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Estudio bíblico: La armadura de Dios - Efesios 6:10-24

Autor: Ernestro Trenchard
Reino Unido
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La armadura de Dios (Efesios 6:10-24)

Consideraciones preliminares

Una vez que la amplia gama de responsabilidades prácticas que corresponden a cada creyente en el Plan de Dios ha sido desplegada ante sus lectores, el apóstol se dispone a poner término a su carta mediante una sentida exhortación, a fin de que echen mano de los recursos divinos para llevar a cabo su cometido. Es verdad que sus deberes son imponentes, pero pueden contar con el poder espiritual necesario para hacerles frente, a pesar de toda la oposición furiosa del enemigo. Tal acción resuelta, juntamente con la oración en todo y para todos, permitirá que el Señor abra puertas para la extensión de su Evangelio, no sólo entre ellos en Asia, sino en Roma y dondequiera que vayan los embajadores de la Cruz.
Ni que decir tiene que el pasaje que tenemos delante, en especial los versículos 10 al 20, es importantísimo en el conjunto de la revelación bíblica. Nos recuerda sobre todo que sólo podemos comprender la realidad de las cosas que pasan en el mundo y nuestra situación en relación con ellas, si la vemos como Dios la ve, es decir, desde el punto de vista de la verdad revelada, no dejándonos engañar por las apariencias externas, que no corresponden a la realidad espiritual que se oculta detrás. Porque allí, agazapadas al otro lado de la fachada exterior, se encuentran las potencias invisibles del mal que han declarado la guerra a Dios y a los suyos y no cejan en su empeño de destruir y desbaratar cuanto puedan para que los propósitos salvíficos de Dios y su Mesías no se cumplan. Y si el creyente se deja llevar por las apariencias, por "lo visible" (2 Co 5:7,12), creyendo que es ahí donde reside la realidad, no podrá hacer frente nunca al verdadero enemigo; primero, porque se equivocará de objetivo, y segundo, porque echará mano de recursos humanos que no le pueden servir para la lucha espiritual. Es preciso, pues, que conozca bien el carácter y los métodos del enemigo, amén de los recursos necesarios para vencerle, que es lo que el apóstol nos da aquí (2 Co 10:4). Sólo así podrá contribuir de forma eficaz a la realización del Plan divino.
En varias ocasiones en el curso de su exposición, Pablo les ha advertido en términos generales acerca de las actividades de las fuerzas del mal (Ef 1:21) (Ef 2:2) (Ef 3:10) (Ef 4:27), pero ahora delata la naturaleza encarnizada de la lucha en la que han de estar empeñados los creyentes, a fin de que se provean de las únicas armas capaces de resistir y vencer al enemigo. Antes, ha empleado la metáfora del andar, pero ahora es un estar firmes que se necesita, una resistencia férrea frente a los embates del maligno y sus huestes.
Alguien ha dicho que la batalla de la fe no consiste en conquistar una posición defendida por el enemigo, sino defender una plaza que ya le fue arrebatada por nuestro gran Capitán en la magna batalla del Calvario, donde venció al "hombre fuerte armado" y le despojó de sus bienes (Lc 11:21-22) (Col 2:15). Sin embargo, la lucha espiritual participa tanto del primer aspecto como del segundo: es una defensa de algo que potencialmente ya pertenece a Cristo, pero también es una ofensiva general en la que los soldados de la Cruz invaden el territorio usurpado por el adversario y en Nombre de su Señor arrebatan las almas que aquél ha apresado (Mt 16:18).
Los dos aspectos se ven también en la naturaleza de las armas de que dispone el creyente. La armadura completa es para defenderse, pero la espada del Espíritu sirve también para atacar al enemigo. Así que el énfasis sobre "estar firmes", como veremos más abajo, no implica pasividad, sino resistencia y firmeza en proseguir con el ataque que Cristo dirige contra las huestes malignas. Como muy bien ha escrito W. Hendriksen, el cuadro total que tenemos delante no es el de la defensa de una fortaleza que espera pasivamente el ataque enemigo, sino el de una formación de infantería bien pertrechada y organizada, que avanza en campo abierto para chocar con el ejército opuesto que viene en su contra. La lucha es un tremendo "encontronazo", pues, entre dos fuerzas que disputan el mismo territorio: la humanidad creada por Dios que ha caído en las garras de Satanás y sus secuaces, pero que puede ser rescatada para Dios por Cristo y los suyos, ya que a él pertenece por derecho propio, no sólo porque la creó, sino porque ha provisto para su redención.
El pasaje se divide de forma muy natural en tres partes: a) los versículos 10-13, en los que el apóstol exhorta a sus lectores a ponerse la armadura provista en vista del carácter y los métodos del enemigo; b) los versículos 14-17, donde se describen las armas en detalle; y c) los versículos 18-20, en los que habla del alcance y de los objetivos de la oración, mediante la cual el soldado cristiano se mantiene en contacto vital con el poder y la guía que emanan de su Capitán para poder pelear con éxito. Claro está, a la vez, cada una de estas secciones se subdivide en otros apartados, los cuales consideraremos más abajo.
Pero queda otra cosa por dilucidar: el significado de la palabra traducida "Por lo demás..." (RVR60), o "Finalmente...", "Para concluir..." (B.L.A.), "En adelante..." (V.H.A.), con que Pablo encabeza el pasaje. En vista de la variedad de interpretaciones, muchos expositores se han preguntado: ¿A qué corresponde aquí esta palabra? ¿Quiere decir sencillamente Pablo que ya ha dicho lo más importante y que se dispone a poner fin a su escrito? ¿O que hay una última cosa —entre tantas otras que ha escrito— que desea recordarles, o que había olvidado antes? Creemos que la sugerencia del Dr. Martyn Lloyd Jones es la más acertada: que la frase recoge todo lo que se ha dicho, tanto acerca de los inmensos recursos espirituales disponibles a los creyentes por medio de su posición en Cristo, como de las responsabilidades prácticas contraídas. El apóstol les insta a hacerlo todo una realidad en su vida y servicio, pese a la fuerza de la oposición que tienen en contra, quedando mejor plasmada la fuerza de la frase, pues, cuando se traduce "Por lo tanto, de ahora en adelante...", o algo así. De esta manera se subrayan los dos aspectos de la magnitud de la bendición que el creyente tiene para su pleno disfrute, y la correspondiente gracia que comporta para acometer urgente y decididamente la tarea encomendada en un ambiente de suma hostilidad.

El poder para la realización del Plan (Ef 6:10-11,13)

1. La potencia interior
El tema del poder divino ha surgido una y otra vez en el curso de la exposición. En (Ef 1:9) el apóstol reveló la fuente de este poder: la Resurrección de Cristo; en (Ef 3:7), se refirió a su cauce o medio, la gracia divina, mientras que en el (Ef 3:14) contemplamos su base de operaciones en la tierra (el corazón humano o personalidad redimida). Los textos (Ef 3:17,19) nos hicieron ver el resultado de este poder divino: la morada de Cristo en el corazón por su Espíritu, que lo fortalece y transforma llevándole a disfrutar de la plenitud de Dios en la medida de su entrega a él. Aquí, se enfatiza más bien la finalidad del poder de Dios en relación con la estancia del creyente en la tierra, o sea, la proclamación del Plan de la redención a todos los hombres, como también su modo de apropiarse, que es la fe o confianza en el Dios que ha puesto tales recursos a su disposición. "Fortalecerse en el Señor", "vestirse de toda la armadura de Dios", pues, son exhortaciones a apropiar por la fe los recursos abundantes de poder espiritual que Dios provee para sus hijos en Cristo. Encontramos exhortaciones similares en (1 Co 16:13) (2 Ti 2:1) (Ef 3:16).
Pero, ¿qué es exactamente poder espiritual? Básicamente, el concepto abarca el derecho o autoridad de hacer cierta cosa en nombre de un superior, juntamente con la facultad o capacidad de llevarlo a la práctica. Es decir, derecho (teoría) y facultad (práctica) se funden, actuando el subordinado en el lugar del superior, como si éste mismo lo llevase a cabo. La policía de un estado tiene tanto la autoridad de su gobierno para velar por el cumplimiento de las leyes del orden público, como la facultad necesaria y complementaria para apresar a los que delinquen, llevarles a la cárcel y entregarles al poder judicial, etc. Y el poder que el Señor confiere a los suyos participa de ambos aspectos, a fin de que puedan derrotar al enemigo y cumplir los propósitos divinos de "reunir todas las cosas en Cristo" (Ef 1:10). Nótese también cómo, de forma parecida a (Ef 1:19), Pablo echa mano de distintas palabras que subrayan la grandeza y la fuerza de los recursos que manan del Resucitado.
Ahora bien, aunque el poder ya está a disposición del creyente, se requiere todo un proceso para su apropiación práctica, lo que queda reflejado por el modo pasivo del verbo empleado por Pablo: "Dejaos llenar (o, "dejar que se os llene") de poder". Como en el caso de las distintas piezas de la panoplia que se describe a continuación, todo está "en el Señor", o, dicho de otra manera, ÉL mismo es el poder y la armadura con los que Dios fortalece a los suyos (Ro 13:14). Nuestra posición en Él nos reviste y nos llena, potencialmente, de todo lo que Él es; como dice el apóstol en Colosenses, la epístola "gemela" de ésta, "somos completos" en Cristo, llenos de su plenitud, y esto de forma práctica (Col 2:9-10) (Col 4:13). No hay nada que nos puede condenar ni vencer ni separar de la presencia divina porque en Él "somos más que vencedores" (Ro 8:28-39), pero hace falta que el creyente actúe por la fe para llevar esto a la práctica aquí y ahora (Hch 9:22) (Ro 4:20) (2 Ti 2:1).
2. La armadura completa
Volveremos sobre esto más abajo al considerar cada pieza por separado; basta notar aquí que el imperativo del original, "Vestíos...", indica una actitud resuelta de tomar y colocarse la protección provista. Casi podemos imaginar la escena que contemplaba Pablo diariamente, al aproximarse la hora de relevo del guardia que le custodiaba. El de turno probablemente se había quitado parte de su armadura para estar más cómodo durante las largas horas de su vigilia (cuatro por lo menos, o quizá seis), pero ahora vuelve a colocarse las piezas de nuevo: primero, el cinturón, luego la coraza, las botas o sandalias —según el regimiento que fuese—, la espada en su vaina, el casco y por fin el escudo, para así estar listo para la inspección reglamentaria y la vuelta al cuartel. No estaría en condiciones para marcharse —ni mucho menos para hacer frente a un enemigo— hasta vestirse de toda la armadura.
Por supuesto, no queremos dar a entender que creemos que toda la complicada metáfora le vino al apóstol sólo por esta experiencia en la cárcel. Tanto antes como después de escribir Efesios usó metáforas militares con frecuencia (1 Ts 5:8) (Ro 16:7) (2 Co 10:4) (Fil 2:25) (Col 4:10) (Flm 1:2,23) (1 Ti 6:12) (2 Ti 2:3) (2 Ti 4:7), que seguramente le habrían sido sugeridas por las muchas figuras parecidas en el Antiguo Testamento. Con todo, es probable que esta larga estancia en prisiones le deparaba más oportunidades para profundizar en las preciosas lecciones espirituales que estas escenas le sugerían y poder traspasar a los lectores el resultado de sus meditaciones, que tan a mano venían para rematar todo lo que el Señor le había dado para ellos.

El enemigo (Ef 6:11-13,16)

Su naturaleza y meta, principal. Aunque Pablo había mencionado antes brevemente al enemigo y sus actividades, es ahora cuando describe su obra y sus secuaces con algo más de detalle. Las palabras "principados, potestades, gobernadores" nos recuerdan distintas facetas de aquellas jerarquías angelicales, tanto las satánicas como las que sirven a Dios, del libro de Daniel (Dn 9:21) (Dn 10:13,20-21) (Dn 11:1) (Dn 12:1), dando a entender la existencia de toda una organización de maldad con sus variados rangos y esferas de dominio espiritual. La primera palabra sugiere sus esferas o "territorios"; la segunda, su autoridad y poder, delegados del "príncipe de este mundo"; la tercera, su compenetración y colaboración para dominar a cuanto puedan en nombre de su tenebroso jefe, oponiéndose resueltamente al avance del reino de Dios.
La descripción de su caudillo como "el diablo" y "el maligno" recuerda que su propósito principal es destruir la obra de Dios dónde y cómo pueda; lleno de odio y de maldad, se opone por sistema a cuanto Dios es y hace, procurando estropearlo todo. Dondequiera que hay pecado, con su triste secuela de violencia, crueldad, injusticia, vicio, corrupción y, muerte, se advierten las huellas de sus garras sucias, que abren llagas e inyectan "infección" en la carne de la humanidad doliente.
Su esfera. Notamos que es "de las tinieblas" y "en lugares celestiales". El que sea tenebrosa se refiere a su falta de luz moral, de verdad; no sólo está edificada sobre la mentira, engañando y desorientando a los hombres, sino a la vez experimenta de lleno su propia trampa. Cristo dijo acerca de Satanás que no había verdad en él (Jn 8:44): calificativo estremecedor que nos revela la siniestra realidad del "dios de este siglo" (2 Co 4:4). Al parecer, Satanás quiso ser como Dios y crear por su cuenta, en independencia del que le creó, pero su única "obra" ha sido lo opuesto a cuanto hizo y es el Creador, es decir, la mentira, o "anticreación", de la que es "padre", como indicó Cristo. Así lo único que puede hacer es negativo; confundir, destruir, pero nunca desarrollar positivamente a nada ni a nadie, porque esto sería rendirse a Dios y colaborar voluntariamente con Él.
De la mentira ha conseguido levantar todo un imponente edificio de ficción, que las Escrituras denominan "este presente siglo malo", o "el mundo" (en sentido peyorativo), el cual, por ser suyo, por haber acatado sus directrices, "yace en el maligno" (1 Jn 5:19). Esta esfera maligna que sigue a su "creador" se opone rotundamente por lo tanto a las normas santas del reino de Dios, hallándose en lucha continua con él. Es de este siglo y esfera malos que el creyente ha sido liberado por el poder de Cristo desplegado en la Cruz y la Resurrección, pero todavía es propenso a dejarse engañar de nuevo. De ahí la importancia de las advertencias apostólicas.
En cuanto a la frase "en lugares celestiales", ya la comentamos en (Ef 1:3). Pero hemos de recordar que su significado varía algo según el contexto. Aquí se refiere a la esfera supraterrena, "el aire" (Ef 2:2), donde operan las huestes malignas, pero no al cielo de Dios, aunque evidentemente el diablo tiene acceso a él también (Job 1-2). Compárense de nuevo las referencias dadas, con (Ef 1:20) (Ef 2:6) (Ef 3:10).
Sus métodos y oportunismo. Satanás es, pues, un espíritu poderoso que procura dominar y manejar a cuanto y cuantos le rodean, tanto las huestes tenebrosas que le siguen abyectamente, como los seres de carne y sangre que caen en su poder. Su arma principal, como hemos visto, es la mentira; su método predilecto, engañar. Frente a Dios, procura acusar a los siervos suyos, sugiriendo que no le aman o que sus móviles son indignos —como hizo en el caso de Job (Ap 12:9-10)—, mientras que frente a los hombres, ingenia su caída en el pecado mediante "asechanzas", "lazos" (o enredos), "artimañas", etc. (Ef 4:14) (2 Ti 2:26). Quiere por encima de todo hacer prevalecer su voluntad sobre la de Dios, creyendo que así demuestra que es más poderoso que el Altísimo, pero al hacerlo cae en su propia trampa y se engaña a sí mismo, por lo que "anda en tinieblas" como todas sus presas.
A veces el diablo mezcla el error con la verdad para despistar o hacer dudar o desconfiar a los hombres (Gn 3:4,5,27); en otras ocasiones cita mal o parcialmente las Escrituras, sacándolas de su contexto para lograr sus propios fines (Mt 4:6), o "da gato por liebre", vistiéndose de "ángel de luz" (2 Co 11:14). 0, como hizo con el Señor en la Tentación, sugiere sutilmente que el objetivo final deseado puede realizarse por medios incorrectos. Mas abajo, consideraremos otro método suyo.
Su oportunismo se nota brevemente en las dos frases "el día malo" y "los dardos de fuego" (Ef 6:13,16). La primera no es igual a la de (Ef 5:16) ("los días son malos"), aunque relacionada con ella; ésta enfatiza que cada día, como dijo el Señor en el Sermón del Monte (Mt 6:34), trae su propia carga de adversidad y afán, por lo que se impone una vigilancia constante para redimir el tiempo, mientras que en (Ef 6:13) la idea principal es que algunos días —o períodos de tiempo (no hace falta pensar necesariamente sólo en días de veinticuatro horas)— son peores que otros, prestándose por lo tanto a tentaciones más fáciles por parte del enemigo. Es posible que Pablo tomó la frase de los Salmos (Sal 41:2) (Sal 49:5), cuyo contexto indica claramente momentos especiales de presión o prueba que el diablo aprovecha para tentar a los hijos de Dios, pero de los que el Señor puede librar a cuantos confíen en Él (1 Co 10:13).
Los "dardos de fuego" (Ef 6:16) no son empleados por el maligno sólo en el "día malo", siendo una de sus tácticas preferidas en todo tiempo, pero son ataques muy apropiados para tales momentos difíciles. Satanás, "cual león rugiente, anda alrededor, buscando a quien devore" (1 P 5:7), y por medio de este constante acecho suyo, llega a conocer muy bien nuestros puntos flacos y momentos de debilidad, lanzando. estos "ataques sorpresa" para intentar hacer tambalear la fe del creyente y desviarle de la senda de la voluntad divina.
La figura es muy gráfica; Pablo se refiere a una de las armas tácticas de los ejércitos de la antigüedad que mejor podía sembrar pánico en las filas enemigas. Los romanos, con su habitual destreza militar, habían logrado resolver este problema en gran parte mediante la provisión para sus infantes de unos escudos grandes cubiertos de piel gruesa que eran impermeables al fuego, anulando con ello en buena parte la eficacia de estas flechas incendiarias, y ésta es la lección espiritual principal que Pablo quiere que saquen sus lectores.
¿A qué se refiere exactamente, pues, "los dardos de fuego"? Por la misma naturaleza de la figura, comprendemos que se trata de ataques por sorpresa, muy dañinos, que pueden penetrar las defensas del creyente en momentos de descuido, de duda, temor o desaliento, causados igualmente en momentos de crisis o presión, o aun de euforia espiritual por alguna victoria o bendición grande que acaba de pasar. Tanto el orgullo, como la depresión, constituyen ocasiones muy oportunas para lanzar un dardo maligno, y Satanás gana unas victorias "relámpago" de este modo (1 R 19:1-18) (Mt 26:33-35,56-58,69). De repente aparece en nuestro horizonte mental un pensamiento blasfemo o sucio, o una ráfaga de odio o envidia, que distrae la atención e introduce un elemento perturbador que nos quita el sosiego y la paz interior. Si logra su objetivo, el "dardo" puede prender fuego en nuestra naturaleza caída y llegar a amenazar y hasta destruir la fortaleza espiritual, haciéndonos dudar de Dios y caer en la derrota.

La armadura espiritual (Ef 6:14-17)

Hicimos referencia antes a esa escena cotidiana que presenciaba el apóstol, el relevo del guardia que le custodiaba, que seguramente prestó sustancia y fuerza a las figuras veterotestamentarias que emplea en su exhortación (Is 52:7) (Is 59:17) (Sal 18:30-36) (1 Ts 5:8). Un guardia medio armado, sin yelmo, o espada, o cuyas sandalias no estaban bien abrochadas, era un soldado desprevenido, susceptible de ser sorprendido y vencido en cualquier ataque inesperado; de ahí la necesidad de ponerse toda la armadura, a fin de poder rechazar cualquier intento subversivo por parte del enemigo.
Notamos antes que la actitud del soldado de Cristo es tanto defensiva como ofensiva en cuanto al enemigo se refiere, pero en estos versículos el énfasis recae sobre el aspecto defensivo, que se reitera en los versículos 13 y 14 por las exhortaciones a "resistir" y "estar firmes". En el versículo 11 el poder para estar firmes se relacionaba con el discernimiento de los métodos engañosos del adversario ("asechanzas"); aquí es más bien la consciencia y la vigilancia que se necesitan en el día malo, es decir, el tener en cuenta que no se puede esperar ayuda del medio ambiente que nos rodea, que más bien va en contra del Evangelio. La misma idea de vigilancia que se vio en (Ef 5:16) se asoma aquí, pues, pero como ya comentamos, en ciertos momentos ese ambiente se nos puede volver especialmente hostil ("el día malo"). Pero aun en tales situaciones de crisis —implica Pablo— el tomar toda la armadura divina dará fuerza más que suficiente para resistir y derrotar al enemigo.
Se sobreentiende igualmente la necesidad de un esfuerzo continuo y paciente para "acabar todo", cumplir lo encomendado, hasta el fin, sin moverse de la firmeza. Años más tarde el mismo apóstol pudo decir: "He peleado la buena batalla (lucha), he acabado la carrera, he guardado la fe", hermoso comentario práctico del pasaje que estamos estudiando, de uno que no sólo predicaba, sino "daba trigo". Pablo seguía fielmente en pos de quien había dicho "Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra" (Jn 4:34).
La lista que sigue de las distintas piezas de la panoplia, bien que una figura gráfica extendida, es importante no sólo por lo que cada una nos enseña por separado, sino por el orden mismo, que parece ser más o menos el de la colocación física de cada una de ellas. No sólo eso, sino como ha observado Ray Stedman en su libro "La Guerra Espiritual", se hace una clara distinción entre ciertas piezas fundamentales —la túnica, la coraza y el calzado— que constituyen el uniforme básico del soldado romano, y las demás armas, mediante un contraste en la forma gramatical de los verbos empleados: "... habiendo ceñido..., habiendo vestido..., habiendo calzado...", de las primeras, y el imperativo "tomad" —repetido tres veces— que gobierna las restantes. La diferencia no carece de significado: el estar firmes encierra en primer lugar el tomar en cuenta desde el principio nuestra posición en Cristo y el propósito primordial para el que nos salvó. Si este enfoque o perspectiva verdadero está bien claro en la mente del cristiano, y se afianza en ello, aceptado y amado por el Padre tal como es, entonces podrá hacer frente con éxito a los ataques diabólicos con el uso de las demás armas. Pero vayamos por partes, examinando cada pieza por separado.
1. La túnica y el cinturón que la sujeta
Esta era una especie de camisón largo que llegaba a medio muslo, formando, cuando estaba sujeta con el cinturón de cuero, algo como una pequeña falda parecida al "kilt" escocés. Era la pieza fundamental del conjunto; las demás se colocaban después y encima de ella. El estar ceñido indica una actitud de disposición pronta a marchar o servir de alguna forma pública, recordándonos al pueblo de Israel en la noche de la primera Pascua cuando habían de comer el cordero listos para partir en seguida.
La túnica en sí, que se ponía sobre la ropa interior, constituía el uniforme básico del soldado; era, un recuerdo constante de que pertenecía a las filas del Imperio y estaba bajo las órdenes de sus superiores. Y esta realidad primordial —que es el significado de la palabra "verdad" aquí— no había de perderse de vista nunca; había de presidir su comportamiento siempre que lo llevaba, estuviera de servicio o de permiso, en el cuartel o en la calle. No puede haber lucha espiritual eficaz tampoco, si se olvida que se es soldado.
Por eso, en los difíciles momentos que atravesaba su colega Timoteo años más tarde, el apóstol le recordó lo que era y que esa realidad había de informar todo lo que hacía, disponiéndole a sufrir lo que fuese por amor a Aquel que le había tomado a sus órdenes (2 Ti 2:3-4).
Hay otra faceta de este hecho también, que no hemos de perder de vista. Por ser la pieza fundamental y la más grande, constantemente a la vista de los demás, había de corresponder en su limpieza y buen estado a la dignidad de un militar del Emperador. Sería vergonzoso que hubiese manchas de suciedad, arrugas, algún agujero no remendado, o cosa por el estilo; denotaría no sólo la negligencia y falta de disciplina de quien los permitiese, sino un desprecio al ejército. Es así igualmente en la vertiente espiritual, cuando la falta de limpieza y negligencia espirituales empañan la conducta cristiana. Recordemos la importancia que Pablo dio a "andar según la verdad... (que es) Jesús..." en el capítulo 4. Sin eso, por mucho que hagamos relucir el yelmo o la espada, haciendo alarde de una salvación personal o de un conocimiento grande de las Escrituras, la gente verá los agujeros y la suciedad de nuestra "túnica espiritual" y no creerán en nuestra integridad o autenticidad como soldados consecuentes de Cristo.
En último término, Cristo mismo es la verdad que ha de reflejar el comportamiento fundamental del creyente; el vivir y crecer según su carácter, que es el fruto del Espíritu, es lo que cuenta para Dios ante todo. ¿Cómo están nuestras "túnicas", hermanos? ¿Están bien sujetas con el cinturón de la verdad del que depende el uso de la espada? Seamos creyentes bíblicos, seguros de nuestra salvación, eso sí, pero cuidémonos de que lo fundamental, la vivencia cotidiana y constante de la verdad, sostenga a lo demás y no nos desautorice si se aprecia un claro desfase entre la doctrina que profesamos y la práctica consecuente. Hendriksen apunta que la "verdad" aquí subraya muy especialmente la sinceridad en el habla, o sea, que no se trata de algo abstracto o filosófico, sino de las cosas que pronunciamos con la boca, lo cual confirma lo que acabamos de afirmar.
2. La coraza de justicia
Notemos también que la coraza o corselete era otra parte importante del uniforme del soldado romano. Se colocaba encima de la túnica, haciéndose una sola pieza con ella mediante unas cintas de lona o cuero colocadas por arriba sobre los hombros, unida a otra pieza análoga de cuero o metal por la espalda, y luego por debajo, al cinturón. Protegía los órganos vitales de pulmones y corazón, por lo menos contra golpes que vinieran de frente o por encima del escudo.
Vimos antes la relación de la justicia con la verdad en el carácter cristiano (Ef 5:9) (Ef 6:14), por lo que sólo nos falta concretar el significado aquí: lo imprescindible que es una rectitud de carácter en el creyente, cuya vida ha de agradar a Dios y a sus semejantes, en cuanto a la rectitud moral se refiere. El concepto es más que la simple justificación —por maravillosa y trascendente que ésta sea—, como aseveran algunos expositores; tiene que ver más bien con el concepto veterotestamentario de "la vida justa que agrada a Dios" del hombre de fe (Hab 2:2), porque se asemejaba al carácter divino. Es, si se quiere, la consecuencia lógica, en obediencia y fe, a esa justificación que Dios ofrece en Cristo y que es hecha realidad viva por el Espíritu. El hecho de nuestra aceptación por Dios, en Cristo, lejos de inducirnos a la pereza o al descuido espiritual, debiera estimularnos a una mayor toma de conciencia y actuación consecuentes, frente a lo que Dios ha hecho en Cristo. Somos justificados por su gracia; seamos justos delante de Él y de los hombres. en toda la extensión de la palabra (2 Co 5:21-6:1).
3. El calzado del apresto del Evangelio de la paz
Parece ser que la forma gramatical del original subraya la prontitud para llevar el mensaje de vida a los demás: esa disposición de dar testimonio de la propia fe según las oportunidades que se presenten. Nos recuerda que amén de soldado que guerrea, el cristiano es heraldo que corre, debiendo estar siempre dispuesto a "dar razón de la esperanza que hay en él" (1 P 3:15) a cuantos quieran saberlo. Pero también las sandalias —más bien botas o alpargatas gruesas— del soldado daban firmeza a sus pies, capacitándole para pasar por diversos terrenos sin lastimarse y quedar inutilizado para su cometido. Se atribuyeron el éxito de algunas batallas tanto de Alejandro Magno como de Julio César, al cuidado exquisito que pusieron en asegurar que su infantería estuviese bien calzada; en terreno rocoso, resbaladizo o mojado semejante detalle podía hacer toda la diferencia entre un triunfo y una derrota. Y la exhortación a "estar firmes" cobra relieve en este contexto. Sin un buen calzado para apoyo y protección, el enemigo podría hacernos caer fácilmente.
Estas tres piezas básicas, pues, forman parte obligada del atuendo del guerrero cristiano; ha de contar con ellas por la fe —porque ya las tiene puestas en Cristo—, y actuar en consecuencia. Las que siguen no son menos importantes, pero dependen en primer término de las anteriores.
4. El escudo de la fe
La palabra griega "zureos" se refiere al escudo grande rectangular que utilizaba la infantería regular romana. Compuesto de una armazón de hierro y madera combada, recubierta toda con piel gruesa, podía esquivar o resistir tanto los golpes más fuertes de los contrincantes de cerca como los dardos incendiarios que se lanzaban desde lejos. La "fe" aquí parece que se refiere más bien a esa confianza subjetiva que tenía puesta el soldado en su general, que le llevaba a obedecer todas las órdenes sin chistar y así desarrollar su parte en la batalla, por muy arriesgada que fuese. Confiaba en la pericia de sus superiores para vencer al enemigo, y esta confianza le "cubría" contra todo lo que éste pudiera arrojarle en el curso de la refriega.
La lección espiritual salta a la vista. La Iglesia —el ejército de Dios— tiene un Capitán general que ya ha vencido al enemigo, Uno que es todopoderoso y todo sabio, que le garantiza la victoria siempre y cuando obedezca y confíe, cubriéndose con aquella "pieza" que le hace invencible en todo trance. Dijo el apóstol Juan: "Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe", y definió a continuación lo que quería decir: "El que vence al mundo (es) el que cree que Jesús es el Hijo de Dios" (1 Jn 5:4-5). Pero la fe en sí no tiene ningún mérito; es el Dios en quien se confía que constituye la verdadera protección del soldado cristiano, como ya hemos observado acerca de todas las piezas de la panoplia divina. Fue Jehová quien aseguró a Abraham: "Yo soy tu escudo..." (Gn 15:1), en momentos cuando el patriarca sentía de manera especial su vulnerabilidad en medio de un mundo hostil (véase el contexto). Como dijera el salmista de su Dios (probablemente David en este caso), hablando precisamente de la lucha espiritual, "Escudo mío, en quien he confiado" (Sal 144:2). La eficacia de la fe, pues, se ha de medir por la fidelidad y poder de Aquel en quien se deposita. Es por eso que el Señor exhortó a sus discípulos "Tened (en cuenta) la fidelidad de Dios", porque entonces "nada os será imposible".
El hecho de que el Señor hablara en plural, dirigiéndose a los discípulos, nos recuerda otro aspecto de esta verdad. El "zureos" romano llevaba unos ganchos y anillos laterales que le permitían unirlo con los de sus compañeros de cada lado, cuando así convenía al desarrollo de la batalla, haciendo de este modo una pared de hierro tan fuerte que había pocos que la podían penetrar o resistir. Se dice que era temible cuando las filas de infantería romana así pertrechadas y enlazadas unas a otras avanzaban contra el enemigo en campo llano, porque literalmente barrían al enemigo.
Este pensamiento subraya la importancia de la comunión cristiana, en la que la fe de cada uno puede apoyar y hacer más fuerte la del hermano. Si un solo soldado bien armado, fuerte y confiado ya inspiraba respeto, ¡cuánto más no lo haría toda una fila de ellos con sus escudos enlazados! Si la historia secular atestigua lo temible que resultó ser esta táctica de las legiones romanas, queda confirmada en lo espiritual a lo largo de la historia de la Iglesia.
5. El yelmo de la salvación
La palabra traducida "tomad" en la RVI160 en realidad es "recibid", subrayando el carácter de don de gracia que es la salvación del creyente. La pieza, una de las últimas en ponerse y que precisaba a menudo la ayuda de otro soldado para colocarse bien, protegía la cabeza de un golpe mortal, dando, por lo tanto, una gran seguridad al que salía a luchar, ya que hacerlo con la cabeza descubierta era exponerse a una muerte segura.
La que Dios nos ha dado en Cristo es "una salvación completa", como reza un himno conocido, porque cubre no sólo contra la sentencia o pena que merece el pecado, sino contra el poder de éste en la vida del cristiano, como asimismo en el futuro, de su presencia en el corazón. Cubierto con tal protección, el soldado de la Cruz no necesita temer al enemigo; aun cuando le arrebatase su espada y su escudo temporalmente, perdiese su calzado, cayese en pedazos su coraza y fuese hecha jirones su túnica, no se le puede quitar su yelmo, que es don de Dios. Por extensión, la idea de salvación se aplica no sólo a la salvación personal del individuo del pecado y de la muerte, sino su seguridad, o su liberación en cualquier eventualidad, siempre que el Señor no permita otra cosa. Otro himno nos recuerda, siguiendo los conceptos del Salmo 91, "Plagas y la muerte en mi derredor, Ordenó mi suerte Quien es Dios de amor. Ni una sola flecha me podrá dañar, Si Él no lo permite, no me alcanzará". El concepto del yelmo de la salvación sale del Antiguo Testamento (Is 59:17), utilizándolo Pablo por primera vez en (1 Ts 5:8).
6. La espada del Espíritu... la Palabra de Dios
Esta es la única pieza que realmente sirve igualmente para atacar como para defenderse, pero el hecho de que Pablo emplea la palabra "majaira", que significa la espada corta —casi un machete o daga alargada— que portaba el infante romano, no la larga que solían llevar los oficiales, los jinetes de la caballería (¡y los verdugos!), nos inclina a creer que sigue pensando más bien en términos defensivos. De haber pensado en una pieza ofensiva, quizá habría añadido una lanza, que también llevaban ciertos cuerpos de infantería ligera. Entonces, ¿qué significado puede tener la palabra elegida por el apóstol, en este contexto?
En primer lugar, notemos que es la espada del Espíritu (2 Ti 3:16) (He 3:7) (2 P 1:21). Él es quien no sólo la da, sino que la sabe manejar como nadie porque es su Autor, por lo que puede guiar al creyente a emplearla bien. La responsabilidad del soldado —para seguir la analogía apostólica un poco más— es mantenerla bruñida y afilada y adiestrarse en su manejo, pero es el Espíritu de su Jefe quien le guiará dónde y cómo dar los golpes necesarios. Esto nos recuerda la escena de la Tentación, cuando Jesús derrotó a Satanás empleando muy certeramente esta espada. Fue el diablo quien le atacó tres veces, pero nada pudo contra Aquel que había llenado su corazón y su memoria de "toda palabra que sale de la boca de Dios", oponiendo Escritura tras Escritura a la "exégesis" mal enfocada del adversario.
En segundo lugar, hemos de notar que se especifica aquí que es "la palabra de Dios"; la que ha de ser la total razón de ser del soldado. Las órdenes de su Capitán han de ser la ley de su vida, por ellas "vive" (Mt 4:4). Es su "comida y bebida" espirituales (Jn 4:34). Un soldado desobediente, en cambio, es un contrasentido, y, por ende, su lucha no puede ser eficaz. Pero aquel que es consecuente con la "espada" que lleva, porque la conoce profundamente, es diestro en su manejo y la aplica en primer lugar a su propia vida, siempre saldrá victorioso en cualquier batalla, como su Señor.
Por último, nótese que la palabra griega empleada aquí ("rema") indica más bien una palabra, no "la Palabra" en general o en su totalidad, de lo que deducimos que el apóstol estaba pensando en la palabra para la ocasión que se presentase, tal como hemos visto en el caso de la Tentación de Jesús. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento hablan de la espada de la Palabra de Dios que sale de la boca del Mesías (Os 6:5) (Is 11:4) (Ap 1:16) (Ap 19:13,15), que puede ser para juicio sobre los malos, o de justicia y sanidad, para los justos. En su ministerio Jesús demostró así el poder de su palabra en cada situación, de manera maravillosa, que causaba admiración en algunos, y consternación en otros. Es esta palabra también que Pablo desea recibir para cumplir su ministerio de predicación y enseñanza (Ef 6:20), y cada creyente puede contar con la misma ayuda de parte del Espíritu de Dios.
En realidad, la oración es otra arma más de que dispone el soldado cristiano —y una de las más trascendentes—, pero como sale un poco de la figura extendida que ha empleado Pablo, la vamos a considerar aparte.

La oración (Ef 6:18-19)

El tiempo del verbo empleado, traducido por el gerundio "orando" ("proseujomenoi") indica una actividad constante que ha de condicionar todas las acciones de "fortalecerse", "vestirse", "estar firmes", "tomar", etc., que hemos comentado. De esta manera tan gráfica el apóstol quiere señalar la importancia de la oración en cada fase de la lucha: antes, al colocarse la armadura, y mientras dure el conflicto. No dice nada específicamente de la actitud del creyente después, pero su énfasis sobre las acciones de gracias y la alabanza en otros pasajes sugiere qué tipo de oración corresponde en esos momentos.
Se subraya además la gran importancia que tiene la oración por el alcance y la amplitud manifestados mediante la reiteración de la palabra "todo". No sólo abarca las ocasiones "en todo tiempo", sino a "todos los santos" —un eco de (Ef 3:18)—, siendo no sólo súplica (deseo ferviente manifestado a un superior), sino petición, que se refiere a un ruego específico. Esta idea la usa dos veces, tanto en el singular como en la forma plural.
Sobre todo, de acuerdo con la voluntad divina expresada en la Palabra, ha de ser "en el Espíritu". Algunos prefieren ver aquí una referencia al espíritu humano, y es posible tomarlo así, pero en vista de la insistencia sobre la operación del Espíritu Santo que se echa de ver en toda la epístola, preferimos interpretar la palabra como una referencia al Espíritu de Dios. En y por medio de Él nuestras oraciones alcanzan una eficacia y un poder que son imprescindibles para el creyente en su lucha contra los principados y potestades satánicos; sin Él, no son más que palabras y deseos humanos, por muy bien expresados que sean, que no pueden por sí solas darnos la victoria (Ro 8:26-27).
Notemos también la disciplina que requiere la oración; se ha de "perseverar... velando" (de nuevo el gerundio, indicando acción continuada), exhortación que hace eco de las que el Señor dirigió repetidas veces a sus apóstoles (Mt 24:25) (Mt 25:13) (Mt 26:38,41) (1 P 5:9) 1 Ts 5:17) (Fil 4:6) (Col 4:2) (Lc 18:1) (Ro 12:12). La vigilancia requerida se refiere primordialmente a la espera en fe para las contestaciones a las peticiones formuladas, pero por extensión abarca aquella actitud de disposición pronta, en todas las situaciones, ya apuntada en la frase "ceñidos los lomos" del v. 14.

Pablo, embajador en cadenas (Ef 6:19-20)

Al incluirse a sí mismo como sujeto de la oración intercesora de sus lectores, Pablo demuestra una vez más su constante deseo de una comunión estrecha en la empresa del Evangelio, aun con aquellos que, como hemos notado en la Introducción, probablemente sólo le conocían indirectamente, de nombre. Pide dos cosas aquí: denuedo para cada ocasión que se presente, a fin de que se hable sin miedo ni vacilación (Hch 4:29), y la palabra apropiada para esa situación. "La palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!", reza el proverbio hebreo (Pr 15:23), y Pablo anhelaba que cada mensaje procediese de Dios mismo, de quien él era sólo eI portavoz.
Su autoridad. Siendo un embajador que representaba al Rey de reyes, ostentaba una gran autoridad: la que da el llamamiento del Señor que había recibido, como apóstol de los gentiles, y la que manaba de la Palabra que había recibido y que manejaba en el poder del Espíritu. Como vimos antes (Ef 6:10-11), la autoridad se compone de derecho conferido y facultad (poder), y Pablo manifestaba ambas facetas continuamente. Pero su autoridad se manifiesta aún más, en su identificación con la manera de ser y actuar de su Señor, su semejanza al Maestro. Es embajador en cadenas que lleva la cruz en pos del Crucificado; aquéllas son su blasón e insignia de su rango. Se gloría en ser "un esclavo de Jesucristo", como éste lo fue del Padre.
Estas palabras nos recuerdan que la única autoridad espiritual que pueden ostentar los siervos de Dios es, realmente; esta identificación con el espíritu de su Maestro. Como él mismo dijo en la víspera de su Pasión, para corregir el orgullo y la ambición de los discípulos: "Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellos tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros,. sino sea el mayor entré vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve..., yo estoy entre vosotros como el que sirve" (Lc 22:25-27).
Su mensaje. La frase "abrir la boca" siempre se empleaba entre los judíos para denotar algo importante, solemne, que se iba a anunciar. La encontramos al principio del Sermón del Monte (Mt 5:2) y cuando Pedro se dispone a hablar a los gentiles en casa de Cornelio (Hch 10:34) y véase también (Sal 81:10), que trata del testimonio profético de Israel, la razón de ser primordial de su vocación divina. Así es "el misterio del Evangelio", todo lo que Dios ha hecho en Cristo para los hombres, oculto a las generaciones anteriores, pero ahora ofrecido para la revelación y proclamación de la justificación a todo aquel que cree.
Pablo no solicita oración a favor de su liberación física del encarcelamiento; siendo "prisionero de Jesucristo" (Ef 3:1) (Ef 4:1), eso lo puede dejar en manos de su Señor, no estando seguro de si es o no la voluntad divina, como se ve en (Fil 1:22-26), que tratan de la misma situación. Pero en medio de estas circunstancias harto incómodas, desea glorificar a su Señor mediante el cumplimiento fiel de la misión que le ha encomendado.
Tampoco pide que se ore por resultados, es decir, por un éxito manifiesto de la predicación medido por el número de personas visiblemente afectadas, como pasa a menudo hoy en día. Le basta pedir que Dios esté plenamente en cada oportunidad, por su Palabra y su Espíritu, y que él sea liberado de la tentación especial que puede sobrevenir a una persona en semejante situación comprometida: mantener la boca cerrada para no provocar más oposición, o decir sólo cosas agradables que no ofendan los oídos, como hacían los falsos profetas de antaño (Jer 23:16-17,21-22,32) (Jer 27:14-16).
Una mirada somera a (Hch 28:20) bastará para convencernos de que su oración fue contestada plenamente, durante todo el tiempo que duraron sus prisiones, tanto en cuanto al denuedo que deseaba manifestar, como la palabra apropiada para cada ocasión, cada visita, cada carta.

Epílogo: saludos y bendición final (Ef 6:21-24)

Probablemente las referencias tan personales que cierran la epístola —que a primera vista parecen contradecir la conclusión antes comentada de que la carta era una circular plasmada en términos generales— tendrían en cuenta más bien aquellas personas en las iglesias de Asia que sí conocerían a Pablo personalmente y desearían noticias frescas acerca de él. Pero para no añadir más detalles de esta índole en este tipo de escrito, el apóstol optó por un procedimiento que satisfaría a todos: escribir la enseñanza en la epístola, con sólo las referencias personales más imprescindibles para el desarrollo de su argumento, y reservar detalles más íntimos para los informes personales que proporcionaría verbalmente el portador de la carta.
1. Tíquico, colaborador del apóstol
Hay muy pocas referencias a este miembro del "equipo" apostólico (Hch 20:4) (Col 4:7-8) (2 Ti 4:12) (Tit 3:12), pero la descripción de él que tenemos aquí, en unas frases lapidarias, es elocuente. El apóstol le tiene un gran afecto —es el "hermano amado"—, lo cual habla de un alto grado de compenetración y de identidad de carácter y propósito entre los dos hombres. Es, además, un "ministro fiel", que colabora con entusiasmo en las tareas del Evangelio, a las órdenes y según la visión peculiar del gran estratega espiritual. Como Timoteo, estaría empapado de la manera de ser —la conducta y los métodos de Pablo—, cual se ve que éste esperaba de sus colegas (1 Co 4:16-17) (2 Ti 3:10-17).
En esta ocasión sirve como portador de una o varias cartas (véase la Introducción) y de noticias personales que daría oralmente en las iglesias destinatarias. Y todo lo realizaba, no por ser un admirador, o mero entusiasta, o seguidor de Pablo en un plano humano (aunque seguramente lo sería), sino "en el Señor"; o sea, con una convicción plena que al servir al apóstol, servía al Señor y su causa en primer lugar. Por eso, podría traer verdadero consuelo a los hermanos que esperaban ansiosamente noticias de "su" apóstol.
Era un gran honor ministrar al Señor y a los suyos de esa manera, pero cuando consideramos, por encima aun de estos toques personales, el sublime contenido de la carta (o cartas, si portaba las de Colosenses y Filemón también), el privilegio y el honor que le cupieron se multiplicaban mil veces. Gracias a Dios por todos los "Tíquicos" humildes y fieles que han servido y sirven a los siervos y al pueblo de Dios; su galardón será muy grande.
2. El saludo final (Ef 6:23-24)
¡Cuán interesante, por original, es este saludo, distinto a todos los demás de las cartas paulinas! Su carácter general se advierte por la fórmula "Paz a los hermanos... de Dios Padre y del Señor Jesucristo", que hace eco de (Ef 1:2), pero que no especifica nombres ni situaciones locales. Difiere notablemente de los saludos apostólicos normales por algunas frases aditivas que pasamos a examinar.
"Amor con fe". El amor ya ha jugado un papel destacado a lo largo de la carta, y Pablo la cierra con nada menos que tres referencias en el corto espacio de dos versículos. No es fácil entender el significado exacto de la frase "amor con fe" en el contexto de un saludo, y quizá es mejor tomarlo en el sentido de "amor fiel" o "leal". Puede que se refiere a su amor constante para con ellos, a pesar de las circunstancias difíciles por las que pasaba, pero es más probable que se refiere al amor de Dios, que no cambia nunca e informa todo su gran Plan de los siglos, pese a la oposición furiosa de los demonios y los hombres rebeldes.
"Los que aman... con amor inalterable" ("imperecedero", V. H. A., "incorruptible", B. L. A.). ¿Por qué esta reiteración aquí, como toque final al escrito? ¿Es una insinuación o indirecta, acaso, dirigida contra algunas personas que, a juicio de Pablo, necesitaban ser reprendidas por su falta de amor hacia él u otros, en alguna situación concreta que sólo ellas y el apóstol conocían? No lo creemos así, por el carácter general de la carta y por la manera de ser del apóstol, que no solía andar con indirectas ni rodeos cuando hacía falta corregir públicamente a alguien que había ofendido. Más bien responden estas palabras a la consciencia de Pablo de que, por propia experiencia, cuando el enemigo "aprieta las tuercas" de oposición contra los creyentes, es muy fácil que el fervor, el amor y la lealtad que todos deben al Señor y a sus hermanos, se enfríen, entrando en juego entonces el olvido, la desgana espiritual y el egoísmo que sólo busca lo suyo y no tiene en cuenta los sufrimientos y necesidades de los demás. Es de humanos pecar, se dice, pero de creyentes consecuentes es el ser fieles a la vocación celestial recibida, que implica una preocupación mutua, mostrada por la intercesión unos por otros, el intercambio de noticias y el acordarse en amor de los hermanos, según sea su situación particular (He 13:1-3). 0 sea, este versículo último es todo un ruego, toda una exhortación o provocación (en el buen sentido de la palabra) "al amor y a las buenas obras" (He 10:24).
Para los que así corresponden con fidelidad y amor al amor de Dios manifestado en el gran Plan de los siglos que el apóstol ha tratado tan magistralmente en la carta, hay la seguridad de aquella gracia divina, su auxilio abundante para toda necesidad que pueda presentarse. Y esta gracia no será recibida en vano (2 Co 6:1), sino que los alcanzará en plenitud, si los lectores —de entonces y de hoy— tomamos en cuenta lo que se espera de cada uno de ellos, echando mano de los recursos divinos en el Espíritu, en la Palabra y en la comunión de los santos, para llevar a cabo cada uno su parte en la tarea común del Evangelio. Sólo el amor que es fruto de las poderosas operaciones del Espíritu de Dios en el corazón obediente, el amor sin mezcla, de calidad eterna, puede resistir el fuego de la prueba que el enemigo constantemente maneja y aviva, pero el resultado será el cumplimiento de aquella meta que Pablo colocó al final de su oración en el capítulo 3: "... gloria (a Dios) en la Iglesia, en Cristo Jesús, por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén".

Temas para meditar y recapacitar

1. ¿Qué importancia tienen los versículos 10-20 en el contexto del resto de la carta? Comente sobre la figura de la "armadura de Dios", destacando las enseñanzas principales.
2. Haga un breve comentario de los versículos 21-24, contrastando sus rasgos más originales con otros saludos finales de las cartas de Pablo. ¿De qué manera proveen un final acorde con el tema de la epístola?
Copyright ©. Texto de Ernesto Trenchard usado con permiso del dueño legal del copyright, Centro Evangélico de Formación Bíblica en Madrid, exclusivamente para seguir los cursos de la Escuela Bíblica (https://www.escuelabiblica.com).

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