Estudio bíblico: El Espíritu Santo como Maestro - Juan 14:25-26
El Espíritu Santo como Maestro (Juan 14:25-26)
Introducción
El ministerio del Señor en esta tierra estaba terminando, aun así, todavía había muchas cosas que quería enseñar a sus discípulos. Esta era una situación que le preocupaba. Por un lado, ellos manifestaban con demasiada frecuencia una fuerte resistencia al aprendizaje, especialmente en todo lo relacionado con su muerte en la cruz, y por otra parte, sabía que muchas de las cosas que les había dicho ya las habían olvidado sin haberlas entendido correctamente. En aquella misma noche, mientras les enseñaba los grandes principios espirituales que necesitarían conocer para el ministerio que tendrían que desarrollar después de su partida, ellos le interrumpían una y otra vez haciendo preguntas que demostraban sus grandes limitaciones para entender lo que les decía. Parecían desconcertados, incapaces de poner en orden todo lo que escuchaban. No hay duda de que tenían serios problemas de comprensión en cuanto al mensaje de Jesús. Y viendo todo esto, cabe preguntarse si ya estaban listos para que el Señor los dejara. ¿No eran todavía una "obra incompleta"?
El Señor era plenamente consciente de la situación, y por esa misma razón volvió a anticiparse haciéndoles una nueva promesa de valor incalculable: Una vez que ascendiera al cielo les enviaría su Espíritu Santo, quien les enseñaría y recordaría todas las cosas que necesitaban saber. A partir de ese momento, los discípulos quedarían bajo la tutela e instrucción del Espíritu Santo, y es de él, de quien en última instancia debemos depender para llegar a tener un sano entendimiento de Dios.
El Espíritu Santo como Maestro
(Jn 14:25-26) "Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho."
El Señor ya les había hablado del Espíritu Santo en esa noche, refiriéndose a él como el "Consolador", quien estaría en los creyentes acompañándoles en sus pruebas, cuidándoles en sus dificultades y haciendo presente al Padre y al Hijo en los corazones de los creyentes. Ahora continúa describiendo otra de las labores que el Espíritu Santo realizaría en la vida de los creyentes: sería su Maestro ocupando el lugar de Cristo.
Debemos notar que el Señor seguía contestando a la pregunta que Judas le había hecho: "¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?" (Jn 14:22). Y aquí vamos a ver que por medio del Espíritu Santo daría continuidad a la revelación que Cristo había comenzado a entregar a sus discípulos.
1. "El Espíritu Santo a quien el Padre enviará en mi nombre"
En estas breves palabras vuelve a aparecer lo que nosotros conocemos como la Trinidad: "El Espíritu Santo a quien el Padre enviará en mi nombre".
Fijémonos que el Señor dijo que el Espíritu Santo sería enviado por el Padre en su nombre. En el siglo IV hubo un importante debate acerca de si el Espíritu vino del Padre (Hch 2:33) o del Hijo (Jn 15:26) (Jn 16:7). La controversia se encontraba enmarcada en el debate de Atanasio contra Arrio en cuanto al tema sobre la completa igualdad entre Dios el Padre y Jesús el Hijo.
La conclusión a la que llegamos una vez que examinamos toda la evidencia en su conjunto es que la misión del Espíritu Santo no se deriva de forma exclusiva ni del Padre ni del Hijo, sino de ambos por igual. El Espíritu está estrechamente relacionado con el Padre y con el Hijo, tal como vemos en este versículo: El Padre lo envía en el nombre del Hijo.
Por otra parte, se nos muestra una clara continuidad en la obra divina en relación con la humanidad. Si Jesús había venido en nombre de su Padre (Jn 5:43) para darle a conocer entre los hombres y así glorificarle, ahora vemos que el Espíritu viene en el nombre de Jesús para defender sus intereses con toda su autoridad.
En primer lugar esto quiere decir que el Espíritu Santo actuará siempre en perfecta armonía con los deseos, propósitos y voluntad de Cristo. Esto lo veremos con toda claridad un poco más adelante, cuando el Señor les diga a sus discípulos: "El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber" (Jn 16:14). Su ministerio consistirá en dar testimonio de Cristo (Jn 15:26), "porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir" (Jn 16:13).
Pero en segundo lugar debemos prestar especial atención a todo esto porque lo que encontramos aquí es una clara sucesión que debemos imitar: el Hijo dio un testimonio fiel del Padre, el Espíritu hace lo mismo en relación con Cristo, y ahora nos toca a nosotros hacer lo mismo, tal como dirá el Señor un poco más adelante: "Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio" (Jn 15:27). Por lo tanto, cabe decir que el modelo y la inspiración de nuestro testimonio debe ser Cristo y el Espíritu Santo. En este sentido debemos notar la norma que el Señor estableció: "no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere" (Jn 16:13).
2. El Espíritu Santo es una persona divina
Los mal llamados Testigos de Jehová dicen que el Espíritu Santo no es una Persona divina, sino sólo una influencia poderosa. Quizá se podría llegar a esa conclusión haciendo una lectura superficial del Antiguo Testamento, donde la revelación acerca del Espíritu Santo era todavía incompleta, pero es imposible llegar a una conclusión así a la luz de una lectura completa de la Biblia. Aquí vemos que el Espíritu Santo es descrito como "Consolador", pero también como el que "enseña y recuerda" las cosas que el Señor dijo. Todas estas funciones revelan a un ser personal, a lo que podríamos añadir otras como testificar, convencer, guiar, ayudar? A la luz de todo esto es imposible pensar en el Espíritu Santo como una mera influencia abstracta.
Y en segundo lugar, tal como estamos viendo, creemos que es una persona divina, con una relación íntima y eterna con el Padre y el Hijo.
3. "El Espíritu Santo"
Esta es la primera vez que en este evangelio el Señor se refiere a la tercera persona de la Trinidad como "el Espíritu Santo". Y aunque nosotros estamos acostumbrados a referirnos a él de esta manera, es interesante notar ahora el por qué de esta descripción.
En primer lugar, el hecho de referirse a él como "Santo" nos da a entender que él está "separado", algo que es completamente apropiado, puesto que pertenece a la esfera divina. Pero en segundo lugar, también es "Santo" porque santifica o separa al hombre para Dios.
Es interesante subrayar en este contexto el hecho de que el Espíritu santifica a los hombres. No olvidemos que la otra gran tarea que él hace, y que estos versículos enfatizan, es la de enseñarnos. Ahora bien, ¿cuántas veces hemos sentido que aunque sabemos las cosas que debemos hacer, no somos capaces de ponerlas en práctica? ¿Cuántas veces hemos querido abandonar prácticas pecaminosas y hemos fracasado? El apóstol Pablo describió de manera muy personal este mismo conflicto en el capítulo 7 de Romanos, llegando finalmente a reconocer en el siguiente capítulo que sólo el poder del Espíritu Santo en nosotros puede hacer la diferencia.
Por lo tanto, necesitamos ser enseñados por el Espíritu, pero también tenemos que ser transformados por él. Un aprendizaje teórico sobre la santidad no nos serviría de nada sin la capacidad de ponerla en práctica. Es a esto a lo que el Señor se refirió en su conversación con Nicodemo en (Jn 3:1-6). Todo lo que surja de la "carne", es decir, de la naturaleza caída del hombre, estará manchado por el pecado y quedará muy lejos de poder agradar a Dios, por eso el Señor insistió a Nicodemo en que sólo el Espíritu podría darnos una nueva vida haciéndonos nacer de nuevo.
4. Todos necesitamos ser enseñados por el Espíritu Santo
Cuando hablamos de las cosas profundas de Dios, debemos admitir que el apóstol Pablo tenía razón cuando dijo: "nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1 Co 2:11). Reconocer este tipo de ignorancia puede resultar humillante para muchas personas, pero es un hecho indiscutible. El mismo apóstol habla de los sabios de este mundo y dice que ninguno de ellos tenía esta sabiduría de Dios, porque de otro modo, "si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria" (1 Co 2:8). Esto revela un grado de ignorancia absoluta de parte de los que Pablo describe como "los príncipes de este siglo". No olvidemos que Pablo se estaba dirigiendo a los corintios, criados y educados en la antigua Grecia, de la que salieron los grandes filósofos de renombre universal, pero tratándose de quién es Dios, todos los hombres por igual somos completamente ignorantes.
Esa situación sólo puede cambiar si Dios mismo toma la iniciativa de darse a conocer. Y eso es precisamente lo que ha hecho por medio de su Espíritu Santo.
En su argumentación a los corintios, Pablo afirma que "Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios" (1 Co 2:11). Y con esto coincide lo que el Señor nos está diciendo en este pasaje que estudiamos en Juan: es el Espíritu Santo el que nos enseña todas las cosas de Dios.
5. El Espíritu Santo os enseñará y recordará todas las cosas
Estamos viendo que Dios tiene un genuino interés en darse a conocer a todas sus criaturas. Ya hemos considerado más arriba que toda la Trinidad está implicada en este propósito: "el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas". Esto quiere decir que en este tiempo, la labor de enseñar la verdad de Dios a los creyentes, es una obra del Espíritu Santo, quien es descrito también como "el Espíritu de verdad" (Jn 14:17).
En sus funciones como Maestro de la Iglesia, el Espíritu Santo haría claras aquellas palabras del Señor que inicialmente les habían resultado incomprensibles. Esto quiere decir que el Espíritu sería el encargado de explicar e interpretar lo que el Señor ya les había dicho y hecho durante todo el tiempo que había pasado con ellos.
Sobre todo esto, el mismo evangelista Juan nos proporciona varios ejemplos de ocasiones cuando lo que el Señor dijo a los discípulos no lo entendieron sino hasta un tiempo después, gracias a la dirección especial del Espíritu Santo cuando el Señor fue glorificado (Jn 2:17,22) (Jn 12:16).
Encontramos un claro ejemplo de esto en el caso del apóstol Pedro. Cuando el Señor les dijo por primera vez que "le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día", Pedro no dudó en tomar aparte al Señor y comenzar a reconvenirle: "Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca" (Mt 16:21-22). Era evidente que no entendía lo que el Señor había venido a hacer en este mundo. En cambio, una vez que recibió el Espíritu Santo, en su primer sermón de la era cristiana, anunció a todo el pueblo de Israel reunido en el templo que tanto la muerte como la resurrección de Cristo estaban de acuerdo con el plan perfecto de Dios anunciado previamente en las Escrituras, y era necesario para traer liberación espiritual al pueblo (Hch 2:14-40). Sin lugar a dudas, hubo un cambio asombroso en Pedro a raíz de la venida del Espíritu Santo.
Por otra parte, es un hecho que el género humano tiene una clara tendencia a olvidar o ignorar las cosas importantes, por eso, otra de las funciones importantes del Espíritu Santo es volver a traer al corazón olvidadizo de los creyentes las grandes verdades de la Palabra de Dios. En algunos casos, como el de la iglesia en Éfeso, sería un llamado al arrepentimiento: "Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras" (Ap 2:5). En otras, junto con el recuerdo de las grandes verdades enseñadas por el Señor, vendrá también una comprensión más profunda de aquello que cuando se escuchó por primera vez apenas se había comprendido.
En todo caso, como ya hemos dicho, es importante notar que lo que el Espíritu Santo hace no es simplemente recordarnos el pasado, sino también ofrecernos una comprensión más profunda del ministerio de Jesús, al punto que lo llega a hacer vivo en los creyentes.
A raíz de todo esto debemos reflexionar sobre dos cuestiones importantes para los creyentes de nuestro tiempo. En primer lugar, estamos viendo que una labor importante del Espíritu Santo consiste en recordarnos las cosas que Dios ya nos ha revelado en el pasado. Creemos que es importante subrayar esto, máxime cuando en la actualidad hay una creciente tendencia en muchos académicos y predicadores que parecen estar más preocupados por decir algo nuevo que por escudriñar y enseñar los grandes tesoros revelados en la Biblia. Desgraciadamente este tipo de cosas prosperan porque muchos son como aquellos griegos de la antigüedad, que "en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo" (Hch 17:21). Pero debemos tener cuidado con esta actitud, porque será algo característico de los apóstatas de los tiempos venideros: "Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas" (2 Ti 4:3-4). No olvidemos que la labor del Espíritu Santo consiste en traer las "viejas" verdades a nuestra memoria.
Y en segundo lugar, dada nuestra gran capacidad para olvidar la verdad revelada, todo buen siervo del Señor deberá emplearse a fondo para recordar una y otra vez lo que seguramente sus auditorios ya saben y han oído con anterioridad. Esto es lo que hacían los apóstoles al principio:
(Fil 3:1) "A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro."
(2 P 1:12) "Por esto, yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente."
(Jud 1:5) "Mas quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no creyeron."
6. "Todas las cosas"
El Señor les dijo acerca del Espíritu Santo que "él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho". Esto nos lleva a preguntarnos qué es lo que incluye "todas las cosas".
Por supuesto, no debe tomarse en un sentido absoluto, porque en ese caso el creyente sería omnisciente, y sabemos que sólo Dios lo es. Tampoco está incluido un conocimiento exacto y completo acerca del futuro (Mt 24:36), o los secretos de la naturaleza.
Debemos entender, por lo tanto, que la expresión "todas las cosas" tiene que ver con todo aquello que necesitamos para el desarrollo de nuestro crecimiento espiritual a fin de llegar a tener una relación íntima y profunda con Dios.
Llegados a este punto debemos reflexionar seriamente en la gran diferencia que hay entre lo que el Espíritu Santo nos quiere enseñar y lo poco que sabemos. Y, por supuesto, el problema no se encuentra en Dios, sino en nosotros, que con frecuencia prestamos poca atención a la necesidad constante que tenemos de seguir aprendiendo del Señor. Nos conformamos con haber hecho algunos cursos bíblicos, o incluso alguna carrera teológica, y olvidamos que tenemos una necesidad constante de seguir aprendiendo del Señor durante toda nuestra vida.
7. El Espíritu Santo y la inspiración de las Escrituras
Otra cuestión muy importante tiene que ver con los destinatarios de esta promesa: "os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho".
Lo más probable es que el Señor se estuviera dirigiendo principalmente a los apóstoles, a quienes previamente había elegido para ser sus portavoces autorizados de la verdad que les había revelado. No hay duda de que fue sólo a los apóstoles a quienes el Espíritu Santo les podría recordar lo que habían oído del Señor, porque las siguientes generaciones ya no habían tenido el privilegio de acompañar al Señor en su ministerio terrenal y escuchar directamente sus enseñanzas.
Por lo tanto, en un sentido primario, la promesa fue hecha a los apóstoles del Señor, quienes serían los responsables, guiados por el Espíritu Santo, de registrar en las páginas de las Escrituras toda la enseñanza que recibieron de él, completando de este modo la Biblia. Esa enseñanza habría de convertirse en normativa para toda la Iglesia.
Lo que se subraya aquí es que los autores del Nuevo Testamento no fueron dejados solos cuando escribieron sus páginas. El Espíritu Santo les inspiraba, enseñaba y recordaba todas las cosas que Jesús había dicho y hecho. Esto garantizaba que el resultado final no dependía de la capacidad de aprender o recordar de los autores, sino del Espíritu Santo que les enseñaba, por lo que podemos estar seguros de que tenemos en nuestras manos aquello que Cristo mismo quería que tuviésemos. Aquí descansa la fiabilidad del Nuevo Testamento y nuestra seguridad.
Ya hemos mencionado que la labor del Espíritu Santo iría más allá de recordar incidentes vividos con el Señor; incluiría también una comprensión adecuada de esos hechos. Esto implica que el Nuevo Testamento no es sólo una relación fiable de los hechos y dichos de Cristo, sino que es también una relación de hechos interpretados.
Esto es algo que en nuestros días ha atraído muchas críticas contra el cristianismo. Muchos críticos se han levantado para decir que el Nuevo Testamento no es fiable, porque además de contener lo que Jesús dijo e hizo, también hay muchas cosas que forman parte de la interpretación de sus autores, y por esta razón creen que es su deber diferenciar entre lo que ellos consideran el "Jesús histórico" y el "Jesús de la fe". El primero de ellos correspondería con la persona histórica real de Jesús, mientras que el segundo sería el producto formado posteriormente por la Iglesia. Así que, persuadidos de que el auténtico Jesús es el histórico, toman sus tijeras y se disponen a cortar de los escritos apostólicos todo aquello que consideran añadiduras de la iglesia, entre las cuales suelen estar todos los hechos milagrosos del Señor.
Por nuestra parte, no tenemos inconveniente en admitir que aquellos escritos de la primera generación, creados bajo la supervisión de los apóstoles, incluyen los hechos reales del Señor, y una interpretación fiable de ellos llevada a cabo por el Espíritu Santo, quien capacitó y dirigió en todo momento a los apóstoles escogidos por el Señor.
Por supuesto, esto no tiene nada que ver con escritos posteriores a la época apostólica, los llamados evangelios apócrifos, donde indudablemente hubo mucha manipulación y fraude.
8. El Espíritu Santo y los creyentes en este tiempo
Ya hemos visto que en primer lugar la promesa del Señor se refiere al proceso de inspiración de las Escrituras que hoy atesoramos, pero indudablemente, estas palabras también incluyen la iluminación interior del Espíritu Santo cuando el creyente de todos los tiempos se sumerge en la Palabra de Dios. Con esto parece coincidir el mismo apóstol Juan cuando escribió:
(1 Jn 2:27) "Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él."
No hay duda de que el Espíritu Santo, la unción divina que cada creyente ha recibido, nos ayuda a comprender y recordar las enseñanzas de Cristo. Esta es propiedad común de todos los creyentes en todas las épocas.
Por lo tanto, si deseamos comprender más claramente las Escrituras, debemos pedir la ayuda y dirección del Espíritu Santo en su oficio de iluminar los ojos del entendimiento a fin de que seamos guiados a toda la verdad.
Salvo condiciones excepcionales, se puede decir que el cristiano ignorante no tiene excusa, porque Dios le ha provisto del mayor y más efectivo recurso que podemos tener para conocer a Dios: su Espíritu Santo junto con las Escrituras. Sin embargo, es triste ver a muchos creyentes que tienen tan poco interés en seguir profundizando en el conocimiento de la verdad de Dios, y que se conforman con algunas experiencias religiosas sensacionales. Por supuesto, este no era el propósito de Dios al darnos su Espíritu Santo.
Por otro lado, es también el Espíritu Santo quien nos capacita para enseñar la verdad de Dios a otros. Esta tarea no se puede realizar de manera correcta por nuestros propios medios. Recordemos lo que Pablo dijo al respecto:
(1 Co 2:4) "Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder."
Estudiar y predicar la Palabra de manera académica, sin dejar que el Espíritu Santo nos enseñe, resultará en un trabajo árido e infructuoso, tanto para nosotros mismos como para los que nos escuchen. En cambio, cualquier predicador que predique en el poder del Espíritu, podrá explicar cómo Dios ha iluminado su mente durante sus exposiciones para ir mucho más allá de las notas o ideas que tenía preparadas de antemano para compartir.
Copyright © 2001-2024 (https://www.escuelabiblica.com). Todos los derechos reservados
CONDICIONES DE USO