Estudio bíblico de Josué 7:1-21
Josué 7:1-21
Continuando nuestro recorrido por el libro de Josué, llegamos hoy al capítulo siete. En este capítulo estudiaremos la "Derrota de los israelitas en Hai". Veremos también que "Josué se quejó y Dios le instruyó en cuanto a lo que debía hacer". "Acán confesó su pecado y él junto con todo lo que tenía fue destruido en el valle de Acor". El peor enemigo que usted tiene estimado oyente, es usted mismo. Él vive con la misma piel que usted. Usa la misma mente que usted usa para crear sus pensamientos destructivos. Usa las mismas manos suyas para realizar sus propios hechos y este enemigo le puede causar más daño que cualquier otro. Él es el obstáculo más grande que usted tiene en su vida cristiana diaria.
Ahora, hay dos factores que hacen que el tratar con este enemigo sea doblemente difícil. En primer lugar, no estamos dispuestos a reconocerlo e identificarlo como tal. Tenemos recelo de calificarlo como enemigo. El hecho es que a la mayoría de nosotros nos gusta este enemigo. El segundo problema, es que él está dentro de nosotros. Si solo saliera él para luchar como una persona normal, sería diferente. Pero no saldrá. No es que sea cobarde, sino que le es más fácil luchar desde su posición interna, desde adentro.
Naciones, ciudades e individuos, han sido destruidos por el enemigo de dentro. Encontramos en la historia antigua una narración auténtica, que por mucho tiempo fue clasificada dentro de la mitología, de que la ciudad de Troya resistió a los griegos por unos diez largos y angustiosos años. Por fin los griegos se fueron navegando y dejaron un caballo hecho de madera. Los ciudadanos de Troya introdujeron ese caballo dentro de sus puertas, y esto fue precisamente lo que causó la ruina y la destrucción de Troya, porque había soldados griegos dentro del caballo. Al apartar nosotros nuestra mirada de los antiguos campos de batalla y fijarla en los campos de la guerra espiritual, enseguida hallamos mucha evidencia de que las iglesias son destruidas desde dentro y no por las fuerzas externas.
El Señor Jesucristo, al escribir a las siete Iglesias de Asia Menor, les hizo ciertas advertencias. Sin embargo, ninguna de las Iglesias recibió una advertencia en cuanto al enemigo exterior. El Señor dijo en Apocalipsis capítulo 2, versículos 14 y 15: ". . . Mantienes ahí algunos que sostienen la doctrina de Balaam. . . Así tú también mantienes algunos que sostienen la doctrina de los nicolaítas", según la Biblia de Jerusalén. Y luego en el versículo 20 de este mismo capítulo 2 de Apocalipsis dice: "Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos". En realidad Cristo dijo a estas Iglesias: "Vosotros tenéis algo dentro que resultará en vuestra propia destrucción."
La deslealtad y la infidelidad en la Iglesia hoy en día, dañan la causa de Dios más que cualquier enemigo que esté fuera de ella. Al diablo, al enemigo de Dios, sólo le es posible dañar a las Iglesias desde dentro, y no desde afuera. Luego es posible que un individuo sea también destruido desde dentro de sí mismo.
Alejandro Magno probablemente fue el genio militar más grande que jamás haya marchado encabezando sus ejércitos, a través de las páginas de la historia. Nunca ha habido alguien como él. Antes de llegar a la edad de treinta y cinco años, había ya conquistado al mundo conocido. Sin embargo, murió siendo un borracho. Fíjese usted, había conquistado al mundo, pero no le fue posible conquistar a Alejandro Magno mismo. Había un enemigo dentro que le destruyó a él.
La única batalla que los hijos de Israel perdieron al tomar posesión de la tierra prometida, fue una batalla en la cual la derrota vino, no desde fuera, sino desde dentro. Cuando los israelitas entraron en la tierra prometida, no había muchos enemigos, sino tres notables y sobresalientes enemigos que les estorbaban. Esos tres enemigos prefiguran los tres enemigos que la cristiandad tiene hoy en día.
Ahora, considere usted a Israel y a sus enemigos, los cuales eran Jericó, Hai, y los gabaonitas. Los tres enemigos de Israel evitaron que los israelitas disfrutaran y tomaran posesión de la tierra prometida. La tierra estaba allí. Dios les había dicho que era de ellos. Dios les había dado el título de propiedad cuando dijo a Josué allá en el capítulo 1 de este libro, versículo 3: "Os doy todo lugar que sea hollado por la planta de vuestros pies, según declaré a Moisés". Dios trataba de decirles: "Es vuestra, entrad, tomad posesión de ella y disfrutad de lo que tomáis."
¡Qué lección es esa hoy en día, para nosotros! A este pueblo le fue dada una tierra extensa, y aun en sus mejores tiempos sólo ocuparon una pequeña parte de ella.
A los cristianos les ha sido dada toda bendición espiritual. Pero, ¿de cuántas de estas bendiciones, hermano que me escucha, disfruta usted hoy en día? ¿Cuántas realmente son suyas? Usted tiene derecho a ellas. Tiene el título de propiedad de ellas. Pero, ¿ha tomado posesión de ellas y está usted disfrutando de estas bendiciones como Él anhelaba que usted las disfrutara? Piense en los muchos cristianos que son bendecidos con toda bendición espiritual, y sin embargo, viven como si fueran pobres espiritualmente.
Dios las ha puesto a nuestra disposición, pero nosotros tenemos que apropiárnoslas. Dios nos las ha asignado, pero si las vamos a disfrutar, hay batallas que tenemos que librar y victorias que ganar. El hecho es que la epístola a los Efesios termina con el ruido de choque de armaduras y el sonido de la batalla, y con el llamamiento a vestirnos de toda la armadura de Dios para luchar contra las fuerzas espirituales que se enfrentan al cristiano.
Aquí en el capítulo 7 de Josué y también en el capítulo 8, la derrota y la victoria en la ciudad de Hai representan la naturaleza vieja en el creyente, controlada por las pasiones humanas... El pecado de Acán fue el pecado de Israel, en el campamento mismo. Ahora, los pasos en los pecados de la carne son, según los expresó Acán en el versículo 21 de este capítulo 7:
Primero, vi, o sea el paso físico:
En segundo lugar, codicié, o sea el paso mental;
Y por último, tomé, o sea el paso volitivo o voluntario, la acción misma.
Y no puede haber ninguna liberación estimado oyente, hasta que el pecado sea tratado y juzgado en la vida de un creyente. Comencemos pues nuestro estudio de este capítulo 7 de Josué, considerando el "Pecado de Acán". "La ira del Señor". "Y la consecuente derrota de Israel en Hai". Leamos el primer versículo de este capítulo 7 de Josué:
"Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación en cuanto al anatema; porque Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó del anatema; y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel."
Este versículo nos dice que los hijos de Israel cometieron una prevaricación, pero fue solo un hombre, Acán, el que cometió el pecado. Sin embargo, la nación entera se vio afectada y tuvo que sufrir a causa de lo que Acán había hecho. Esto es interesante porque muchos se sitúan fuera y desde allí critican a la Iglesia. Hablan en cuanto al fracaso de la Iglesia y en cuanto a su apostasía. Yo mismo la critico un poco. Pero estimado oyente, hablar acerca de la Iglesia como miembro, es una cosa, pero quedarse allí afuera hablando y sin hacer nada, es otra cosa. Si la Iglesia está fallando y si se encuentra en una condición de apostasía, y a la verdad, muchos cristianos se encuentran en tal condición; entonces estimado oyente, usted y yo estamos implicados con ella siendo miembros de la iglesia. Si un miembro sufre, luego todos sufren. Como dice el apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios, capítulo 12, versículo 26. Dice el apóstol: "De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se alegran". Volviendo ahora al capítulo 7 de Josué, leamos los versículos 2 y 3:
"Después Josué envió hombres desde Jericó a Hai, que estaba junto a Bet-avén hacia el oriente de Bet-el; y les habló diciendo: Subid y reconoced la tierra. Y ellos subieron y reconocieron a Hai. Y volviendo a Josué, le dijeron: No suba todo el pueblo, sino suban como dos mil o tres mil hombres, y tomarán a Hai; no fatigues a todo el pueblo yendo allí, porque son pocos."
Los hijos de Israel pues, se sentían muy emocionados de haber ganado una victoria. Habían vencido a Jericó. En realidad fue la victoria de Dios, pero después de poco tiempo, los israelitas creyeron que habían sido de ellos. Josué envió a algunos hombres a que reconocieran a Hai. Y después de examinar la ciudad con mucho cuidado, dijeron: "Hai no es nada comparada con Jericó". Hai era pequeña y no parecía tener gran importancia estratégica. Muchos cristianos tienen éxito en vencer a los valores e ideas del sistema del mundo, y creen que han vencido a su naturaleza humana también, cuando en realidad no la han sometido todavía. Continuemos ahora leyendo los versículos 4 y 5 de este capítulo 7 de Josué:
"Y subieron allá del pueblo como tres mil hombres, los cuales huyeron delante de los de Hai. Y los de Hai mataron de ellos a unos treinta y seis hombres, y los siguieron desde la puerta hasta Sebarim, y los derrotaron en la bajada; por lo cual el corazón del pueblo desfalleció y vino a ser como agua."
Los israelitas fueron derrotados por los hombres de Hai. Fueron derrotados por lo que aquella ciudad simboliza, es decir, por la naturaleza controlada por el pecado. Habían salido victoriosos en Jericó porque habían obedecido las órdenes de Dios. Pero fallaron en Hai porque no siguieron las instrucciones de Dios. Y estimado oyente, no se pueden usar las mismas tácticas para vencer la naturaleza humana, que las que se usan para vencer al sistema mundano. Los israelitas no se dieron cuenta de su propia debilidad. El apóstol Pablo sabía que él era débil cuando dijo en su carta a los Romanos, capítulo 7, versículo 18: "Y yo sé que en mí, esto es, en mi débil condición humana, no habita el bien; por eso, aunque tengo el deseo de hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo". ¿Ha notado usted oyente cristiano, que no tiene fuerza ni poder dentro de usted mismo, frente a su carácter o personalidad? A usted no le es posible vivir la vida cristiana, y Dios nunca le pidió que la viviera. Dios mismo quiere vivir la vida cristiana a través de usted. En el capítulo 7 de la carta del apóstol Pablo a los Romanos, la que acabamos de citar, el apóstol descubrió que no había ningún bien en su vieja naturaleza. También descubrió que no había ningún poder en su nueva naturaleza. La nueva naturaleza quiere vivir para Dios, pero no tiene el poder para hacerlo. En el capítulo 8 de esa carta a los Romanos, se nos presenta al Espíritu Santo de Dios. Y es sólo cuando somos llenos del Espíritu Santo de Dios, es decir, cuando estamos controlados por Él, que podemos vivir la verdadera vida cristiana. Continuemos ahora con los versículos 6 y 7 de este capítulo 7 de Josué:
"Entonces Josué rompió sus vestidos, y se postró en tierra sobre su rostro delante del arca de Jehová hasta caer la tarde, él y los ancianos de Israel; y echaron polvo sobre sus cabezas. Y Josué dijo: ¡Ah, Señor Jehová! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos en las manos de los amorreos, para que nos destruyan? ¡Ojalá nos hubiéramos quedado al otro lado del Jordán!"
Ya hemos escuchado cantar esta canción antes. Josué estaba entonando una canción de melancolía. Aprendió la letra en el desierto con los hijos de Israel. Josué no había cantado esta canción en el desierto, pero en esta ocasión sí la entonó. No podía entender por qué había perdido la batalla. Por tanto, rasgó sus ropas para expresar su angustia y clamó a Dios. Continuemos con la lectura. versículos 8 y 9 de este capítulo 7 de Josué:
"¡Ay, Señor! ¿qué diré, ya que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos? Porque los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tu grande nombre?"
Y escuche lo que el Señor le respondió, refiriéndose al aspecto esencial de este asunto. Leamos el versículo 10:
"Y Jehová dijo a Josué: Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro?"
Dios le dijo a Josué que se levantara y que dejara de llorar y de echarse polvo sobre la cabeza. Hay cristianos que pasan mucho tiempo llorando delante del Señor. A Josué el Señor le dijo que esto no servía para nada provechoso. No era la solución. Había que ir a la raíz del problema. Y luego le dijo aquí en el versículo 11:
"Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres."
Josué no sabía que Israel había pecado. No tenía el discernimiento espiritual que tendría la iglesia primitiva. Recordemos que cuando Ananías y Safira mintieron en cuanto a su propiedad, en el capítulo 6 del libro de los Hechos de los apóstoles, el Espíritu Santo lo descubrió inmediatamente. La iglesia cristiana primitiva era sensible en cuanto al pecado. Pero Josué no fue sensible en cuanto al pecado, y tampoco lo fue Israel. Y Dios le dijo a Josué que había pecado en el campamento y que tendría que juzgarlo. Pasemos ahora al versículo 14
"Os acercaréis, pues, mañana por vuestras tribus; y la tribu que Jehová tomare, se acercará por sus familias; y la familia que Jehová tomare, se acercará por sus casas; y la casa que Jehová tomare, se acercará por los varones"
La tribu de Judá y la familia de Zera resultaron ser culpables. Pasemos entonces al versículo 18:
"Hizo acercar su casa por los varones, y fue tomado Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá."
Israel tenía que pasar por este proceso largo para poder encontrar al culpable. Fue difícil para ellos distinguir la maldad en el campamento, y parece ser difícil para nosotros también, discernir la maldad dentro y fuera de los círculos cristianos. Los cristianos normalmente ven la maldad fuera de su ámbito, en el contexto secular. Pero les resulta difícil ver el pecado en sí mismos, en su familia o en su comunidad cristiana en su familia ni en la iglesia. Continuemos con los versículos 19 al 21 de este capítulo 7 de Josué:
"Entonces Josué dijo a Acán: Hijo mío, da gloria a Jehová el Dios de Israel, y dale alabanza, y declárame ahora lo que has hecho; no me lo encubras. Y Acán respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y así y así he hecho. Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello."
Observemos los pasos sucesivos del pecado de Acán. Vio, codició y tomó. Estos son los pasos del pecado de nuestra débil condición humana. El chisme, la calumnia, la crítica, la envidia, y los celos; todos son pecados de nuestra naturaleza humana... Causan conflictos y dificultades. Vamos a considerar la crítica, por ejemplo. Vigoriza nuestro ego. Llama la atención hacia uno mismo. Hace que usted se vea como superior a la persona a quien está criticando. El viejo pecado de la naturaleza humana continúa siendo: ve, codicia, y luego toma.
¿Qué hizo Acán cuando Josué le confrontó con su acción? Bueno, confesó su pecado, lo expuso. Ahora, en cuanto a los creyentes hoy, ¿cómo vamos a doblegar a nuestra débil naturaleza humana? Bueno, tenemos que tratar directamente el pecado en nuestras vidas. Para poder vencer a la frágil condición humana, estimado oyente, el creyente tiene que confesar su pecado. De otra manera, no puede haber ninguna comunión con Dios.
Seguramente deseamos tener ese compañerismo con Dios, y queremos estar controlados por el Espíritu Santo para poder agradar a Dios y servirle. Ahora, ¿cómo vamos a hacer para tener esa relación de compañerismo con Dios? ¿Cómo podremos ver actuar al poder de Dios en nuestra vida? El apóstol Juan en su primera carta, capítulo 1, versículos 5 y 6 nos dijo: "Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad". Estimado oyente, usted no engaña a nadie cuando afirma tener comunión con Dios y, sin embargo, está controlado por un pecado, por algo que Dios desaprueba. En ese caso, usted no está teniendo una relación de compañerismo con Dios y lo sabe. Escuche lo que dijo el apóstol Juan en su primera carta, capítulo 1, en el versículo 8. Dijo Juan: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros". Pero, ¿que hemos de hacer? Dijo además el apóstol Juan en esta primera carta, capítulo 1, versículo 9: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad."
Estimado oyente, usted no puede hacer descender a Dios a su nivel, ni tampoco puede elevarse al nivel de Dios. Por tanto, tiene que mantener abierta la línea de comunicación entre usted y Dios. Y la única manera en que usted puede hacer eso, es confesando su pecado. Y el apóstol Juan añadió en el versículo 10 de este mismo capítulo: Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso y su palabra no está en nosotros. Evidentemente, este es un lenguaje fuerte. Dios enfatiza que si afirmamos que no tenemos pecado, estamos mintiendo. Y yo creo que Él es exacto en su valoración. Y, ¿qué haremos al respecto? Pues, tenemos que confesar nuestros pecados.
¿Y cómo haremos esto? La verdadera confesión no se ocupa de generalidades. Debemos expresarlo sencilla pero detalladamente, como hizo Acán, refiriéndose a su pecado: "Lo vi, lo codicié y lo tomé". Debemos decirle a Dios todo lo que hay en nuestro corazón, abrirlo de par en par ante Su presencia. Será mejor hacerlo así, porque Él ya sabe todo lo que hemos hecho.
A veces, algún creyente ora de esta manera: "Señor, si he pecado, si en algo te he fallado, perdóname". Otro cristiano escuchó esta oración y le preguntó al primero: Cuando usted ora, ¿siempre dice "y si en algo te he fallado"? ¿Acaso no sabe si ha pecado o no? "Bueno", contestó el otro, "me imagino que sí lo sé". Es asombrosa nuestra tendencia a irnos por las ramas en nuestras oraciones. Vaya usted a Dios y cuénteselo todo. Ésta es la verdadera confesión. Sin esta confesión, no puede haber ningún gozo, ni poder espiritual, ni victoria en su vida.
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