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Estudio bíblico de Sofonías 3:1-8

Sofonías 3:1 - 8

Llegamos hoy, amigo oyente, al último capítulo del libro de Sofonías, el capítulo 3. Hemos observado al estudiar los capítulos anteriores que el profeta, como portavoz de Dios, utilizó un lenguaje muy descriptivo y claro, para advertirle al pueblo acerca de los juicios futuros que iba a tener que soportar a causa de su alejamiento, obstinado y rebelde, del Altísimo. Anteriormente, en el capítulo 2, vimos que el juicio de Dios también era para toda la Tierra, que se extendería por todo el mundo, y eso incluiría a cada nación y pueblo.

Los primeros ocho versículos de este capítulo 3 hablan sobre el juicio a la nación de Israel con firmeza y argumentos claros. El profeta había regresado a la ciudad de Jerusalén para hablar a sus habitantes de un juicio venidero. Es interesante comparar estas expresiones del profeta con unas palabras de Jesucristo, que encontramos en el capítulo 21 del Evangelio de Mateo. Allí, las palabras de juicio de Jesucristo aun sobrepasaron a las pronunciadas por el profeta Sofonías.

Ahora, veremos que Dios volvió a pronunciar palabras de juicio y muy específicamente sobre los sufrimientos que vendrían sobre Su propio pueblo, sobre su amada ciudad Jerusalén.

Los primeros versículos 1 y 2, de este capítulo 3 de Sofonías, nos dicen:

"¡Ay de la ciudad rebelde y contaminada y opresora! No escuchó la voz, ni recibió la corrección; no confió en el Señor, no se acercó a su Dios."

Jerusalén era el centro espiritual del pueblo porque allí estaba el templo. En ella habitaban y servían los sacerdotes. También albergaba a los intelectuales, los escribas, aquellos que tenían acceso a la Palabra de Dios. Recordemos que siglos más tarde, cuando llegaron a Jerusalén un grupo de sabios desde el Oriente, fueron los escribas los que pudieron informarles del lugar exacto en dónde, según las profecías, iba a nacer el Mesías. Lamentablemente, ellos tenían mucho conocimiento, mucha información, muchos estudios, pero carecían del necesario interés para contrastar y revisar las Escrituras para comprobar si en ellas había alguna información válida y útil. Los escribas conocían la letra de la ley de memoria, pero se les escapó el percibir y comprender el espíritu de la misma.

Dios fundamentó su condenación por el estado en el que encontró a la ciudad amada, a Jerusalén, porque estaba contaminada y opresora. Dios no se refirió a una contaminación física. La contaminación a la que Dios hizo mención no era material y tangible, que se pudiera observar en el exterior, en las calles o plazas de la ciudad, sino una mucho más dañina, porque Él la halló en el interior, en el espíritu, en la mente y en el alma de sus habitantes. Dios señaló que la verdadera causante de una sociedad corrompida era la lógica consecuencia de una contaminación interna, dentro del ser humano.

Este principio es válido también en nuestra era, para nuestro siglo 21. El interior del ser humano alberga emociones y sentimientos contradictorios, buenos y malos, pero es su voluntad la que decidirá cual predominará en cada situación que a diario afrontamos. Uno de los ejemplos más actuales y gráficos podría ser la grave contaminación ambiental que sufre nuestro planeta. Se convocan congresos y reuniones internacionales en donde se estudian y se analizan las causas y consecuencias de una situación ya extrema y casi irreversible que degenera la vida en nuestra tierra. Siempre las conclusiones y los acuerdos parecen razonables y beneficiosos, pero no todas las naciones convocadas firman y se comprometen a trabajar seriamente en cambiar las leyes permisivas, porque hay demasiados intereses comerciales que perjudicarían la economía y su política. A una escala más modesta, cada persona sensible a este tema podría aportar su "granito de arena", colaborando por ejemplo, en el reciclado de sus propios residuos; pero, no todas las personas son consecuentes, porque esto significa más trabajo y molestias. La contaminación en el exterior que nos rodea es el reflejo de la contaminación de nuestro ser interior.

En el aspecto espiritual este concepto también es válido. El hombre y la mujer que, con un corazón sincero y con genuino arrepentimiento se han acercado a Dios, proyectarán su paz interior, porque han encontrado su paz en Jesucristo, y están en paz con Dios; del interior de un verdadero cristiano saldrá la luz de Cristo, el amor de Cristo, la sensibilidad y la entrega de Cristo, porque quiere ser y vivir como Cristo. ¡Cómo cambiaría nuestro planeta si los que se denominan "cristianos" vivieran y se comportaran como Aquel cuyo nombre llevan! Se acabarían muchos conflictos y problemas de toda índole, sociales, económicos y por supuesto, espirituales. Éste nuestro mundo disfrutaría de solidaridad, de justicia, de paz, amor y unidad. Suena a utopía, a una fantasía o un sueño imposible, pero eso es exactamente lo que Dios ha prometido a los Suyos, a Sus hijos, a todos los miembros de la familia de Dios.

Regresamos a nuestro texto de estudio en el libro profético de Sofonías, capítulo 3. Las palabras de condenación de parte de Dios fueron pronunciadas contra la ciudad de Jerusalén. Ésta era una ciudad privilegiada. Dentro de sus muros la ciudad vivió situaciones y oportunidades gloriosa, pero también terribles y dramáticas.

Ahora, ¿por qué señaló, o eligió Dios a esa tierra? Jerusalén era una ciudad privilegiada porque en ella estaba el Templo de Dios. Sus habitantes tenían acceso al Templo, una estructura majestuosa e impresionante, visible desde lejos. El pueblo podía llevar al Templo sus ofrendas, y celebrar allí las ceremonias y fiestas tradicionales que Dios les había ordenado. Los habitantes de Jerusalén tenían acceso a la Palabra de Dios, y por todo ello se les consideró muy privilegiados. Pero, por tener más posibilidades y más conocimientos, el juicio de Dios iba a ser mucho más severo que el de cualquier otra ciudad. Dios no sólo la llama una ciudad rebelde y contaminada, sino que la llamó una ciudad "opresora". Jerusalén era una ciudad "opresora" porque no tuvo en cuenta los derechos de los demás, especialmente de los pobres. Era una ciudad que oprimía a los pobres, y Dios como juez justo, condenó ese desacato a sus leyes que eran muy claras al respecto.

Tristemente siempre, y en cualquier parte del mundo, han existido personas menos favorecidas, que apenas pueden subsistir con lo mínimo. De hecho, en nuestro mundo tan sofisticadamente tecnológico, cada pocos segundos muere un niño de HAMBRE, no de enfermedad: esa estadística es terrible. Hay mucha hipocresía en cuanto al trato social y humanitario que el llamado "primer mundo" da a las áreas menos favorecidas del planeta. La Tierra produce suficientes recursos como para alimentar a toda la población mundial, pero por intereses económicos y compromisos políticos de muchos gobiernos, de multinacionales, y negocios particulares, la riqueza de nuestro planeta no llega a repartirse de una forma justa como para erradicar, al menos, el hambre.

Dios, por lo tanto, y por medio del profeta Sofonías, dijo que Él iba a juzgar a esta ciudad por su egoísmo, falta de sensibilidad social, pero también, por no cumplir con Sus leyes que hablaban claramente acerca de la ayuda que había que brindar a los pobres, las viudas y los huérfanos. Con toda claridad, Dios denunció además, otras actitudes de Su pueblo. Dijo: "No escuchó la voz". Es decir, que esta ciudad había escuchado la voz de Dios, pero no hizo caso, y había sido desobediente a Él.

Continuó en el mismo versículo: "Ni recibió la corrección". Anteriormente Dios ya había enviado un duro castigo por la rebelión de Su pueblo. Ciento ochenta y cinco mil asirios asediaron los muros de Jerusalén lo que produjo una situación de mucho terror y espanto entre los habitantes dentro y fuera de Jerusalén. Se podría pensar que con esa terrible experiencia habrían aprendido la lección, y se habrían vuelto a Dios, con arrepentimiento y buscando en Él su eterno refugio y amparo. Pero, tristemente, no fue así.

Si nos trasladamos a nuestro siglo presente podemos observar que hay personas que dicen creer en Dios, y afirman ser "creyentes" en Dios. Cuando pasan por situaciones difíciles y por pruebas duras de la vida, parece que sus sufrimientos no les cambian, ni se preguntan el "para qué" de sus dificultades. Sabemos, por las promesas de Dios que tenemos en la Biblia, que Dios no permite que nada suceda a los Suyos, a sus hijos, a no ser que haya un propósito definido detrás de esa situación. Así es que, esa privilegiada ciudad de Jerusalén, como muchos de nosotros, no aceptó, o no recibió la corrección. No aprendió la lección. No confió en el Señor. Cuando el Estado de Israel celebró su vigésimo aniversario, los primeros veinte años de la creación de la moderna Nación de Israel, se publicó este lema: "La ciencia traerá paz a esta tierra". Bueno, amigo oyente, la Biblia dice que el Mesías es el Príncipe de Paz, y Él es el único medio para que Israel llegue a disfrutar la verdadera y estable PAZ. Pero ellos todavía no confían plenamente en Dios. Muchos creen que es la ciencia la que logrará un desarrollo que potenciará la estabilidad económica, política y social. Después de celebrar ese aniversario, y todos los siguientes, todos sabemos que Israel continúa afrontando grandes problemas que parecen no tener solución. La ciencia no trajo la anhelada paz a esa tierra.

Sigue diciendo: "No confió en el Señor, no se acercó a su Dios". Pocos seres humanos se sienten inclinados a buscar a Dios, a indagar y aprender con un interés genuino, no sólo por hallar satisfacción de una necesidad intelectual, sino por un profundo anhelo de su corazón. En lo más profundo del ser humano hay un deseo de libertad, un deseo de vivir sin ataduras, que choca contra todo tipo de represión; ése es el principio de la rebelión contra las reglas humanas, pero también hacia las leyes de Dios. Los habitantes de Jerusalén habían olvidado el primer mandamiento que Dios les había ordenado: "Amarás a tu Dios, de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas". (Deuteronomio 6, versículo 5) ¡Qué cuadro triste nos describió aquí Sofonías, el profeta! Y Dios no había concluido todavía. En el versículo 3 de este capítulo 3 de Sofonías, dijo:

"Sus príncipes en medio de ella son leones rugientes; sus jueces, lobos nocturnos que no dejan hueso para la mañana."

Dios estaba hablando acerca de los líderes de la ciudad, de sus príncipes, y de sus jueces, y los estaba comparando con unos animales feroces, rugientes, y hambrientos de presas fáciles, porque los comparó con leones rugientes y lobos nocturnos, que estaban dispuestos a aterrorizar de día y noche. ¿Por el bien del pueblo? Con toda seguridad que sólo era para el enriquecimiento propio.

Continuó diciendo el Señor: "No dejan hueso para la mañana". Es decir, que ellos estaban dispuestos a sacar todo el provecho que pudieran de esa situación. Y Dios, desde los cielos observaba ese comportamiento indigno y ruin; Dios no quedó impasible ante esas actitudes abusivas que causaban el sufrimiento de los más débiles. Y por ello Dios juzgó a los dirigentes del pueblo. Nadie se puede burlar de Dios y pasar por alto sus mandamientos que son justos y rectos para todos, sin excepción. En el versículo 4, el profeta, por orden de Dios continuó diciendo:

"Sus profetas son livianos, hombres prevaricadores"

¡Qué terrible afirmación pronunció Dios en este versículo sobre los dirigentes espirituales de Su pueblo! Aquellos a quienes se les había confiado la dirección y la formación espiritual del pueblo no cumplían con su responsabilidad. Decepcionaban a Dios y fallaban a las personas confiadas a sus cuidados. En vez de ser genuinos representantes de Dios, que enseñaban y vivían los preceptos de Dios, aquí el Señor enjuició a los profetas de Jerusalén de ser "livianos", sin peso ni autoridad espiritual, ni moral. No eran modelos a seguir, porque, probablemente, habían llegado a ser "profesionales" de la religión, pero no eran líderes espirituales, con corazón de pastores de almas. Cuando el Señor dijo que sus profetas son livianos, hombres prevaricadores, los llamaba chantajistas, y estafadores religiosos. Esta afirmación nos recuerda la terrible denuncia que hizo, siglos más tarde, Jesucristo acerca de los líderes religiosos de su tiempo. Continúa el versículo 4:

"Sus sacerdotes contaminaron el santuario"

¡Qué situación más espantosa! Los sacerdotes no solamente contaminaron el santuario, por su falta de santidad, obediencia, respeto y compromiso con su alto y privilegiado cargo, sino que su manera de conducirse produjo en el pueblo y en aquellos que los rodeaban, una grave pérdida de respeto por todo aquello que para Dios era sagrado y santo. El pueblo ya no tenía ningún aprecio o devoción religiosa, a causa de la conducta de sus sacerdotes y dirigentes espirituales.

El mismo versículo 4 finaliza con una afirmación importante:

"Falsearon la ley."

El profeta, por mandato de Dios, enumeró las diferentes facetas de los pecados de los profetas y dirigentes espirituales, y concluyó que los responsables no sólo dejaron de enseñar la Ley correctamente, sino que llegaron al punto de tergiversar, de cambiar la Ley. Engañaron y estafaron espiritualmente al pueblo al falsear y dejar de enseñar la Palabra de Dios. Continuamos con el versículo 5, y leemos:

El Señor en medio de ella es justo, no hará iniquidad; de mañana sacará a luz su juicio, nunca faltará; pero el perverso no conoce la vergüenza.

Dios, por su propia naturaleza es JUSTO, no toma venganza ni emite juicios a capricho. Si Dios, viendo que Su pueblo practica el mal, no hiciera nada al respecto, parecería como si Él estuviera aprobando su comportamiento. Dios advirtió que Él iba a iniciar Su juicio cuando ordenó a Sofonías a profetizar: "No hará iniquidad; de mañana sacará a luz su juicio, nunca faltará; pero el perverso no conoce la vergüenza".

En los versículos 6 al 8, tenemos un cuadro del período de la Gran Tribulación, un bosquejo de lo que vendrá en el futuro, el gran día del Señor, ya anunciado a través de los siglos. Dios finalizó con su veredicto sobre el juicio que iba a acontecer a Jerusalén y, a continuación, dirigió un mensaje a las naciones del mundo, en "los días postreros". Leemos el versículo 6 de este capítulo 3:

"Hice destruir naciones; sus habitaciones están asoladas; hice desiertas sus calles, hasta no quedar quien pase; sus ciudades están asoladas hasta no quedar hombre, hasta no quedar habitante."

Hoy en día hay muchas facilidades para viajar y conocer otros países y otras culturas. Tiene un atractivo especial el visitar las ruinas de grandes civilizaciones pasadas, lejanas en la historia de la humanidad. Caminar entre las ruinas de las esfinges y las pirámides, en Egipto, o por los restos arqueológicos griegos, nos puede dar una idea de la grandiosidad de esas civilizaciones, de su cultura y grandes avances en la astronomía, la arquitectura y las artes. Por ejemplo, en programas anteriores hablamos de la ciudad de Ostia, donde se encuentran las ruinas de los lugares de diversión y recreo de los romanos; es un lugar situado a unos 32 kilómetros de Roma que, a pesar de haber sido tan famosa, no es muy conocido en la actualidad. Allí era donde Roma celebraba sus bacanales; al visitar esas ruinas todavía se pueden apreciar las piedras del camino romano que eran recorridas por los carros de aquellos días; hace unos siglos esas calles y esos lugares estaban llenos de gente y de vida. Es difícil creer que una ciudad grande como la de Nueva York, o cualquier otra capital del mundo, un día llegarán a ser una ciudad desolada. En el versículo 7 de este capítulo 3 de Sofonías, Dios dijo:

"Dije: Ciertamente me temerá; recibirá corrección, y no será destruida su morada según todo aquello por lo cual la castigué. Mas ellos se apresuraron a corromper todos sus hechos."

Las advertencias que se profetizaron, esos juicios menores que vinieron sobre las naciones, no tuvieron ningún efecto. Este comportamiento desembocará en un futuro en el llamado "gran día de del Señor", que será el período de juicio que vendrá sobre esta tierra. Leemos el siguiente versículo 8:

"Por tanto, esperadme, dice el Señor, hasta el día que me levante para juzgaros; porque mi determinación es reunir las naciones, juntar los reinos, para derramar sobre ellos mi enojo, todo el ardor de mi ira; por el fuego de mi celo será consumida toda la tierra."

Esta tierra en la cual usted y yo vivimos, amigo oyente, se está dirigiendo a su propio juicio. La mayoría de sus habitantes no lo creen, pero nos estamos dirigiendo al juicio, y este juicio será cuando el Señor Jesucristo regrese, por segunda vez, a la Tierra. Comenzará ese período llamada "Gran Tribulación", y finalizará cuando Jesucristo regrese.

Vamos a concluir por hoy con ese pensamiento: todos nos tendremos que enfrentar un día al Creador, a un Dios vivo y real, que es un Juez justo, y un Padre amante. Según en qué relación hemos vivido aquí en la Tierra con Él, si como hijos y parte de Su familia, o como ajenos a Su amor y a Sus mandamientos, nos enfrentaremos a un Juez, o a un Padre.

En nuestro próximo programa pasaremos de la oscuridad de los juicios y los castigos, a la luz de las bendiciones que están guardadas para el pueblo de Dios que, en arrepentimiento y obediencia experimentará la gracia, el amor y la presencia cercana del Dios Omnipotente. Le invitamos pues, a que nos acompañe, y mientras tanto, nos permitimos sugerirle que lea el final de este capítulo 3 de Sofonías. Esto le ayudará a familiarizarse con su contenido. Será entonces, hasta nuestro próximo programa, estimado oyente, es nuestra oración que la presencia de Dios se manifieste en su vida y en su hogar.

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