Estudio bíblico: La bendición de las buenas costumbres - Lucas 22:39-42
La bendición de las buenas costumbres
(Lc 22:39-42) "Y saliendo, se fue, como solía, al Monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. Y como llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. Y él se apartó de ellos como a un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa este vaso de mí; empero no se haga mi voluntad, sino la tuya."
En estos tiempos, cuando el valor de la disciplina espiritual no está muy en boga entre los creyentes, puede ser una ayuda alentadora considerar lo que la Biblia y el ejemplo de Jesucristo dicen al respecto.
Es interesante que, especialmente en la pedagogía, se está viendo un cambio de opinión. Muchos educadores y maestros por necesidad se plantean la pregunta de si los métodos de las últimas décadas han dado buen resultado o no, pues ya dudan si se puede dar clases y educar a los jóvenes con tan poca presión y exigencias.
Está demostrado que los niños y jóvenes de generaciones pasadas no sólo aprendían más en menos tiempo, sino que por lo general salían más capacitados para la vida y más alegres que muchos de los jóvenes indiferentes de hoy que pasan de todo.
En el año 2006 se publicó el libro "Elogio de la disciplina, un escrito polémico" del conocido pedagogo y teólogo Bernhard Bueb. Ha encontrado buena acogida y aceptación, pero también rechazo. Esto es un indicio de que las opiniones están cambiando. También en la política se nota actualmente un aumento en el énfasis de la importancia de la moral, los valores y las virtudes cristianas.
Y por eso nos asombra que en círculos evangélicos existe la tendencia contraria. Predicadores y autores conocidos e influyentes no se cansan de enfatizar que es inútil o incluso dañino leer la Biblia u orar si no se tiene ganas de hacerlo.
Ciertos testimonios en algunas revistas evangélicas y en ciertos libros nos quieren hacer ver que casi todas las enfermedades y aberraciones espirituales y anímicas tienen su origen en una educación represiva, consecuentemente cristiana, donde los niños estaban expuestos a una presión supuestamente dañina.
Es indiscutido que una educación severa, falta de amor y marcada por el legalismo, llevada a cabo por padres que ellos mismos no viven lo que exigen de sus hijos, puede causar daños devastadores. Lamentablemente tenemos muchas pruebas de ello.
Algunos de los más conocidos ateos, nihilistas y odiadores de Dios se criaron en hogares cristianos. Lo que vieron y oyeron allí fue tan repelente e hipócrita que hastiados juraron no querer saber nada más de la Biblia ni del cristianismo.
Lenin, por ejemplo, tenía quince años cuando su padre, miembro piadoso de la Iglesia Ortodoxa Rusa, recibió la visita de un pope (sacerdote de la iglesia ortodoxa griega). Siendo él un concurrente fiel a los cultos, lo acongojaba la actitud de su hijo, que ya no quería asistir regularmente a éstos. Cuando le pidió consejo al pope, éste le respondió: "¡Habría que darle una buena paliza!".
Ninguno de los dos sospechaba que el hijo estaba en el cuarto contiguo y estaba escuchando tras la puerta esos "consejos". Lleno de indignación, el joven Wladimir Iljitsch arrancó de su cuello la cruz que tenía colgada de una cadena, y que hasta entonces había llevado puesta. Con esa religión había terminado. Nunca más querría saber de ella. Desde ese momento para él la iglesia y la religión eran solamente "un medio de los reinantes para oprimir a las clases bajas".
Por otra parte, en muchos ámbitos es una cosa normal exigir una vida disciplinada de los deportistas y artistas, por ejemplo, para que puedan dar el mayor rendimiento.
Todo el mundo comprende perfectamente que el entrenador de fútbol "machaque", imponga buenas multas y entrenamientos forzosos adicionales a los jugadores profesionales de la liga que no vienen puntualmente a los entrenamientos o rehusan respetar al entrenador.
Los aficionados fanáticos, que casi siempre son gordos, exigen a voces que sus ídolos se maten corriendo para ganar la victoria de su equipo: "¡Queremos verlos sudar!". Y cuando uno de los profesionales por alguna razón engorda un poco, en seguida le plantan un nuevo nombre burlón, como "el gordo", "bolita" o "barril".
Ni tiene que decirse que la disciplina y el dominar los bajos instintos son parte de la virtud de todo deportista.
Cuando los jóvenes con talento invierten largas horas practicando al piano o se hacen polvo los dedos tocando un instrumento de cuerdas, admiramos su energía y les animamos a ser duros consigo mismos.
Nadie se altera cuando una persona consciente de cuidar su salud va todas las semanas al gimnasio, para deshacerse sudando de los kilos que le sobran, sacrificando dinero y tiempo para tener buena figura, al menos delante del espejo.
Pero, en el momento en que alguien se atreve a defender la disciplina entre los creyentes que dicen que lo son, animándolos a subir el listón en la vida como seguidores de Cristo y a aceptar las normas neotestamentarias, tendrá que esperar violentos reproches. Y le dirán que está favoreciendo una represión dañina y las "neurosis" por culpa de la iglesia.
¿Qué podemos aprender de la Biblia y del ejemplo de nuestro Señor en lo que se refiere a estas cuestiones importantes y controvertidas?
1. Nuestro Señor tenía costumbres fijas
Fue para mí un descubrimiento interesante el que precisamente el evangelista Lucas narre determinadas costumbres en la vida de Jesús:
Primero leemos en (Lc 2:42) que los padres de Jesús viajaban anualmente a Jerusalén "conforme a la costumbre de la fiesta", para celebrar la pascua. Ni qué decir tiene que Jesús a sus doce años estaba también allí. Así se crió en una familia donde las ordenanzas bíblicas se hicieron buenas costumbres y finalmente una buena tradición familiar.
Dos capítulos después leemos que a la edad de treinta años fue a la ciudad Nazaret donde se había criado, "y en el día de reposo entró en la sinagoga conforme a su costumbre" (Lc 4:16). Para Él, como adulto, era lo más normal del mundo ir a la sinagoga el día de reposo, para oír la Palabra de Dios. Sus padres le habían dado el ejemplo y en su juventud también practicó esa buena costumbre.
Después se nos narra en (Lc 22:39) que "se fue como solía al Monte de los Olivos". Iba a menudo a este lugar familiar, para dormir allí (Lc 21:37) (Jn 8:1), para reunirse con sus discípulos y para orar (Lc 22:41).
Resumiendo constatamos lo siguiente:
Participación regular en la celebración de la pascua.
Asistencia semanal a la sinagoga.
Visita frecuente al Monte de los Olivos para orar allí.
Éstas eran costumbres naturales en la vida de nuestro Señor, tal y como las practicaba cualquier israelita temeroso de Dios.
Jesús sabía que Judas, el traidor, y los soldados con los siervos del sumo sacerdote ya estaban de camino para prenderlo en el huerto de Getsemaní. Judas conocía bien este lugar (Jn 18:2). Pero eso no lo detuvo de ir a ese sitio como era su costumbre.
2. Discipulado sin disciplina es impensable
Nuestro Señor, siendo un hombre perfecto y sin pecado, no tenía necesidad de disciplina y reglamentos. No obstante, su comportamiento nos es un ejemplo alentador para entrenarnos en estos ejercicios espirituales vitales, para que en nuestras vidas como discípulos lleguen a ser puntos de referencia que se den por sentados.
Antes de leer en el próximo capítulo ejemplos alentadores de hombres de oración de la Biblia y de la historia de la Iglesia, retengamos en nuestra mente las palabras de Jonatán Edwards que escribió en su introducción a los diarios del misionero David Brainard, cuya vida de oración era verdaderamente intensa y extraordinaria:
"El ejemplo de Jesucristo es el único ejemplo absolutamente perfecto que ha habido entre los hombres. Por eso es una pauta con la que tenemos que medir todos los demás ejemplos. Y sólo debemos seguir y recomendar las inclinaciones, sentimientos y actos de otras personas, hasta donde sean seguidores de Jesús".
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