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Estudio bíblico de 2 Pedro 1:4-6

2 Pedro 1:4-6

Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro estudio en la segunda epístola del Apóstol Pedro, y nos encontramos en el capítulo primero que, en su primera parte (versículos 1 al 14), nos explica cómo la suma de las virtudes cristianas nos proporciona certeza, seguridad. Leamos nuevamente el versículo 4 de este primer capítulo,

"Por medio de estas cosas nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de las pasiones."

Retrocediendo hasta la parte del versículo que habla de las promesas, vemos que también dice: para que por ellas lleguéis a ser participantes de la naturaleza divina, es decir, que usted pueda ser un hijo de Dios. Estimado oyente, ¡esta es una verdad tremenda! Es abrumadora. Cuando usted nace de nuevo espiritualmente, estimado oyente, recibe la naturaleza de Dios. No permita que nadie le confunda impulsándole a pensar que la vida cristiana consiste en una serie de reglas sobre lo que uno debe o no debe hacer, es decir, que si usted hace esto o aquello, está viviendo la vida cristiana. No olvide que usted es un participante de la naturaleza divina, la naturaleza de Dios, y entonces usted desea las cosas de Dios.

Y el versículo 4 continúa diciendo habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de las pasiones. Esta también es en sí misma una declaración notable. Más adelante, él iba a hablar en cuanto a aquellos que creen ser creyentes, que han huido de la contaminación del mundo. ¿Qué diferencia existe entre huir de la contaminación del mundo y huir de la corrupción del mundo? La corrupción del mundo es aquella que está en nuestro interior. La contaminación del mundo es la que se encuentra en el exterior. Siempre se habla mucho en cuanto a programas y medidas para evitar la contaminación. Claro, este freno a la contaminación aumenta la calidad física de nuestra salud y vida, pero esto no producirá personas buenas y mejores. Bueno, la verdad es que una descontaminación de ese tipo no afectará en absoluto a la vieja y pecaminosa naturaleza humana.

La gente que se considera religiosa, cree pasar por una especie de procedimiento contra la contaminación que pasa por la asistencia a la iglesia los domingos. De esta manera, participan de un cierto ritual y formas de culto. Por diversas motivaciones, uno podría saturarse de actividades religiosas y, en su interior, continuar teniendo una corrupción espiritual. A veces, las personas que uno ve los domingos, si las observa durante los días de la semana, no parecen las mismas personas. ¿Por qué? Porque, figurativamente hablando, solo han participado de una aparente descontaminación al participar exteriormente de un cierto ritual que tiene lugar los domingos.

Si una persona va a huir o apartarse de la corrupción del mundo, deberá tener una nueva naturaleza. Tendrá que ser participante de la naturaleza divina, habiendo dejado atrás los malos deseos y pasiones de la corrupción del mundo.

Sin embargo, aunque esa persona tenga la naturaleza de Dios por haber experimentado un nuevo nacimiento espiritual, esto no significa que se haya librado de su vieja naturaleza. En la vida de todo creyente siempre habrá un conflicto permanente entre su vieja naturaleza, controlada por las pasiones humanas, y su nueva naturaleza espiritual. La mejor ilustración de esta realidad en la Biblia es la que el Señor presentó al relatar la parábola del hijo pródigo, que podemos leer en Lucas capítulo 15, versículos 11 al 32. Al leerla observamos que el hijo pudo dirigirse hacia un país lejano porque aún tenía una vieja naturaleza. Pudo gastar su dinero en una vida desenfrenada, y finalmente acabaría en la miseria absoluta, viviendo en una pocilga. Pero, hay que destacar que él participaba de la naturaleza de su padre, que vivía en una gran mansión. Su padre creía en la piedad y en la limpieza, y en su mesa había abundancia de comida.

Ahora, si el joven no hubiera sido su hijo, no hubiera dicho al fin, me levantaré e iré a mi padre (como leemos en Lucas 16:18). Tenía que decirlo, Por supuesto, uno no encontraría a un cerdo en la pocilga que demostrara un deseo semejante. Ninguno de aquellos cerdos lo acompañó a la casa de su padre. En esta segunda carta de Pedro, capítulo 2, versículo 22, leemos que un cerdo podrá ser lavado y limpiado completamente, pero continuará siendo un cerdo y eventualmente regresará a su pocilga. De la misma forma, cualquier persona en la vida, sin importar el elevado nivel al que pueda llegar en la vida y las apariencias de que se pueda rodear, tarde o temprano evidenciará si tiene o no una nueva naturaleza. En la parábola, era inevitable que el hijo, como participante de la naturaleza de su padre, regresara a la casa de su padre.

Estimado oyente, cuando usted y yo nos convertimos en hijos de Dios, tenemos la naturaleza de Dios. Esta es una verdad extraordinaria. Podemos entender a Dios cuando nos habla por medio de Su Palabra y el Espíritu de Dios la transforma en una realidad para nosotros.

Pero Pedro no se detuvo al desarrollar esta idea y en el versículo siguiente, que leeremos dentro de un momento, continuaría hablándonos de cosas que podemos añadir. Si el apóstol estuviera aquí, nos sentiríamos tentados a preguntarle: "¿qué crees que podríamos añadir a las promesas del Señor Jesucristo y al hecho de ser participantes de la naturaleza divina?" Y creemos que él nos respondería: "Bueno, cuando llegáis tan lejos, en realidad solo habéis comenzado el camino. Aun hay mucho que vivir más allá de la salvación."

Quizás a usted le sorprenda saber que hay algo más allá de la salvación. Recordemos que en su segunda carta, capítulo 3, versículo 15, el apóstol Pablo le dijo a Timoteo que las Sagradas Escrituras podían darle la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Teniendo en cuenta que Timoteo ya era salvo, ¿qué quiso decir el apóstol Pablo? Bueno, hay que considera que la salvación puede explicarse en tres tiempos. La salvación en el tiempo pasado señala a que yo "he sido salvado". En el tiempo presente, se expresaría diciendo "estoy siendo salvado", y en el tiempo futuro se consumaría diciendo, "seré salvado". En este sentido son clarificadoras las palabras del apóstol Juan en su primera carta, capítulo 3, versículo 2: 2Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, (es decir, cuando Cristo venga) seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. En la actualidad no somos como Jesucristo, aun no hemos llegado a esa meta en nuestra madurez, pero nos encontramos en el proceso.

Después, el apóstol Pedro iba a hablarnos acerca de la madurez cristiana. Después de que una persona ha nacido espiritualmente, debería ir dejando los rasgos y reacciones de un niño, al entrar en un proceso de crecimiento y desarrollo. Leamos los versículos 5 y 6 de este primer capítulo de la segunda carta del apóstol Pedro:

"Por esto mismo, poned toda diligencia en añadir a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad"

El apóstol comenzó diciendo poniendo toda diligencia en añadir a vuestra fe. Otras versiones aclaran esta expresión traduciendo "poniendo vosotros en ello todo empeño asociad a vuestra fe", "esforzaos por añadir a vuestra fe". La vida cristiana es un asunto muy serio, estimado oyente. Si la vida pudiera compararse con un plan de estudios, diríamos que nosotros la hemos convertido en una especie de actividad extraescolar. La idea que hoy predomina es que no es algo que podamos trasladar al mundo comercial, profesional, social o educativo. Para muchísimas personas es como si fuera un traje para los domingos, que se usa solo para ciertas ocasiones. Sin embargo, Pedro dijo que es algo en lo cual habría que poner todo empeño y diligencia.

Cuando el apóstol enumeró estas virtudes que debían añadirse a nuestra fe, no quiso decir que eran como cuentas que uno separa o que va añadiendo una tras otra a un collar. Tampoco es como una serie de piezas de dominó que se colocan de costado una al lado de la otra y entonces, cuando uno empuja la primera, todas las demás van cayendo una tras otra. Ni tampoco es como colocar ladrillos uno encima de otro para edificar una estructura. Sabemos que el apóstol Pedro, en su primera carta, usó la figura de las piedras vivas que son colocadas para edificar una "casa espiritual", pero recordemos que todas las piedras son piedras "vivas."

La vida cristiana es, más bien, un crecimiento. Esa fue la forma en que el apóstol Pedro la explicó en esta epístola que concluyó, en el capítulo 3, versículo 18, con la siguiente gran declaración: creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Una ilustración familiar para todos es la del crecimiento de un árbol. Se dice que los grandes robles crecen de una bellota. Si alguien nos regalara uno de estos árboles cuando recién comienza a crecer, lo podríamos poner en una maceta en cualquier lugar de la casa. Pero al pasar los años, veremos que el árbol crece cada vez más y, si uno no lo cambia de lugar a tiempo, va a llegar a ser tan grande que sería imposible moverlo. De la misma manera, la vida cristiana consiste en un crecimiento, en un desarrollo.

Y en un bosque suceden dos cosas. Lo que en realidad tiene lugar es una transfiguración. La vegetación que vive está creciendo y las que mueren se están echando a perder. Esos son los dos procesos que allí están teniendo lugar. Y uno de esos procesos se está llevando a cabo en su vida cristiana y la mía.

Si usted es un hijo de Dios, tiene que crecer. Y en este pasaje, el apóstol Pedro enumeró los diferentes atributos que deberían caracterizar nuestro crecimiento. Cuando está en las primeras fases de crecimiento, un árbol tiene ramas y hojas frágiles, pero al alcanzar un crecimiento pleno, tienen un aspecto sólido y resistente. Y en nuestra vida cristiana tendría que haber un crecimiento y desarrollo semejante.

Pedro comenzó hablando de añadir a vuestra fe virtud. La fe aquí es la fe que salva, aquella que le hizo posible recibir a usted su nueva naturaleza, aquella que le concedió el perdón de pecados y le imputó la justicia de Cristo. Ahora, a esa fe, usted tiene que añadir, en primer lugar, virtud. Con el paso de los siglos, algunas palabras han ido cambiando su significado. Virtud, entre los romanos del primer siglo, significó mucho más que castidad. Caracterizó a lo mejor de la personalidad: fortaleza, valor, valentía y excelencia. Estimado oyente, estas mismas cualidades deberían también caracterizar a su vida y a la mía. El mundo necesita creyentes que tienen el valor de adoptar una posición pública de sus convicciones en relación a lo que consideran justo, e identificarse en la actualidad con el punto de vista de Dios. Por ello el apóstol Pedro dijo que, a nuestra fe, había que añadir virtud, valor.

Y Pedro continuó diciendo Añadid... a la virtud, conocimiento. Y aquí volvemos a encontrarnos otra vez con la palabra "conocimiento", que corresponde a la palabra griega "gnosis" que, en este contexto significa "conocer a Dios en Su salvación", e indica crecimiento. En el versículo 2, la palabra griega para "conocimiento" era "epignosis", con el significado de un conocimiento superior. El apóstol Pablo, escribiendo a los creyentes de la ciudad de Colosas, les dijo que oraba a Dios para que ellos pudieran tener esta "Epignosis", este conocimiento superior. En aquellos tiempos, la herejía gnóstica alegaba impartir un conocimiento superior por medio de rituales secretos. Sin embargo, para los apóstoles Pedro y Pablo ese conocimiento significó crecimiento y desarrollo en la vida cristiana, y el conocimiento superior era la meta a alcanzar, a medida que el Espíritu Santo confirmaba la Palabra de Dios al corazón.

El autor de estos estudios, el profesor McGee contó en una ocasión que cuando se encontraba estudiando en la Universidad Bíblica preparándose para el ministerio cristiano, le surgieron dudas y comenzó a desarrollar un carácter escéptico y cínico. Aunque había sido formado en el conocimiento de la Palabra de Dios y creía en ella, su fe pasó por momentos críticos, hasta el extremo de decirle a uno de sus profesores que si no se convencía de la veracidad de la Biblia y de la Palabra de Dios, anularía sus planes de dedicarse al ministerio. En aquel tiempo, él tenía fe, pero era una fe débil. Sin embargo, al cabo de un tiempo pudo llegar a decir categóricamente que creía en la Biblia como la Palabra de Dios. Declaró que sabía que era la Palabra de Dios y que el Espíritu Santo se lo había confirmado. Por eso él siempre les dijo a sus oyentes y alumnos que uno no puede tener una confirmación más elevada y de mayor autoridad que cuando el Espíritu Santo confirma la Palabra de Dios al corazón y a la vida, haciéndola muy real a la persona.

Cuando algunos jóvenes buscan algún libro que pruebe que la Biblia es la Palabra de Dios, nunca faltarán libros para sugerir, aunque a algunos de ellos no los hemos leído por años. En ciertas etapas de la vida uno pasa mucho tiempo leyendo libros de apologética, que es una ciencia que expone las pruebas y fundamentos de la fe cristiana. Tenemos que decir que vemos a esa época como un período lejano en nuestras vidas, porque nuestra fe ya no necesita ser apuntalada por tales pruebas o argumentos. Algunos podrían pensar que esa es una actitud dogmática, pero no creemos que sea así. Queremos estar seguros de nuestras convicciones, y ser positivos, dentro del respeto a las convicciones quienes piensan de forma diferente. Eso es todo. Si no creyéramos que la Biblia es la Palabra de Dios, no la estaríamos difundiendo y enseñándola. Como el citado profesor McGee le comentó a un colega antes de graduarse, él no se dedicaría al ministerio cristiano a menos que pudiera ponerse en pie ante el púlpito con una confianza plena en el libro en al cual basaba su predicación.

¿Podría imaginarse usted a un piloto de un gran avión de pasajeros comentando que él no se fía del diario de navegación, de los mapas y de los planes de vuelo? ¿Qué pensaría usted si se encuentra sentado en ese aparato? Pero, por supuesto, alguien que tiene la responsabilidad de pilotar esa aeronave, cree y confía en los datos que le proporcionan los libros, mapas y demás elementos de ayuda para la navegación. El piloto no necesita estar cuestionándose esos datos ni discutirlos con su tripulación ni con los pasajeros. El dispone de una información que le ha sido facilitada y confirmada, porque tiene muchas horas de vuelo y ha recorrido esa ruta en numerosas ocasiones.

Estimado oyente, hay muchas cosas y factores humanos en esta vida de los cuales usted nunca podrá estar totalmente seguro, pero sí puede estar seguro de la Palabra de Dios, y a medida que la estudie, la aplique a su vida y la comparta con otros, tenga la seguridad de que el Espíritu de Dios la confirmará a su corazón, y usted experimentará un crecimiento y desarrollo en su vida espiritual. Esto fue lo que pensó el apóstol Pedro cuando dijo que a la virtud o valor, había que añadirle conocimiento. Usted necesita valor para anunciar la Palabra de Dios. Usted no será capaz de divulgar el conocimiento que tiene de Cristo a menos que tenga el valor de hacerlo.

Y el apóstol Pedro continuó diciendo en el versículo 6, añadid....al conocimiento, dominio propio. El dominio propio implica sobriedad, moderación, autocontrol. Como creyentes, necesitamos tener el control propio en todas las áreas de nuestra vida.

El apóstol continuó aconsejando añadir al dominio propio, paciencia. Muchos tienen una idea equivocada de lo que la paciencia realmente es. No es desentenderse de un problema para pasar a una actitud pasiva, fatalista o que se resigna con relativa facilidad. La paciencia es la capacidad de soportar las pruebas de la vida. Implica resistencia, y se apoya sobre el conocimiento y la virtud o el valor. Como un árbol que crece y se desarrolla, un cristiano debería estar desarrollando valor, después conocimiento, después control o dominio propio y luego, paciencia.

Y la lista del apóstol continuó con el consejo de añadir a la paciencia, piedad. Esta es otra palabra que ha perdido parte de su significado. Y significa sencillamente que uno debe ser como Dios. Después de que usted ha nacido de nuevo espiritualmente en la familia de Dios, lo lógico es que usted quiera ser como su Padre celestial. No quiere decir que usted vaya a ser como Dios, pero sí significa que usted tiene ese deseo y esa meta para su vida. Esta debería ser la aspiración de cada persona que participa de la naturaleza divina. Hay una edad en la que un hijo o una hija tienen a su padre, o a su madre como su héroe, como su ídolo. Y es un día terrible cuando ese ídolo cae de su pedestal, pero a veces sucede así y entonces, ese hijo o hija crece desarrollando un sentimiento de amargura. En cuanto a nosotros, somos hijos de Dios y a causa de ello, queremos ser como nuestro Padre que está en los cielos. En este sentido, estimado oyente, El nunca nos defraudará. El no solo es nuestro héroe, es nuestro Dios, a quien adoramos y alabamos. La palabra "piedad" contiene en sí misma la idea misma de inspirar amor, alabanza, y adoración a Dios. Nos habla de una dependencia de Dios y de una vida consagrada a Él.

Estimado oyente, esta lista que estamos considerando en estos versículos, y el pensar en la piedad, debería llamarnos a la reflexión, para pensar en cual es el propósito de nuestra vida. ¿Cuáles son nuestras prioridades, nuestras aspiraciones, nuestra meta? ¿Se ha formulado esta pregunta alguna vez? Y si usted tuviera que responder ahora y para sí mismo a esas preguntas, ¿ocuparía Dios algún lugar en su respuesta?

Bien, vamos a detenernos aquí por hoy. Continuaremos con el estudio de este capítulo en nuestro próximo programa. Mientras tanto, le saludamos y manifestamos nuestro deseo de que nos acompañe en nuestro próximo encuentro, y le sugerimos que avance lo más posible en la lectura de este primer capítulo, para familiarizarse con su contenido.

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