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Estudio bíblico de Éxodo 32:26-33:23

Exodo 32:26-33:23

En nuestro programa anterior el relato nos permitió examinar el grave incidente de la caída de Israel en la idolatría, adorando a un becerro de oro mientras Moisés se encontraba en el Monte Sinaí recibiendo la ley. Dios había hablado de destruir a aquel pueblo rebelde pero Moisés intercedió a favor de los israelitas. Y al descender del monte, viendo la degradación de la gente, rompió las tablas de la ley y destruyó el becerro de oro. Dios iba a juzgar a su pueblo. Leamos los versículos 26 al 28:

"Y Moisés se puso de pie a la puerta del campamento, y dijo: El que esté por el Señor, venga a mí. Y se juntaron a él todos los hijos de Leví. Y él les dijo: Así dice el Señor, Dios de Israel: Póngase cada uno la espada sobre el muslo, y pasad y repasad por el campamento de puerta en puerta, y matad cada uno a su hermano y a su amigo y a su vecino. Y los hijos de Leví hicieron conforme a la palabra de Moisés; y cayeron aquel día unos tres mil hombres del pueblo"

Este juicio fue gravísimo y extremo. Y en aquel contexto fue la forma de hacer frente a una abierta rebelión y a un gran pecado que marcaría el comienzo de la destrucción o disolución de la nación, por medio de prácticas paganas que degradaban a la gente, destruían a las familias, atentaban contra los más elementales derechos humanos y al derecho a la vida. Dios había entregado a Moisés un código legal que protegía todos esos derechos, elementales para que los integrantes de una sociedad pudiesen convivir en paz, respeto mutuo y libertad. Pero ahora, todo ese proyecto de desarrollo peligraba. Realmente Moisés no tenía ninguna otra opción. Se encontraba como el cirujano ante un paciente enfermo de cáncer, que sabe que para salvar al enfermo debe extirpar un tumor mutilando así una parte de su cuerpo. Si la rebelión quedaba sin castigo, se hubiera extendido a toda la nación, causando su destrucción debido a los enemigos internos y externos. Tenemos que entender que el pecado, que es también una rebelión contra Dios consta de elementos destructivos que afectan al cuerpo, a la mente y a la totalidad del ser humano. La fuerza de esos factores negativos va actuando progresivamente hasta conducir a las personas a una situación de no retorno, irreversible, que conduce a la muerte física y espiritual. En aquel trágico incidente, el pueblo tuvo la oportunidad de arrepentirse del pecado cometido, de rectificar y reconocer a Dios.

Podríamos tomar aquel episodio como un ejemplo o ilustración de cómo actúa Dios hoy. El ofrece gratuitamente la salvación y la vida eterna. Los que la rechazan, son condenados a la muerte eterna, a la separación eterna de Dios.

El párrafo siguiente, destaca

La intercesión de Moisés

Leamos el versículo 30:

"Y sucedió que al día siguiente dijo Moisés al pueblo: Vosotros habéis cometido un gran pecado, y yo ahora voy a subir al Señor, quizá pueda hacer expiación por vuestro pecado."

Una expiación cubría el pecado. Esa fue la forma en que el pecado fue tratado antes de que Jesucristo viniera a la tierra y muriese en la cruz. Después de la cruz, el pecado fue removido. Y ahora Moisés expuso la cuarta razón para conducir a los israelitas a la tierra prometida. Leamos el versículo 31:

"Entonces volvió Moisés al Señor y dijo: ¡Ay!, este pueblo ha cometido un gran pecado: se ha hecho un dios de oro."

¿Qué es esto? Es una confesión. Si tú quieres tener una relación con Dios tendrás que estar de acuerdo con El en el problema del pecado. El pecado, como tal, debe ser confesado. Tampoco importa quién seas tú. Este era el pueblo elegido de Dios, los israelitas, y tuvieron que reconocer, por medio de Moisés, que habían cometido un gran pecado, rebelándose contra Dios, haciéndose un ídolo de oro y adorándolo. Y así lo expresó Moisés ante Dios. Cuando confesamos nuestro pecado a Dios, lo exponemos detalladamente, diciéndole a El en qué consistió. Leamos el versículo 32:

"Pero ahora, si es tu voluntad, perdona su pecado, y si no, bórrame del libro que has escrito."

Es como si Moisés hubiese dicho: "Yo ocupo mi lugar junto al pueblo. Me identifico con ellos y si tú tienes la intención de eliminarlo, ¡elimíname a mí también! Recordemos que Dios le había dicho a Moisés que aun podría cumplir con su pacto con Abraham, Isaac y Jacob, simplemente formando una nueva nación a partir de Moisés. Pero, como hemos visto, Moisés unió su destino al de los israelitas. Observemos que aquello que mueve el corazón de Dios, impulsa la mano de Dios. Leamos los versículos 33 al 35:

"Y el Señor dijo a Moisés: Al que haya pecado contra mí, lo borraré de mi libro. Pero ahora ve, conduce al pueblo adonde te he dicho. He aquí, mi ángel irá delante de ti; mas el día que yo los visite, los castigaré por su pecado. Y el Señor hirió al pueblo por lo que hicieron con el becerro que Aarón había hecho."

Dios se ocuparía del pecado personalmente. Sin embargo, El conduciría a aquel pueblo a la tierra prometida. Aquellos que no habían secundado la rebelión contra Dios cayendo en la idolatría del becerro de oro, serían guiados por el ángel de Dios. Ahora bien, el Angel del Señor en el Antiguo Testamento era la presencia visible de Dios: era el Cristo preencarnado, es decir, antes de su venida al mundo. Debido a la intercesión de Moisés, Dios no había renunciado a Su pueblo. Este incidente debiera hacernos más conscientes de la gran importancia de la oración.

Llegamos entonces a

Exodo 33:1-23

Tema: La presencia personal de Dios se apartó del campamento; los israelitas murmuraron; el Señor habló con Moisés; y Moisés deseó ver la gloria del Señor.

El pueblo israelita continuó su viaje

Leamos los versículos 1 y 2:

"Entonces el Señor dijo a Moisés: Anda, sube de aquí, tú y el pueblo que has sacado de la tierra de Egipto, a la tierra de la cual juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Y enviaré un ángel delante de ti, y echaré fuera al cananeo, al amorreo, al heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo."

Dios estaba preparando a los israelitas para entrar en la tierra prometida a los patriarcas. Les veremos reanudar su marcha en el libro de Números. Porque el libro de Levítico es una continuación de las instrucciones relacionadas con el servicio y ritual del tabernáculo, que solo estaban comenzando a construir según el relato del libro de Éxodo. Leamos los versículos 3 y 4:

"Sube a una tierra que mana leche y miel; pues yo no subiré en medio de ti, oh Israel, no sea que te destruya en el camino, porque eres un pueblo de dura cerviz. Cuando el pueblo oyó esta mala noticia, hicieron duelo, y ninguno de ellos se puso sus atavíos."

Aquellas joyas, como ya hemos dicho, eran paganas. Los pendientes en las orejas, por ejemplo, demostraban el hecho de que aun estaban adorando a los dioses falsos de Egipto. Dice el versículo 5:

"Porque el Señor había dicho a Moisés: Di a los hijos de Israel: Sois un pueblo de dura cerviz; si por un momento yo me presentara en medio de ti, te destruiría. Ahora pues, quítate tus atavíos, para que yo sepa qué he de hacer contigo."

Esta era la tercera vez que Dios había calificado a Israel como un pueblo obstinado y terco. Una vez más podemos comprobar que Dios no había venido a salvar y a liberar aquel pueblo porque ellos fuesen superiores.

Dios les pidió que quitasen de en medio toda señal de que fuesen paganos y se definiesen públicamente como pueblo de Dios. Yo personalmente creo que ésta es la razón por la cual el bautismo (me refiero al bautismo por agua) era tan importante para los cristianos de la iglesia primitiva. Era una evidencia de que una persona había dejado su antigua vida y se identificaba públicamente con su nueva vida. El bautismo en la actualidad también ofrece la oportunidad de dar el mismo testimonio. Como resultado de la advertencia de Dios, dice el versículo 6:

"Y a partir del monte Horeb los hijos de Israel se despojaron de sus atavíos."

Leamos el versículo 7, que nos relata que

El tabernáculo fue instalado fuera del campamento

"Y acostumbraba Moisés tomar la tienda, y la levantaba fuera del campamento a buena distancia de él, y la llamó la tienda de reunión. Y sucedía que todo el que buscaba al Señor salía a la tienda de reunión, que estaba fuera del campamento."

Cuando el tabernáculo estaba siendo construido, Moisés lo instaló fuera del campamento del pueblo. En aquel momento, era únicamente una tienda de reunión. Posiblemente solo consistía en una gran tienda de campaña o, quizás, era solamente el cerco exterior que después rodearía el tabernáculo.

Continuemos leyendo los versículos 8 y 9:

"Y sucedía que cuando Moisés salía a la tienda, todo el pueblo se levantaba y permanecía de pie, cada uno a la entrada de su tienda, y seguía con la vista a Moisés hasta que él entraba en la tienda. Y cuando Moisés entraba en la tienda, la columna de nube descendía y permanecía a la entrada de la tienda, y el Señor hablaba con Moisés."

Aquí podría surgir la pregunta: ¿Ha visto alguien a Dios? El evangelio según Juan 1:18 nos dice que ningún ser humano ha visto jamás a Dios. Y el mismo Evangelio en 14:9 nos revela que aquellos que han visto a Jesucristo, han visto ya a Dios el Padre. El Señor Jesucristo es la revelación de Dios oculta en un cuerpo humano. En el Antiguo Testamento, uno de sus nombres era el "ángel del Señor". Y fue aquel ángel del Señor el que conversó con Moisés. Leamos la primera parte del versículo 11:

"Y acostumbraba hablar el Señor con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo."

Así que, como los amigos hablan entre sí, cara a cara, Dios y Moisés hablaban. Sin embargo, Moisés no vio a Dios.

Continuemos leyendo la segunda parte de este mismo versículo 11:

"Cuando Moisés regresaba al campamento, su joven ayudante Josué, hijo de Nun, no se apartaba de la tienda."

Una vez más, se menciona a Josué. El era el hombre que Dios estaba preparando para ser el sucesor de Moisés. En aquel tiempo, no creo que nadie en el pueblo sospechase nada sobre esa elección, pero cuando lleguemos al libro de Josué, veremos que él era, quizás, la persona más improbable de todas para suceder a Moisés.

Continuaremos con nuestro estudio leyendo los versículos 12 y 13, que dan comienzo a

La oración de Moisés y la respuesta del Señor

"Y Moisés dijo al Señor: Mira, tú me dices: Haz subir a este pueblo; pero tú no me has declarado a quién enviarás conmigo. Además has dicho: Te he conocido por tu nombre, y también has hallado gracia ante mis ojos. Ahora pues, si he hallado gracia ante tus ojos, te ruego que me hagas conocer tus caminos para que yo te conozca y halle gracia ante tus ojos. Considera también que esta nación es tu pueblo."

Moisés le estaba pidiendo a Dios lo mismo que el apóstol Pablo en su carta a los Filipenses 3:10, que pedía conocer al Señor. Es también lo mismo que Felipe, uno de sus discípulos, le dijo a Jesús en el Evangelio de Juan 14:8 Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Yo creo que cada verdadero hijo de Dios tiene un deseo sincero de conocerle. Y los versículos 14 y 15 añaden:

"Y El respondió: Mi presencia irá contigo, y yo te daré descanso. Entonces le dijo Moisés: Si tu presencia no va con nosotros, no nos hagas partir de aquí."

Es evidente que Moisés necesitaba la presencia de Dios junto a El. Sabía que no podría llevar a cabo su gran misión por sus propios medios y fuerzas. Continúa diciendo el versículo 16:

"¿Pues en qué se conocerá que he hallado gracia ante tus ojos, yo y tu pueblo? ¿No es acaso en que tú vayas con nosotros, para que nosotros, yo y tu pueblo, nos distingamos de todos los demás pueblos que están sobre la faz de la tierra?"

Es importante observar que Dios convirtió a los israelitas en un pueblo peculiar por una razón bien definida. En la actualidad, la iglesia es también un pueblo peculiar. Esto significa ser un pueblo para Dios. No quiere decir, por supuesto, que dicho pueblo tenga que estar formado por personas raras o excéntricas. Pero el diálogo continúa. Leamos el versículo 17:

"Y el Señor dijo a Moisés: También haré esto que has hablado, por cuanto has hallado gracia ante mis ojos y te he conocido por tu nombre."

Moisés realmente estaba llegando a tener una relación muy íntima con Dios. Ante esa declaración, nos dice el versículo 18:

"Entonces Moisés dijo: Te ruego que me muestres tu gloria."

Estas palabras nos confirman que Moisés no podía realmente ver a Dios cara a cara. Dice el versículo 19:

"Y El respondió: Yo haré pasar toda mi bondad delante de ti, y proclamaré el nombre del Señor delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y tendré compasión de quien tendré compasión."

Aquí destacamos que, en el Nuevo Testamento el apóstol Pablo hizo referencia a este versículo en su carta a los Romanos 9:15, cuando escribió: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y tendré compasión del que yo tenga compasión. Leamos también el versículo 20, porque Dios continuó diciéndole:

"Y añadió: No puedes ver mi rostro; porque nadie puede verme, y vivir."

Otra vez se nos confirma el hecho de que no podemos contemplar el rostro de Dios, no podemos verle cara a cara.

Los versículos 21 al 23 culminan este diálogo entre Dios y Moisés. Para finalizar nuestro estudio de hoy, leamos los versículos 21 al 23:

"Entonces el Señor dijo: He aquí, hay un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y sucederá que al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Después apartaré mi mano y verás mis espaldas; pero no se verá mi rostro."

Este pasaje nos está hablando sobre la gloria como una representación de Dios. El Señor Jesús dijo que cuando El viniese por segunda vez a esta tierra, se vería en el cielo la señal del Hijo del Hombre. Las palabras quedaron registradas en el Evangelio según Mateo 24:30, Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del Hombre; y entonces todas las tribus de la tierra harán duelo, y verán al Hijo del Hombre que viene sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria. Yo creo que esa señal en el cielo es la gloria que se menciona aquí en este capítulo 33 del Éxodo, versículos 22 y 23. Cuando Cristo asumió su naturaleza física, es decir, su cuerpo humano, su gloria no estaba reflejada en ese cuerpo. En su humanidad, El asumió un lugar humilde y renunció a Su gloria. Pero todavía era Dios y por ese motivo, pudo decir: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre", como respuesta a la pregunta que le formuló Felipe, en el pasaje que citamos anteriormente en este programa.

Nosotros no veremos a Dios. Veremos al Señor Jesucristo y el tendrá una forma humana, porque ésa es la forma que asumió aquí en la tierra. En la actualidad, El tiene un cuerpo glorificado y algún día futuro, cuando dejemos este mundo, seremos como El, tal como lo expresa el Apóstol Juan en su primera carta 3:2, que dice: Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando El aparezca, seremos semejantes a El porque le veremos como El es.

Esta es la expectativa y la esperanza de los creyentes que, después de haber recibido a Jesucristo como su Salvador personal, tienen una relación personal con Dios y viven por la fe. Esta era también la forma en que Moisés iba a vivir a partir de los momentos descriptos en el relato Bíblico. El supo que la presencia de Dios tendría que acompañarle. De otra manera, el resultado de su misión acabaría siendo un fracaso.

Y, ¿qué diremos de nosotros en el día de hoy? ¿Acaso no necesitamos la compañía, guía y fortaleza que solo Dios nos puede dar? Seguramente somos conscientes de que, frente a los problemas que tenemos que enfrentar en nuestra vida diaria, las presiones que debemos soportar y las situaciones conflictivas en nuestro trato con los demás, necesitamos la presencia de Dios. ¿Y qué diremos de nuestros propios conflictos, nuestra aceptación del pasado y del presente, los interrogantes de nuestra vida, las dudas sobre el propósito de nuestra existencia y la ansiedad por el futuro? Aunque no le podamos ver, indudablemente necesitamos sentir a Dios muy próximo, muy cercano, a nuestro lado, como un compañero, como un amigo.

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