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Estudio bíblico de Malaquías 1:14-2:2

Malaquías 1:14 - 2:2

Proseguimos hoy, estimado amigo oyente, nuestro estudio por el libro del profeta Malaquías, el último libro del Antiguo Testamento.

A modo de repaso, y como recodarán nuestros estimados amigos oyentes que habitualmente nos acompañan, este profeta habla al pueblo de Israel, después de su regreso de la cautividad sufrida durante el imperio babilónico.

Nada espectacular está sucediendo. Ellos estaban sencillamente disfrutando un período de paz, las cosas marchaban bien, y la vida tenía una rutina, en la cual trabajaban, iban al reconstruido Templo a adorar, y prosperaban en sus negocios; esa calma prolongada era inusual, fuera de lo común, para esta nación.

El pueblo, en multitudes, iba al templo todos los día, para cumplir con sus habituales obligaciones religiosas. Se podría pensar que esa práctica habitual de acudir y cumplir con todos los preceptos establecido por Dios los había convertido en gente profundamente espiritual, deseosa en agradar a Dios, y así mostrar a las naciones circundantes que el Dios de Israel era diferente. Ciertamente, eran religiosos, pero sus corazones estaban lejos de Dios, como veremos más adelante.

Malaquías, por mandato de Dios, les habló severamente. El pueblo estaba quejoso, insatisfecho. Las quejas que el profeta recogió en su libro revelan la condición lamentable del corazón del pueblo. Dios les dijo muy directamente: "Yo les amo". Pero ellos se mostraron muy arrogantes y despectivos y decían: "nosotros no creemos eso. ¿Cómo sabemos que Tú nos amas?" Y Dios, por medio de Malaquías, les hizo recordar su historia, como Su pueblo, el pueblo con el que había hecho un Pacto, y al que Él había demostrado reiteradamente Su amor y misericordia, desde el llamamiento de Abraham, el padre de la nación hebrea, hasta su condición presente.

Hemos visto en nuestro programa anterior que, a pesar de cumplir con los ritos establecidos por la Ley, el pueblo los realizaban por costumbre, por tradición, pero no había un sentir genuino de amor o respeto a Dios. Aunque practicaban los ritos dados por Dios mismo, ellos los estaban quebrantando continuamente. Se habían acostumbrado a ofrecer a Dios, animales enfermos y cojos; ovejas mutiladas, inválidos y enfermos, un sacrificio totalmente inadecuado que ofendía el corazón de Dios y desvirtuaba totalmente el profundo sentido de los sacrificios que debían ofrendar a Dios. Los sacerdotes, los supuestos líderes espirituales del pueblo habían bajado el listón de la perfección exigida por Dios en las leyes específicas que al respecto les había dado en los tiempos de Moisés.

El sentir espiritual en general se había diluido; todos creían que "con total de cumplir" era suficiente, que Dios al fin y al cabo, no era tan exigente. Y nada más lejos de la verdad. Dios, por medio de sus profetas, reiteradamente, les hizo saber que Él rechazaba sus sacrificios, y no aceptaba esa burla de ofrendas baratas de animales defectuosos, que eran una grave afrenta a Su santidad.

Dios había dicho que ese sacrificio que debían realizar periódicamente señalaba o representaba simbólicamente la futura venida del Mesías, de Cristo, el Cordero de Dios, sin mancha, perfecto, que quitaría el pecado del mundo. Y cuando ellos ofrecían un sacrificio de un animal enfermo, o que sufría algún defecto, esto no representaba a Cristo. El profundo sentido del sacrificio no se cumplía, porque tenía que ser un animal sin mancha, sin defecto alguno. Todo el pueblo había perdido su sensibilidad espiritual, y ya no tenían ningún concepto de la adoración a Dios.

A esa frialdad espiritual había que sumarle un hastío por el cumplimiento de las leyes de Dios, porque entre ellos decían: "¡Ah, que fastidio es esto!" Ellos se quejaban de tener que cumplir con ciertos ritos y ceremonias; tenían apariencia de piedad, pero estaban negando el poder y el amor de Dios. Veamos pues, lo que nos dicen los versículos 13 y 14 de este primer capítulo de Malaquías:

"Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto! y me despreciáis, dice el Señor de los ejércitos; y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? Dice el Señor. Maldito el que engaña, el que teniendo machos en su rebaño, promete, y sacrifica al Señor lo dañado. Porque yo soy Gran Rey, dice el Señor de los ejércitos, y mi nombre es temible entre las naciones."

Y así es como será algún día, amigo oyente. Tristemente, lo que más ha dañado la reputación o la honra de Dios, ha sido y es el comportamiento, la vida y las acciones de los que dicen ser "cristianos", creyentes, seguidores de Jesucristo. Bueno, el Señor Jesucristo les dijo esto de una manera muy clara y directa a los líderes religiosos de su día, a los fariseos. Él les llamó, sin ningún tipo de diplomacia, "sepulcros blanqueados". Jesucristo los comparó a una hermosa tumba, blanca y limpia por fuera, pero que por dentro guardaba la descomposición de los muertos. Jesucristo llamó a esas personas cumplidoras, "hipócritas".

Ahora, hablemos claramente y de manera directa. ¿Profesamos alguna religión, alguna fe, estimado amigo oyente? ¿Tiene usted a Cristo en su corazón, en su vida? ¿Estamos siendo honrados y honestos cuanto afirmamos que no somos como ese pueblo hebreo, que no somos hipócritas cuando vamos a una iglesia, porque todo lo que hacemos, es por la fe que profesamos? ¿Es la religión, la fe, como un traje dominguero que nos quitamos durante el resto de la semana? ¿Somos genuinamente piadosos, o solamente nos entretenemos con algunas trivialidades piadosas, para quedar bien con la familia, los amigos, con el círculo social al que pertenecemos? ¿Es verdaderamente alguien real para usted? ¿Cuán real es Él para usted, amigo oyente? ¿ Es un mero personaje histórico, fue una buena persona que fue ejemplar, un revolucionario, un héroe, un embaucador? Son preguntas muy importantes que no debe pasar por alto, requieren una respuesta honesta.

Esta gente, el pueblo de Israel que rodeaba a Malaquías, había olvidado la razón de su existencia, por lo que su fe se había acomodado a su situación tranquila y pacífica. Eso les llevó a cuestionarse la vigencia de las leyes dadas por Dios, restar importancia a la fe de sus antepasados, y así, poco a poco entre ellos se instaló la incredulidad. Hasta sus sacerdotes no eran consecuentes con su ministerio, porque permitieron el sacrificio de animales que no cumplían los requisitos mínimos que Dios había establecido por ley. La frialdad que reinaba se hizo patente cuando comenzaron a decir que las prácticas religiosas eran un fastidio. Estaban hartos de ir al templo, cansados de los rituales de sacrificios, hastiados de llevar ofrendas o las primicias a la casa de Dios; sabían que debían cumplir, pero se habían olvidado el por qué, el para qué, y del cómo se debía uno presentarse ante Dios.

El Dr. J. Vernon McGee, autor de estos estudios bíblicos, decía que por un período de 21 años fue Pastor de una gran iglesia donde el promedio de asistencia a los estudios bíblicos los días jueves por la noche, era de unas mil quinientas personas. El Dr. McGee siempre daba gracias a Dios por eso, pero cuando alguna persona se acercaba, le daba unas palmadas en la espalda y le felicitaba por ese éxito de audiencia, él siempre hacía lo mismo: llevaba a esa persona afuera del edificio, para que contemplara la ciudad, donde vivían más de doscientas mil personas, y le comentaba que con esa numerosa población "nuestro promedio no es muy alto, ¿verdad?"

La mayoría de los habitantes de esa ciudad eran miembros de alguna iglesia. La mayoría iba al menos una vez al año a su iglesia, pero más veces acudían a los estadios donde se celebraban apasionados encuentros de fútbol. Ahora, esta gente podía pasar el tiempo en el estadio los domingos por la tarde, hacer cola, gastar dinero en las entradas, pero era prácticamente imposible verlos en la iglesia más veces al año. Pero, nos llamamos "cristianos" y por supuesto esperamos que Dios acuda cuando lo necesitamos. A ese estilo de vida se le denomina "un cristianismo light" sin fuerza ni credibilidad. Hay muchas personas a las que les gusta "jugar" o "pretender" ser cristianos, pero todo se queda en un mero juego. Y hay muchas personas que se divierten jugando a ir a la iglesia.

El autor de estos estudios bíblicos, el Dr. J. Vernon McGee, contaba que cuando él terminó sus estudios de Teología y se recibió como "ministro del evangelio", la persona que le otorgó su titulación, destacó en su intervención tres obstáculos que todo cristiano que quiere llevar ese título con honra, y que quiere crecer y llegar a ser un cristiano maduro, debe vencer: Bueno, el número uno es la pereza. Por qué? Porque nos acomodamos con los conocimientos más básicos que hemos aprendido y creemos que con eso ya hemos cumplido, pero no tenemos suficiente amor por el estudio de la Palabra de Dios. Y es necesario que uno ame la Palabra de Dios. Esa es la razón por la cual la Biblia es un Libro diferente a cualquier otro libro. A cualquier otro libro uno tiene que leerlo, o al menos comprenderlo, antes de poder amarlo. Pero, amigo oyente, es necesario amar la Palabra de Dios antes de poder comprenderla. Él Espíritu de Dios no la enseña a personas perezosas.

Ahora, el segundo obstáculo para el crecimiento adecuado de un cristiano es el orgullo espiritual. El orgullo puede manifestarse de muchas formas diferentes, y entre ellas está la soberbia, la autosuficiencia y la codicia. La soberbia y la auto suficiencia espiritual son características de una gran inmadurez espiritual, como también lo es el codiciar conocimientos con el simple propósito de adquirir fama de ser un buen conocedor de la Palabra de Dios, el de tener o pretender tener todas las respuestas.

Ahora, el tercer obstáculo para nuestro crecimiento espiritual y el de los que nos rodean es proyectar con nuestras actitudes y nuestro estilo de vida de que el verdadero cristianismo es monótono y aburrido. No necesitamos tener un carisma especial, pero no hay ninguna excusa para ser una persona apática, ser demasiado prosaico, sin color y sin brillo. Pensemos en este ejemplo: un gran escritor de obras teatrales no escribe nada sin pensar, sin tomarse el debido tiempo en meditar la trama, los personajes, el ritmo, el vocabulario, etc. Podemos pensar en un gran escritor como Cervantes, por ejemplo. Él no escribió sus obras sin dedicarles tiempo. Fue en realidad un genio de la pluma. Y cuando asistimos a una representación de una obra teatral, comprobamos que todos los actores conocen el texto de su obra de memoria. Están repitiendo todo lo que el escritor ha intentado comunicar al escribir esa obra. Los actores trabajan mucho tiempo, practican, se esfuerzan en aprender todos los matices que su personaje debe reflejar, y las representan como si ellos mismos fueran la encarnación de esos personajes. ¿Por qué? Porque han trabajado mucho, han practicado mucho, y entonces pueden dar una buena representación.

Estimado amigo oyente, si un actor puede dedicar todo este tiempo a su tarea, a su vocación ¿por qué no podemos nosotros dedicar el máximo de tiempo a la Palabra de Dios? Dios está diciendo aquí, en nuestro estudio de hoy, que la gente le despreciaba cuando trataba los temas espirituales con tanta ligereza, con frivolidad y dejadez. Volviendo ahora a Malaquías vemos que en el versículo 14 de este capítulo 1, dice:

"Maldito el que engaña, el que teniendo machos en su rebaño, promete, y sacrifica al Señor lo dañado. Porque yo soy Gran Rey, dice el Señor Jehová de los ejércitos, y mi nombre es temible entre las naciones."

Aquí tenemos un asunto muy delicado y muy negativo. La gente en el tiempo de Malaquías, el pueblo de Israel, hacía promesas a Dios. Quizá usted recuerda que enfatizamos este tema cuando estudiamos el libro de Levítico, y volvimos a mencionarlo cuando meditábamos en el libro de Proverbios. Dios no quiere que Le prometamos algo, a no ser que lo vayamos a cumplir. Si usted le promete algo a Dios, es mejor que lo cumpla, estimado amigo oyente, porque Dios toma las promesas muy en serio. Si usted le promete dar algo a Dios, hágalo sin demora. Dios no nos pide que Le hagamos una promesa. Una promesa es algo voluntario, surge de uno mismo. Así que, cuando usted le promete algo a Dios, es mejor que lo cumpla, amigo oyente.

Hay personas que hacen promesas de esta manera, y dicen: "Bueno, vamos a tener una buena cosecha este año, o, voy a tener un aumento de mi salario; Le voy a dar más al Señor, no sólo el diezmo, sino que voy a dar algo más, como ofrenda al Señor". Pero cuando llega el tiempo de la cosecha, y ésta viene en abundancia, cuando llega el esperado aumento de sueldo, y en lugar de dar lo que han prometieron, se lo guardan para sí mismos, eso es como robar a Dios. Tengamos mucho cuidado con lo que prometemos al Señor, a menos que hayamos decidió cumplir nuestra promesa.

Bien, con esto llegamos al fin del capítulo 1, y tenemos tiempo solamente para poner nuestro pie en el umbral del capítulo 2. Pero, antes de llegar a esa sección, quisiéramos mencionar algo sobre los dos últimos versículos del capítulo 1. El versículo 13, dice:

"Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto!"

Esta manera de expresarse y de sentirse hastiados y hartos agravaba mucho más aún la triste condición espiritual en la que el pueblo de Dios se encontraban. Lo que la gente decía en realidad era, que Dios les fastidiaba. Cuando el corazón, los sentimientos y las emociones no son auténticos, y por obligación hay que fingir una devoción que no es real, entonces cualquier manifestación espiritual se convierte en un gran estorbo, en un enorme fastidio. Curiosamente esa gente pensaba que algo le pasaba a Dios. Nunca se les ocurrió pensar que lo malo estaba en ellos, dentro de ellos. Tenían apariencia de piedad, pero estaban negando la eficacia de esa piedad, trayendo lo hurtado, o cojo, o enfermo a la presencia de Dios en el Templo.

Observemos el versículo 14, que describe la pobre situación espiritual era la causante que les cegaba a las realidad de la santidad de Dios, al ofrecerle aquello que no estaba en perfectas condiciones, como Dios lo demandaba. Leamos una vez más el versículo 14 de este capítulo 1 de Malaquías:

"Maldito el que engaña, el que teniendo machos en su rebaño, promete, y sacrifica al Señor lo dañado. Porque yo soy Gran Rey, dice el Señor Jehová de los ejércitos, y mi nombre es temible entre las naciones."

Y bien, llegamos ahora sí al capítulo 2, y tenemos otra sección, que continúa tratando con los sacerdotes. Ellos habían sido reprendidos por Malaquías, por su profanación de las ceremonias, de los sacrificios, de la interpretación ligera de La Ley. Ahora, la palabra "profano" proviene de "fanus" que significa "templo". Pro - para o por el templo, o también contra el templo. Así es que, en realidad, en lugar de estar sirviendo a Dios, ellos estaban fomentando el desprecio hacia Dios, humillando a Dios en cada ceremonia, en cada sacrificio que realizaban en el Templo. Veamos lo que nos dicen los primeros dos versículos del capítulo 2 de Malaquías:

"Ahora, pues, oh sacerdotes, para vosotros es este mandamiento. Si no oyereis, y si no decidís de corazón dar gloria a mi nombre, ha dicho el Señor de los ejércitos, enviaré maldición sobre vosotros, y maldeciré vuestras bendiciones; y aun las he maldecido, porque no os habéis decidido de corazón."

Es decir, que ellos, los sacerdotes, los supuestos líderes espirituales del pueblo hebreo no estaban tomando su profesión en serio. Por ello, Dios va a juzgarlo de una manera mucho más severa que al resto de la gente. ¿Por qué? Porque estaban ocupando un lugar de responsabilidad, y porque estaban permitiendo que existiera esta condición tan sórdida. Ellos estaban cerrando sus ojos al hecho de que la gente estaba ofreciendo estos sacrificios de animales enfermos, aunque Dios les había dado a ellos la ley de la verdad. Ellos tenían el privilegio de servirle y de transmitir el mensaje de Dios, pero estaban fallando con desidia y abandono en sus responsabilidades.

Bien, estimado amigo oyente, vamos a detenernos aquí. Continuaremos en nuestro próximo programa y nos permitimos sugerirle que lea todo el capítulo 2 del libro del profeta Malaquías para interiorizarse de los pormenores y así comprender mejor las profundas enseñanzas de amor de parte de Dios. Continuamos pidiendo la bendición y la luz del Señor sobre cada estimado oyente que nos ha acompañado.

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