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Estudio bíblico: Victoria y seguridad del creyente - Romanos 8:29-39

Autor: Ernestro Trenchard
Reino Unido
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Victoria y seguridad (Ro 8:29-39)

La historia de los hijos en amplia perspectiva (Ro 8:29-30)

1. Las etapas en el desarrollo del gran plan de Dios (Ro 8:29-30)
El contexto y el plan. Aun una consideración rápida de estos dos versículos revela que las distintas frases —formando una cadena que se extiende desde la eternidad hasta la eternidad—son grávidas de profundo significado. Para verlos en su contexto hemos de recordar que Pablo no se aparta de su propósito de declarar, en palabras inspiradas, la posición, la naturaleza y el destino de los justificados por la gracia. Desde (Ro 3:20) hasta (Ro 8:17) se ven en relación con Cristo, muerto por ellos y resucitado, que es la base de todo. En el breve inciso de (Ro 8:18-20) —inciso que no deja de ser eslabón en la serie de razonamientos—, el creyente se ve en su caminar por un mundo que se halla bajo la sombra de la maldición a causa del pecado, anhelando el gran fin y sostenido por los auxilios del Espíritu Santo. Antes de prorrumpir en un cántico de confianza y de victoria, Pablo relaciona la condición de la gran familia de creyentes con el plan que Dios ha realizado en el Hijo, pasando desde la presciencia de Dios al formular el plan —hablamos "humanamente"— hasta la glorificación de los justificados. Jamás telescopio alguno ha abarcado una extensión tan amplia del tiempo y del espacio, y al meditar en estos versos somos elevados a la última realidad del pensamiento y del plan de Dios.
La presciencia de Dios (Ro 8:29). Desarrollando la referencia a "los que aman a Dios, los que según su propósito (prothesis) son llamados" en el versículo 28, Pablo empieza a describir las etapas de la historia espiritual de los llamados, declarando: "Porque a los que de antemano conoció, también los preordinó". "Conocer de antemano", traduce el verbo griego: "proginiisko", un compuesto del verbo sencillo "ginósko", "conocer", con "pro", "anteriormente". El sentido más obvio del texto es que Dios, conociendo de antemano a quienes habían de aceptar el Evangelio, les preordinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo (1 P 1:2). Algunos expositores, sin embargo, insisten en que el "conocimiento" de Dios ha de ser algo más que una mera función de su inteligencia, pues quien "conoce" es el Dios soberano, cuyos pensamientos dan realidad a todo cuanto existe. En este caso, "conocer de antemano" llega a ser equivalente a "elegir". Pero un erudito tan exacto como H. P. Liddon no admite la extensión del significado primordial del verbo, declarando: Este "proegnó" es estrictamente un acto de la inteligencia divina, ha sido comprendido como si fuera un conocimiento creador, que abarca los afectos y la elección; pero el empleo de este vocablo en el Nuevo Testamento no admite esto, ni siquiera en (Ro 11:2) ó (1 P 1:20), y hemos de quedar con el significado de "conocer de antemano" (Hch 26:5) (2 P 3:17). (Epistle to the Ronzans, in loc.) La discusión es importante para el estudio de las interrelaciones de la soberanía divina con la libertad humana, pues surge la pregunta: "¿Puede el hombre aceptar o rechazar la gracia de Dios?" W. E. Vine procura mantener el debido equilibrio: "Presciencia es un aspecto de omnisciencia, y es implícita en todas las amonestaciones, promesas y predicciones de Dios (Hch 15:18). Implícita en la presciencia de Dios es su gracia en elección, pero esto no excluye la función de la voluntad humana, pues Dios conoce de antemano el ejercicio de fe que es preciso para la salvación. El apóstol Pablo subraya más bien los propósitos de Dios en sí antes que la base de estos propósitos (Ga 1:16) con (Ef 1:5,11). Los consejos divinos tendrán que cumplirse necesariamente" (Expository Dictionary of the New Testament, bajo Foreknow).
La preordinación de los santos (Ro 8:29). En castellano preferimos el verbo "preordinar" al más corriente "predestinar", dadas las connotaciones paganas del concepto del "destino". El verbo griego es "proorizó", que quiere decir "decidir u ordenar de antemano", que, tratándose de Dios, indica su determinación incontrastable de cumplir el consejo divino de (Gn 1:26), aparentemente frustrada por la Caída, de tener delante de sí una raza humana que refleje su imagen y semejanza. Situándonos dentro de la perspectiva eterna, hemos de comprender que el plan de la redención en el Hijo precede a la creación del hombre sobre la tierra, y, por lo tanto, es independiente de las contingencias que surgieron de la caída del hombre. Es una lástima que el pensamiento consolador que Pablo adelanta aquí se haya convertido en tormento para muchas almas fieles, quienes preguntan: "¿Soy yo un elegido o un preterido?", y trágico también que pensadores cristianos se hayan dividido en "calvinistas" o "arminianos", frente al misterio de la voluntad divina y la libertad moral humana. Para quien escribe, el equívoco surge de la falta de mantener el debido equilibrio en la doctrina bíblica, pues un pasaje suele revelar una fase de la verdad total, al par que otro enfatiza su complemento, siendo todas las facetas necesarias para revelar la múltiple gloria del propósito divino. No sólo eso, sino que ciertos teólogos tienden a "simplificar" el vasto concepto de la voluntad divina, resolviéndola en una serie de "decretos". Parece obvio a quien escribe que la voluntad de Dios se ha revelado en las Escrituras, y, sobre todo, en Cristo y su obra, de modo que nuestra labor ha de ser preeminentemente exegética. Existe el peligro de "llenar los huecos" por medio de la lógica humana al sistematizar los frutos de una exégesis que podría ser incompleta. La voluntad revelada abarca el propósito de crear una raza de hombres que han de adorar y servir a Dios con la libertad que sólo puede dar sentido al amor y a la obediencia. El detalle de la operación del plan se revela en el Evangelio de la gracia de Dios, que se presenta a todos. Es peligrosísimo especular o filosofar sobre la voluntad de Dios, y lo único que nos cabe es la humilde meditación en lo claramente revelado para poder "crecer en el conocimiento de Dios" (Col 1:10) (2 P 1:2-3) (2 P 3:18). No cabe duda de que la "preordinación" (o elección) siempre se presenta en sentido positivo, en relación con el propósito de Dios de formar un pueblo santo y sin mácula (Ef 1:4), o, en otras palabras, de ver la nueva raza de redimidos reflejando cumplidamente la gloria de Cristo, según los versos que examinamos. Aparentes excepciones a esta norma se estudiarán en las notas sobre (Ro 9:13-19). Gocémonos, pues, en que el Trino Dios, en eterno consejo, determinó que el Hijo había de cumplir la voluntad divina con respecto a todo lo creado, y en que nosotros, que nos hallamos en Cristo, somos los preordinados para participar en las excelsas glorias del Hijo victorioso.
La conformidad a la imagen del Hijo (Ro 8:29). Ya hemos recordado el consejo divino de (Gn 1:26) en cuanto a la naturaleza y el destino del hombre, viéndolo dentro del plan anterior y superior determinado en Cristo antes de que los mundos existiesen. El plan de Dios, fundado en su gracia y basado en la obra de la Cruz, llegará a su cénit "en la dispensación de los tiempos" cuando Dios "reunirá todas las cosas en Cristo, así las que están en los cielos, como en las que sobre la tierra". Todo el pasaje de (Ef 1:3-11) debe estudiarse en relación con este plan total.
La conformidad a la imagen del Hijo puede entenderse como expresión de la obra del Espíritu Santo en los "resucitados" espiritualmente de esta dispensación, y recordamos las maravillosas expresiones de Pablo a este respecto en (2 Co 3:18): "A nosotros todos, contemplando a cara descubierta, como en un espejo, la gloria del Señor, somos transformados en la misma Imagen, de gloria en gloria, como por obra del Señor, del Espíritu". La "imagen" es de Aquel que creó al nuevo hombre por los misterios de la Cruz, la Resurrección y por el don del Espíritu (Col 3:10) (Ef 4:24), y viene a ser la consumación actual del consejo de (Gn 1:26). Con todo, el apóstol está pensando "escatológicamente" en el pasaje que estamos estudiando, o sea, contempla la obra final en toda su perfección, ya que compendia, en unas breves frases, la historia completa del hijo de Dios, dirigiendo nuestro pensamiento a la plenitud de la "adopción", que abarca la redención del cuerpo. Sólo resta aclarar que la manifestación de la imagen del Hijo en los creyentes no ha de borrar la personalidad de cada uno, sino, por lo contrario, llevarla a su perfección. Lo que se verá es la gloria de Cristo a través de la personalidad de los redimidos, ya que tiene que perfeccionarse y consumarse el propósito original: "Hagamos al hombre a nuestra semejanza...".
El Primogénito (Ro 8:29). Los títulos del Hijo han de entenderse en relación con su obra y dentro de la necesidad del empleo de expresiones antropomórficas. Es decir, los hondos misterios de la Deidad necesitan un lenguaje celestial para su adecuada manifestación, pero como aún no hemos aprendido tal lenguaje, Dios se digna emplear analogías humanas, que han de limitarse estrictamente al aspecto de la persona y obra del Hijo que se presenta. Como título "prótotokos" se emplea en (Col 1:15,18) (He 1:6) (Ap 1:5); y, por extensión, a la "congregación de los primogénitos" en (He 12:23). Este título no se presta a deducciones en cuanto a las eternas relaciones del Hijo con el Padre y con el Espíritu Santo, sino que se limita a expresar la preeminencia del Hijo, en primer lugar, frente a la primera creación, que es su obra (Col 1:15-16), y en segundo lugar, frente a la nueva creación, que también es su obra, gracias a la expiación sellada por la Resurrección (Col 1:18). Esta preeminencia le constituye Cabeza de la nueva raza de los primogénitos, que es el tema en (Ro 8:29) y (He 12:23). En nuestro versículo, los miembros de la raza reciben el dulce nombre de "hermanos"; pero, en general, podemos decir que el Hijo se digna llamar a los salvos "hermanos", sin que éstos se atrevan a dirigirse a él como "Hermano mayor". Véanse aspectos del tema en (Mr 3:31-35) (Jn 20:16-17) (He 2:9-18).
2. Los pasos a la gloria (Ro 8:30)
El Apóstol ha descrito maravillosamente el gran plan de los siglos, pero, antes de dejar el tema, le parece bien repasar rápidamente los eslabones que unen el propósito original en Cristo con la gloria de los hijos, considerada como ya consumada.
"A los que preordinó" (Ro 8:30). Reiteramos que la preordinación tiene su raíz en la elección del Hijo como el gran Obrero que ha de llevar a cabo la destrucción de las obras del diablo (1 Jn 3:8). Quienes se hallan en el Hijo —por los medios determinados en el Evangelio— son los preordinados. Evitemos el peligro de querer meternos en las cosas secretas de nuestro Dios, contentándonos con las reveladas (Dt 29:29).
"A éstos también llamó" (Ro 8:30). Es el llamamiento eficaz de quienes, habiendo oído el llamamiento general del Evangelio, admiten las operaciones del Espíritu Santo que convencen del pecado y les dan la gracia necesaria para el arrepentimiento y la fe en Cristo.
"A éstos también justificó" (Ro 8:30). Se destaca, dentro de la perspectiva celestial, el tema de los capítulos 3 y 4 que estudiamos en detalle en su lugar. Pablo no puede olvidarse del aspecto jurídico de la salvación, y recuerda que el enlace de la fe con Cristo, quien ofreció una perfecta satisfacción ante el trono de justicia de Dios, procura nuestra justificación: la declaración de que legalmente no hay nada en contra de quien se halla "en Cristo".
"A éstos también glorificó" (Ro 8:30). La glorificación pertenece al futuro y es objeto de los profundos anhelos de los hijos de Dios, pero Pablo no cambia el tiempo del verbo (aorista o pretérito), por la razón de que está contemplando la obra total de Dios a favor de los hijos, y lo que Dios determinó se ha realizado ya en el pensamiento y la voluntad del Eterno. Sólo espera su manifestación cuando suene la "hora", hablando en términos de este régimen del "tiempo", necesario para la criatura.
La contemplación de la obra (Ro 8:31). El apóstol, después de la descripción inspirada de la obra total de la gracia de Dios a favor de los hijos, hace un alto para contemplar la sublimidad del plan y de su realización, exclamando: "¿Qué, pues, diremos a esto?" Va a pasar a enfatizar tanto la seguridad como la victoria final de los creyentes, pero nos hará bien acompañarle en este momento de éxtasis mientras contempla, en amplia perspectiva, la totalidad de la obra. La pregunta retórica: "¿Qué, pues, diremos a esto?", nos invita a una pausa, a un inciso en la cerrada argumentación, que nos permita ponernos de rodillas en rendida adoración al contemplar la obra de pura gracia, nacida del amor divino. No hemos notado nada que justifique jactancia humana, nada que dependa de obras humanas, sino un plan de gracia amorosa que brotó del consejo del trino Dios, cuya ejecución fue entregada totalmente al Hijo, quien lo ha cumplido por el sacrificio de sí mismo. Ha quebrantado toda la fuerza del mal, pero Pablo ha subrayado la recreación del hombre a la imagen del Hijo y la formación de una raza de "primogénitos", o de "hermanos", quienes han de situarse —siempre en Cristo— en el corazón de todas las obras cósmicas de Dios. Si hubiéramos de contestar la pregunta, tendría que ser en el lenguaje de los redimidos que gozan ya de la gloria celestial y rinden su homenaje a Dios y al Cordero (Apocalipsis capítulos 3 y 4).

La seguridad del creyente (Ro 8:31-34)

1. Por su asociación con Dios (Ro 8:31)
Detrás del gran plan se halla su Autor, el Dios Creador, omnipotente, omnisciente, justo, misericordioso. El creyente que se acoge a los términos de la oferta de la salvación puede gozarse en su unión con Dios. Hallándose entre los elegidos se halla en Dios, y, dentro de la voluntad divina, dispone de todos los recursos de la Deidad. Aquí se trata más bien, como veremos, de la posibilidad de alguna acusación o de algún intento de condenación de parte del Acusador de los hermanos o de sus cómplices. Pablo considera también la posibilidad de la injerencia de fuerza adversa que brote de alguna parte de la creación. Frente a todo ello los elegidos exclaman confiados: " ¡Con nosotros Dios! " ¿Qué más puede faltar? Pensamos en algún príncipe heredero quien, por razones legítimas, se paseara de incógnito por las barriadas de la ciudad capital del reino de su padre. Ocurre un percance, y voces se levantan en contra del príncipe desconocido. Le basta probar su categoría para que las voces se callen, pues le respalda la autoridad y el poder del rey y del reino. En nuestro caso la relación se asegura en Cristo y la justificación se basa sobre su Obra. Muchas voces podrán levantarse en contra de nosotros en esta provincia rebelde que es el mundo, pero: "Si Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros?". La pregunta retórica lleva implícita en sí su propia contestación. De hecho no es fácil el comentario sobre los versos restantes del capítulo 8 por la razón de que la contestación instintiva y exclamatoria que brote del corazón del lector frente a las preguntas de Pablo se revestirá siempre de mayor potencia y fuerza moral que no las laboriosas explicaciones del comentador.
2. Por la lección de la Cruz (Ro 8:32)
La entrega del Hijo (Ro 8:32). Pablo empezó a señalar la seguridad del creyente por la mención de Dios, revelado ya como Padre nuestro gracias a nuestra asociación con el Hijo. En un sentido lo ha dicho todo ya, pero el Espíritu le lleva a iluminar la base de la confianza total del creyente por una referencia a la obra de la Cruz: "El que a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?". El verbo negativo de nuestras versiones —"no perdonó"— está bien si se entiende bien, pero muchos lectores no comprenden su alcance porque siempre han pensado en el "perdón" en relación con alguna ofensa anterior. No hay nada de eso aquí, ni se trata tampoco del hecho de que Cristo llevara nuestros pecados a la Cruz. Sería mejor la traducción: "El que ni aun rehusó dar su propio Hijo por nosotros, antes le entregó por todos nosotros...", pues Pablo, igual que en (Ro 5:6-9), realza el amor infinito de Dios al entregar a su Único con el fin de salvarnos. Sin duda Pablo pensaba en el hermoso ejemplo de la "entrega del único" que se encuentra en el llamado sacrificio de Isaac, y su lenguaje refleja el de (Gn 22:12,16): "Por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único..., por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo". El Dr. James Denney comenta: "El argumento del egoísmo es que el que ha hecho mucho no necesita hacer más, pero el del amor es que el que tanto ha hecho no dejará de hacer mucho más" (Expositors' Greek Testament, Romans, in loc.). El capítulo 22 del Génesis es una débil analogía y anticipo, sobre el plano humano, del gran misterio de amor, pues "de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito". El apóstol Juan glosa la gran declaración de (Jn 3:16) en su primera Epístola, y de entre las varias profundas y exquisitas frases suyas en aquel escrito copiamos la siguiente: "En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4:10) (1 Jn 3:16) (1 Jn 4:9).
Las consecuencias lógicas del hecho de la entrega (Ro 8:32). Un amor tan sublime, demostrado en el Don que supera todo otro don, no dejará al creyente sin las demás cosas que precisa en esta vida y en la venidera. Ya hemos visto que uno de los hilos del abundante pensamiento del apóstol es el que traza la provisión que Dios ha hecho a favor de sus elegidos mientras éstos participan en los dolores de esta esfera natural afectada por el pecado, al par que se enfrentan con el mundo que crucificó a su Señor. Podemos, pues, llegar a esta doble deducción: a) no faltará al creyente fiel cosa alguna que necesite para su vida y servicio hasta el momento de la plena "adopción"; b) vuelve a poseer en Cristo todo lo que fue perdido a causa de la ofensa de Adán, exclamando el apóstol en otro lugar: "¡Todo es vuestro!" (1 Co 3:21-23). Naturalmente, "todas las cosas" no son "todas las cosas que caprichosamente anhelamos", sino aquellas que se dan "con él", o sea, en relación con Cristo y su gloriosa Obra. Son las cosas que de verdad podemos pedir "en su Nombre".
3. Por el hecho de la justificación (Ro 8:33-34)
La serie de preguntas (Ro 8:33-34). Parece ser que Pablo fue influido —en cuanto a la redacción de este pasaje— por las dramáticas preguntas de (Is 50:8-10) que deben leerse. El profeta recoge las exclamaciones del Mesías, que vislumbra su justificación final, pese a su rechazamiento por el mundo. Aquí los fieles que han sido salvados por la obra del Mesías presentan preguntas de fe y de triunfo. Es posible puntuar el pasaje como si todas las cláusulas fuesen preguntas retóricas que llevan implícitas en sí su triunfante contestación: "¿Quién acusará a los escogidos de Dios? ¿Será Dios, el que justifica? ¿Quién es el que condenará? ¿Será Cristo Jesús, el que murió... fue resucitado... que intercede?". Si toda la cuestión de la justificación se ha resuelto ya, una vez para siempre, delante del alto tribunal de Dios, único Árbitro moral del universo, ¿quién será capaz de rescindir la declaración de justificación para traer otra vez a juicio a los elegidos? Es el colmo de lo imposible.
"¿Quién acusará?" (Ro 8:33). Los dos primeros capítulos de Job, juntamente con el título que se da a Satán en (Ap 12:10), donde se le llama "el acusador de nuestros hermanos", parecen indicar que, aun después de su caída, el diablo retenía cierta autoridad que le capacitara para acusar a los fieles delante de Dios. Podemos pensar que Dios lo permitía con el fin de "cribar" a sus siervos, como en el caso de Job y de Pedro (Lc 22:31-32). Aquí Pablo echa su reto en el mismo rostro del Acusador: "¿Qué acusación traerás contra aquellos que están escondidos en Cristo, declarados justos por Dios?" "Dios es el que justifica", y nada ni nadie, ni en la tierra ni en los lugares celestiales, podrá anular su absolución.
¿Quién condenará? (Ro 8:34). Sólo un juez legítimo puede pronunciar sentencia, sometiendo al reo a la sanción que corresponde a su crimen. Pero el Juez es el Hijo, ya que el Padre le entregó todo juicio (Jn 5:22). ¿Cómo nos ha de condenar aquel que murió por nosotros bajo la sentencia de la Ley que nosotros habíamos quebrantado? Si despreciáramos sus palabras, entonces, sí, estas mismas palabras rechazadas nos condenarían (Jn 12:48), pero aquí se trata de los elegidos, de los identificados con Cristo por la fe, de los objetos del amor tanto del Hijo como del Padre. La seguridad es absoluta.
Después de notar el hecho de que el único Juez posible murió, añade "aún más, fue resucitado, es el que está a la diestra de Dios". El gran hecho redentor abarca no sólo la muerte expiatoria, sino también la resurrección y la glorificación de Cristo, según la constante declaración apostólica desde el primer sermón de Pedro en adelante. Bien entendidas las palabras de (Jn 12:32-33), el Maestro enseñó lo mismo, diciendo: "Y si yo fuere alzado (en gloria) desde dentro de la tierra, a todos atraeré a mí mismo". Es un fatídico error imprimir sobre la conciencia de innumerables multitudes de la "cristiandad" la imagen de Jesús como el eterno agonizante. La muerte expiatoria fue consumada, y por ella fue quitado de en medio el pecado, con el fin de que el Resucitado fuese manifestado a los suyos, pasando luego al lugar de gloria y poder desde donde administra su obra, asegurando la vida eterna a su pueblo gracias a su propia vida intangible (Jn 20:17-29) (Hch 2:25-26) (Ro 5:9-11) (He 1:3-4) (He 4:14-16) (He 6:17-20) (He 7:21-28). He aquí el Cristo que es el tema único del Evangelio. Lejos de condenar, salva siempre a quienes por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.
El Intercesor a la Diestra (Ro 8:34). Es muy necesario desechar todo concepto de un Intercesor que necesita ablandar el corazón del Padre para que éste obre en misericordia y no en juicio. Tal concepto pertenece a la esfera de las supersticiones religiosas, y por "intercesión a la Diestra" hemos de entender la manifestación constante de la base de nuestra redención por el hecho de comparecer Cristo a nuestro favor en la presencia de Dios, habiendo anulado el pecado por el sacrificio de sí mismo (He 9:24,26). Pablo menciona esta intercesión como una piedra más en el fundamento inconmovible de la seguridad del elegido.

La victoria frente a todo enemigo posible (Ro 8:35-39)

1. El poder limitado de las persecuciones (Ro 8:35-37)
Las armas del enemigo (Ro 8:35). Cuando el ciudadano del Cielo se enfrenta con las exigencias de poderes mundanos o religiosos, muchas veces contrarias a su fe y conciencia, corre el riesgo de que estos poderes procuren imponerse por la fuerza; de este conflicto surgen tribulaciones, angustias, persecuciones, hambres y aun "la espada" que aparentemente resuelve el problema en favor de los perseguidores. Las narraciones de Los Hechos, porciones de las Epístolas como (1 Co 4:9-13) (2 Co 1:8-10) (2 Co 4:7-12) (2 Co 6:3-10) (2 Co 11:23-27) nos ofrecen abundante evidencia de los sufrimientos de Pablo mismo al testificar frente a judíos contenciosos y a romanos orgullosos, y por fin la "espada" de Nerón le había de dar entrada al Cielo. Pero ni la persecución en sí, ni la ferocidad de los perseguidores, podían "separarle del amor de Cristo". Es decir, no podían interrumpir la manifestación del amor de Dios para con los suyos —ya demostrado tan claramente en la Cruz— ni extinguir el amor hacia Dios de los fieles que habían experimentado su amor primero. Según antiguos textos el amor puede ser de Dios o de Cristo, pero el sentido es igual, puesto que su manifestación nos viene a través del Hijo.
Las experiencias de los santos de Israel (Ro 8:36). Al repasar mentalmente la malignidad de los enemigos del pueblo de Dios, el apóstol recordó el lamento de los fieles en Israel que sentían la opresión del enemigo, sabiendo que era "por amor de ti (de Jehová)" (Sal 44:22). La Cruz y la Resurrección reveló la victoria divina a través de una aparente derrota y por eso cambia el lamento de los fieles en triunfo, a pesar de la incesante violencia de los ataques de los enemigos: "...somos muertos todo el día; fuimos estimados como ovejas para el matadero". Es interesante contrastar el espíritu del Salmo 44 con la nota triunfante del pasaje que comentamos.
Más que vencedores (Ro 8:37). Pablo nunca enseña que el cristiano haya de resignarse bajo la tribulación, sino gozarse en ella, puesto que discierne en el dolor uno de los medios que utiliza el Maestro para disciplinar y entrenar a los suyos. Aquí el creyente, por medio del sufrir, aprecia más profundamente el amor de Cristo, gloriándose en "la participación de sus padecimientos" (Fil 3:10). El verbo "hupernikómen", traducido "hacernos más que vencer", se considera como un "invento" de Pablo al querer enfatizar que la victoria no es mezquina, sino gloriosa, puesto que las sucesivas olas de variada y maligna persecución se estrellan y se deshacen contra la férrea resistencia de los elegidos, fuertes en Cristo y animados por el amor que refleja el amor de Dios. Tienen la mirada fija en "Aquel que nos amó", y su constancia es a la vez "a causa de él" y "por medio de él".
Una confianza completa frente a toda potencia terrenal y celestial (Ro 8:38-39). "Estoy persuadido —exclama Pablo— que nada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro". En los versículos 31 al 34 el apóstol nos hizo contemplar a Dios mismo, luego la gran prueba de su amor en la entrega de su Hijo, y por fin la muerte, resurrección, glorificación e intercesión de Cristo. En vista de todo ello no hubo posibilidad de parte alguna ni de acusación ni de condenación que nos separasen del amor de Cristo. En el último movimiento de su cántico de confianza y de triunfo no se olvida ni por un momento de la base doctrinal ya colocada, pues su persuasión se relaciona con "el amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro". Tanta seguridad, tanta confianza, resultando en la "supervictoria" no habrían pasado de ser las fantásticas imaginaciones de un perturbado mental si no hallaran su base en el Eterno. Y no sólo en el Eterno, sino en su gloriosa intervención por medio de Cristo en los asuntos de este mundo que inauguró el nuevo siglo.
Pablo había llegado a la conclusión —habiéndola probado en su propia experiencia— de que las persecuciones ideadas y organizadas por los hombres no podían separar a los creyentes del amor de Cristo. Pero los hombres son seres débiles aun cuando se arman de hierro y fuego al procurar quebrantar la resistencia de sus víctimas indefensas. ¿Podría haber otras potencias supraterrenales, inmensamente más potentes que los hombres, capaces de envolver a los fieles en influencias infernales, con el fin de romper el lazo que les unían con Dios, arrastrándoles a la apostasía? Pablo considera cuánto pudo haber en tal sentido, iniciando su repaso con "la muerte y la vida" que resumen la existencia humana y el fin de ella en este suelo. Como meras criaturas nos hallamos inermes ante los accidentes de la vida y la muerte, pero, unidos con Cristo, y por medio de él con Dios, el terror del incógnito de la vida y la muerte se transforma en gloriosas oportunidades. De nuevo pensamos en "el inventario de las posesiones" del cristiano en (1 Co 3:22-23), y entre ellas hallamos "la vida y la muerte". Pero las Escrituras revelan también la existencia de "ángeles, principados y poderes" (Ef 6:12) (Col 2:15) (Ap 12:7-9), que podrían obrar como amistosos aliados a favor de los herederos de la salvación (He 1:14) o actuar como misteriosas fuerzas enemigas a las órdenes de Satanás. El mismo misterio aumenta el temor, pues si no sabemos cuáles son las potencias ni de qué manera operan, ¿cómo podremos aprestarnos a la lucha? La confianza de Pablo se basa en su certidumbre de que el mal en todas sus formas ha sido derrotado en la Cruz, de modo que aun los potentes adversarios invisibles no podrán conseguir nada en contra del creyente si éste se reviste de "toda la armadura de Dios", orando en todo tiempo (Ef 6:10-18). "Lo presente y lo futuro" con "lo alto y lo bajo" resumen el "tiempo y el espacio" que Dios ha ordenado como "marco" de la existencia de la criatura. Sobre la base de las teorías de Einstein, los científicos elaboran teorías cada vez más complicadas que pretenden cambiar este "marco", pero el hecho es que tanto nosotros como los mismos científicos hemos de ordenar nuestras vidas en términos de distancias en el espacio y del transcurrir del tiempo, so pena de hallarnos en un manicomio. Quizá las normas de nuestra existencia durante los "siglos de los siglos" de la Nueva Creación serán diferentes, pero hasta hoy los asuntos del hombre se determinan y se limitan por los factores del tiempo y del espacio. ¿Pueden producirse factores que el creyente no podrá dominar? ¡No! Porque obra según la voluntad de quien ha ordenado el tiempo y el espacio como condición de la vida humana. De nuevo, lo presente y lo porvenir vienen a ser tesoros que obran en el poder del hijo de Dios (1 Co 3:22-23). Nuestro descanso en el Dios Creador de todas las cosas nos sirve de gran consuelo. No hay nada que se escapa de su conocimiento ni de su poder, y nosotros somos de él en Cristo, de modo que "ninguna otra cosa creada podrá separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro".
¡Sursum corda! ¡Levantad el corazón! La vida cristiana se asegura alrededor de estos polos inconmovibles: el Dios Creador; su plena manifestación en su Hijo encarnado; la victoria sobre el pecado y el mal en la Cruz; la gloriosa potencia de la Resurrección; la posición central del Vencedor a la Diestra de Dios; las operaciones de Dios el Espíritu en la Iglesia y en el creyente con la Esperanza de la consumación de la obra de redención según el plan de Dios. No constituyen el fundamento de una seguridad propia y egoísta, sino la base firme que permite el desarrollo de un dinamismo que no tiene más límites que la potencia y la voluntad del Omnipotente.
Pablo habría podido soltar la pluma al final de lo que llamamos el capítulo 8 de Romanos, puesto que ha condensado en unos breves capítulos lo más fundamental de la doctrina cristiana. Sin embargo, las condiciones de su día le empujaban a continuar el desarrollo del tema de la justicia en relación con Israel antes de hacer la aplicación normal de la doctrina al andar del creyente en la iglesia y en el mundo, de modo que aún nos quedan ricas enseñanzas que aprender dentro de la vasta perspectiva del plan de Dios.

Preguntas

1. Haga un resumen de la historia del creyente, según se halla en (Ro 8:29-30).
2. ¿En qué se basa el apóstol para afirmar tan enfáticamente la seguridad del creyente? (Ro 8:31-39).
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

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