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Estudio bíblico de Mateo 5:5-48

Mateo 5:6-48

En nuestro programa anterior comenzamos nuestro estudio de los principios del Sermón del Monte, concluyendo que establece metas altas que todo cristiano desea alcanzar, pero que solo puede lograr por medio de la acción del Espíritu Santo. Leamos el versículo 6:

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados.

¿Y qué diremos de los seres humanos que, al no estar convertidos a Cristo, no tienen al Espíritu Santo? ¿Anhelan apasionadamente la justicia? Los que yo conozco, ciertamente no. Dice el apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios 2:14:

"Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente."

El "hombre natural" está en contraste con el hombre espiritual, que ha encontrado y aceptado por la fe que Cristo es su justicia, y El --como afirma la misma carta en 1:30, ". . . se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, y santificación, y redención".

Continuemos leyendo el versículo 7;

"Bienaventurados los misericordiosos, pues ellos recibirán misericordia."

Esta bienaventuranza se interpreta incorrectamente en nuestra época, porque hace depender el obtener misericordia de la condición de que seamos misericordiosos. Esta no es la condición bajo la cual nosotros obtenemos misericordia. El apóstol Pablo, en su carta a Tito 3:5, declaraba:

"El nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo."

Nosotros debiéramos ser misericordiosos porque hemos obtenido misericordia. El apóstol Pedro nos recuerda, en su primera carta, 2:9 y 10;

"Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; pues vosotros en otro tiempo no erais pueblo, pero ahora sois el pueblo de Dios; no habíais recibido misericordia, pero ahora habéis recibido misericordia."

Prosigamos la lectura con el versículo 8:

Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios.

Ninguna persona sincera puede decir que su corazón es puro. ¿Cómo puede llegar a ser limpio un corazón tan malo como el del ser humano? En el Evangelio según Juan 15:3, el Señor Jesús dijo: "Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado". Basados en la primera carta de Juan 1:7, afirmamos que somos hechos limpios por el lavamiento de la regeneración. Sólo la sangre de Cristo puede limpiarnos de todo pecado.

La próxima bienaventuranza dice, en el versículo 9:

Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios.

¿Podrías nombrar a un pacificador en el mundo actual? No hay nadie hoy en día que pueda lograr la paz. Solamente Cristo es el gran pacificador. El consiguió la paz entre un Dios justo y un pecador injusto. Dijo el apóstol Pablo en su carta a los Romanos 5.1: "Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo".

Leamos ahora los versículos 10, 11 y 12:

"Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros."

Los pacificadores desean y poseen entonces la justicia de Dios. Las personas que poseen estas cualidades se distinguirían por encima de los demás, pero serían incomprendidas por otros. Por lo tanto, padecerían persecución, hablarían mal de ellos. Sin embargo las palabras de Jesús alentaron a sus seguidores, porque sufrirían la misma experiencia de los profetas, que también fueron incomprendidos y perseguidos.

Pasemos , pues, a los versículos 13, 14 y 16:

"Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? Ya para nada sirve, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos."

Los miembros del pueblo de Dios de cualquier época y viviendo bajo las más variadas condiciones son sal y luz en el mundo. El problema actual de la mayoría de muchos llamados cristianos o miembros de iglesias consiste en que han perdido su sabor como sal y su energía. Así como la sal previene o detiene la descomposición, tú y yo debiéramos ser esa sal que puede preservar al mundo de los males de la sociedad, que causan su desintegración. Y los cristianos también somos luz para el mundo. No tenemos luz dentro de nosotros pero hemos recibido la Palabra de Dios y somos portadores de esa Palabra, que es luz y que debemos compartir, alumbrando a otros, mostrándoles cuales son los caminos de Dios. Las personas que alumbran, viven de tal manera que los demás pueden ver sus buenas obras y traen honor, no para ellos sino a su Padre que está en los cielos.

Llegamos ahora a un párrafo del discurso que trata sobre

Las relaciones de los súbditos del reino con la ley

Leamos el versículo 17.

"No penséis que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir."

Recordemos que parte de la ley de Moisés correspondía a la ley ceremonial. Por otra parte, Cristo se sacrificó por los pecados del mundo y fue llamado el Cordero sacrificado desde antes de la creación del mundo. Cristo no vino para abolir la ley, sino para cumplirla. El la cumplió, la obedeció durante su vida en esta tierra. El fue capaz de lograr en la práctica lo que la norma dada al ser humano establecía. Y El ahora es capaz de traspasarte a ti y a mí, y a cada creyente, Su propia justicia. Las normas de Dios no han cambiado, pero tú y yo no podemos aplicarlas a la vida por nuestras propias fuerzas. Necesitamos ayuda; necesitamos un Salvador. Verdaderamente, necesitamos misericordia, y podemos obtenerla cuando venimos a Cristo.

Dice el versículo 18;

"Porque en verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla."

No estoy diciendo que tenemos libertad para quebrantar la ley dada a Moisés. La verdad es que la ley constituye aún una regla, que me revela que yo no puedo estar a la altura de la norma de Dios. Y ello me conduce a la cruz de Cristo. La única manera en que soy capaz de cumplir la ley es aceptando al único que la pudo cumplir, Jesucristo. La jota era la letra hebrea más pequeña; en español equivaldría al punto que va encima de la i. La tilde era la marca más insignificante de la escritura hebrea y en español equivaldría al acento ortográfico que se coloca sobre una vocal.

Continuemos leyendo el versículo 19:

"Cualquiera, pues, que anule uno solo de estos mandamientos, aun de los más pequeños, y así lo enseñe a otros, será llamado muy pequeño en el reino de los cielos; pero cualquiera que los guarde y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos."

Tú no puedes quebrantar los mandamientos y eludir las consecuencias. Pero tampoco puedes cumplirlos por tus propias fuerzas. La única forma de poder seguirlos es acudir a Cristo para salvación, poder y fuerza. Los mandamientos no constituyen un camino de salvación sino un medio para mostrarte el camino de la salvación a través de una aceptación de la obra de Jesucristo.

Dice el versículo 20:

"Porque os digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos."

Los Fariseos, de acuerdo con la ley, tenían un alto grado de justicia. ¿Cómo podemos tú y yo superar la justicia de ellos? Resulta imposible con nuestros propios recursos; necesitamos que Cristo lo haga por nosotros.

Leamos los versículos 21 y 22:

"Habéis oído que se dijo a los antepasados: No mataras y: Cualquiera que cometa homicidio será culpable ante la corte. Pero yo os digo que todo aquel que esté enojado con su hermano será culpable ante la corte; y cualquiera que diga: Raca a su hermano, será culpable delante de la corte suprema; y cualquiera que diga: Idiota, será reo del infierno de fuego."

Esta es una declaración tremenda. ¡Significa que si estás enfadado con tu hermano, eres un asesino! ¿Crees tú que cumples la ley? No puedes quebrantarla sin evitar las consecuencias. No puedes expresar con orgullo que el Sermón del Monte es tu religión y luego violar cada parte del mismo. Todos necesitamos un Salvador que ha cumplido perfectamente la ley, y por ello puede atribuirnos Su propia justicia.

Observemos que en el versículo 26 Jesús dice: "En verdad te digo . . ." El está elevando la autoridad de su enseñanza por encima de la enseñanza de Moisés. El está elevando su posición como Dador de la Ley y, por cierto, como el Intérprete.

Leamos los versículos 27 y 28:

"Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón."

La enseñanza de los Fariseos se centraba en el acto externo y en que la única forma de cometerlo era a través de una unión sexual ilícita. Citaban correctamente el mandamiento, sin captar el punto esencial; que el adulterio comienza en el corazón de uno y culmina en el hecho mismo. La lujuria del corazón es tan mala como el acto en sí e indica que el hombre no tiene una correcta relación con Dios. Si tú eres sincero, no afirmarás que estás cumpliendo la ley. Recordemos que había 10 mandamientos. Aunque Mateo menciona solo los 2 que Cristo comentó, yo creo que el elevó los 10 a un máximo nivel.

Prosigamos leyendo los versículos 29 y 30:

"Y si tu ojo derecho te es ocasión de pecar, arráncalo y échalo de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecar, córtala y échala de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo vaya al infierno."

Resulta claro que El Señor no recomendaba la mutilación literal, sino más bien, que se erradicase la causa interna del delito o la ofensa. Debido a que un corazón lleno de lujuria puede incitar a cometer el mal, es el corazón el que debe cambiar. Resulta inútil crearte falsas ilusiones o perder el tiempo simulando que cumples la ley cuando verdaderamente no es así. Y sí, es una actitud de hipocresía el continuar congratulándonos por lo bien que lo hacemos y para que se reconozcan nuestros méritos mientras que, en realidad, estamos contaminados por el pecado, somos malos e indignos de ir al cielo. El Sermón del Monte debería conducirnos a la cruz de Cristo para clamar por misericordia.

Leamos los versículos 31 y 32:

"También se dijo: "Cualquiera que repudie a su mujer, que le de carta de divorcio. Pero yo os digo que todo el que repudia a su mujer, a no ser por causa de infidelidad, la hace cometer adulterio; y cualquiera que se casa con una mujer repudiada, comete adulterio."

Aquí el Señor establece los fundamentos para el divorcio. Si alguien se divorciase por motivos no citados en la Biblia, estaría desobedeciendo esta norma. Trataremos este Tema cuando lleguemos al capítulo 19.

Continuemos con los versículos 33, 34 y 37:

"También habéis oído que se dijo a los antepasados: No juraras falsamente, sino que cumplirás tus juramentos al Señor. Pero yo os digo: no juréis de ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios. Antes bien, sea vuestro hablar: Sí, sí o No, no; y lo que es más de esto, procede del mal."

El señor afirmó que los juramentos no eran necesarios. El simple hecho de hacerlos enfatizaba la maldad del corazón humano. La vida de un cristiano, al ser digno de confianza, debía ser suficiente para respaldar sus palabras.

Leamos los versículos 38 al 41:

"Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: no resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te abofetee en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Y al que quiera ponerte pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa. Y cualquiera que te obligue a ir una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que desee pedirte prestado no le vuelvas la espalda."

Estas disposiciones fueron dadas para proteger al inocente y garantizar que la retribución no rebasara la ofensa. Jesús señaló que, si bien la ley protegía los derechos del inocente, los justos, caracterizados por su humildad y carencia de egoísmo, no tenían que exigir sus derechos. En lugar de recurrir a la venganza, debían encomendar su caso al Señor. ¿Puedes llevar a la práctica estos principios, controlándote frente a estas actitudes? Recordemos cómo reaccionó el apóstol Pablo, en su segunda carta a Timoteo 4:14, hablando de alguien que le trató como a un enemigo: " . . . me hizo mucho daño; el Señor le retribuirá conforme a sus hechos".

Leamos los versículos 43 y 44:

"Habéis oído que se dijo: "Amaras a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen"

El Señor elevó la ley dada a Moisés al más alto nivel. En su reino, el enemigo ha de ser amado. El creyente hoy actúa de acuerdo con el principio de que tiene que amar a todos los creyentes, expresando su amor por sus enemigos por medio de la predicación del Evangelio, haciéndoles llegar el mensaje de la gracia salvadora de Dios.

El capítulo concluye con la declaración del versículo 48:

"Por tanto, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto."

La Biblia dice que no hay condenación para los que se han unido a Cristo por medio de la fe. La única forma de llegar a ser "perfectos", es decir, maduros, es a través de la fe en Cristo, ya que El nos atribuye su justicia. Comienza, entonces, el lento proceso de la santificación, en el cual Dios puede actuar --en la medida que se lo permitamos-- para adaptarnos a la imagen de Su Hijo. Esta debería ser la meta de cada creyente, ya que sería inútil tratar de alcanzar la perfección por nuestros esfuerzos personales.

Hemos visto en este capítulo que el Rey nos habló de la justicia que debe caracterizar a sus súbditos, que tiene que superar a la de los escribas y Fariseos, que era una justicia religiosa. Por ejemplo, como nos relató el Evangelista Juan en 3.1--8, Nicodemo era un personaje extraordinario, muy religioso e intachable. Pero el Señor le dijo: "Tienes que nacer de nuevo". Esa justicia superior que necesitamos, solo puede sernos atribuida por media de la confianza en Cristo.

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