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Estudio bíblico de Malaquías 2:10-15

Malaquías 2:10 - 15

Proseguimos, estimados oyentes, nuestro recorrido por el libro del profeta Malaquías, el último libro del Antiguo Testamento, que es una sección de Las Sagradas Escrituras.

Vamos a comenzar y retomamos nuestra lectura a partir de donde lo dejamos en el anterior programa, el versículo 10 del segundo capítulo, que dice así:

"¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres?"

En nuestro anterior programa vimos cómo los líderes espirituales de Israel habían cometido pecados ignominiosos e indujeron al pueblo a hacer lo mismo. Los sacerdotes eran los mensajeros de Dios en Israel. No sólo debían representar al pueblo ante Dios, sino que también eran responsables de representar a Dios delante el pueblo, por medio de la enseñanza de la Ley de Moisés ("la Biblia de esa época"), que se aplicaba a todas las esferas de la vida del pueblo. Sin embargo, los sacerdotes del tiempo de Malaquías se apartaron por completo de los parámetros originales de conducta que Dios estableció para Leví y su gente, la denominada "tribu de Leví", escogidos para representar el sagrado oficio de sacerdotes. Su mala conducta hizo que muchos del pueblo tropezaran por su mal ejemplo y su interpretación falsa de la Ley. ¿Cuál fue la consecuencia? La consecuencia resultó en el envío de un profeta de Dios que les advirtió que de persistir en su mala actitud, la vergüenza y degradación más infame caería sobre ellos.

Como veremos en nuestro programa de hoy, los líderes espirituales de Israel cometieron, como hemos visto, pecados graves y dirigieron al pueblo a imitar su modelo de conducta. También quebrantaron los requisitos de la Ley de Dios al profanar la institución del sacerdocio establecido en el libro de Levítico porque decidieron casarse con mujeres extranjeras, divorciándose de las esposas judías de su juventud. Leamos nuevamente el versículo 10, que decía así:

"¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres?"

Aunque Dios es el padre de todos como Creador universal, aquí el enfoque se dirige a Dios como padre de Israel, del pueblo de Su pacto. Y continúa el versículo 11:

"Prevaricó Judá, y en Israel y en Jerusalén se ha cometido abominación; porque Judá ha profanado el santuario del Señor que él amó, y se casó con hija de dios extraño."

Malaquías se refiere aquí a un espinoso asunto que estaba manchando las manos y el corazón de los líderes espirituales del pueblo de Israel; nos referimos al matrimonio de los sacerdotes con esposas paganas, es decir, no israelitas, e idólatras, es decir, adoradores de otros dioses distintos al Dios de Israel.

¿Cómo entró la idolatría en Israel? Para responder esta pregunta debemos retroceder unos cuatro siglos en la historia de Israel, hasta el año 918 a. C, fecha en la que Acab, séptimo rey de Israel ocupó el trono. Acab cometió el error de tomar en matrimonio a una mujer llamada Jezabel, hija del Rey de la ciudad de Tiro, una mujer ambiciosa e idólatra que indujo a su marido al asesinato, y por cuya influencia entró la idolatría en el reino de Israel mediante el culto a Baal y Astoret.

Acab llegó incluso a construir un templo en la ciudad de Samaria dedicado a Baal y se dedicó a perseguir a los profetas de Dios, y dice la Biblia que hizo más para provocar la ira del Señor que todos los reyes anteriores a él. Por causa de Acab, Dios castigó a Israel con tres años de sequía y hambre, hasta que el profeta Elías desafió y eliminó a los sacerdotes de Baal en el Monte Carmelo. Finalmente, cuando el profeta Miqueas predijo su muerte, Acab, intentando burlar el cumplimiento de tan dramática profecía, se disfrazó, procurando no llamar la atención; pero, un soldado del ejército enemigo, tirando al azar, hirió de muerte al Rey y, según había profetizado Elías años antes, su sangre fue lavada sobre su carro en un estanque de Samaria y los perros la lamieron.

Tal y como Malaquías estaba denunciando, el divorcio era moneda de cambio común de los israelitas, que comenzaron a codiciar la belleza y juventud de las mujeres extranjeras.

Continuemos con nuestra lectura y veamos lo que nos dicen los versículos 12 al 15:

"El Señor cortará de las tiendas de Jacob al hombre que hiciere esto, al que vela y al que responde, y al que ofrece ofrenda al Señor de los ejércitos. Y esta otra vez haréis cubrir el altar del Señor de lágrimas, de llanto, y de clamor; así que no miraré más a la ofrenda, para aceptarla con gusto de vuestra mano. Mas diréis: ¿Por qué? Porque el Señor ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto. ¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud."

Todos estos versículos hablan del concepto de deslealtad, un concepto clave dado que la lealtad es esencial para el cumplimiento de los pactos entre Dios y los hombres. Y aquí se refiere a la violación de la voluntad de Dios con el divorcio de las esposas judías y la unión con mujeres extranjeras. Dios es el Padre que dio vida a Israel, pero ellos introdujeron la separación al mezclarse con mujeres idólatras de otros pueblos, que adoraban a sus dioses particulares. De ese modo violaron el pacto que Él hizo con sus antepasados para preservar la pureza de un pueblo apartado, por y para Dios.

En la época de Malaquías, cualquier persona que adorara a un ídolo era considerado como un hijo de esa divinidad. A no ser que se convirtieran en seguidoras verdaderas del judaísmo, las mujeres paganas solían llevar a sus esposos a la idolatría; y con esa mezcla de prácticas, rindiendo culto a los dioses de sus nuevas esposas, pero también al Señor, contaminaron la adoración de los israelitas. Los judíos que obraron así, con un casamiento con estas otras mujeres, profanaron el Templo de Dios y su pacto con Él.

De hecho, la violación de esta ley por parte del Rey Salomón, el hijo del rey David, dio entrada libre a la idolatría en Judá. Y profetas como Esdras y Nehemías, al igual que Malaquías, tuvieron que enfrentar esta situación de pecado flagrante.

Ahora, estimados oyentes, el problema que existía en Israel en aquella época, es similar al nuestro hoy en día: el divorcio sigue siendo una verdadera lacra social, porque significa el fracaso de una relación ente dos personas. Hoy en día, en muchos países, las estadísticas revelan que se celebran al año más divorcios que matrimonios. Y las iglesias cristianas no han sido ajenas a esta verdadera epidemia social, ante la cual se han suscitado las más encontradas posiciones y las más encendidas discusiones.

La verdad es que entre los cristianos no existe una única posición respecto a la interpretación de lo que la Biblia dice al respecto. El Señor Jesucristo dejó en claro dos aspectos al respecto: una, que Moisés había permitido el divorcio "a causa de la dureza del corazón" de las gentes. Y que una base muy clara para el divorcio era la fornicación, es decir, la infidelidad por parte del hombre o de la mujer.

Veamos lo que dice un conocido pasaje del Nuevo Testamento. El capítulo 19 del evangelio según Mateo, versículos 3 al 5: "Entonces vinieron a Él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne?"

Sigamos ahora leyendo lo que nos dice el capítulo 19 del evangelio según Mateo, y en los versículos 6 al 8, leemos: "Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre. Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla? Él les dijo: Por la dureza de vuestro corazón - es decir, por la pecaminosa naturaleza del hombre, el divorcio estaba permitido. Y añade lo siguiente: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así". Y el versículo 9 añade: "Y Yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera".

Lo importante, para nosotros, es que Cristo dijo que sólo existía una base para el divorcio, y esta era la fornicación, es decir, el adulterio.

El Apóstol Pablo atacó el pecado de la fornicación de una manera muy clara y directa, y lo demuestra uno de los problemas que se le presentó en la iglesia en Corinto. Veamos lo que nos dice en su Primera epístola a los Corintios, capítulo 7. Según algunos, es bastante probable que el Apóstol Pablo fuera viudo y no se hubiera vuelto a casar. En el versículo 9, del capítulo 7 de la Primera Epístola a los Corintios, él dice: "Pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando". En el versículo 10, él agrega: "Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido". Es decir, si una mujer estaba casada con un hombre incrédulo o no creyente, bien porque cuando ambos se casaron no eran cristianos, bien porque ella o él se habían hecho cristianos, el apóstol añade: Y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer. Y luego, continúa: Y a los demás, yo digo, no el Señor: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone.

La mujer o marido no creyente podría decir: "Bueno, yo no soy cristiana como lo eres tú, y si tú quieres ir y reunirte con los demás cristianos, eso está bien. Pero yo te amo y quiero permanecer contigo". Y Pablo apuntó que un arreglo como este estaba bien. Y luego añadió en el versículo 14: "Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera, vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos. Pero si el incrédulo se separa, sepárese".

Pensamos que esto quiere decir que si el incrédulo quiere irse, y dice: "A mí no me gusta este tipo de matrimonio", y se marcha, sea que se case o no, en una situación así, entonces, nosotros creemos que el hombre o la mujer estaría libre de casarse otra vez.

Y continúa el Apóstol Pablo: Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso. ¿A qué servidumbre se refiere Pablo? A los votos matrimoniales. "Sino que a paz nos llamó Dios".

Nuestra opinión es que si el hogar conyugal es un escenario en el que, en lugar de paz hay guerra constante, una solución transitoria podría ser la separación, como un tiempo en el que ambos cónyuges puedan reflexionar en paz, por separado, para posteriormente, y con la ayuda del pastor de su iglesia o un buen consejero matrimonial cristiano, intentar reconstruir su relación y salvar su matrimonio y su familia. ¿Y por qué no se practica más a menudo esta "opción" porque muchos matrimonios eligen no luchar y directamente actúan y tramitan el denominado "divorcio Express". Pero el divorcio, estimados oyentes, según la Biblia, e insistimos que, según nuestra interpretación, no entra en los planes divinos y sólo puede tener una justificación, la infidelidad o adulterio.

Dios nos ha llamado a vivir en paz, a buscar la paz y a promover la paz: somos pacificadores, no boxeadores en un cuadrilátero, tal y como tristemente sucede en algunos hogares. El hogar no es un lugar para ejercitar la dialéctica agresiva, la pelea verbal, y mucho menos, para cualquier agresión con actos violentos. El hogar debe ser un refugio, una isla en la que todos los miembros puedan sentirse abrigados, resguardados, protegidos, y en donde se ejerce, se disfruta y se enseña el amor, la paciencia y la paz, elementos indispensables para una convivencia en armonía, en respeto y mutuo entendimiento y tolerancia, que son valores que enriquecen a la sociedad. ¡Cuán diferente sería si en el mundo existieran más hogares que pudieran aportar y comunicar esos valores que Dios ya había tenido en Su mente y Su corazón!

¿Qué estableció el patriarca judío Moisés respecto al divorcio? Podemos encontrarlo en el capítulo 24 de Deuteronomio, donde en el versículo 1 leemos lo siguiente: "Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en ella alguna cosa indecente". Esto significa que si el hombre encontraba que su esposa le había engañado y no era virgen, él podría recurrir al divorcio. Y añade: "Le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y la despedirá de su casa". Sin embargo, hoy en día, no hace falta exponer causa alguna para recurrir al divorcio, más que algún motivo general, como incompatibilidad, inmadurez, ignorancia, etc. Y cualquier motivo puede ser el detonante de un divorcio. Y muchos de los rabinos, los sacerdotes, estaban enseñando con sus palabras y ejemplo, con mucha ligereza, y falta de compromiso las leyes de Dios.

Ahora, ¿cuál es el idea que Dios tuvo en Su mente, con respecto al hombre? Dios nunca tuvo la intención de que se practicara el divorcio, pero, fue a causa del pecado del hombre que lo permitió. Veamos lo que nos dice Génesis 2:20: Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos, y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él. Como podemos ver, entre toda la creación de Dios, nada había sido creado como para que pudiera completar al hombre. Hasta que llegó Eva, Adán se sintió solo, a pesar de tener a su exclusiva disposición todo lo creado.

En el versículo 21 de este capítulo 2 de Génesis, leemos: "Entonces el señor hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar". Ahora, ¿por qué hizo Dios esto? ¿Por qué no formó a la mujer del polvo de la tierra, tal y como hizo con Adán? Porque ella, aunque diferente, sería como él. Alguien dijo una vez: "Dios no tomó a Eva de la cabeza de Adán para que fuera superior; ni de su pie para que fuera su sirviente, su sierva, sino que la tomó de su costado, de su punto medio, cercano a su corazón para que fuera igual a él, y para que estuviera con él". Y la Escritura no expresa ideal alguno respecto a "la liberación de la mujer", por la sencilla razón de que para Dios, ¡la mujer ya era un ser totalmente libre, e igual al hombre! Para la Biblia la mujer no necesita ser liberada, porque ya es libre. Y no tenemos más que mirar a Jesús y ver el respeto y el cariño con que trataba a las mujeres.

¿Por qué nos hemos apartado del libro de Malaquías? Porque teníamos la intención de mostrarle cómo, por medio de Malaquías, Dios reiteró nuevamente su compromiso con la defensa de la mujer, hasta tal punto que en un pasaje donde Él está tratando de corregir el mal ejemplo de los líderes espirituales de Israel, dedica varios versículos para hablar en exclusiva de este tema: el divorcio y abandono de la mujer judía no era una opción válida.

Bien, estimados amigos, hasta aquí nuestro programa de hoy. Le invitamos a acompañarnos en nuestro próximo programa en el que estudiaremos más acerca de los mensajes que Dios había encomendado transmitir al profeta Malaquías. Hasta entonces, le deseamos que Dios le bendiga abundantemente mediante la lectura diaria de la Palabra de Dios, la Biblia, pues solo ella es la única, verdadera y auténtica Fuente de Vida eterna, para usted y su familia.

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