Estudio bíblico de Miqueas 3:5-12
Miqueas 3:5 - 12
Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro viaje por el capítulo 3 de este libro del profeta Miqueas. En nuestro programa anterior vimos el juicio de Dios contra los príncipes, que eran los líderes políticos de la nación de Israel. Hoy vamos a comenzar nuestra lectura en el versículo 5 de este capítulo 3 de Miqueas, y aquí podemos apreciar el juicio de Dios contra los profetas. La conducta de los profetas era tan censurable, como la de los príncipes. Los pecados de los que Dios acusaba a los profetas consistían en que ellos informaban mal al pueblo, y no eran verdaderos guías espirituales. Los profetas conocían muy bien lo que Dios esperaba de ellos, pero no cumplían su misión en comunicar fielmente los mensajes que Dios les revelaba. Ahora, vamos a detenernos aquí por un momento para comprender lo que Dios dijo al presentar los pecados de los profetas. El versículo 5 de este capítulo 3 de Miqueas, dice:
"Así ha dicho el Señor acerca de los profetas que hacen errar a mi pueblo, y claman: Paz, cuando tienen algo que comer, y al que no les da de comer, proclaman guerra contra él"
Aquí tenemos una descripción de lo que los profetas estaban haciendo. Estos falsos profetas eran como animales feroces, como serpientes venenosas que, con sus dientes y lengua afilados, podían causar la muerte. Ellos eran todavía más dañinos que estos reptiles, porque usaban palabras suaves, para consolar a la gente asegurándoles que la paz estaba cerca.
Amigo oyente, el esfuerzo inútil de los seres humanos a través de toda la historia para lograr la paz, debiera servir como una llamada de atención. Tenemos que enfrentarnos al hecho que el hombre, el ser humano, no puede traer paz al mundo por sus propios recursos. Y sencillamente, por desearla, o por repetir o buscar nuevas estrategias, o por manifestarnos para proclamar que estamos a favor de la paz y votar por ella, no lograremos garantías de que lleguemos a tener, y retener la paz. Miqueas afirmó, nuevamente, que éste no era un sencillo problema que se encontraba en la superficie; el problema no era que el pueblo no quería la paz. El problema radicaba en que el corazón humano era y es malvado, rebelde y egoísta, porque el corazón humano es pecaminoso. Esta manera de ser forma parte de la naturaleza humana desde que el pecado se introdujo en esta tierra.
El profeta Isaías, un contemporáneo de Miqueas, escribió en su libro profético capítulo 57, versículo 21: "No hay paz, para los impíos". Isaías repitió esta sentencia hasta tres veces en la última parte de su profecía. En sus tres menciones llegaba a estas conclusiones, de que el problema real estaba en el malvado y perverso corazón humano.
A veces, cuando afirmamos que "no tendremos paz en los tiempos presentes", por lo general nos llegan dos o tres cartas de oyentes bien intencionadas que nos escriben diciendo que no seamos tan pesimistas, que debemos continuar en nuestros intentos de traer la paz a este mundo, que debemos realizar todos los esfuerzos posibles. Estos oyentes son personas sinceras, y sus argumentos suenan bien. Pero, amigo oyente, ésta es una de las creencias más erróneas que existen, como pensar que el ser humano puede lograr la paz, por sus propios esfuerzos. Será una afirmación ilusionante, motivadora, inspiradora y todo lo que se quiera. Pero, ¿acaso no bastan tantos siglos de historia pasada, de realidad presente, y de perspectivas futuras, para demostrar lo irrealizable de ese estado idílico de paz y buena voluntad entre los seres humanos?
Nosotros creemos en la paz, y la queremos tanto como cualquier otra persona. Pero debemos buscarla por el camino que Dios ha señalado. Primeramente, el ser humano tiene que conocer lo que es la paz de Dios. ¿Cómo podría la humanidad conocer la paz de Dios? El apóstol Pablo dijo en su carta a los Romanos, capítulo 5, versículo 1: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo". Usted no podrá tener paz con sus semejantes hasta que no tenga paz con Dios. El corazón humano es algo en lo que no se puede confiar. El corazón humano es engañoso y débil. El profeta Jeremías, en el capítulo 17 de su profecía, versículo 9, dijo: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?" Jeremías se planteó la pregunta: "¿Quién puede conocer el corazón de las personas?" Usted y yo no sabemos en realidad lo malos que somos. Tapamos esta verdad con muchas capas de maquillaje como la educación, las buenas costumbres, la urbanidad, pero cuidado, que nadie nos presione o acorrale demasiado, porque entonces saldrá a la superficie nuestro auténtico yo, nuestro verdadero genio, carácter, personalidad, nuestro innato egoísmo y autosuficiencia. El ser humano puede caer más bajo que cualquiera otra criatura de esta tierra. Bueno, una de las pruebas de que no descendemos de los animales, nos parece, es que el hombre es más salvaje que los mismos animales. Los animales no se comportan con la bajeza con que pueden obrar los seres humanos. Los animales no pierden el control, no abandonan a sus propios hijos, y no abusan de sus parejas. El reino animal sigue ciertas reglas y normas; pero la raza humana necesita tener la paz de Dios en sus corazones antes de llevar la paz al mundo.
En los días del profeta Miqueas los falsos profetas de Israel estaban profetizando paz, cuando en realidad en el norte, Asiria estaba preparándose para atacarlos. En la actualidad, se realizan muchos esfuerzos en diferentes partes del mundo para reunir a personas relevantes alrededor de una mesa, para que dialogando arreglen sus diferencias sin llegar a declararse la guerra. Y a pesar de todos estos esfuerzos, y por lo menos durante los últimos seis mil años de historia registrada, la humanidad ha practicado intensamente lo que se llama "el arte de la guerra"; en la actualidad todavía hay muchos lugares en este planeta en donde el ser humano lucha contra sus semejantes. Una nación, contra otra nación. Una tribu, contra otra tribu. Una familia, contra otra familia. Una persona, contra otra persona. Ahora, ¿por qué lo hacemos? No deberíamos hacerlo, porque pocos se benefician con esas luchas, y muchos son los que sufren las terribles consecuencias de las mismas. Actuamos de esta manera porque estamos separados de Dios, y porque estamos en rebelión contra Él, sus leyes y códigos de conducta y moralidad. No queremos enfrentar el verdadero problema, que somos nosotros mismos, y escuchamos a los "falsos profetas" de hoy en día que predicen la paz. En los días del profeta Miqueas los falsos profetas ilusionaban y engañaban al pueblo, prometiendo resultados falsos, y por ello, Dios pronunció contra estos falsos profetas calamidades que iban a suceder después.
Ahora, leamos el siguiente versículo 6 que dice:
"Por tanto, de la profecía se os hará noche, y oscuridad del adivinar; y sobre los profetas se pondrá el sol, y el día se entenebrecerá sobre ellos."
Miqueas predijo que habría tal oscuridad que aquellos que eran profetas falsos serían descubiertos por el hecho de que sus profecías no se cumplían. La noche, o las tinieblas, como ya hemos visto en los libros de otros profetas, siempre habla de juicio, de dos maneras distintas: de la intervención directa de Dios en el castigo de aquellos que han ofendido, y también nos habla de otro tipo de juicio: el silencio de Dios, al no dar ninguna nueva revelación a los hombres. Así es que, Miqueas dijo aquí: "Por tanto, de la profecía se os hará noche, y oscuridad del adivinar". Es decir, Dios no les iba a revelar una verdad nueva.
En otras palabras, el juicio que iba a venir sobre ellos sería como las tinieblas, y el sol se escondería. Miqueas estaba diciendo aquí que no habría ninguna luz de parte de la Palabra de Dios. La luz que ellos recibían de parte de Dios, ya no iba a brillar.
Usted recordará que en el Nuevo Testamento el apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios, capítulo 13, versículo 8, hizo referencia a este tema. Él dijo: "El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán". Bueno, las profecías cesarán de dos formas diferentes: una, porque las profecías se habrían cumplido, y dos, Dios ya no revelaría nada nuevo. Debemos aclarar que existe un espacio de tiempo importante entre el final del Antiguo Testamento y el comienzo del Nuevo Testamento, de unos aproximadamente 400 años, durante los cuales Dios permaneció en silencio. El sol se había puesto, y reinó la oscuridad. Malaquías, el último profeta, profetizó que el sol se levantaría otra vez, en el capítulo 4, versículo 2: "Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación". Malaquías no habría profetizado un nuevo amanecer si no hubieran entrado en la noche. El pueblo de Israel vivió en una larga noche de cuatrocientos años, hasta la llegada del hijo de Dios, el nacimiento de Jesucristo. Éste es el cuadro que Miqueas nos presentó en su libro.
Amigo oyente, si hemos aprendido algo de otras grandes naciones de la historia, como Roma, Grecia, y otras, aprendamos también de nuestra historia contemporánea y tengamos cuidado, porque de eso es exactamente de lo que Miqueas habló en su libro. Leamos los versículos 6 y 7 de este capítulo 3:
"Por tanto, de la profecía se os hará noche, y oscuridad del adivinar; y sobre los profetas se pondrá el sol, y el día se entenebrecerá sobre ellos. Y serán avergonzados los profetas, y se confundirán los adivinos; y ellos todos cerrarán sus labios, porque no hay respuesta de Dios."
En otras palabras, Miqueas profetizó que el pueblo viviría en oscuridad, en tinieblas, y Dios iba a avergonzar a aquellos falsos profetas, porque sus profecías no se cumplirían. Usted recordará que el rey Acab, también vivió una situación similar. Ante el rey Acab se presentaron todos esos falsos profetas y todos le animaron a luchar en la guerra, prometiéndole la victoria. Sólo había un profeta, un hombre de Dios, Micaías, quien le dijo al rey: "Una cosa es segura, si sales a la guerra, no regresarás, porque serás muerto". Acab cometió un grave error al no escuchar estas advertencias, porque murió en el campo de batalla. Podemos leer la historia en el primer libro de Reyes, capítulo 22, versículos 1 al 28.
Usted, estimado oyente, quizá recordará que hace algún tiempo, cuando estudiábamos la epístola a los Hebreos, vimos en el capítulo 12, versículo 6, que "el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo". Ahora, ¿por qué procede así el Señor, por qué actúa así? Porque Él es un Padre justo, amante y sabio, nos ama como a Sus hijos, no quiere darnos un trato de hijos ilegítimos. Por esta razón nos disciplina, para que podamos comprobar, y no sólo nosotros, sino también para que el mundo que nos rodea también pueda conocer que realmente somos Sus hijos.
En los días del profeta Miqueas los falsos profetas hablaban, supuestamente de parte de Dios, con palabras suaves, tranquilizadoras y agradables de escuchar. Pero Dios los iba a castigar y dejar en evidencias sus mentiras y falsedades, porque pronunciaban palabras consoladoras, para tranquilizar a un pueblo que solamente quería escuchar palabras positivas. Los falsos profetas decían aquello que la gente quería oír, y halagaban a la gente diciéndole lo maravillosa que era. El pueblo, encantado con esta clase de profetas, les devolvía los cumplidos. Pero, amigo oyente, la moralidad de esa sociedad era terrible. El profeta Miqueas tuvo mucho cuidado en separarse de ese grupo de profetas. En el versículo 8 dijo:
"Mas yo estoy lleno de poder del Espíritu del Señor, y de juicio y de fuerza, para denunciar a Jacob su rebelión, y a Israel su pecado."
Había que tener mucho valor para ser un predicador que no gozaba de popularidad porque, el profeta de Dios entregaba un mensaje que el pueblo rechazaba y odiaba. Pero Miqueas podía decir: "Yo sé que el Espíritu de Dios me está guiando a decir las cosas que estoy diciendo". Amigo oyente, ¡Es maravilloso poder estar en esa posición de saber que el Espíritu de Dios nos llena y guía!
Vamos a entrar en la última división de este capítulo 3, del libro del profeta Miqueas, que abarca los versículos 9 al 12. Su título es:
Los pecados de los líderes de Jerusalén
Ahora el profeta Miqueas habló específicamente para Jerusalén. Anteriormente había hablado para el reino del norte de Israel, pero al llegar a estos versículos, Miqueas pronunció un juicio contra los profetas, los príncipes y aun los sacerdotes del reino del sur. Veamos pues lo que dijo en el versículo 9:
"Oíd ahora esto, jefes de la casa de Jacob, y capitanes de la casa de Israel, que abomináis el juicio, y pervertís todo el derecho"
Él dijo: "Atención, escuchad, tengo algo que deciros". Y en el versículo 10, continuó:
"Que edificáis a Sión con sangre, y a Jerusalén con injusticia."
Y el versículo siguiente, el versículo 11 continúa diciendo:
"Sus jefes juzgan por cohecho, y sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero; y se apoyan en Dios, diciendo: ¿No está Dios entre nosotros? No vendrá mal sobre nosotros."
¿Qué es lo que ellos, los gobernantes, los sacerdotes y los profetas tenían en común? La avaricia, y la codicia. Y eso, amigo oyente, es la peor clase de idolatría que existe, en aquellos días del profeta Miqueas. En el día de hoy no tenemos ídolos; por lo menos, eso creemos, aunque existe otro tipo de idolatría. En la actualidad hay muchas personas que son supersticiosas, multitudes viven según su horóscopo, pero aun así, no nos hemos vuelto al tipo de idolatría como la que existía en aquellos días. Miqueas señaló aquí su verdadero pecado, la idolatría. La codicia, el afán por tener, por poseer, eso era idolatría. Dijo: "Sus jefes juzgan por cohecho, y sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero". Ellos estaban haciendo todo esto por el provecho que podían obtener para sí mismos. No tomaron en consideración a Dios, como tampoco tomaron en cuenta o en consideración a los demás; estaban dispuestos a pisotear a todo y todos, con total de lograr sus propósitos. Entonces, no nos sorprenda que el profeta dijera que ellos estaban devorando al pueblo como caníbales. ¿Por qué? Por la avaricia y el amor al dinero.
Amigo oyente, ese es probablemente la raíz del problema en muchos lugares. Cuando el liderazgo de una nación es perverso, no hay formas de gobierno que puedan dar buenos resultados, no importa cuál sea. Eso es lo que se nos está diciendo aquí. Ahora, el último versículo de este capítulo 3 de Miqueas, dice:
"Por tanto, a causa de vosotros Sion será arada como campo, y Jerusalén vendrá a ser montones de ruinas, y el monte de la casa como cumbres de bosque."
Esta fue una predicción de que, a causa de sus pecados, habría una completa destrucción de la ciudad de Jerusalén. El profeta Jeremías mencionó a Miqueas como autor de haber dicho en el libro de Jeremías, capítulo 26, versículo 18, lo que le iba a suceder a esa ciudad. La destrucción de Jerusalén se llevó a cabo cuando el rey Nabucodonosor la conquistó. En los primeros libros del profeta Nehemías podemos leer acerca de ese histórico evento. También Tito con su terrible ejército romano, sitió, luchó y venció en el año 70 la resistencia de la rebelde Jerusalén a la cual destruyó sin piedad. Aún hoy en día se pueden observar las cicatrices, las ruinas y los restos que confirman el cumplimiento de esta profecía de Miqueas. ¡Este pequeño libro que estamos estudiando es un gran libro, por cierto!
Y con esto, amigo oyente, llegamos al final del capítulo 3 de Miqueas. En nuestro próximo programa comenzaremos a estudiar el capítulo 4, y esperamos poder contar con usted, estimado oyente. Si estas meditaciones de la Palabra de Dios están siendo de ayuda espiritual para usted, por favor, escríbanos y cuéntenos cómo Dios le está hablando a través de estos programas. Su carta será de gran aliento o estímulo para nosotros. ¡Escríbanos, pues, hoy mismo! Quedamos, entonces, hasta nuestro próximo programa, amigo oyente. Es nuestra ferviente oración que la presencia del Señor sea muy real en su vida.
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