Estudio bíblico: La liberación de Pedro y la muerte de Herodes - Hechos 12:1-25
La liberación de Pedro y la muerte de Herodes (Hechos 12:1-25)
Consideraciones generales
En la Introducción notamos el paralelismo que subraya Lucas entre el testimonio y la obra de los apóstoles Pedro y Pablo. Guiado por el Espíritu Santo, el autor de Los Hechos da fin a los "Hechos de Pedro" por una narración de gran interés en sí, y que, además, señala el fin de las dos primeras etapas de la comisión y el plan de (Hch 1:8). Jerusalén había sido amplia y poderosamente evangelizada, con el resultado de que allí se había formado una gran iglesia que no sólo constituyó el fruto de los trabajos apostólicos de Pedro y de los apóstoles en general, sino que llegó a ser la base para la evangelización de todo Israel, gracias al testimonio de los dispersos a causa de la persecución, sin olvidar la obra de confirmación que realizó Pedro (y otros por lo que podemos suponer) de la cual se nos presenta un ejemplo en (Hch 9:31-43). No sólo eso, sino que la obra de Pedro, operando desde la sede de Jerusalén, sirvió para abrir la puerta de salvación a los gentiles (Hch 10). Además el extendido testimonio de los dispersos, según el pasaje que meditamos en la sección anterior, dio lugar a la evangelización "en masa" de gentiles en la gran ciudad de Antioquía en Siria.
La actitud de las multitudes jerosolimitanas se echó de ver claramente en la ocasión del martirio de Esteban, pero es posible que los apóstoles, gracias a sus muchas obras de sanidad, conservasen cierta aureola de popularidad. El breve reinado de Herodes Agripa I, marca el fin de este resto del favor popular, ya que su ataque, que va dirigido contra los líderes de la Iglesia, es del agrado de los judíos.
Se ha hecho ver que todos los sectores de Israel llegaron a rechazar al Señor resucitado tan decididamente como habían repudiado a Jesucristo durante su ministerio en Israel. Primeramente los saduceos, secta de los de la casta sacerdotal, se opusieron a los discípulos y querían dar muerte a los apóstoles. Gamaliel, él "rabán" fariseo, retuvo su mano, pero el período del testimonio de Esteban marca la reacción contraria de la secta farisaica, la de "las tradiciones de los padres", que vieron amenazadas por las enseñanzas de Esteban. Su joven líder, Saulo, encabezó la persecución general que afligió y dispersó buena parte de la congregación de Jerusalén, pero que inició la evangelización de la totalidad de Israel. Quedaron los herodianos, el partido —no podemos aplicar la designación de "secta" a una minoría tan secularizada y política— que aceptaba el dominio de Roma de buen grado con tal de salvaguardar los restos de una autonomía nacional y que admitía la creciente helenización de la Tierra Santa. En la persona de su jefe, el nieto de Herodes "el grande", asumen el liderato de la oposición a los nazarenos y con mayor habilidad política que los enemigos anteriores, quieren desvirtuar el movimiento por aniquilar sus guías. De modo harto literal Herodes quería "decapitar" la secta nazarena, ignorando que su Cabeza se hallaba a la Diestra de Dios, desde donde había de suscitar todos los dones que necesitaran los suyos en la tierra. Aún habrá testimonio al Nombre de Cristo en las casas de Jerusalén y seguirán viviendo allí muchos seguidores de Jesús el Mesías, "celosos de la Ley", pero la porción que estudiamos marca el fin de una época y de nuevo los habitantes de Jerusalén han alzado su voz diciendo: "Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos". Los días del cumplimiento de su trágica e impía obsecración se acercan a pasos agigantados.
La historia es conocidísima por su valor didáctico y ejemplar, observando R. B. Rackham: "La historia también sirvió de lección para la Iglesia por ilustrar la potencia de la oración, por ser una parábola de esperanza frente a obstáculos aparentemente insuperables y por constituir un tipo de la resurrección. En último término, el colofón, que narra el juicio sobre Herodes, destaca un caso ejemplar de la retribución divina. Además del obvio paralelismo con el proceso de Jesús ante el tribunal de Herodes Antipas, los detalles y giros lingüísticos nos recuerdan la historia del fracaso de Pedro, tanto en Getsemaní como en la casa del sumo pontífice. Así Pedro como Pablo, recoge lo que sembró y la manera de su liberación debe compararse con la de Pablo y Silas en Filipos".
En cuanto al tema de la retribución, podemos notar que el triunfo del humilde siervo de Dios, que descuella en dramático contraste con el desastroso fin del tirano, perseguidor de la Iglesia, anticipa el mensaje total del libro del Apocalipsis que describe el fin de toda rebelión y la prosperidad y bendición eternas de los fieles.
El rey perseguidor (Hch 12:1-5)
Herodes Agripa I, era hijo de Aristóbulo, hijo a su vez de Herodes, fundador de la dinastía herodiana, por su esposa Mariamne, princesa de la familia asmonea (descendientes de los Macabeos, que asumieron el poder real). Por lo menos, sangre israelita corría en sus venas a pesar de ser idumea la familia herodiana, lo que le ayudaba a granjearse el favor de los judíos. Su abuelo había ordenado la ejecución de su padre cuando era niño, en consecuencia de lo cual su madre le envió a Roma para su debida protección. Se crió entre la familia imperial, llegando a ser muy amigo de Gaio, el futuro emperador Calígula. Su vida fue disoluta y aventurera, pero era "listo" y cuando su amigo Calígula asumió la púrpura, le fueron entregadas las provincias del Norte de Israel con título de rey. Estando en Roma cuando murió su protector, persuadió al Senado a elegir a Claudio, quien agradecido, le entregó todos los dominios de su abuelo, empezando su reinado sobre todo Israel en el año 41 d. C. Se declaraba amigo de los romanos, pero sea por inclinación o por astucia, sabía hacer valer su condición de judío de religión y nieto de Manamne, esforzándose con más éxito que su abuelo por congraciarse con los judíos. Observando que tanto los jefes del judaísmo como el populacho se habían vuelto contra los nazarenos, vio la posibilidad de agradarles con medidas persecutorias que nada le costaban. Josefo nos dice que no era sanguinario ni cruel por naturaleza, pero, desprovisto de toda conciencia y lleno de orgullo y de ambición, no dejaba de emplear los medios violentos normales en su siglo para adelantar sus planes. Empezaba, pues, a "echar la mano", para afligir a "algunos de la iglesia", que, aparentemente, equivale a los líderes de la misma.
Clemente de Alejandría conserva una tradición que habla de una denuncia de Jacobo "Boanerges", parecida a la que se lanzó contra Esteban, pero Herodes la trató como una acusación política y obrando en consecuencia, él mismo le condenó y sentenció a que fuese decapitado como reo de Estado. La aprobación de los judíos le animó a buscar el más destacado de los apóstoles, creyendo que así podría enervar el misterioso movimiento nazareno.
El Señor y sus siervos (Hch 12:1-4)
1. La muerte de Jacobo y la liberación de Pedro
Nada sabemos del detalle de la obra de Jacobo, hermano de Juan, pero el hecho mismo de que Herodes procediese en primer término contra él, nos hace pensar que había llevado a cabo una labor de adalid, conocida entre el pueblo y notada por los jefes del judaísmo. Inducido a ello por su madre, y en compañía de su hermano, había solicitado un puesto principal en el Reino (Mr 10:35-45). No sabía lo que pedía, pero juntamente con los Doce, aprendió más tarde que el Reino se fundaba sobre la Cruz y la Resurrección del Rey; él mismo se avergonzaría de su ambición carnal, pero mantuvo firme la declaración que hizo en aquella ocasión de que podía compartir el vaso y el bautismo de su Señor, resultando ser el primero de los apóstoles que sellara su testimonio con su sangre.
Nos sorprende el contraste entre los casos de Jacobo y de Pedro, puesto que el Maestro permitió que el tirano terminase súbitamente el servicio del primero en la tierra, mientras que envió a un ángel para librar a Pedro de una suerte parecida. El misterio mismo es la lección que hemos de aprender, ya que nada sabemos de los designios de Dios en cuanto a sus siervos e ignoramos por completo las razones celestiales que determinan el por qué uno pueda glorificarle mejor por el martirio y otro por medio de una prolongación de su servicio en este mundo. Nos basta saber que el Maestro, todo sabio y omnipotente, dispone soberanamente de las vidas y del servicio de los "comprados por sangre" y nuestra sabiduría consiste en dejar los planes en su mano al par que nos ponemos en reserva a su disposición. Estamos seguros de que la sangre de Jacobo llevaría fruto para el adelanto del Reino de Dios del mismo modo que el continuado ministerio de Pedro fue de bendición para multitudes. Todo ha de contemplarse dentro de la perspectiva eterna.
La brevísima referencia al martirio de Jacobo por la pluma del escritor inspirado se halla en vivo contraste con las detalladas martiriologías que empezaron a estar de moda durante el siglo segundo, y que abrían la puerta al error de que la muerte de un mártir encerraba méritos que podían beneficiar, no sólo a aquel que entregaba su vida, sino a otras almas también. La actitud de los apóstoles era completamente distinta, y se ajusta a las expresiones tan espirituales y naturales de Pablo en (Fil 1:20-25) (2 P 1:4).
La intercesión de la iglesia (Hch 12:5,12)
Antes de considerar las experiencias de Pedro en la cárcel debemos notar otro factor que destaca Lucas en su narración. No sólo hemos de fijarnos en un ambicioso tirano que se sienta sobre el trono usurpado de David, dispuesto a aprovecharse de los siervos de Dios como peones en su complicado juego político; ni sólo debemos notar con agrado la entrega total de éstos a la voluntad de su Dueño, sino que deberíamos considerar también a la Iglesia, la congregación de fieles, que se sentía íntimamente enlazada con Pedro, su enseñador y guía por una parte, y con su Señor a la Diestra de Dios, por otra. No podían valerse de ninguna intriga o influencia que moviera el corazón de Herodes, pero sí podían y querían exponer todo su afán, con todos sus deseos, delante del Trono de Dios en el Nombre de Jesucristo. Su oración, al reunirse en la casa de María, era "ferviente", significando el vocablo griego algo que "se extiende con fuerza", que denota la intensidad del movimiento suplicatorio hacia Dios. La intercesión de los santos nos recuerda que el principal Actor en este drama no era Herodes, ni el sumo sacerdote, ni Pedro, ni apóstol alguno, sino el Omnipotente, que nunca abandona en último término su gobierno de los reinos del mundo, aun cuando éstos actúan por el impulso inmediato de Satanás.
Muy superficialmente algunos comentaristas han acusado a los hermanos de poca fe en sus oraciones, ya que se sorprendieron cuando Rode anunció la presencia de Pedro delante del postigo. Creemos que la iglesia de Jerusalén, compuesta por hermanos que habían contemplado maravillas sin cuenta, mostrándose fuertes en medio de los fuegos de la persecución, y quienes, según (Hch 12:5), dirigían sus súplicas a Dios con toda intensidad espiritual, era iglesia de fe por excelencia. Habían orado por Jacobo, y sabían que la muerte suya había sido un bendito traslado a la presencia de su Señor. Oraban por Pedro, seguros de que Dios había de ser glorificado por medio de su siervo, fuese por vida o por muerte, pero no podían saber la manera en que Dios había de obrar, y siendo hombres y mujeres normales, se sorprendieron al hallar al preso, guardado celosamente por todos los recursos de un poderoso monarca, delante de la puerta de la casa de María. ¡Que Dios nos dé la fe de los hermanos de Jerusalén, que sabían que el trance de la muerte no tenía mayor importancia en sí, anhelando que Dios fuese glorificado o por la partida o por la permanencia de sus siervos!
Pedro en la cárcel (Hch 12:5-6)
Herodes no quería correr riesgo alguno en cuanto a su célebre preso, considerado como adalid de los nazarenos, de modo que tomó todas las precauciones posibles para evitar cualquier huida. Tendría muy presente que, a pesar de que los nazarenos no se organizaban militarmente, ni aprovechaban los medios normales de la política y la intriga, se hallaban miembros de la "secta" en todas partes, en distintos medios sociales, mostrando siempre un valor indomable cuando se trataba de su Fe. Le era necesario, pues, proveer contra toda eventualidad, y la posibilidad de que tuvieran adeptos o amigos aun dentro de las fortalezas del Estado.
Quizá Herodes escogería la Torre de Antonia como prisión para Pedro por considerarse como inexpugnable, bien que algunos escriturarios hacen notar que había también otra cárcel real dentro del casco de Jerusalén. Pedro fue guardado en una celda interior, confiándose su custodia a cuatro cuaterniones de soldados, que quiere decir que cuatro soldados le vigilaban en cada una de las cuatro velas (tres horas) de la noche. De estos cuatro dos estarían dentro de la celda con él, echado uno a cada lado del preso, y éste en medio. Las cadenas, según la costumbre romana, unirían la muñeca derecha de Pedro a la del soldado a su derecha, y la muñeca izquierda a la del guardián a la izquierda. No había grillos en sus pies. Los otros dos soldados se estacionaban fuera de la celda, delante de la puerta interior. Es difícil imaginar seguridad mayor, pues si un soldado se dejara comprar o influir a favor del preso, aún había de contar con su compañero. Y si por circunstancias imposibles de imaginar, dos de ellos favoreciesen la huida del preso, quedaron los dos guardianes de afuera, además de la garantía de las puertas reforzadas que cerraban toda salida a la calle. Aparte de una intervención celestial era imposible que el preso se evadiese.
1. El sueño de Pedro (Hch 12:6)
El día siguiente, pasadas ya las solemnidades del período pascual, Herodes había de sacar a Pedro a público juicio, condenación y muerte, todo lo cual se indica por el verbo "proago" de (Hch 12:6). Quizá el apóstol pensaba que había llegado la hora profetizada por el Señor cuando otro había de ceñirle y llevarle a donde él no quisiera (Jn 21:18), aunque distaba mucho de ser viejo aún. No había de ser así, pues le quedaron muchos años de servicio, bajo sentencia de muerte violenta, antes del "éxodo" predicho por el Maestro (2 P 1:14). De todas formas había podido tomar sobre sus labios las palabras de Pablo, escritas desde una cárcel en una época posterior: "Será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte... teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario..." (Fil 1:20-24). Desde tiempos remotos, expositores han hecho ver que Pedro sabía poner por obra su propia exhortación que, años después, había de dirigir a los santos en el Norte de Asia Menor: "Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros" (1 P 5:7). Habiendo echado la carga sobre el Señor, y deseando serle agradable por la vida o por la muerte, pudo dormir sobre la dura colchoneta de la cárcel con el profundo sueño de un niño. He aquí el triunfo del siervo de Dios sobre toda clase de circunstancias que Pablo nota en (1 Co 3:21-23).
2. Los días de Azimos (Hch 12:3-4)
Se celebraba la Pascua propiamente dicha en la noche del día 14 del mes Nizan, a la que seguían los siete días de los "ázimos", o sea, el período cuando sólo era permitido comer pan sin levadura; por extensión, este período también se llamaba "la Pascua" (Lv 23:5). De paso, estos dos usos, uno más limitado y otro más extenso, del término "Pascua" echan luz sobre las aparentes discrepancias entre los relatos de los Sinópticos y Juan en cuanto al momento en que el Señor celebró la Pascua con sus discípulos. El odio de los jefes de los judíos contra Jesús el Cristo era tal que violaron la época más sagrada de su calendario religioso con tal de aprovechar la oferta de Judas que facilitaba el prendimiento de Jesús de noche, lejos de la multitud que comía del cordero pascual, haciendo posible que presentasen al Cordero de Dios como reo convicto por el Sanedrín la mañana siguiente. Herodes no sentía la misma urgencia y pudo hacer alarde de su respeto por tan sagradas fechas demorando la condenación pública y la ejecución hasta pasados los ázimos. Por extraño que parezca a la mentalidad occidental, la muerte por decapitación, como preso político (compárese el martirio de Juan el Bautista) se consideraba más vergonzosa entre los judíos que no la lapidación, aunque no llegaba a inspirar el horror del método de crucifixión.
La liberación de Pedro (Hch 12:7-10)
1. La misión del ángel (Hch 12:7-10)
La historia es hermosa, y llamamos la atención sobre dos aspectos principales:
a) Los detalles tan naturales y gráficos de la narración, que delatan un testimonio más o menos directo, pues se conserva la impresión del testigo ocular. Hemos de pensar, pues, que Lucas recibiera el relato directamente de los labios de Pedro (cosa muy posible) o sin más intermediario que Juan Marcos, intérprete de Pedro. La manera en que el ángel tuvo que darle un golpe a Pedro en el costado para despertarle, señalando cada paso del proceso de vestirse y prepararse, estando Pedro ofuscado aún por el sueño, no se consideraría digno de mención por un historiador separado de los hechos por una larga transmisión oral. Pedro tuvo que ceñir su túnica interior, que se soltaba por la noche y se recogía para los trabajos del día. Al obedecer el mandato del ángel y levantarse, las cadenas se le cayeron de las manos, y entonces pudo calzarse las sandalias (que serían alpargatas, en contraste con el buen calzado de cuero de los pudientes) y echarse el amplio manto que se había quitado para dormir. El ángel siguió controlando la situación paso por paso, y podemos suponer que los guardas se hallaban bajo la influencia de un sueño sobrenatural. Pasaron a la puerta por en medio de los guardas (cuyos ojos embargados nada vieron) y, atravesando dos piezas, llegaron al mayor obstáculo material, la puerta reforzada de hierro que daba a la calle. Ésta se les abrió "automáticamente", recordando la manera en que un ángel quitó la piedra de la tumba vacía de Cristo que había parecido una montaña en la imaginación de las piadosas mujeres que se dirigían hacia ella. El ángel siguió ejerciendo su celestial tutela hasta después de haber atravesado una calle, cuando, habiendo cumplido su misión, se fue. Pedro, "vuelto en sí", bien pudo hallar la casa de María y buscar otro lugar donde esconderse sin más ayuda angelical. Al leer la porción "lo estamos viendo", y el milagroso acontecimiento viene a ser tan natural como nuestros movimientos al andar por nuestra casa y las calles próximas a ella.
b) La clara evidencia de una intervención sobrenatural. Extraña mucho que buenos expositores puedan tomar en consideración siquiera la posibilidad de que el mensajero fuese humano. Las condiciones de seguridad que Lucas recalca excluyen por sí la posibilidad de que un hombre hubiese podido vencer tantas dificultades, relacionadas con la percepción de tantos guardias, por muy encumbrado que fuese. Las cadenas "se cayeron" al mandar el ángel a Pedro que se levantase. Pasaron los dos entre soldados como si no estuviesen, y la puerta de hierro no se abrió tras un forcejeo con llaves y cerrojos, sino "automáticamente".
Además la narración es típica de las intervenciones angélicas bíblicas —nada tenemos que decir del desarrollo malsano de la angelología entre los judíos de la secta de los fariseos del período intertestamentario—, empleándose el término "un ángel del Señor se presentó", que corresponde a su partida en (Hch 12:10): "y luego el ángel se apartó de él", que son como frases técnicas que se utilizan frecuentemente para describir intervenciones celestiales. Notemos también la luz que resplandeció en la habitación y la evidente preocupación del autor por apuntar el dramático contraste entre el golpe del ángel que despertó al hombre fiel con el fin de libertarle, y el otro golpe judicial del ángel (¿el mismo?) con el cual hirió al orgulloso rey para su condenación y terrible muerte (Hch 12:23).
2. Las reacciones de Pedro (Hch 12:7-17)
Hemos notado que Pedro se hallaba ofuscado por el sueño al ser despertado por el ángel, pero a la vez era siervo de Dios acostumbrado a discernir lo celestial y pronto para obedecer mandatos divinos. ¡El siervo fiel no hallará dificultad en obedecer a Dios, aun cuando se halle medio dormido! Después de desaparecer el ángel y hallarse en plena calle, Pedro piensa en primer término en los maravillosos caminos de Dios: "Ahora entiendo verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel y me ha librado de la mano de Herodes, y de todo lo que el pueblo de los judíos esperaba" (Hch 12:11). En seguida después pasa a las decisiones prácticas que ha de tomar. Es muy evidente por esta narración y por otras semejantes, que Dios no envía a sus mensajeros para realizar lo que sus siervos pueden cumplir por las naturales provisiones que corresponden a su vida aquí abajo, por la razón de que la constante expectación de intervenciones angelicales introduciría un factor degenerativo en sus vidas, pues confiarían en lo milagroso en lugar de dedicarse a los arduos trabajos que nos son tan necesarios con el fin de mantener un buen espíritu de disciplinado esfuerzo. Pedro se halló solo en la calle, como si el ángel le hubiese dicho: "Yo he cumplido mi misión según mis instrucciones; ¡ahora te toca a ti!". Compárese con (Hch 10:3-7) y notas en el pasaje de referencia.
El apóstol comprendió que su primer deber, tanto por amor a sus hermanos como para la buena marcha de la obra en Jerusalén, había de ser el de avisar a la familia cristiana, notificándola de que sus oraciones se habían contestado de modo maravilloso. Para eso se dirigió a la casa de la hermana María, donde estaba seguro de hallar a hermanos reunidos. Después le correspondió meditar sobre su propia posición, pudiendo suponer que el silencio en la celda que acabó de dejar duraría hasta el cambio de guardia, es decir, tres horas como máximo. Después empezarían la búsqueda y las indagaciones, de modo que le convenía ponerse a salvo cuanto antes. Por eso abrevió la visita a los hermanos, indicando la necesidad de guardar silencio, y después "se fue a otro lugar" (Hch 12:17). Mucho se ha escrito sobre tan sencilla frase, y con poco sentido, pues el "otro lugar" podría ser cualquier sitio donde no le habían de buscar los soldados de Herodes. Los cristianos habían pasado ya por un período de severa persecución, de modo que ya tendrían escondrijos preparados para las huidas, probablemente en las montañas de Judea, que se prestaban admirablemente a tales finalidades según la experiencia de todos los patriotas, desde David hasta Bar Cocbar. Que "el otro lugar" fuese Roma "no pega ni con cola", según el dicho popular castellano, y nos extraña que expositores con un mínimo sentido histórico lo hubiesen tomado en consideración. ¡Hay que colocarlo en el plano de la "visita" de Santiago "Boanerges" a España y el viaje marítimo del sarcófago del mismo a Santiago de Compostela!
La casa de María, madre de Juan Marcos (Hch 12:12-17)
1. La iglesia en la casa de María (Hch 12:12-14)
Estos versículos echan una luz interesante sobre la vida de la Iglesia en Jerusalén en la época que tratamos, pero hemos de distinguir cuidadosamente entre las deducciones bien fundadas y otras ideas posibles que no admiten prueba, y es importante que tales posibilidades no se afirmen como si fuesen hechos garantizados. Lo claro es que muchos hermanos se habían reunido en la casa de María para orar por Pedro, y que éste se dirigió allí como al lugar más apropiado para hallar hermanos de responsabilidad. No podemos equivocarnos mucho, pues, si deducimos que María prestaba su casa para reuniones de la Iglesia, y en el caso de haber otros lugares de reunión (algo muy probable), éste sería el centro más importante de la obra por entonces. Sacamos la impresión de una casa amplia, ya que muchos hermanos cabían en ella y se entraba al patio por medio de un postigo y un pasillo ("ten thuran tou pulonos"). Además, María tenía por lo menos una criada, llamada Rode. Por omitirse toda referencia al dueño de la casa, no es muy arriesgado suponer que María fuese viuda, y se declara que era la madre de Juan Marcos y pariente de Bernabé. Además de estos hechos, o deducciones verosímiles, existe la posibilidad de que la Iglesia en Jerusalén no se había mudado de casa y que en el aposento alto de la casa de María cayese el Espíritu sobre los ciento veinte reunidos. Tan interesante suposición sugiere otra: que la casa a donde Pedro se dirigió no sería otra que aquella donde se celebró la Santa Cena "en la noche en que Cristo fue entregado".
2. Pedro delante del portal (Hch 12:12-17)
Sin duda, Rode actuaba de portera aquella noche, estacionándose en el vestíbulo, cerca del postigo exterior, pues no sería conveniente que los hermanos que acudiesen a una reunión secreta tuviesen que llamar fuerte para ser oídos. Al hacer una llamada discreta, el apóstol diría algo como: "Abrid deprisa, que soy yo, Pedro". Al oír su voz, Rode se excitó tanto que corrió adentro para anunciar las buenas nuevas a la compañía antes de abrir la puerta exterior a Pedro, lo que dio lugar a la escena tan familiar y natural de (Hch 12:14-16). "Estás loca" podría usarse en la conversación familiar como equivalente de "¡No seas tonta!". Al abrir la puerta tuvieron que convencerse de que, de veras, era Pedro mismo que llamaba y no un "ángel" o "fantasma", que usara su forma o voz. Rápidamente contó a los hermanos lo más esencial de su liberación, dejándoles el encargo de hacerlo saber a Jacobo (el hermano del Señor) y a los hermanos. Suponemos que los demás apóstoles estaban ya "en otros lugares", habiendo huido de las pesquisas de los soldados de Herodes, quedando sólo Santiago, quien no dejó de ser "persona grata", en Jerusalén por muchos años gracias a su vida austera y su fiel cumplimiento de todas las "costumbres de los padres". Los "hermanos" serían quizá los ancianos de la iglesia, no siéndoles aconsejable que acudiesen a reuniones concurridas mientras que Herodes iba buscando los líderes del movimiento nazareno.
3. "Es su ángel" (Hch 12:16)
La exclamación de los hermanos al insistir Rode en que, efectivamente, Pedro se hallaba delante de la puerta, echa luz sobre la creencia en el "ángel de la guarda", pensándose que no sólo protegía a los santos, sino que podía asumir su forma. Ya hemos notado de paso que es necesario distinguir entre la verdadera angelología que se deduce de los escritos canónicos y las ideas extravagantes que se habían desarrollado entre los judíos por influencias persas durante los siglos anteriores al nacimiento de Jesucristo. En muchos lugares del Antiguo Testamento, empezando con (Gn 16:7), el "Angel" es una manifestación de Dios, o sea, una teofanía; pero la idea de ángeles que sirven o representan a los escogidos de Dios se destaca claramente de las palabras del Señor en (Mt 18:10): "Sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos". Recordemos también las consoladoras palabras de (He 1:14): "¿No son todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?". Véanse también (Gn 28:16) (Dn 3:28) (Dn 6:22) (Dn 10:12-14).
Los guardas delante del tirano (Hch 12:18-19)
1. Mueren los inocentes
Todo es contraste en este capítulo, y la agitación, llena de asombro y terror dentro de la fortaleza, cuando la guardia de relevo halló que los soldados dormían en su sitio, con las cadenas en sus muñecas, pero sin el preso, se contrasta vivamente con el gozoso asombro de la familia cristiana en la casa de María al ver a Pedro libre y sano. Después de las interrogaciones de rigor, Herodes llegó a la conclusión de que alguna confabulación había favorecido la evasión del preso. De todas formas él estaba enojado, y las vidas de unos soldados eran baratas en los círculos militares y palaciegos de Roma como también en los reinos subordinados a ella, de modo que dio rápida orden de que fuesen llevados al lugar de ejecución. Nada se nos dice de la desilusión de los jefes de los judíos, pero ya habían tenido experiencias extrañas de cómo presos nazarenos salían de cárceles sin que se supiera jamás los medios empleados, y algunos se acordarían del misterio, jamás solucionado, de la tumba vacía (Hch 5:17-25) (Mt 28:11-15).
La muerte de un rey perseguidor (Hch 12:20-23)
1. Herodes y los fenicios (Hch 12:20)
En las "Antigüedades de los judíos" (XIX, 8:2), Flavio Josefo describe el fin de Herodes Agripa I en términos que vienen a confirmar y a suplementar la historia según la narración de Lucas en este lugar. No menciona, sin embargo, la causa pendiente entre Herodes y los fenicios, sino que relaciona la visita del rey a Cesarea con unas celebraciones en honor del César. Desde luego no hay nada discrepante en ello, siendo probable que los de Tiro y Sidón hubiesen aprovechado tales celebraciones con el fin de sellar la paz con Herodes de una forma pública. Este, por enfadado que estuviera, no habría podido hacer guerra contra los fenicios por cuanto el territorio de ellos se incluía en la provincia romana de Siria, gobernada por un procónsul; en cambio, disponía de armas económicas que podrían ser muy eficaces, según la indicación de Lucas en (Hch 12:20): "porque su territorio era abastecido por el del rey". Los fenicios habitaban la franja de territorio entre el Líbano y el mar, posición que favorecía el comercio, pero que les dejaba desprovistos de campos trigales; dependían, por lo tanto, de la campiña de Galilea para su abastecimiento, como en los tiempos de Salomón e Hiram (1 R 5:9-11).
2. Las intrigas de las cámaras reales (Hch 12:20)
Sin duda los fenicios "ganaron" a Blasto, camarero mayor del rey, por medio de sobornos, reforzando esta pequeña pincelada el contraste entre la sana atmósfera de oración y de amor fraternal de la iglesia y el ambiente de violencia, intriga y de injusticia que rodeaba al rey, ambicioso y sin escrúpulos a pesar de sus públicas manifestaciones de religiosidad. Hasta asuntos de gran trascendencia pública se arreglaban por los jefes de las cámaras reales, interviniendo a menudo la favorita del monarca. Herodes se había criado con Calígula en los palacios imperiales del Tíber, notorios entonces por las maniobras de infames princesas y favoritas reales, de modo que el indicio de cómo se arreglaba la cuestión pública con los fenicios no sólo revela su verdadero carácter, sino que refleja las costumbres palaciegas de la época.
3. El día de gala y de juicio (Hch 12:21-22)
Josefo nos hace saber que las festividades en honor del César se celebraron en el teatro. El segundo día Herodes había de arengar a las multitudes desde su trono temprano. Por las referencias de Lucas podemos pensar que había de dirimirse el asunto de los fenicios en el momento culminante de la fiesta, al inaugurar los juegos del día. El monarca se había revestido de un magnífico manto de hilo de plata, que, al reflejar los primeros rayos del sol, producía tal efecto de sublimidad y de majestad en la multitud, que muchos empezaron a aclamarle como dios y no hombre. Por el testimonio de Lucas podemos pensar que esta explosión de entusiasmo se produjo después del discurso, relacionándose con la gratitud de los fenicios. Josefo habla de un búho de mal agüero que se le apareció al rey antes de sufrir un ataque de dolor agudo en el vientre que reveló el mal que determinó su muerte después de cinco días de terribles padecimientos. En nuestro relato no se notan malos agüeros, sino que Lucas nos hace ver al Rey de reyes en el fondo, que miraba por su honra, enviando al ángel para cumplir una misión de juicio en la persona del rey, judío y monoteísta de religión, quien se atrevió a aceptar honores divinos a la manera de los reyes paganos. El médico diagnostica también la enfermedad: la de ser comido de gusanos, que había sido también la suerte de Antíoco Epifanes, empedernido enemigo del pueblo de Dios, según el escrito apócrifo 2 Macabeos 9:25.
"Sic transit gloria mundi" ("Así pasa la gloria del mundo") es un tema tan antiguo como los comienzos de la literatura humana, pero raras veces se ha ilustrado con tanto poder dramático como en el sencillo relato de Lucas, tanto más efectivo por cuanto se abstiene de emplear los recursos normales de la retórica. El príncipe ambicioso, un intrigante hábil y con suerte, había subido a un trono de importancia considerable, y aún codiciaba más. Reinó sobre el norte de Israel por siete años, pero su reinado no duró más de tres años sobre todo el país. La religión de Israel no le era más que una de las armas de su arsenal de intrigas que servían para conseguir sus fines, y ciego al suave brillo del testimonio de Jesucristo y de sus discípulos, se convirtió en fiero perseguidor de ellos, hallando en su cruel campaña otro medio diplomático más para complacer a los judíos y confirmar su reino. Infiel a su profesión religiosa, incurrió en la blasfemia al aceptar honores divinos, recibiendo en su persona el juicio que correspondía a su vida y sus crímenes.
En cambio, Pedro, revistiéndose de su humilde capa y calzándose sus alpargatas, salió ileso de una fortaleza inexpugnable para cumplir un apostolado que ha dejado bendita mella en millones de vidas, influyendo indirectamente en la historia de las naciones. Sólo los historiadores profesionales sabrían algo de Herodes Agripa I, si no fuera por su relación de antagonismo con el apóstol pescador, pero el nombre de éste es conocido dondequiera que exista algún conocimiento del cristianismo. Nos acordamos del gran dicho del compañero en el apostolado de Pedro: "El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" (1 Jn 2:17).
El Reino y los reinos (Hch 12:24)
Judea volvió a ser provincia romana después de la muerte de Herodes Agripa I, aunque su hijo Herodes Agripa II fue compensado más tarde con algunos de los dominios norteños, trozos desgajados del reino de su padre. Pero el persistente sueño de la dinastía herodiana —del dominio sobre todo Israel— se esfumó para siempre después del juicio de Cesarea. En aquella misma ciudad Pedro había abierto la puerta del Reino de los Cielos a los gentiles, y como resumen del período que siguió la muerte del perseguidor, Lucas comenta sencillamente: "Pero la Palabra del Señor crecía y se multiplicaba".
La tiranía y la injusticia no siempre ocuparán los tronos de este mundo y por fin las huestes del Cielo cantarán: "¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu Nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado" (Ap 15:4).
El fin de la misión de Bernabé y Saulo en Jerusalén (Hch 12:25)
Como prólogo a la liberación de Pedro durante la persecución herodiana —quizá de breve duración por la intervención divina que hemos comentado—, Lucas notó la subida a Jerusalén de Bernabé y Saulo; y, como epílogo de ella nos hace ver que, habiendo cumplido su ministerio de entregar la ayuda de los cristianos antioqueños a los ancianos de Jerusalén, regresaron a su esfera de servicio, llevando consigo a Juan Marcos. El orden de los nombres —Bernabé y Saulo— indica que el apostolado de Pablo no había sido manifestado públicamente todavía, manteniéndose la precedencia del antiguo cristiano, Bernabé, tan eminente a causa de sus dones y sus trabajos en la Iglesia de la época. No perdamos nuestro sentido en la perspectiva de los acontecimientos, evitando la tentación de ver en estas fechas lo que pertenece a un período posterior de la revelación ordenada y progresiva de los propósitos de Dios.
1. El ministerio de Juan Marcos (Hch 12:25)
La biografía espiritual de Juan Marcos es de sumo interés, tanto por sus principios, por el tropiezo que disolvió el compañerismo de Pablo y Bernabé, como por los indicios de una plena rehabilitación que sirve para animar a todo siervo de Dios que se ha visto postergado a causa de un mal paso, pero cuyo corazón se humilla delante de Dios y persiste en el deseo de obedecer y servir al Señor de la gloria. Aquí no nos corresponde más que notar que salió del cálido ambiente cristiano y espiritual de la casa de su madre, María, habiendo sido testigo de los principios del cristianismo desde el punto de vista de un joven que se hacía hombre, concibiendo entusiásticos deseos de servir, sin saber aún lo que era el duro aprendizaje y la larga disciplina que sólo pueden formar al ministro de la Palabra que quisiera estar preparado para toda buena obra (2 Ti 3:17). Se ha dicho que su tropiezo posterior (Hch 13:13) es propio de "un hijo mimado de una viuda rica", y puede ser que haya algo de verdad en el dicho, ya que las grandes ventajas de ser criado en un ambiente espiritual, sin problemas personales, ni materiales ni espirituales, se contrapesan por las desventajas de la ausencia de las pruebas juveniles que fortalecen el espíritu y lo entrenan para las duras tareas que no faltarán en el camino del servicio.
Con todo, no hemos de despreciar el entusiasmo juvenil de Juan Marcos, que se encendería al oír de los éxitos espirituales que habían coronado ya los trabajos en Antioquía de su primo Bernabé y su compañero Saulo, evidentemente tan dotado, tan sabio en la Palabra y tan lleno de la visión de la obra a realizar. Fuego tiene que haber, juntamente con una visión que lleve al joven a la decisión de dedicar su vida al Señor, aun cuando todo ello necesite luego una confirmación que vendrá a lo largo de las arduas jornadas del servicio. A María le costaría mucho ver salir al amado hijo, y él sufriría al abandonar el dulce hogar de Jerusalén, hogar también de la Iglesia. Después de los fracasos, las pruebas y los triunfos se vio que el joven había sido verdaderamente llamado por el Señor.
Temas para meditar y recapacitar
1. Describa la liberación de Pedro y destaque las lecciones espirituales que discierne en esta historia.
2. Describa la iglesia de Jerusalén en esta época, haciendo uso de todos los detalles que se hallan esparcidos por el capítulo 12.
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).
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