Estudio bíblico de Mateo 8:1-17
Mateo 8:1-17
Tema: Jesús demostró que tenía el poder para imponer los principios éticos del Sermón del Monte.
Introducción
El capítulo anterior concluía el Sermón del Monte. Incluso los expositores Bíblicos de posiciones divergentes ante este discurso han reconocido que no existe una obra con principios éticos superiores a este Sermón.
Ahora surge la siguiente pregunta ¿Cómo se pueden llevar a la práctica tales principios? Para responderla, Mateo recopiló relatos de una serie de milagros que demostraban que Aquel que presentó la ética tenía también el poder para convertirla en realidad. Según el Evangelista Juan 15:5, el Señor nos advirtió claramente a los creyentes lo siguiente: "Separados de mí, nada podéis hacer". Desearía que pudiésemos recordar en todo momento esta verdad. Tú y yo, por nosotros mismos, no somos capaces de producir acciones o hechos aceptables para Dios. Cristo actúa hoy por medio del Espíritu Santo, a Quien envió al mundo para llevar a cabo, por intermedio nuestro, lo que a nosotros nos resulta imposible lograr.
Esta conclusión nos lleva a un punto importante: Mateo no estaba intentando dejarnos una biografía del Señor Jesús, ni colocar en orden cronológico la serie de eventos ocurridos durante Su ministerio. Más bien, nos hacía ver una tendencia en sus movimientos, que no debiéramos perder de vista. El Rey fue a un monte, expuso Su manifiesto, la ley del Reino, y luego descendió del monte, después de lo cual veremos los 12 milagros que realizó. De esta manera, demostró que cuando El reine sobre la tierra, tendrá el poder para imponer las leyes de Su reino.
Como he sugerido previamente, la versión que tenemos del Sermón del Monte es probablemente una edición resumida. Cuando el Señor reine tendremos la versión íntegra, que permitirá una plena realización práctica de esta obra.
En los capítulos 8 y 9 de este Evangelio el autor nos relató 12 milagros. Aunque no pretendía contarnos todos los milagros que ponían en evidencia el poder del Rey, nos presentó los que aquí tenemos, organizados de acuerdo a un orden lógico. Quisiera llamar tu atención sobre los detalles que confirman esta secuencia en los 6 milagros registrados en este capítulo:
1. Sanidad del leproso; el Señor le tocó. Esta fue una dolencia humana en su versión más grave.
2. Sanidad del siervo del centurión; fue realizada desde cierta distancia. El Señor no tuvo contacto físico con el enfermo.
3. Sanidad de la suegra de Pedro; El tocó su mano.
4. Expulsión de demonios; Jesús se introdujo en el reino de los espíritus.
5. Calma de los vientos y el mar; El actuó en la esfera de la naturaleza y demostró Su poder sobre las fuerzas naturales.
6. Expulsión de demonios de 2 endemoniados Gadarenos; fue un caso muy difícil en el reino de los espíritus.
El Rey actuó en estas diferentes áreas, y Mateo las enumeró sin seguir un orden cronológico, adoptando un orden lógico. Esto nos señala la tendencia de sus movimientos y acciones que destacábamos en el relato de este escritor.
Procedamos ahora a leer el texto, comenzando por el versículo 1:
Y cuando bajó del monte, grandes multitudes le seguían.
Observemos las grandes multitudes que se reunieron a su alrededor. El se encontraba en Capernaum, su centro de actividades, donde creo que debió realizarse el milagro que se mencionará a continuación. En cuanto al lugar dónde predicó el Sermón del Monte, hay diversas teorías y la localización no es importante. Lo fundamental es observar la gran cantidad de gente que le siguió al terminar su discurso y descender del monte. De ahí en adelante, el Rey que acababa de exponer los principios éticos demostró que era también capaz de actuar con poder entre los seres humanos, transformando sus vidas.
A veces escuchamos conferencias, aparentemente muy elocuentes e inspiradas, en las que el orador utiliza todos sus recursos para explicarnos lo que tendríamos que hacer. En estos casos, no puedo evitar echar de menos una buena explicación sobre cómo hacerlo, ya que esta es nuestra verdadera necesidad. Volviendo a nuestro texto vemos que, habiendo expuesto su ética, el Rey procedió a mostrar su poder. Leamos el versículo 2, que comienza a contarnos cómo
El Señor sanó a un leproso
"Y he aquí, se le acercó un leproso y se postró ante El, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme."
Observemos que el Señor descendió desde las alturas a las grandes profundidades. En la Biblia, la lepra simboliza al pecado; era la enfermedad más repugnante y se la consideraba incurable. Cuando el leproso se acercó a Jesús no le preguntó: "¿me limpiarás?" o. . . "¿puedes limpiarme?" Aquel hombre tenía fe y reconoció la autoridad de Cristo. En base a ello, simplemente dijo: "Si quieres, puedes limpiarme". Lo que pedimos a Dios, no siempre coincide con Su Voluntad. Pero si, en efecto, fuese Su Voluntad, El puede concederlo. Es sumamente importante que demos prioridad a la Voluntad de Dios. Puede que esto sea fácil para ti; a mí me resulta difícil poner en primer lugar a la Voluntad de Dios. A mi más bien me resulta más natural dirigirme a Dios de esta manera: "Señor yo quiero tal cosa, ¿me la darás?" En nuestro relato, el leproso en realidad dijo: "Señor, yo se que tu puedes, pero. . . ¿querrás hacerlo? ¿Es tu Voluntad hacerlo?"
Hoy en día hay personas que casi exigen a Dios que haga algo a su favor. Debiéramos dejar que El decida porque, de todas maneras, irá a suceder así. Continuemos con el versículo 3:
Y extendiendo Jesús la mano, lo tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra.
Si yo hubiese tocado al leproso, ¿qué habría sucedido? Bueno, podría haber contraído esa enfermedad y no le habría sanado. Observemos que ocurrió, porque, en primer lugar, Jesús le tocó.
¿Te has detenido a pensar que aquel hombre no solo tenía la dolencia física de la lepra, sino que también tenía un tremendo problema psicológico? No conocemos sus antecedentes. Quizás algún día notó como una mancha en la piel de su mano, lo achacó a su trabajo con el arado y le aplicó un remedio casero. En los días siguientes la coloración roja de la erupción aumentó y su preocupación también, y fue a ver a un sacerdote, quien le mantuvo aislado por 14 días. Al final de ese período el mal se había extendido y el sacerdote le confirmó que era lepra. De ahí en adelante no podría acercarse a los miembros de su familia, vería crecer a sus hijos de lejos y cuando alguien se le acercase, debía gritar: "¡inmundo, inmundo!" Ya no podría tocar a nadie, ni tampoco nadie podría tocarle. Hasta que llegó el encuentro con Jesús y pronunció aquellas palabras: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". ¿Y qué hizo Jesús? Le tocó. Aquel toque de Jesús fue lo mejor que podía sucederle. No solo le curó de su lepra sino que también les restauró a su familia humana y a la familia de Dios. Porqué inmediatamente se curó. Dice el versículo 4:
"Entonces Jesús le dijo: Mira, no se lo digas a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio a ellos."
En el relato que el Evangelista Marcos hace de este incidente, nos dice que aquel hombre estaba tan alborozado --y nadie podría culparle por ello-- que le comunicaba la buena noticia a todos. En consecuencia, las multitudes se agolparon y le presionaron tanto que se vio obligado a retirarse a lugares desiertos.
Pasemos al párrafo siguiente, en que
Jesús sanó al siervo de un centurión
Leamos los versículos 5 al 9:
"Y cuando entró Jesús en Capernaúm se le acercó un centurión suplicándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, sufriendo mucho. Y Jesús le dijo: Yo iré y lo sanaré. Pero el centurión respondió y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; mas solamente di la palabra y mi criado quedará sano. Porque yo también soy hombre bajo autoridad, con soldados a mis órdenes; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace."
Seguramente el centurión había oído de la curación del leproso. El no era judío y comandaba 6 centurias o compañías de la legión Romana, de 100 hombres cada una. El relato del Evangelista Lucas nos dice que aquel militar había edificado una sinagoga para los judíos. Y su siervo se encontraba gravemente enfermo. El centurión ocupaba una posición en la que reconocía la autoridad, pues vestía el uniforme del Imperio Romano y con su poder y autoridad impartía órdenes que sus soldados tenían que obedecer. El reconoció que Jesús tenía autoridad sobre las enfermedades físicas. Leamos el versículo 10:
"Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que en Israel no he hallado en nadie una fe tan grande."
Según el relato Bíblico, Jesús se maravilló en 2 ocasiones. Una de ellas fue a causa de la incredulidad de Israel y la otra fue ésta, ante la fe del centurión. Leamos los versículos 11 y 13:
"Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Entonces Jesús dijo al centurión: Vete; así como has creído, te sea hecho. Y el criado fue sanado en esa misma hora."
Es interesante esta mención de que vendrían del este y del oeste. O sea que Su mensaje llegaría a lejanas regiones del mundo para que mucha gente pudiese creer en El y participar en la reunión en el reino de los cielos, sentados a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob. Esta fue una declaración de grandes alcances.
Por supuesto, cada individuo tiene que depositar su fe personal en Cristo. Para la salvación, nadie puede alegar membresía en alguna iglesia, tradiciones familiares o el hecho de que sus padres sean cristianos.
Aunque aquel enfermo no estaba presente ante Jesús, le fe del centurión en el Señor hizo que aquel siervo se sanase. Hemos visto anteriormente que Jesús tocó a un leproso y éste se sanó. En este último caso que hemos leído, El sanó al siervo del centurión desde cierta distancia.
Consideraremos finalmente el tercer milagro, en el párrafo en que
Jesús sanó a la suegra de Pedro y a otros
Leamos los versículos 14 y 15:
"Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de éste que yacía en cama con fiebre. Le tocó la mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó y le servía. Aquella mujer estaba enferma con fiebre alta. El la tocó y la sanó. Hemos observado hasta ahora, 3 tipos de enfermedades. Una fue la lepra, que era incurable. Otra dolencia era una parálisis. En la tercera se trataba de una fiebre, una enfermedad más o menos temporal. La suegra de Pedro probablemente se habría curado con el tiempo, pero Jesús también la sanó a ella."
Leamos el versículo 16, para el relato del cuarto milagro, que ocurrió al atardecer.
"Y al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; y expulsó a los espíritus con su palabra, y sanó a todos los que estaban enfermos"
Aquí podemos observar el detalle de que le trajeron "muchos". No se mencionan casos aislados. Como ya he dicho, si examinamos el relato cuidadosamente, veremos que Mateo admitió que hubo, literalmente, miles de personas sanadas en aquel día; miles de ciegos que luego pudieron ver, de cojos que pidieron andar normalmente y de sordos que después pudieron oír. Por tal motivo, los enemigos de Jesús nunca cuestionaron si El había realizado milagros o no. En cambio, preguntaron cómo los había hecho.
Continuemos leyendo el último versículo de nuestro estudio de hoy, el 17:
"Para que se cumpliera lo que fue dicho por medio del profeta Isaías cuando dijo: El mismo tomo nuestras flaquezas y llevo nuestras enfermedades."
Esta cita pertenece al libro del profeta Isaías 53:4. Posiblemente este versículo sea utilizado por algunos que, en la actualidad, practican la sanidad por la fe. Ellos sostienen que la sanidad física estuvo incluida en la expiación. Y apoyan su posición en este versículo.
Retrocedamos por las páginas de la Biblia hasta el libro de Isaías para examinar esta cita Bíblica, porque yo creo que ella no autoriza en absoluto al movimiento de sanidad contemporáneo. Leamos en 53:4 y 5:
"Ciertamente El llevó nuestras enfermedades, y cargó nuestros dolores; con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Mas El herido fue por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre El, y por sus heridas hemos sido sanados."
¿De qué hemos sido sanados? Este pasaje de Isaías afirma claramente que fuimos sanados de nuestras transgresiones y maldades. Y el apóstol Pedro, en su primera carta, 2.24 dice.
"El mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por sus heridas fuisteis sanados."
¿Sanados de qué? Pedro afirmó claramente que estaba hablando del pecado. El profeta Isaías afirmó además, en 53:6,
"Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino; pero el Señor hizo que cayera sobre El la iniquidad de todos nosotros. "
Fueron tu iniquidad o maldad y la mía las que fueron colocadas sobre El en la cruz. Evidentemente, Isaías se estaba refiriendo al hecho de que Cristo se ocuparía de resolver el problema del pecado. Sostener que la sanidad está implícita en la expiación, no viene al caso. Porque la expiación incluye un cuerpo perfecto y glorificado, y yo aun no tengo el mío, ¿y tú? Además, por la expiación habrá una nueva tierra con la maldición eliminada, pero resulta obvio que aun no la tenemos. En esta época en la que Satanás todavía domina, no hay liberación de la enfermedad como un resultado imperativo de la expiación. ¿Por qué el apóstol Pablo aconsejó a Timoteo que tomase un poco de vino para su estómago? ¿Por qué no le instó a obtener su sanidad apoyándose en la expiación? ¿Por qué el apóstol Santiago en su libro, 5:13 al 15, no insistió en que los creyentes reclamasen la salud en base a la expiación, cuando les pidió que, en caso de enfermedad, llamasen a los ancianos de la iglesia para orar? ¿Por qué el apóstol Pablo no pidió la sanidad de la expiación cuando oró para ser liberado de una dolencia que sentía como una espina clavada en su cuerpo? Y hay más casos por el estilo; por ejemplo el de Epafrodito, mensajero del apóstol Pablo, que por su enfermedad estuvo a punto de morir.
Tenemos que enfrentarnos con la realidad de que no siempre será la voluntad de Dios sanar una enfermedad. Sin embargo, en algunas ocasiones, el quiere hacerlo. Y en vez de acudir a una reunión pública, ¿por qué no te diriges, en oración, directamente al Gran Médico, el Señor Jesucristo? Averigua si tu sanidad está incluida en Su Voluntad para ti. Esa es la sanidad divina en la que yo creo. En vez de acudir a un individuo que manifiesta tener tal poder, prefiero presentar mi caso al Gran Médico y decirle, como el leproso: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". Entonces, seamos o no sanados, El se llevará el mérito y la gloria que le pertenecen.
En nuestro próximo programa continuaremos estudiando el resto de los milagros de este capítulo 8.
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