Estudio bíblico de Malaquías 1:8-13
Malaquías 1:8 - 13
Continuamos hoy, estimado amigo oyente, nuestro estudio del libro del profeta Malaquías, alrededor del año 450 a.C. en la ciudad de Jerusalén.
Estamos ante un pequeño libro muy dinámico, de prosa brillante y argumento sumamente interesante. Después de la época de Malaquías sucedieron muchas eventos en el pueblo de Israel, pero Dios no volvió a comunicarse con Su pueblo durante un largo periodo de 400 años, que finalizó con la aparición, profetizada cientos de años antes, de Juan el Bautista, quien preparó el terreno para la llegada del Mesías, Jesús de Nazaret.
En nuestro programa anterior comentamos que nada sabemos de este personaje llamado Malaquías, salvo que Dios lo dirigió a profetizar a la nación de Israel unos cien años después de haber regresado del exilio en Babilonia. Si bien, tras el retorno a su país, el pueblo se había entusiasmado con la idea de reedificar Jerusalén, de levantar el Templo y restaurar el sistema antiguo de culto, su celo pronto comenzó a desvanecerse. Empezaron a cuestionarse la providencia de Dios y su fe degeneró, poco a poco, en cinismo y apatía espiritual.
Como comentamos en anteriores programas, hacía ya unos 100 años que el pueblo había regresado a su país. Lejos habían quedado ya la experiencia de la esclavitud y la cautividad en la imponente Babilonia. Poco a poco y a base de mucho esfuerzo, los judíos habían vuelto a habitar Jerusalén y sus alrededores, a comerciar y a prosperar. Su templo, ya reconstruido, había retomado los ritos y ceremoniales de antaño. Sin embargo, sus corazones se llenaron con incredulidad y de apatía, llegando hasta el cinismo de ofrecer sus ofrendas en rituales impuros que resultaba una dolorosa e inaceptable afrenta para Dios.
Recordemos algo que ya mencionamos en nuestro programa anterior, veamos como muestra, el diálogo divino que tiene lugar al comienzo del libro. En el capítulo 1 versículo 2, Dios les dice: Yo os he amado, dice el Señor. A lo que ellos le responden: ¿en qué nos amaste?, es decir, "Nosotros no creemos que Tú nos hayas amado realmente". Esa es la misma frase que podemos escuchar con cierta frecuencia hoy, en nuestros días, en la actualidad, tanto de labios de personas que asisten a una iglesia y se consideran cristianos, como también de aquellos que no conocen a Dios, ni quieren saber nada de Él. En un contexto religioso cristiano se menciona a menudo que "Dios es amor", lo cual supone una afirmación bastante abstracta. Aquí, Dios no les dice al pueblo de Israel que Él es amor. Sino que les dice: Yo os he amado. "Yo lo he demostrado".
Y si miramos la historia del pueblo israelita, podremos apreciar que es más que evidente que Dios amó y cuidó a la nación judía desde sus comienzos. Y la elección del patriarca judío Jacob sobre su hermano Esaú, revela cómo Dios aborrecía los descendientes de este último a causa de su idolatría, hasta tal punto que Dios la hizo desaparecer de la faz de la tierra. Pero los israelitas no parecían apreciar esta elección divina. Dios, acercándose nuevamente a ellos, les dice: El hijo honra al padre. (Malaquías 1:6). Él usa esta ilustración: El hijo honra al Padre, y el siervo a su señor. "No me estáis honrando", estaba diciéndoles Dios, porque el pueblo se había vuelto arrogante, egoísta, egocéntrico y confiaba en sus propios recursos.
Nos preguntamos: Y no es esta misma actitud la que encontramos en numerosas personas? Personas que no desean escuchar, no quieren ser incomodadas y mucho menos, cambiar de rumbo sus vidas, porque eso implicaría un cambio de hábitos y un estilo de vida diferente.
Más adelante, en la lectura del profeta, podemos ver cómo continúa el diálogo entre Dios y los israelitas: Vosotros menospreciáis mi nombre. (Malaquías 1:6). La respuesta de ellos es de rechazo, mostrándose heridos y lastimados, seguros de que sus numerosos sacrificios y complejos rituales podían, de algún modo, agradar y aplacar la ira de Dios. Pero Dios, que no mira las apariencias sino los corazones, sabía que la aparente religiosidad de Sus hijos ocultaba un profundo desprecio y desconfianza hacia Dios, envuelta en una falsa espiritualidad. Una vez más Dios asiste, con dolor e ira, al alejamiento y frialdad de Su pueblo.
Pero Dios, con infinita paciencia, intenta hacerles reflexionar: ¿cómo pueden ellos menospreciar Su nombre en su propio Templo, al cual acuden regularmente para ofrendar y hacer sacrificios en Su nombre? Dios les reprocha, sin embargo, su mala actitud: mientras invocan Su nombre, ofrecen en sacrificio pan inmundo, siendo éste una alusión a todo sacrificio que se colocaba sobre el altar. Por todo ello, Dios les dice:
"Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice el Señor de los ejércitos."
Dios continúa su discurso: Sus hijos temen más a los hombres poderosos, como los príncipes, a quiénes jamás se les ocurrirían ofrendarle cosas defectuosas, que lo estaban haciendo con Él. Con una pregunta llena de ironía, Malaquías, por mandato de Dios, les reprocha que no tienen reparo alguno en realizar ofrendas "defectuosas" o impuras al mismísimo Dios, pero serían capaces de entregar lo mejor de sus bienes a los gobernantes.
Leamos lo que Dios dictó a su pueblo en el libro de Levítico, capítulo 22, versículos 20 al 23: Ninguna cosa en que haya defecto ofreceréis, porque no será acepto por vosotros. Así mismo, cuando alguno ofreciere sacrificio en ofrenda de paz al Señor para cumplir un voto, o como ofrenda voluntaria, sea de vacas o de ovejas, para que sea aceptado, será sin defecto Ciego, perniquebrado, mutilado, verrugoso, sarnoso o roñoso, no ofreceréis estos al Señor, ni de ellos pondréis ofrenda encendida sobre el altar del Señor. Buey o carnero que tenga de más o de menos, podrás ofrecer por ofrenda voluntaria; pero en pago de voto no será acepto.
Dios, perfecto, puro y tres veces santo, no puede aceptar sacrificios u ofrendas impuras. Y cada sacrificio que le ofrecían sus propios hijos representaba un doloroso e inaceptable insulto hacia Él. De la misma manera, hoy día hay personas que ofrecen recursos a sus iglesias de manera incorrecta, es decir, con un corazón no entregado o alejado de Dios; y a la hora de ofrendar diezmos, ofrendas o limosnas, dan "de lo que les sobra", de lo que no necesitan, como un mero formulismo, para lavar su conciencia ante Dios. Pero Dios no ve las apariencias; Dios mira el corazón. Dicen las Escrituras que Dios ama al dador alegre, y una ofrenda hecha con el corazón en un acto de adoración a Dios, en el que Él se complace y la persona es bendecida.
De la misma manera, podemos leer en el capítulo 15 de Deuteronomio, versículo 21: Y si hubiere en él defecto, si fuere ciego, o cojo, o hubiere en él cualquier falta, no lo sacrificarás al Señor tu Dios.
¿Cuántas de nuestras ofrendas son aceptables ante Dios? Gracias a Jesucristo, que fue sacrificado en la cruz por nosotros ya no tenemos que ofrecer sacrificios de animales a Dios para aplacar Su ira, Su justicia. Sin embargo, la palabra "sacrificio" implica que la persona que "sacrifica algo" está renunciando a algo que le pertenecía, y de alguna manera ello implica un esfuerzo: de ahí la expresión "me estoy sacrificando para lograr esto o lo otro", implica una renuncia.
Por ello, le invitamos a preguntarse si lo que usted ofrenda, sea tiempo, dinero, etc. le está o no suponiendo "un sacrificio". Y en caso negativo, tal vez debería preguntarse si está usted dando de aquello que le sobra y no necesita, con lo cual su ofrenda es incompleta, parcial e inconclusa: Si ofrendar no le supone un coste, tal vez la ofrenda no es un sacrificio para usted.
Sigamos adelante con nuestra lectura, en el versículo 9 de este capítulo 1 de Malaquías, dice:
"Ahora, pues, orad por el favor de Dios, para que tenga piedad de nosotros. Pero ¿cómo podéis agradarle, si hacéis estas cosas? dice el Señor de los ejércitos."
Esta invitación al arrepentimiento debe entenderse en sentido irónico: ¿Cómo podían esperar que Dios extendiera Su gracia y perdón mientras ellos lo insultaban con sacrificios inaceptables? Leamos el versículo 10:
"¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi altar de balde? Yo no tengo complacencia en vosotros, dice el Señor de los ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda."
Dios habla aquí en primera persona y expresa su deseo de que alguien cierre las puertas del templo para impedir la presentación inútil e hipócrita de sacrificios. Parece mejor interrumpir todos los sacrificios que presentar ofrendas fingidas. Dios dice: "Todos vuestros rituales son vanos y no tienen valor alguno para mí; no los acepto". Y continúa diciendo el versículo 11:
"Porque desde donde el sol nace hasta donde se pone, es grande mi nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia, porque grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos."
De manera consciente y voluntaria, Israel estaba desprestigiando el nombre de Dios, por la forma en que Le estaban sirviendo. Nada más lejos, que el esplendor ceremonial y los corazones llenos de gratitud de los rituales que, años atrás, presenció la reina de Saba en su visita a Salomón, la cual quedó gratamente impresionada por su devoción a Dios.
Ahora, en cambio, todo resultaba en un frío y vacío formalismo y Dios dice, dos veces en el mismo versículo: Es grande mi nombre entre las naciones. Dios alude a Su poder sobre toda la tierra, como indica en la siguiente frase: "En todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y ofrenda limpia", que parece referirse al futuro reino milenial de Cristo en la tierra, en Su Segunda Venida. El celo de Malaquías por los sacrificios de Israel, al lado de la actitud negativa hacia los extranjeros y sus dioses, apunta a esta era milenaria, al Reino del Milenio, cuando los judíos adorarán en su templo reconstruido y presentarán tanto ofrendas, como incienso. En aquel tiempo, y no antes, el Señor recibirá adoración sincera a lo largo y ancho del mundo, y Su nombre será adorado en todas partes.
Y en los versículos 12 y 13 leemos lo siguiente:
"Y vosotros lo habéis profanado cuando decís: Inmunda es la mesa del Señor, y cuando decís que su alimento es despreciable. Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto! y me despreciáis, dice el Señor de los ejércitos"
Malaquías repite aquí la reprensión de los versículos anteriores 7 y 8: los sacerdotes se habían cansado de cumplir los requisitos exactos de los sacrificios y, aunque no habían expresado de forma literal que la mesa del Señor (el altar de los sacrificios) era una ceremonia anticuada, obsoleta o sin sentido, los expresaron en la práctica, porque rehusaron dirigir al pueblo a ser reverentes y ofrecer lo mejor de sí al Señor. En consecuencia, su ejemplo, su actitud y sus acciones profanaban el altar y eran un insulto para el Señor, razón por la cual sus ofrendas fueron rechazadas por Él.
¿Qué actitud tenían los sacerdotes, los supuestos líderes espirituales de la nación, hacia el culto a su Dios? Dice Miqueas que era la siguiente: Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto! ¿Cuándo sucede este tipo de actitud y de pensamientos? Cuando uno no tiene el corazón puesto en lo que hace, todo llega a parecerle fastidioso, cansino y aburrido. Es como cuando uno se fija en las caras de las personas que se dirigen al trabajo un lunes por la mañana: caras largas, tristes, sombrías, somnolientas, llenas de fastidio, por tener que ir a trabajar. Porque lo peor que le puede pasar a una persona es tener que realizar una tarea que no le gusta hacer. Las horas pasan lentamente y la jornada laborar parece hacerse eterna. ¿No hemos tenido todos esta misma sensación, en algún momento de nuestras vidas? Por otro lado, sucede lo contrario cuando realizamos tareas y funciones que nos gustan, que nos "llenan", que nos resultan interesantes. Y en este tipo de trabajos ponemos no sólo nuestra mente, sino también nuestro corazón; y lo realizamos con cuidado y mimo, con calidad y excelencia.
Y de la misma manera, para algunas personas, ir a la iglesia resulta tan apasionante como una visita al dentista. Y lo peor es que es ¡sin anestesia!
Por esta razón, en numerosas iglesias sus líderes se devanan los sesos intentando diseñar programas interesantes y atractivos, con el fin de atraer a más personas. Porque la triste realidad es que mucha gente acudirá a la iglesia para participar en un programa atractivo, cuando en realidad, Jesús es lo más atractivo que podrían encontrar para sí. ¿Qué busca usted, estimado amigo oyente en una iglesia? ¿Un buen ambiente de compañerismo con otros cristianos, sesudos estudios bíblicos, atractivos programas para niños, una excelente música? ¿O acude buscando a Jesús? ¿Tiene usted hambre de Jesús o sólo de las bendiciones de Jesús? ¿Busca usted la presencia de Dios, o el bolsillo lleno de "regalos" de Dios, como si se tratara de un papa Noel?
Discúlpenos estas provocativas reflexiones, pero ya comentamos en nuestro anterior programa que la Palabra de Dios está llena de reflexiones que no dejan a nadie indiferente. Y Malaquías era un profeta que no dejaba indiferente a nadie: su mensaje fue claro, honesto y directo: Dios no espera ritos de usted, Él espera todo de usted. Dios no quiere sus ofrendas. Lo quiere TODO de usted. Dios no se conforma con que le dedique el domingo. Quiere los siete días de la semana; los 365 días del año. Dios no se conforma con "los restos", con lo que le sobra, con lo que no le supone sacrificio alguno. Porque Dios anhela tener el 100% de nosotros, y no se va a conformar con menos. ¿Cuánto anhela usted tener de Dios? ¿Se conformará con guardar las apariencias, tal y como hicieron los sacerdotes de la época de Malaquías? ¿Se conformará usted con alimentarse de las migajas que caen de Su mesa o, por el contrario, luchará por tener una comunión íntima y privilegiada con su Dios y sentarse junto a Él en Su mesa y comer de Su pan y beber de su vino?
¿Piensa usted que Dios es aburrido, lejano y que no se interesa por usted? Si usted piensa esto, querido amigo, está muy equivocado, pues en realidad, sucede todo lo contrario: Dios es apasionado, y por eso anhela desesperadamente mantener una relación de amor con usted, una relación de íntima amistad, tal y como la tuvo con Moisés, o con Noé. La Biblia entera habla de esto; la Biblia, de principio hasta el final, es una declaración de amor de Dios hacia el hombre y la mujer.
En el pasado, los cristianos puritanos acostumbraban a sentarse en troncos de árboles y allí escuchaban la Palabra durante dos horas seguidas. Hoy los amantes del deporte son capaces de esperar, haciendo cola por unas entradas, por tres horas, o de estar dos horas saltando y gritando durante un partido de fútbol. Los fans pasan frío o calor, aguantan sin comer ni beber, se mojan con la lluvia o pagan una buena cantidad de dinero, con tal de ver, sentir y disfrutar un buen encuentro deportivo.
Pero, no aguantan los 90 minutos de un culto en una iglesia. O apenas ofrendan dinero para el mantenimiento del local. O se quejan del coste de un evento organizado.
¿Dónde están nuestras prioridades, estimado amigo? ¿En qué momento de nuestra vida dejamos de ser "fans" de Jesús para convertirnos en "fans fanáticos" del mando a distancia, de un programa de la televisión o de un equipo deportivo? ¿Dónde están sus prioridades, querido amigo? Porque la buena noticia es que aunque usted no lo sea, o no lo crea, Jesús sigue siendo un fan suyo. Tanto, que murió en una cruz por usted. Tanto, que lo dio todo por pasar toda la Eternidad junto, a usted. ¿Dónde están sus prioridades? Porque donde estén sus prioridades, allí estará su corazón.
Bien, vamos a detenernos aquí por hoy. Deseamos que el programa de hoy le haya servido como motivo de reflexión para acercare más a Dios y a Su Palabra, la Biblia, que es palabra de vida. Que Dios le bendiga abundantemente y esperamos encontrarnos con usted en nuestro próximo programa.
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