Estudio bíblico: Saúl desobedece y es desechado - 1 Samuel 15:1-35
Saúl desobedece y es desechado (1 Samuel 15)
Del otro lado del camino se acerca un individuo que aparenta tener más de 60 años. Camina sin apresuramiento. Sus ojos son penetrantes y se fijan como dardos en el personaje que está delante de él. No se sonríe. Luce una barba blanca que le añade diez años a su partida de nacimiento. Tiene el aspecto de uno de esos pocos hombres que viven muy cerca de Dios. Sus ropas nos muestran que es un profeta. No lo acompaña nadie; bueno, él nos corregiría y diría que lo escolta siempre la presencia del Eterno.
Ese hombre había pasado una mala noche, una de las peores en su vida. Dios le había hablado y le había dicho: "Me pesa (arrepiento, RVR-1960) haber puesto a Saúl como rey, porque se ha apartado de mí y no ha cumplido mis palabras" (1 S 15:11). A Samuel, el profeta y juez, le duele aceptar esto. El Señor le revela los detalles. El sol ha caído lentamente sobre el horizonte montañoso de la tierra de Israel.
Esa noche el profeta no puede dormir. Clama al Eterno durante toda la oscura vigilia implorando por Saúl. Las palabras del Todopoderoso le retumban como campanazos en sus oídos: "Me pesa... se ha apartado de mí... no ha cumplido mis palabras". El siervo de Dios se ha pasado hasta el amanecer implorando al Omnipotente por misericordia sobre Saúl. Pero este veredicto no se puede apelar. Sigue repitiéndose en sus oídos la sentencia: "Saúl se ha apartado de mí". Por fin, después de esa noche cuyos minutos se mueven a la velocidad de las horas, aparecen los albores del nuevo día. Saúl también ha madrugado y salió para edificar un monumento en Carmel. Esto lo hace para que toda la posteridad sepa, reconozca y honre la victoria militar que él, Saúl, había obtenido.
Dios no le ha mandado hacer esto pero él quiere estar seguro de que quede un obelisco para perpetuar su victoria.
El rey Saúl era alto, elegante y tenía un poco más de 40 años. Todavía tenía la sonrisa burlona que muy pronto iba a perder para siempre. Era el gesto de los jovencitos cuando hacen algo que ellos creen que se merece los elogios más sublimes contenidos en el diccionario. Sus ojos se movían rápidamente como si no pudieran encontrar un punto para descansar. Un grupo grande acompaña a Saúl, incluyendo guerreros, jefes militares y autoridades religiosas.
— "Buenos días, Señor profeta, dichosos los ojos que lo ven"—, dice Saúl, mientras una sonrisa triunfal posa en sus labios.
Samuel, con un rostro que todavía muestra las marcas grises de la agonía en oración, no responde.
Saúl se pone más intrépido y repite más fuerte:
— "Buenos días, Señor profeta".
El rey se ha erguido; la comitiva real se detiene para escuchar con detalle lo que su líder tiene que decir. Los militares se han puesto en postura de fingido interés, prontos para aplaudir el discurso del monarca, independientemente del contenido. Las autoridades del clero han adoptado la posición santurrona que los disfrazados de religiosos pueden adoptar tan naturalmente. Los guerreros de la custodia miran con interés a los interlocutores. Saúl, con voz fuerte, resonante y con ese tonito de victoria que no puede evitar dice:
— ¡El Señor te bendiga! He cumplido la palabra del Señor (1 S 15:13).
El rey aguarda que el profeta lo felicite delante de todos, pero espera en vano. Samuel, con voz enérgica y con un dejo de ironía, pregunta:
— ¿Qué es ese balido de ovejas en mis oídos y el mugido de vacas que oigo? (1 S 15:14).
Ciertamente allí, en ese país semidesértico, se escucha el mismo sonido de las vacas cuando son arreadas hoy en día por los gauchos en la pampa sudamericana.
Saúl sonríe como hacen los acaudalados cuando quieren significar que algo que para nosotros es importante para ellos no lo es.
— No es nada — replica el monarca.
El profeta reitera la misma pregunta:
— ¿No es nada? ¿Quieres decir que ese balido de ovejas y bramido de vacas está solo en mi imaginación?
— ¡Oh, no! — responde Saúl —. El pueblo pensó que sería bueno ofrecérselas en sacrifico al Señor. Él ha sido tan bueno con nosotros que queremos demostrar nuestro agradecimiento al Todopoderoso. Salvamos de la matanza solamente las mejores. Pero todo lo demás lo destruimos. ¡Había muchas cosas que nos hubiera gustado conservar! Sin duda que las podríamos poner para un buen uso. Pero yo me puse firme y les dije: "Yo soy el rey, yo soy el mandamás, el profeta Samuel me ha dicho que hay que destruir todo y así lo hicimos".
El rey da una mirada buscando la aprobación y el aplauso de toda su comitiva. Los militares y religiosos hacen una seña de asentimiento repetido y sus cabezas se desplazan hacia arriba y abajo como si fueran títeres. El movimiento se detiene al mismo tiempo como demostrando que lo habían ensayado muchas veces.
El rostro del profeta se pone muy serio y triste. Nos recuerda el semblante del padre que con el corazón sangrando tiene que corregir al muchacho por una falta muy grave que éste ha cometido. Los ojos oscuros de Samuel se clavan como anclas en los del rey.
— Déjame declararte lo que el Señor me dijo anoche (1 S 15:16).
La voz del profeta expresa el sufrimiento que siente un alma cuando tiene que decirle algo muy penoso a un ser muy querido.
— ¡Decláralo! — dice Saúl, con una sonrisa socarrona todavía embriagado en su éxito militar.
— Aunque eras insignificante ante tus propios ojos, ¿no fuiste hecho cabeza de las tribus de Israel? (1 S 15:17).
Saúl hace un gesto asintiendo.
Samuel prosigue:
— ¿No te ha ungido el Señor como rey sobre Israel?.
El monarca nuevamente aprueba con una sonrisa que ahora parece una mueca.
La voz del profeta aumenta de volumen:
— El Señor te ha encomendado una misión y te ha dicho: Ve y destruye completamente a esos pecadores de Amalec. Hazles la guerra hasta que los extermines. ¿Por qué, pues, no has obedecido la voz del Señor? ¿Por qué te lanzaste sobre el botín e hiciste lo malo ante los ojos del Señor? (1 S 15:18-19).
El profeta de Dios, con toda valentía, acusa al rey delante de todo su séquito. Sabe que esta cruda franqueza le puede costar la vida.
Se hace un breve silencio. El rostro enrojecido de Saúl, que mostraba extrañeza por la acusación del profeta, se recupera. Toda la comitiva real está observando con expectativa lo que va a suceder. Se ha establecido un verdadero duelo entre el rey y el profeta de Dios. El soberano alza su voz y se defiende:
— He obedecido la voz del Señor y fui a la misión que el Señor me encomendó. He traído a Agag, rey de Amalec, y he destruido completamente a los amalecitas (1 S 15:20).
El rey hace una pausa y mira a los integrantes de su comitiva buscando su aprobación.
— ¡Claro que sí! — dice uno de los militares de más rango.
— ¡Por supuesto que sí — repite otro.
— Hicimos todo lo que se nos mandó — afirma con voz grave el jefe de los sacerdotes.
Saúl agrega:
— Tuvimos un pequeño problema: aunque yo dije que mataran a todos los animales los soldados tomaron del botín ovejas, vacas y lo mejor del anatema. Yo no les hubiera permitido hacerlo pero ellos insistieron y las autoridades religiosas lo aprobaron dado que solamente lo hacían para ofrecerlos en sacrificio a tu Dios. Nos pareció que el fin justifica los medios y que el Señor se iba a alegrar de nuestro proyecto. Después de todo, ¡nunca tuvimos tantas vacas y ovejas para sacrificar al Todopoderoso!
Cada frase que va a pronunciar el profeta es como cañonazos atacando su blanco.
Samuel pregunta con ese tono sombrío que muestra indignación y tristeza:
— ¿Se complace tanto el Señor en los holocaustos y en los sacrificios como en que la palabra del Señor sea obedecida? (1 S 15:22).
Se hace otro silencio. Saúl frunce el ceño. La comitiva abre sus ojos con sorpresa. El profeta continúa:
— Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención es mejor que el sebo de los carneros. Porque la rebeldía es como el pecado de adivinación, y la obstinación es como la iniquidad de la idolatría (1 S 15:22-23).
Saúl no puede responder. Se da cuenta de que esas palabras son muy serias. Un sudor frío corre por su cuerpo. Pero ahí no termina todo. La voz del profeta se hace más grave:
— Por cuanto tú has desechado la palabra del Señor, él también te ha desechado a ti, para que no seas rey (1 S 15:23).
El rey, sintiendo el peso de esta sentencia, experimenta un remordimiento que es tan breve como una estela fugaz en el horizonte. Luego, con voz temblorosa, confiesa:
— Yo he pecado; porque he quebrantado el mandamiento del Señor y tus palabras, temiendo al pueblo y accediendo a su voz. Perdona, pues, mi pecado, y vuelve conmigo para que yo adore al Señor (1 S 15:24-25).
El profeta le responde:
— No volveré contigo, porque has desechado la palabra del Señor, y el Señor te ha desechado a ti, para que no seas rey sobre Israel (1 S 15:26).
Las palabras solemnes de Samuel caen como un balde de agua fría sobre Saúl.
El profeta comienza a retirarse con el corazón destrozado por el dolor. El cielo está manchado con negros nubarrones. La tensión, antes que explote la tormenta, se siente como si se pudiera tocar. Samuel hubiera preferido no tener que pronunciar nunca estas palabras tan duras. Saúl, en su desesperación, reacciona otra vez pero neciamente. Se prende de la vestidura de Samuel de la misma manera que uno que se cae por un precipicio se aferra a una rama. El manto del profeta se desgarra cuando este decide seguir adelante y el rey trata de detenerlo. Samuel se da vuelta y fija en Saúl una mirada indignada que penetra como un taladro. El tono de su voz es el de un juez dictando sentencia capital:
— El Señor ha rasgado hoy de ti el reino de Israel y lo ha dado a tu prójimo, que es mejor que tú. Además, la Gloria de Israel no mentirá ni se arrepentirá, porque él no es hombre para que se arrepienta (1 S 15:29).
Saúl resuelve jugar su última carta. Piensa en la pérdida de su prestigio. Qué penoso es perder popularidad cuando a esta la valorarnos más que cualquier otra cosa. Entonces, con un tono en la voz que expresa tristeza, dice:
— Yo he pecado; pero ahora hónrame, por favor, en presencia de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel, volviendo conmigo para que yo adore al Señor tu Dios (1 S 15:30).
El rostro de Samuel muestra una expresión peculiar. Saúl quiere que el profeta lo acompañe para adorar al Señor y él accede. El profeta no especula sobre cuáles son los motivos del rey. Samuel entonces aprovecha la oportunidad, y añade:
— ¡Tráeme a Agag, rey de Amalec! (1 S 15:31).
Menciona el nombre y el título porque no quiere que exista la menor posibilidad de error.
Agag se acerca con una sonrisa, con esa convicción de que "si me dejan hablar me voy a salir con la mía". Samuel dicta su sentencia:
— ¿Así como tu espada dejó sin hijos a las mujeres, así tu madre quedará sin hijo entre las mujeres! (1 S 15:33).
El viejo profeta toma una espada que le quita a uno de los soldados de la guardia y se abalanza sobre Agag. La sonrisa ha desaparecido de los labios del salvaje y carnicero rey de Amalec. Samuel, movido por el celo del Señor, hace algo que nunca antes en su vida había hecho.
Pasan las semanas y los meses y Saúl vuelve a la "normalidad". El profeta Samuel sigue llorando por aquel hombre en quien había depositado tantas esperanzas y que se había apartado del Señor.
La historia bíblica y nosotros
Muchas veces cantamos de corazón el viejo himno: "Para andar con Jesús no hay senda mejor que seguir sus mandatos de amor".
El profeta había aprendido la importancia de la obediencia al Señor.
Como individuo, Samuel no es fácil de comprender. Se había criado fuera del hogar dado que sus padres lo llevaron para ser consagrado al servicio del Señor (1 S 2:18) (1 S 3:3).
El profeta tiene esa inusual combinación de severidad y ternura.
La vemos cuando pasa toda la noche implorando por Saúl. A pesar de todas las fallas que tenía el monarca, el profeta poseía un sentimiento muy tierno hacia el primer rey de Israel. Después de todo, había sido Samuel quien lo había ungido como el líder del pueblo de Dios. Vemos a un hombre cuya simpatía no impide que reaccione con gravedad y en forma terminante cuando Dios le indica que le comunique el dictamen del juicio severo. Samuel intercede por el rey en oración toda la noche delante del Omnipotente. Luego que le entrega el mensaje del juicio divino se resigna a no ver nunca más a ese rey que amaba, pero cuyo pecado no podía pasar por alto. Samuel nunca más asume iniciativa alguna para encontrarse con Saúl. Sin embargo, se produce otro inusual encuentro (1 S 19:23-24). Samuel, como tantos a través de los siglos, llora por ese ser querido que ha abandonado los caminos del Señor (1 S 15:35).
¿Qué significa que Dios se arrepiente o que a Dios le pesa (1 S 15:11,35)? Nos tiene que quedar bien claro que Dios no se arrepiente en el sentido que nosotros lo hacemos. A veces nosotros nos arrepentimos porque algo sucede, o alguien reacciona de una manera que no esperábamos. Nos toma por sorpresa y entonces decimos: "Me arrepiento". Pero el Dios Eterno, que lo conoce todo, nunca se lleva sorpresas. Yo nunca puedo hacer algo que para él sea inesperado. Es así que se utiliza la expresión "me pesa". Por otra parte tenemos que entender que Dios, al comunicarse con nosotros, utiliza vocablos y conceptos que nos son familiares. La palabra "arrepentimiento" es muy bien conocida de todos. Matthew Henry lo expresa así: "El arrepentimiento de Dios no es, como el de nosotros, un cambio en su mente sino un cambio en su método".
El problema de Saúl es que él no quiere perder su prestigio delante de los ancianos de Israel pero parecería que no le importa mucho perder su reputación delante de los ojos del Eterno.
Al ser informado del veredicto, el rey sin duda piensa en su hijo Jonatán, quien él quisiera con todo su corazón que fuera su sucesor.
El profeta, inflamado por el deseo de ser obediente a Dios, ejecuta de una manera para nosotros brutal al impío Agag. Esto lo hace no por una razón personal ni por un ataque incontrolable de furor, sino como siendo el ejecutor del brazo divino haciendo justicia sobre un hombre perverso y sanguinario. Samuel hace lo que Saúl tenía que haber hecho y no hizo. Se ha cumplido lo de la parábola: "...aquellos enemigos míos que no querían que yo reinara sobre ellos, tráiganlos acá y degüéllenlos en mi presencia" (Lc 19:27) (Sal 2:9).
Agag se presenta muy sonriente, pensando que el peligro de ser ajusticiado ha pasado. Es probable que haya tenido alguna promesa de alguien "de alto nivel" de que su vida va a ser perdonada. Sería difícil de otro modo explicar su actitud de venir "alegremente" (1 S 15:32). Por lo visto tuvo en poco a este sacerdote probablemente ya entrado en años. Ese individuo había sido también juez en Israel por muchos años (1 S 7:15).
El veredicto del profeta contra Agag es aterrador: "¡Así como tu espada dejó sin hijos a las mujeres, así tu madre quedará sin hijo entre las mujeres!" (1 S 15:33).
Muchos nos preguntan por qué en este caso Dios mostró tanta severidad. Dios es muy misericordioso. En otra ocasión, cuando un ejército sirio había invadido a Israel, el Señor en su misericordia les perdonó la vida a todos por medio del profeta Eliseo (2 R 6:22-23).
En la vida de Samuel sobresale el concepto de ser absolutamente obedientes al Señor. Es decir, cuando el Eterno manda algo, lo tenemos que cumplir al pie de la letra. Dios considera la obediencia parcial o incompleta como equivalente a la desobediencia. El pecado de Saúl de rebeldía es equiparado al de adivinación, y la obstinación como la iniquidad de la idolatría.
Había sin duda cierta amistad entre Samuel y Saúl. Sin embargo, el profeta ha puesto su vida en grave riesgo al denunciar al rey su pecado. Siempre, en todas las culturas, los que han acusado al rey o a las autoridades similares han corrido gran peligro y la lista de los ejemplos sería interminable. Samuel tiene un temor reverencial tan grande de Dios que no se acobarda ni delante del rey.
Saúl transformó su victoria militar en otra de sus derrotas espirituales. Es más fácil cambiar un éxito en una catástrofe que un fracaso en un triunfo.
La pregunta que nos han hecho muchas veces es por qué un Dios de amor ordena que toda una nación sea exterminada. La respuesta está en que uno de los atributos de Dios no puede anular o ignorar a otro. El amor no puede invalidar su justicia. Parte de la respuesta es que Dios es también santísimo y justo, y ese pueblo ha llegado a una corrupción e inmoralidad inimaginable. Vemos la misericordia de Dios al ofrecer perdonar la vida a todos los ceneos que están conviviendo con los amalecitas. Ellos no participaron de la perversidad de los amalecitas contra Israel y, por el contrario, los ayudaron. Por eso se les da la oportunidad de retirarse de los campamentos de los amalecitas (1 S 15:6).
Saúl se jacta diciendo: "He cumplido la palabra del Señor" (1 S 15:13). El Señor Jesús nos aconseja: "Cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, digan: Siervos inútiles somos porque solo hicimos lo que debíamos hacer" (Lc 17:10).
Samuel comienza su reprimenda recordándole a Saúl su origen tan humilde. Le hace rememorar que Saúl se consideraba a sí mismo insignificante. Probablemente fue esta misma palabra la que Saúl utilizó hablando de sí mismo cuando se encontró por primera vez con el profeta. Es interesante que Samuel le pregunta: "¿No te ha ungido el Señor como rey sobre Israel?" (1 S 15:17). Esta es la primera vez que este término se emplea en relación a Saúl. Previamente se había usado el término equivalente a líder.
Cuando el Señor nos da una misión es un gran privilegio pero también una gran responsabilidad. Saúl no podía defenderse con el escudo de la ignorancia. Las nefastas consecuencias de la historia de Josué y de Acán tenían que ser bien conocidas por Saúl (Jos 7:11).
La acusación comienza diciendo: "¿Por qué te lanzaste sobre el botín...?" (1 S 15:19). Saúl no pudo resistirse la tentación de adquirir de una manera tan fácil aquella cantidad de ganado. Se convirtió en un minuto en gaucho y ganadero. La palabra para "lanzaste" sugiere que se precipitó y fue atraído de una manera irresistible, como si fuera un imán gigante.
Al despiadado, bestial y carnicero Agag le pasó una vez lo que él había hecho con otros muchas veces. "Aun los reyes tendrán que dar cuenta al Rey de reyes de la sangre inocente que ellos derramaron o que ellos hicieron derramar". Por supuesto, aquí incluimos presidentes y otras autoridades.
Cuando Samuel vuelve con Saúl para adorar al Señor no es un acto de debilidad o de aprobación. Lo hace por dos razones. Una, para impedir un estado de anarquía al dejar de apoyar al rey un hombre tan influyente y respetado como Samuel. En segundo lugar, para ejercer el castigo sobre Agag.
Se nos dice que Saúl adoró al Señor. No se nos dice que Samuel lo hizo.
Un defecto que encontramos en Saúl es su tendencia de pasar sus responsabilidades a otros. Él culpa al ejército o al pueblo de haberse quedado con el ganado. No acepta la responsabilidad que le corresponde como autoridad suprema. Quien rehúsa tomar la responsabilidad absoluta no se merece la obediencia incondicional.
El Señor Jesús, quien fue obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Fil 2:8), dijo: "El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escuchan no es mía sino del Padre que me envió" (Jn 14:23).
Apuntes
La palabra "monumento" (1 S 15:12) da la idea de una mano, lo cual indica poder. Al parecer en la antigüedad se hacían monumentos con forma de mano para mostrar el poder.
El brutal y sangriento modo del castigo con que fue ejecutado Agag era utilizado por los amalecitas y no se utilizaba en Israelí.
Temas para análisis y comentario
1. ¿Por qué no pudo dormir Samuel luego que el Señor le habló?
2. ¿Qué le dijo el rey Saúl al profeta Samuel al encontrarse?
3. ¿Cómo le responde el profeta al rey?
4. ¿Qué le dice Samuel a Saúl en cuanto a su desobediencia?
5. ¿Fue muy duro Samuel con Saúl?
6. ¿Qué hace Saúl cuando el profeta se va a retirar?
7. ¿Por qué es más importante obedecer a Dios que hacer sacrificios?
Comentarios
Andrés Salazar (Chile) (21/08/2021)
Gracias por este tema para entender que Dios siempre hará lo mejor para su creación .
Mariano Alvarado (Estados Unidos) (16/10/2019)
Felicitaciones y bendiciones a todos hnos y hnas en fe por esta grandiosa página de enseñanza.que el Dios todopoderoso siga conservando su lealtad y tiempo para poder recibir la doctrina y el pensamiento de Dios ,saludos y bendiciones ,,
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