salmista exclama "Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos", se refiere a una aljaba llena de flechas, no de piedras o patatas. La bendición no está en tener hijos, sino en formarlos. Engendrar muchos niños, para luego dejarlos a su suerte, no tiene ninguna gracia. Cada matrimonio tiene que decidir delante del Señor cuántos hijos puede formar adecuadamente -en los caminos del Señor y para andar sabiamente en los caminos de la vida- y tomar las medidas adecuadas al respecto.
3) Los hijos son un testimonio. El salmista dice que el hombre temeroso de Dios "no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta". La idea es que los hijos son un baluarte, una fortaleza, un respaldo incuestionable. Los hijos dan fe de la calidad personal de sus padres. El Nuevo Testamento afirma que un candidato a anciano de iglesia debe tener hijos que hayan asumido libremente los mismos valores que su padre, como se deduce de la frase "con toda honestidad", (1 Ti 3:4-5). Cuando esto ocurre, es un testimonio poderoso de que el padre ha hecho algo bien. Ha vivido en casa la fe que ha profesado en la calle. Este respaldo viviente calla la boca a sus opositores. Anuncia a todos que el padre es una persona de peso.
De la misma manera, el apóstol Pablo dice que la madre será salvada (de la inutilidad, de la insignificancia, del menosprecio) si sus hijos permanecen en fe, amor, santificación y modestia (1 Ti 2:15)6. Si ellos abrazan la fe cristiana libremente, se dedican al servicio al prójimo, tienen una vida espiritual independiente y demuestran autodominio, entonces todo el mundo sabrá qué clase de mujer es su madre.
La forma de ser de los hijos responde a lo que han vivido en casa. Si ha habido coherencia, amor y corrección, esto se notará en ellos. Si los padres han dado un ejemplo digno, los hijos serán los primeros en seguir las pisadas de sus mayores.
David dedica este salmo a su hijo Salomón. Después de toda una vida de experiencias variopintas, quiere comunicarle a su hijo lo que realmente importa. Nos anima a plantearnos un proyecto vital, un proyecto que tenga que ver con personas. Es cuestión de influir en personas para bien, de tocar vidas para la eternidad, de aprovechar el oficio o la profesión para conectar y bendecir a otros. Empezamos con nuestros hijos naturales y ampliamos el círculo a los hijos espirituales; primero la casa, después la ciudad. El mundo está averiado, pero el poder inherente a la vida de Dios permite que la luz brille en las tinieblas; las tinieblas no pueden prevalecer.
La cura de almas empieza con la cura de nuestra propia alma delante del Señor. Mirando al espejo y con el himnario de Israel en la mano, el creyente en Jesucristo puede canalizar los suspiros de su corazón hasta hacer que éste vuelva al lugar de confianza y renovada obediencia. El Dios que elige y llama es el que ayuda en esta restauración -"confortará mi alma"- y el que aviva la alegría en Dios, una alegría verdadera, duradera y espiritual: "unges mi cabeza con aceite".
Si cuentas con Dios en tu proyecto vital, tu vida tendrá fruto en personas.
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6 El verbo "meinosin" en (1 Ti 2:15) es plural y debe traducirse "permanecieren" no "permaneciere". Se refiere a los hijos, no a la madre.
Comentarios
Elena Carrión (España) (15/09/2023)
El Señor bendiga grandemente vuestro ministerio de servicio al Rey de reyes. Cuan grande es la obra del Señor en sus vidas, Grande es El Señor,que llega con su palabra a todos los rincones de su creación.El Señor siga iluminando vuestro espíritu, les llene de sabiduría y ciencia para cambiar corazones, gracias Señor mi alma sedienta se sacia con tu poderosa palabra.
Nidia Montaño (Colombia) (04/06/2022)
Dios le bendiga grandemente por compartir este estudio bíblico, ha sido de gran bendición, me ha permitido reflexionar y continuar esforzándome para cumplir mi proyecto de vida de la mano de Dios.
Damaris Zaragoza Hernández (México) (27/12/2021)
Excelente, Dios bendiga su ministerio amado del Señor. Dios nos mostró este salmo repetidamente en sueños. Y este tema nos sirvió para afirmar lo que nos había dado Dios anteriormente . Gracias a Dios por estas palabras, Dios afirma siempre lo que quiere hablarnos. Shalom
Mirta Tapia (Argentina) (18/05/2021)
Muchas gracias por la enseñanza, abrió más mi visión y afirmó más mi conocimiento en Dios y mi confianza en nuestro Padre... haciendo de mi una madre que agrade a Dios... Dios lo siga usando en gran manera.
Claudia Orellana (Chile) (02/05/2021)
Gracias por compartir este bello estudio, que es de edificación para nuestras vidas. Cariños cordiales, que el Señor siga bendiciendo sus vidas.
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