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Estudio bíblico de Ester 6:7-7:10

Ester 6:9 - 7:10

Continuamos hoy estudiando el capítulo 6 de este libro de Ester. Y en nuestro programa anterior, dejamos nuestro estudio en una situación bastante estratégica. El rey Jerjes no podía dormir esa noche, y llamó a sus secretarios para que le leyeran las crónicas del reino. Allí encontraron que Mardoqueo le había rendido un servicio muy valioso al rey, le había salvado la vida, pero que nunca había sido recompensado por ese servicio. Como resultado, el rey sintió que debía hacer algo por Mardoqueo. En ese mismo momento entró Amán a ver al rey; era muy temprano por la mañana y él iba a solicitarle que se diera la orden de ahorcar a Mardoqueo. Amán ya había preparado la horca para ese hombre. Así es que nos encontramos en este momento tan interesante de esta historia. Nos revela que Dios, por medio de Su providencia estaba obrando. El rey, pues, le hizo una pregunta a Amán: "¿Qué se hará al hombre cuya honra desea el rey?" Y Amán se puso a cavilar diciendo: "No puedo pensar en ninguna otra persona que merezca la honra del rey, que no sea yo mismo". En su egoísmo y vanidad le presentó un programa espectacular al rey, acerca del cual leímos en los versículos 7 al 9, y que incluía vestir al homenajeado con ropas reales, usando la corona real, y hacerle cabalgar por la ciudad precedido por un heraldo.

¿Qué piensa usted, estimado oyente, sobre lo que tenía en mente Amán en esta coyuntura? Pues bien, Amán en realidad estaba tramando obtener el trono del imperio de los Medos y los Persas, y él quería en realidad usurpar el trono del rey. Pensamos que él estaba tratando de destruir también al rey. Por tanto, en esta ocasión pensaba que él personalmente sería quien iba a recibir el honor del rey, y es por eso que sugirió que se le coloque la corona del rey en su cabeza; que se le vistiera con las ropas reales; que se le proveyera el caballo sobre el cual cabalgaba el mismo rey. En otras palabras, que la gente se acostumbrara a ver a este hombre, a quien el rey quería honrar, vestido como el mismo rey. Estaba mostrando de una manera muy sutil sus intenciones de derrocar al rey. Y pensamos que el rey Jerjes se dio cuenta de lo que Amán estaba tramando. Continuemos leyendo ahora, el versículo 10:

"Entonces el rey dijo a Amán: Date prisa, toma el vestido y el caballo, como tú has dicho, y hazlo así con el judío Mardoqueo, que se sienta a la puerta real; no omitas nada de todo lo que has dicho".

Ahora, uno nunca habría podido pedirle a Amán que hiciera algo que fuera más desagradable, más vergonzoso ni más degradante que el tener que poner esas ropas reales a Mardoqueo, colocar la corona del rey sobre su cabeza, colocarle sobre su caballo y pasearlo por las calles de la ciudad anunciando que éste era el hombre al cual el rey deseaba honrar. Concederle este honor significaba una vergüenza y humillación para Amán que no se podía expresar con palabras, debido a su odio por Mardoqueo. Leamos el versículo 11:

"Amán tomó el vestido y el caballo, vistió a Mardoqueo, lo condujo a caballo por la plaza de la ciudad e hizo pregonar delante de él: Así se hará al hombre que el rey desea honrar".

En vez de guiar a Mardoqueo con todos los honores por las calles de la ciudad, Amán había intentado colgarle en la horca. Su humillación en esos momentos era absolutamente incalificable. Imaginemos sus sentimientos al guiar el caballo que llevaba a Mardoqueo, el hombre que no se había inclinado ante él. ¡Y pensar que tenía reservada para él una horca de veintidós metros de altura! Leamos ahora los versículos 12 al 14:

"Después de esto, Mardoqueo volvió a la puerta real, y Amán se dio prisa para irse a su casa, apesadumbrado y cubierta su cabeza. Contó luego Amán a Zeres, su mujer, y a todos sus amigos, cuanto le había acontecido; sus consejeros y su mujer Zeres le dijeron: Si ese Mardoqueo, ante quien has comenzado a declinar, pertenece a la descendencia de los judíos, no lo vencerás, sino que caerás por cierto delante de él. Aún estaban ellos hablando con él, cuando los eunucos del rey llegaron apresurados, a fin de llevar a Amán al banquete que Ester había dispuesto".

Cuando esa penosa experiencia llegó a su fin, Mardoqueo regresó a la puerta del rey. Pero Amán se apresuró a regresar a su casa lamentándose y con su cabeza cubierta y sintiendo una inmensa vergüenza. Les contó a su esposa y a sus amigos todo lo que había ocurrido. Su esposa, que primero le había sugerido construir una horca, en ese momento le anunciaba su próxima caída en desgracia.

No es exactamente reconfortante tener una esposa y unos amigos que sugieren que mañana podría ser tu último día de vida. Los acontecimientos se precipitaban intensa y rápidamente. Apenas acababa Amán de explicar su situación, cuando llamaron a la puerta. Los siervos del rey venían a buscarle para asistir al banquete al cual había prometido asistir. Él había estado esperando ansiosamente esa fiesta. Recordemos que se había jactado de ser el único a quien la reina había invitado para estar con ella y el rey. Prácticamente iba a llegar tarde a este esperado encuentro con los reyes, pero todo estaba sucediendo tan rápidamente que apenas podía seguir el ritmo de los acontecimientos. Los eventos estaban siendo claramente desventajosos para él, y no tenía control sobre ellos. ¿Por qué? Porque Dios estaba controlando todo lo que ocurría, y ocupándose de que el complot de Amán no tuviera éxito.

Llegamos ahora a

Ester 7:1-10

Y a este capítulo lo hemos titulado "El hombre que vino a cenar pero murió en la horca". Leamos los versículos 1 y 2 de este capítulo 7:

"Fue, pues, el rey con Amán al banquete de la reina Ester. Y en el segundo día, mientras bebían vino, dijo el rey a Ester: ¿Cuál es tu petición, reina Ester, y te será concedida? ¿Cuál es tu deseo? Aunque sea la mitad del reino, te será otorgado".

Amán se dirigió a ese banquete bastante confundido, con sentimientos contradictorios. Había recibido con gran satisfacción la invitación de la reina, pero debido a la forma en que se estaban desarrollando las cosas había tenido que pasar por la gran vergüenza de honrar a Mardoqueo. Y pensamos que en este momento él no se ha dado cuenta por qué Mardoqueo había sido honrado y él dejado a un lado. Sin embargo, se dirigió al banquete de la reina

Algo interesante de notar aquí es que esta reina todavía está muy nerviosa. Pensamos que ella estaba nerviosa y tenía mucha razón para estarlo, por supuesto. ¿Cómo podría hacer frente a estos dos poderosos hombres que estaban ante ella? Se había publicado un decreto en contra de su pueblo, y lo que allí se ordenaba la alcanzaba también a ella. Ahora, ¿cómo iba a presentar su petición al rey? Porque aparentemente Ester no se había dado cuenta de lo que había estado ocurriendo, es decir, que Mardoqueo había sido honrado por el rey. Todo lo que ella sabía era que estos dos hombres han llegado a su mesa y nos imaginamos que ambos estaban un poco excitados por lo que había ocurrido ese día, de lo cual, ella no tenía ningún conocimiento. Así que Ester tuvo que armarse de valor después del segundo día, para sincerarse con el rey. No lo pudo hacer antes, pero en ese momento estaba preparada aunque, lógicamente, bastante nerviosa. Entonces el rey, una vez más, le preguntó cuál era su petición. Y otra vez le ofreció la mitad de su reino. Ésta era la tercera vez que el rey le preguntaba a la reina sobre lo que deseaba pedirle. Y leamos entonces los versículos 3 y 4 de este capítulo 7, de Ester:

"Entonces la reina Ester respondió: Oh rey, si he hallado gracia en tus ojos y si place al rey, que se me conceda la vida: ésa es mi petición; y la vida de mi pueblo: ése es mi deseo. Pues yo y mi pueblo hemos sido vendidos, para ser exterminados, para ser muertos y aniquilados. Si hubiéramos sido vendidos como siervos y siervas, me callaría; pero nuestra muerte sería para el rey un daño irreparable".

La revelación de Ester era terrible. Ahora, el rey y Amán tuvieron que haberse sorprendido mucho, porque ninguno de ellos sabía cuál era la nacionalidad de la reina. Su petición era que su vida y la de su pueblo fueran perdonadas. Cuando Mardoqueo, su tío, la había introducido en el concurso de belleza, y también cuando ella se había convertido en reina, le había recomendado que no le revelara a nadie su nacionalidad, que no dijera que era judía. Tendría que mantenerlo siempre en secreto.

Recordemos que Amán había obtenido del rey un decreto por el cual todos los judíos del reino debían ser exterminados. Él no sabía que la reina era judía. Pero en ese momento ella se estaba identificando con su pueblo. No había querido que la reconocieran como judía, pero en ese instante ocupaba su lugar con el pueblo condenado. Para ella darse a conocer de esa forma implicaba identificarse con su religión y con su Dios, porque ambas realidades existían juntas.

Le dijo al rey que hubiera callado si ellos fueran a ser vendidos como eslavos, pero resulta que el problema era que iban a ser muertos en un día determinado. Quiso que el supiera que los judíos habían sido traicionados y, como pueblo, serían exterminados.

El rey estaba enormemente sorprendido. ¿Quién se atrevería a destruir a la reina? ¿Y quién se atrevería a destruir al pueblo de ella? Lo que ella había expresado fue una declaración tan impactante que el rey jamás había esperado oír. La reina y su pueblo iban a perecer e imaginémonos lo que habrá pasado por la mente de Amán quien, como ya dijimos, también ignoraba que la reina pertenecía a ese pueblo. La forma en que se estaban desarrollando la conversación debió hacerle sentir agitación y temor. Sigamos los acontecimientos leyendo el versículo 5:

"El rey Asuero preguntó a la reina Ester: ¿Quién es, y dónde está, el que ha ensoberbecido su corazón para hacer semejante cosa?"

El rey estaba consternado. Jamás habría soñado que tales intrigas estaban teniendo lugar en su reino. Aparentemente tampoco reconocía incluso cual era el pueblo que iba a ser eliminado. Francamente, este hombre tenía muy poco respeto por la vida. Si uno lee los detalles de la campaña que llevó a cabo por Europa en contra de Grecia, descubrirá que arrojó a sus hombres a situaciones innecesariamente peligrosas, como si fueran prescindibles. Perdió miles y miles de hombres en esa campaña, lo cual no le perturbó en absoluto. La vida humana era muy barata en esa época. Lo que en ese momento le inquietaba es que en esta ocasión se trataba del pueblo de Ester. Su reina se encontraba en peligro mortal. Y entonces preguntó: "¿Quién es él y dónde está?" ¿Quién se tomaría la libertad de hacer semejante cosa?

Creo que Amán aún no se había dado cuenta de lo que estaba realmente sucediendo. Él no sabía que el decreto para matar a los israelitas afectaría a la reina. Pues no sabía que era judía. Y ahí estaba él, sentado a la mesa de un banquete, reclinado sobre una especie de sofá, nada menos que un ministro, que gozaba de la plena confianza del rey.

El rey Jerjes preguntó entonces quién había tramado esta conjura y Ester, en ese momento, demostró su valentía. Al responder a esta pregunta estaba exponiendo su vida. Escuchemos su respuesta leyendo el versículo 6:

"Ester dijo: ¡El enemigo y adversario es este malvado Amán!"

Se turbó Amán entonces delante del rey y de la reina.

Ante esto, Amán no pudo ofrecer una respuesta. Se quedó mudo de asombro al saber que Ester era judía.

Dios estaba actuando desde fuera de la escena. Estaba protegiendo a Su pueblo. Ninguna arma concebida en contra de ese pueblo prosperaría. Dios iba a bendecir a los que bendijesen a los judíos y maldeciría a quienes les maldijeran. La providencia de Dios iba a proteger a los israelitas.

El rey estaba tan asombrado por este giro inesperado de los acontecimientos, que salió de la mesa del banquete y se dirigió hacia el jardín. Después de todo, hasta cierto punto él estaba implicado en este asunto. Así que prefirió estar solo para considerar el problema. Continuemos leyendo el versículo 7:

"El rey se levantó del banquete, lleno de furor, y se fue al huerto del palacio. Pero Amán se quedó para suplicarle a la reina Ester por su vida, pues vio el mal que se le venía encima de parte del rey".

El rey necesitaba pensárselo bien. Simplemente no podía creer que Amán hiciera semejante cosa. Pero la reina había implorado y pedido clemencia por su vida, a causa de Amán. Él creía a su reina. Pero el rey necesitaba algún tiempo para calmarse un poco, y así poder pensar con claridad acerca de la situación de Ester y el caso de Amán, su asesor de confianza y primer ministro.

Mientras el rey se encontraba en el jardín, Amán se levantó para rogar a Ester por su vida. Este hombre que con tanta facilidad había pedido que otros fueran muertos, entonces pareció convertirse en un esclavo. Se arrastró a los pies de la reina. Se dio cuenta de que el rey no iba a transigir en este grave problema y que se cernía sobre él un trágico final. Supo que la reina era su única esperanza. Y como estaba enloquecido de miedo, cayó sobre sus rodillas, para pedir desesperadamente clemencia por su vida. Pero veamos que sucedió en ese momento, leyendo el versículo 8:

"Cuando el rey volvió del huerto del palacio al aposento del banquete, Amán se había dejado caer sobre el lecho en que estaba Ester. Entonces exclamó el rey: ¿Querrás también violar a la reina en mi propia casa? Al proferir el rey estas palabras, le cubrieron el rostro a Amán".

Al rogar Amán por su vida, pudo comprobar que no conseguiría nada. Supo que iba a ser castigado por el mal que había cometido, así que en su locura, comenzó a subirse al sofá donde estaba la reina. Recordemos que había la costumbre de reclinarse en una especie de sofás o divanes para comer. Pero en ese momento, entró el rey y al ver a Amán y a la reina exclamó: "¿Querrás también violar a la reina en mi propia casa?" Amán, que era un cobarde, estaba aferrándose aterrorizado al sofá de la reina. En su terror, estaba fuera de sí. Y el rey se habrá preguntado qué estaba tratando de hacer aquel hombre manoseando a la reina.

Observemos que el rey Asuero, o Jerjes, no tuvo que dar ninguna orden. Simplemente regresó del jardín, vio lo que estaba ocurriendo, pronunció su declaración y aquellos que estaban preparados para intervenir supieron lo que tenían que hacer. Ellos no se pusieron en acción hasta que el rey habló. Estaban allí simplemente esperando, observando la escena. Es que la reina aún no había pedido ninguna ayuda. Estaba demasiado asustada como para pedir ayuda. Pero cuando el rey habló, aquellos hombres fornidos se acercaron y sujetaron a Amán. Y no sólo le dejaron custodiado por la guardia del palacio sino también bajo arresto domiciliario. Pero continuemos con la acción, que continúa en los versículos 9 y 10:

"Y Harbona, uno de los eunucos que servían al rey, dijo: En la casa de Amán está la horca de veintidós metros de altura que hizo Amán para Mardoqueo, quien habló para bien del rey. Dijo el rey: Ahorcadlo en ella. Así colgaron a Amán en la horca que él había hecho preparar para Mardoqueo. Y se apaciguó la ira del rey".

El rey no desperdició el tiempo. Él no era solo el oficial que le arrestaba sino también la Corte Suprema de Justicia. Amán murió en la misma noche y en la misma horca que él había construido para Mardoqueo. Ésta es la revelación de una gran verdad que se haya presente por toda la Palabra de Dios. Pablo la enunció para los cristianos en Gálatas 6:7, donde dice lo siguiente: "No os engañéis, Dios no puede ser burlado. Pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará". ¿No es interesante que la horca que Amán había preparado para ahorcar a un hombre inocente fuera la misma horca en la que él sería ahorcado?

En el Antiguo Testamente, hemos visto que el patriarca Jacob pasó por esa experiencia. Engañó a su padre, se puso las ropas de su hermano Esaú y el anciano Isaac las olió y dijo: "huele como mi hijo Esaú". Y Jacob se puso en sus manos una piel de cabritos y el anciano Isaac, que estaba ciego, extendió su mano tocando las de Jacob y dijo: "éstas son las manos de Esaú". Jacob se creía muy inteligente. Él era un hombre de Dios, pero Dios no le dejaría salirse con la suya. Un día, cuando él era anciano y el padre de doce hijos, éstos le trajeron una túnica de muchos colores, manchada con la sangre de un cabrito y le dijeron: "¿es ésta la túnica de tu hijo?" y Jacob se derrumbó y lloró. Él también fue engañado con respecto a José, su hijo favorito.

El apóstol Pablo supo mucho de cómo opera esta ley en su propia experiencia. Él fue el hombre que aparentemente dio la orden para el apedreamiento o lapidación del Esteban; significativamente, los que le apedrearon pusieron las ropas de Esteban a sus pies. Pero no pudo evitar las consecuencias. Alguien podía decir: "bueno, pero él se convirtió a Cristo y sus pecados fueron perdonados". Sí, fueron perdonados, pero tendría que sufrir las consecuencias. Aquello que uno siembra, eso mismo segará. Y Pablo recogería su propia cosecha. En su primer viaje misionero, fue al país de Galacia y llegó a la ciudad de Listra, donde fue apedreado y lo dejaron por muerto. Así que Pablo experimentó en carne propia la verdad de estas palabras: "Todo lo que el hombre siembre, eso también segará". Es que Dios no puede ser burlado.

El hombre de esta historia, Amán, estaba experimentando ese mismo principio. Y lo aprendió de la forma más dura. Aquí hemos visto a alguien que fue a un banquete y que terminó en una horca. El Salmo 37:35 y 36 dice: He visto al impío, violento, extenderse como frondoso árbol en su propio suelo. Luego pasó, y he aquí, ya no estaba; lo busqué, pero no se le halló. Prestemos atención a estas palabras del Salmista. Es interesante. ¡Qué pequeño es el ser humano! Usted puede ser un villano, si así lo quiere. Puede oponerse al plan y propósito de Dios para su vida, pero usted no vencerá a Dios, porque tarde o temprano, pasará y saldrá de la escena de esta vida. Eso fue lo que le ocurrió a Amán.

Como pecadores, usted y yo somos culpables ante Dios. Merecemos exactamente la condena que sufrió Amán. Usted puede decir que nunca ha cometido ninguna acción mala. Pero el caso es que usted y yo tenemos la misma clase de naturaleza humana que aquel hombre tenía, y esa naturaleza está en rebelión contra Dios, se opone a Dios. Y estando en esa condición, cuando usted estaba muerto espiritualmente en su pecado y su maldad, completamente alejado de Dios, Cristo murió por usted; ocupó su lugar en la cruz. Estimado oyente, si usted confía en Él, Él será su Salvador, y usted establecerá una relación con Dios.

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