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Estudio bíblico: Regeneración y conversión -

Serie:   Doctrina Bíblica
Autor: Ernestro Trenchard
Reino Unido
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Regeneración y conversión

Definiciones

La regeneración, o el nuevo nacimiento. Recordamos al lector lo que hemos subrayado varias veces: que los términos novotestamentarios empleados para describir la obra salvífica que Dios, en su gracia, lleva a cabo por medio del Hijo y del Espíritu Santo, representan facetas de su intervención para la bendición del hombre, y han de entenderse como figuras que iluminan nuestra limitada inteligencia, incapaz de abarcar en su totalidad la sabiduría de Dios. La regeneración viene a ser igual al nuevo nacimiento, y las expresiones que estudiaremos nos hacen ver que el hombre, al pecar, perdió la vida verdadera, puesto que se separó de Dios, única Fuente de vida. Por lo tanto le es necesario "nacer otra vez" por medio de una obra divina aceptada humildemente y por la fe. Si los teólogos hubiesen reconocido las limitaciones de las figuras, permitiendo que cada una complementara a las demás, sin construir sistemas "lógicos" basados en el análisis de algunas con olvido de otras, habrían evitado mucha controversia inútil, y hasta dañina, con la confusión consiguiente que ha turbado las mentes de muchos creyentes sencillos. Estos tienen la Palabra de Dios en sus manos, concediéndoles Dios la ayuda del Espíritu Santo para su comprensión; el deber de los enseñadores, pues, es el de señalar los pasajes pertinentes de las Sagradas Escrituras, notando el contexto y las perspectivas generales de la doctrina revelada en la Biblia. Hemos de ponernos en guardia cuando nos presentan deducciones sacadas de ciertos vocablos y situaciones según una lógica que no toma en cuenta todos los datos. Lo mejor es acumular referencias y meditar en su contexto amplio, teniendo en cuenta las enseñanzas generales de la Biblia, con el fin de permitir que la Palabra nos hable con claridad y poder.
El vocablo griego que más nos interesa es "gennao", que se traduce generalmente por "engendrar", pudiendo traducirse, en ciertos contextos, por "dar a luz". Antes de examinar este concepto fundamental será conveniente que miremos un sustantivo que ha de traducirse literalmente por "regeneración". Este es "palingenesia", o sea, muy literalmente, "engendrar de nuevo". Se halla en (Mt 19:28), como predicción escatológica, ya que el Señor promete a sus fieles discípulos "que en la Regeneración, cuando el Hijo del Hombre se haya sentado en el trono de su gloria, vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis también en doce tronos y juzgaréis a las doce tribus de Israel". Es equivalente a "los tiempos de la restauración de todas las cosas", profetizados "desde tiempo antiguo", según palabras de Pedro que hallamos en (Hch 3:21). El término significa un "nuevo nacimiento" que renovará la creación, siendo más bien tema relacionado con la segunda venida del Señor.
Hallamos el mismo sustantivo, "palingenesia", en (Tit 3:5-7), y no se repite más en todo el Nuevo Testamento. En este caso se trata de una obra interna, y el término resume la maravillosa obra de gracia de Dios a favor del hombre, siendo de gran interés para nuestro estudio. Dios, dice Pablo, ha obrado con benignidad y amor para con los hombres y "nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia, por el lavacro de la regeneración (palingenesia) y por la renovación del Espíritu Santo, que él derramó abundantemente en nosotros por Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, fuésemos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna". Notemos que es una obra de gracia, es decir, que halla su origen en Dios, y que se relaciona estrechamente con el derramamiento del Espíritu Santo, enlazándose su operación con la Persona y obra de "Jesucristo nuestro Salvador". Quienes creen en la "regeneración bautismal", alegando que el nuevo nacimiento se produce por el bautismo por agua, afirman que la frase significa que la "regeneración" surge del "lavacro", lo que contradeciría tantas y tantas declaraciones bíblicas que insisten en que no es posible producir resultados espirituales por medios externos y materiales. El vocablo "loutron" significa la limpieza que procede del "baño", y este lavamiento es el resultado de la regeneración, y no su causa (Compárese el mismo término en Ef 5:26). La estrecha asociación de este concepto con el derramamiento del Espíritu Santo, obra obviamente interior, confirma este sentido del "lavacro" ("lavamiento", en R.V. 1960) que es uno de los efectos del nuevo nacimiento. Luego veremos que Juan, en su primera Epístola, insiste en que el hecho de ser "engendrados" por Dios produce por necesidad fruto que evidencie la realidad de la obra interior, la transmisión de la vida que procede de Dios.

Las enseñanzas de Juan capítulos 1 y 3

Una obra divina
El sentido de "gennao" enfatiza por sí mismo que esta obra, originando una vida nueva, procede únicamente de Dios, quien llega a ser Padre de una nueva familia espiritual: "los cuales (los nuevos hijos) no fueron engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de (ek) Dios", o sea, de la sustancia de Dios (Jn 2:13). En Juan 3 el adjetivo "anothen" puede significar "nuevo" o "de arriba", siendo en todo caso la obra específica del Espíritu Santo, el Vivificador. (Ef 2:1-3) presenta un diagnóstico sombrío del hombre caído, quien, llevado por influencias satánicas, es "hijo de ira" y "muerto" a causa de sus delitos. "Muerto" es una figura más de las muchas que subrayan la incapacidad del hombre caído para buscar una nueva forma de vida por medio de esfuerzos propios. Ha de ser obra de Dios, añadiendo Pablo esta declaración: "Empero Dios, siendo rico en misericordia, por su mucho amor con que nos amó... nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos); y con él nos resucitó..." (Ef 2:4-5). Nos corresponderá discurrir más sobre los medios que emplea Dios al concedernos su vida, pero, por el momento, es necesario que aprendamos que los hombres en manera alguna pueden procurarse para sí la vida eterna, diciendo los teólogos que la obra es "monergista", o sea, que sólo Dios opera en ella. Pedro, como Pablo en (Ef 2:4-6), identifica la Fuente de esta vida con la Resurrección (1 P 1:3).
Interviene la voluntad humana en la recepción del nuevo nacimiento
Según (Jn 16:8-11), es el Espíritu Santo quien convence al mundo de los hombres de su pecado y de los grandes hechos de justicia y de juicio. De igual forma es el mismo Espíritu quien despierta el sentido de necesidad espiritual en el hombre; él también presenta a Cristo a la visión espiritual de los hombres con el fin de despertar la fe en aquel que se humilla delante de Dios. El hombre podría tener buenos sentimientos en la esfera de sus actividades humanas, pero ya hemos visto en Tito capítulo 3 que "obras de justicia" no pueden conseguir ni la regeneración ni la justificación. Todo procede de la gracia de Dios, todo se funda sobre la Persona y Obra de Cristo y todo se vitaliza por el Espíritu Santo. Con todo, la postura del hombre que se regenera no es totalmente pasiva, pues Juan declara tajantemente: "A lo suyo vino y los suyos no le recibieron; mas a todos los que le recibieron dioles potestad de ser hechos hijos de Dios, es decir, a los que creen en su Nombre" (Jn 1:12). No es posible "recibir" a un huésped con absoluta pasividad. Toda la obra es divina, pero, como hemos visto en otros Estudios, al hombre, si ha de ser hombre, se le concede la tremenda responsabilidad de poder decir que "No" a Dios. De ahí su responsabilidad moral y su culpabilidad extrema si rechaza al Hijo (Jn 3:18-21). No podemos aceptar, pues, la proposición de L. Berkhof (Systematic Theology, p. 465): "La regeneración es una obra creadora de Dios, por lo que exige que el hombre sea puramente pasivo, ya que no hay lugar para la cooperación humana".
Esta definición de la escuela Reformada Calvinista se relaciona con su doctrina de la elección, pues sus enseñadores creen ver en las Escrituras que sólo los elegidos, por decreto soberano y secreto de Dios, reciben la gracia para ser salvos, siendo "preteridas" las demás almas porque se las niega esta gracia. Por la falsa lógica de este sistema, el alma muerta no puede recibir la Palabra de Dios hasta que se haya producido en ella una "regeneración" secreta que la capacita para responder a la predicación del Evangelio. Esto ocurre sólo en el caso de los elegidos. Si esto fuera verdad, todas las invitaciones y reprensiones de la Biblia se vuelven en punzante ironía, pues: ¿cómo había de llamar Cristo a los pecadores diciendo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados", si sólo aquellos que habían recibido la gracia por decreto divino podían responder? Y ¿por qué representar a Dios reprendiendo a Israel por medio de la gráfica expresión: "Todo el día extendí mi mano a un pueblo rebelde y contradictor" (Ro 10:21) (Is 65:2) si no podían acudir a los brazos extendidos de amor? La totalidad de la obra es de Dios (monergista), pero la recepción de ella corresponde al hombre, que no adquiere méritos por recibir el Don de Dios, sino, por el contrario, confiesa por su actitud que nada tiene aparte de la provisión de la gracia de Dios.
El ejemplo de Nicodemo, (Jn 3:1-21)
En este conocido pasaje, el verbo "gennao" se halla en los versículos 3 y 4 (dos veces), 5 y 6 (dos veces), 7 y 8, y aparte de la pregunta de Nicodemo que consta en el versículo 4, siempre en boca del Maestro divino. Por algo el pasaje se reconoce como base principal de la doctrina del nuevo nacimiento. Es muy aleccionador que Jesús diera tal lección a Nicodemo, precisamente, siendo, como era, un célebre maestro en las escuelas rabínicas de Israel. Este teólogo había llegado a comprender, lo que comprendían pocos israelitas de aquel tiempo, que Jesús era Maestro venido de Dios, ya que las señales que hacía probaban muy claramente que Dios estaba con él (Jn 3:1-2). Pese a esta declaración de simpatía y de aprecio, el Maestro corta sus expresiones a rajatabla, afirmando: "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo (anothen) no puede ver el reino de Dios" (Jn 3:3). El ministerio del Señor Jesucristo, aprobado por las señales que Dios le diera que realizara, constituía un tema de importancia fundamental, pero aquí se trata del hombre Nicodemo quien buscaba a Jesús, y sobraba toda la teología antigua y nueva si no comprendiera que "lo nacido de la carne, carne es; y lo nacido del Espíritu, espíritu es", de donde surgía la necesidad de "nacer de nuevo". Referencias al "nuevo nacimiento" de Israel como nación debieran haber preparado a Nicodemo para alguna comprensión del mismo principio aplicado al individuo (Ez 36:24-37:14), pero, acostumbrado al legalismo de su sistema, tardaba en comprender la necesidad de vida "desde arriba", que fuese espiritual en contraste con "lo carnal", lo que aquí significa el proceso natural de la generación, abarcando quizá todo el sistema religioso que no se mueve por el poder del Espíritu Santo. No nos quejemos de Nicodemo, pues se le ve con ansia de entender, y por fin llegó a identificarse plenamente con Cristo. Es que el Maestro enseñaba "verdades de arriba", como el único Testigo capaz para ello, y la comprensión humana no alcanzaba a cosa tan excelsa hasta recibir la iluminación del Espíritu Santo, según las distintas etapas de la revelación divina.
El proceso del nuevo nacimiento
Reiteramos que la obra de la regeneración es de Dios, subrayándose la operación del Espíritu Santo, el Vivificador. Nicodemo, por medio de los pasajes ya citados de Ezequiel, habría podido comprender la soberanía de Dios, quien declara su Palabra, llamando al Espíritu Santo (comparado con el viento) para hacerla eficaz. Por estos medios una nación muerta vuelve a vivir (Ez 37), hallándose los mismos conceptos en (Jn 3) en cuanto al individuo que ha de renacer si quiere entrar, y aun ver, el Reino de Dios.
Del agua y del Espíritu (Jn 3:5). Predomina el concepto de una nueva vida que surge de la operación del Espíritu Santo, y a la luz del tema hemos de entender la mención del "agua" en el versículo 5, que ha dado lugar a mucha discusión. Excluimos como antibíblica la idea de la "regeneración bautismal", para ello basta el énfasis sobre la obra del Espíritu y la fe del individuo en este pasaje, y quedamos con dos posibilidades, pensando en lo que Nicodemo podría entender entonces en la fecha de la conversación: a) Juan Bautista bautizaba por medio del agua como señal del arrepentimiento, y a este primer paso de confesión de pecado hubo de añadirse la obra interna del Espíritu Santo. b) En la frase "ex hudatos kai Pneumatos" la conjunción "kai" viene a tener sentido explicativo, como en varios contextos del Nuevo Testamento, y en este caso "Pneumatos" da el sentido de la figura del "agua": "Del agua, aun (del) Espíritu". La última sugerencia tiene la virtud de concordar con el sentido que se da frecuentemente a la figura del "agua", o sea, el poder vivificador del Espíritu Santo. Algunos expositores notan que en (Ef 5:26) "el lavamiento del agua" equivale a "la Palabra", creyendo que "agua" es figura de la Palabra en (Jn 3:5). Esta interpretación concuerda bien con (1 P 1:23-25), pero no es posible pensar que "agua" siempre corresponde figurativamente a "Palabra" en las Escrituras, pues más frecuentemente equivale al Espíritu mismo.
La obra de Cristo y la fe. (Jn 3:15) enlaza gramaticalmente con los versículos precedentes, explicando cómo se recibe la vida eterna: tema que no sería posible aparte de la obra redentora de Cristo. Esta se ilustra por la manera en que Moisés levantó la serpiente en el desierto, siendo necesario que el Hijo del Hombre sea levantado como ofrenda por el pecado. Del modo en que los israelitas se salvaban de la mordedura de las serpientes por "la mirada de fe", así "todo aquel que cree en el Hijo tendrá la vida eterna": vida eterna que tiene su principio en la experiencia personal del creyente cuando "nace de nuevo". Todo aquel que cree recibe la vida eterna, pero hay quienes aman las tinieblas más que la luz, perdiéndose porque rechazan al Hijo (Jn 3:16-21).

La semilla de la Palabra

Las enseñanzas de Pedro
Dos veces en el primer capítulo de 1 Pedro, el Apóstol hace referencia al nuevo nacimiento, empleando el verbo "anagennao", que es "gennao" precedido por la preposición "ana", que significa renovación, o sea, el nacimiento no es el antiguo, según la carne, sino una nueva obra de Dios. Ya vimos anteriormente que (1 P 1:3) relaciona la regeneración con la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, puesto que la muerte fue vencida por la del Redentor, quien llega a ser el Primogénito de entre los muertos por me dio de su levantamiento triunfal de la tumba (Col 1:18). Los creyentes reciben su vida de quien se proclamó a sí mismo como "Resurrección y Vida" (Jn 11:25-27).
¿Cuál es el medio que enlaza el "muerto en sus pecados" con el Príncipe de vida de tal forma que pueda ser regenerado, recibiendo la vida eterna? En (1 P 1:23-25), Pedro, después de ciertas exhortaciones a los creyentes, escribe lo siguiente: "Como engendrados de nuevo que habéis sido, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios..., y ésta es la palabra que, por el Evangelio, os ha sido anunciada". Dios se comunica por medio de la Palabra suya, que, siendo recibida por la sumisión y la fe, germina en el corazón gracias a la operación vivificadora del Espíritu Santo, según las claras enseñanzas de Juan capítulo 3, etc. Quizá Pedro se acuerda de la Parábola del Sembrador, ya explicada por el Maestro de esta forma: "Cuando alguno oye la palabra del Reino, y no la entiende, viene el maligno y arrebata lo sembrado en su corazón... Mas la sembrada en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende, el que verdaderamente lleva fruto..." (Mt 13:18-23).
La recepción de la Palabra
El tema de la recepción de la Palabra a los efectos de la vida eterna se repite con mucha frecuencia en Los Hechos y las Epístolas, como, por ejemplo en (1 Ts 1:5): "Pues nuestro Evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre". He aquí la norma que se destaca constantemente desde la primera predicación que siguió al descenso del Espíritu Santo: "Aquellos, pues, que recibieron de buen grado su palabra (la predicación de Pedro) se bautizaron y aquel día fueron agregados a los discípulos unas tres mil almas" (Hch 2:41) (Hch 8:4-8,35-38) (Hch 16:14,30-32). En todos estos casos: "La fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Cristo", lo que lleva a los humildes a invocar el nombre del Señor (Ro 10:9-12).
Una declaración por Santiago, (Stg 1:18)
Este Apóstol emplea el verbo "apokueo", "dar a luz" en el texto referido: "Él de su voluntad nos hizo nacer por la Palabra de verdad, para que fuésemos en cierto modo como primicias de sus criaturas". Se enfatiza la obra divina realizada por medio de la Palabra resultando no sólo en una nueva creación, sino en algo que puede considerarse como las primicias de las criaturas de Dios, siendo implícita la categoría especial de la Iglesia que surge de su estrecha unión con su Señor y su formación inmediatamente después de la obra de la Cruz y la Resurrección.

Los conceptos de la "nueva creación" y del "nuevo hombre"

La nueva creación
La Caída de la raza fue tan desastrosa que impuso la necesidad de que Dios efectuara una "nueva creación" si los hombres habían de adorarle y servirle, manifestando su gloria según el propósito primordial del Creador al colocar el hombre sobre la tierra (Gn 1:26-28). Tengamos en cuenta, sin embargo, que se trata de expresiones que complementan otras, ya que no se trata de destruir la naturaleza del hombre para sustituirla por otra, sino de quitar lo que metió el diablo; "apareció el Hijo de Dios para deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3:8), permitiendo que se produzca en él la semejanza de Cristo, el Hijo del Hombre, quien murió y resucitó. Esta "nueva creación" afecta toda la personalidad del hombre, de la forma en que el pecado lo había hecho en sentido negativo.
En (2 Co 5:14-18) Pablo explica el móvil que le animó a dar su vida al servicio del Señor, siguiendo una carrera que algunos corintios consideraban como la de un loco. "(Cristo) murió por todos, luego todos murieron (en él); y por todos murió, para que los que viven, no vivan ya para sí, sino para aquel que por ellos murió y fue resucitado". He aquí el gran hecho que terminó con el viejo sistema satánico, abriendo la puerta a todo lo nuevo. Es más exacto leer los versículos 17 y 18 como sigue: "De modo que, si alguno está en Cristo (hay) una nueva creación; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas y todo viene de Dios". Hallamos el mismo concepto en (Ga 6:15): "Ni la circuncisión ni la incircuncisión valen algo, sino la nueva creación" (2 Co 5:17). Todo depende de la obra de Cristo quien tiene la supremacía absoluta en todos los órdenes de la antigua creación, siendo, a la vez, "Cabeza del Cuerpo, la Iglesia, el que es el Principio, el Primogénito de entre los muertos..., porque en él tuvo complacencia de habitar toda la Plenitud" (Col 1:18:20). Juntamente con él los colosenses fueron "resucitados mediante la operación de Dios, que le resucitó de entre los muertos" y fueron "vivificados juntamente con él" (Col 2:12-13).
El hombre "viejo" y "nuevo"
La "carne", pensando en el sentido peyorativo que se señala por el contexto, es el conjunto de las tendencias que surge de la Caída. Al parecer, cuando Pablo habla del "viejo hombre", está pensando en la manifestación de estas tendencias a través de la personalidad humana. No es posible reformar la carne, de modo que este "viejo hombre" se considera como puesto "fuera de uso" ("katargeo"), ya que fue crucificado con Cristo (Ro 6:5-6) (Ga 5:20). Según la figura del bautismo por agua, Dios realizó esta obra una vez para siempre por medio de la Cruz y la Resurrección. Sin embargo, existe un proceso de santificación práctica, y se exhorta al creyente a que manifieste la realidad de la obra de Dios: "Que, en cuanto a vuestro modo anterior de vivir (que) os desnudéis del viejo hombre.., y que os renovéis en el espíritu de vuestra mente, y que os vistáis del hombre nuevo, que fue creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad" (Ef 4:22-24). Hallamos un pasaje análogo en (Col 3:9-11): "No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus prácticas y vestíos del nuevo que se va renovando hasta el pleno conocimiento, conforme a la imagen de aquel que lo creó". En esta creación "Cristo es todo y en todos".
Estos pasajes de Efesios y de Colosenses recuerdan el resultado lógico de la gran obra general que Pablo enfatiza en (Ro 8:29): "Porque a los que de antemano conoció, también los preordinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el Primogénito entre muchos hermanos". Compárese con (Ef 1:3-7).

Resumen

Las consideraciones anteriores nos llevan a esta conclusión: la regeneración equivale al nuevo nacimiento, siendo el término empleado para señalar el acto de Dios al implantar la vida eterna en el corazón del creyente. Surge de la voluntad de Dios y tiene por base la Obra de la Cruz (donde fue juzgada la vieja creación) la Resurrección de Cristo como Primogénito de entre los muertos, y el Descenso del Espíritu. Se efectúa por la siembra de la Palabra del Evangelio, recibida por el arrepentimiento y la fe, vivificada por el Espíritu Santo. Es absolutamente imposible que el hombre caído reanime un principio de vida en sí mismo por medio de buenas intenciones y reformas, dado que el viejo hombre es corrupto en todas sus partes. Sin embargo, corresponde al hombre confesar su pecado para poder recibir al Hijo, colocando una fe sincera en su Persona y su obra. Esto permite que surja en él aquel nuevo principio de vida que corresponde a su entrada, por el nuevo nacimiento, a la "nueva creación". El regenerado viene a ser "hijo de Dios", unido con el Hijo y recreado a su imagen.

Las señales que corresponden a los hijos de Dios

Los "hijos" en los escritos de Juan
Juan se deleita en el concepto de los creyentes como "tekna", o sea, hijos nacidos en la familia de Dios (de "tikto", engendrar, o dar a luz). A veces emplea el cariñoso diminutivo "teknion". Pablo también emplea "tekna" en contextos apropiados, pero más típicamente usa "huios", o sea, un hijo adoptivo, término que recalca la responsabilidad individual del miembro de la familia. Ya hemos visto que Juan recoge las enseñanzas del Maestro sobre el nuevo nacimiento (Jn 1:12-13) (Jn 3:1-21), siendo natural, pues, que en su primera Epístola, dirigida a creyentes, haga la debida aplicación de la doctrina al testimonio de la familia espiritual de los hijos de Dios, o sea, los engendrados de Dios.
Debido a las complicadas combinaciones de la herencia genética humana, no siempre se parecen los hijos a sus padres, pero en el "nuevo nacimiento" todo el nuevo ser surge de Dios, de modo que, en buena lógica, los hijos debieran reflejar los rasgos de su Padre, dentro del marco de su vida como criaturas.
"Hijitos, sois de Dios" (1 Jn 4:4). Cada vez que Juan se dirige a los "tekna" o "teknia", se halla implícito el hecho de que son "engendrados de Dios", y la preposición "ek" en la frase citada, seguida por el caso genitivo, subraya el hecho de que son de la sustancia de Dios. Esto encierra unas consecuencias lógicas en cuanto a su manera de ser.
El engendrado de Dios no practica el pecado, (1 Jn 3:9)
Este texto ha asombrado a muchos lectores, puesto que tienen experiencia constante de los tristes resultados del pecado aun dentro de la familia cristiana. Debieran notar que se trata del "hijo recreado a la imagen del Hijo". Lo que pertenece a la nueva creación está exento del pecado, porque surge de la Resurrección, después de la derrota del pecado. Esta vida es totalmente de Dios, y los hijitos, siendo "de él", no pueden pecar, pues Dios es la santidad misma y el pecado es lo que se opone a su voluntad. Ahora bien, si el "hijito" permite que se manifiesten las tendencias de la carne en su personalidad total y en sus actividades, se trata del "viejo hombre", capaz de realizar hechos muy feos. El hijo de Dios ha de saber que si su voluntad fluctúa entre lo "viejo" y lo "nuevo", es desleal a su vocación y a su ser como engendrado de Dios (1 Jn 3:5-9) (Jn 5:18). Algunos expositores enfatizan mucho el verbo "hacer" o "practicar" el pecado, y es evidente que el creyente puede caer en el pecado por descuido, pero que no lo puede practicar, insistiendo en el mal, ya que eso falsea la base de su vida (Ga 5:21). Con todo, aquí Juan está señalando los rasgos que han de manifestarse en los "hijitos", porque son los de su Padre, siendo conveniente explicar (1 Jn 3:9) de acuerdo con su argumento general.
El engendrado de Dios practica la justicia
Las declaraciones de Juan en este sentido subrayan un aspecto destacado de lo que ya hemos visto: lo engendrado por Dios no peca. Con todo, la rectitud viene a ser un elemento tan importante en el testimonio de la familia de Dios que no sobra el énfasis del Apóstol en esta faceta particular de la vida de los hijos. La práctica de la justicia es algo visible que ha de caracterizar a los nacidos de Dios: "Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que obra justicia es nacido de él" (1 Jn 2:29). En esto se distinguen los hijos de Dios de los hijos del diablo: "todo aquel que no obra justicia no es de Dios". Hemos de entender la justicia práctica, la rectitud de proceder en la familia, en el negocio, en los trabajos, etc., muy diferente del camino torcido de la Serpiente y "sus hijos". La meditación en la Palabra de Dios es nuestra escuela de justicia (2 Ti 3:14-17) y precisamos la operación de su luz sobre nuestra conciencia, a veces adormecida, pues este es el modo de distinguir netamente entre la justicia y las normas que se aceptan (indebidamente) en la sociedad que conocemos (1 Jn 3:12).
El engendrado de Dios ama a Dios y a su hermano
En su primera Epístola Juan reitera que "Dios es amor" y subraya tres manifestaciones de su amor en Cristo y a favor de los hombres, en (1 Jn 3:16) (1 Jn 4:9) (1 Jn 4:10). Los hijitos no pueden negar el mandamiento fundamental del Reino: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13:34-35): principio que Juan vuelve a recalcar con máximo énfasis en (1 Jn 4:7): "Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios; y todo aquel que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios porque Dios es amor" (1 Jn 3:16-17,19-21). Es inútil pretender que amamos a Dios, a quien no hemos visto con visión directa, si a la vez negamos la manifestación del amor al hermano que hemos visto.
Se trata en todos estos contextos del "agape", o del amor divino, que es todo lo contrario del egoísmo. El "yo" ha de rebajarse, limitando sus típicas manifestaciones por la ayuda del Espíritu, lo que permitirá una afectuosa preocupación por el hermano, y aun por el prójimo. Para Juan no hay límites a estas obras de amor, ya que Cristo evidenció la suya muriendo por nosotros. Por eso escribe, con toda naturalidad: "En esto conocemos el amor, en que Cristo puso su vida por nosotros; y nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos" (1 Jn 3:16-18).
El engendrado de Dios mantiene la pura doctrina acerca de la Persona de Cristo
Las Escrituras nunca separan la doctrina de la práctica, así que no debiera extrañarnos que uno de los rasgos del hijito, prueba de que es engendrado de Dios, viene a ser la plena confesión de la Persona de Cristo: "Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo es engendrado de Dios" (1 Jn 5:1). Para completar el contenido doctrinal de nuestra confesión de fe necesitamos meditar también en (1 Jn 2:22-23) (1 Jn 4:1-3), recordando el testimonio bíblico sobre la Persona de Cristo que expusimos en el Estudio 5. Que nadie nos engañe, alegando las libertades subjetivas de esta "edad permisiva", pues, según las declaraciones del apóstol Pedro, el que no amolda sus creencias a la doctrina apostólica, sigue siendo siervo del pecado, y según Juan, participa del espíritu del Anticristo. El "hijito" engendrado de Dios por medio del nuevo nacimiento ha de reconocer a Cristo tal como se presenta en la Biblia (Ro 6:17) (Ef 4:21) (Fil 4:9) (2 Ti 1:13-14).

La conversión

El cambio externo
La regeneración es una obra espiritual e interna, como hemos visto. Sin embargo, constituyendo un proceso vital, ha de producir cambios en la actitud y conducta del hijo regenerado. Recordemos los rasgos que el apóstol Juan esperaba ver en los hijos de Dios. En el Antiguo Testamento los profetas se dirigen constantemente a los rebeldes, o apartados, del pueblo escogido de Israel rogándoles que vuelvan al Pacto, sometiéndose a su Dios. Típico de estos llamamientos es el de (Ez 33:11): "Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?". Anunciaban juicios sobre quienes no querían convertirse, indicando que hacía falta un cambio de ruta. En el Nuevo Testamento hallamos el verbo "convertir" como quince veces en R.V. (60) en relación con personas, y una vez el sustantivo "conversión": casi siempre traduce el verbo "trepho" o su compuesto "epitrepho", que, fundamentalmente, significan "volver", y, claro está, el sustantivo "conversión" equivale al acto de volver. El ángel Gabriel predijo de Juan el Bautista que "hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos" (Lc 1:17). Recordando que el Bautista había de predicar el arrepentimiento, bautizando a quienes se preparasen a esperar al Señor, sacamos una idea clara de lo que es la "conversión". Ante el pueblo que había rechazado a su Mesías, Pedro exclama: "Arrepentíos, pues, y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados" (Hch 3:19).
Una ilustración gráfica
La maravillosa parábola del Hijo Pródigo nos ofrece una bella ilustración de la "conversión". El hijo menor se había alejado de la casa paterna, llevando su dinero a un país lejano. Al ver los malos resultados de su loca búsqueda de una libertad carnal, "volvió en sí", o sea, se produjo en él una obra interna de comprensión y de arrepentimiento. Acto seguido dice para sí: "Me levantaré e iré a mi padre". El movimiento interno de volver en sí dio lugar después al cambio externo de dirección. En lugar de alejarse de la casa de su padre, determina volver allá, confesando su pecado. Pronto estaría a la mesa del padre, vestido decorosamente y comiendo de lo mejor de la casa.
Hay una clara relación entre la regeneración y la conversión, y si no se evidencian cambios externos propios de los hijos de Dios no podemos dar crédito a la profesión de haber sido regenerado. No hay por qué preguntar por el orden cronológico de la regeneración y la conversión, pues se trata de expresiones que señalan dos vertientes de la misma obra de Dios en la vida de quienes reciben la Palabra con fe, notándose evidente cambio de ruta de quien ha recibido el don de la vida eterna (2 Ti 2:19). No vemos en las Escrituras señal alguna de una regeneración secreta, efectuada por un decreto divino, anterior a la conversión, tratándose de niños o de personas mayores. La regeneración se asocia con el oír de la Palabra, con el arrepentimiento, con la fe y con las operaciones del Espíritu Santo dentro del corazón, manifestándose inmediatamente el fruto de la obra interna en una vida cambiada de quien ya es hijo de Dios, y convertido en cuanto a sus malos caminos anteriores.

Temas para meditar y recapacitar

1. Discurra ampliamente sobre las enseñanzas que hallamos en los escritos del apóstol Juan sobre la "regeneración" o el "nuevo nacimiento", recordando que Juan emplea los términos "hijos" e "hijitos" para designar a los engendrados de Dios.
2. Relacione la doctrina de la regeneración con los conceptos de la "nueva creación" y con lo que Pablo tiene que decir sobre el "hombre viejo" y el "hombre nuevo".
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

Comentarios

Colombia
  Campo Elias Palma Millán  (Colombia)  (10/04/2019)

NECESITO APRENDER LAS COSAS DE DIOS PARA SALVARME Y USTEDES ME APORTAN MUCHO. GRACIAS.

Estados Unidos
  Teyo Jimenez  (Estados Unidos)  (08/04/2019)

Muy bendecido por este estudio, buenísimo, Gracias y que Dios les siga dando sabiduría y ciencia de su palabra

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